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Al llegar a São Paulo en el 2015, junto a mi esposa, comprendimos que nos encontrábamos en una ciudad que formaba parte de un país que excedía por mucho nuestros cortos desplazamientos de fin de semana en Costa Rica. Una de nuestras tareas en lo que personalmente llamo: mi periodo de habituación a un nuevo lugar, es descubrir su historia, su cultura, su arte y su comida. São Paulo nos ofrecía una oferta muy variada en esos centros donde confluyen muchos años y kilómetros cuadrados en un espacio accesible, lo que llamamos museos.

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Una de las visitas que recordaremos siempre será la del Museo de la Lengua Portuguesa, en un edificio ya emblemático que hoy día es una de las principales estaciones del metro y el tren, La Estación de la Luz. Ese museo marcó mi forma de abordar un idioma, me abrió la mente y literalmente le dio vida a esa herramienta que nos hizo crecer como especie, nuestro lenguaje. Recuerdo pocas semanas después estar almorzando en un restaurante y ver con desesperación como ese museo se quemaba. Recuerdo la rabia que sentí y la impotencia ante ese evento.

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Ese día se perdieron horas y horas de trabajo de muchos investigadores y personas que

dieron sus mejores años de vida a cambio de contribuir con la creación de la identidad y lo

que nos define en lo más profundo como seres humanos, y a cambio de comprender

la naturaleza que nos rodea

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Otra de las grandes ciudades ubicada en el Sudeste de Brasil es Río de Janeiro, uno de los pequeños estados de ese enorme país. Sin embargo, uno de los que aporta mucho a su historia. Es el estado que albergó la realeza de Portugal y permitió que Brasil colonia se transformara en Brasil reino, albergando al Rey João VI quien escapaba de la invasión napoleónica de Portugal en 1808. Aquel personaje decidió instalarse en un suntuoso palacete ubicado en la Quinta de Boa Vista al norte de la actual ciudad. Ese palacete, en sí mismo cargado de la historia del Brasil Imperio, 200 años después de la coronación del Rey João VI fue consumido en su totalidad por un incendio. Esta vez el edificio ya no albergaba a la realeza, albergaba una parte importantísima del acervo cultural, artístico, histórico y científico de Brasil y del mundo entero. Actualmente es conocido como el Museo Nacional de Brasil.

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De esta forma, un domingo antes de dormir, vuelvo a revivir aquel sentimiento de rabia e impotencia viendo videos una vez más de la desaparición de otro de los centros que contienen mucha de la información que nos define como humanidad. Creo que muchas familias guardan un baúl o una caja con sus recuerdos históricos, muchos de ellos incluso han perdido la información de su origen o significado, algunos de repente lo encuentran nuevamente con el pasar de los años; todos esos artículos que definen la identidad de una familia se encuentran juntos en espacio y tiempo. Es lo mismo para los museos, solo que ellos contienen artículos que nos definen como humanidad, como especie y como planeta. Ante la situación de ese domingo por la noche, una sola frase pude colocar en las redes sociales del laboratorio: “uno de los días más tristes para la ciencia de Brasil y del mundo entero”.

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Unas de las imágenes más fuertes y marcadas en mi retina son investigadores corriendo y salvando parte de sus equipos y material con una gran pared de fuego a sus espaldas, incluso desobedeciendo las órdenes de las autoridades. Hay que pensar que ese día no se perdieron solamente piezas o artículos; ese día se perdieron horas y horas de trabajo de muchos investigadores y personas que dieron sus mejores años de vida a cambio de contribuir con la creación de la identidad y lo que nos define en lo más profundo como seres humanos, y a cambio de comprender la naturaleza que nos rodea.

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Veinte millones de piezas perdidas —no hay forma de saber la cantidad de trabajo que eso significa—; ¿será que podemos imaginar 500 mil títulos para una biblioteca de antropología o probablemente una de las más importantes e insustituibles colecciones indígenas? Otro de los más sorprendentes números eran los 6,5 millones de especímenes en su Departamento de Zoología. Todos estos números fueron reducidos a cenizas y a un solo número, cero. Albergaba varios fósiles y huesos de dinosaurios, pero sin duda, Luzia, el individuo de nuestra especie más antiguo de América del Sur —con cerca de 12000 años— y el meteorito de Bendegó —con más de cinco toneladas— eran dos de los grandes protagonistas de la edificación. Las festividades brasileñas del 2018 de la Patria y del Día del Biólogo fueron empañadas. Poco para celebrar.

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Dos años antes en esa misma ciudad se celebraron los Juegos Olímpicos y cuatro años antes se celebraba la Final de la Copa del Mundo por segunda vez en el Estadio Maracaná, ubicado al sur de donde ocurrió la tragedia. Dos de los eventos en los que se invierte más recursos económicos en la historia moderna de nuestra civilización; pero lamentablemente no hemos pensado en garantizar la existencia de los baúles de los recuerdos de la humanidad. Parece que es posible modernizar y proteger estadios de futbol, pero no museos. Los accidentes suceden pero la negligencia es capaz de pronosticarlos. Si sucede en los Estados Unidos, la India o Brasil, no interesa cómo ni dónde, porque la pérdida del baúl será para siempre. Y más triste aún, no solo el fuego desaparece nuestra identidad, también lo hace la burocracia institucional y las malas decisiones con las que podemos perder colecciones biológicas, artísticas e históricas de forma completa con el paso del tiempo, porque el tiempo siempre se hace acompañar del deterioro, y es nuestro deber luchar contra ellos. La memoria del ser humano es muy corta pero la memoria de la humanidad nos corresponde a todos preservarla.

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Gilbert Alvarado

Laboratorio de Patología Experimental y Comparada (LAPECOM), Escuela de Biología, Universidad de Costa Rica. San José, Costa Rica

Laboratorio de Patología Comparada de Animales Silvestres (LAPCOM), Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, Universidad de São Paulo. São Paulo, Brasil

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Imágenes

Museo de la Lengua Portuguesa. Fotografía de autor

Incendio en el Museo Nacional de Brasil, 2 de septiembre de 2018. Fotografía de Felipe Milanez (modificado, CC BY-SA 4.0)