Mujeres en la configuración del campo
historiográfico
argentino (1900-1960)
Women in the
configuration of the Argentinian historiographic
field (1900-1960)
Tomás Sansón
Corbo
Universidad de la República,
Montevideo, Uruguay
Agencia Nacional de
Investigación
e Innovación, Montevideo,
Uruguay
https://orcid.org/0000-0003-4791-7935
Fecha de
recepción: 7 de marzo del 2022
Fecha de
aceptación: 2 de junio del 2022
Cómo
citar:
Sansón
Corbo, Tomás.
2023. Mujeres en la configuración del campo historiográfico
argentino (1900-1960).
Revista Reflexiones.102 (2). DOI 10.15517/rr.v102i2.50343
Resumen
Introducción: La configuración
del campo historiográfico argentino se articuló durante las seis primeras
décadas del siglo XX. En ese período se cristalizaron una serie de
consensos heurísticos y epistémicos que transformaron los paradigmas y
contribuyeron a consolidar la autonomía disciplinaria. El rol de las
historiadoras en ese proceso ha sido escasamente estudiado.
Objetivo: El
propósito de este estudio es revisar la participación
de las mujeres en la práctica historiográfica en Argentina, esto con el
objetivo de conocer sus aportes en la articulación del campo
disciplinario.
Método: El trabajo es un
artículo de reflexión que no deriva de una investigación específica sobre el
tema, pero se nutre de informaciones e interrogantes surgidas de indagatorias
previas que se relacionan con la evolución y consolidación del conocimiento
histórico en el Río de la Plata, durante los siglos XIX y XX. La metodología es
cualitativa, de carácter interpretativo, y se basa en la perspectiva de la
Historia de la Historiografía. La preceptiva teórica se nutre de diversos
aportes de los estudios sobre género.
Resultados: Se presenta
información sobre el itinerario de múltiples mujeres dedicadas a la indagatoria
del pretérito (algunas poco estudiadas y otras casi desconocidas), las
dificultades que tuvieron para acceder a puestos de trabajo y las estrategias
que debieron implementar para lograrlo.
Conclusiones: Se
explicitan, a modo de conclusión, los aportes más relevantes realizados por las
mujeres en el proceso de configuración del campo historiográfico argentino y en
la emergencia de la Nueva Historia de la década de 1960.
Palabras claves: Historiografía
Argentina, Historiadoras Argentinas, Conocimiento Histórico, Historia de la
Historiografía, Historia
de Género.
Abstract
Introduction: The configuration of the Argentinian
historiographical field was articulated during the first six decades of the 20th century During
this period a series of heuristic and epistemic consensuses crystallised that
transformed paradigms and contributed to the consolidation of disciplinary
autonomy. The role of women historians in this process has been little studied.
Objective: The purpose of this study is to review the
participation of women in historiographical practice in Argentina in order to
learn about their contributions to the articulation of the disciplinary
field.
Method: This paper is an article of reflection that does
not derive from a specific research on the subject, but is nourished by
information and questions arising from previous research related to the
evolution and consolidation of historical knowledge in the Río de la Plata
during the 19th and 20th centuries. The
methodology is qualitative, of an interpretative nature, and is based on the
perspective of the History of Historiography. The theoretical precepts are
nourished by several contributions from gender studies.
Results: Information is presented on the itinerary of
several women dedicated to the investigation of the preterit (some little
studied and others almost unknown), the difficulties they had in gaining access
to jobs and the strategies they had to implement in order to do so.
Conclusions: By way of conclusion, the most relevant
contributions made by women in the process of shaping the Argentine
historiographical field and in the emergence of the New History of the 1960s
are explained.
Keywords: Historiography, Argentinian Women Historians, Historical
Knowledge, History of Historiography, Gender History.
Introducción[1]
El campo historiográfico argentino se configuró durante la primera mitad
del siglo XX. Su inicio se paraleliza con la institucionalización y
profesionalización del conocimiento histórico, en el entorno de 1900, pautado
por la creación de centros superiores de formación en la Universidad de Buenos
Aires (en adelante UBA) y en la Universidad Nacional de la Plata (en adelante
UNLP). Se trata de un momento crucial caracterizado por la generación de los
consensos necesarios que permitieron la definición de paradigmas
heurísticos y epistemológicos disruptivos. La finalización puede datarse en la década de 1960
con el advenimiento de la
denominada Nueva Historia.[2]
El proceso fue estudiado, entre otros, por Rómulo
Carbia (1925, 1940), Tulio Halperin (1986, 1996), Pablo Buchbinder (1996),
Beatriz Moreyra (2003), Fernando Devoto (2009) y Nora Pagano (2009). Se trata
de contribuciones que
revisan corrientes, autores y obras canónicas. Las historiadoras son citadas,
apenas, en el marco del devenir de la disciplina.
Al margen de
obras referenciales –como el Diccionario biográfico de
mujeres argentinas (1980), de Lily Sosa de Newton–, recién en las
últimas décadas se publicaron algunos estudios específicos y otros de carácter
panorámico que aportan información de interés. Entre los estudios específicos,
destaca un artículo de Aurora Ravina –sobre la incorporación de mujeres en la
Academia Nacional de la Historia (1997) (en adelante ANH)–; dos artículos de Dora Barrancos –uno dedicado
a repasar la historiografía de género y otro que permite reconstruir, a partir
de su itinerario personal, el derrotero de las mujeres en la profesión (2019)–;
y una obra de Gabriela Margall y Gilda Manso –estudio de divulgación que
rescata testimonios de mujeres referidos a eventos acaecidos desde la conquista
(2018)–. Entre los textos panorámicos son muy
significativos los aportes de la obra sobre la Junta de
Historia y Numismática Americana (1893-1938, una expresión institucional de la
cultura histórica de la elite–, particularmente el de María Amalia Duarte sobre “La Escuela Histórica de
La Plata” (1995)–.
En los demás países de la Cuenca del Plata
son escasos los estudios sobre el tema. Las obras sobre historia de la
historiografía de Paraguay y Uruguay reproducen las omisiones de sus similares
en Argentina. Contribuyen a la identificación de algunas de las protagonistas
de la disciplina, pero se las presenta desvinculadas de las redes académicas
internacionales. Brasil constituye, relativamente, una excepción. En las
últimas décadas aparecieron algunas investigaciones relevantes, en especial los
trabajos de María Rosa Ribeiro (1999) y Carmen Silvia da Fonseca Kummer Liblik (2015). Estos textos brindan perspectivas de
análisis muy interesantes que se tuvieron en cuenta para el estudio del caso
argentino, en particular lo referido a la identificación de diversas
generaciones de autoras y la desagregación de su estudio por regiones y/o
centros académicos.
La perspectiva de abordaje de este estudio
se fundamenta en los parámetros conceptuales definidos por Joan W. Scott (2008, 2013), Judith Butler
(2002), Verena Stolcke (2000, 2004), Eleonor Faur (2004), Marta Lamas (2013), Rita Segato (2018)
y Pierre Boudieu (2000).
La Historia, según Scott,
además de producir un conocimiento sobre el pasado, lo hace sobre la diferencia
sexual y opera por tanto, «como un tipo particular de institución cultural que
aprueba y anuncia las construcciones de género» (2008, 29). Este «es un elemento de las
relaciones sociales, las cuales se basan en las diferencias percibidas entre
los sexos» y una «forma primaria de las relaciones simbólicas de poder»
(2008, 65). Para Verena Stolcke, las desigualdades de género son fruto de una tendencia
de la modernidad proclive a naturalizar ideológicamente las desigualdades
socioeconómicas, lo que contribuye a reproducir en la sociedad de clases el «significado
especial que se atribuye a las diferencias sexuales» (Stolcke 2000,
29). Esas desigualdades se materializan de diversas maneras, una de sus
expresiones más contundentes es el denominado «modelo de
masculinidad hegemónica» (Faur 2004, 23), el cual tiende a perpetuar las
relaciones sociales de género –de carácter, tradicionalmente, androcéntricas y
patriarcales–
y reproducir las dinámicas de subordinación de las mujeres. Tal modelo se
reforzaría, según las ideas de Rita Segato (2018, 40), por un «mandato de
masculinidad» –que
explicaría las diversas formas de violencia hacia las mujeres– incorporado por los
machos en el contexto de las «pedagogías de la crueldad» que suponen una
jerarquización de prestigio –cosificadora de la mujer– y que debe renovarse
permanentemente ante sus pares.
Los modelos y
mandatos referidos están basados en una simbolización cultural que permite
conceptualizar al género con base en las diferencias biológicas, tiene «efectos en la
psique» (Lamas 2013, 12), revela el proceso de construcción y la significación
de las personas, condicionan las conductas y las expectativas que se tienen
sobre la acción de hombres y mujeres. Entre los mecanismos idóneos para
efectivizar tales prácticas y tendencias, resulta operativa la noción de Judith
Butler sobre la «performatividad del
género» –entendida como «la práctica reiterativa y referencial mediante la cual
el discurso produce los efectos que nombra»– que coadyuva,
mediante la reiteración normativa, a «materializar la diferencia sexual en aras de
consolidar el imperativo heterosexual» (2002, 18).
Pierre Bourdieu acuñó el concepto de «coeficiente simbólico
negativo» de las mujeres (2000, 68) para explicar
que su condición de tales ha sido un factor estigmatizador consolidado a través
de mecanismos que propician una eternización de los principios de división
(2000, 3). Las matrices de dominación masculina suponen internalizar una serie
de «virtudes
negativas de abnegación, resignación y silencio»
(2000, 38) que condicionan los ámbitos de acción de varones
(espacios públicos y campo del poder) y mujeres (espacio privado y actividades
subalternas). Partiendo de la premisa de que «las
funciones adecuadas a las mujeres son una prolongación de las funciones
domésticas: enseñanza, cuidado, servicio»
parecería natural que trasladen ese rol al trabajo (Bourdieu
2000, 8-69, 73). En el ámbito laboral, las mujeres han padecido el
ejercicio de la autoridad patriarcal por parte de jefes que esperan de ellas el
correcto desempeño de esas funciones de servicio. Se trata de expectativas y
prácticas reproductoras, en el trabajo, de esquemas de funcionamiento familiar
(expresados en el sistema de relaciones marido-esposa o padre-hija).
Con
base en los postulados teóricos referidos, se procurará dar visibilidad a investigadoras
argentinas que realizaron contribuciones importantes, pero que fueron dejadas
en el olvido (en función de una construcción predominantemente masculina de la
historia de la disciplina). Además, se busca resignificar la labor de otras que
han sido estudiadas de manera subsidiaria. No se pretende
añadir un aditivo, sino de contribuir, parafraseando a Scott, a una reescritura
de la historiografía argentina (concebida como una empresa de identificación
integral de todos sus agentes, varones y mujeres). Se hará en el entendido de
que el conocimiento sobre «las
cuestiones del género iluminarán no solo la historia de las relaciones entre
los sexos sino también toda la historia» (Scott 2008, 29). El
estudio de los itinerarios bio-bibliográficos-institucionales de las
historiadoras abre una ventana para la comprensión de las formas de
estructuración de las jerarquías en las corporaciones profesionales.
Los casos elegidos
responden a un criterio de representatividad según las temáticas abordadas, los
espacios académicos conquistados, la originalidad de la producción y el calibre
de los aportes realizados. Resulta imposible, debido a la escasa masa crítica
disponible y al carácter generalista de este artículo, realizar un abordaje exhaustivo.
Las fuentes fueron seleccionadas en función
de la información que podían aportar para reconstruir el proceso de
incorporación de las mujeres a la práctica historiográfica, las estrategias
articuladas para superar la subordinación a la que estaban sometidas y la entidad
de las contribuciones que realizaron. Se utilizaron actas de congresos, obras
de las propias autoras, correspondencia e informes de los archivos particulares
de Emilio Ravignani (FFyL de la UBA) y Juan Pivel Devoto (Archivo General de la
Nación, Uruguay). También se recurrió a la información sumaria ofrecida en las
obras panorámicas sobre la historiografía argentina.
Las mujeres en la historiografía argentina
En una
evocación autobiográfica, Dora Barrancos confiesa que pertenece a una
generación que revirtió, a comienzos de la década de 1960, «la
menguada participación de las mujeres en la Universidad». Se trató de un cambio «importante
de las convenciones culturales de buena parte de las clases medias y también de
los sectores populares (...), aquellas jóvenes manifestábamos ánimo de hacernos
de una profesión y de poder vivir de ella» (Barrancos 2019, 26).
La reflexión deja constancia del incremento de la presencia femenina no solo en
la Universidad, sino también en la práctica historiográfica y en la sociedad
argentina en general.
En el
período de seis décadas, aproximadamente, que media entre la fundación de la
Facultad de Filosofía y Letras UBA (en adelante FFyL) y el ingreso de Barrancos
a esta, se configuró el campo historiográfico argentino. Durante
ese tiempo la práctica historiográfica estuvo estrechamente vinculada a la
política y hegemonizada por varones. Las mujeres estaban asociadas con el
espacio doméstico y privado, su incorporación al espacio público fue difícil y
lenta. En los casos en que lo lograban –por ejemplo, en el mundo del trabajo– quedaron
invisibilizadas, primero en el registro de la época y luego en los relatos
históricos.
Dora Barrancos da
cuenta de ese proceso, de forma integral, en diversos estudios sobre la lucha
de las mujeres en pro de sus derechos políticos, civiles y sexuales, así como
su inserción en el mundo del trabajo (Barrancos 2019). Se
trata de aportes fundamentales para contextualizar los avatares de la
incorporación de mujeres en la indagatoria del pretérito debido a que desdobla
su perspectiva: como historiadora que analiza el devenir y como mujer que debió
superar situaciones de desigualdad –en la sociedad y en la academia–.
La participación de las mujeres en el campo
profesional experimentó un incremento paulatino y notorio. Es posible
distinguir un grupo de precursoras, de actuación destacada, entre 1900 y el
decenio de 1920, y otro de semi-profesionales o profesionales en sentido
estricto, que se conforma entre las décadas de 1930 y 1960. Entre las primeras se
incluye a un contingente amplio integrado por maestras, escritoras y algunas
egresadas universitarias –Elvira López, María Canetti, entre otras–. El
segundo conjunto está
constituido por mujeres con titulación específica (como María Amalia Duarte y Noemí
Girbal).
Ambos grupos se solapan e interactúan. Se trata de una clasificación operativa
y funcional que no supone compartimientos estancos.
Precursoras
Sabemos muy
poco sobre las mujeres y la práctica historiográfica en el entorno de 1900. La
información se encuentra dispersa en estudios sobre las «educacionistas» (como se las denominaba entonces) y la militancia
feminista. Conformaron un contingente reducido de maestras, escritoras y
doctoras en Filosofía y Letras que incursionaron parcialmente en la
indagatoria. Se trata de Ángela Menéndez, Ana Mauthe,
María Atilia Canetti, Elvira
López, Ernestina López, Hermosina
Aguirre de Olivera y Juliane
A. Dillenius.
El desarrollo del sistema educativo
argentino, en el último tercio del siglo XIX, permitió que diversas mujeres
tuvieran mayores oportunidades de acceso a la formación superior. La creación
de escuelas normales en diversas ciudades y la labor de las docentes norteamericanas,
lideradas por Mary Mann, contribuyeron a mejorar la formación de las alumnas y
a crear condiciones para que lucharan en pro de sus derechos. El aluvión
inmigratorio, además, favoreció que algunas mujeres de origen europeo
accedieran a la educación superior en virtud de que sus familias lo veían como
una vía efectiva de promoción social y una estrategia de rápida inserción en el
país.
Entre las educacionistas del período hubo
algunas que –en la senda pionera
trazada por Juana Manso en su Compendio de la Historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata
(1862)– realizaron
contribuciones interesantes en materia historiográfica. Se destaca Ángela
Menéndez, una culta y activa maestra que, entre otras acciones, fundó la
Escuela Normal de Lenguas Vivas. Su preocupación pedagógica la motivó a buscar
en el pasado las claves de los problemas presentes en obras como Apuntes para la historia de la Educación
(1893) e Historia argentina ilustrada
(1902).
Paulatinamente, las universidades se
mostraron «permeables
al acceso de las mujeres» (García 2006, 40). El proceso no fue fácil, estaba limitado «por factores ideológicos sociales sobre la
naturaleza femenina y su papel en la sociedad» (García 2006, 140). Con
el paso del tiempo se hizo notoria la presencia de mujeres en el área
humanística.
La FFyL de la UBA, creada
en 1896, fue una de las que recibió más inscripciones de mujeres debido a que
aceptaba aspirantes que tuvieran título magisterial. La primera promoción de
egresadas se produjo en 1901. Entre ellas estuvieron Ana Mauthe, M.A. Canetti,
las hermanas Ernestina y Elvira López, las primeras mujeres en recibir el
doctorado. Luego lo harían Hermosina
Aguirre de Olivera (1908) y Juliane
A. Dillenius (1911).
Si bien la mayoría de estas intelectuales no
se especializó en Historia, en algunas se puede apreciar una relación directa
entre indagatoria del pretérito y adhesión al movimiento feminista. Los
casos más notorios son los de María Atilia Canetti –de activa
militancia, a nivel nacional e internacional,
en pro de una legislación en contra de la explotación sexual y la trata
de personas–; Ernestina López –militante feminista y fundadora de agrupaciones de
mujeres que luchaban para reivindicar sus derechos legales y políticos
(inclusive los derechos laborales de las egresadas universitarias) a través de
congresos, de la enseñanza y de la prensa–; y su hermana Elvira López –quien
tuvo un derrotero vital similar al de Ernestina en defensa de los derechos de
las mujeres, especialmente a nivel académico y periodístico–.
Aplicaron en su acción
reivindicativa argumentos y datos aportados por la historia, en particular en
lo referido a la evolución de la lucha por sus derechos. Esto se ve reflejado,
especialmente, en los casos de Ernestina y Elvira López, quienes obtuvieron sus
doctorados con sendas tesis sobre la literatura americana y el movimiento
feminista respectivamente. En ambos casos la fundamentación pretérita coadyuva
al sustento de las proposiciones sustentadas en los trabajos.
Hermosina Aguirre se doctoró con
una tesis titulada El factor económico en
la historia (1908). Es un aporte relevante que evidencia la influencia del
marxismo como clave teórica para explicar el devenir. Refleja su interés «por
anudar problemas económicos y morales como un modo de acercarse tangencialmente
a los dilemas de las mujeres» (2013). También escribió algunos
artículos de carácter didáctico en los que aboga, entre otros asuntos, por la
necesidad de contextualizar geográficamente los acontecimientos.
Mauthe, Canetti y las hermanas López participaron (en calidad de coautores)
en la elaboración de un manual, especialmente preparado para educación media (Carbia 1940, 298), el cual se titula Lecciones de historia argentina por los alumnos de 4°
año de la Facultad de Filosofía y Letras. Curso de 1899. Se
trataría del primer texto didascálico elaborado en un contexto universitario y
en el que intervinieron mujeres.
El caso de Juliane A. Dillenius es particular.
Egresó de la Escuela Normal de Profesoras de Buenos Aires y decidió
especializarse en Historia en FFyL. El contacto, entre otros, con Juan
Ambrosetti y Robert Lehmann-Nitsche despertó su interés por la antropología
física. En 1911 obtuvo su doctorado con una tesis referida a la «craneometría comparativa de los antiguos
habitantes de Tilcara» (García 2006, 144). Su destino profesional estuvo
condicionado por el matrimonio (1913) con quien fuera su profesor, Lehmann-Nitsche. Aunque dejó de publicar, mantuvo
la colaboración en las investigaciones de su esposo. El ser mujer, las
responsabilidades como madre y el «prestigio» de su marido fueron los aspectos que
determinaron que su carrera quedara «silenciada»
(Ramundo
2019, 9).
Además de las
mencionadas, hubo otras mujeres que estuvieron vinculadas con la FFyL pero de
las que existe poca información. Entre ellas se destaca Elisa Ferrari Oyhanarte, autora de Cepeda: 23 de octubre de 1859 (1909).
Perspectivas
disruptivas y militantes, los aportes de las precursoras
La apelación al pasado fue necesaria en
función de las demandas de la lucha por los derechos de la mujer. Las egresadas
universitarias se distinguen por formular sus argumentaciones históricas con
rigor académico y con respeto ante el canon metodológico. Esto resulta notorio,
por ejemplo, en las ponencias y declaraciones formuladas en eventos como el «Primer Congreso Femenino Internacional de
la República Argentina»,
auspiciado por la Asociación de Universitarias Argentinas (que se realizó entre
el 18 y el 23 de mayo de 1910). Las «Proposiciones» que se plantearon, vinculadas con la
situación de la mujer, tuvieron un sólido respaldo en la investigación
histórica y se aprobaron por el plenario. Sus contribuciones al proceso de
configuración del campo historiográfico fueron variadas.
Establecieron las bases de una perspectiva
de abordaje de género de la historia americana y argentina. Heroínas americanas. Episodios, anécdotas,
acciones heroicas (1910), de Elvira Reusmann de Battolla, fue una
de sus expresiones más interesantes. Se trata de una guirnalda evocativa de
mujeres con acción destacada en el siglo XIX en la lucha por la libertad de sus
patrias. La autora reclama para ellas «toda
la justicia a que se han hecho acreedoras por sus virtudes cívicas y morales»
(Reusmann
1910, 6).
Plantearon una sensibilidad divergente con
la hegemónica en la consideración de los acontecimientos. Una de las
expresiones más contundentes en este sentido fue la propuesta de declaración
formulada en el marco del Congreso Femenino Internacional, por Elvira Rawson,
sobre la «Enseñanza
de la historia». Argumentó
que «siendo la
historia de un pueblo no sólo el estudio de sus héroes y sus hechos guerreros,
sino también y principalmente, el de su evolución económica, política y social», las congresales verían «con agrado que los poderes públicos
encargados de la instrucción dieran a la enseñanza de este ramo su verdadera
amplitud» (Asociación
Universitarias Argentinas 1911, 98).
El plenario hizo suya la iniciativa y
emitió una declaración. Se solicitaba destacar, en la enseñanza de la Historia,
«aquellas
cosas que revelen las distintas fases evolutivas de los pueblos y sociedades,
más que a la narración de guerras y batallas» (Asociación Universitarias Argentinas 1911,
99). Este manifiesto constituye una expresión disruptiva con el paradigma
dominante –androcéntrico, bélico
y político– que excluía
cuestiones relacionadas con la economía y la sociedad. Está implícita, en la
propuesta de Rawson, la importancia del factor cultural, tan caro para muchas
de las militantes feministas que hacían de la educación su profesión.
Hermosina Aguirre aplicó en su tesis el enfoque del materialismo dialéctico en
la explicación del devenir. Formuló una crítica
frontal a la mayoría de los historiadores que priorizaron en sus obras «al militarismo o a la doctrina del grande hombre,
olvidando que los hechos históricos son el todo orgánico en la vida social» (Aguirre 1908, 3).
Es significativo que, a comienzos del siglo
XX, estas mujeres no pudieran, a pesar de la envergadura de sus aportes,
realizar carreras académicas. Podría aplicárseles la reflexión formulada por
Lobato para la totalidad de las universitarias de la época: «se integraron a esos ámbitos interesadas en pensar
y analizar los contornos del debate sobre la participación femenina en la
política, la educación, las profesiones, la producción de conocimientos»; se encontraron con profesores varones que
fungieron como padrinos, pero que no eran proclives a su ingreso a «las carreras laborales universitarias»
(Lobato
2013). Correspondería a la siguiente generación, la de las «profesionales» revertir esta situación.
Profesionales
La situación de
subordinación de las mujeres ralentizó su inserción en los espacios de poder
académico. De todos modos, y aunque esta situación se prolongó en el tiempo,
las sucesivas generaciones de profesionales articularon mecanismos de
resistencia. Asumieron como un hecho de la realidad los paradigmas de «simbolización cultural» (Lamas 2013, 12)
impuestos por el modelo de «masculinidad hegemónica» (Faur 2004, 23)
que naturalizaba las desigualdades de género. Pero, conscientes de la
historicidad de las estructuras sociales (materiales e imaginarias), fueron
capaces de erosionarlas desde dentro. A partir de una inicial asunción del
papel subsidiario que les correspondía, desarrollaron estrategias de
supervivencia –contracción al trabajo, excelencia en las producciones,
participación en la política universitaria– que desafiaron el «poder androcéntrico
del saber» (Stolcke 2004, 73).
Entre las décadas de 1920 y
1960 se produjeron, en el seno del campo disciplinario, una serie de
transformaciones que propiciaron el surgimiento de paradigmas disruptivos.
Si bien la
gestión de los ámbitos institucionales,
discursivos y conceptuales estuvo hegemonizada por varones, las mujeres ganaron
paulatinamente espacios. Existen ciertos datos cuantitativos
que ilustran la dicotomía existente entre la cantidad de alumnas en las
Facultades que ofrecían formación en Historia y la inserción efectiva en el
campo por parte de las tituladas.
En las tres
primeras décadas del siglo XX, la mitad de los graduados en la FFyL de la UBA
fueron mujeres. Esto «posiblemente respondiera a la
formación que ofrecía la Facultad, predominado cierto perfil utilitarista
orientado a la formación docente, por encima de un perfil más intelectualista,
dedicado a la investigación pura» (Lobato
2013). En el curso dictado por Emilio Ravignani en
1930, estaban inscriptos 74 estudiantes, 47 mujeres y 27 hombres (Devoto 1996, 400).
Ana Carolina
Arias demuestra que, entre 1922 y 1935, en la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación (en adelante FHCE) de la UNLP, sobre un total de 232
graduados, 177 fueron mujeres y 55 varones (2018, 65). El énfasis pedagógico de
la carrera y las posibilidades de inserción laboral favorecieron que muchas
mujeres optaran por la UNLP para realizar sus estudios.
Las
egresadas enfrentaron diversas trabas que obstaculizaban sus carreras
académicas. Debieron asumir una cierta división sexual de funciones que ofició
como «mecanismo no explícito en la
asignación de labores». Esto implicaba realizar tareas
relacionadas con la «supuesta naturaleza femenina» (Arias
2018, 20-21) (secretarias, bibliotecarias).
La salida
laboral como profesoras del nivel secundario parecía naturalmente más accesible
que el acceso a cargos universitarios. Nilda Guglielmi consideraba, en una
entrevista concedida a Aurora Ravina, que las limitaciones para las mujeres en
el ámbito académico provenían «no de propósitos deliberados de
diferenciación, sino de condicionamientos que, naturalmente, les imponen a los
hombres los códigos de comportamiento masculino a que están habituados» (Ravina 1997,
518). María Amalia Duarte plantea que «no se medía con la misma
vara a una mujer que a un varón cuando estaba en juego un cargo importante»; en
la UNLP, por ejemplo, «hacia fines de la década de 1950,
todavía se prefería a los hombres para ocupar la titularidad de las cátedras»
(Ravina 1997,
517).
Gracias a un informe elaborado por Emilio Ravignani en
1946, se sabe que en el Instituto, del cual era director,
trabajaban tres mujeres: Amalia Fanelli, María del Junco de Nerone y María de Olmedo.
Ninguna tenía formación específica en Historia. El propio Ravignani las preparó
en «estudios
paleográficos para la lectura de documentos de los siglos XVII a XIX para su
copia e interpretación» y en los
tecnicismos «de la
corrección de pruebas de imprenta» (Ravignani 1946, 144).
Recién en la
década de 1960 comenzó a materializarse la inserción integral de las mujeres,
como agentes con protagonismo efectivo –aunque en número
limitado–,
en el campo historiográfico. Este proceso puede reconstruirse mediante
indicadores obtenidos a partir de la participación en reuniones científicas y a
través de la inserción en instituciones académicas.
Los eventos ofrecieron un marco favorable
para que las historiadoras pudieran presentar los resultados de sus
indagatorias. Es interesante examinar, brevemente, la participación femenina en
dos congresos de historia de América realizados en Buenos Aires en 1937 y 1960.
Al II Congreso Internacional de Historia de
América (5 al 13 de julio de 1937) concurrieron 5 mujeres en un total de 90
historiadores argentinos; la cantidad fue exigua y la participación se limitó a
la presentación de ponencias. En 1960, entre los días 11 y 17 de octubre, se
celebró el III Congreso, participaron 19 mujeres en un total de 243 delegados
argentinos; menos de la mitad presentaron ponencias y solo dos integraron
alguna de las subcomisiones académicas organizadoras (Academia Nacional de la
Historia 1961). En los 23 años transcurridos entre ambos eventos la presencia
femenina pasó del 5,5% al 7,8% del total de asistentes argentinos. Si bien el
incremento es pequeño, resulta
evidente que había más mujeres interesadas y con posibilidades de participar.
Otra vía
para examinar la integración de mujeres en las estructuras del campo es la de
su incorporación a instituciones corporativas y centros universitarios.
Aurora Ravina realizó un pormenorizado estudio (1997) sobre la integración
de mujeres en la ANH. Recién en 1964 ingresó una argentina, Beatriz Bosch.
Posteriormente lo harían María Amalia Duarte (1977) y Daisy Rípodas Ardanaz
(1980). El flujo de ingresos femeninos aumentó a partir de la década de 1990.
La posma incorporación de historiadoras coincide, en líneas generales, con la
situación que se daba en las universidades, aunque estas se desacoplaron en la
década de 1960. Con el ingreso de Bosch se percibe que la Academia «se hizo eco de lo que sucedía en los otros sectores del
universo cultural», que no
habían hecho «más que
responder a la incitación de un fenómeno que era general en la sociedad. Se
comenzaba a aceptar, a pasos acelerados, a las mujeres como actores sociales en
el ámbito público» (Ravina 1997,
525-526).
En el caso de las universidades, las
mujeres se desempeñaron inicialmente en funciones que eran una prolongación de
las domésticas y de su rol de objetos estéticos (Bourdieu 2000, 69). Si en el seno del
hogar se encargaban de la «gestión de la imagen pública y de las apariencias
sociales» (Bourdieu 2000, 69) de los miembros de la familia, en el ámbito laboral
también debían desempeñar ese rol.
A las historiadoras les
resultó muy difícil superar esas trabas. El proceso de emancipación de la
servidumbre pautada por las diferencias sexuales en el trabajo fue lento. Esa
evolución fue posible, entre otros factores, gracias al surgimiento y
consolidación de algunos núcleos de docencia
e investigación que contaron con importante presencia de mujeres.
En la FHCE
de la UNLP pueden distinguirse, según la evidencia reunida hasta el momento,
dos generaciones de historiadoras. La primera estuvo influida por Levene y
Carbia, y la integraron María Ofelia Elicabe, Noemí Godoy Cáceres, María Mercedes
Primarino, Palmira Bollo Cabrios, Lola Benzrihem y Guillermina Sors de
Tricerri, entre otras. La segunda
se formó bajo el magisterio de Enrique Barba y Carlos Heras, y María Amalia Duarte fue una de sus representantes
más destacadas.
De las integrantes de la primera generación se conoce poco. María Ofelia,
Noemí y María Mercedes participaron de un seminario dirigido por Carbia, que
culminó con la publicación de un libro denominado El valor testimonial de cuatro cronistas americanos: Funes, Rui Díaz,
Las Casas y Acosta (Buenos Aires, 1929). Lola se tituló como profesora en
Historia, Geografía e Instrucción Cívica en la FHCE y realizó algún curso del
doctorado en Historia. Se dedicó a la enseñanza en el nivel secundario. Publicó
algunos artículos y libros
Guillermina Sors se graduó en la UNLP. Fue «la
única mujer que formó parte del grupo fundador [en 1932] del Centro de Estudios
Históricos. Se dedicó, durante toda su trayectoria, al estudio de los pueblos
de la provincia de Buenos Aires» (Duarte 1995,
291) y realizó una práctica
historiográfica integral. Trabajó varias décadas en el Archivo Histórico de la
Provincia de Buenos Aires. Las investigaciones realizadas en ese repositorio se
divulgaron en opúsculos publicados por la propia institución, entre los que se
destacan: El puerto de la Ensenada
de Barragán, 1727-1810 (1933), y un trabajo
referencial como Quilmes colonial
(1937). Integró el equipo de
colaboradores que, bajo la dirección de Levene, publicó a partir de 1940 la Historia de la Provincia de Buenos Aires y
formación de sus pueblos (1940-1941).
María Amalia Duarte fue una de las exponentes más ilustres de la segunda
generación de historiadoras de la UNLP. Tuvo una destacada carrera profesional
que le permitió, entre otros logros, ser elegida miembro de número de la ANH
(1977). La ceremonia de incorporación se
realizó el 11 de setiembre de 1979. En la apertura del acto, Enrique Barba
confesó estar emocionado y satisfecho «al
presentar a una exalumna que tantas satisfacciones me ha dado como egresada de
la Facultad de Humanidades de La Plata, como profesora de la misma, como
doctora, publicista y ahora académica» (Barba
1979, 141). Su carrera profesional comenzó en la década del 1950 en La Plata –donde ejerce el doble rol de docente y «Secretaria Técnica del Departamento» (Allende
1979, 141)– y en el Instituto Superior del Profesorado «Dr.
Joaquín V. González». Trabajadora
incansable, especializada en historia argentina y de Entre Ríos, expuso los
resultados de sus indagatorias en múltiples publicaciones.
En el contexto de la década de 1960 se formaron en La Plata varias
historiadoras que se convertirían en referentes de la historiografía argentina.
Su estudio escapa a los límites de este trabajo, pero debe mencionarse a Noemí
Girbal-Blacha como una de las representantes más destacadas.
En el proceso de incorporación de mujeres en los cuadros de la FFyL de la
UBA se reconocen dos momentos importantes que se articulan en torno a las
figuras de Claudio Sánchez Albornoz y de José Luis Romero. Sánchez Albornoz realizó importantes
aportes en la promoción de los estudios sobre el medioevo. Contribuyó a formar
a un conjunto de discípulas entre las que figuran Nilda Guglielmi, Hilda
Grassotti, Carmen Carlé, Irene Arias, Adriana Bo y Elena Guerrero. Sánchez
Albornoz les sugería temas, les facilitaba fuentes y contactos en el exterior.
Algunas tuvieron carreras relevantes. Hilda Grassotti, por ejemplo, obtuvo en
1964 el «Premio concedido por el Centro
Internazionale di Studi sull Alto Medioevo» de Spoleto «por
su tesis doctoral titulada Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla, (s. X al XIV)”
(Ríos 2018, 262).
El segundo momento coincide con la labor de José Luis Romero en el marco de
la Cátedra de Historia Social General, creada en 1957. Esta se transformó en
ámbito fundamental de la renovación historiográfica y reunió, en un su seno, a
un importante grupo de especialistas entre los que se destacaron Reina Pastor,
Haydée Gorostegui y Nilda Guglielmi.
Animado por la tradición de los Anales en cuanto al interés de la «historia económico-demográfica»
(Devoto y
Pagano 2009, 377), el grupo desarrolló una intensa actividad. Reina y
Haydée tuvieron la oportunidad de realizar estancias de investigación en
Francia. Uno de los proyectos implementados, el referido a «Materiales para el estudio del progreso económico y
social de la Argentina», permitió la
participación de Haydée en el equipo de dirección y la incorporación de «jóvenes investigadores procedentes de Sociología» (Devoto
y Pagano 2009, 378) como Susana Torrado.
En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán
se dio un fenómeno curioso, similar al acaecido en la UBA. Se organizó un grupo
de historiadoras en torno a Roger Labrousse, un exiliado francés (especialista
en historia de las ideas, filosofía política y del pensamiento español) que
arribó a Tucumán en 1943 y permaneció allí hasta su muerte, en 1953. Fue
director del Departamento de Historia y profesor de varias asignaturas
relacionadas con la historia general (Historia Antigua, Medieval). Durante su
gestión formó un grupo de discípulas integrado por María Victoria Dappe, María
Eugenia Valentié, Selma Agüero, Matilde Raffo de Avellaneda y María Elena Vela
de los Ríos.
En otras universidades los itinerarios de las historiadoras fueron variados
y respondieron a lógicas diversas.
En la Universidad Nacional del Litoral (en adelante UNL) tuvo un rol
pionero Beatriz Bosch, graduada en Historia y Geografía en la Facultad de
Ciencias Económicas y Educacionales (1931). Fue docente en el Instituto
Nacional del Profesorado de Paraná y en la Facultad de Ciencias Jurídicas y
Sociales de la UNL. Tuvo una carrera extensa y exitosa.
En 1962 se formó, en el seno de la FFyL de la UNL, un grupo pujante cuando
Nicolás Sánchez Albornoz asumió la dirección del Instituto de
Investigaciones Históricas. El español creó un equipo de trabajo «que investigó sobre la población del valle de Santa María, en
la encrucijada de las actuales provincias de Catamarca, Tucumán y Salta, desde
fines del siglo XVIII hasta fines del XIX»
(Devoto y
Pagano 2009, 389).
En la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de
Córdoba se generó otro grupo renovador en torno a Ceferino Garzón Maceda,
director del Instituto de Estudios Americanistas (entre 1957 y 1966). En el marco de su gestión se formaron Hilda
Iparraguirre y Ofelia Pianetto, autoras de La organización de la clase obrera en Córdoba, 1870-1895 (1968). En
la Facultad de Ciencias Económicas, Garzón coadyuvó a la formación de un nuevo
grurpo de profesionales, entre los que se destacó Silvia Palomeque. A partir de
1960 se formaron en la misma institución, orientadas por Carlos Segreti,
Beatriz Moreyra y Norma Riquelme de Lobos, entre otras, de destacada actuación
en décadas posteriores
En diversas provincias, al margen de la inserción en grupos académicos,
hubo otras historiadoras que realizaron aportes interesantes. Su mención
trasciende los límites de este trabajo.
Estrategias de
supervivencia, la petite histoire de Alicia Vidaurreta
El desempeño de funciones universitarias, en calidad de docentes e
investigadoras, fue un factor fundamental para la inserción efectiva de las
historiadoras en el campo profesional. Para lograrlo debieron enfrenar
múltiples dificultades y desarrollar diversas estrategias. Las fuentes
epistolares brindan valiosa información para conocer sus itinerarios. Es
interesante evocar, brevemente, y a cuenta de futuras indagatorias, las
reflexiones y emociones expuestas por Alicia Vidaurreta, una de las
protagonistas de aquel proceso, en su correspondencia con el uruguayo Juan
Pivel Devoto.
Alicia fue alumna de Pivel en un curso sobre historia del Uruguay que este
dictó en 1959 en la UNLP. Cuando se conocieron, la argentina era docente en
escuelas secundarias y del Instituto Superior del Profesorado. Debido a la
empatía personal y a su interés por la historia rioplatense, recurría
frecuentemente a Pivel para solicitarle asesoramiento bibliográfico y
patrocinio en instancias concursables. La correspondencia entre ambos refleja
los avatares, expectativas y angustias de una mujer por obtener un lugar en la
corporación de historiadores.
En una misiva, al comentar
sus vivencias en el marco del Congreso de Historia de América de 1960, le
confiesa al uruguayo que sintió profunda emoción cuando un congresista la llamó
«digna
discípula de Pivel Devoto» (Vidaurreta
1960, 246).
Existe, en el discurso de Alicia, una clara apelación a la estrategia
discipular como recurso de legitimación simbólica, a través del peso
epistemológico y funcional de un referente en el ámbito rioplatense como Pivel.
Evidencia una internalización de las «virtudes
negativas de abnegación, resignación y silencio»
(Bourdieu
2000, 38),
tradicionalmente aceptadas por las propias mujeres y que terminan por
naturalizar la violencia simbólica.
En el marco de una serie de reflexiones sobre la publicación de su libro
sobre Juan Carlos Gómez expresa:
Me parece un sueño que vaya a la imprenta. Recuerdo la emoción con que lo
puse en sus manos, pero ahora sin que me vea la cara, debo confesarle que
estuve a punto de abandonarlo varias veces, en aquellos períodos de depresión
que pasé. Si no lo hice fue pura y exclusivamente por Ud., siguiendo su ejemplo
de voluntad tremenda e indoblegable y en cumplimiento de una promesa que hice
en un tren viniendo de La Plata. Sus palabras, su amistad y su compañía en
aquel año 1959, es algo que jamás olvidaré. Encontré en ellas todo lo que me
faltaba por otro lado, la comprensión y el afecto que mi padre no quiso o no
supo brindarme. Ellas fueron las que alentaron mi modesto trabajo de aprendiz.
A ellas se lo dedico fervorosamente y en homenaje al gran maestro que tuvo
siempre para conmigo generosidad y paciencia, y que con su tacto y afecto, supo
no hacerme sentir tan ignorante (Vidaurreta 1962, 111).
Puede intuirse, en las reflexiones de Alicia, una cierta reproducción en el
vínculo con su maestro de esquemas relacionales de carácter familiar,
expresados en los vínculos de marido-esposa o padre-hija. La «voz del padre» –la autoridad paterna, la guía viril de un agente experto– las saturan de contenido simbólico. Revelan las
estructuras que condicionaban el comportamiento y el status de las mujeres en
el campo profesional.
Hasta qué punto las reflexiones y comentarios formulados por Alicia eran
sinceros nunca se sabrá. Lo cierto es que, su aceptación de la división de
roles y funciones le generó la simpatía del maestro, su apoyo para obtener, por
ejemplo, el cargo de investigadora de carrera del Consejo de Investigaciones
Científicas y Técnicas de Argentina y para proyectarse profesionalmente. Esa
aceptación, aparente o real, de los «roles
naturales» que le
correspondían en función de su sexo, constituyó una verdadera estrategia de
supervivencia.
Las investigadoras profesionales
y sus contribuciones en la emergencia de la Nueva Historia
Entre las décadas de 1950 y 1960 se crearon condiciones propicias para
que las historiadoras pudieran vivir de la indagatoria del pretérito y, por
ende, desempeñar un rol más activo en la estructuración del campo
disciplinario. Su historia
es la de las luchas para superar las trabas impuestas por las estructuras
patriarcales que regían la división sexual de tareas académicas.
Estas profesionales fueron protagonistas –a través de su labor en grupos
de investigación, la publicación de sus trabajos y la docencia– de la
articulación de la Nueva Historia que transformó definitivamente las prácticas.
Lo hicieron, fundamentalmente, con la aportación de una mirada alternativa
e interdisciplinaria que, en los hechos, coadyuvó a forjar una comprensión más
completa del pasado nacional.
En una evocación autobiográfica, referida al período en que comenzó su
formación, Dora Barrancos comenta:
En 1962, luego de
cursar el ciclo introductorio para el ingreso en la Facultad de Filosofía y
Letras, ya estaba inscripta en Sociología. ¿Por qué Sociología, (…)? Mientras me reorientaba después del malogrado
tránsito por Derecho, alguien (…) me dijo que debía inscribirme en Sociología
porque el carácter de las argumentaciones y los intereses que defendía me
hacían apta para ´la nueva carrera que propone estudiar científicamente a la
sociedad´. Las materias de Sociología y de otras disciplinas de la Facultad (…) fueron de crucial significado. (…), pero las
palmas se las llevaba Historia Social General bajo la batuta del notable José
Luis Romero. (…) La idea de hacer conversar sociología e historia fue para mí
perdurable (Barrancos 2019, 28- 30).
Esta evocación es mucho más que una anécdota. Está formulada por una
académica consagrada, militante feminista que encara el estudio de la historia
con perspectiva de género y como instrumento para comprender tanto las
modalidades de subordinación de las mujeres, como las estrategias y acciones en
pro de su emancipación. Debe valorarse como una reflexión de carácter
autobiográfica en la que autora, narradora y personaje interactúan y se
retroalimentan. Barrancos cuenta su incorporación a la vida universitaria en un
momento particular de la lucha de las mujeres por sus derechos y se cuenta como
persona, como mujer partícipe de aquellas aspiraciones y reivindicaciones
colectivas. Su vida ilustra sobre la vida de tantas que han permanecido
invisibilizadas.
La historiadora refiere a uno de los fenómenos fundamentales en el
desarrollo de la Nueva Historia como fue el carácter interdisciplinario de las
indagatorias que comenzaban a realizarse y que tenían uno de sus epicentros en
la Cátedra de Historia Social General de Romero. En ese ámbito académico y en
esa línea de investigación hubo investigadoras como Haydée Gorostegui y Susana
Torrado, quienes favorecieron el intercambio entre disciplinas como la
Historia, la Sociología y la Demografía.
En la misma línea, pero en la Universidad Nacional de Rosario, debe
destacarse la labor de Ofelia Cabañas y Beatriz Rasini, quienes
participaron en el proyecto sobre la población del valle de Santa María. Fue una pesquisa
innovadora que puso en diálogo la Historia y la Demografía.
No se trató exclusivamente de aportes interdisciplinarios con las pujantes
ciencias sociales. También se materializaron algunas modalidades fecundas de
diálogo con las humanidades tradicionales, como fue el caso de las
historiadoras de la Universidad Nacional de Tucumán. María Victoria Dappe y María Eugenia
Valentié, entre otras, se formaron en un paradigma particular, impuesto por
Labrousse, que suponía una base de conocimiento integral en Historia, Literatura
y Filosofía, una suerte de interdisciplinariedad humanística que enriquecía y
complejizaba la indagatoria del pretérito.
Conclusión
Los resultados que se presentana fueron
formulados desde una perspectiva generalista. Quedan esbozadas, debido al carácter
exploratorio y panorámico de la pesquisa, un conjunto de cuestiones que serán
problematizadas y analizadas en estudios posteriores.
La
incorporación de mujeres en el campo historiográfico argentino se efectivizó
durante la primera mitad del siglo XX. Fue un proceso lento, trabajoso y
plagado de dificultades en el que debieron desarrollar un conjunto de
estrategias que les permitieran (a costa de grandes esfuerzos) revertir el «efecto Matilda»
(Rossiter 1993) –en y sobre la historiografía argentina– y sobrevivir en el contexto de los «lugares asignados»
por el orden patriarcal. Fueron capaces de operar desde dentro para mejorar sus
posiciones y abrir posibilidades de acceso a otras mujeres.
Especialmente
en las décadas de 1950 y 1960 se aprecia una evolución significativa en la
incorporación y acción de las mujeres en los espacios de docencia e
investigación. Culminaba entonces un largo período en el que fueron erosionando
el modelo de masculinidad hegemónica en los ámbitos académicos.
Las precursoras
lo hicieron desafiando algunos postulados epistémicos. Propusieron una perspectiva de género
para el abordaje de la historia americana y argentina. Articularon un relato
disruptivo con el paradigma androcéntrico que superó la impronta viril (bélica
y política) a través de enfoques socioculturales y –en algunos casos–
proclives al materialismo dialéctico. En la lucha por reivindicar sus derechos
políticos y sociales, intelectuales como Ángela Menéndez, Ana Mauthe,
María Atilia Canetti y Juliane A. Dillenius,
derribaron paulatinamente muros, lograron acceder a la titulación universitaria
y ganar más espacios en el sistema educativo.
Las
profundas transformaciones que se produjeron en Argentina a mediados del siglo
XX contribuyeron a un cambio significativo en la situación de las mujeres en
general. El derecho al sufragio, el aumento de la participación política y el
ingreso masivo al mercado laboral son algunas de sus conquistas más
importantes. Estos logros tuvieron su correlato en el ámbito universitario, tal
como se prouró demostrar en términos cualitativos (carácter de las
investigaciones emprendidas, rigurosidad heurística, naturaleza de los cargos a
los que accedían) y cuantitativos (aumento del ingreso de mujeres a los centros
superiores de formación en historia, incremento de la participación en eventos
académicos).
Con
paciencia y modalidades de resistencia persistentes, las historiadoras pusieron
en evidencia la artificialidad de la naturalización de las desigualdades de
género y, por ende, de los roles que «naturalmente»
les corresponderían a varones y mujeres. Intelectuales como Guillermina
Sors de Tricerri, María Amalia Duarte, Noemí Girbal-Blacha, Nilda Guglielmi, Hilda
Grassotti, Alicia Vidaurreta y Dora Barrancos, entre otras, desafiaron –con
astucia y diversos grados de intensidad– el «poder
androcéntrico del saber» (Stolcke 2004, 73) y la –supuesta– «eternización relativa»
(Bourdieu 2000) de la división sexual del trabajo. Fueron capaces de deconstruir la
performatividad de género (Butler 2000) al demostrar el carácter endeble de sus
estructuras discursivas, normativas y tabuizantes. Lo hicieron gracias a una
triple estrategia: como mujeres que estudiaban la historia, con la
explicitación del rol de sus congéneres en el devenir y mediante la conquista
de posiciones académicas.
Una de las
grandes contribuciones de las profesionales fue subsanar, parafraseando
a Scott (2008), el «registro
incompleto del pasado» y colaborar en su necesaria
reescritura; es decir, comenzaron a revertir la subordinación integral de las
mujeres en la historia y en la historiografía de Argentina.
Apoyo financiero: El artículo se realizó en el marco de las
actividades de investigación del autor en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de
la República (Uruguay).
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______. 23 de setiembre de 1962. «Carta a Juan Pivel Devoto». Archivo General de la Nación (Uruguay).
Caja 327, carpeta 1341, f. 111.
[1] Este artículo presenta
resultados parciales de una pesquisa más amplia titulada Historia comparada
de la historiografía rioplatense en los siglos XIX-XX. Surgimiento y
consolidación de los estudios, la investigación histórica y los imaginarios
sociales en Uruguay y Argentina, proyecto
inscripto en el marco de las actividades de investigación del autor en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de
la República (Uruguay).
[2] Tributaria de los aportes de la Escuela
de los Annales, del
marxismo y de la New Economic History. Se caracteriza por abordar temas y problemas de carácter social, económico y
cultural desde una perspectiva interdisciplinaria.