Rev. Reflexiones 97 (1): 85-98, ISSN: 1021-1209 / 2018
Inserción laboral de jóvenes y desigualdades de género en la Argentina reciente
Youth labor insertion and gender inequalities in recent Argentina
Pablo Ernesto Pérez1
Fecha de recepción: 2 de noviembre - Fecha de aceptación: 25 de enero de 2018
Resumen
El artículo examina las formas en que se expresan las desigualdades de género en las diferentes posibilidades de inserción laboral de jóvenes en Argentina durante el periodo que transcurre entre 2003 y 2014. Para ello, analizando datos cuantitativos de la Encuesta Permanente de Hogares (2003-2014) y de la Encuesta Nacional de Jóvenes del INDEC (2014), indaga sobre los roles sociales diferenciados entre varones y mujeres, principalmente en lo vinculado a las responsabilidades familiares –las llamadas tareas de cuidado- y sus implicancias sobre las posibilidades laborales de ambos sexos. Ello permite afirmar la presencia de menores tasas de participación laboral y empleo para las mujeres como norma social y no como elección racional. En este sentido, encontramos que las desigualdades de género acentúan la inequidad en el acceso al mercado de trabajo de las jóvenes, especialmente aquellas de cuna humilde.
Palabras clave: Jóvenes, desigualdades de género, trabajo, empleo, Argentina
Abstract
The article examines the ways in which gender inequalities are expressed in the different possibilities of labor insertion of young people in Argentina during the period 2003-2014. For this purpose, analyzing quantitative data from the Argentina Permanent Household Survey (2003-2014) and the INDEC National Youth Survey (2014), it inquire into the differentiated social roles between men and women, mainly in relation to family responsibilities -the so-called care tasks-, and their implications on the employment possibilities of both sexes. This makes it possible to affirm the presence of lower rates of labor participation and employment for women as a social norm and not as a rational choice. In this sense, we find that gender inequalities accentuate inequality in the access to the labor market of young women, especially those of humble crib.
Keywords: Youth, gender inequalities, labor, employment, Argentina
Introducción
Luego de la crisis de 2001-2002 en Argentina, se inicia un prolongado ciclo de crecimiento económico que no sólo recupera los niveles de producto previos a la crisis sino que supera los valores más altos de la década anterior. Este crecimiento derivó en una sensible mejora de los indicadores laborales y sociales básicos. No obstante este contexto favorable, la situación ocupacional de personas jóvenes, y en particular de las mujeres jóvenes, permaneció en un escenario vulnerable durante prácticamente todo el período analizado2.
De la abundante producción académica de los últimos años sabemos que las mujeres sufren segregación ocupacional (discriminación que enfrentan las mujeres para acceder a ciertos trabajos), que cobran salarios menores que sus colegas varones a igualdad de puesto y que encuentran innumerables dificultades para compatibilizar obligaciones laborales y familiares, dado que las tareas de reproducción son exclusivamente delegadas a las mujeres.
La aparición del movimiento feminista tuvo un papel trascendental en poner de manifiesto las diferencias entre el trabajo femenino y masculino, y en cierta forma, contribuyó a redefinir el concepto de trabajo al incluir el ámbito doméstico además de la esfera profesional. Las tareas que se desarrollan en la esfera doméstica y familiar son un factor fundamental en el análisis de la actividad productiva no sólo de las mujeres sino de ambos sexos. En este ámbito se definen las estrategias de presencia de cada integrante de la familia en las tareas de producción y reproducción.
Una gran mayoría de las mujeres asume como natural el trabajo doméstico o de la reproducción3, lo cual provoca que o bien no accedan a un empleo –convirtiéndose en “amas de casa” o bien a compaginar ambas tareas en una situación de “doble presencia” (Carrasquer Oto, 1997).
No obstante, esta problemática no es igual para las mujeres de diferentes edades. Las jóvenes deberían escapar de estas dificultades debido a sus mayores niveles de escolaridad y educación4. Si las nuevas tecnologías demandan trabajadores más formados ¿no deberían ser las personas jóvenes, y especialmente las mujeres jóvenes, las más solicitadas por las empresas dada su mayor escolarización? Si las empresas buscan trabajadores a quienes puedan individualizar, de manera de vincular su productividad y su paga, aislarlos de demandas colectivas ¿qué mejor que jóvenes que se hallan menos representados por los sindicatos, y entre ellos las mujeres quienes se encuentran prácticamente excluidas de este mundo definitivamente masculino? (Guimaraes, 2004). Además, dado que en muchos casos aun no asumen responsabilidades vinculadas a las tareas de reproducción (tareas de cuidado y domésticas) se encontrarían menos condicionadas que sus pares adultas.
Sin embargo, la evidencia empírica nos muestra que las jóvenes trabajadoras son aquellas que encuentran mayores dificultades para insertarse laboralmente: presentan menores tasas de participación (actividad) y empleo junto a tasas de desocupación más elevadas tanto respecto de sus colegas varones como respecto de mujeres adultas. Podríamos señalar que se encuentran doblemente condicionadas -por ser jóvenes y por ser mujeres- y representan el grupo social con peores indicadores ocupacionales.
¿Cuáles son las causas de esta mayor vulnerabilidad? ¿La doble actividad laboral de las mujeres? ¿Los estereotipos de género5? ¿La falta de experiencia laboral asociada a la juventud? ¿Su condición de nuevos ingresantes al mercado de trabajo? ¿Cómo juega, además, la posición del hogar en la estructura social? ¿Existe una sumatoria de desigualdades?
Los estudios de juventud y los de género se han construido como campos de análisis divergentes, donde la juventud suele trabajarse como una categoría asexuada mientras que la perspectiva de género tampoco parece haber prestado mucha atención al segmento de personas jóvenes (Carrasquer Oto, 1997). En este sentido, el objetivo del presente texto es indagar las formas en que se expresan las desigualdades de género en las diferentes posibilidades de inserción laboral de jóvenes en Argentina durante el periodo que transcurre entre 2003 y 2014.
El presente trabajo incluye datos cuantitativos de la EPH (2003-2014) y de la Encuesta Nacional de Jóvenes del INDEC (2014). Compartimos que la categoría “jóvenes” es una construcción social y no un dato fisiológico, que su contenido y sus límites varían de acuerdo a las épocas y las culturas. En los últimos tiempos, con las dificultades asociadas a la estabilización en un empleo y la postergación de la edad de autonomía económica de las personas jóvenes, muchos estudios –así como las encuestas a jóvenes- han ampliado el rango a 15-29 años de edad, tramo de edad que utilizaremos en el presente artículo. Somos conscientes que existen notorias diferencias entre alguien de 15 años y alguien de 29, ya que ddetrás de la diferencia de edad se encuentran diferencias en credenciales educativas obtenidas y en la experiencia laboral. No tiene las mismas posibilidades alguien de 15 años, que aún no tiene edad para finalizar el colegio secundario y comienza la búsqueda de un empleo que alguien de más de 24 años, quien potencialmente podría haber terminado la universidad y puede tener, además, una rica experiencia laboral previa. No obstante, nos centraremos aquí en analizar las desigualdades de género entre este heterogéneo colectivo.
El artículo se estructura en cinco secciones. Luego de la introducción se discuten algunos conceptos sobre el vínculo entre género, origen social y posibilidades laborales para personas jóvenes. En la segunda sección se examinan los principales indicadores ocupacionales de las jóvenes trabajadoras en relación a los de sus pares varones y las trabajadoras adultas. La tercera sección incluye las tareas de cuidado en el análisis de la inserción laboral de varones y mujeres. La cuarta y quinta secciones discuten brevemente el rol de las credenciales educativas y del origen social en las posibilidades laborales de las jóvenes. Finalmente, se exponen unas breves reflexiones finales.
Género, origen social y posibilidades laborales
Diversos enfoques económicos intentan explicar las diferencias que enfrentan varones y mujeres para insertarse en el mercado de trabajo y obtener un empleo de calidad. Sin embargo, no consideran la posibilidad de que el comportamiento económico de varones y mujeres pueda ser disímil a partir de distintos roles que le son asignados.
Desde la economía ortodoxa se enfatiza la elección racional de las mujeres, quienes elegirían trabajar pocas horas (menos que los varones) dado que les permitiría compatibilizar su empleo con su función de madre y/o el trabajo en el hogar (elección trabajo-ocio, maximiza su utilidad individual). Una extensión de este enfoque considera que es la familia quien “elige” cuales integrantes se harán cargo de las tareas domésticas y quiénes saldrán a buscar un empleo remunerado (maximiza la utilidad conjunta del hogar). Debido a que el mercado paga mejor a los varones que a las mujeres6 son estas últimas quienes se responsabilizan mayoritariamente de las tareas reproductivas mientras que los varones son los encargados del trabajo productivo.
No obstante, estas decisiones no se toman en libertad, dado que se encuentran condicionadas por normas sociales y culturales que determinan que mientras la responsabilidad primaria de insertarse laboralmente y llevar un ingreso al hogar sea masculina (modelo del varón proveedor), el trabajo doméstico sea una tarea esencialmente femenina. Esta naturalización de la feminización del trabajo doméstico condiciona sus posibilidades de acceso al mercado de trabajo, situación que se manifiesta mediante una menor participación laboral que los varones y/o una participación con jornada reducida que le permita atender también sus obligaciones domésticas.
De esta forma, las trayectorias laborales de varones y mujeres no dependen sólo de las necesidades y prácticas de contratación por parte de las empresas sino también de estrategias familiares que disponen –en muchos casos desde edades tempranas– qué integrantes del hogar buscaran insertarse en el mercado laboral (a realizar un trabajo productivo) y quienes permanecerán en el hogar realizando tareas reproductivas. Estas dos esferas, la esfera productiva y la reproductiva, se encontrarían entonces fuertemente articuladas, lo que significa que es imposible analizar la situación laboral de varones y mujeres disociando el lugar que ocupan en la producción, de su lugar dentro de la familia (Barrere-Maurisson, 1984, 1999). Es decir, es necesaria una perspectiva relacional propia de la mirada de género.
Las tareas reproductivas no sólo pueden realizarla los integrantes de los hogares sino que parte de ellas también puede proveerlas el sector público (por ej. servicios de cuidado de niños o ancianos) o bien adquirirse en el mercado. Cuando la provisión pública es insuficiente, el acceso a estos servicios va a depender del poder adquisitivo de los hogares, reflejando (y potenciando) la desigualdad (Esquivel, 2016). Mientras que los hogares de altos ingresos pueden contratar servicios privados para realizar tareas reproductivas, los hogares de bajos ingresos deben destinar una parte importante del tiempo de sus integrantes para las tareas domésticas, labor que realizan casi sin excepción las mujeres, limitando de esta forma sus posibilidades de inserción en el mercado de trabajo. Vemos así que las diferencias de género pueden asumir intensidades y formas distintas en diferentes sectores sociales (Oliveira, 2007)7.
Aquí, también, el nivel educativo alcanzado aparece entre las variables condicionantes de las posibilidades de inserción de las personas jóvenes. Aunque a nivel agregado los mayores niveles de educación que presenta este grupo respecto de los adultos no parecieran garantizarles mejores perspectivas de inserción laboral, a nivel individual, mayores niveles de educación están asociados a una mayor probabilidad de obtener un empleo. La deserción escolar temprana conduce inexorablemente a una inserción laboral precaria y tiende a reforzar la transmisión intergeneracional de la pobreza. En el caso de las mujeres jóvenes, el hecho de poseer un elevado nivel educativo amplía sus posibilidades de obtener un empleo no precario, lo cual le garantizaría el acceso a prestaciones sociales (como por ej. una guardería en el trabajo) e ingresos para poder contratar en el mercado servicios reproductivos. Aquellas mujeres con menores niveles educativos tienen menores posibilidades de obtener un empleo y si lo consiguen es probable que el mismo sea precario y de bajos ingresos, lo que obstaculiza la contratación privada de estos servicios, dificultando a su vez sus posibilidades educativas y laborales (dado que son ellas quienes finalmente realizan las tareas reproductivas)
De este modo, vemos una de las formas en que el origen social condiciona las diversas posibilidades que tiene las mujeres de insertarse en el mercado de trabajo (empleo pleno, combinación de empleo de pocas horas y trabajo doméstico, solo trabajo en el hogar). A su vez, dado que la relación que establecen las personas con el trabajo (productivo y reproductivo) configura diferentes grupos con desigual capacidad de acceso a recursos materiales, culturales y simbólicos (Kergoat 1994, Carrasquer Oto 2009) se va conformando un círculo de exclusión social.
¿Por qué analizar la situación laboral de mujeres jóvenes y no de las mujeres en general? Porque las oportunidades y constreñimientos vividos durante la juventud marcan profundamente las posibilidades y condiciones futuras de bienestar e inclusión; tanto las condiciones estructurales como las dimensiones subjetivas de la desigualdad resultan claves en esta etapa, y su experimentación durante este periodo de la vida constituye un aspecto fundamental en el proceso de fragmentación social (Saraví, 2015).
En síntesis, en el presente texto entendemos que la división del trabajo funciona simultáneamente en los ámbitos doméstico y laboral, y que, por lo tanto, no se puede disociar el estudio del lugar de los varones y las mujeres en la producción, de su lugar dentro de la familia.
Actividad, empleo y desocupación de jóvenes mujeres
Existen fuertes contrastes en los indicadores ocupacionales de acuerdo al sexo y a la edad. Las mujeres jóvenes parecen sobrellevar ambas desigualdades dado que presentan menores tasas de actividad y empleo, y mayor desempleo tanto respecto de los varones de su misma edad como de las mujeres adultas.
Tabla 1
Condición de actividad por sexo y grupo de edad. Total aglomerados urbanos. Periodos seleccionados
Fuente: Elaboración propia en base a EPH-INDEC.
La tabla 1 nos brinda abundante información y posibilita dos niveles de análisis: el estudio de la estructura ocupacional desigual entre mujeres y varones de diferentes edades, y la evolución de los indicadores ocupacionales durante el periodo seleccionado.
En primer lugar, se destaca la importante brecha en la tasa de actividad de las jóvenes respecto de los otros grupos. En cada periodo, presenta la menor tasa de participación laboral tanto respecto de los varones de la misma edad como de las mujeres adultas. Respecto de los trabajadores adultos, muchas jóvenes pueden encontrarse aun en el sistema educativo, motivo por el cual no han ingresado al mundo del trabajo. Se registra durante el periodo un aumento en la asistencia educativa del grupo de 15 a 29 años, lo cual explica la menor tasa de actividad relativa, pero no implica necesariamente una elección voluntaria de estudiar y no trabajar, sino que para muchas de ellas, las bajas perspectivas de obtener un empleo son centrales en su decisión de prolongar su permanencia en la escuela. Es una respuesta, podríamos decir “adaptativa” de las personas jóvenes a sus dificultades de inserción en un mercado de trabajo que se vuelve más selectivo. En estudios anteriores (Pérez 2011; Pérez, Deleo y Fernandez Massi 2013) encontramos que gran parte de estas personas jóvenes transita desde la inactividad directamente hacia un empleo, sin pasar por un período de búsqueda que los ubique como desempleados (y dentro de la población económicamente activa). Esto indica que la búsqueda de un empleo es un proceso pasivo, de manera que sólo ingresarían al mercado de trabajo cuando se les presenta una oportunidad laboral.
Una parte importante de la explicación de la brecha en las tasas de actividad entre jóvenes varones y mujeres no depende de la estructura y vaivenes del mercado laboral, sino que debe buscarse en la división sexual del trabajo, que conduce a que mientras los jóvenes se preparan para ejercer un trabajo productivo, gran parte de las jóvenes son educadas para asumir el trabajo doméstico o de la reproducción (Carrasquer, 1997). A su vez, la condición de inactividad representa en muchos casos un estatus socialmente aceptable para las mujeres pero no para los varones (Maruani, 2002).
En segundo lugar, encontramos una situación análoga respecto de las tasas de empleo y desempleo. Las mujeres jóvenes continúan encontrando mayores dificultades de acceso a un empleo, esencialmente vinculado a prácticas de contratación discriminatorias por parte de las empresas. En esta edad suelen compatibilizarse los proyectos profesionales y familiares, y dado que la mayor parte de las “obligaciones domésticas” (vinculadas al cuidado y atención de los y las menores en el hogar) recaen sobre las mujeres, los empresarios preferirían varones dada su mayor disponibilidad hacia el empleo (en relación a la jornada laboral, movilidad geográfica, etc.). Existe aquí un doble standard: mientras que algunas empresas ven de buen grado que los varones tengan familia, dado que consideran que les da estabilidad, lo contrario sucede con las mujeres. A su vez, las jóvenes, a pesar de usualmente detentar mayores niveles educativos que sus colegas masculinos, suelen encontrar más dificultades para una inserción laboral estable, y cuando lo hacen sus salarios son usualmente menores a igual nivel educativo.
En tercer lugar, llaman la atención las importantes brechas ocupacionales con las trabajadoras adultas, dado que analizamos aquí mujeres de hasta 29 años, un porcentaje de las cuales aún vive en el hogar familiar –no son ni jefas de hogar ni conyugues sino “hijas”–. Es decir que a priori —si bien colaboran en las tareas del hogar—, en muchos casos, no tienen la obligación de la “doble jornada” que significa sumar, al trabajo reproductivo en el hogar, el productivo en el espacio público.
Parecen prevalecer, en este caso, las dificultades propias del hecho de ser jóvenes. Tanto varones como mujeres jóvenes tienen mayores dificultades para conseguir un puesto de trabajo respecto de sus colegas adultos, esencialmente debido a la falta de experiencia laboral previa, su falta de conocimiento del mercado de trabajo y de las formas de búsqueda de un empleo y la discriminación en las prácticas de reclutamiento y selección por parte de las empresas. A su vez, son también las primeras personas en ser despedidas en periodos recesivos (debido a su menor costo de despido y/o por su rol periférico respecto de las actividades centrales de la empresa) y presentan una mayor movilidad voluntaria hacia el desempleo y/o la inactividad, vinculadas a la búsqueda de un empleo que satisfaga sus expectativas o sucesivas vueltas al sistema educativo.
Es también indispensable analizar el rol que cumplen los nuevos ingresantes al mercado de trabajo. Aun cuando las empresas no discriminen entre jóvenes y adultos al momento de la contratación, la mayor proporción de jóvenes entre los nuevos ingresantes al mercado de trabajo es determinante en su mayor desempleo relativo. Una disminución en el ritmo de crecimiento de la economía tiende a generar incertidumbre en los grupos empresarios quienes suelen reducir las nuevas contrataciones (tanto de jóvenes como de adultos), y al ser los grupos de jóvenes mayoría entre quienes ingresan, se ven desproporcionadamente afectados.
En cuarto lugar, en un análisis dinámico observamos que en Argentina la tasa de actividad femenina de entre 15 y 29 años muestra una perceptible baja durante el periodo analizado. A su vez, notamos también que disminuye la participación (tasa de actividad) relativa, tanto respecto de los varones del mismo tramo de edad como de las mujeres adultas. Este descenso se contrapone a lo que sucede en Europa, donde durante los últimos años se observa una disminución de mujeres en edad productiva y reproductiva en la categoría de inactivas, lo que indicaría un aumento de la doble presencia femenina (Carrasquer, 2009).
Mencionamos previamente que la doble jornada laboral –en el ámbito doméstico y en el productivo– afecta las posibilidades laborales de las mujeres jóvenes. ¿De qué formas las tareas en el hogar afectan estas otras actividades como el estudio, el trabajo remunerado o las actividades recreativas? Algunos de estos interrogantes serán analizados en el apartado siguiente.
Más allá del empleo: tareas de cuidado y posibilidades laborales de las mujeres jóvenes
Para analizar las formas en que las tareas en el hogar afectan estas otras actividades consultamos los datos de la Encuesta Nacional de Jóvenes 2014 (Ver tabla 2) que señalan el peso del trabajo doméstico no remunerado sobre las mujeres jóvenes y su impacto sobre otras actividades como el trabajo o el estudio. Confirmamos que en Argentina el cuidado de niños es una “tarea femenina”, dado que mientras un tercio de las personas jóvenes de entre 15 y 29 años cuida niños habitualmente, la encuesta muestra una significativa diferencia entre varones (21,3%) y mujeres (46,6%), porcentaje este último que va aumentando con la edad.
Tabla 2
Cuidado de niños, promedio de horas por semana y reducción del tiempo dedicado al trabajo y/o al estudio de la población
de 15 a 29 años por sexo. Total del país. Noviembre de 2014. En porcentaje por fila
Habitualmente cuida niños |
Promedio de horas por semana |
Dejo de trabajar o estudiar |
Cantidad de horas que cuida niños |
|
Varones |
21,3% |
30 |
12,9% |
64 |
Mujeres total |
46,6% |
68 |
42,1% |
93 |
M 15 a 19 años |
29,5% |
27 |
11,6% |
58 |
M 20 a 24 años |
47,9% |
72 |
48,5% |
93 |
M 25 a 29 años |
64,0% |
86 |
52,4% |
97 |
Fuente: Encuesta Nacional de Jóvenes 2014.
Las actividades de cuidado de niños insumen a las jóvenes un promedio de 68 horas semanales, lo que implica una dedicación de tiempo completo de 10 horas diarias, lo que dificulta sus posibilidades tanto de estudiar como de trabajar. Justamente, un 42,1% de las mujeres abandonaron sus estudios o trabajo para llevar a cabo esta tarea (entre los varones lo hizo sólo el 12,9%).
Estudios de otros países señalaron que el empleo y la inactividad de las mujeres se ven fuertemente influenciados por la cantidad de niños en el hogar. En Francia 83% de los padres de más de 3 hijos ocupan un empleo a tiempo completo, mientras que solo un 30% de las madres lo consiguen. (Guergoat-Lariviere & Lemiere, 2014). ¿Sucede algo similar en Argentina? ¿Cómo afecta a las mujeres más jóvenes? Para intentar analizar conjuntamente las esferas doméstica y laboral, vamos a considerar la participación laboral, femenina y masculina, según el número de menores de 10 años en el hogar.
En el grafico 1.a observamos tendencias contrapuestas a medida que aumenta la cantidad de menores en el hogar. Mientras que la tasa de actividad femenina desciende significativamente a medida que aumenta el número de menores en el hogar, la masculina asciende. La explicación debe buscarse en el hecho de que usualmente son las mujeres –madres, hermanas mayores– quienes se hacen cargo del cuidado de los niños, de manera que, al aumentar el número de menores en el hogar disminuyen sus posibilidades de salir a buscar un trabajo extra-doméstico remunerado. Contrariamente, en el caso de los varones, la presencia de menores en el hogar los induce a una mayor búsqueda de ingresos y por lo tanto a una mayor participación en el mercado de trabajo.
Gráfico 1.a
Tasa de actividad de jóvenes (15 a 29 años) por sexo
de acuerdo a la cantidad de menores de 10 años
en el hogar.
Año 2014
Grafico 1.b
Tasa de empleo de jóvenes de 15 a 29 años por sexo
de acuerdo a la cantidad de menores de 10 años
en el hogar.
Año 2014
Fuente: Elaboración propia en base a EPH-INDEC.
Esta confirmación de la vigencia del modelo “varón proveedor/mujer ama de casa” la observamos también en las tasas de empleo por sexo y cantidad de menores en el hogar (ver gráfico 1.b), donde a las restricciones originadas en la organización de los hogares se suman ahora las derivadas de las estrategias de contratación por parte de las empresas8.
Si bien parece haber cierto consenso en la bibliografía acerca de la solidaridad entre madres e hijas en las tareas de cuidado, estos vínculos ausentes de disputa son puestos en entredicho por Chabaud-Rychter, Fougeyrollas-Schwebel & Sonthonnax (1985) quienes destacan las relaciones de poder entre generaciones de mujeres, cuestión que tiende a reproducir la división sexual del trabajo. Se trata de conflictos intergeneracionales e intragénero que se hacen más visibles en sectores con menos recursos para contratar en el mercado las tareas de cuidado.
Vemos que muchas desigualdades de género son previas al ingreso al mercado laboral y aunque la familia es el lugar privilegiado, no es el único, donde se genera y reproduce esta desigualdad (Walby, 1986). También encontramos desigualdades de género en el sistema educativo, desigualdades que se van a manifestar durante las trayectorias laborales de mujeres y varones.
Desiguales posibilidades educativas y laborales.
Las desigualdades en el acceso al sistema educativo constituyen uno de los argumentos centrales para explicar las diferencias en la inserción laboral de jóvenes. La idea es que aquellos jóvenes que abandonan la escuela secundaria prematuramente tienen menores posibilidades de conseguir un empleo que aquellos que finalizan sus estudios. Tanto los enfoques basados en la teoría del capital humano, así como las perspectivas que consideran que la educación no es productiva en sí misma9 otorgan un rol preponderante a las credenciales educativas sobre la probabilidad de obtener un empleo y en la definición de las características del mismo (precario/no precario). ¿Cómo juegan las diferencias de género en este proceso?
Vamos a analizar cómo se manifiestan las desigualdades de género en 1) el abandono escolar de jóvenes, y 2) en las posibilidades de inserción laboral con diferentes niveles educativos.
Como hemos visto previamente, muchas desigualdades de género son anteriores al ingreso al mercado laboral, las encontramos en la familia y también las encontramos en el ámbito educativo. La Encuesta Nacional de Jóvenes (2014) nos muestra que entre las razones principales por las cuales las personas jóvenes no asistieron al secundario o bien no lo finalizaron aparecen diferencias importantes por sexo (Ver tabla 3). Mientras en el caso de los varones se destaca la incorporación al mercado de trabajo, entre las mujeres el embarazo y/o la maternidad aparece como razón sobresaliente. Nuevamente notamos que mientras las razones masculinas se vinculan principalmente al ámbito productivo las femeninas lo hacen al reproductivo.
Tabla 3
Razón principal por la que nunca asistió o no finalizó el secundario. Población de 15 a 29 años por sexo. Localidades de 2000 y más habitantes. Total del país. Noviembre de 2014. En porcentaje por columna
Nunca asistió |
No finalizó |
|||
Razón de no asistencia o no finalización |
Varón |
Mujer |
Varón |
Mujer |
Tuvo que trabajar |
61,8 |
33,6 |
42,2 |
14,8 |
No le gustaba estudiar/no le servía |
18,8 |
21,2 |
23,7 |
15,3 |
La escuela le quedaba lejos/no tenía dinero para libros, transporte, etc. |
2,5 |
11,7 |
3,5 |
3,8 |
Por embarazo/maternidad/paternidad |
0,1 |
12,0 |
4,5 |
29,8 |
Le iba mal en la escuela |
5,7 |
1,4 |
12,7 |
18,7 |
Tuvo que ayudar en su casa/por problemas familiares |
3,5 |
4,9 |
7,3 |
11,4 |
Estaba enfermo o incapacitado |
5,5 |
1,0 |
- |
- |
Otros |
2,1 |
14,2 |
6,1 |
6,0 |
Fuente: Encuesta Nacional de Jóvenes 2014.
Esta situación se encuentra principalmente en jóvenes pertenecientes a hogares de bajos ingresos, para quienes el ingreso precoz a la vida laboral, la paternidad o maternidad a temprana edad, la autonomía residencial forzada por problemas familiares, la asunción de responsabilidades reproductivas en el hogar constituyen eventos vitales que redefinen el curso de su vida, dando lugar a una acumulación de desventajas sociales difícilmente remontables en etapas posteriores (Mora y Oliveira, 2014).
Se destaca aquí que mientras el temprano abandono escolar masculino representa una transición hacia el mercado de trabajo (probablemente el inicio de una trayectoria laboral precaria), en el caso de las jóvenes significa posiblemente el inicio de las tareas de cuidado como actividad principal.
Veamos ahora de qué formas la desigualdad de género afecta las posibilidades de inserción laboral para jóvenes con diferentes niveles educativos.
En el grafico 2 observamos que mientras para los varones las diferencias en la tasa de actividad de acuerdo al nivel educativo alcanzado son exiguas (más allá del nivel educativo todos ingresan al mercado de trabajo), para las mujeres jóvenes, existe una importante diferencia entre la participación laboral de mujeres de bajo nivel educativo (40,6%) y aquellas de nivel superior (85,4%). Se destaca que para muchas mujeres el acceso al diploma secundario no parece modificar los mandatos de género tradicionales (Miranda 2010, Millenaar y Jacinto 2013). Son las mujeres con mayores niveles de instrucción formal quienes participan plenamente en el mercado de trabajo, dado que tienen mayores posibilidades de seguir una trayectoria laboral no precaria y de esta forma podrían mercantilizar las tareas de cuidado.
Gráfico 2
Tasa de actividad de jóvenes (15 a 29 años) que ya no asisten al sistema educativo según sexo y nivel de instrucción formal. Año 2014
Fuente: elaboración propia en base a la EPH.
Lo mismo ocurre con las tasas de empleo, una gran mayoría de las mujeres con menor nivel de instrucción suelen permanecer en el hogar (realizando trabajo reproductivo) dado que el salario que pueden obtener en el mercado laboral no les alcanza para pagar a alguien que cuide de los niños y realice las tareas del hogar. La debilidad del capital escolar de las jóvenes de estratos bajos las conduce a adaptarse de diferente manera a las circunstancias del mercado laboral, es decir que entre una carrera profesional aleatoria y la atención de sus hijos, optan por esta última (Eckert y Mora, 2008).
Esta situación se traslada hacia la percepción de los empleadores, quienes a igual CV eligen contratar varones dado que asumen que las mujeres se harán cargo de los hijos cuando éstos se enfermen o demanden cuidado, presentando mayor inasistencia, menores posibilidades de viajar, de trabajar de noche, etc. Se generan así ciertos estereotipos de género, a los que Marry (2001) llama un “currículum escondido”, ya que se ocultan los mecanismos reales que seleccionan a los varones para las actividades mejor valorizadas, de autoridad o de competencia técnica. De esta forma, los mayores niveles educativos que poseen las mujeres no les garantizan mejores oportunidades de empleo respecto de los varones, sino que por lo general necesitan mayores credenciales educativas para acceder a similares puestos de trabajo.
Las formas en que mandatos culturales y estereotipos de género se combinan puede observarse –entre otras maneras– en la carga horaria de los empleos a los cuales acceden los y las jóvenes. Aun en el caso de que las jóvenes participen activamente del mercado de trabajo, muchas de ellas acceden a puestos de trabajo de jornada reducida, ya sea por propia elección –de manera de compatibilizar el trabajo remunerado con las tareas de cuidado– o por las estrategias de recursos humanos de las empresas.
Efectivamente, las jóvenes –quienes representan alrededor del 40% de las personas jóvenes ocupadas en el periodo analizado– se encuentran sobrerrepresentadas en el grupo de personas trabajadoras subocupadas (empleos de menos de 35 horas semanales) mientras que están claramente subrrepresentadas entre aquellas que trabajan más de 45 horas semanales (Ver gráfico 3).
Gráfico 3
Intensidad de la ocupación de jóvenes (15 a 29 años) según sexo.
Año 2014
Fuente: elaboración propia en base a la EPH.
A su vez, las jóvenes trabajadoras se aglutinan en pocas ocupaciones, en su mayoría consideradas socialmente como “femeninas”, dado que involucran esencialmente tareas semejantes a las reproductivas. Vemos que durante el período analizado la presencia juvenil femenina se encuentra fuertemente concentrada en los servicios (notoriamente en el servicio doméstico) y su presencia es marginal en sectores como la construcción, el transporte y servicios conexos (como el almacenaje), cuyos requerimientos de fuerza física son decisivos al momento de la contratación (Contartese y Maceira, 2005). Se representa así la forma en que actúan los estereotipos sexuados del trabajo: la virilidad asociada al trabajo pesado, penoso, sucio, insalubre, a veces peligroso, que requiere coraje y determinación; la femineidad asociada al trabajo liviano, fácil, limpio, que exige paciencia y minuciosidad (Hirata, 1997).
Ingresos del hogar y posibilidades de inserción laboral
El sistema educativo y el origen social de las jóvenes condicionan intensamente sus posibilidades de inserción. Un primer análisis nos permitió advertir la relación positiva entre nivel educativo y posibilidades laborales de las jóvenes. Ahora, señalamos una relación análoga respecto de los ingresos del hogar: a medida que aumentan los ingresos del hogar aumentan las tasas de actividad y empleo de las jóvenes mientras que las de desocupación disminuyen.
Vemos aquí como se articulan el lugar que ocupan en la estructura social y el género para delimitar la estructura de posibilidades laborales que enfrentan las jóvenes. Es ineludible aquí incorporar un análisis subjetivo que nos muestre las diferentes disposiciones al trabajo y las estrategias específicas desplegadas por las jóvenes en su proceso de inserción (Millenaar, 2014), de manera de comprender trayectorias diferentes en jóvenes que enfrentan similares condicionamientos. Millenaar y Jacinto (2013) destacan que es en los sectores más pobres donde los mandatos culturales y la división de responsabilidades domésticas asociada obran con mayor fuerza; pero no sólo se trata de cuestiones simbólicas, sino también de posibilidades concretas de acceder a servicios de cuidado privados en un contexto de escasa provisión de los mismos por parte del Estado. En todo caso, distinguimos que la tasa de actividad de las jóvenes que habitan hogares de altos ingresos es 2.3 veces la correspondiente a jóvenes que habitan hogares de ingresos bajos (Ver tabla 4).
Tabla 4
Condición de actividad de jóvenes mujeres (15 a 29 años) según estrato de ingresos (per cápita familiar).
Total de aglomerados urbanos.
Año 2014
Actividad |
Empleo |
Desocupación |
|
Estrato bajo (deciles 1 a 4) |
30,9% |
23,1% |
25,2% |
Estrato medio (deciles 5 a 8) |
50,9% |
44,7% |
12,1% |
Estrato alto (deciles 9 y 10) |
70,5% |
68,0% |
3,5% |
General |
40,8% |
34,0% |
16,7% |
Estrato alto/bajo10 |
2,3 |
2,9 |
0,14 |
Fuente: elaboración propia en base a la EPH.
Muchas de estas jóvenes inactivas –particularmente aquellas del estrato bajo de ingresos1110– quedan clasificadas en esa estigmatizante categoría denominada “ni-ni”, donde suelen agruparse jóvenes que no trabajan ni estudian. Dado que se trata de mujeres que mayormente realizan tareas de cuidado, esta clasificación claramente contribuye a invisibilizar dicho trabajo (Feijoó, 2015).
Observamos que en el caso de las tasas de empleo la brecha entre estratos se amplía, sumando a las restricciones propias de los hogares de bajos ingresos (principalmente la imposibilidad de mercantilizar las tareas de cuidado) limitaciones del lado de la demanda, principalmente vinculadas a la discriminación de los empleadores hacia las jóvenes pertenecientes a hogares de bajos ingresos.
Reflexiones finales
“Permanencia, persistencia, continuidad no quieren decir inmutabilidad: la división sexual del trabajo, como toda construcción social es histórica y plantea desde el principio, al menos virtualmente, la cuestión del cambio” Helene Hirata (1999, pp.64)
No obstante los avances efectivizados en los últimos años hacia una igualdad de géneros en el plano jurídico-legal, apreciamos que persisten en los hogares, en instituciones como el sistema educativo y en el mercado de trabajo los mecanismos que tienden hacia una reproducción de las desigualdades de género.
A lo largo de este texto hemos intentado dar cuenta de que los roles sociales diferenciados entre varones y mujeres, principalmente en lo vinculado a las responsabilidades familiares –las llamadas tareas de cuidado– conducen a muchas jóvenes mujeres a llevar una doble jornada laboral –trabajo productivo y reproductivo–. Esta situación cuestiona teorías racionalistas que destacan la libre elección de las mujeres por permanecer en el hogar o bien por “elegir” empleos de menos horas que les permitan compatibilizar la vida profesional y familiar.
Destacamos que muchas mujeres se ven imposibilitadas de participar en el mercado laboral por asumir el cuidado de los niños en el hogar, situación que difiere para los varones y es indicativa de la persistencia del modelo del varón proveedor, principalmente en los sectores de menores ingresos.
La perseverancia de este modelo –varón proveedor, mujer ama de casa– tiene fuertes implicancias sobre las posibilidades laborales de ambos sexos, involucrando menores tasas de participación laboral y empleo para las mujeres como norma social (y no como elección racional).
Vimos también que el trabajo reproductivo (medido por la presencia de menores en el hogar) diversifica al grupo de jóvenes mujeres, mientras resulta relativamente inocuo para los jóvenes varones, quienes prácticamente no varían sus indicadores ocupacionales ante la presencia de menores en el hogar.
Podemos finalizar señalando que las desigualdades de género acentúan la inequidad en el acceso al mercado de trabajo de las jóvenes, especialmente aquellas de origen social bajo. Parte de estas desigualdades se explican por la discriminación que realizan las empresas al momento de la contratación, pero otras preexisten al momento de la inserción laboral. La socialización diferencial que tienen varones y mujeres delinea la visión que tienen de sí mismos, de sus posibilidades de acceder al mundo del trabajo, del tipo de empleo que pueden incluir dentro de sus expectativas y cuáles son inalcanzables.
Retomando las palabras de Hirata, asumimos que podemos y debemos intervenir sobre la actual división sexual del trabajo. Para ello un primer paso es reconocer las tareas reproductivas como un trabajo y aunque el mismo habitualmente sea no remunerado, es necesario valorar su contribución, indispensable para el funcionamiento de la economía capitalista1211. Para impulsar un reparto más equitativo del trabajo de reproducción, es condición necesaria (aunque no suficiente) visibilizar el hecho de que son las mujeres quienes mayoritariamente se encargan del trabajo reproductivo, cómo esto se ha naturalizado y cómo esta situación afecta sus posibilidades de participar del mercado de trabajo y de acceder a un empleo a jornada completa.
En este sentido, creemos una tarea quimérica la búsqueda de eliminar las desigualdades de género en el mercado laboral –por ejemplo mediante las políticas de conciliación entre la vida laboral y familiar tal como se aplican en la Unión Europea– sin cuestionar la distribución tradicional de responsabilidades domésticas, es decir, sin modificar la división sexual del trabajo expresada en el modelo del varón proveedor/mujer ama de casa.
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1 Laboratorio de Estudios en Sociología y Economía del Trabajo (LESET)-IdIHCS/CONICET-Universidad Nacional de La Plata, Argentina, paperez@isis.unlp.edu.ar
2 Este período histórico se corresponde con las presidencias de Néstor Kirchner (2003-2007) y de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011 / 2011- 2015).
3 A lo largo de este trabajo se utilizarán indistintamente trabajo reproductivo, tareas domésticas o tareas de cuidado.
4 De acuerdo a IDESA (2012) en base a datos del Ministerio de Educación, ellas son mayoría en el último año de la educación básica y secundaria y terminan con éxito la secundaria en mucho mayor número que los varones.
5 El concepto de género suele emplearse para enfatizar el carácter de construcción social y no biológica de la desigualdad entre varones y mujeres.
6 La explicación neoclásica apunta a que al elegir trayectorias laborales cortas y discontinuas, las mujeres tienen menos incentivos a invertir en educación y formación profesional, lo que reduce su productividad y consecuentemente su salario.
7 De acuerdo a esta autora, las desigualdades de género incluyen un sistema de representaciones, normas, valores y prácticas que establecen relaciones jerárquicas entre hombres y mujeres, y a la vez, al interior del grupo de mujeres y hombres.
8 Esta tendencia contrapuesta en el empleo de varones y mujeres al aumentar el número de menores en el hogar es compartida también en varios países europeos, particularmente España e Italia, de acuerdo a datos de EUROSTAT (Torns y Recio Caceres, 2012).
9 En el sentido que ella no aumenta las competencias productivas del individuo, sino que es utilizada por los empleadores como una señal de capacidades (Spence, 1973) o un filtro (Arrow, 1973).
1010 Las diferencias entre estratos correspondientes a los jóvenes varones son considerablemente menores, lo que denotaría que las tareas de cuidado no son centrales en la explicación de las desigualdades de inserción laboral entre los varones.
11 OIT (2013) aporta evidencia de que en América Latina aquellos jóvenes que no estudian ni trabajan se concentran en los estratos de ingresos más bajos y que las mujeres duplican en proporción a los hombres.
1112 Sin embargo, hay que tener en cuenta que la remuneración de las tareas de cuidado tiende a subrayar estereotipos de género («varón proveedor-mujer cuidadora») y brinda incentivos económicos para que las mujeres más pobres se retiren del mercado de trabajo. (Esquivel, 2016)