Estado del arte
sobre narcoviolencia en Costa Rica
State of the art on narcoviolence in
Costa Rica
Sebastián Saborío1
1Instituto de Investigaciones Sociales / Escuela de
Sociología, Universidad de Costa Rica, Costa Rica, sebastian.saborio@ucr.ac.cr
Fecha de recepción: 23 de octubre de 2018 Fecha de aceptación: 23 de abril de
2019
Resumen
En Costa Rica, el conocimiento sobre la
narcoviolencia, es decir, la violencia vinculada al narcotráfico y al
narcomenudeo, es escaso y muy fragmentado. Este artículo tiene el objetivo de
mostrar cuál es, a nivel nacional, el estado del arte sobre este tema. Unificando
el conocimiento existente sobre la narcoviolencia, se brinda un análisis y
síntesis que pueden servir a aquellos que, desde el sector público y la
sociedad civil, quieran entender cuáles son las características principales de
dicho fenómeno, con el fin de buscar e implementar nuevas soluciones. En
particular, se explica qué se entiende en el país por criminalidad organizada;
qué sabemos sobre el impacto que el narcotráfico internacional tiene sobre el
contexto nacional; cómo se organizan los grupos del narcomenudeo en las
comunidades urbano-marginalizadas y cuáles son las causas sociales de este
problema. En un segundo momento, son señalados los vacíos existentes en la
literatura y, con base en estos se indican posibles rutas para futuras
investigaciones académicas.
Palabras
clave: Violencia, Narcotráfico, Narcomenudeo, Costa
Rica, Estado de la cuestión.
Abstract
In Costa Rica the existing knowledge about
narcoviolence, the violence related to drug trafficking and local drug-dealing,
is sparse and very much fragmented. This article aims to show what is, at a national
level, the state of the art on this topic. Unifying the existing knowledge on
narcoviolence makes it possible to offer an analysis and synthesis that can be
useful to those that, in the public sector and in civil society, want to
understand what the main characteristics of this phenomenon are to then
implement new solutions. In particular, we explain the country’s understanding
of organized crime, what we know about the impact that international drug
trafficking has on the national context, how the local drug-dealing groups are
organized in urban-marginalized communities, and what the social causes of this
problem are. Secondly, the existing gaps in the literature are indicated,
demonstrating possible routes for future academic research.
Key words: Violence, Drug
Trafficking, Local Drug-dealing, Costa Rica, State of the art.
Entre
1991 y 2005 en Costa Rica, se verificó un aumento de la tasa de homicidios, que
pasó de 3.6 a 6.7 cada 100.000 habitantes (Mata y Solano
Fernández 2006); tendencia que ha continuado hasta el 2017, año en el que se
dio el número más alto de homicidios en la historia del país con 603 casos, lo
que representa una tasa de 12,1cada 100.000 habitantes[1]
(Sánchez Hernández 2018). Según las estadísticas oficiales de las denuncias
ingresadas al Organismo de Investigación Judicial (OIJ), los homicidios que más
han aumentado desde el 2010 han sido aquellos atribuibles a la criminalidad
organizada, que pasaron de 0,3 cada 100.000 habitantes en ese año, a 5,5 en el
2016 (COMESCO 2017). Dichos homicidios parecen ser, sobre todo, el resultado
directo del aumento de los conflictos entre organizaciones criminales
relacionadas al narcotráfico y al narcomenudeo.
Este
artículo presenta el estado del arte en Costa Rica sobre la narcoviolencia, entendiéndola
como la «violencia relacionada al mercado de las drogas ilegales» (Parakilas
2012, 36), así como los elementos que la conforman y otros aspectos que pueden
ayudar a comprenderla. A continuación, se presentarán los resultados obtenidos
a partir de una recolección y análisis[2] de la bibliografía existente, que se llevó
a cabo consultando, en bases
de datos académicas especializadas en ciencias sociales, las siguientes
palabras clave: narcoviolencia, narcotráfico, narcomenudeo, drogas, homicidios,
asesinatos, pandillas, bandas criminales, ajusticiamientos, ajustes de cuentas,
violencia, violencia urbana, policía, prevención de la violencia, criminalidad
y Costa Rica. En total, se identificaron las siguientes publicaciones
académicas que analizan, o al menos mencionan, datos sobre el contexto
nacional: 34 artículos de revistas científicas, 5 libros, 12 capítulos de
libros, 3 working paper y 1 ponencia
en una conferencia[3].
No se limitó la búsqueda y el análisis a los textos enfocados principalmente en
los temas de interés de este artículo, sino que se intentó incluir también
publicaciones que los mencionen de manera secundaria o que tratan elementos
útiles a su comprensión. Inicialmente, la
intención del autor era individuar los elementos y características propias del
contexto nacional en relación al fenómeno analizado, así como demostrar cuáles son
los vacíos existentes en la literatura académica para determinar las rutas que
deben ser seguidas en las futuras investigaciones científicas. Sin embargo, para tener una mayor
cantidad de datos, en un segundo momento se tomaron en consideración también 88[4]
publicaciones no académicas sobre estos temas, como por ejemplo informes de
fundaciones y entes gobernativos.
Para López y Gómez Calderón, el narcomenudeo «consiste
en la venta de dosis personales y de aprovisionamiento» (2017, 231), mientras
que el narcotráfico está compuesto por: «producción,
distribución, comercialización y capital circulante» (López y Gómez Calderón
2017, 31). Dicha definición permite diferenciar el narcomenudeo del
narcotráfico y entender que este último no se reduce únicamente a la venta de
drogas. El primer elemento a destacar es que muchas veces en las publicaciones
analizadas se usa el término «narcotráfico» para referirse también al
narcomenudeo.
La falta
de diferenciación entre estas actividades en las publicaciones analizadas puede
depender del hecho de que, desde el punto de vista legal, en Costa Rica se
clasifica de la misma manera el narcotráfico y el narcomenudeo; y los pequeños
grupos criminales son definidos y castigados como los grandes grupos de la
criminalidad organizada internacional. En la Ley Contra la Delincuencia Organizada Nº 8754, se define una
organización criminal como una: «Estructura creada
y con vigencia ininterrumpida por cierto tiempo, compuesta por dos o más
personas y actuando concertadamente con el propósito de cometer uno o varios delitos
y a sabiendas de que estos se originan en un delito que, dentro de su rango de
penas, puede ser sancionado con prisión de cuatro años o más» (ICD 2012, s.n.).
Mientras
que la Ley Sobre Estupefacientes,
Sustancias Psicotrópicas, Drogas de Uso no Autorizado, Actividades Conexas,
Legitimación de Capitales y Financiamiento al Terrorismo homologa la
gravedad de las siguientes actividades: «El comercio, el expendio, la industrialización, la
fabricación, la refinación, la transformación, la extracción, el análisis, la
preparación, el cultivo, la producción, la importación, la exportación, el
transporte, la prescripción, el suministro, el almacenamiento, la distribución
y la venta de drogas» (Asamblea
Legislativa de la República de Costa Rica 1998, 2).
De esta
manera, un narcomenudeante que vende pequeñas dosis de droga para el consumo
personal en las calles de un barrio vulnerable, puede ser castigado con una
pena que va de los 8 a los 15 años; es decir, de la misma manera que un
narcotraficante internacional responsable del trasiego de grandes cantidades de
narcóticos (ICD 2016). El 93,1% de las
incautaciones de droga realizadas en el territorio nacional por parte de la
policía no superan los 5 gramos de droga (ICD 2017). Esto quiere decir que la
represión no se focaliza principalmente en el narcotráfico internacional, sino
en el consumo de drogas y en el narcomenudeo.
El hecho de equiparar el narcomenudeo al narcotráfico, y catalogar ambas
actividades como criminalidad organizada, reduce la posibilidad de comprender,
por ejemplo, si el aumento de los homicidios que se está dando en Costa Rica, y
que se mencionó hace poco, depende de conflictos entre grupos criminales que
luchan por el monopolio de la venta de droga en localidades específicas o para
controlar las rutas de entrada y salida de droga del país. La necesidad de
diferenciar dichas actividades, no sólo desde el punto de vista legal sino
también en las publicaciones académicas, está relacionada al hecho que, para
comprender las causas y consecuencias sociales de la narcoviolencia e
identificar las acciones necesarias para contrarrestarla, es necesario poder
localizarla y saber las modalidades con las cuáles se genera y se reproduce.
Los
resultados públicos de las investigaciones policiales nos indican que no
siempre es fácil diferenciar las organizaciones que se dedican al narcomenudeo
local de las que pertenecen al narcotráfico internacional. Según las
informaciones brindadas por parte del OIJ (2013), esto se debe al hecho de que
las organizaciones locales, que comienzan vendiendo drogas en comunidades
vulnerables, pueden evolucionar y
entrar a formar parte de la
cadena de comercio internacional de drogas. Por ejemplo, pueden
desenvolver actividades de transporte de drogas dentro del país por parte de
grupos de narcotráfico internacional y, sucesivamente, pueden pasar a tener un
papel más importante en el trasiego de drogas, sea por vía marítima que
terrestre, hacia otros países de la región centroamericana o hacia Estados
Unidos y Europa.
Un estudio publicado hace una década por Flores y González Ruiz (2008)
nos muestra que, en comparación a los demás países centroamericanos, Costa Rica
es el que cuenta con una menor presencia de criminalidad organizada. Sin
embargo, la situación está cambiando rápidamente y, desde el 2010, en el país
se ha estado verificando un progresivo aumento de la criminalidad organizada
Según muestran las estadísticas oficiales, entre las organizaciones delictivas
que han sido desarticuladas por parte de las fuerzas de policía nacionales, las
internacionales pasaron de ser del 13,3% del total en el 2010, a ser el 46,6%
en el 2015 y el 35% en el 2016 (ICD 2016; ICD 2017). Para una mejor comprensión
de estos datos, sería importante conocer: las
modalidades de clasificación, por
parte de las autoridades, de los grupos criminales entre locales e
internacionales; cómo y por cuántas personas se conforman los mismos; dónde
realizan sus actividades criminales y las diferencias en relación a las formas
de violencia que practican.
Un primer elemento de distinción entre estos
grupos puede ser la nacionalidad de los criminales arrestados, que cuando
resultan ser extranjeros, provienen sobre todo de México, Colombia y de países
europeos; conforman pequeñas células delictivas y se ocupan de hacer los
pedidos de drogas y de supervisar la actividad de desplazamiento de las mismas
(OIJ 2013). Esta última actividad suele ser realizada por parte de grupos de
apoyo logístico compuestos por sujetos de origen costarricense que se
posicionan a un nivel inferior en la cadena de mando, los llamados «transportistas»,
los cuales tienen la responsabilidad de almacenar la mercancía en el territorio
nacional para en un segundo momento, llevarla afuera de las fronteras
costarricenses.
En general, la droga que circula en el
territorio nacional, tanto para uso interno como para su exportación hacia
otros países, es de origen extranjera. La producción nacional se limita al
cultivo de marihuana, que por lo general es de muy baja calidad y no está
destinada al comercio internacional; mientras que la marihuana de importación
para el consumo local proviene principalmente de Colombia y Jamaica (ICD 2013).
En relación al narcotráfico, hay algunos
elementos sobre los cuales un gran número de publicaciones concuerdan (Calderón
Umaña 2010; 2012; 2013; 2018; Chacón Echeverría y Zúñiga Rodríguez 2015; 2016; ICD 2009; 2010; 2013; 2017;
Muñoz Guillén 1999; OIJ 2013; Palma Campos 2011; Pérez Sáinz et al. 2015;
Salazar Sánchez y Pérez Sáinz 2015). En primer lugar, el hecho de que Costa
Rica en particular y Centroamérica en general, poseen una posición geográfica
privilegiada para el transporte internacional de drogas. La cercanía de Costa
Rica con los países productores de cocaína del hemisferio sur y la presencia de
dos extensas costas (el Mar Caribe y el Océano Pacífico), permitieron que, para
las organizaciones del narcotráfico internacional, Costa Rica desempeñe la
función de «puente» entre los países de mayor oferta y demanda de esta droga.
Además, la posición geográfica de nuestro país y el aumento de los controles
ejercidos en las fronteras de los países productores de cocaína a partir de los
años 1990 en el marco de la «guerra a las drogas», promovida e impulsada por
parte de los Estados Unidos, representó para los narcotraficantes una razón
ulterior para substituir las tradicionales rutas aéreas de la cocaína hacia los
Estados Unidos y Europa con rutas marítimas y terrestres, aumentando de esta
manera la importancia de Costa Rica en el narcotráfico internacional. Villegas
Herrera (2014) afirma que esta transformación tuvo un impacto directo en toda
la región centroamericana, en la cual se decomisa el 12% de la cocaína a nivel
mundial, con un énfasis mayor en Panamá, Costa Rica y Nicaragua donde se llevan
cabo el 90,09% de estos decomisos. Costa Rica, después de Panamá, es el segundo
país de Centroamérica que decomisa más cocaína (OIJ 2013; Villegas Herrera
2014), con una media de 17 toneladas por año entre el 2005 y el 2012 (OIJ
2013). A través del análisis de las publicaciones encontradas, queda claro que
Costa Rica ya no desempeña simplemente una función de tránsito de la cocaína y
que, progresivamente, se ha vuelto también un país de almacenaje de la misma.
El aumento de mercancía que atraviesa el país y el reforzamiento de las
relaciones entre los grandes cárteles internacionales y los transportistas
locales, permitieron que los primeros comenzaran a pagar a los segundos con
droga, ya no únicamente con dinero. Este elemento favoreció el multiplicarse de
los micro mercados locales, la competencia y los conflictos entre bandas
radicadas en comunidades a lo largo del país[5].
A partir de los años noventa, en los barrios
marcados por altos niveles de exclusión social de Costa Rica, se verifica un
aumento del narcomenudeo y, en consecuencia, también de la violencia a este
relacionada (Chacón y Zúñiga 2016). Como se explicó previamente, dicha
transformación se debe en parte al aumento de droga que empezó a circular en
las comunidades vulnerables a raíz del papel que Costa Rica asumió en el
narcotráfico internacional. Aunque no hay manera de verificarlo a través de las
publicaciones analizadas, se podría suponer que el aumento del narcomenudeo
coincidió con la evolución de pandillas juveniles hacia formas más organizadas
de bandas criminales[6].
Desde
esos años, la organización de narcomenudeo ha ido evolucionando y actualmente
entre los grupos locales se cuenta también con la presencia de las «narcofamilias»;
es decir, «estructuras de corte familiar» OIJ (2013, 26). La mayoría de los
grupos criminales que a nivel local se dedican al narcomenudeo, cuentan con una
escala jerárquica que se divide de la siguiente manera: en la parte más alta se
encuentra la persona «líder» que puede tener contactos directos con proveedores
extranjeros o nacionales.
Seguidamente está la persona «contadora» quien es una persona de confianza que
se encarga de las finanzas. Las personas «supervisoras» se encargan de vigilar
la venta de droga. El papel de las personas «operacionales» es intrínsecamente
más violento dado que, además de garantizar la seguridad de quien pertenece a
sus organizaciones, tienen que reclamar pagos no cumplidos y combatir la
competencia en las localidades donde ejercen la venta de drogas. A esta
información, se añade la brindada por Calderón Umaña y Salazar Sánchez (2015,
75), quienes afirman que, en las comunidades, la venta directa se lleva a cabo «en
puntos fijos como casas o centros de venta (búnkeres), puntos semifijos
(espacios diversos de la comunidad) o bien, los llamados “puntos móviles” que
implican el desplazamiento del vendedor casi a cualquier lugar sugerido por el
comprador». Además, estos autores señalan la existencia de
proveedores y distribuidores intermedios, los cuales abastecen de droga a las
personas narcomenudeantes locales.
Quienes proveen se diferencian de quienes distribuyen porque tienen un contacto
directo con los cárteles internacionales de la droga. Para complementar el
cuadro, Chacón Echeverría y Zúñiga Rodríguez
(2015, 298) nos ayudan a conocer los sujetos que se posicionan en los niveles
inferiores de la cadena de comando del narcomenudeo en las comunidades. Los «robots»
son jóvenes de sexo masculino, entre los 12 y 15 años, que se encargan de la
venta directa de la droga en las esquinas de las calles. Estos sujetos son
descritos por parte de las personas autoras como «criaturas esclavas» que
obedecen incondicionalmente a las órdenes de sus superiores a cambio de unos
pocos miles de colones al día.
Los trabajos existentes en el contexto
costarricense no consiguen brindar claridad sobre el tema del control
territorial ejercido por parte de los grupos criminales que se dedican al
narcomenudeo en las áreas urbano-marginalizadas. Esto porque, hasta el momento,
en la academia costarricense no ha sido un objeto de análisis per se y, además el fenómeno, como se
demuestra a continuación, se encuentra en transformación. En el 2013, el OIJ (2013,
21) afirmó que en Costa Rica «los grupos delictivos predadores o vinculados al
territorio, claramente presentes en otros países de la región, operan de manera
diferente». Y que los grupos criminales costarricenses no «pretenden controlar
el territorio, y la mayoría de ellos no está en competición directa» OIJ
(2013, 24). Pérez Sáinz (2015)
nos recuerda que, en El Salvador los barrios que cuentan con la presencia de
las maras, la violencia
contra el patrimonio y contra las personas es controlada por parte de estas. En
cambio, en los barrios vulnerables de Costa Rica se verifica un mayor nivel de estas formas de violencia, propio por la
ausencia de grupos criminales que controlen el territorio y brinden protección
a sus residentes. Otra función desarrollada por los grupos criminales, cuando
tienen el control de las comunidades, es la mediación de conflictos entre
vecinos. Calderón Umaña (2018) afirma que este tipo de actividad no se da en
los barrios vulnerables de Costa Rica.
Sin embargo, en el mismo documento del OIJ
(2013) citado previamente, se afirma la posibilidad de que dichos grupos
evolucionen a formas más organizadas y que, por intereses económicos, lleguen a
controlar territorios urbanos e incluso a «convertirse en grupos subestatales
presentando formas alternativas de gobernanza» (OIJ 2013, 27). La predicción
parece transformarse en realidad, ya que pocos años después Chacón Echeverría y
Zúñiga Rodríguez (2015; 2016) publicaron dos artículos, en
los cuales describen dinámicas generadas por parte de grupos criminales en
Pavas y que son propias del control territorial. En estos trabajos se menciona
que el monopolio de la violencia, el control de la micro-criminalidad (como por
ejemplo los robos y asaltos) y de la violencia doméstica, ahora son parte de
las prerrogativas de los grupos criminales, y ya no del Estado. Dichas
actividades son desarrolladas por parte de estos grupos principalmente por dos
motivos: en primer lugar, para garantizar un nivel suficiente de «paz social»,
que permita llevar a cabo la venta de narcóticos sin inconvenientes; y, en
segundo lugar, para proteger los residentes y así aumentar la legitimidad de
sus acciones ante estas personas. A modo de ejemplo, una observación de Chacón
Echeverría y Zúñiga Rodríguez (2016) sobre Pueblo Nuevo de Pavas nos
permite entender que, en relación al último punto, los grupos que se dedican al
narcomenudeo controlan los robos y los homicidios para evitar la presencia de
policías y la consecuente pérdida de clientes. Esta breve consideración nos
sugiere que existe un nivel de control territorial criminal en barrios
urbano-marginalizados de Pavas y nos hace pensar que tal control no es total,
ya que no consigue mantener alejadas del todo las fuerzas de policía. Sin
embargo, dado que las publicaciones citadas mencionan elementos propios de control
territorial, pero no lo analizan detalladamente, se necesita de investigaciones
específicas relacionadas a este tema que expliquen cuál es la situación actual
en las comunidades marginalizadas de nuestro país.
Con base en una investigación desarrollada en
Brasil, Colombia y Jamaica, Arias (2017) elabora una división de los grupos que,
a nivel de barrio, se dedican al narcomenudeo. En el nivel más bajo de
organización, control territorial y conexión con representantes del Estado, se
encuentran los grupos que más se involucran en conflictos armados a nivel
micro-territorial y que instauraran lo que el autor llama un régimen de «desorden
criminal». En el nivel más alto, en cambio, están los que menos hacen uso de la
violencia homicida, ya que detienen el control del territorio y mantienen
alianzas estables con el Estado. En Costa Rica, donde
los homicidios vinculados a la criminalidad organizada pasaron de representar
el 2,5% del total de los homicidios dolosos en el 2010, a un 46,2% en el 2016
(COMESCO 2017), se puede hacer una hipótesis preliminar basada en el modelo de
análisis propuesto por Arias (2017). Se puede suponer, por ejemplo, que tal
aumento corresponde a la multiplicación de grupos criminales pertenecientes al
nivel más bajo de organización, los cuales no consiguen controlar el territorio
ni construir alianzas con el mundo de la política institucional y tampoco con las
fuerzas de policía. Para entender si el aumento de conflictos armados y
homicidios es el producto de la multiplicación de grupos criminales con tales
características, es preciso realizar una investigación más amplia, que intente
entender también sus causas y consecuencias sociales.
En general, el uso de las armas en el narcomenudeo
sirve para proteger la mercancía y el mercado; es decir, para asegurarse el
monopolio sobre la venta de drogas en una determinada localidad (Calderón Umaña
y Salazar Sánchez 2015). Según el OIJ (2013), los conflictos armados entre las
organizaciones del narcomenudeo se dan principalmente por ajustes de cuentas
debidos a «tumbes» (robos) de grandes cantidades de droga. Acorde a las
estadísticas oficiales, los ajustes de cuentas llegaron a ser 266 en el 2016,
mientras en el 2010 fueron 8. Además de los conflictos por ajustes de cuentas, entre
los conflictos armados más comunes están los que se producen por «cambios de
mando», es decir, cuando una organización criminal es desarticulada por parte
de las fuerzas de policía, o uno de sus líderes muere o es arrestado. En esos
momentos queda un vacío de poder que suele ser conquistado a través de las
armas. El sicariato, es decir, el homicidio «por encargo, a cambio de una
compensación económica» (Carrión 2008, 1) es la modalidad más frecuente con la
que se asesinan los miembros de bandas rivales del narcomenudeo en Costa Rica.
El fenómeno del sicariato en el país es reciente, pues empieza a verificarse de
manera sistemática en las estadísticas a inicios de los años 2000 (Mata y
Solano Fernández 2006); y conoce un fuerte aumento entre el 2005 y el 2006,
cuando se pasa de 6 a 26 casos en un año (ICD 2010). Entre los sicarios, muchos
son hombres jóvenes y en algunos casos no llegan a ser mayores de edad, además,
no necesariamente pertenecen a las organizaciones del narcomenudeo, ya que
pueden ser contratados por estas únicamente para que lleven a cabo homicidios
puntuales (Chacón Echeverría y Zúñiga Rodríguez
2015; 2016; ICD 2010; OIJ 2013).
Hasta el
momento, la respuesta del Gobierno nacional ante los fenómenos relacionados a
la venta de drogas ilícitas ha consistido, sobre todo, en reforzar el aparato
represivo contra la micro criminalidad callejera, en particular contra los
delitos relacionados al narcomenudeo (Huhn 2012). Según Calderón Umaña (2010, 59),
esto ha llevado a la implementación de políticas de «mano dura» que no están
«orientadas por un principio de justicia y restauración sino por un deseo de
venganza». Como consecuencia, en 1994 el Gobierno aumentó la pena máxima de
prisión de 25 a 50 años (Calderón Umaña y Gónzalez 2010). Para Solís Moreira
(2012), dichas políticas buscan un consenso con la parte de la población que,
guiada por alarmes mediáticos, considera como una prioridad el aumento de la
represión contra la criminalidad. En particular, en el marco de la «guerra a
las drogas», el narcotráfico y narcomenudeo se han vuelto temas centrales para
la opinión pública del país, facilitando de esta manera el endurecimiento de
las penas para los delitos relacionados a drogas (ICD 2017). Para 2009, con respecto al 2003, las condenas por
infracciones a la Ley de Psicotrópicos incrementaron en catorce veces,
alcanzando 75.905 casos (PNUD 2010), representando así el 12,8% del total;
llegando a ser la segunda categoría de condenas más elevada después de aquellas
relativas a los delitos contra la propiedad (ICD 2016). Como resultado de lo
descrito hasta el momento, la población carcelaria tuvo un aumento del 60%
entre el 2005 y el 2015 (Programa Estado de la Nación 2017).
En relación a la acción de las fuerzas de policía para contrarrestar las
organizaciones criminales vinculadas al narcotráfico y al narcomenudeo, vale la
pena mencionar que, entre el 2010 y el 2016, la Policía de Control de Drogas del
Ministerio de Seguridad Pública desarticuló alrededor de 123 de estas
organizaciones por año (ICD 2017). Sin embargo, una vez desarticulados, estos
grupos pasan a ser fácilmente substituidos por otros que ocupan el mismo lugar
en la venta o transporte de drogas, fenómeno conocido como «resiliencia
delictiva» del narcotráfico y del narcomenudeo (COMESCO 2017; ICD 2016).
Fuera de
nuestro país existe un debate vivaz sobre las causas sociales que facilitan la
formación de grupos armados que ejercen formas de control territorial en zonas
urbano-marginalizadas. Aunque no hay un acuerdo unánime entre las personas
investigadoras sobre este punto, la mayoría de los trabajos que se han
producido concuerdan sobre el hecho de que el abandono del Estado en estas
áreas juega un papel fundamental (Koonings y Kruijt 2004). De hecho, la
ausencia de las instituciones gubernamentales «crea un vacío de poder que es aprovechado por otros
actores, en este caso las pandillas juveniles, para controlar territorios y
monopolizar el uso de la fuerza» (Pérez Sáinz et al.
2016, 10). En muchos casos, el vacío de poder se refleja en la ausencia o
ineficacia de las fuerzas policiacas en las zonas urbanas de mayor exclusión
social, provocando un sentimiento de inseguridad entre las personas que residen
en estas áreas. En muchas ciudades latinoamericanas, los grupos que se dedican
al narcomenudeo se han aprovechado de esta situación para ofrecer a los
residentes protección contra agresiones externas, así como mecanismos de
mediación de conflictos entre vecinos y para dictar las condiciones con las
cuales la acción de agencias del Estado y del sector privado suministran
diferentes tipos de servicios dentro de las comunidades (Pérez Sáinz 2015).
Es
indudable que, en comparación con los países del triángulo norte de América
Central, la presencia del Estado en las áreas urbanas vulnerables de Costa Rica
ha sido, históricamente, mucho mayor. Por esta razón, junto a Perú, Costa Rica
es el único país latinoamericano donde «los barrios populares no se
transformaron en enclaves de violencia» (Alba Vega y Kruijt 2017, 494) de manera sistemática. Sin embargo, se ha demostrado que, desde finales de los
años 1990, en Costa Rica la mayoría de las personas condenadas por homicidios,
es decir el 75,5%, son residentes de barrios caracterizados por altos niveles
de pobreza y exclusión social (Sáenz Rojas 2006). Estadísticas más recientes nos
muestran que, si se toma en consideración la generalidad de los delitos, la
mayoría de la población penitenciaria de nuestro país se caracteriza por
provenir de los estratos socioeconómicos más bajos, por estar desempleada o por
desempeñar actividades laborales en el sector informal de los servicios al
momento del arresto (Programa Estado de la Nación 2017).
Tomando
en consideración la tasa de homicidios del 2007, Huhn (2012)
demuestra que la mayor parte de los homicidios se da en San José, la capital y
provincia más poblada del país. Sin embargo, el autor hacer notar también que
Limón tiene la tasa de homicidios más elevada. Otras publicaciones llegan a los
mismos resultados, aunque analizan periodos temporales diferentes, lo que
demuestra que existe una constante en la distribución geográfica de los
homicidios (Calderón Umaña 2010; COMESCO 2016; 2017; Observatorio de la
Violencia 2014b; Sáenz Rojas 2006; Solís Moreira 2017; Vargas
Sanabria et al. 2009). Este dato es de particular importancia si se
considera que Limón es la provincia que posee los niveles más bajos de
desarrollo humano y está entre los más altos niveles de pobreza y desempleo (Sáenz
Rojas 2006); y ahí, uno de cada dos homicidios está relacionado a la venta de
narcóticos (COMESCO 2017). Huhn (2012) sugiere que, para analizar la violencia
letal e intentar individuar sus causas, es necesario observar de manera más
detallada las estadísticas y comprender si existe una coincidencia entre las
localidades más afectadas por este tipo de crimen y aquellas caracterizadas por
tener los índices mayores de exclusión socioeconómica. Para Solís Moreira
(2017), la acumulación de desventajas sociales tiene un impacto directo en la
distribución geográfica de la criminalidad. De hecho, un estudio reciente
(Sánchez Hernández 2018) muestra que los distritos de Costa Rica que presentan
mayores tasas de homicidios se encuentran entre los que poseen también los
mayores niveles de pobreza y desempleo. Según esta investigación, existe
también una relación directa entre los homicidios y la narcoactividad, dato que
indica que los distritos en los cuales se llevan a cabo el mayor número de
homicidios coinciden con aquellos en los que se decomisan mayores cantidades de
droga. Es posible afirmar entonces, que la falta de empleo y las motivaciones
de tipo económico facilitan el ingreso de residentes de barrios vulnerables en
grupos que se dedican al narcomenudeo (Calderón Umaña 2018; Pérez Sáinz 2015).
Para Chacón Echeverría y Zúñiga Rodríguez (2015; 2016) el
narcomenudeo representa una estrategia de subsistencia e, incluso, de
supervivencia para muchos de los jóvenes de estas localidades.
Es
importante señalar que el 64% de las mujeres que ingresan en el sistema
penitenciario lo hacen por delitos contra la Ley Sobre Estupefacientes, en
particular por venta directa. El hecho que estas mujeres se encuentren en el «último escalón en la pirámide» de la venta de
drogas (Hernández Chévez 2013, 76), no sólo comporta que estén en una posición
de vulnerabilidad con alto riesgo de ser arrestadas, también refleja su
condición socio económica al momento de la detención, cuando «el 37.5% eran pobres y un 47.5% se
encontraban en extrema pobreza» (Palma Campos[7]
2011, 254).
La mayor
parte de las personas condenadas por delitos relacionados a drogas, son jóvenes
entre los 20 y 39 años (ICD 2016); y el número de menores de edad que son
privados de su libertad por las mismas razones está en continuo aumento (Rojas
et al. 2004; OIJ 2013). La falta de escolaridad entre esta población representa
uno de los mayores factores de riesgo en relación al ingreso en el mundo del
narcomenudeo y la puesta en práctica de la violencia que lo caracteriza (Observatorio
de la Violencia 2010). La relación entre deserción escolar y violencia parece
demostrarse si se piensa que los distritos que poseen un mayor nivel de escolaridad
tienen también los menores índices de homicidios del país (Sánchez Hernández
2018).
Muchas
investigaciones señalan que, a nivel mundial, la desigualdad social tiene un
impacto mayor que la pobreza sobre la evolución de la violencia y la criminalidad
(Briceño-León 2002; Moser y McIlwaine 2004). Podría entonces tranquilizarnos el
hecho de que, como recuerda Calderón Umaña (2018), Costa Rica tiene uno de los
índices de desigualdad menores de todo Latinoamérica, llegando incluso a ser el
país menos desigual en 1994 (López Sedó 2018). Sin embargo, desde los años 1990,
en Costa Rica la desigualdad está en continuo aumento. Además, si se toman en
consideración todos los países de América Latina, entre el 2010 y el 2014 la
desigualdad aumentó sólo en Costa Rica, Venezuela y en menor medida, en
Paraguay (Leitón 2017). Preocupa aún más saber que en el 2016, el país regresó
a tener los mismos niveles de desigualdad que tenía en el 1980 (López Sedó
2018), elemento que demuestra un sustancial cambio de marcha en la situación
económica del país.
Además de
las causas del narcomenudeo y la violencia relacionada, y que se han mencionado
hasta ahora, en los textos analizados se hallaron otras más: el consumo de
drogas, la circulación de armas de fuego y la masculinidad hegemónica.
Obviamente, el primero es una consecuencia de la venta de drogas, pero se
vuelve también una causa de la violencia en el momento que los usuarios cometen
robos y asaltos para poder pagar sus dosis de consumo personal (Calderón Umaña
2006). Además, se ha verificado una coincidencia entre los cantones del país
que tienen los más elevados índices de consumo de drogas, con los que tienen
las más altas tasas de homicidios (OIJ 2013). En relación a las armas de fuego,
a partir del 2006 y con variaciones leves por cada año, estas son usadas entre
el 60% y 70% de los homicidios dolosos cometidos en Costa Rica (Observatorio de
la Violencia 2011; 2014b; Solís Moreira 2017; Vargas Sanabria et al. 2009). No
se encontraron datos relativos a la cantidad de homicidios relacionados a la
criminalidad organizada que fueron cometidos con armas de fuego. No obstante,
el hecho que estos son llevados a cabo principalmente mediante actos de
sicariato, nos hace pensar que son casi la totalidad. El hecho de que, en Costa
Rica, la mayoría de los homicidios son llevados a cabo por parte de hombres y
tienen como victimarios a otros hombres (Sáenz Rojas 2006; Vargas Sanabria et
al. 2009), nos hace pensar que existe una relación entre el crimen violento y
la construcción social de la masculinidad hegemónica, la cual exalta la
violencia y su uso en la resolución de los conflictos (Bejarano Orozco y Sáenz
Rojas 2000). Para Chacón Echeverría y Zúñiga Rodríguez (2016, 72), los
conflictos entre bandas y la modalidad con la que se hace un recurso cotidiano
a la violencia entre los jóvenes narcomenudeantes, son «performances de masculinidad hegemónica». Si
para reafirmar su propia masculinidad, los hombres que se dedican al
narcomenudeo deben continuamente poner en acto prácticas violentas, no
sorprende que entre el 2015 y el 2016 el 96,8% de los homicidios dolosos
relacionados a la venta de drogas fuera realizado por hombres (COMESCO 2017).
Gracias a
la recolección y análisis de la bibliografía, fue posible conocer qué se ha
escrito en relación a la narcoviolencia en Costa Rica y cuáles son los
principales vacíos en la literatura científica sobre este tema[8].
Entre las publicaciones tomadas en consideración, muy pocas tienen como objeto
principal de análisis el narcomenudeo y el narcotráfico. La Organización
Mundial de la Salud considera que una tasa de homicidios, superior a 10 por
cada 100.000 habitantes, corresponde a una situación que es catalogada como
epidemia (Observatorio de la Violencia 2014a). En nuestro país se superó este
umbral en el 2008 (UN Office on Drugs and Crime´s International Homicide Statistics s.f.), y desde ese
momento la violencia entre bandas criminales en zonas urbano-marginalizadas ha
recibido una mayor atención en el debate público. La escasez de estudios sobre
estos temas en Costa Rica podría explicarse entonces a partir de que solo en
años recientes se han alcanzado niveles preocupantes de violencia homicida
vinculada a la criminalidad organizada.
Las
ciencias sociales costarricenses todavía ignoran del todo, o en gran parte,
factores que han sido analizados en otros países latinoamericanos como, por
ejemplo: el fenómeno de la «narco cultura», es
decir, aquella cultura que se crea dentro de los grupos que se dedican al
narcotráfico y al narcomenudeo y que permite que en la sociedad se acepte la
existencia de estos grupos. Otros temas han sido poco estudiados en Costa Rica.
Por ejemplo, no se ha realizado ninguna investigación ad hoc que busque comprender cuál es la relación entre la
narcoviolencia y el creciente nivel de desigualdad. Además, se encontró que
hacen falta investigaciones y publicaciones académicas que expliquen de manera
sistemática y exhaustiva cuál es el papel de las fuerzas de policía en la
prevención y represión de la violencia relacionada a la venta de drogas
ilícitas.
Una investigación
ulterior podría ayudarnos también a comprender mayormente cuál es el nivel de
control territorial ejercido por grupos que se dedican al narcomenudeo, y cuál
es la relación entre los miembros de las comunidades y los de dichos grupos. En
particular, trabajos futuros podrían ponerse los siguientes objetivos: a)
identificar cuáles son los factores que provocan los conflictos entre estos
grupos o que permiten que los mismos sean evitados; b) verificar si los grupos
criminales regulan la vida cotidiana y asociativa de las comunidades e
identificar qué acciones ponen en práctica para alcanzar dicho resultado; c)
verificar si hay grupos criminales que consiguen mantener el monopolio de la
violencia y de los mercados ilícitos, e identificar qué acciones ponen en
práctica para alcanzar dicho resultado; d) describir las formas de violencia
derivadas de los conflictos relacionados al narcomenudeo y el impacto que estas
tienen en la vida de los habitantes de la comunidad y e) reconstruir la
historia del control territorial entre bandas criminales que se dedican al
narcomenudeo y de otras formas de conflicto y de violencia a este relacionados.
Para
poder comprender las dinámicas y particularidades locales de la narcoviolencia
en Costa Rica, es necesario producir datos primarios que nos permitan analizar
el fenómeno y, si es posible, proponer soluciones específicas a los problemas
locales. En particular, se señala la necesidad de investigaciones de tipo
cualitativo, posiblemente de etnografías, ya que la mayoría de las menciones
que se hacen a los temas analizados, se basan en datos secundarios, en
particular en las estadísticas criminales. Se subraya la importancia de
producir datos georreferenciados y más segregados, respecto a los que
actualmente se disponen desde las publicaciones analizadas sobre los homicidios
y, en particular, sobre aquellos relacionados a las actividades de narcotráfico
y narcomenudeo, en las cuales se describe la distribución de los mismos por
provincias, cantones, y distritos. No obstante, es necesario poder ubicar la
localización de los homicidios también por barrios. En efecto, en un mismo
distrito se pueden encontrar barrios con condiciones socioeconómicas y tasa de
homicidios muy diferentes entre sí, y al mismo tiempo, conocer la localidad
exacta de los homicidios y otras formas de violencia nos podría permitir
comprender mejor dónde se ubican los focos de los conflictos entre las bandas
criminales, así como sus causas y consecuencias.
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[1] El número de homicidios en Costa
Rica está en continuo aumento. Sin embargo, es mucho menor que el de otros
países de la región centroamericana. Es suficiente saber que, en el 2015 en El
Salvador, la tasa de homicidios era de 109 cada 100.000 habitantes (World Bank
s.f.).
[2] A través del programa de análisis
de datos cualitativos NVivo 11, el material se dividió en 147 códigos, cada uno
de los cuales corresponde a uno de los elementos que conforman el conocimiento
existente sobre el fenómeno analizado.
[3] La mayoría de los documentos, 34
de 55, aparecen en revistas y libros publicados en Costa Rica. Siete se
publicaron en Chile (5 son capítulos que pertenecen al mismo libro), 3 en
México, 2 en España, 2 en libros publicados en los Estados Unidos e Inglaterra
y una publicación por cada uno de los siguientes países: Alemania, Canadá,
Colombia, Cuba, Ecuador, Holanda e Inglaterra.
[4] De estas 88 publicaciones, 34
fueron descartadas porque no presentan datos importantes para el presente
estudio. La mayor parte de estas, por ejemplo, son boletines estadísticos del
Instituto Costarricense sobre Drogas, lo cuales se limitan a describir la
fluctuación de las estadísticas criminales por trimestre.
[5] El cambio en la paga de dinero a
droga y el efecto que tuvo en las comunidades vulnerables se menciona en varias
publicaciones (Chacón y Zúñiga 2015; ICD 2010; 2013; 2017; OIJ 2013; Palma
Campos 2011; Pérez Sáinz 2015), sin embargo, aunque no hay motivos para dudar
de su veracidad, en ninguna de estas se cita la fuente originaria o se explica
qué elementos se tienen para demostrar que así fue.
[6] En los textos tomados en
consideración -así como sucede con el narcomenudeo y el narcotráfico- los
conceptos de pandilla, banda y organización criminal muchas veces suelen ser
usados como sinónimos, dificultando ulteriormente el análisis del fenómeno de
la narcoviolencia. Algunas publicaciones intentan desambiguar estos conceptos e
introducen una distinción ulterior en la cual, además de las pandillas - o
cuadrillas para Rodríguez Aguilar (2017) -, se incluyen las «barras», es decir
grupos que cometen delitos menores y se sitúan en una posición intermedia entre
las pandillas y las bandas (Cruz y Carranza 2006 cit. en Rodríguez Aguilar
2017; Rodríguez Aguilar y Solano Acuña 2011; Solís 2008).
[7] El estudio de Palma Campos (2011,
257) nos permite comprender que la mujer que participa activamente en el
narcomenudeo dice hacerlo principalmente por motivos relacionados a su
maternidad (la mayoría son jefas de hogares), reafirmando de esta manera una «subjetividad
de género construida en función de los «otros» y no de sí misma».
[8] Además de los temas tratados en
este artículo, se analizaron también las respuestas institucionales al
narcotráfico, al narcomenudeo y en general, al crimen organizado. En particular,
se encontró que hacen falta investigaciones y publicaciones académicas que
expliquen, de manera sistemática, cuál es el papel de las fuerzas de policía en
la prevención y represión de tales fenómenos; y no se halló producción
académica o institucional sobre la influencia que, convenciones, leyes y
políticas internacionales de control de drogas, tienen en el contexto
costarricense.