Cada vez más, las Ciencias Sociales toman ventaja de los adelantos tecnológicos para incrementar la incidencia pública en los procesos de investigación científica enfocados en la toma de decisiones. Líneas de investigación en disciplinas que tratan con las interacciones sociedad-naturaleza como la Geografía, por ejemplo, buscan poner la tecnología científica al servicio de la ciudadanía para resoluciones importantes, esto como parte de un proceso de democratización de la ciencia que subyace en la toma de decisiones. Lo anterior ha sido particularmente notorio en estudios que vinculan el agua con procesos sociales, como en el campo multidisciplinario de la socio-hidrología (Sivapalan, Savenije, y Blöschl 2012). En este campo se ha visto un incremento exponencial de estudios que buscan involucrar más a la gente en decisiones asociadas al manejo del recurso hídrico. La tecnología de los sistemas de información geográfica (SIG) también ha sido cada vez más utilizada para incorporar a personas con poca formación técnico-científica en las decisiones con importantes dimensiones geoespaciales.
En este artículo, queremos examinar el potencial de estas tendencias metodológicas para la incidencia social, con el propósito de impulsar su aplicación en procesos de toma de decisiones en contextos con importantes retos vinculados a la gobernanza del agua. Creemos que investigaciones que contemplen estos abordajes metodológicos participativos pueden ayudar a robustecer la interfase ciencia-sociedad especialmente en Latinoamérica, una región caracterizada por la centralización en la toma de decisiones, corrupción, vulnerabilidad ante eventos hidrometereológicos extremos y a férreas oposiciones al manejo privado del agua (Assies 2003; Budds y McGranahan 2003). A nivel latinoamericano, cada vez más se promueven iniciativas para fortalecer el manejo de recursos naturales «de abajo hacia arriba», especialmente en temas del recurso hídrico (Delgado-Serrano et al. 2017).
Como medio para este objetivo, reflexionamos sobre algunas experiencias aprendidas hasta el momento en dos estudios de investigación actualmente en desarrollo en dos cuencas hidrográficas en Costa Rica, y que trabajan tendencias de investigación participativa en la socio-hidrología. Uno de esos estudios es sobre ciencia ciudadana aplicada al monitoreo de la calidad del agua en la cuenca del río Tres Amigos, en la Zona Norte de Costa Rica; mientras que el otro es un mapeo de valores sociales sobre servicios ecosistémicos asociados a los paisajes fluviales en la cuenca del río Savegre, en el Pacífico Central de Costa Rica.
La ciencia ciudadana es una práctica que, si bien no es nueva en un sentido estricto, se ha popularizado mucho recientemente en campos disciplinares que integran lo social con lo ambiental. A pesar de que existen diversas conceptualizaciones de ciencia ciudadana, el común denominador es el componente participativo en procesos de índole científico de actores sin formación científica formal. Por otro lado, las divergencias metodológicas y conceptuales de ciencia ciudadana tienen que ver con los niveles de participación de las personas, así como con consideraciones más filosóficas sobre lo que
El concepto en sí de ciencia ciudadana no ha sido fácil de definir (Riesch y Potter 2014). A nivel general, su definición parece bifurcarse en dos nociones: la primera, y más criticada (Kimura y Kinchy 2016), alude a la simple colecta de datos por parte de los participantes. La segunda, y más compleja, la concibe más como un ejercicio de democratización de la ciencia con implicaciones sociales normativas. Adicionalmente, algunos conceptos asociados de la literatura en inglés (idioma en el que más se ha publicado sobre ciencia ciudadana), se suelen confundir con la ciencia ciudadana, como
Para mayor claridad, aquí definimos ciencia ciudadana como un proceso participativo en el cual las personas, sin entrenamiento científico formal, se involucran de forma activa en el desarrollo de un proceso científico-investigativo con un propósito normativo. Es una práctica que implica la participación de actores no-expertos a lo largo del proceso de investigación, desde el diseño inicial, hasta la implementación y fiscalización de las normativas resultantes. La ciencia ciudadana supone además una relación horizontal entre científicos y no-científicos, la cual permite la construcción conjunta de conocimiento útil para la toma de decisiones.
Varios factores han sido claves en propiciar la popularidad reciente de la ciencia ciudadana. Por un lado, ha habido un vertiginoso desarrollo de las tecnologías de la información. En particular destaca un mayor acceso del público a internet, además de mejores y más rápidas conexiones, el uso ubicuo de teléfonos inteligentes y el creciente desarrollo de aplicaciones web y móviles para la manipulación y análisis de datos científicos (McQuillan 2014; Koch y Stisen 2017). Por otro lado, los centros de investigación, las ONG, entidades públicas, organizaciones comunitarias y la Academia deben cada vez más procurar «hacer más con menos», lo que ha llevado a diseñar procesos investigativos que minimicen costos y complicaciones logísticas (Kimura y Kinchy 2016; Pocock et al. 2017).
A nivel mundial, la ciencia ciudadana ha sido aplicada especialmente en temas ambientales, en particular al monitoreo de recursos naturales y biodiversidad (Chandler et al. 2017; McKinley et al. 2017). Recientemente, numerosas investigaciones y proyectos ambientales están apoyándose en procesos de ciencia ciudadana para mejorar las estrategias de conservación y manejo de recursos (Conrad y Hilchey 2011). En el mundo, particularmente en el área de socio-hidrología, la ciencia ciudadana es cada vez más popular; por ejemplo, para el monitoreo de la calidad del agua (p.ej. Shelton 2013; Jollymore et al. 2017) y de los niveles de corriente de los ríos (Lowry y Fienen 2013; Weeser et al. 2018), para el estudio de la distribución espacial de solutos de nitrógeno en aguas superficiales (Breuer et al. 2015), flujos de inundación en cuencas y áreas urbanas (Le Coz et al. 2016), modelación y caracterización de cuencas (Starkey et al. 2017) y para la evaluación de patrones espaciales en modelos hidrológicos (Koch y Stisen 2017), por nombrar solo algunas aplicaciones.
En Costa Rica, son relativamente pocos los proyectos de ciencia ciudadana que se han implementado. Muchos de los que se han llevado a cabo se han enfocado en el monitoreo de especies, donde destacan el Proyecto Aves y Ventanas de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), la iniciativa sobre bioluminiscencia acuática del proyecto «Ciencia Ciudadana Bioluminiscencia Costa Rica», el monitoreo y seguimiento de bosques en recuperación de la Organización para Estudios Tropicales (OET) y la aplicación «¿Lo sentiste?» de la Red Sismológica Nacional de la Universidad de Costa Rica (RSN-UCR), entre otros. Existen otras iniciativas en el país que involucran la participación activa de ciudadanos en proyectos científicos, mas no explícitamente catalogadas como ciencia ciudadana. Además, en Costa Rica hay una marcada ausencia de experiencias de ciencia ciudadana relacionadas en el área de la hidrología.
Una pregunta central en discusiones sobre ciencia ciudadana es si tiene la capacidad para empoderar grupos sociales tradicionalmente marginados de procesos de toma de decisiones. Las respuestas, indudablemente, dependen del grado de involucramiento de los participantes a lo largo del proceso científico-normativo (p.ej, en la definición de objetivos y preguntas, elección de métodos, colecta de datos, análisis y evaluación de datos, comunicación de hallazgos y sistematización de lecciones aprendidas, diseño y fiscalización de normas) (Hecker et al. 2018). En efecto, las críticas más comunes a la ciencia ciudadana cuestionan esta visión de «extractivismo» de datos sin aspirar a un verdadero empoderamiento de la ciudadanía (Kimura y Kinchy 2016).
En efecto, conceptualizar la ciencia ciudadana como un proceso de democratización de la ciencia, más allá de la colecta de datos, implica que los participantes tengan «voz y voto» desde el inicio hasta el fin del proceso científico-normativo (Capel 2014). Por ende, la ciencia ciudadana como práctica participativa es inherentemente política, y tiende a concebirse frecuentemente como una práctica de «contracultura» o «forma de resistencia» que atenta contra el autoritarismo científico de ciertos gremios de expertos y políticos (McQuillan 2014; Kullenberg 2015). Como lo señala Buytaert et al. (2014, 9): «el concepto de ciencia ciudadana, con el término “ciudadano” […], sugiere una dimensión política – y no una dimensión técnica neutral» (The concept of citizen science with the term «citizen»… suggests a political—as opposed to a technical-neutral—dimension), que permite
También, la ciencia ciudadana puede ser un mecanismo para facilitar espacios de colaboración en los que se reduzca la conflictividad en procesos de toma de decisiones. El diseñar procesos de toma de decisiones de abajo hacia arriba (bottom-up), en coordinación con niveles superiores de institucionalidad, puede facilitar consensos, así como forjar estructuras policéntricas que favorezcan la gobernanza ambiental efectiva (Ostrom 2009; Ostrom 2010). Además, los procesos de ciencia ciudadana que incorporen el conocimiento local/experiencial en los procesos científicos pueden ser determinantes para una gestión efectiva de recursos naturales (Gomez-Pompa y Kaus 1992). Con el involucramiento de participantes en el diseño de investigaciones científicas, la ciencia ciudadana promueve que los procesos de toma de decisiones se contextualicen adecuadamente, acorde con las realidades sociales y ambientales de las localidades y, con ello, se garantiza más el alcanzar los objetivos normativos. Finalmente, la ciencia ciudadana también puede ser un instrumento para la alfabetización y concientización científica fuera del ambiente formal académico, el cual puede ser inviable para muchas personas. Así, esta posibilidad puede fortalecer las capacidades técnico-científicas de miembros de la comunidad para una mejor toma de decisiones (Kimura y Kinchy 2016).
Sin duda, mucho del éxito de los procesos participativos en ciencia ciudadana depende en gran medida de las oportunidades que perciben los ciudadanos al conocer mejor su entorno e incidir efectivamente en las decisiones (Buytaert et al. 2014; Le Coz et al. 2016; Hecker et al. 2018). Mucho depende, no obstante, de la articulación entre los intereses de los científicos y los ciudadanos, así como del nivel de dependencia que los participantes tengan del recurso (Weeser et al. 2018).
El primer proyecto presentado en las II Jornadas de Investigación busca involucrar más activamente a las comunidades en la toma de decisiones a través del monitoreo de la calidad de las aguas superficiales en la cuenca del río Tres Amigos, en la Zona Norte de Costa Rica (
Para desarrollar el proceso de ciencia ciudadana, este proyecto combina equipos de medición de calidad del agua superficial con una aplicación móvil capaz del mapeo y visualización de datos en tiempo real (
Los parámetros que se cuantifican con los equipos de monitoreo incluyen la presencia de coliformes fecales, temperatura, oxígeno disuelto, demanda bioquímica de oxígeno, pH, nitratos y fosfatos (
Los datos sobre calidad del agua recolectados por cada participante luego son ingresados, por ellos mismos, a una aplicación móvil para los sistemas operativos Android de Google® llamada «Monitoreo de Agua» (Vázquez-Morera 2019), la cual permite registrar, visualizar, compartir y comparar los datos obtenidos. La aplicación además permite la visualización espacial de los datos utilizando la plataforma
Luego de los talleres efectuados, así como de las observaciones y entrevistas de campo, hemos identificado algunos resultados preliminares y lecciones aprendidas hasta el momento. Primero, los resultados preliminares revelan patrones similares y con un margen de error aceptable entre las mediciones hechas por los participantes y las efectuadas a través de la sonda multiparamétrica. Analizarlos de forma comparativa es trascendental para validar la calidad de los datos tomados por los participantes, y así aumentar la confianza por parte de los tomadores de decisiones. Por otro lado, y como era de esperar, el análisis de los datos obtenidos hasta ahora revela una significativa variación espacial y temporal de los parámetros monitoreados. Aquí rescatamos particularmente los nitratos y fosfatos, los cuales se asocian estrechamente con actividades productivas en la cuenca estudiada y son, por ende, de particular interés para los tomadores de decisiones.
En general, las evaluaciones sobre el proceso de ciencia ciudadana hechas hasta ahora por los participantes han revelado criterios mayormente positivos. La mayoría ve la iniciativa con buenos grados de importancia, y todos los participantes han expresado deseos de continuar con el monitoreo por su cuenta una vez que concluya el proyecto. Asimismo, se ha resaltado la facilidad de utilizar el kit de monitoreo, así como la aplicación. Un aporte importante del proyecto, según los participantes consultados, ha sido el fortalecimiento de las redes de cooperación entre personas de las distintas comunidades involucradas, específicamente del sector de la cuenca media-baja. Muchos participantes perciben esta iniciativa como un mecanismo efectivo para coordinar acciones y fortalecer las redes de cooperación intercomunitarias ante problemáticas socio-ecológicas vinculadas a los ríos.
En cuanto a las lecciones aprendidas, notamos que la participación de los líderes comunitarios en el proceso ha mejorado la comprensión pública de la ciencia, y esto ha sido útil para cubrir vacíos de conocimiento en cuanto a la calidad del recurso hídrico en el contexto socioambiental de la cuenca. La ciencia ciudadana, en este caso, se percibe más por los participantes como una «vigilancia vecinal», que brinda la posibilidad de identificar contaminadores de una manera ordenada, sistemática y apoyada tecnológicamente; y que servirá para concientizar no solo a los actores locales, sino también a las autoridades tanto municipales como nacionales del problema socioambiental que se vive en estas comunidades. Asimismo, hemos notado que los niveles de compromiso y acción de los participantes están muy asociados con percepciones de las realidades socioambientales en los diferentes sectores de la cuenca. Por ejemplo, la contaminación hídrica por fincas piñeras que caracteriza al sector de la cuenca baja favorece la participación de un mayor número de personas en este sector preocupadas por el daño social y ambiental; en contraste, se nota un menor involucramiento en la cuenca alta, donde se asocian percepciones de agua limpia y abundante. Sin embargo, consideramos fundamental que estos procesos participativos fomenten una visión de la interdependencia funcional inherente en una cuenca hidrográfica entre los participantes y, con ello, ayudar a articular acciones a lo largo de todo el sistema de la cuenca.
Es innegable que los Sistemas de Información Geográfica (SIG) han transformado la ciencia geográfica, especialmente en mejorar los métodos y técnicas de cartografía y análisis espacial. Parte de la evolución que han tenido los SIG en las últimas décadas ha sido dejar de ser sistemas de uso exclusivo de técnicos y expertos, a volverse procesos más inclusivos en su uso para la toma de decisiones (Sieber 2006). De hecho, los Sistemas de Información Geográfica Participativos (de ahora en adelante SIGP) surgen en respuesta a peticiones para utilizar el SIG como medio para una mayor presencia pública en los procesos de toma de decisiones en diversos ámbitos y a múltiples escalas (Barrera Lobatón 2009). El término de SIGP
Los SIGP han surgido como tecnología promisoria para lograr una mayor representatividad e inclusión social en la toma de decisiones con dimensiones geográficas. Sin embargo, han sido criticados especialmente por la calidad y confiabilidad de los datos geoespaciales, lo cual tiene ingentes implicaciones para su uso en procesos normativos y de planificación (Brown, Weber, y de Bie 2015). Muchas de estas consideraciones, no obstante, dependen de factores como la naturaleza de los datos, el diseño del proceso participativo, así como del propósito para el cual se buscan datos SIGP. Por ejemplo, con tal de procurar una mejor calidad de los datos, en el mapeo y análisis espacial de fenómenos físicos (como la distribución espacial de ecosistemas, especies, corrientes marinas, o formaciones geológicas), por lo general es preferible el criterio de expertos.
Pero para consideraciones más de índole sociocultural, como aceptación de estrategias de manejo o apoyo comunitario en procesos de gestión de recursos, un ejercicio de SIGP puede ser de mucha utilidad. En efecto, los SIGP fueron concebidos inicialmente para representar perspectivas subjetivas sobre el espacio geográfico y sus componentes. En muchos casos, lo que se pretende a través de ejercicios de mapeo participativo es justamente capturar subjetividades con el fin de incluirlas en la toma de decisiones, muchas veces para contrarrestar estructuras dominantes de poder que marginalizan sectores de la población y su acceso a recursos (Peluso 1995).
En ciertas situaciones, la inclusión de participantes es más bien ideal para mejorar la calidad de los datos. Por ejemplo, cuando los residentes de un sitio hacen el mapeo de sus entornos más inmediatos, pueden aportar sustancialmente al proceso gracias al íntimo conocimiento que tienen de su espacio (Heipke 2010; Werts et al. 2012). También se pueden obtener resultados particularmente útiles al combinar consideraciones biofísicas y sociales en el mismo ejercicio SIGP (p.ej. Whitehead et al. 2014), así como los criterios de expertos e inexpertos. Avances en las interacciones humano-computadora (HCI, en inglés) aplicado al SIGP, también pueden contribuir a mejorar la calidad de los datos obtenidos a través de una mejor visualización y representación de información geoespacial (Haklay y Tobón 2003).
Muchas aplicaciones de SIGP han sido para el estudio de componentes específicos de las interacciones sociedad-naturaleza, especialmente para optimizar la toma de decisiones en el manejo de recursos naturales. En el campo socio-hidrológico, los SIGP se han diseñado principalmente para procesos de soporte de decisiones en temas de administración del recurso hídrico (Nyerges et al. 2003), específicamente en conservación (Werts et al. 2012), monitoreo y análisis de calidad del agua (Bacic, Rossiter, y Bregt 2006; Luchette y Crawford 2008; Behmel et al. 2016), identificación de servicios ecosistémicos y sus valores sociales a nivel de cuenca (Cox et al. 2015; Lin et al. 2017), accesibilidad a ambientes acuáticos (Laatikainen et al. 2015), entre otros. Una de las aplicaciones más populares en este campo ha sido en el mapeo colaborativo de valores sociales atribuidos a los servicios ecosistémicos. A continuación, nos enfocamos en esta última aplicación, introduciendo primero los valores sociales aplicados a servicios ecosistémicos.
En las últimas décadas, diversos esfuerzos multidisciplinarios han buscado resaltar el vínculo entre naturaleza y bienestar humano en círculos científicos (MEA 2005; Balvanera et al. 2011). A través de proposiciones conceptuales-analíticas y metodológicas, el paradigma de los servicios ecosistémicos ha buscado estrechar esa conexión que, si bien se reconocía ampliamente, se tendía a omitir en evaluaciones ambientales y otros mecanismos de gestión ambiental. Los servicios ecosistémicos inicialmente surgen como un concepto a incluir en los cálculos económicos tradicionales que soslayaban la contribución del capital natural en la economía (Gómez-Baggethun et al. 2010). Con este enfoque, se buscó ampliar la gama de valores tanto monetarios como no monetarios que se le atribuían a la naturaleza, con el fin de darle mayor visibilidad a la gama de contribuciones de los ecosistemas en círculos principalmente políticos y económicos (Laurila-Pant et al. 2015; Jacobs et al. 2016). Indudablemente, a través de este paradigma se han profundizado las discusiones filosóficas sobre el abanico de valores atribuidos a la naturaleza (Kumar y Kumar 2008).
Desafortunadamente, este reconocimiento de la pluralidad valorativa de los servicios ecosistémicos ha tenido una tenue y lenta incidencia en procesos de evaluación ambiental (Ives y Kendal 2014; Jacobs et al. 2016). Esto ha sido especialmente conspicuo en el caso de los valores sociales, entendidos en este contexto como todos aquellos valores percibidos, no monetarios, que se atribuyen a los ecosistemas y los servicios que estos proveen (Sherrouse, Clement, y Semmens 2011). La consideración de este tipo de valores no es trivial, ya que representan una parte importante de los esquemas de valoración personales y colectivos que influyen en las decisiones ambientales. Considerarlos también permite evaluaciones ambientales más exhaustivas y realistas, que van más allá de los factores económicos. La
Como dijimos, una de las aplicaciones más populares de los SIGP ha sido para el mapeo de valores sociales de servicios ecosistémicos, en muchos casos con el propósito de incorporar criterios y valoraciones sobre servicios ecosistémicos a las evaluaciones ambientales. Por ejemplo, con el propósito de proveer insumos tradicionalmente omitidos en la toma de decisiones, los SIGP se han utilizado para el análisis de las dinámicas espaciales entre diferentes tipos de valores asociados a los servicios ecosistémicos (Van Riper y Kyle 2014), así como para examinar sinergias y diferencias entre percepciones subjetivas y cálculos más objetivos sobre servicios ecosistémicos (De Vreese et al. 2016; Bagstad et al. 2017).
Una herramienta de SIGP que se ha utilizado comúnmente para el mapeo, cuantificación y análisis de los valores sociales atribuidos a los servicios ecosistémicos es SolVES (en inglés: Social Values for Ecosystem Services o Valores Sociales para los Servicios Ecosistémicos; solves.cr.usgs.gov) (Sherrouse, Clement y Semmens 2011). SolVES se ideó con el fin de lograr una mayor incorporación de valoraciones sociales espacialmente explícitas a evaluaciones ambientales. Funciona como un «
El segundo proyecto sobre el cual presentamos avances en las II Jornadas de Investigación utilizó SIGP para el mapeo y análisis espacial de valores sociales atribuidos a los servicios ecosistémicos fluviales en la cuenca del río Savegre, Costa Rica (
Hay variados usos de la tierra a lo largo de la cuenca. En la parte alta predominan los usos agrícolas, recreación, turismo y áreas protegidas estatales y privadas. En la parte media predominan los cultivos de café y, en menor grado, ganadería y turismo; mientras que en la cuenca baja se encuentran cultivos más intensificados como la palma africana y el arroz. Si bien en toda la cuenca hay una baja densidad poblacional con respecto a otras del país, esta ha estado sujeta a crecientes presiones antropogénicas por la expansión de las fronteras agrícolas y ganaderas, así como por actividades de acuicultura intensiva y pesca ilegal. Estas presiones contrastan con narrativas populares de cuenca poco alterada, de aguas limpias y de una elevada conciencia ambiental de sus pobladores (Gobierno de Costa Rica 2015). Esto último se refleja, por ejemplo, en movimientos intercomunitarios por evitar proyectos hidroeléctricos a gran escala, así como en el establecimiento de un robusto sector turístico basado en la naturaleza en las partes alta y media-baja de la cuenca.
Sin embargo, para la cuenca del Savegre se carecen de insumos sobre preferencias y valoraciones sociales en torno a los servicios ecosistémicos que provee el sistema fluvial. Por eso, el proyecto en mención pretende capturar estas apreciaciones sociales en los administradores de las unidades productivas dentro de la cuenca usando SIGP, con el fin de incorporar estos criterios en evaluaciones ambientales que permitan diseñar mejores estrategias de sostenibilidad. Para este ejercicio, se utilizan mapas impresos que luego se procesan y analizan en un software SIG. También se utiliza la tipología de valores sociales especificada en Sherrouse, Clement y Semmens (2011) (Tabla 1),
Adaptado y traducido de Sherrouse, Clement y Semmens (2011).
Valoro este río porque disfruto del paisaje, de los sonidos, vistas, aromas, etc.
Valoro este río porque provee una variedad de especies de vida silvestre.
Valoro este río porque representa parte de las tradiciones, conocimiento y estilo de vida de mis ancestros.
Valoro este río porque provee de pescado, turismo, y agua para uso humano.
Valoro este río porque permite que futuras generaciones conozcan y aprovechen el río a como está hoy.
Valoro este río porque es importante para la historia natural y humana de mi comunidad, región y país.
Valoro este río solo porque existe, independientemente de la utilidad que tenga a los humanos.
Valoro este río por su contribución a la educación, enseñanza e investigación científica por parte de niños, jóvenes y adultos.
Valoro este río porque regula, preserva, limpia y renueva agua y con ello la vida que dependen de ella.
Valoro este río porque me permite disfrutar de actividades recreativas.
Valoro este río porque para mí tiene algún significado espiritual o porque siento reverencia y respeto por él.
Valoro este río porque me hace sentir mejor, física y mentalmente.
Al igual que la investigación sobre ciencia ciudadana presentada anteriormente, este es un proyecto aún en desarrollo. Sin embargo, aquí sintetizamos algunos resultados preliminares y aprendizajes relevantes hasta el momento, en el contexto temático de este artículo. En cuanto a los valores sociales sobre servicios ecosistémicos, los resultados muestran una priorización de los valores de biodiversidad, futuro, estético, y soporte de vida (
Lo anterior es importante para el diseño de estrategias de sostenibilidad a nivel de la cuenca, ya que apunta hacia una concepción articulada del sistema socio-ecológico y sus dinámicas. Por ejemplo, el hecho de que las comunidades de la parte alta de la cuenca atribuyan altos valores de biodiversidad a la parte media, puede favorecer la implementación de acciones en la cuenca alta que minimicen los impactos ambientales río abajo, sabiendo que hay una conexión funcional. De forma similar, el que los residentes de la cuenca baja otorguen un alto valor futuro a la cuenca alta por el rol de conservación de fuentes de agua, puede propiciar labores de cooperación entre sectores de la cuenca, como ha sucedido en el caso del Savegre. Asimismo, para priorizar las acciones de manejo de los ecosistemas de la cuenca, va a ser vital identificar las «zonas calientes» o
En cuanto a los aprendizajes del proceso, ha habido una notable anuencia de los participantes a trabajar con el concepto de valores sociales, esto porque amplía la gama de apreciaciones de la naturaleza más allá de consideraciones exclusivamente económicas. Percibimos que muchos participantes ya eran conscientes de esta diversidad (como en el caso de los valores de recreación, culturales y de diversidad biológica, por ejemplo; Tabla 1), mas desconocían su aplicabilidad a evaluaciones ambientales y, con ello, el potencial de incidencia. No obstante, este ejercicio SIGP también ha logrado sacar a la palestra pública valores más abstractos como el histórico, el espiritual, el de aprendizaje y el estético; los cuales usualmente no eran reconocidos por los participantes como valores que formalmente se le podían atribuir a los ecosistemas en evaluaciones ambientales.
En general, los participantes consideran que estas evaluaciones más integrales son trascendentales para apoyar procesos de toma de decisiones en materia de protección de recursos naturales y políticas públicas en el contexto de la cuenca. En particular, ha interesado el papel que puedan tener estos tipos de evaluaciones como insumos para los esquemas de incentivos, como los pagos por servicios ambientales (PSA). Esto es particularmente relevante en la cuenca del Savegre, donde ha habido problemas por el acceso a estos incentivos debido a disputas sobre tenencia de la tierra en áreas protegidas (SINAC 2017; Espinoza-Cisneros 2018).
También, la posibilidad de «espacializar» los valores sociales ha sido otro de los aspectos resaltados por los participantes. Para muchos, la noción de representar valores sociales en el espacio es novedoso y relevante para la toma de decisiones. Además, notamos que la interpretación de los valores más abstractos (p.ej. espiritual, terapéutico, futuro) se facilitó mucho con su representación en el espacio. Útil también fue la identificación de «puntos calientes» o
Finalmente, en el contexto de un sistema funcionalmente interdependiente como una cuenca hidrográfica, para quienes toman decisiones en las comunidades puede ser muy provechoso el conocer las valoraciones que se hacen de otros sectores de la cuenca. En el caso de la cuenca del Savegre, si bien ha habido canales de comunicación y cooperación intercomunitarias, es necesario fortalecer estos vínculos y los procesos de planificación socio-ecológica para incrementar la resiliencia ante los retos socioambientales. En este aspecto, creemos que los ejercicios SIGP podrían contribuir significativamente.
¿Pueden las nuevas tendencias en metodologías participativas lograr mayor incidencia social y robustecer los procesos de toma de decisiones en un contexto de apremiantes retos socioambientales? A continuación, tratamos con algunos aspectos que consideramos clave para discurrir respuestas a esta pregunta guía.
Ante crecientes retos socioambientales globales, y bajo la consigna de
Para lograr una mayor incidencia social y contribuir en el plano normativo, las corrientes disciplinarias que tratan con las interacciones ser humano-medio ambiente deben imperiosamente contemplar y apoyar estos avances en las metodologías participativas en el campo de la sostenibilidad, no solo en el ámbito de investigación, sino también en el de acción social. Por eso, desde la Academia hay que apoyar estos procesos, procurando su evolución hacia escenarios de mayor democratización, empoderamiento y, en general, hacia una toma de decisiones más efectiva. La Academia podría apoyar sustancialmente en la valoración conjunta de casos de aplicación, la sistematización de lecciones aprendidas, y determinar cómo adaptar mejor un proceso participativo a contextos particulares. Es vital también indagar más a fondo sobre las motivaciones detrás de la participación en estos procesos, así como las relaciones de poder que se dan y cómo estas podrían influir en el éxito o fracaso de un proceso.
También es indispensable nutrir una mayor voluntad política para utilizar la información resultante de los procesos de ciencia colectiva como insumo, especialmente en temas de manejo del agua. Este, sin duda, ha sido un tema sensible en círculos políticos ante la renuencia de los tomadores de decisiones a confiar en información científica co-generada entre expertos e inexpertos en asuntos de mucha trascendencia, como el manejo del agua o el uso de la tierra, por ejemplo. De hecho, una de las mayores críticas que se hacen a las metodologías participativas en general, es su poca incidencia probada en la toma de decisiones. Mucho de esto, sin embargo, consideramos que se relaciona con la falta de voluntad política para incorporar los insumos de estos procesos. Por eso, aquí es importante distinguir entre la poca incidencia probada (insistimos, mucho debido a la falta de voluntad política) y el potencial para incidir. Este potencial, creemos, se puede acentuar aún más en el contexto costarricense, caracterizado por una creciente conciencia ambiental de su población (Informe Estado de la Nación 2017). Evidentemente, para ello es trascendental garantizar la calidad de la información suministrada, pero con la tecnología esto puede mejorar sustancialmente.
Sin duda, las tecnologías han jugado un papel medular (sino el más importante) en esta evolución de las metodologías participativas en los últimos años al facilitar una mayor apertura en los procesos de toma de decisiones. Un mayor acceso a teléfonos inteligentes con aplicaciones cada vez más sofisticadas, pero fáciles de usar, se presta para un mayor involucramiento de la población, así como para la obtención de gran cantidad de datos en tiempo real para la toma de decisiones. Esto es aún más significativo para el caso del agua, cuyas dinámicas han sido ampliamente estudiadas y modeladas desde diversos ámbitos comparado a otros recursos (como la biodiversidad, por ejemplo), lo que permite integrar, apoyar y complementar los procesos participativos con bases de datos, mapas y modelos ya existentes. Estas ventajas se reflejan en el vertiginoso desarrollo en los últimos años de muchas aplicaciones web y móviles en temas de agua, que ayudan a manipular datos y realizar modelados de dinámicas hidrológicas por no-expertos. En el campo del SIGP, eso es igualmente promisorio, con el desarrollo de plataformas digitales de mapeo y visualización espacial cada vez más robustas y amigables al usuario como
Queremos realzar la importancia de aplicar estas metodologías participativas para la toma de decisiones en temas del agua, por lejos el recurso natural más esencial, y además muy dependiente del contexto para su manejo efectivo. Aunado a esto, ante la incertidumbre socio-ecológica por el cambio climático, va a ser aún más importante un manejo colectivo y participativo del recurso hídrico para la gestión de riesgo ante sequías o escasez, contaminación, inundaciones, degradación de ecosistemas acuáticos, entre otras problemáticas asociadas al cambio global. En las últimas décadas se han discurrido esquemas participativos para el manejo del agua, como el Manejo Integrado del Recurso Hídrico (MIRH), que, en su esencia, buscan una mayor inclusión social en el manejo de este recurso. El agua es un recurso que tiende a generar tensiones si es mal manejado, por lo que el aplicar procesos que procuren mayor democratización y representación en procesos de toma de decisiones es esencial para el orden social.
Por último, el agua también es un recurso del cual se derivan múltiples servicios ecosistémicos más allá de la simple provisión de agua, y esta diversidad de servicios debe idealmente ser gestionada de manera abierta y participativa. Como dijimos, esas diversas valoraciones de los servicios proveídos por el agua deben ser incorporadas en instrumentos de evaluación ambiental, para procurar una toma de decisiones más consciente de la totalidad de costos y beneficios de una decisión más allá de lo meramente económico. Sin duda, el agua es un recurso alrededor del cual históricamente han convergido complejas relaciones de poder, así como múltiples significados y valoraciones. Por eso, el camino hacia la democratización y participación cívica en procesos de toma de decisiones, si bien puede ser escabroso, es indispensable para una gobernanza ambiental verdaderamente orientada hacia la sostenibilidad global.
Si bien se han debatido las diferencias y similitudes entre SIGP y otros términos asociados como SIG público participativo (PPGIS en inglés) e información geográfica voluntaria (VGI en inglés), en este artículo utilizaremos SIGP como concepto genérico. Para más detalle sobre estas discusiones, ver Brown y Kyttä (2014).