E-ISSN: 1659-2859
Volumen 99 (2) 2020: 1-16
Julio-Diciembre
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En segundo lugar, porque la ética del discurso termina postulando un consenso infinito que
escapa a nuestra experiencia y a las discusiones existentes. Para pensar este tema, los autores
parten de la reflexión de Peirce sobre la ultimateopinion, a la cual podría llegar la comunidad
científica en un futuro –que termina extrapolándose a la comunidad en general– tras un proceso
de discusión racional. Esta opinión a la que se podría arribar, disiparía los desacuerdos y sería
lo más parecido a alcanzar una suerte de verdad definitiva. Parafraseando a Wellmer (1994,
114-5), se trata de una ficción teórica situada al final de la historia y facilitada por condiciones
ideales de habla, que están simultáneamente antes (como presupuestos) y después (como
ideales regulativos o valores límites) del proceso de discusión racional. Una ficción que, por
cierto, desatiende los contextos históricos concretos.
Al mirar de cerca dichas condiciones, Wellmer afirma que implican una reconciliación de
los puntos de vista y la posibilidad de un sentido transparente. De esta forma, apuntan a «un
haberse comprendido de los hombres, ideal e ilimitado, como punto de fuga de los esfuerzos
de comprensión mutua que realizan en cada momento» (Wellmer 1994, 117). Los recursos
utilizados por Habermas y, sobre todo, por Apel «no tendría[n] más remedio que ser al mismo
tiempo la idea de un lenguaje definitivo e ideal, gracias al cual la presuposición de
comprensibilidad intersubjetiva (…) se habría convertido en una anticipación constantemente
cumplida» (Wellmer 1994, 117). Todo lo cual cumple, por caminos insospechados, con el sueño
primigenio del positivismo lógico de lograr un lenguaje depurado de contenido sustantivo y
discrepancias. Con la diferencia, escribe Wellmer, de que se proyecta «sobre el sistema
referencia de una filosofía pragmático-lingüística. La comunidad ideal de comunicación habría
superado, sí, el error, el disenso, la incomprensión y el conflicto, pero solo a costa de una
petrificación del lenguaje, de una extinción de sus fuerzas productivas, o sea, a costa de la
supresión de la forma de vida histórico-lingüística de la humanidad» (Wellmer 1994, 117).
A fin de cuentas, en su afán por defender un universalismo que evite la pendiente del
relativismo moral, Habermas y Apel terminan por incurrir en el mismo error que Kant: formular
una ética sub specieaeternitatis; es decir, una ética pensada no desde el punto de vista de la
mundanidad, sino de una eternidad que nos trasciende sin incluirnos. Al repetir el camino, al
cual le suman los aportes de la filosofía contemporánea, los autores terminan postulando un
fundamento último (las pretensiones de validez de los actos de habla), un sentido pleno y una
reconciliación de los sujetos (los implícitos de las condiciones ideales de habla), más allá de la
pluralidad y de las diferencias de toda comunicación fáctica.
La propuesta de Albrecht Wellmer
Al leer con detenimiento Ética y diálogo, advertimos que la exposición de Wellmer es
algo más que una crítica inmanente a Kant, Habermas y Apel. Se trata más bien de una
propuesta teórica por derecho propio: una «reconstrucción falibilista de la ética del discurso»
(Wellmer 1994,143), como él mismo la denomina, que tiene como propósito central, si se nos
permite la expresión, bajar a tierra las premisas de los autores mencionados.