E-ISSN: 1659-2859
Dossier especial
Volumen 99 (2) 2020: 1-8
Julio-Diciembre
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Sobre espacios y tiempos en época de pandemia
About Spaces and Schedules in Pandemic Times
DOI 10.15517/rr.v99i2.42146
Lucía Brenes Chaves
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Sede de Occidente, Universidad de Costa Rica, Costa Rica, lucia.breneschaves@ucr.ac.cr
Fecha de recepción: 23 de mayo del 2020 Fecha de publicación: 4 de junio del 2020
Resumen
Como trabajadores y trabajadoras, hemos organizado nuestra cotidianidad en función del
tiempo destinado al trabajo remunerado y a las otras actividades que solemos realizar en otros
espacios lejos del laboral. Sin embargo, la coyuntura actual nos ha obligado a transformar de
manera radical esa cotidianidad a la que estábamos acostumbrados y acostumbradas, y hemos
tenido que reorganizar nuestra vida entera sin mayor claridad y sin mayor certeza de cómo existir
en esta nueva dinámica que se nos ha impuesto a partir de la expansión acelerada del Covid-19 a
nivel mundial. Esta situación tiene implicaciones diferentes para hombres y mujeres, pues ha
hecho evidente la dificultad de separar, en muchos casos, la carga doméstica de la laboral.
Palabras clave: Espacio y tiempo, Trabajo, Trabajo remunerado, Cuido doméstico, Relaciones
interpersonales.
Abstract
Due to the Covid-19 pandemic, workers have organized their daily activities based on the time
dedicated to paid work and the other activities they usually perform in spaces other than working
places. However, the current situation has forced them to radically transform their daily and
reorganize their entire lives without much clarity or certainty of how to cope with this new
dynamic, imposed from the accelerated expansion of Covid-19 worldwide. Since most of societies
are chauvinistic, this situation has different implications for men and women, it has been evident
the difficulty of separating the domestic burden from work.
Key words: Space and time, Work, Remunerated job, Domestic care, Interpersonal relationships.
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Hasta hace aproximadamente tres meses, vivimos una normalidad que definía nuestra
cotidianidad y nuestra existencia como seres sociales, y que hasta cierto punto nos daba algún nivel
de seguridad tener un control relativo de nuestro presente y futuro; pues la sensación de
continuidad nos permitía trazarnos ciertas metas, proyectos a futuro y la convicción de saber hacia
dónde íbamos. Teníamos clara la división de espacios y de tiempos y con base en ello,
organizábamos cada aspecto de nuestras vidas. Había también claridad en cuanto a las dificultades
que debíamos sortear cada día, las causas del deterioro de nuestras condiciones materiales de vida,
las amenazas constantes de pérdida de derechos laborales adquiridos a través de luchas pasadas, y
veíamos con indignación cómo los sectores hegemónicos vinculados a los grandes capitales y al
poder del Estado definían la agenda pública y al mismo tiempo, pensábamos formas de revertir el
curso de la economía y la política en este país.
Sin embargo, el avance de la pandemia del Covid-19 alteró esa normalidad hasta entonces
conocida, y nos puso en un lugar simbólico en el que no estábamos acostumbradas y
acostumbrados a estar: la incertidumbre diaria, el temor a lo desconocido, la angustia que provoca
no saber qué esperar cada día, y la pérdida del control que hasta entonces teníamos en nuestras
vidas. Todo eso además se profundizó con el traslado de nuestras actividades laborales al espacio
doméstico, y la superposición de tiempos y espacios que aun en estos momentos, estamos tratando
de descifrar cómo hacer que responda a las necesidades personales, familiares y laborales.
Esta nueva realidad a la que nos estamos enfrentando, no es igual para todas las personas,
pues las dificultades se agudizan en términos de relaciones de clase social y de género, debido a
que las dificultades diarias se profundizan dependiendo de las condiciones o recursos con los
cuales enfrentamos esta situación. En el caso de las mujeres que han tenido una relación laboral
estable y que fueron enviadas a sus casas a continuar con su trabajo remunerado
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, deben buscar la
manera de conciliar tiempos y espacios en un contexto en donde se sigue asumiendo como normal
la exclusividad que deben tener las mujeres para hacerse cargo del trabajo doméstico no
remunerado, es decir, el trabajo de cuido y de reproducción social de la fuerza de trabajo.
Debemos recordar que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, uno de los temas de agenda
de lucha del movimiento feminista fue la visibilización del trabajo femenino como elemento
fundante del patriarcado y esencial del modo de producción capitalista; es decir, la división sexual
del trabajo y la organización social que gira en torno a ella como parte necesaria para la
sostenibilidad y reproducción de la fuerza de trabajo.
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Hago la aclaración sobre el énfasis en la relación laboral que se analiza en este documento, pues sabemos que las
mujeres que no cuentan con condiciones estables de trabajo han tenido que enfrentar el confinamiento de diferente
manera con las dificultades y afectaciones que esto significa; y no es la finalidad de este documento generalizar las
condiciones de todas las mujeres sino enfatizar en una situación concreta que trae el tele trabajo o trabajo a distancia.
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Este tema ha generado múltiples estudios a lo largo de más de cuatro décadas, y en cada uno
de ellos es posible ver énfasis distintos que permiten dimensionar la complejidad del trabajo que
realizan las mujeres, sea éste remunerado o no, doméstico o extradoméstico, vinculado al mercado
de trabajo formal o al informal. Todos ellos tienen como principal conclusión la urgencia de
comprender el trabajo femenino como una forma específica de explotación, evidenciado en la
centralidad de las mujeres en la economía del cuido y las limitadas posibilidades en los grupos
familiares de distribuir la carga de trabajo doméstico entre sus miembros, principalmente los
hombres.
Sin embargo, a pesar de los avances de esos estudios en la discusión de estos temas y en
algunos lugares, el alcance de su visibilización en las agendas de los distintos gobiernos, el trabajo
de las mujeres continua viéndose como algo que nos es propio, constitutivo de nuestro ser y, por
lo tanto, los avances en distribuir la carga del cuido y otros aspectos no pasan de ser buenas
intenciones, evidenciado en algunos programas como las redes de cuido, la ampliación de horarios
de atención de centros infantiles, por mencionar algunos; medidas todas que responden a
respuestas cortoplacistas y que no cuestionan ni intentan transformar la estructura sobre la cual se
sostiene: el sistema patriarcal como sistema de opresión.
Tal y como han expuesto varias autoras (entre ellas Hartmann 1994; Federici 2004), la
división sexual del trabajo se consolida durante los siglos XVII y XVIII, cuando “la industria
familiar y los gremios empezaron a desmoronarse, enfrentados a la demanda de mayor producción;
y los capitalistas empezaron a organizar la producción en mayor escala, y la producción se separó
del hogar” (Hartmann 1994: 268). A partir de este momento, la presencia de las mujeres en el
espacio de la producción industrial prácticamente desaparece, y comienza un proceso de
confinamiento en el espacio doméstico, junto con los hijos e hijas y otros miembros que requirieran
de un cuido particular.
En este mismo contexto, las mujeres se convierten asimismo en mano de obra barata, al
considerarse su inserción al mercado de trabajo como complementaria del trabajo masculino,
asumiendo de antemano que cada mujer que ingresa al trabajo asalariado depende principalmente
del ingreso masculino para su subsistencia.
Estas dos situaciones han definido las condiciones en las cuales las mujeres han tenido que
organizar su tiempo entre el trabajo que genera ingresos y el trabajo que demanda atenciones
concretas (limpieza, alimentación, atención a personas dependientes, entre otras); razón por la
cual, desde diferentes planteamientos feministas, se plantea la urgencia de generar mecanismos
que permitan conciliar los tiempos de trabajo en los cuales se mueven las mujeres cada día.
Ahora bien, si esta situación es compleja en tiempos de relativa normalidad, la condición
excepcional del trabajo a distancia sumado a la situación de aislamiento físico o encierro
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prolongado que nos impuso la pandemia hace que esa carga mencionada líneas atrás sea aún
mayor, y la posibilidad de conciliar tiempos y espacios sea más difusa conforme pasan los días.
No olvidemos que desde hace aproximadamente dos décadas los sectores vinculados a la
producción industrial y al comercio han abogado por el trabajo a distancia como una manera de
recortar costos de producción y de funcionamiento, y como parte de las transformaciones del
mercado de trabajo propias del toyotismo. Las críticas que se han generado ante estas propuestas
giran en torno al elemento desmovilizador que tiene esta forma de trabajar, pues el vínculo social
que se genera en los espacios de trabajo se detiene y la posibilidad de articular acciones de lucha
y reivindicaciones disminuyen significativamente; además del hecho de que el trabajador o
trabajadora asuma parte del costo de producción en el tanto debe poner sus propios recursos
domésticos al servicio de la empresa o la institución.
De esta manera, a las críticas anteriores debe sumarse y no de manera marginal, las
implicaciones que tiene esta modalidad de trabajo para las personas frente a la organización de su
tiempo diario, tanto en términos generales como específicamente para las mujeres; en especial
cuando el cambio se tuvo que hacer de manera improvisada, sin preparación previa y de forma
acelerada.
En primer lugar, en términos generales, el traslado del lugar de trabajo al espacio doméstico
ha significado una ruptura total de la separación que hasta hace unos meses gozábamos entre el
espacio de trabajo remunerado y el espacio fuera del trabajo, sea el doméstico, el de recreación o
el de ocio, por mencionar algunos. Ante esto, valga hacer la salvedad de que debido a las cada vez
más deterioradas condiciones materiales de vida de las y los trabajadores, la vida cotidiana de un
número importante de personas se desenvuelve entre el espacio del trabajo extradoméstico y el
espacio doméstico, pues los ingresos no permiten tener acceso a otro tipo de escenarios para
recrearse, alimentarse o simplemente descansar. Ya esta situación ha generado mayores niveles
de estrés en la población, pues la monotonía de sus actividades conlleva a una mayor
automatización de la vida cotidiana.
Los espacios no son meros accidentes o determinaciones geográficas, sino que contienen
una serie de significados simbólicos y culturales que permiten una mayor o menor aceptación por
parte de quienes los ocupan, dependiendo de las relaciones que se dan en ellos, y las condiciones
que las generan. El espacio de trabajo tiene una carga social y cultural distinta al espacio
doméstico. En el primero, es posible establecer algunos vínculos relacionados con el trabajo y que
eventualmente, pueden surgir coincidencias políticas, ideológicas y culturales que son
fundamentales para la consolidación de las relaciones entre los sujetos y de la vida social en
general.
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Por otro lado, el espacio doméstico se considera -idealmente- como ese espacio necesario
para sostener y reproducir no solo la fuerza de trabajo, sino también las relaciones interpersonales
que permiten que los sujetos refuercen su propia identidad, los valores aprendidos y que, además,
nos hacen ser parte de un colectivo mayor.
Recordemos que la familia o los grupos familiares siguen siendo espacios por excelencia de
la reproducción de los valores culturales e ideológicos que sostiene el sistema en el cual vivimos;
por lo tanto, cuando estos se transforman en lugares inseguros o violentos para uno o varios de sus
miembros, la presencia obligada y permanente en ellos genera mayor angustia al vivir con una
amenaza latente que podría atentar contra su propia vida o la de los demás. Esta situación es la
constante con la que muchas mujeres y personas menores de edad han tenido que asumir el encierro
en medio de la pandemia, y para lo cual sus posibilidades de salir de ellas han disminuido por la
pérdida de esos vínculos sociales que pueden ser determinantes a la hora de buscar algún tipo de
protección o mecanismo de salida del espacio doméstico.
Volviendo a la idea tras anterior, la superposición del espacio de trabajo remunerado y el
espacio de la vida doméstica en uno solo, conlleva una serie de alteraciones para los sujetos que
les limita la posibilidad de mantener los vínculos y la sistematicidad del trabajo remunerado por
un lado, y por el otro, poder sobrellevar las relaciones interpersonales en el espacio doméstico, en
el tanto se ven obligados a reorganizar los tiempos de trabajo, alimentación, ocio y trabajo y la
convivencia misma, lo cual tiene sus consecuencias en términos psicológicos, físicos, anímicos y
sociales.
La condición de aislamiento social que conlleva un encierro prolongado, la convivencia
constante con los miembros del grupo familiar o de las personas con quienes vive, y la
obligatoriedad de cumplir con las exigencias del trabajo remunerado, trae consigo una pérdida
también del uso y de la razón del tiempo. La separación de espacios para trabajar y para vivir
permite establecer horarios definidos para una y otra actividad; por lo tanto, la desaparición de esa
línea divisoria entre los espacios también significa que los horarios establecidos se vean afectados
en la medida en que no solo se superponen espacios sino también las obligaciones domésticas
frente a las laborales.
Asimismo, el encierro prolongado y obligatorio ha tenido consecuencias negativas en la
reafirmación de los vínculos sociales con sujetos que no son parte del grupo familiar y que son de
gran importancia en la conformación de la identidad de las personas. Barros afirma que los lugares
y espacios tienen una carga simbólica, cultural y afectiva que permite que los sujetos se apropien
de ellos a partir de lo que significa para mismos (Barros 2000). Estas valoraciones se relacionan
directamente con los vínculos interpersonales que se establecen en el espacio de trabajo dadas las
afinidades, coincidencias, intereses y necesidades compartidas, entre otros. De esta manera, la
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ruptura abrupta que sufrió un número importante de trabajadores y trabajadoras en el país en
relación con el espacio de trabajo, significó también una ruptura con sus vínculos interpersonales.
Hay que tener presente que «en el espacio concreto de cada ser particular, (las) determinaciones
fundamentales se expresan en actividades y rutinas vinculadas al trabajo y/u otras estrategias para
garantizar la reproducción cotidiana, a las relaciones familiares y entre amigos/referentes, al ocio,
a la inserción en sistemas de formación y educación, entre otros aspectos que se vinculan a la
reproducción social» (Mallardi 2015, 77).
Por lo tanto, podemos reafirmar que el espacio es físico, es social y es simbólico también; y
lo que ocurre en él adquiere significados importantes para los sujetos en la medida en que se
convierten en referentes agradables o desagradables para su vida, pero que le permiten redefinirse
cotidianamente, no entendiendo lo cotidiano en términos fenomenológicos, sino como esa relación
de tiempo y espacio necesarios para la reproducción social que condiciona la vida social,
económica y política de las personas y que se configura al mismo tiempo a partir de ciertas
determinaciones estructurales que median en la conformación de los sujetos sociales. En este
sentido, Mallardi (2015, 72) afirma que, «los cambios ocurridos en la forma de organizarse el
trabajo abstracto a lo largo de la historia tienen un consecuente impacto en la vida de los miembros
de la clase trabajadora. La organización de su horario en la vida diaria, la división de tareas al
interior del hogar, la posibilidad de realizar actividades de ocio y esparcimiento, entre otros
aspectos, se encuentran relacionados a la inserción de los sujetos en las relaciones de producción».
Estas relaciones de producción definen el lugar que ocupan los sujetos frente a los medios
de producción, es decir, la conformación de clases sociales antagónicas que ocupan uno u otro
lugar en las relaciones de producción. La posibilidad entonces de insertarse en el mercado de
trabajo con un ingreso más o menos estable, permite que las personas, los sujetos, puedan acceder
a un mínimo de bienes, servicios y mercancías materiales o no, necesarias para la subsistencia y
en algunos casos, para el mantenimiento de ciertas relaciones interpersonales (como bien se sabe,
las salidas eventuales con compañeros y compañeras de trabajo suelen tomar un carácter casi vital
para muchas personas dentro de la dinámica social). En estos espacios que se constituyen en medio
de las relaciones laborales, se van definiendo, entonces, significaciones y valoraciones que van
adquiriendo un sentido particular que trasciende la relación meramente productiva.
Por lo tanto, y retomando las afirmaciones que hiciera Marx y más recientemente otros
autores y autoras marxistas, el trabajo no se reduce a la producción de mercancías intercambiables
en el mercado, sino y principalmente, se convierte en un espacio en donde se establecen relaciones
sociales y culturales necesarias para la articulación de las y los trabajadores que, oportunamente,
podrían convertirse en espacios de lucha y reivindicaciones, o simplemente, espacios de
convivencia social que le impregne otro sentido a las relaciones productivas.
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Por lo tanto, el confinamiento obligatorio no implicó solamente que se perdiera la línea
divisoria entre el espacio doméstico y el laboral, sino que también ha significado la pérdida de esos
otros espacios más simbólicos que permiten establecer otra clase de vínculos aparte de los
familiares, y que son asimismo necesarios para la existencia humana. No solamente se perdió el
espacio de trabajo, sino también los que permiten que los sujetos establecieran y consolidaran esas
relaciones sociales a las cuales hice referencia anteriormente: el comedor colectivo, el lugar y la
hora del café, la salida después del trabajo, el trayecto de ida y regreso al lugar de trabajo; en fin,
esos espacios y actividades que permiten que las relaciones interpersonales adquieran significados
determinantes para los sujetos.
De ahí que el confinamiento o la distancia física y la obligatoriedad de trabajar desde la casa
ha traído una sensación de pérdida en la mayoría de las personas que han tenido que asumir esta
nueva dinámica laboral, sumado a los cambios en el uso del tiempo al que veníamos acostumbradas
y acostumbrados. Igualmente, al interior de las familias, estos cambios aumentan las
contradicciones o confrontaciones entre sus miembros, pues no se trata únicamente de trasladar el
trabajo al espacio doméstico, sino que también se tuvo que asumir el estudio y otras actividades a
distancia y desde la casa, con la complejidad que esto significa.
Esta situación me lleva a plantear un segundo punto en este análisis, en concreto, lo que ha
significado para las mujeres esta nueva organización de tiempos y espacios que viene a generar
una mayor carga del trabajo dentro de la casa. Según Hartmann (1994, 258), “el ajuste mutuo entre
el patriarcado y el capitalismo ha creado para las mujeres un círculo vicioso”; debido a su doble
presencia como trabajadoras remuneradas que genera ganancias, bienes y servicios; y como
encargadas del trabajo doméstico que contempla una carga de trabajo que no se reconoce, no
siempre se distribuye entre los miembros de la casa, y no se valora como elemento fundamental
para la reproducción capitalista.
Esta doble presencia se complejiza aún más en esta nueva realidad, en donde las mujeres han
tenido que hacer una reorganización de su cotidianidad y la necesidad de tratar de establecer
horarios para cumplir con las exigencias domésticas y laborales. En esta dinámica de
reorganización, suelen superponerse las actividades domésticas con las laborales, y en la mayoría
de los casos, el trabajo doméstico y de cuido se prioriza por encima del trabajo remunerado,
especialmente cuando el tipo de trabajo lo permite pues las instancias y lineamientos de control
son más flexibles.
Esto sucede cuando se tienen hijos e hijas en edad escolar o colegial, pues además de
encargarse casi que exclusivamente del cuido, deben asegurar que sus hijos e hijas cumplan con
las obligaciones de estudio, lo cual le implica destinar parte del tiempo diurno a esto; pues no
significa únicamente asegurarse del cumplimiento de tareas, sino en muchas ocasiones, desarrollar
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habilidades docentes para las que no siempre estamos preparadas. Además, debe estar pendiente
de las necesidades de alimentación y aseo, en especial cuando se tienen hijos e hijas menores de
12 años, y eso suma a las horas destinadas al trabajo de cuido por encima del tiempo destinado a
la jornada laboral. Finalmente, considerando la exclusividad que se asume tienen las mujeres en
relación con el cuido, a menudo se ven en la obligación de contener las expresiones de estrés y
ansiedad que el encierro produce en los miembros de la familia, con lo cual nuevamente desplaza
sus necesidades y angustias ante las de las personas con quienes convive.
Entonces, si se toman horas del día para responder a las necesidades domésticas, el tiempo
para las obligaciones laborales se trasladan al horario nocturno, y esto incide directamente en la
cantidad de horas reales para el descanso, para el ocio e inclusive para su propia alimentación.
Para las mujeres, esta situación de distanciamiento social ha hecho no solamente que la
noción real del tiempo y del espacio se difuminen, sino que además la pérdida de los vínculos
sociales trae una sensación de soledad frente a la obligatoriedad de cumplir efectivamente lo que
se le exige y la presión cultural que esto significa.
Referencias
Mallardi, Manuel. 2015. Cuestión social y cotidiano. Argentina: Editorial Dynamis.
Hartmann, Heidi. 1994. “Capitalismo, patriarcado y segregación de los empleos por sexos”. En:
Borderías, Cristina y Carrasco, Cristina (comp.). Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales.
Barcelona, España: Icaria.
—— 1996. Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y
feminismo. España: Fundació Rafael Campalans.