E-ISSN: 1659-2859
Dossier especial
Volumen 99 (2) 2020: 1-9
Julio-Diciembre
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De académicas, pandemia, encierro y bitácoras: experiencias de algunas universitarias
en el contexto del COVID-19
About Academics, Pandemic, Confinement, and Work Logs: Experiences of Some
University Students in the Context of COVID-19
DOI 10.15517/rr.v99i2.42271
Claudia Palma Campos
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Escuela de Antropología, Universidad de Costa Rica, Costa Rica, claudia.palma@ucr.ac.cr
Fecha de recepción: 9 de junio del 2020 Fecha de publicación: 11 de junio del 2020
Resumen
Históricamente las mujeres han llevado sobre sus hombros el peso de los cuidados, esto ha
implacado una sobrecarga de las tareas del hogar y la falta de división equitativa de las
mismas se ha acrecentado por la pandemia del COVID-19. En el contexto universitario la
capacidad de la investigación para visibilizar y analizar todos los problemas sociales, no se
revierte, necesariamente, para analizar los contextos de sus trabajadoras, dejando en segundo
plano el poder conocer las condiciones de vida propias de quienes pertenecen a esta casa de
“privilegios sociales”. ¿Qué pueden decir algunas mujeres universitarias sobre esta
experiencia de confinamiento y sobrecarga familiar y laboral?
Palabras clave: Mujeres universitarias, División de tareas, Feminismo, Académicas,
COVID-19, Uso del tiempo.
Abstract
Historically, women have carried the burden on their shoulders of looking after their families,
this has implicated an overload of household chores and their lack of equitable division has
increased by the COVID-19 pandemic. In the university context, the research to make visible
and analyze all social problems is not necessarily reversed to analyze the contexts of its
female workers, ignoring the living conditions of those who belong to this entity of "social
privileges". What can some university women say about this experience of confinement and
family and work overload?
Keywords: University women, Division of tasks, Feminism, Academics, COVID-19, Use of
time.
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A las dos semanas de haber empezado esta crisis sanitaria alrededor del COVID-19, y
las autoridades en salud y del gobierno mandaron a “todo el mundo para la casa”, una amiga
en Facebook preguntaba ¿Cuántos libros han puesto al día y cuáles series de Netflix han
comenzado a ver? Parecía que la cuarentena obligatoria en la que podíamos estar algunas
familias, aquellas que por nuestro trabajo podíamos hacer cuarentana, se traducía en la
posibilidad de sentarse, reflexionar, ver televisión, leer y en general, ver cómo puñeteras se
gastaba el tiempo.
Delante de la pregunta de mi amiga en Facebook salió un poco de todo, desde las ideas
maravillosas de cosas por hacer y pendientes a terminar para quienes, con suerte, envidiada.
La cuarenta sólo significó no salir, hasta quienes dejando aflorar el pánico colectivo,
empezaron a ver rendida su energía y capacidad de trabajo. Esas experiencias me llamaron
mucho la atención, asemejándose a la mía propia, en donde el trabajo se había quintuplicado
y nada de aquello divertido, series, libros y rompecabezas, había sucedido. Especialmente
empecé a notar en las redes sociales los malestares de la pandemia en un grupo a mi
alrededor: otras mujeres, docentes universitarias o administrativas de las que se asume una
condición de privilegio por tener un trabajo asalariado del sector público, aunque no siempre
bien pagado como el país imagina y, con una cantidad de tareas a resolver cotidianamente
que ahora deben hacerse compatibles con la responsabilidad personal y moral, de trabajar
para la Universidad.
Y es que el encierro al que nos ha destinado esta pandemia ha puesto aún más en
evidencia aquello que las feministas hemos tratado de poner en el tapete desde hace años
sobre la violencia estructural, además del incremento en las agresiones a muchas mujeres en
sus propios hogares: la desigual distribución de las tareas y las externuantes jornadas sin
pago, ni monetario, ni simbólico, ni de agradecimiento. A esto hay que agregarle el perfil de
productividad y creatividad que se le exige a las mujeres trabajadoras que tendrían que obviar
las dinámicas sociales en las que están insertas, que se demandan a sí mismas subestimarlas
y resolverlas, a como de lugar, con tal de darse a respetar en la familia y en el trabajo. Es
decir, una mujer trabajadora es buena si y sólo ha podido demostrar que no sólo ha superado
la violencia estructural, que le pudo haber hecho sancadillas para salir adelante, sino por
sortear exitosamente su propia dinámica familiar que la llena de tareas y culpas, para
demostrar-se que sí puede con todo. Estas mujeres también están en la Universidad.
Acá interesa rescatar dos puntos, uno es reconocer la forma en que muchas mujeres de
la universidad están viviendo el encierro por la sobrecarga histórica de las tareas del hogar y
el poco valor que se le han asignado. Según la Organización Internacional del Trabajo el
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76,2% de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado lo realizan las mujeres (OIT
2018). En el continente americano, las mujeres dedican 3,2 veces más tiempo que los
hombres a las tareas del hogar (Mora 2020). Esto tiene que ver con labores de cuido, de
maternazgo, con tareas domésticas que van desde lavar la ropa, ir al supermercado, cocinar,
cuidar a las mascotas y una lista interminable. Todo aquello que hemos llamado trabajo no
pago o mal pagado cuando es remunerado. El segundo es que la claridad con la que
Universidad puede resolver y visibilizar los problemas sociales no se refleja en la
visibilización de los obstáculos que sus propias universitarias pueden afrontar en una
situación como esta, que resultan, similares a las del resto de trabajadoras del país. Curioso
es que en este punto del trabajo no reconocido, los esfuerzos que ha hecho la Universidad
por el social y comunal, son leídos como ha sucedido históricamente con el trabajo doméstico
no remunerado de las mujeres: sin valor.
En el mandato del bien social y comunal, la Universidad se ha dado cuenta de todo lo
que esta crisis ha afectado allende el campus: todo lo de afuera, lo que tiene que ver con otras
personas, otras mujeres. Estas condiciones se han visibilizado con más claridad que las de
quiénes están adentro de nuestras puertas, porque nuestro objeto de investigación, de trabajo
y reflexión, independientemente del área a la que pertenezcamos en la Universidad está, por
excelenca, en “el afuera”, en la comunidad y la sociedad
1
. Pero ¿es válido reflexionar sobre
esto cuando se supone que el privilegio y la objetividad que prima en la academia tendrían
que estar por encima de lo que las personas sienten en su vida privada y la forma en cómo lo
resuelven? El deber es seguir manteniendo la calidad y disciplina, aún en el confinamiento.
En este contexto me pareció oportuno preguntarles a algunas mujeres, de manera
“informal”, cercanas en la academica y el ámbito de las Universidades, por sus experiencias
cotidianas en esta situación de encierro, la forma en cómo les ha afectado y cómo salen
adelante con algunas tareas de la cotidinidad. Son mujeres de diferentes áreas, no sólo
docentes e investigadoras, sino también de otras que permiten que la Unversidad siga
funcionando; la mayoría con hijos o hijas pequeñas que coincide con cierta estabilibidad
laboral a la vez con una expectativa de producción académica en sus áreas; algunas
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Nuestros blogs y redes sociales los hemos llenado sobre lo que viven las personas que ya ni en la informalidad
están, de las crisis económicas de otros países, de todas las personas despedidas y las rentas que no quisieron
bajar, de las trabajadoras domésticas a las que no les quisieron pagar más, de las jóvenes con trabajos temporales
en sustitución, de la crisis del sector turismo y de la brecha digital…pero la de los estudiantes, no la de los
profesores y investigadoras.
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conviviendo con sus parejas, pero con una extensión de los cuidados que sobrepasa el límite
de sus hogares, velando por el bienestar de madres, padres, hermanas y tíos.
La primera impresión que comparten es que no pueden explicar el cansancio acumulado
del día. De alguna manera habían creído que al aminorar los traslados y no estar insertas en
una parte de la dinámica cotidiana de la U que las solía distraer: llamadas y emergentes a
resolver, ese tiempo se revertiría en más producción. Eso lo lograban antes, aquellos días
que podían permanecer en la casa preparando clases o adelantando tareas de investigación,
pero manteniendo una separación de los espacios; pero ahora, esta productividad se ve
mermada porque todo pasa en un solo lugar: la casa. Ya no invierten tanto tiempo de traslado
para ir a la oficina, pero la oficina ya no tiene las paredes contenidas en el campus, el
laboratorio o el teatro. La oficina ya no tiene los horarios de entrada y salida, por lo que se
ha convertido en un espacio circular, es un tiempo circular. No hay horarios: «poco a poco
me di cuenta de que no había separación en las rutinas que llevábamos a cabo, en los tiempos
que dedicábamos a la familia, al estudio, al trabajo estaban todos revueltos».
El espacio público del trabajo y la producción académica ha irrumpido, ya no sólo
simbólicamente, sino físicamente en el privado, y se han desdibujado los mites entre
demandas pagadas y aquellas, aún sin mayor retribución que el “amor”. Una de ellas dijo
«me ha costado mucho aceptar que mi espacio de descanso sea ahora mi espacio de trabajo».
Mencionaba también que su casa había sido siempre el lugar al que se llega después de
trabajar, teniendo la sana práctica de no llevarse tareas fuera de horas de oficina. Esto
coincide con lo que un estudiante manifestaba en clase al decir que la computadora se había
convertido en el lugar por el que pasa todo, el disfrute, el trabajo, las películas, las reuniones.
Todo quedó aplanado en una pantalla de 15 pulgadas.
Para que exista la posibilidad de que una pareja con hijos esté trabajando afuera del
hogar, ese cuido de los niños y las niñas debe tercerizarse. Esto puede pasar a través del
mismo sistema educativo, ya sea público o privado, de actividades extra-escolares o bien
porque alguien de la familia, tradicionalmente otras mujeres, cuida a los chiquillos mientras
llegan su mamá y papá a la casa. Cuando los hogares son monoparentales y/o jefeados por
mujeres, la opresión y tensión es mayor. De estas mujeres también hay en la Universidad.
Entonces, por una parte, está la corresponsabilidad familiar en las tareas de hogar, que se
recargan mayoritariamente en las mujeres, pero por otro lado está seguir trabajando, viviendo
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solas con los hijos, haciéndose cargo de ellas y, además, dar la talla en el trabajo de forma
cotidiana, bitácora incluída
2
.
¿Cómo se sale adelante con todo? Es que no se sale adelate, todo lo contrario, aquellas
que compartieron algo de su experiencia manifiestan una culpa inconmesurable al tener que
decir «no acabo nunca y por más que me esfuerce el día no alcanza». Antes el tiempo
alcanzaba relativamente en la oficina, pero estaba ahí, en la oficina. Y a pesar de que pensaran
en todas las cosas que tenían que resolver en sus casas al llegar por la noche y los preparativos
para la jornada del día siguiente: meriendas, tareas, supermerado, feria y demás, esto pasaba
en un lapso que otras personas usan para el descanso cuando llegan al hogar. Ahora esta
dinámica pasa durante todo el día y la angustia sobreviene. Estas mujeres se han convertido
en maestras, psicólogas, enfermeras y teletrabajadoras.
Y en este proceso algunas actividades laborales van perdiendo el disfrute. Ya no sólo el
tema de darse cuenta de la importancia de compartir con colegas las tareas de investigación
que, a pesar del Zoom, este no posibilita la misma discusión sobre un tema, o la misma
pasión. O bien darse cuenta de que no se tiene el mismo grado de reflexión que cuando se
reunían de forma presencial. Con la docencia pareciera que por más esfuerzos que se hagan,
es una montaña rusa entre la frustracción y pequeños éxitos, como cuando algunos
estudiantes reconocen el esfuerzo o bien manifiestan comprender las clases y no pasarla tan
mal; pero, al haber hecho la Universidad un esfuerzo tan grande por mantener al estudiantado
en el ciclo lectivo a pesar de la virtualización, la docencia lo absorbe todo. Una colega lo
explica diciendo que esa situación le provoca un vacío, pues además «consume el tiempo que
antes se destinaba a la vida o de investigación, mis propias cosas, el tiempo para o mi
proyecto político». Otra lo explica así: «tengo la sensación de estar viviendo como si mi vida
estuviera en pausa. Estoy sin tomar decisiones mayormente importantes, con excepción de
las del trabajo».
Las jornadas se han hecho más largas, con o sin hijos, solas o acompañadas y teniendo
más focos de trabajo abiertos, como manifiesta una académica de artes: «Antes no habría
imaginado comunicarme con estudiantes a través del teléfono, esto diluye la frontera entre el
2
En el contexto de la pandemia, la Universidad de Costa Rica implementó dos obligaciones para el teletrabajo:
un adéndum al contrato y una serie de bitácoras que consignan el trabajo realizado. Las bitácoras se entregan
cada 15 días y para muchas personas ha significado una carga extra a las tareas cotidianas. Una colega comenta:
«Yo de la bitácora me acuerdo cuando alguien menciona la fecha de entrega». Esta es una respuesta adelantada
a los posibles cuestionamientos de detractores de la Universidad que tratan de hacer creer que el trabajo de la
Universidad es innecesario y se puede prescindir del él.
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ocio y el trabajo y, además, igual voy siempre atrasada». Otra colega también del área de
artes manifesta el peso de tres elementos que la han agotado emocionalmente: primero el
saber que se pertenece a un área no valorada como son las artes; segundo, trabajar para una
institución que siempre va a ser cuestionada a pesar de los esfuerzos y, tercero, el hecho de
irse para la casa, donde, como por arte de magia todo el trabajo pierde su valor. Ella,
sabiendo lo mal que lo han pasado muchos otros artistas que trabajan en la calle, se
sobreexige y no ve las propias condiciones de sus posiblidades de producción artística y
académica. En su experiencia hay una sobredemanda por parte de la Universidad en donde
hay que garantizarlo todo: «Es absurdo que, aparte de que tengamos que esar trabajando,
estar en la computadora, mandando Whatsapp, atendiendo el teléfono (que ahora pago yo)
atendiendo la casa, se supone que debo escribir y garantizar todo lo que haga con una
bitácora. No es posible que mi trabajo no pueda ser visto a través de resultados».
Algunas creen que las mujeres que trabajan se han acostumbrado a equilibrar los
espacios de la vida, tratando de que las cosas que dependen de ellas no compitan: ni los hijos,
ni el trabajo, ni los placeres que algunas se puedan dar. La distancia física con respecto al
hogar que crea el trabajo remunerado permite ver con más valor el lugar de los afectos, del
descanso y de lo familiar; la casa se ve desde otro lugar, pero ahora eso no existe. El tiempo
completo de mamá y trabajadora lo definen como tremendo y extenuante. Una de ellas dice:
«Siento que no doy la talla, me veo frustrada, cansada, sola y sobrecargada. Y esto aún que
yo comparto tareas como mi pareja, pero es real que si estoy en la casa mi hijo de 3 años me
busca a mí, quiere que yo le haga la comida, haga las tareas y lea un cuento, y a pesar de esto
todo en la U sigue igual».
Sobre la carga diferenciada de las tareas hay que agregar otra que no siempre se reconoce
y que se ha llamado la carga mental, esta cuestión de estar siempre alerta, tratando de
acordarse de todo lo que se tiene que hacer. Este es un aprendizaje diferenciado entre las
mujeres y los hombres, porque los cuidados, los deberes de la casa, la crianza y demás, ha
sido asignado socialmete, y por desgracia, a las mujeres. Esto tiene historia, vinculado a la
división del uso de los espacios, de lo público y lo privado y el valor de las tareas en los
mismos. Este uso del tiempo se les ha enseñado a las mujeres para que sea circular, que
implica esa capacidad de desarrollar una serie de actividades al mismo tiempo,
independientemente de que estén conectadas o no. Mientras tanto, a los hombres,
tradicionalmente, se les ha enseñado un uso del tiempo de forma lineal, donde solo pasa una
cosa a la vez. Una de las universitarias lo explica así: «Yo creo que la carga no es la misma,
yo tengo un compañero que no trabaja, y aunque él hace un montón de cosas, la carga mental
la seguimos teniendo las mujeres. Aunque él hace cosas con nuestro hijo, hay una cosa en la
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mente que no para. Yo no a qué atribuirlo, pero yo siento que estoy pendiente de los
médicos, la educación del él, si hizo las tareas, de todos los detalles, de si se lavó los dientes
correctamente… y en eso yo veo una diferencia con el papá que es bastante más fresco».
A pesar de este contexto, alguna noble docente apunta: «Bueno, yo soy resiliente y
siempre me adapto a todos los cambios». ¿Por qué naturalizar la resistencia y resiliencia de
las mujeres cuando el fondo es una desigualdad estructural? Ella misma más adelante
reflexiona que a pesar de que no ha querido bajarle el nivel al trabajo con los estudiantes, y
prefiere pedirles poco, pero de calidad, algunos no entienden y le demandan más de lo
necesario. Tanto como ella, no todas pueden cumplir un horario de 8 a 5, principalmente
porque las jornadas laborales de docencia dificilmente ocurren en esa restricción horaria,
como de igual manera las demandas familiares no esperan a que acabe la jornada laboral: «lo
atiendo todo, que mi hija adolescente que le hacen falta sus amigos, las tareas de mi hijo y
además aceptar que yo no ser maestra para niños, bueno… esto ha sido bastante fuerte.
Ahora me siento bien, pero a veces creo que una es una bomba de tiempo».
Esta ha sido una bomba de todos los tiempos que no hemos logrado resolver. Es como
Naomi Klein argumentaba, aunque de otro tema (El Salto 2020), al decir que la gente pide
que volvamos a la normalidad, cuando la normalidad ha sido la crisis. Así ha sido el tiempo
de trabajo del hogar de las mujeres, una bomba que estalla en cansancio, insomnio, dolores
de espalda y baja productividad, la misma que hemos venido arrastrando para ser
profesionales sin abandonar el deseo de tener una familia, hijas, perro, gato y flores en el
jardín. Un sueño de pocas en comparación a la masa de mujeres trabajadoras y explotadas
del país, pero un sueño caro, solo por ser mujeres y solo por estar insertas en la dinámica
productiva y académica.
Vale la pena rescatar el trabajo que ha estado realizando la Unidad de Promoción de la
Salud de la Universidad de Costa Rica, pues se ha dedicado a elaborar una base de datos que
han llamado Censo de algunos tópicos de salud mental para estudiantes y funcionarios
3
. Si
bien este es un estudio hecho con fines de salud, se ve reflejado el impacto de la crisis
sanitaria. Del conglomerado hasta el momento, con un total de 713 personas funcionarias
(451 mujeres, 253 hombres y 9 personas que no definen identificación de sexo), el estrés,
3
La Unidad de Promoción de la Salud ha estado socializando los datos con diferentes Unidades Académicas y otras
instancias, pero ha sido de relevancia acceder al conglomerado con el que se cuenta hasta el momento sobre los funcionarios.
Para esto le agradezco al M.Sc. Saúl Aguilar Morales, Jefe de dicha Unidad por su amable disposición para conversar sobre
esta información y facilitar los datos, y por tan excelente iniciativa por conocer cómo has estado viviendo el contexto de la
pandemia funcionarios y estudiantes de la Universidad.
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consecuencia de esta situación sanitaria, está afectando a un 41% de las personas. Si este dato
se compara con el 60% de la población que dice no estar teniendo un sueño reparador, vale
la pena preguntarse si quienes responden están identificando correctamente manifestaciones
de estrés o se está pasando desapercibido. Este mal de transtorno del sueño lo están viviendo
un 63% de las mujeres que respondieron la encuesta, un 51% de los hombres y 77% de las
otras personas.
Si bien, el tratamiento que le estoy dando a estos datos no es exahustivo en donde se
puedan comparar todas las variables, tarea que queda pendiente, quisiera rescatar dos
menciones más. Una es sobre la respuesta a la pregunta de si consideran que están logrando
tener un balance entre su vida laboral, familiar y personal; acá un 65% de la muestra
responde que no; de las mujeres que dan esta misma respuesta, llega hasta en un 70%, de los
hombres un 56% y un 77% de las otras personas. Todos los números son preocupantes,
porque la pandemia nos sumergió en una burbuja que no se traduce a espacios de
descompresión. Y esto se ve reflejado con el dato abrumador de que exista un sentimiento de
desesperanza hasta en un 65% del total de población encuestada hasta el momento, siendo
poco más alta en las mujeres que se ven sin esperanza (67%). Si bien estos datos van a tener
un claro impacto en las condiciones de salud física y la Universidad tendrá que asumir las
consecuencias en el momento en que se vuelva a la normalidad y reinicien las consultas
médidas preseciales, el impacto emocional, aunque soslayado, hace mella.
Por todo esto no deja de ser significativo lo que una de las compañeras dijo: «Y todo en
la U sigue igual», pues la exigencia que la Universidad ha demandado para adaptarse al
cambio en tiempo record ha sido colosal, pero sin observar, u obviando las condiciones de
desigualdad estructural a la que ella pertenece y reproduce. Si bien la Universidad no puede
resolver por sola la injustia de la desigual distribución de las tareas en el hogar, sí puede
observarlas y subsarnarlas para mejorar las condiciones de producción mientras las mujeres,
y todas las personas trabajadoras, docentes, administrativas y estudiantes, permanezcan fuera
del campus. Parace que la presencia en los Campus ha maquillado, lo que por años solo se
reclamaba al interno de los hogares.
Referencias
Mora Mora, Alejandra. 2020 Coronavirus, una pandemia mundial que afecta
diferenciadamente a las mujeres”. OEA-CIM. Acceso el 27 de mayo 2020.
https://dialogocim.wordpress.com/2020/03/18/coronavirus-una-pandemia-mundial-
que-afecta-diferenciadamente-a-las-mujeres/
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OIT (Organización Internacional del Trabajo). 2018. El trabajo de cuidados y los trabajadores
de cuidados para un futuro de trabajo decente. Departamento de Condiciones de
Trabajo e Igualdad. OIT: Ginebra. Edición en PDF.
El Salto. 2020 “Naomi Klein: “La gente habla sobre cuando se volverá a la normalidad, pero
la normalidad era la crisis” El Salto, acceso el 25 de mayo 2020,
https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/entrevista-naomi-klein-gente-habla-
volver-normalidad-crisis-doctrina-
shock?fbclid=IwAR19Bdf02HTEu_gJ_vM2to_AutilZlsf27CefNELgLAIQ91hoHg7
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