Factores determinantes en el empoderamiento femenino
En la década de los ochenta algunas posturas feministas a nivel internacional relacionaron
el concepto de empoderamiento con el género femenino: los planteamientos actuales no hacen
distinción de género, pero muchos de ellos son fruto de las críticas y debates trascendentales
forjados por el movimiento internacional de mujeres, especialmente, por las feministas de los
países en vías de desarrollo (Walters 1991).
El empoderamiento femenino se alimenta de factores como la educación; ya que permite
adquirir autonomía y asumir responsabilidad sobre las decisiones tomadas, y de las relaciones de
género, estas últimas derivan de las construcciones culturales, valores y creencias asociadas al
género y al acceso y control de recursos económicos (Lagarde 2004; León & Batliwala 1997;
Moser 1989).
Se identifican como factores inhibidores los constructos sociales que restringen y
discriminan el poder decisorio y la participación política femenina en los hogares y en las
comunidades rurales (Naciones Unidas 2017), que devienen de la reproducción de relaciones
patriarcales y de la desigualdad de género. Así mismo, los salarios bajos, el trabajo invisible
(Montaño, Gaytán y Enríquez 2018); que son las labores y cuidados del hogar considerados como
una obligación natural de las mujeres percibidas como improductivas (UAM 2020), la pobreza
multidimensional (privación en materia de educación, salud y nivel de vida), y menor capacidad
de acceso a la tierra, bloquean el proceso de empoderamiento de las mujeres.
Por otra parte, los elementos que impulsan el empoderamiento femenino son la
participación equilibrada y equitativa en todas las esferas de la vida de las mujeres, gozar de un
poder colectivo e individual en la toma de decisiones, el acceso y control a los recursos educativos,
económicos y de salud, así como los patrimoniales, bienes materiales, la libertad de movimiento,
y el poder-hacer de sí misma (autonomía personal). Igualmente, las relaciones de reciprocidad y
cooperación desde una visión colectiva motivan la transformación individual. El acceso de las
mujeres al mercado laboral remunerado potencia el crecimiento inclusivo, así como la construcción
de liderazgo a través de la participación pública, lo cual genera un efecto colectivo que refuerza las
alianzas entre mujeres para un cambio grupal en los estereotipos de género, en la subordinación y,
en la cultura (Lagarde 2004; Lizana, 2014; Martínez 2017; ONU Mujeres 2013; Urzelai 2014).
Según Lagarde (1986), el objetivo de esta perspectiva es la transformación de las estructuras
de poder que sitúan a las mujeres en desventaja frente a los hombres, y propone crear una nueva
configuración social basada en una relación de equidad entre los géneros. De acuerdo con la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) (2015), la igualdad de género y el empoderamiento
femenino son prioritarios debido a que, de esta manera, se puede lograr el desarrollo sostenible
desde una dimensión económica y social.
En relación con los estudios que abordan el empoderamiento femenino, se identifica que
gran parte de la producción científica coloca a la dimensión individual y colectiva como los
principales planos de acción del empoderamiento femenino y, a la participación económica que las
mujeres consiguen a través de su inserción al mercado laboral como el factor principal que lo
impulsa (Buendía-Martínez et al. 2013; Delgado et al. 2010; Cruz 2007; Quesada 2002).