una serie de notas que le puedan valer el premio Pulitzer, encontrará a otros
sobrevivientes, pondrá en peligro su vida, deberá cambiar de nombre y hacerse llamar
Francisco Freyre, hará que declaren en el Congreso varios hombres ligados con las
fuerzas militares y represivas. Los fusilamientos, así lo demostrará Walsh en su
investigación, fueron ilegales ya que las detenciones se produjeron antes de que entrara
en vigor la ley marcial; sin contar, además, con la ausencia de pruebas que vincularan a
los presos con el fallido intento de sublevación liderado por Valle, otro fusilado.
La investigación, la escritura y luego los intentos por encontrar un espacio para
publicar las notas y el libro producen un giro en la vida de Rodolfo Walsh: en el mundo
de lo privado, en la casa, en el mundo del ajedrez y de los relatos policiales, en el mundo
de la ficción, irrumpe la barbarie, la violencia, lo político. Hasta ese momento, Walsh era
el escritor de ficción cuyo personaje principal era Daniel Hernández, un periodista que
resuelve casos policiales a través de su argucia, protagonista de Variaciones en rojo
(Walsh 1953).
Desde finales de los 50 hasta su muerte, se convierte en el escritor que se preocupa
por que la verdad pase a través de sus textos. El giro y la interpelación política que le
supuso enterarse de la existencia de los fusilados sobrevivientes y de la represión ilegal
en el país es resumida por Walsh cuando dice que en esa investigación entendió que había
un mundo exterior: «Operación masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que,
además de mis perplejidades íntimas existía un amenazante mundo exterior» (Walsh
2007, 15). Ya no le importan las alegorías de la guerra, eso, a fin de cuentas, es el ajedrez,
sino la violencia misma, la que tiene lugar en la calle, en donde circulan cuerpos y ya no
piezas de un juego de mesa: «Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden nuevo,
contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un nuevo silencio de
seis años» (Walsh 2007, 15).
La frontera que separaba en su concepción de la escritura lo público y lo privado
se borra: el mundo pasa por el cuerpo del escritor y su escritura es una manera de difundir
una verdad, y esa verdad busca tener efectos en la realidad. Hasta ese momento, Rodolfo
Walsh había imaginado el periodismo a través del protagonista de sus cuentos más
conocidos, Daniel Hernández, que en el ejercicio de la profesión resolvía los casos más
difíciles, llegaba a conclusiones a las que la policía no podía llegar; a partir de la represión
contra la revolución peronista del general Valle, el compromiso con la verdad propio de
un periodista ya no se manifestará a través del terreno de la ficción sino que será
encarnado en el cuerpo mismo de Rodolfo Walsh.
Su compromiso por decirlo todo y a cualquier precio se manifiesta con Operación
masacre. Empieza lo que él mismo define como «el violento oficio de escribir»: «En 1964
decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me
convenía» (Walsh 2007, 15). Comprende el costo que supone escribir las cosas que
escribe. Varía, con los años, los medios, canales y formas que encuentre para difundir las
verdades del poder, pero el compromiso es inclaudicable. Como dice Jorgelina Núñez,
Operación masacre, el texto, sus correcciones y ediciones, dan cuenta de un «plan de
maniobras donde podrán seguirse los movimientos del poder represivo» (2017, 9).