Dossier especial Jornada de Estudios
en Chambéry, Francia, 2021: 1-15 Julio-Diciembre
DOI 10.15517/rr.v0i0.43872
E-ISSN: 1659-2859
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Rodolfo Walsh: de la resistencia al compromiso revolucionario
Rodolfo Walsh: from resistance to revolutionary compromise
Martín Lombardo,
martin.lombardo@univ-smb.fr
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Université Savoie Mont Blanc,
Chambéry, Francia
Resumen
Introducción
La obra de Rodolfo Walsh es parte indiscutida del
periodismo latinoamericano. Operación masacre, cita
obligada cuando se habla de textos pioneros que
hibridan periodismo, crónica y literatura, suele acaparar
la mayoría de los estudios sobre la obra de Walsh.
Objetivo
Con el objetivo de ampliar el análisis, el presente
artículo pretende centrarse en la obra periodística del
autor y detectar las invariantes y variables que tuvieron
lugar a lo largo del tiempo.
Método
Desde un registro literario-periodístico, abordamos la
vida y obra de Rodolfo Walsh. Optamos entonces por
una lectura de tres de sus mayores obras periodísticas y
un análisis de estas en su contexto político. Nos
apoyamos en los numerosos críticos que han estudiado
al autor, así como en los diarios personales que ha
dejado Walsh tras su muerte.
Resultados
El estudio diacrónico de la obra de Walsh nos brinda las
críticas que ha realizado Walsh a las diferentes
instituciones argentinas: las fuerzas armadas, los
sindicatos, el periodismo, la justicia. Asimismo, la
búsqueda de la justicia aparece como un invariante en
su obra.
Conclusiones
La visión periodística de Rodolfo Walsh se condensa en
el último texto que ha publicado en vida, la Carta
abierta de un escritor a la junta militar. En ese texto
explicita su visión del periodismo y el compromiso que
esa visión supone.
Palabras clave: Periodismo, Política, No ficción,
Poder, Justicia.
Fecha de recepción:
16 de setiembre del 2020
Fecha de aceptación:
22 de abril del 2021
Dossier especial Jornada de Estudios
en Chambéry, Francia, 2021: 1-15 Julio-Diciembre
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Cómo citar:
Lombardo, Martín. 2021.
Rodolfo Walsh: de la resistencia
al compromiso revolucionario.
Revista Reflexiones Dossier
especial Jornada de Estudios en
Chambéry, Francia. DOI
10.15517/rr.v0i0.43872
Abstract
Introduction
Rodolfo Walsh's work is an undisputed part of Latin
American journalism. Operación masacre, a point of
reference when talking about pioneering texts that
combine journalism, chronicle and literature, usually
monopolizes most of the studies on Walsh's work.
Objective
In order to broaden the analysis, this article aims to
focus on the author's journalistic work and detect the
invariants and variables that occurred over time.
Method
From a literary-journalistic register, we approach the
life and work of Rodolfo Walsh. We then opted for a
reading of Walsh's three major journalistic works and
an analysis of those works in their political context. We
stand on the many critics who have studied the author,
as well as the personal diaries that Walsh has left after
his death.
Results
The diachronic study of Walsh's work provides us with
the criticisms that Walsh has made of the different
Argentine institutions: military forces, unions,
journalism, justice. Likewise, the search for justice
appears as a constant in his work.
Conclusions
Rodolfo Walsh's journalistic vision is condensed in the
last text that he has published while alive, the open letter
to the military junta. In that text he makes explicit his
vision about journalism and the commitment that this
vision of journalism implies.
Key words: Journalism, Politics, Non fiction, Power,
Justice.
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Introducción
Nacido en 1927 en el sur argentino, en un pueblo llamado por ese entonces Choele
Choel, en la provincia de Río Negro; Rodolfo Walsh pertenece a un linaje argentino de
ascendencia irlandesa. El dominio del inglés no solo lo hereda de la familia sino de sus
estudios, ya que, desde los diez años, momento en que su padre sufre importantes
percances económicos, entra de pupilo en el Instituto Fahy. El desmembramiento familiar
y la atmósfera claustrofóbica y autoritaria de los colegios de monjas y curas irlandeses en
donde se cría lo enfrentan a dos instituciones determinantes para el país de aquellos
tiempos, la iglesia y las fuerzas armadas. De hecho, si su hermana toma los hábitos, por
su parte, el hermano sigue la carrera militar; ambas personas son opositores del discurso
sostenido por Walsh y del compromiso político que asume el escritor en los años setenta.
Esa cercanía de la autoridad y del poder, ese conocimiento de las instituciones
contra las que luego se rebela y a las que critica quizás sean uno de los rasgos de estilo al
momento de escribir: en las diferentes biografías del autor (Jozami 2007; Baschetti 2005;
McCaughan 2015), se coincide en señalar la voluntad de Walsh por dominar y conocer a
detalle los discursos contra los que se opone. Su manera de argumentar, de hecho,
consistía en instalarse en el discurso del otro para, desde allí, desmontarlo. Si el saber es
una de las formas del poder, entonces Walsh entiende que su poder pasa por el
conocimiento, y con ese objetivo se dedica a estudiar para alimentar su trabajo
periodístico.
Sus libros más importantes, así como sus notas de prensa, dan cuenta de un
hombre que conoce al detalle, por ejemplo, el sistema judicial argentino, los intereses de
los grupos de prensa y sus vínculos con el poder político, las jerarquías militares, la
organización policial, las pericias balísticas o la criptografía. Son varios quienes
testimonian sobre el interés y el trabajo de Walsh por explotar al máximo los recursos que
se le presentan, con el fin de revelar así todos los vericuetos de una historia. Quienes
escriben sobre Walsh subrayan siempre eso que Alberto Manguel (2017) definió como
una pasión por la pesquisa, una pasión por la verdad dos pasiones que se confunden en
una, de la misma manera en que los dos registros a través de los que las expresa, el registro
periodístico, el relato policial, terminan por ser uno, el nacimiento de lo que luego, cuando
Truman Capote escribió In Cold Blood (1966), se denominará non-fiction.
Sus intereses, sus conocimientos, así como su destreza y estilo de escritura
propenden a la verdad. Para Walsh el conocimiento es una vía para acceder a la verdad y
así poder expresarla. Si seguimos esta premisa, su compromiso con la verdad hace que su
vida sea, en cierto sentido, una búsqueda de los lugares en los que esa verdad pueda ser
publicada. Así, quizás, deba leerse el subtítulo que llevan las primeras notas de la que
luego será su obra mayor, Operación masacre: «un libro que no encuentra editor».
Esa historia que empieza a escribir en 1957 y que recién se vuelve libro en 1964,
al conocerla, le hizo creer a Walsh que ganaría el Pulitzer. Enseguida se dio cuenta de
que nadie querría arriesgar la vida dándole un espacio para que publicara sus notas a quien
hasta ese momento era considerado, más que nada, como un escritor de policiales, de
historias de enigma, siguiendo la estela de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Si
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bien es su obra consagratoria, tuvo que pasar bastante tiempo para que fuera reconocida
como tal.
La manera en que el texto Operación masacre acompaña al autor durante toda su
vida da cuenta del compromiso de Walsh con la verdad y su esfuerzo por ser preciso al
escribir: buscando que se hiciera justicia, el autor publica tres versiones en 1964, en
1969, en 1972, así como participa en el guion de la película de Jorge Cedrón sin temer
a las represalias, ya que la película se rueda durante la dictadura, en el año 1973, y, por
lo tanto, debe realizarse de manera clandestina. Esa constante revisión y rescritura,
además de un cuidado por el estilo, se debe a que su búsqueda de justicia, su deseo de que
la denuncia periodística tenga impacto en el sistema judicial, le impida abandonar el
trabajo de acumular y agregar pruebas, denuncias, información y entrevistas a la
investigación original. La escena en el origen de la escritura de Operación masacre
funciona no solo como desencadenante del compromiso político de Walsh sino también
como punto de partida de una obra periodística singular, que todavía hoy abre
interrogantes y campos de estudio.
Tres obras de Walsh: la verdad sobre los militares, sobre la prensa, sobre la
burocracia sindical
En junio de 1956 se produce en Argentina una rebelión liderada por el general
Valle en contra de la Revolución Libertadora, dictadura militar que gobernaba el país
desde el año anterior, cuando había expulsado a Juan Domingo Perón. Hasta ese
momento, Rodolfo Walsh se había acercado a una agrupación nacionalista de tinte
fascista como la Alianza Libertadora Nacionalista y se había manifestado contrario al
movimiento peronista (Fernández 2005). Rodolfo Walsh se encontraba en un bar de La
Plata y jugando al ajedrez cuando se produce el frustrado levantamiento; por ese entonces,
ya era un escritor de cuentos policiales que contaba en su haber con algunos premios
literarios importantes, destacándose el Premio Municipal de Literatura, entre cuyos
miembros del jurado se encontraba Jorge Luis Borges.
En el prólogo de la que sería la versión definitiva de Operación masacre, la de
1972, Walsh recuerda de esa noche los enfrentamientos cerca del café, luego en los
alrededores de la estación de ómnibus y, por último, en su casa en la azotea, en la cocina,
en los dormitorios y, sobre todo, en el baño, situada frente a un cuartel y tomada por las
fuerzas represivas. De esa noche, dice Walsh años más tarde, recuerda el grito de un
conscripto que, herido, no gritaba por la patria, sino que vociferaba «No me dejen solo,
hijos de puta».
Seis meses más tarde, en el mismo café, en ese ambiente ajedrecístico, se enterará
de la noticia: «Hay un fusilado que vive». Noches atrás, un grupo de hombres, reunidos
para escuchar una pelea de box, había sido apresado en el barrio de Florida, Vicente
López. Fueron capturados y, sin mayores explicaciones, llevados a los basurales de José
León Suárez para ser fusilados. Rodolfo Walsh se entera de que uno de esos hombres ha
sobrevivido. Se produce, entonces, un giro ético y político en Walsh, quien sale detrás de
ese sobreviviente; en el camino, soñando, en principio de manera ingenua, con escribir
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una serie de notas que le puedan valer el premio Pulitzer, encontrará a otros
sobrevivientes, pondrá en peligro su vida, deberá cambiar de nombre y hacerse llamar
Francisco Freyre, hará que declaren en el Congreso varios hombres ligados con las
fuerzas militares y represivas. Los fusilamientos, así lo demostrará Walsh en su
investigación, fueron ilegales ya que las detenciones se produjeron antes de que entrara
en vigor la ley marcial; sin contar, además, con la ausencia de pruebas que vincularan a
los presos con el fallido intento de sublevación liderado por Valle, otro fusilado.
La investigación, la escritura y luego los intentos por encontrar un espacio para
publicar las notas y el libro producen un giro en la vida de Rodolfo Walsh: en el mundo
de lo privado, en la casa, en el mundo del ajedrez y de los relatos policiales, en el mundo
de la ficción, irrumpe la barbarie, la violencia, lo político. Hasta ese momento, Walsh era
el escritor de ficción cuyo personaje principal era Daniel Hernández, un periodista que
resuelve casos policiales a través de su argucia, protagonista de Variaciones en rojo
(Walsh 1953).
Desde finales de los 50 hasta su muerte, se convierte en el escritor que se preocupa
por que la verdad pase a través de sus textos. El giro y la interpelación política que le
supuso enterarse de la existencia de los fusilados sobrevivientes y de la represión ilegal
en el país es resumida por Walsh cuando dice que en esa investigación entendió que había
un mundo exterior: «Operación masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que,
además de mis perplejidades íntimas existía un amenazante mundo exterior» (Walsh
2007, 15). Ya no le importan las alegorías de la guerra, eso, a fin de cuentas, es el ajedrez,
sino la violencia misma, la que tiene lugar en la calle, en donde circulan cuerpos y ya no
piezas de un juego de mesa: «Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden nuevo,
contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un nuevo silencio de
seis años» (Walsh 2007, 15).
La frontera que separaba en su concepción de la escritura lo público y lo privado
se borra: el mundo pasa por el cuerpo del escritor y su escritura es una manera de difundir
una verdad, y esa verdad busca tener efectos en la realidad. Hasta ese momento, Rodolfo
Walsh había imaginado el periodismo a través del protagonista de sus cuentos más
conocidos, Daniel Hernández, que en el ejercicio de la profesión resolvía los casos más
difíciles, llegaba a conclusiones a las que la policía no podía llegar; a partir de la represión
contra la revolución peronista del general Valle, el compromiso con la verdad propio de
un periodista ya no se manifestará a través del terreno de la ficción sino que será
encarnado en el cuerpo mismo de Rodolfo Walsh.
Su compromiso por decirlo todo y a cualquier precio se manifiesta con Operación
masacre. Empieza lo que él mismo define como «el violento oficio de escribir»: «En 1964
decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me
convenía» (Walsh 2007, 15). Comprende el costo que supone escribir las cosas que
escribe. Varía, con los años, los medios, canales y formas que encuentre para difundir las
verdades del poder, pero el compromiso es inclaudicable. Como dice Jorgelina Núñez,
Operación masacre, el texto, sus correcciones y ediciones, dan cuenta de un «plan de
maniobras donde podrán seguirse los movimientos del poder represivo» (2017, 9).
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En Operación masacre Walsh entrevista a los sobrevivientes y a los involucrados
en los hechos, estudia las leyes y el mecanismo del sistema judicial, busca en los archivos
de la radio para saber exactamente a qué hora se dictó la ley marcial para demostrar que
los fusilamientos son ilegales, recorre la zona y se presenta en los hospitales y comisarías
por donde pasaron las víctimas. La investigación de Walsh hace que el fiscal Jorge Doglia
denuncie al comisario Rodríguez Moreno y al jefe de policía Fernando Suárez por torturar
y fusilar ilegalmente a los detenidos; asimismo, se crea una Junta Consultativa en el
Congreso para averiguar quiénes fueron los responsables de los hechos. A pesar de las
condenas, es la Corte Suprema la que declara nulos los fallos, alegando la excepcionalidad
de los hechos. Para Walsh, quien sigue con la investigación y agregando pruebas, es un
claro ejemplo de la corrupción del poder judicial y de la ausencia de una justicia
independiente.
En ese primer texto, entonces, Walsh desmonta las argucias del sistema judicial,
y lo enfrenta a su corrupción. Del mismo modo, desmiente las declaraciones de los
policías y militares que participaron en los fusilamientos; usa en sus argumentos el
discurso del otro: se sostiene en las declaraciones de jueces, policías y militares para
contrastarlas con los hechos y desmentirlas. Al criticar a las instituciones judiciales y
militares, Walsh denuncia y revela, así lo dice, la perversión del régimen antiperonista.
Con el tiempo, el libro, como señala Daniel Link, oscila entre su carácter de documento,
de denuncia texto en donde no importa el autor, que puede ser anónimo, y cuyo interés
reside en sus efectos legales y su carácter de monumento funda un género, en donde se
mezcla la ficción y la realidad, dándole al nombre del autor un peso ineludible (Link
2017, 75-77). En Operación masacre la ficción refiere a los recursos estilísticos: el
manejo de la tensión argumentativa, las descripciones psicológicas de quienes
intervienen, las referencias culturales y los títulos de los capítulos.
Quien critica al peronismo en el poder es, cuando el movimiento se encuentra
proscripto, el principal crítico del sistema político y militar en rigor. Su texto, de hecho,
se vuelve uno de los inspiradores del movimiento Montoneros. Se observa así un rasgo
que mantiene hasta su muerte: ese compromiso con la verdad al que siempre alude va más
allá de posturas y partidos políticos, tiene que ver con una posición frente al poder. En
ese giro político, gracias a su amigo y colega Jorge Ricardo Masetti, viaja a Cuba y forma
parte del proyecto de la agencia de noticias Prensa Latina. Junto a un grupo de escritores
y periodistas, entre ellos Gabriel García Márquez, encuentra en la revolución un posible
modelo para la región.
Tiene lugar en Cuba un episodio que confirma la posición de Walsh. Como jefe de
Servicios Especiales, recupera de la basura una serie de papeles desechados por sus
colegas, quienes pensaban que se trataba de un simple error del teletipo. Allí donde los
otros ven basura, Walsh tiene la certeza de que hay un sentido: característica que se
mantiene y se observa a lo largo de su trayectoria periodística. Surge entonces el interés
por la criptografía, descifra esos papeles, que se revelaron como los mensajes entre
Guatemala y la CIA para invadir Cuba. Se anticipa a la invasión de Bahía de Cochinos
organizada desde los Estados Unidos.
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Al procedimiento la certeza de que hay un sentido a revelar en donde los demás
solo ven papeles tirados en la basura y a su voluntad por conocer lo velado la
criptografía como un instrumento para alcanzar la verdad se suma una manera de
entender el periodismo en donde no importan las oposiciones políticas. No escucha las
recomendaciones del gobierno cubano para que no publique toda la información que
consigue. Escribe el artículo «Guatemala, una diplomacia de rodillas» y lo publica en
Prensa Latina (Walsh 2008, 134-144). La premisa de Walsh es que, si se compromete a
dar con la verdad, es para hacerla pública; la información debe o debería ocupar el terreno
de lo compartido, de lo que es público y, por lo tanto, se encuentra al alcance de todos.
Asimismo, y como señala Roberto Ferro (Ferro 2017), entre los rasgos periodísticos de
Walsh, se encuentra, en primer lugar, la creencia de que la denuncia protege al
denunciante; y en segundo lugar, el esfuerzo continuo por esquivar los obstáculos en la
investigación y así afrontar a los diferentes poderes que se oponen a la difusión de la
verdad; lo que es evidente a partir de la configuración de un narrador situado de lado de
las víctimas, de las voces olvidadas, de quienes están al margen de los discursos oficiales.
El caso Satanowsky se publica en 1973. Con las notas escritas entre junio y
diciembre de 1958 y aparecidas en la revista Mayoría, Walsh constituye este trabajo en
el que apunta a los vínculos entre el periodismo y el poder, a las maniobras para imponer
discursos y opiniones en la sociedad. En su visión se desprende que los medios de
comunicación no son simples canales para transmitir datos sino organismos entroncados
con los aparatos estatales. Los directores de la revista Mayoría, la misma en donde Walsh
publicó las primeras notas de Operación masacre, le piden que investigue el asesinato de
Marcos Satanowsky. El asesinado trabajaba como abogado de Ricardo Peralta Ramos,
quien fuera dueño del diario La Razón. Cuando Walsh escribe las notas, todavía no se
define como peronista ni concibe comprometerse con la revolución; todavía no había
participado de Prensa Latina. Sin embargo, le interesa denunciar los abusos de la
dictadura, así como los entramados en los organismos de inteligencia del Estado. El texto
concluye que Satanowsky fue asesinado por el Servicio de Inteligencia del Estado con el
objetivo de quedarse con el diario La Razón; acusa al general José Cuaranta de ser el
responsable y nombra como los autores materiales del hecho a Castor Lorenzo y Américo
Pérez Griz.
Sus notas hacen de Walsh un detective, aquí lo será de manera oficial: presenta
pruebas, plantea posibles móviles del crimen, recrea la escena; presenta a jueces y a los
agentes de la Secretaría de Inteligencia del Estado; llega entonces a formar parte de la
Comisión Investigadora del Caso Satanowsky de la Cámara de Diputados de la Nación.
El procedimiento para alcanzar la verdad y luego difundirla se repite: «El registro
minucioso de los detalles provoca la impresión de que el narrador cuenta con la
información absoluta» (Aguirre 2017, 32). El abogado es asesinado, concluye Walsh,
porque no acepta entregarle el diario a los militares. Las notas son publicadas en formato
de libro a principios de los años setenta, y aparecen organizadas en tres partes: hechos,
investigación y reflexiones políticas. La distancia temporal no hace que Walsh pierda
interés en ese episodio, ya que el crimen queda impune.
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Las notas que conforman ¿Quién mató a Rosendo? comienzan a publicarse el 16
de mayo de 1968, dos años después del crimen. El libro aparecerá al año siguiente, en
1969. Si las notas de Operación masacre encuentran en la revista Mayoría su lugar, aquí
es el semanario de la Confederación General del Trabajo de los Argentinos en donde
Walsh hace público su trabajo. Aquí ya no se trata del discurso militar ni judicial, tampoco
de los vínculos entre los organismos de inteligencia y el periodismo, sino de criticar la
impunidad de la burocracia sindical. Contrariamente a la versión oficial que afirmaba que,
debido a una pelea entre bandos en la confitería La Real de Avellaneda, tres hombres,
Rosendo García, Domingo Blajaquis y Juan Zalazar habían encontrado la muerte, Walsh
acusa al dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor de haber organizado el asesinato de
esos sindicalistas disidentes, opositores al proyecto político vandorista. Con el líder del
movimiento proscripto y exiliado, Vandor reivindica la posibilidad de un peronismo sin
Perón, postulándose, al mismo tiempo, para dirigir esa vía.
Walsh organiza el libro en tres partes, como ya lo había hecho en otros textos. La
primera parte reúne las siete notas que habían salido en la prensa; describe los hechos y
realiza su denuncia. En la segunda parte agrega precisiones sobre la complicidad entre el
Poder Judicial y la policía para dejar el crimen impune dos instituciones que son siempre
objeto de las denuncias de Walsh. Por último, la tercera parte analiza la corrupción, la
violencia y el funcionamiento de la burocracia sindical.
Si cuando empieza con las notas de Operación masacre Walsh confía en dar con
editores y obtener prestigio y reconocimiento, ese candor ya no aparece cuando se trata
de criticar la burocracia sindical. Ser testigo de la impunidad que tienen los asesinos a los
que denunció en sus notas precedentes, en sus libros, en su trabajo de años, hace que
Walsh ya no crea demasiado en la justicia. Sin embargo, no renuncia al compromiso que
tiene con la verdad. De hecho, ese descreimiento en la justicia lo empuja hacia el
compromiso político.
Son los años, a finales de los sesenta, en los que se acerca al movimiento peronista:
no tanto al líder sino al movimiento de masas, a los sectores desprotegidos. En los años
de ¿Quién mató a Rosendo?, «Walsh escribe para acceder al único jurado en el que el
autor puede confiar: la clase trabajadora» (Schuliaquer 2017, 49). Se interroga sobre el
lugar que debe ocupar la ficción. En sus papeles y entrevistas de la época, se encuentran
repetidas reflexiones sobre el lugar de la literatura en la sociedad, así como de su función
y utilidad. En una entrevista de 1972, junto a Miguel Briante, Walsh se pregunta «cuál es
la dificultad para alguien que en 1967 se postulaba como posible narrador, para ser un
narrador» (Walsh 2007, 239). Esa complejidad la encuentra en el intento por integrar al
pueblo en la narrativa, «Frente a esto se me ocurre que hacen falta nuevas vías de
expresión. Yo no cuáles son en este momento» (Walsh 2007, 249). Después de Un kilo
de oro (1967), el autor comienza un abandono progresivo de la ficción; de hecho, sólo
publicará, años más tarde, su último libro de cuentos, Un oscuro día de justicia (1973).
En el año 1968 empieza a escribir en el semanario CGT de los Argentinos. Es un periodo
en donde busca nuevos medios, nuevas maneras para expresar y difundir las verdades a
las que llega, las denuncias que realiza.
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El compromiso político: de dar la voz a poner el cuerpo
Además de un año fundamental para los movimientos revolucionarios y para las
izquierdas desde los episodios de mayo en París hasta la primavera de Praga, pasando
por los prolegómenos de lo que sería el Cordobazo argentino, 1968 es un año bisagra en
la vida y en la obra de Walsh. Ya no es suficiente con las denuncias, con las publicaciones,
con describir la realidad, sino que es indispensable crear nuevas maneras de expresión de
esa verdad y de implicancia política. No alcanza con el texto escrito, con las notas, con
las publicaciones, sino que ese compromiso alcanza su vida: vida y obra se acercan, no
pueden pensarse por separado. Walsh empieza a comprometerse con la revolución en
Argentina, y lo hace desde el oficio que mejor conoce.
Son los años de la dictadura de Onganía en Argentina cuando Rodolfo Walsh
ejerce como periodista en la revista Panorama y en el semanario CGT de los Argentinos.
Dirige, de hecho, ese diario de la CGT entre 1968 y 1969, haciéndolo de manera
clandestina el último año, ya que el diario fue prohibido por el gobierno militar. Con la
nueva década comienza el contacto de Walsh con el Peronismo de Base, que lo lleva
luego a militar en Montoneros, ocupándose de los trabajos de inteligencia y de
comunicación.
Cuando una parte de la izquierda encuentra en Juan Domingo Perón un líder capaz
de establecer el necesario contacto con las masas para instaurar el socialismo en el país,
la postura política de Walsh se revela en los medios que elige para publicar: en 1972
publica en Semanario Villero y a partir de 1973 en el diario Noticias, en donde tiene como
compañeros a Horacio Verbitsky, Juan Gelman y a su amigo Paco Urondo. Su
compromiso con la verdad y su preocupación por las maneras en que se puede cambiar la
realidad lo llevan a la militancia política, y en esta se piensa en términos colectivos, se
pierde la importancia de quién escribe las notas no importa quién habla, importa lo que
se dice, importa que se diga la verdad, que se desmonten las mentiras del poder. Como
señala Osvaldo Aguirre (Aguirre 2017), en Walsh lo interesante se encuentra en la manera
de presentar lo cotidiano, esos elementos cotidianos que, en apariencia, se conocen y se
aceptan, pero en los que nadie se detiene a reflexionar. Es en esos lugares en donde Walsh
encuentra sentidos y desmonta los discursos ideológicos. Incluso, esa postura la mantiene
frente a la Conducción de Montoneros, a la que critica, sobre todo, en los albores del
golpe del 1976, crítica que se intensifica con el paso de los meses.
No se trata de militar en política y usar o ejercer el periodismo para difundir un
determinado discurso, sino que, en el caso de Walsh, se produce el movimiento inverso:
la censura de la prensa, los vínculos entre algunos medios más tradicionales y los
gobiernos y dictaduras de turno, la urgencia que encuentra para que su obra, sus textos,
produzcan un cambio en la sociedad, hacen que juzgue indispensable el ingreso a
Montoneros. No importa la firma de las notas ni tampoco le interesa que su nombre
circule vinculado a los textos de ficción juzga, en más de una entrevista, como burguesa
a la práctica literaria; así como Walsh instrumentalizaba sus saberes en función de una
verdad que desmontara los discursos del poder discursos militares, judiciales,
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mediáticos, ahora es el cuerpo mismo del escritor el instrumento y terreno para difundir
esas verdades, esas notas que publicaba de manera clandestina (Verbitsky 1985).
Si aceptamos que su vida y obra se entrecruzan, podemos decir que Walsh
empieza como un escritor cuyo personaje principal es un periodista-detective, Daniel
Hernández. Escribe cuentos que ingresan en el género policial clásico, tramas con
enigmas que son resueltas a través de la inteligencia del personaje principal. Más tarde,
algunos de los recursos que utiliza en la ficción uso de croquis y dibujos, interrogatorios
precisos, conocimiento de la criptografía para descifrar mensajes ocultos aparecen en su
obra periodística para revelar una verdad reprimida y censurada por los intereses del poder
(Amar Sánchez 1992).
Por último, en los años setenta, podemos postular que es el mismo Walsh quien,
al romper toda distancia entre el texto y el autor, borra así las fronteras y se convierte en
un detective, en un periodista que pone el cuerpo y que circula por la ciudad para difundir
lo más posible sus mensajes, camina por las calles con las notas escritas para dejarlas en
los buzones y que la gente se entere de lo que sucede a su alrededor. Sí, en sus comienzos
en la literatura, el nombre de su personaje Daniel Hernández remitía al profeta bíblico,
quien encarnaba la rectitud y la transmisión de la verdad; es el escritor mismo quien, en
los últimos años ocupa ese lugar, siendo la escena en la que Walsh encuentra la muerte
un ejemplo paradigmático de ese compromiso y rectitud. Se resignifica así la distancia, si
es que la hay, entre el escribiente y su texto, entre la enunciación y el sujeto de la
enunciación; esa resignificación de la distancia entre el mensaje y el mensajero apuntan
a una coherencia ética y política que Walsh se exige a sí mismo.
Entre noviembre de 1973 y agosto de 1974, en el periodo en el que el peronismo
retoma el poder, en su rol de cronista-investigador del diario Noticias, Walsh quizás sea
el primero en referirse y denunciar a la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A),
grupo parapolicial que perseguía, asesinaba y desaparecía a quienes tuvieran una
ideología de izquierda. Sus vínculos con el peronismo no le impiden criticar y revelar los
crímenes de la organización, nacida en el círculo más cercano al líder, de la mano de
quien luego es Ministro de Bienestar Social, José López Rega.
Cuando Héctor Cámpora abandona el poder para que así sea el mismo Juan
Domingo Perón, junto a su tercera esposa, Isabel Martínez, quien ejerza la presidencia
del país, la organización Montoneros comienza a perder peso político y a enfrentarse al
líder. Para marzo de 1976, con Perón ya fallecido y el movimiento peronista fragmentado,
se produce el golpe militar. Walsh, por su parte, radicaliza su postura y mantiene siempre
su compromiso: critica a la Conducción de Montoneros, sin renunciar a la militancia; a
su vez, crea nuevos canales para difundir sus notas. Perfecciona una vida clandestina, y
su vida está ligada profundamente al compromiso político: funda ANCLA, la Agencia de
Noticas Clandestina, para eludir la censura (Vinelli 2015). Su ética le impide someterse
a la dictadura y quedar en silencio, rechaza las propuestas del movimiento Montoneros
para ayudarlo a exiliarse.
El proyecto consiste en escribir una gacetilla informativa, denunciar lo que nadie
o muy poca gente publicaba, hacer que cada uno de los cables circularan de mano en
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mano. En la gacetilla se conmina al lector a que transmita el texto, que lo haga circular,
que lo copie y lo mande a quienes conozca; la gacetilla insta a vencer el miedo, siendo la
transmisión de la verdad la manera para conjurarlo. Los textos no llevan firma y tienen
como objetivo romper con el aislamiento. El desconcierto de los militares frente a esa
agencia de noticias se traduce en la sospecha de que seguramente se trate de un grupo de
militares disidentes, quienes, oponiéndose a la dictadura, aprovechan formar parte de la
institución para recabar datos secretos y hacerlos circular. No pueden los militares aceptar
que alguien por fuera, como es el caso de Rodolfo Walsh, tenga acceso a esos datos y
tenga la capacidad de hacerlos públicos.
A las gacetillas de ANCLA se suma otra manera de expresión, las cartas. Son tres
las más importantes que Walsh escribe en esos años. La primera, en junio de 1976, cuando
su amigo y compañero Paco Urondo es asesinado en Mendoza. Al referirse al tema, Walsh
no solo denuncia los crímenes dictatoriales, sino que también apunta la responsabilidad
de la Conducción de Montoneros. La segunda, en septiembre del mismo año, cuando
muere en un enfrentamiento su hija Vicky. Viéndose rodeada por los militares, Vicky,
desde la azotea de un edificio, decide que sus últimas palabras sean: Ustedes no nos
matan, nosotros decidimos morir. Es el punto que toma Walsh para situar la libertad de
la hija frente a la violencia política, es el punto desde el que dice él mismo renace: Su
muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien
renace en ella (Walsh 2007, 270). Frente a un poder represivo que apropia, Walsh
reivindica los actos de libertad, aquello que puede mantenerse por fuera del dominio del
poder.
En su texto, Walsh no solo reflexiona y reivindica esa manera de vivir por y a
través del compromiso, siendo entonces irrenunciable la pelea por aquellos valores en los
que se creen, sino que arma un relato en el que coincide uno de sus recursos estilísticos
presentes en toda su obra. Como bien señala Ricardo Piglia (2016), Walsh elude, como
siempre, la primera persona, evita situar el dolor de padre en el primer plano; dice: Hoy
en el tren un hombre decía: Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme
dentro de un año. Hablaba por él, pero también por mí (Walsh 2007, 266). Hay voces
colectivas que se plasman en los textos de Walsh. El dolor, incluso el que pudiera ser el
más íntimo, ligado a la muerte de una hija, también es político. En la distribución de la
última de las cartas, Walsh es desaparecido; abandona su vida clandestina en el Tigre para
acudir a una cita en la ciudad. La cita, como se decía en esos años, está quemada y lo
espera un grupo de tareas de la dictadura con el objetivo de aniquilarlo. Es lo que ocurre,
pero hay en ese último texto escrito un giro, una nueva manera de afianzar su
compromiso.
Si Walsh desaparece el 25 de marzo de 1977, el último texto fechado es la Carta
abierta a la Junta Militar. El primer elemento a tener en cuenta es el título: con una carta
abierta, por un lado, sale del terreno clandestino. En segundo lugar, si la excusa de la
escritura es el primer aniversario del golpe militar, las causas las sitúa Walsh en la
censura, en los allanamientos, en las persecuciones a la prensa, en la desaparición de su
hija que murió combatiendo a los militares, en la desaparición de Paco Urondo, en la
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devastación social y económica. Luego de ese primer párrafo, el grueso de la carta es un
balance preciso, minucioso, inapelable sobre los crímenes cometidos por la dictadura.
Son seis largos puntos en donde Walsh denuncia la metodología de la desaparición, pero
también el plan económico militar, con el apoyo de organismos como el Fondo Monetario
Internacional. Por último, el tercer elemento de análisis y que da cuenta de un cambio en
la postura de Walsh, de una nueva manera de afrontar ese compromiso con la verdad y de
enfrentarse al poder es el cierre de la carta, ya que luego de la denuncia y de afirmarse en
su compromiso, firma con nombre y apellido y con el número de documento.
La función de la firma aquí poco y nada tiene que ver con la visibilidad de quien
escriba sino con una manera de legitimar el texto, de dar la cara y poner el cuerpo a lo
que se escribe. Poner el cuerpo excede aquí lo metafórico, ya que Walsh sale de su casa
clandestina y viaja a la ciudad, en donde, por otra parte, su cuerpo será desaparecido. La
carta se salva porque Walsh entrega algunas copias a sus amigos y a su pareja, ya que, de
otro modo, habría pasado a formar parte de los papeles secuestrados y eliminados por los
militares. Después del secuestro, la casa del Tigre fue allanada y sus papeles robados.
Es difícil, quizás sea imposible, intentar una separación entre la obra y la vida. Esa
dificultad reside, más que nada, en que él mismo procura establecer un nculo lo más
estrecho posible entre el acto de escribir y la militancia. La exigencia de una acción que
tenga consecuencias en la realidad lo empuja a desechar la escritura ficcional. Sin
embargo, hay testigos de que, al momento de su muerte, Walsh escribía esa novela sobre
la que, desde los años sesenta, venía hablando. Ese relato de un hombre, Juan, que, al
aprovechar una bajada en el Río de la Plata, cruza desde Buenos Aires hasta Montevideo
es, al parecer, el comienzo de esa tan mentada novela. El vínculo con la escritura de
ficción responde a la lógica de la adicción. Inspirándose en Ricardo Piglia, así lo señala
Daniel Link en el prólogo a los diarios de Walsh: como los adictos que siempre apuntan
a un último consumo, siendo, en realidad, el anteúltimo, resultándoles imposibles
abandonar la sustancia adictiva, del mismo modo establece Walsh su relación con la
literatura. Declara que deja de escribir mientras que, en privado, siempre está escribiendo
un texto que, para justificarse, él se dice que será el último.
Con la escritura periodística el vínculo es otro: hay, así lo vemos, un
inquebrantable compromiso, un deseo de verdad, una obsesión por desmentir al discurso
del poder y desmontarlo desde su propia lógica. Así se observa en las notas y prólogos
que agrega en cada nueva edición de sus libros periodísticos. Walsh nunca abandona un
caso, sino que lo continúa con el deseo de que se haga justicia, arriesgando incluso su
vida.
En paralelo, se nota una búsqueda permanente por explorar nuevos canales para
que se difundan esas noticias, esas informaciones, esas notas; se buscan nuevas formas
porque en los canales por los que circulan las notas se juega la posibilidad de producir un
cambio en la realidad: desde el proyecto de una agencia de noticias latinoamericana hasta
una agencia de noticias clandestinas, pasando por la publicación en revistas y en diarios
de mayor o de menor prestigio.
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En esa búsqueda hay un escritor que firma sus textos con la esperanza de ser
reconocido y recibir un premio, pero también un periodista que resigna su firma al
considerar que, de ese modo, las denuncias son más efectivas. Hay, al final, un periodista
que recupera su firma y que se posiciona, no como periodista, sino como escritor; un
escritor que estampa su firma y su número de documento, que frente a la invisibilidad de
las desapariciones pone su cuerpo para que circule su denuncia, y deja un último párrafo
que se convierte en un resumen de su vida y su obra: Éstas son las reflexiones que en el
primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa
Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al
compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles
(Walsh 2008, 437-438).
Conclusiones
A lo largo de su vida, observamos en Rodolfo Walsh varios momentos de quiebre
y cambio político. Algunos de esos episodios suelen ser evocados en cada uno de los
textos consagrados a Walsh. Cuando se entera de que el fusilado no ha muerto, cuando
viaja a Cuba y forma parte de un proyecto de prensa latinoamericana, o cuando, a pesar
de las reticencias con la figura de Juan Domingo Perón y con la organización, se
compromete con Montoneros son algunos de los ejemplos de las constantes
redefiniciones políticas de Walsh. En esos vaivenes y giros, sin embargo, se pesquisa un
primer denominador común: la obsesión por hacer públicos los hechos, por dar a conocer
todo episodio que el poder busque ocultar o silenciar.
La escritura periodística de Walsh funciona como una herramienta que desmiente
al poder, descifra los discursos y evidencia lo censurado. El periodismo le permite a
Walsh sostener una postura política; el periodismo es entonces para él un compromiso
irrenunciable. La imposibilidad de la renuncia a decir la verdad y a evidenciar lo
silenciado no varía por más que se trate de hablar de la muerte de su hija, de sus amistades
o por más que se trate de poner en riesgo su vida. Se observa también ese pasaje de un
periodismo anónimo y clandestino, en donde el sujeto de la enunciación no importa tanto
como sí importan los hechos, hasta un último texto en donde aparece la firma, el nombre
y el documento. La obra de Walsh sigue interpelando al periodismo actual, ya que
cuestiona los vínculos entre periodismo y poder, así como abre el debate sobre las
maneras en que circula, debe o puede circular la información: ya sea clandestinamente o
con su firma, ya sea en diarios de grandes tiradas o en agencias minoritarias; cada una de
esas maneras responden a un contexto determinado que muestra así los vínculos
innegables entre prensa y política, entre la difusión y la vida en comunidad.
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