Volumen 101 (1) 2022: 1-15 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.43957
E-ISSN: 1659-2859
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Asamblea Nueva Vulva: prácticas de producción de lo común durante el Estallido
Social chileno
New Vulva Assembly: common production practices during the Chilean Social
Outbreak
María Belén Tapia de la Fuente,
belentapia.delafuente@gmail.com
1
https://orcid.org/0000-0003-2257-
5924
Universidad de Chile, Santiago,
Chile
1
Fecha de recepción:
2 de setiembre 2020
Fecha de aceptación:
16 de junio del 2021
Resumen
Introducción
En el contexto del Estallido Social chileno, protesta
social ocurrida desde el 18 de octubre de 2019, se
articuló la organización de resistencia vecinal Asamblea
Nueva Vulva, espacio comunitario que subvirtió la
violencia ejercida por las Fuerzas de Orden y levantó
prácticas creativas e innovadoras de producción de lo
común desde la Zona Cero del conflicto.
Objetivo
En este contexto, el estudio tiene como objetivo
sistematizar y analizar la experiencia de la Asamblea
Nueva Vulva desde una perspectiva feminista,
profundizando en las prácticas de resistencia
desplegadas tanto en el espacio público como en el
privado.
Método y técnica
Dada la naturaleza cualitativa de este estudio, el método
utilizado fue la observación participante, registrando
encarnada y situadamente el proceso de entramado
comunitario.
Resultados
A modo de resultados, se considera que esta experiencia
vecinal constituye una praxis sociocomunitaria que
devela mecanismos de producción de lo común en
medio de la revuelta social, dando luces de la
transformación social por la que transita el Chile
contemporáneo y del aporte significativo de los
feminismos como perspectiva de análisis para
profundizar en el cuerpo y el habitar.
Conclusiones
El Estallido Social Chileno generó múltiples
transformaciones necesarias de visibilizar y analizar, a
manera de relevar experiencias comunitarias que se
conforman como la base para una sociedad que ponga
el cuidado de la vida en el centro.
Palabras Clave: Comunidad, Movimiento social,
Cambio social, Feminismo, Organización comunal.
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Cómo citar:
Tapia de la Fuente, María Belén
2022. Asamblea Nueva Vulva:
prácticas de producción de lo común
durante el Estallido Social chileno.
Revista Reflexiones 101 (1). DOI
10.15517/rr.v101i1.43957
Abstract
Introduction
In the context of the Chilean Social Outbreak, a social
protest that occurred since October 18, 2019, the
organization of neighborhood resistance Assembly
Nueva Vulva was articulated, a community space that
subverted the violence exerted by the Forces of Order
and raised creative and innovative production practices
of the common from Ground Zero of the conflict.
Objective
In this context, the study aims to systematize and
analyze the experience of the Nueva Vulva Assembly
from a feminist perspective, delving into the resistance
practices deployed in both public and private spaces.
Method and technique
Given the qualitative nature of this study, the method
used was participant observation, incarnated and
situationally recording the community network process.
Results
By way of results, it is considered that this
neighborhood experience constitutes a socio-
community praxis that reveals mechanisms of
production of the common in the midst of social revolt,
shedding light on the social transformation through
which contemporary Chile is passing and the significant
contribution of feminisms as a perspective of analysis to
delve into the body and living.
Conclusions
The Chilean Social Outbreak generated multiple
transformations necessary to make visible and analyze,
in order to reveal community experiences that are
formed as the basis for a society that puts the care of life
at the center.
Key Words: Community, Social movement, Social
change, Feminism, Community organization.
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Introducción
El 18 de octubre de 2019, tras un alza de 30 pesos en el pasaje del Metro, sistema de
transporte público utilizado en Santiago de Chile, estudiantes secundarios saltan los
torniquetes
evadiendo masivamente el pago. Los 30 pesos significaban entre el 20% y el
25% del ingreso familiar mensual para un grupo importante de la población, reflejo del
impacto económico que el alza implicó. Sin planificación aparente, comienza la movilización
popular más significativa del último tiempo: el Estallido Social. Rabia y cansancio, no de 30
pesos, sino de más de 30 años de neoliberalismo y abuso de poder por parte de la clase política
coludida con las familias más ricas, dueñas de las grandes empresas; contexto en el que la
privatización de los servicios y bienes comunes precarizó la vida y fortaleció al orden
patriarcal, principal aliado del neoliberalismo y estructura social que articula sociedad al
servicio de la virilidad, otorgando predominio, autoridad y ventajas a todo lo que se relacione
con lo masculino.
Personas cansadas de costos de salud y educación demasiado elevados; de un sistema
de pensiones basado en cuentas individuales que generan grandes ganancias para las
empresas privadas y retribuciones miserables para trabajadores; extractivismo
medioambiental con múltiples zonas de sacrificio; privatización del agua, bien común puesto
a merced de la especulación del mercado y su desconocimiento como derecho humano;
subordinación y violencia a las mujeres y disidencias, expuestas cotidianamente a los más
perversos castigos sin un Estado que asegure sus derechos. La situación explotó en una
vociferación clara: vidas dignas y cambiar la Constitución creada en 1981 durante la
dictadura militar de Augusto Pinochet y reforzada por la clase política durante la democracia.
Una Nueva Constitución construida desde las bases, con participación activa de las personas,
vinculante, inclusiva, que fuera el reflejo de una nueva sociedad y símbolo de una cautivante
transformación social.
Ante el Estallido, el Gobierno se ha caracterizó por ser políticamente inepto, de
actitud gerencialista y con frecuentes declaraciones desafortunadas, que actuando en
conjunto con las Fuerzas de Orden Público y los medios de comunicación masivos, confirmó
ser el más perverso patriarca; dando respuestas erradas e ineficientes, centradas en asegurar
el capital y los privilegios de sus integrantes, y basadas en estrategias represoras que
criminalizaron la protesta social y violaron gravemente los derechos humanos a través de
amputaciones, torturas, asesinatos y violencia político sexual en contra de cuerpos
feminizados. Según el mandatario Sebastián Piñera, el país habría entrado en una guerra
(BBC Mundo 2019), por lo que ordenó el envío de militares a la calle y el despliegue de un
Acto de resistencia y critica al elevado costo del sistema de transporte, que implica saltar sobre la barra
diseñada para impedir el paso y evadir el pago. Este acto es multado y puede ser castigado por las Fuerzas de
Orden Público.
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arsenal armamentista que habría sido habitual ver en tiempos de dictadura, pero en ningún
caso en una manifestación social en democracia.
En este contexto surge la pregunta: ¿el Estallido Social es una crisis? Si bien el
Estallido Social deviene de una crisis, este no es considerado como tal, ya que surge como
una estrategia de autorregulación social que da cuenta del desequilibrio y de la vulnerabilidad
en la que encuentran las personas y comunidades. Una crisis es la suma de situaciones de
riesgo que aumentan la inestabilidad y que generan un sistema que no puede autogobernarse,
que ha perdido su capacidad de autorregulación (Martínez 2020). Esta incapacidad forma
parte de la vida social, colectiva e individual, por tanto, el problema no es el aumento de la
vulnerabilidad e inestabilidad, si no el no contar con herramientas para enfrentar la crisis. Si
bien la crisis social es un problema estructural, orgánico y civilizatorio, surge como una
consecuencia gica del capitalismo; para entenderla hay que orientar la discusión hacia la
comprensión del funcionamiento del capitalismo y mirar cómo este sistema económico que
promueve la privatización y la importancia del capital como generador de riqueza ha llegado
a un punto en que pone en riesgo el cuidado de la vida en varios territorios del planeta y que
implicará su desplome masivo (Márquez 2010).
El Estallido Social es un «acto multifacético de alteración del orden preestablecido
que congrega a diversos actores, con sus propias dinámicas, que se sabe de antemano que
tiene principio y fin, y que en muchos casos representa una oportunidad para hacer justicia
por vía práctica y que incluso se puede vivir como un momento de fiesta y de carnaval»
(Garcés 2019, p. 8). El Estallido Social Chileno se expresó de formas diversas, pero con la
claridad común del efecto de las propias acciones y de que el gran protagonista era el pueblo,
desplegándose en autonomía y horizontalidad y poniendo la vida y los cuidados en el centro;
claves feministas que desde hace un tiempo el movimiento venia relevando. De esta manera,
la crítica radical al orden patriarcal y la toma de conciencia de las mujeres en lucha, fueron
elementos fundamentales para la promoción de la articulación del tejido social, activación
democrática anhelada dese los años 90 tras el término de la dictadura de Pinochet. En este
contexto surgen las preguntas: ¿el Estallido Social dialoga con prácticas feministas?, ¿de qué
manera?, ¿cuestiona las lógicas de poder, los modos de relación patriarcal y propone una
impronta interseccional de género, raza y clase en las demandas?
El Estallido Social surge desde abajo, en la coordinación activa de la sociedad civil
organizada, poniendo el foco en las personas y las comunidades como sujetos sociales con
agencia en los procesos de construcción histórica. El protagonista del levantamiento
comenzado en octubre es la comunidad diversa, dialogante y colaborativa, en la que es
posible encontrar a estudiantes secundarios, desencadenantes tanto de la resistencia a la
violencia policial como de vocerías con mensajes lúcidos y orientadores; movimientos y
colectivos de arte, que tapizaron las calles con manifestaciones de protesta diversas y
creativas, articulando una estética propia que dio contenido y permitió simbolizar el momento
histórico; mujeres, sostenedoras de la mayoría de las asambleas, puntos de salud de
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emergencia, ollas comunes y cabildos; los barrios, que organizados en cabildos y asambleas,
coordinaron de las demandas para construir un horizonte político compartido; y feministas,
que visibilizaron la dimensión patriarcal y misógina del Chile contemporáneo, poniendo el
foco en el cuerpo como territorio político, receptor de las violencias machistas y fuente de
poder para la liberación y la autonomía; además de ser las protagonistas de una de las marchas
más masivas realizadas durante el proceso, el 8M de 2020, día internacional contra la
violencia hacia la mujer.
Quienes vivían en la calle Nueva Bueras, en el epicentro del Estallido Social conocido
como la Zona Cero, salieron de sus casas sorprendidos por la violencia policial y dispuestos
a colaborar con las personas heridas a causa de la represión. Más de 60 personas de diversas
edades, oficios y clases sociales se congregaron desde el primer día, articulando la Asamblea
Nueva Vulva. Se organizaron en ferias libres, almuerzos comunitarios, asambleas, rituales y
diversas actividades centradas en el cuidado de la vida.
De esta manera, a lo largo de este artículo se pretende profundizar en la Asamblea
Nueva Vulva como espacio territorial articulado para ejercitar la horizontalidad, la
participación y la reflexión sobre la producción de lo común; y como contenedor de
dinámicas de reapropiación del cuerpo y del modo en cómo se habita el territorio. En este
contexto, interesa mirar la asamblea en su dialogo con improntas feministas, para poner el
foco en la defensa del cuerpo-territorio, en el acuerpamiento y en la resistencia a la violencia
del modelo neoliberal (Cabnal, 2018). La asamblea, por tanto, se comprende como una
metodología de autoorganización, instrumento práctico y definitorio de estructuras
democráticas y manifestación del trabajo en común que favorece el florecimiento de
respuestas creativas y cooperativas.
De esta manera, este estudio tiene como objetivo sistematizar y analizar la experiencia
de la Asamblea Nueva Vulva desde una perspectiva feminista, profundizando en las prácticas
de resistencia desplegadas tanto en el espacio público como en el privado. Para llevar a cabo
el objetivo planteado, el enfoque metodológico escogido fue el cualitativo, método de
observación que permitió analizar la experiencia vecinal, ordenando y relacionando los
acontecimientos y relatos de algunas personas, para dar marco a la sistematización de la
experiencia. Para esto, se utilizó la observación participante como técnica de recolección de
datos, efectuando una reflexión ordenada y critica de la experiencia vivida, al reconstruir
momentos fundamentales para luego analizarnos e interpretarlos. El proceso se llevó a cabo
por medio de notas de campo, entrevistas semiestructuradas a vecinos, vecinas, rescatistas,
personal voluntario de salud y análisis de registros fotográficos y de documentación.
Para dar cuenta de los resultados, se contextualiza la experiencia de violencia ejercida
por las Fuerzas de Orden hacia manifestantes, vecinos y vecinas, para luego dar cuenta de las
prácticas de resistencia comunitaria llevadas a cabo por la Asamblea Nueva Vulva, lo que
será desglosado en dos ejes de análisis: lo ocurrido en el espacio público: el Estallido Social;
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y lo que se vivió en el espacio privado: el Estallido Social interno. Este último será analizado
en dos categorías, el cuerpo y el habitar.
Para contextualizar la experiencia, es posible afirmar que el principal punto de
encuentro del Estallido Social en la capital chilena fue Plaza Italia, reapropiada como Plaza
de la Dignidad, ubicada en el centro de Santiago y precedida por la estatua del militar Manuel
Baquedano, símbolo del heroísmo de las guerras territoriales, propias de las patrias
patriarcales. A 100 metros se ubica el pasaje Nueva de Bueras, Barrio Lastarria, en el que
viven más de 120 personas, quienes debido a esa ubicación geográfica se vieron habitando
sin previo aviso en la Zona Cero, epicentro del Estallido Social.
En medio del levantamiento, las personas que habitaban en el barrio se encontraron
en la esquina del pasaje caceroleando
y sobreponiéndose a la angustia del toque de queda
decretado por el gobierno de Piñera al segundo día de las manifestaciones. Con el transcurso
de los días, cuando las convocatorias en Plaza de la Dignidad se hicieron masivas, el pasaje
comenzó a llenarse de manifestantes que, con heridas y cansancio, encontraban un refugio
en Nueva Bueras. Los Carabineros (cuerpo policial chileno) al descubrir la eficacia de la
protección que otorgaba el laberíntico lugar, decidió entrar y perseguir a todas las personas
que ahí se encontraban, el escenario pasó de ser un lugar seguro a un espantoso centro de
tortura.
En ese momento, la vecindad instaló sillas en la calle y ayudó a curar las heridas. A
los días, llegó un grupo voluntario de salud y rescate, los que trabajaron de manera
coordinada para establecer un hospital de emergencia con camillas, insumos médicos y
ambulancias, todo generado a través de donaciones que la vecindad guardaba en sus bodegas
y habitaciones; departamentos residenciales que se convirtieron en centros de
almacenamiento de insumos médicos. Según Tabilo (2019), entre octubre y diciembre fueron
atendidos más de ocho mil personas heridas y lesionadas. Entre ellas, Gustavo Gatica, el
joven de 21 años que debido al disparo de Carabineros sufrió pérdida total de la visión de
ambos ojos. Disponer de un hospital de campaña, permitió, por tanto, apoyar el proceso
social, proteger del lugar y colaborar con las personas heridas.
El pasaje se vio continuamente invadido: en el cielo había drones que los observaban;
en el aire había gases químicos que les impedía ver y respirar, que mataron las plantas que
vivían en sus casas y que enfermaron a sus animales; y en el ambiente había un inminente
riesgo de incendio debido al uso del arsenal inflamable utilizado, debiendo evacuar en más
de una oportunidad. Niños y niñas empezaron a tener reacciones dérmicas y a manifestar
sintomatología ansiosa; el ruido de disparos y explosiones generaba angustia y temor; el
riesgo de recibir un impacto de bombas lacrimógenas, chorros de ácido, balines, balas o gas
pimienta era tan alto que debieron instalar el uso obligatorio de cascos de protección,
máscaras de seguridad y lentes de agua, los que en más de una ocasión no fueron suficientes,
Caceroleo: forma de protesta en la que se utilizan ollas, cacerolas y otros utensilios de cocina para hacer
ruido y mostrar descontento.
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afectando gravemente a varias personas. Modificaron sus rutinas para regresar antes del
trabajo, hacer las compras hasta ciertas horas y secar la ropa dentro de las casas para que no
se impregnaran con el olor a gas.
En ese contexto cambiante y violento se dieron cuenta que, a pesar de vivir ahí hace
años, no se conocían. El capitalismo había conseguido su objetivo: tenía a la comunidad
distanciada, disgregada, temerosa e individualista. Al paso de los días, la vecindad comenzó
a vincularse a través de almuerzos, espacios de contención, distracción y reflexión, se
autoconvocaron en la Asamblea Nueva Vulva, ex Nueva Bueras, instalaron una pizarra
informativa con las actividades diarias para poner al tanto a otras personas del barrio y
crearon una cuenta en Instagram para dar a conocer por redes sociales el contexto que se
vivía en el pasaje y un grupo de WhatsApp que favoreció la comunicación interna. Además,
elaboraron un comunicado público en contra de los dichos de la alcaldía de Santiago, que
aludía a un aparente temor por parte la comunidad vecinal hacia supuestos delincuentes que,
en realidad, eran manifestantes. Rápidamente definieron una organización horizontal en la
estructura, autónoma en la propuesta política y amorosa en las prácticas cotidianas, para
buscar gestionar de manera conjunta la experiencia de represión y tortura ejercida por el
Gobierno a través de las Fuerzas de Orden, esto con el fin de organizarse y apropiarse del
territorio y construir una nueva propuesta vecinal.
Las acciones desarrolladas por la vecindad hacen que esta se constituya como un
entramado comunitario, haciendo un giño a la propuesta de Raquel Gutiérrez que refiriéndose
a las “tramas abigarradas y complejas de relaciones sociales que se empeñan en producir lo
común” (2019, p.24), recupera el concepto de entramado, en tanto trama, que al igual que en
el textil permite tejer en la urdimbre para formar la tela. El entramado comunitario gestionado
por la vecindad se expresó en la organización de sus experiencias y saberes y en el aprenden
de forma colectiva y espontánea, lo cual generó un patrimonio de conocimiento situado,
dinámico, no formalizado y muy eficaz por que surge a partir de la práctica misma. El
entramado comunitario que encarna la Asamblea vecinal es un sistema intuitivo, basado en
experiencias compartidas, conversaciones informales, narraciones e historias con arraigada
connotación afectiva y que fueron sostenidas por un territorio común; espacio físico y
material que en el contexto del Estallido Social se convirtió en un territorio en disputa. El
pasaje, contuvo experiencias contrapuestas, violencia policial por un lado y reapropiación y
politización de la calle.
Prácticas de resistencia comunitaria: Asamblea Nueva Vulva
Ante el complejo escenario, la vecindad desple acciones articuladas de forma
rápida y coordinada, y al mismo tiempo tuvo que aprender a contener la angustia colectiva
para sobreponerse al dinamismo explosivo del Estallido Social, prácticas de resistencia y de
reapropiación, orientadas a proteger sus vidas de forma colectiva. Dicha resistencia fue
entendida por un lado, como un comienzo o una posibilidad que abría manifestaciones
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creativas y que mostraba el poder de las comunidades de construirse en contra del dominio
hegemónico y de relaciones múltiplemente opresivas (Lugones 2008), y por otro, como una
crítica a la impronta colonial presente en la vida contemporánea chilena, basada en la
afirmación de sí mismo y en la negación del otro, la legitimación del Estado y la violencia,
la construcción de saberes y poderes basados en la dominación y el mantenimiento de
relaciones sociales desiguales y prácticas discriminatorias (Chirix 2004).
Las prácticas de resistencia desplegadas por la Asamblea Nueva Vulva se sostuvieron
en la Asamblea como dinámica de producción de lo común en el ejercicio colectivo de
construir vecindad. La producción de lo común entendido como «la acción colectiva de
producción, apropiación y reapropiación de lo que hay y de lo que es hecho, de lo que existe
y de lo que es creado, de lo que es ofrecido y generado por la propia Pachamama y (…) por
el esfuerzo común de hombres y mujeres situados histórica y geográficamente» (Gutiérrez
2017, 75) se expresó en la Asamblea como una dinámica de autoorganización, coordinadora
de la participación, la toma de acuerdos y articulación del perímetro que define quienes son
parte y a quienes no.
La Asamblea fue el mecanismo contenedor de las reglas, saberes, normas y
experiencias en común, las que brotaron a partir de las relaciones y vínculos sostenidos y
continuos que componen la vecindad. En ese sentido, la comunidad se vio fortalecida,
cohesionada y logró gran vitalidad expansiva sobre todo en los momentos de agresión
(Gutiérrez 2017), lo que se configuró como dinámica instituyente de lo común, siendo de uso
colectivo por las personas que la componen y no apropiable privadamente ni por el mercado,
ni por el Estado. Así, se constituyó una práctica alternativa a la lógica privatizadora neoliberal
y un principio de resistencia que releva la cooperación y la utilidad social frente a la
rentabilidad económica (Martínez 2020); el trabajo colectivo creó lazos y entramados
comunitarios fuertísimos y fue por medio de este mecanismo que la vecindad tomo
conciencia del principio de reciprocidad: su bienestar dependía del bienestar de los demás
(Tzul Tzul 2019).
De las prácticas de resistencia, desarrolladas por la vecindad, destacan dos frentes.
Uno relacionado con el espacio público: el Estallido Social; y el otro en relación a lo que se
vivió en el espacio privado: el Estallido Social interno. La impronta de la diferenciación de
ambos momentos (privado y público) responde a la necesidad de enfatizar en las vivencias
individuales, lo afectivo, lo íntimo, lo doméstico, siguiendo la propuesta de Miller de
personal es político (1969) y la idea de que lo público es resultado de las prácticas colectivas
que se sostienen en esa intimidad.
En relación a las prácticas de resistencia en el espacio público, la vecindad llevó a
cabo acciones para gestionar el cuidado común: en la entrada del pasaje instalaron cuatro
estructuras de madera y lata a modo de murallas portátiles que protegen a residentes, personas
heridas y personal de emergencia, colgaron las cortinas que transforman la calle en un
humilde box clínico y bajaron alargadores eléctricos desde los departamentos que colindan
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con la calle, para cargar los equipos de radio, computadores y máquinas de
telecomunicaciones que mantuvieron al equipo de rescatistas coordinado en cada salida
(Tabilo 2019). Además, realizaron un catastro de la situación de cada integrante de la
vecindad y cambiaron el nombre a la calle interviniendo la señalización de tránsito e
inscribiendo sobre Nueva Bueras el nuevo nombre: Nueva Vulva. La comunidad se apropió
del pasaje para bailar, hacer tertulias literarias, bordar, practicar yoga, almorzar y celebrar
cumpleaños; articularon una comisión legal, para interponer un Recurso de Protección con
más de 40 relatos de experiencias de violencia policial de las que fueron víctimas;
constituyeron un Comité de Comunicaciones que gestionó entrevistas con medios de
comunicación masivos y alternativos, tanto nacionales como internacionales, y realizaron
convenios con instituciones para brindar atención de salud mental y comunitaria a quienes
presentaran sintomatología a raíz de la experiencia de violencia.
Los gestos y prácticas de resistencia desplegadas se observan como intentos por
construir políticas en femenino (Gutiérrez 2015) o por incorporar contenido feminista a las
formas de organización política establecidas por la comunidad. Esto se observa en las
recurrentes e insistentes conversaciones sobre el respeto por el uso horizontal de los lugares
de poder en torno a quien habla ymo se toman las decisiones; en el énfasis cotidiano por
el rescate de la cultura del cuidado y la autodeterminación; en la elaboración de iniciativas
desde experiencias situadas, coherentes, amorosas y atentas a la distribución equitativa de los
roles; en la búsqueda de formas no estado-céntricas de satisfacer las necesidades vitales,
asentadas en el acuerpamiento vecinal, autoconvocando los cuerpos para proveerse de
energía política y para resistir y actuar contra opresiones patriarcales, colonialistas y
capitalistas (Cabnal 2020) que permitan avanzar en la desarticulación de añejas relaciones de
poder. En esa línea, la Asamblea toma conciencia de las experiencias diferenciadas de
acuerdo al género de sus habitantes, politizando vivencias de mujeres en espacios de miedo,
visibilizando modos masculinizados de ocupación del espacio público y actuando de forma
tajante ante expresiones machistas y patriarcales, tanto de vecinos como de voluntarios de
los equipos rescate.
En este contexto, el feminismo comunitario en la Declaración Política de las Mujeres
Xinkas propone puntos que sirven como guía para comprender el proceso de resistencia y
organización de Nueva Vulva, como son «la lucha y acción permanente contra todas aquellas
manifestaciones del Modelo neoliberal de desarrollo patriarcal que atente contra nuestro
territorio tierra (…) en acción permanente y en conciencia de la recuperación y defensa de
nuestro primer territorio que es el cuerpo» (Gargallo 2015, 166). La posición política
afectiva, situada y encarnada se instala como propuesta de lucha contra la violencia
estructural institucionalizada y dialoga con la experiencia de Nueva Vulva toda vez que se
articula como modo contundente para nombrar y recuperar saberes plurales de protección y
acción en red.
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Sin lugar a dudas, hay desafíos que aún son necesarios continuar profundizando, ya
que a pesar de los ejercicios de toma de conciencia feminista en palabras de Hooks (2017),
el patriarcado sigue expresándose en maisplaining
, en la falta de conciencia sobre la
distribución sexual del trabajo y en situaciones de violencia machista entre vecinos y vecinas.
Todos estos constituyen episodios que antes habrían quedado en el lugar de lo íntimo, pero
que ante la vinculación comunitaria se ven puestos en común y expresados en el lugar de lo
público, lo cual evidencia que la división entre lo público y lo privado acentúa la violencia
hacia las mujeres y las obliga a replegarse.
Las prácticas de resistencia de lo íntimo será lo que se profundiza en adelante. El giro
hacia lo íntimo surge tras la observación de que el Estallido Social irrumpió en las calles,
pero también dentro de cada vecino y vecina, transformando la relación que tenían con el
lugar en el que vivían, pero también con el cuerpo y los afectos. Lo íntimo se constituye
como una práctica feminista que sitúa el foco en gestos, modos y decisiones que han sido
puestas en acción en la experiencia y en la vida social, y que están disponibles para superar
prejuicios, condicionamientos e interiorizar elecciones que amplían el espacio de libertad
para todas personas (Misciagno 1997).
La práctica feminista es afectiva, encarnada y mutua, deviene en relación y
conocimiento recíproco y favorece el autocuidado, la propiocepción y el placer. La práctica
feminista alimenta un modo particular de configurar la articulación social colectiva, ya que
provoca que la inteligencia de pensar de manera conjunta se sienta en el cuerpo como
potencia de una idea, lo que en palabras de Gago (2019, 165) se configura como potencia
feminista que «anuda elementos diversos, evalúa tácticas, compone estrategia, se inscribe en
la historia de luchas pasadas y a la vez se experimenta como novedad».
La reapropiación del cuerpo
En el cuerpo se inscriben y articulan las experiencias, es el límite entre lo público y
lo íntimo, es contenedor de memorias y participante activo en la construcción de significados,
es el único territorio político con historia y conocimientos, tanto ancestrales como propios en
el que realmente es posible habitar, es el único instrumento, como diría Margarita Pisano
(2011), con el que se puede tocar la vida. Mirar el cuerpo es un gesto de toma de conciencia
feminista, (Hooks 2017) y de resistencia decolonial, en él se develan las experiencias raciales,
capitalistas y misóginas que se cargan enquistadas y se constituye como un espacio político
situado y sentípensante con el cual es posible transitar por las experiencias afectivas más
profundas (Anzaldúa 1987).
El cuerpo, como un primer territorio, informa sobre la contingencia, es el escudo ante
la amenaza de una escopeta o de un carro lanza aguas y es el primero que invita al
autocuidado, develando dolores, angustias, incomodidades necesarias de escuchar. Durante
Comportamientos que tienen en común el menosprecio del hablante hacia quien escucha por el único hecho
de que quien escucha es una mujer.
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el Estallido Social, el cuerpo informó sobre sentimientos que resultaron novedosos: la rabia,
la angustia, el miedo; como afirma la encuesta Centro de Estudios Público (CEP) de
diciembre 2019, el 50% de las personas consultadas indicó que se sentían «muy» o «bastante»
enojadas con la situación actual del país, un 31% declaró estar asustada y un 34% señaló
sentirse esperanzada (Mac-Clure 2019).
Para las personas que constituyen la Asamblea Nueva Vulva, el cuerpo fue un lugar
de resistencia y representación, fue el contenedor de las experiencias vividas durante el
Estallido Social. Las sensaciones, los olores, las texturas y las imágenes pasaron por el cuerpo
y permitieron que la comunidad pudiera construir significados, escuchar, nombrar e
identificar las contradicciones del momento histórico, entender que tiene implicaciones para
los procesos de memoria corporal y su participación en el desarrollo de malestares. Ver en el
hospital de emergencia de forma tan cercana y cotidiana cuerpos sangrantes, heridos,
baleados, con amputaciones oculares o quemados con químicos, provocó, por un lado, la
naturalización del horror y la violencia; y, por otro, la corporeización de la experiencia al
mirar y tomar conciencia del riesgo o al daño que se generaba ante la exposición a escenas
de dolor y sufrimiento. Es ahí cuando la comunidad recurre a la Asamblea como eje central
de la articulación, y se dispone como contenedor de expresión afectiva de cada integrante de
la vecindad, permitiendo que cada persona baje las defensas y pueda mostrarse desbordada,
confundida, afectada.
Al participar en una experiencia común, la comunidad desarrolló códigos corporales
propios, concordando en la sensación de que era imposible compartir la experiencia con otra
persona que no hubiese estado en ese lugar y en ese momento. El cuerpo que se ponía como
límite para bloquear el pasaje e impedir la entrada de Carabineros era el mismo que se
acomodaba amoroso y respetuoso al cuerpo del otro o de la otra, acompañando y sosteniendo
la tristeza, la angustia o la alegría de los procesos compartidos. En el fondo, había una moción
clara de que, a pesar de lo violento y terrible, el proceso social de transformación era
necesario y urgente, el fin último era manifestar el descontento y la rabia acumulada por años
de injusticias y abusos, y para sostenerlo se debía generar cuerpo social.
De la Parra (2002) plantea que el cuerpo social incluye todos los cuerpos, «la sociedad
son cuerpos; nosotros somos el cuerpo de la sociedad en la que vivimos, por lo tanto, perder
un cuerpo es perder la comunidad, tocarse es encontrarse» (en Espinoza, 2007, 63). El cuerpo
social también se ve trastocado y herido por la masacre perpetrada por el capitalismo y el
patriarcado que se cuela en cada esquina. La articulación vecinal rompe la fragmentación
social, zurce el cuerpo magullado y hace florecer prácticas de reciprocidad y cuidado de la
vida. Fortalecer el tejido social a través de la articulación comunitaria es un modo de habitar
politizado, anti patriarcal y se constituye como la herramienta más coherente para sostener al
cuerpo social.
Volumen 101 (1) 2022: 1-15 Enero-Junio
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Cómo estamos habitando
Habitar es un proceso creativo, una práctica en la que conviven múltiples
dimensiones: cómo se ocupa la calle, la casa, el cuerpo. No se habita de paso, sino que
estando reiteradamente, es un estado de conciencia diaria (Cerda 2017). El habitar colabora
con el surgimiento del sentido de pertenencia: establecerse, echar raíces, sentirse parte de un
lugar y un momento. Cada lugar habitado es un único para quien habita; el habitar está
intermediado por el modo en cómo las personas se sitúan en y a través de una amplia gama
de discursos (Brah 2011). La pertenencia a un lugar es mediada por regímenes de poder que
diferencian un grupo de otro, se consideran la historia, sus propias particularidades, sus
viajes; esto evidencia la articulación de diásporas, es decir, los cruces de múltiples viajes que
configuran uno solo a partir de la confluencia de narraciones del cómo se vive, se revive, se
produce, se reproduce y se transforma a través de la memoria individual y colectiva (Brah
2011). El colonialismo nos ha obligado a pensar el habitar como un gesto de poder y
apropiación territorial asociado a lo privado, pero al habitarlo en comunidad implica
desplazar la energía a comprender que lo poseído no solo es compartido colectivamente, sino
que también es todo lo que se produce, reproduce y reactualiza continua y constantemente en
lo común (Gutiérrez 2017).
Para la comunidad que compone la Asamblea Nueva Vulva, el habitar el territorio en
el que viven cambió durante el Estallido Social. La calle, que siempre fue usada como un
lugar de paso, se convirtió en la trinchera de resistencia que había que defender y recuperar.
Pusieron plantas, guirnaldas, lienzos, intervinieron los muros y limpiaron con agua y
detergente las calles inundadas de químicos. Cada gesto develó la dimensión emocional de
como sienten su entorno, dinámicas implícitas en la cotidianidad de habitar en un territorio
en lucha, donde cada una de las situaciones redefinen su manera de ver el mundo y les
permiten habitar politizadamente el territorio para convertirlo en una experiencia
emancipadora.
Situarnos desde la vecindad Nueva Vulva invita a pensar en una lógica «desde abajo»
en donde, a partir de los hechos vividos en esos meses, emergen otras maneras de vivir, sentir
y hacer, poniendo el cuidado de la vida en el centro. Esto representa una oportunidad para
construir colectivamente nuevas formas de habitar, en el cual se mezclan saberes y
sensibilidades que hacen una crítica al desarrollo desde una perspectiva feminista.
En Nueva Vulva es posible identificar elementos y dinámicas que se han significado
como prácticas de cuidado: la autogestión, la participación activa en el proceso social, la
construcción de espacios de encuentro, diálogo, debate y toma de decisiones para la
definición de estrategias colectivas sobre el contexto que se vive. Es ahí donde emergen
prácticas transformadoras de la vida cotidiana a partir de entramados de confianza y
motivaciones comunitarias, lo cual trasciende la idea de quedarse en el intento y posibilitando
el sentir creativo de forma colectiva.
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De esta manera, la fisura que generó el Estallido Social provocó el brote de iniciativas
con raíces fuertes y sanas que transformaron para siempre el modo en que esta comunidad
ocupó el espacio. Se buscaron estrategias para recuperar el cuidado de la vida como elemento
central y articulador de la resistencia organizada, pensando en un habitar creativo, politizado
y antipatriarcal.
Resultado y Conclusiones
El proceso sociocomunitario vivido por la vecindad fue un hito que trastocó su modo
de vincularse, de comprender el lugar donde viven y de comprobar la potencia organizativa
y transformadora del trabajo compartido y organizado. La experiencia significó la
traumatización para muchas personas, quienes cargaron con secuelas que generaron
malestares de larga data, pero que sin lugar a dudas «la comunidad nos salvó» como afirma
Carolina, vecina del pasaje.
Por otro lado, la observación participante como técnica de recolección de datos
permitió el involucramiento por medio de la escucha activa y la incorporación en la mayoría
de actividades, lo que ayudó a explorar las rutinas para dejar registro de ellas y ponerlas a
dialogar con perspectivas de análisis que permitieron releer el proceso. Lo recolectado por
medio de esta técnica queda registrado a partir de las narraciones contenidas en este artículo,
invitando a impregnarse de la raíz afectiva y transformadora propia de este proceso social,
movilizando y trastocando la propia experiencia.
Los feminismos se volvieron una perspectiva de análisis coherente y novedosa,
enfocándose en dimensiones que generalmente no son percibidas debido a la visión
masculina y androcéntrica en los procesos de producción de conocimiento. Asimismo,
permitió criticar el proyecto ideológico del patriarcado e integrar las experiencias y modos
de percibir, nombrar y sentir de las mujeres para tomar conciencia de las relaciones de poder
existentes y dejar de reproducir discursos hegemónicos patriarcales que han tendido a la
uniformidad y a la homogeneización.
De igual manera, la perspectiva de análisis feminista permitió visibilizar el cuerpo y
el modo de habitar como ejes de análisis, además de mirar las prácticas que la misma
Asamblea consideró como anti patriarcales, tanto en la experiencia intima de cada integrante
y el valor por compartir el Estallido Social interno, hasta el cuestionamiento de la práctica
asamblearia. Lo anterior permitió revisar los modos de vinculación, las relaciones de poder
en las tomas de decisiones, las distribuciones en los roles de cuidado y la definición de una
forma particular de dialogar con las instituciones patriarcales como son la alcaldía y las
Fuerzas de Orden Público, así se ponen mites ante sus procedimientos y se decide
colectivamente mantener la autonomía y la autodeterminación.
Las propuestas surgidas a partir de la Asamblea de Nueva Vulva se vuelven un
referente de participación comunitaria, las cuales abren nuevas preguntas y dimensiones de
análisis urgentes ante los cambiantes y esperanzadores procesos sociales del Chile
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contemporáneo, sobre todo ante el proceso de gestación de una nueva Constitución. Surgen
preguntas para seguir profundizando y articulando reflexiones, en relación a ¿cómo es posible
mantener la articulación comunitaria ante un nuevo escenario de represión y violencia
policial?, ¿qué estrategias serán necesarias desarrollar para sostener comunitariamente
experiencias de violencia patriarcal entre las personas que integran el vecindario?, y ¿de qué
manera los feminismos puede continuar brindando herramientas de análisis y metodológicas
para fortalecer una perspectiva anti patriarcal en una Asamblea vecinal?
Apoyo financiero: Esta investigación fue autogestionada, no cuenta con apoyo financiero
de ninguna institución.
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