Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
1
Sistema y relación: los legados epistemológicos del estructuralismo a la teoría
social
System and relation: the epistemological legacies of the structuralism to social
theory
1
Sergio Tonkonoff,
tonkonoff@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-9451-
3151
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) /
Universidad de Buenos Aires,
Buenos Aires, Argentina
1
Fecha de recepción:
28 de setiembre 2020
Fecha de aceptación:
29 de mayo del 2021
Resumen
Introducción
El estructuralismo es una de las principales
corrientes del pensamiento del siglo XX. Sus
desarrollos atañen a los más diversos aspectos
tanto de las ciencias sociales como de la
filosofía.
Objetivo
El objetivo del presente artículo es realizar una
reconstrucción de la teoría social estructuralista,
buscando poner de manifiesto el valor
problemático del que todavía es portadora.
Específicamente, intentaremos mostrar el modo
en el que cuestiona una serie de antinomias
epistemológicas tradicionales, propias de las
ciencias humanas. En particular, atenderemos a
las oposiciones entre individualismo y holismo,
materialismo e idealismo, sustancialismo y
relacionalismo.
Método y técnica
Para ello, nuestro método será concentrarnos en
describir la sintaxis teórica básica que las
investigaciones estructuralistas articulan en
torno a los conceptos de relación y sistema.
Resultados
Al menos dos resultados se obtuvieron 1) se ha
podido despejar la forma característica en que el
estructuralismo aborda y comprende las
identidades y los sistemas sociales, 2) se señala
que la afirmación del carácter relacional de las
identidades junto con el carácter totalizante de
los sistemas es la aporía distintiva del
estructuralismo.
Conclusiones
Se concluye que el estructuralismo no es un
holismo tan clásico como acostumbra a
pensarse, y se sugiere que la revelación de esa
tensión problemática entre relación y sistema es
uno de sus legados mayores.
Palabras clave: Estructuralismo, Relación,
Identidades, Sistemas sociales, Teoría social.
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
2
Cómo citar:
Tonkonoff, Sergio. 2022. Sistema y
relación: los legados epistemológicos
del estructuralismo a la teoría social.
Revista Reflexiones 101 (1). DOI
10.15517/rr.v101i1.44032
Abstract
Introduction
Structuralism is one of the main currents of
thought of the 20th century. Its developments
concern to the most diverse aspects of both the
social sciences and philosophy.
Objective
The objective of this article is to carry out a
reconstruction of the structuralist social theory,
seeking to reveal the problematic value of which
it still carries. Specifically, we will try to show
the way in which a series of traditional
epistemological antinomies, typical of the
human sciences, are unsettled. In particular, the
oppositions between individualism and holism,
materialism and idealism, substantialism and
relationalism will be discussed.
Method and technique
For this, our method will be to concentrate on
describing the basic theoretical syntax that
structuralist research articulates around the
concepts of relation and system.
Results
At least two results were obtained 1) it has been
possible to clarify the characteristic way in
which structuralism addresses and understands
identities and social systems, 2) it is pointed out
that the affirmation of the relational nature of
identities together with the totalizing nature of
systems it is the distinctive aporia of
structuralism.
Conclusions
It is concluded that structuralism is not a holistic
approach as classic as is usually thought, and it
is suggested that the revelation of this
problematic tension between relation and
system is one of its major legacies.
Keywords: Structuralism, Relation, Identities,
Social systems, Social theory.
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
3
Introducción
Por dónde empezar si se quiere hacer el estudio científico de los fenómenos que
acontecen en los dominios habitualmente llamados sociales, culturales, económicos,
políticos y subjetivos. Lo primero responde al estructuralismo, es construir el objeto, antes
de querer saber cuál es la nesis, el desarrollo y la transformación de cualquier cosa, es
preciso determinar de qué se está hablando. Lo que equivale aquí a establecer una
hipótesis sobre las características básicas de su configuración interna y su funcionamiento
(sincrónico); es decir, una hipótesis sobre su estructura.
Ahora bien, el objeto estructural nunca es un fenómeno ni un acontecimiento. Lo
que acontece de modo súbito o procesual, tanto como lo que aparece a simple vista o
mediante instrumentos de medición sensible, solo puede ser la manifestación o puesta en
acto de un mecanismo escondido, una estructura profunda, accesible únicamente a los
ojos del concepto. De allí que la actividad estructuralista sea, en primer lugar, teórica
muchos dirán, irremediablemente kantiana-. De allí también que problema de la
construcción del objeto estructural se plantee a todas las ciencias por igual, sean sociales,
naturales o formales. Lo que implica la posibilidad o mejor, la necesidad de formular
principios, lógicas y métodos válidos para todas ellas.
Se diría que convertirse en el lenguaje común de las ciencias es un anhelo mayor
del estructuralismo, un programa a realizar, más o menos embozado a lo largo de su
recorrido. Ante todo, este movimiento procuró proveer un marco común a las ciencias
que llamó humanas para poder redefinirlas en sus propios términos al tiempo que les
aplicaba un tratamiento anti-humanista. Pero su ambición no se detuvo allí: se propuso,
además, emprender la formalización de los saberes sobre lo social y lo subjetivo para
volverlos rigurosos y a la vez convergentes con el resto de las ciencias. Se trataba, a fin
de cuentas, de producir una nueva epistemología verdaderamente general.
Puestas las cosas de este modo, uno puede preguntarse por qué entonces no dejarle
el asunto a la filosofía; es decir, a la disciplina que tradicionalmente procuró lidiar con
esos dolores de cabeza, y que se ha querido, además, y por lo mismo, la madre de todas
las ciencias. Sin embargo, una de las características del movimiento estructuralista desde
sus orígenes en la lingüística hasta sus formulaciones en el campo de la antropología, la
sociología y el psicoanálisis ha sido el empeño por desarrollar sus investigaciones en el
terreno de las ciencias humanas. Con ello no se privó del recurso directo e indirecto a
otras ciencias, y mucho menos de realizar formulaciones epistemológicas y ontológicas
de largo alcance.
Esta permanencia incomoda en el campo de las ciencias que se quieren empíricas
se vincula a cierta vocación positivista que animó a la empresa estructuralista en sus
comienzos, tanto por razones de índole institucional como biográfico. Pero también, y
sobre todo, remite al principio estructuralista fundamental según el cual toda estructura
es encarnada; es decir, que ninguna estructura existe en abstracto, y aquellas que existen
poseen configuraciones que le son propias. Este es uno de los motivos por los que no
contamos con ninguna obra estructuralista importante que presente sus tesis generales de
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
4
un modo puramente abstracto al modo de un tratado de filosofía-. Antes bien, los grandes
textos de este movimiento versan siempre sobre estructuras específicas: el lenguaje en
Saussure, Trubetzkoy, Jakobson y Hjelmslev; el parentesco, las estructuras sociales
arcaicas y los mitos en Lévi-Strauss, el sujeto en Lacan, las formaciones sociales en
Althusser, las epistemes del saber en Foucault, la novela y el sistema de la moda en
Barthes y la distinción social en Bourdieu.
En cada caso pueden encontrarse postulados del más amplio alcance y generalidad
junto al tratamiento de temas específicos. En conjunto, estos postulados muestran una
gran coherencia no solo en las estrategias con las que abordan la realidad (social o de otro
tipo), sino también en la forma que tienen de concebirla. Por eso, aunque a veces se haya
querido ver en este corpus heterogéneo de obras solo una unidad de método, resulta difícil
no registrar su unidad meta-teórica, y desprender de ella proposiciones que no solo versan
sobre el conocimiento de la realidad, sino también sobre sus formas de ser. De manera
que resulta posible y necesario hablar de una metodología tanto de una epistemología
como de una ontología estructuralista.
El recorrido mediante el cual el estructuralismo alcanza este estatuto
paradigmático puede reconstruirse, de modo más lógico que cronológico, como sigue: se
parte del descubrimiento de la diferencia lingüística y la reformulación de la noción de
sistema en el marco de la lingüística estructural, llega a su generalización como modelo
epistemológico para conocer la realidad social y subjetiva, y avanza hacia la afirmación
del carácter estructurado (en estructuras estructuralistas) de lo real. En lugar de considerar
esto como un decurso espurio capaz de malograr un buen comienzo (positivista), por
cuanto conduce de la investigación científica a la metafísica, habría que reconocer allí el
vigor de este movimiento intelectual, y uno de los motivos por los que ocupa un lugar
protagónico en las filosofías y las ciencias del siglo XX. Asimismo, habría que reconocer
como uno de sus legados mayores precisamente la afirmación y la ampliación de ese
espacio que se trama «entre» las ciencias y las filosofías. Esto es, la afirmación del espacio
trans-disciplinario que el estructuralismo llamó theoría y que aquí designaremos como
meta-teórico o paradigmático.
En lo que sigue intentaremos mostrar el modo en el que este movimiento cuestiona
una serie de antinomias epistemológicas tradicionales, propias de las ciencias humanas,
pero no sólo de ellas, sino en particular las que llevan los nombres de individualismo-
holismo, materialismo-idealismo, y sustancialismo-relacionalismo. Nos concentraremos,
sobre todo, en señalar las distancias de este paradigma respecto de las posiciones holistas
que lo precedieron, y añadiremos algunas notas sobre el tipo de materialismo que sus
desarrollos involucran o pueden involucrar.
Ambas cuestiones se juegan de manera decisiva en el modo en que el
estructuralismo concibe la realidad social a partir de la introducción del concepto de
estructura que le es propio. Parafraseando el célebre lema de Lacan (1966), puede decirse
que aquí lo social está estructurado como un lenguaje o mejor, como un conjunto de
sistemas cuyo modelo es la lengua. Veremos que, por un lado, a través de ese modelo se
logran una serie de desarrollos conceptuales capaces de des-sustancializar las identidades
tanto colectivas como individuales, puesto que se establece su carácter relacional. Al
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
5
tiempo que, por otro lado, y debido a ese mismo modelo, se sustancializan las estructuras
societales en las que esas identidades tienen lugar. Esto, a nuestro modo de ver, no
constituye exactamente un fracaso. Antes bien, nos parece posible encontrar allí otro de
los aportes claves del estructuralismo al pensamiento contemporáneo, acaso su legado
más importante. A saber, el haber puesto de manifiesto la tensión problemática ubicada
precisamente en las coordenadas donde se entrecruzan la relación y el sistema o, si se
quiere, la estructura y la diferencia.
Las Partes y el Todo
En sus usos habituales, el término estructura supone la idea de un conjunto de
elementos relacionados con una disposición determinada. El orden de esa disposición es
precisamente lo que permite hablar de estructura, y hace posible, entre otras cosas,
caracterizarla como semejante o diferente a otras. Por eso es esta una noción que suele
ser intercambiable con la de forma. Hablar de estructura supone, además, la idea de cierta
duración y cierta consistencia en esa disposición u ordenamiento que la caracteriza. Lo
que puede agregar la implicancia de una relación regular y estrecha de los elementos, e
incluso, de una influencia recíproca entre ellos (la modificación de uno, incidirá sobre los
demás). De allí que sea un término intercambiable, también, por el de sistema.
Si se da un paso más, o si se re-describe el paso que ya se ha dado, se dirá que los
elementos en cuestión son miembros o componentes y que la estructura es un todo que
los engloba. Se ve, entonces, que hablar de estructura es necesariamente tomar partido.
Implica referirse a conjuntos, elementos y relaciones, pero convirtiendo a los elementos
en partes, a las relaciones en ordenamientos, y a los conjuntos en totalidades. Una vez
ingresados en este vocabulario infra-estructural de las partes y el todo, el problema clave
reside en saber qué estatuto y características otorgarles a los elementos, a las
disposiciones que los ordenan, y a la totalidad que bien puede resultar, preceder o ser
contemporánea de esa disposición esto último habrá que decidirlo también.
En el campo de las ciencias sociales y las humanidades, no son pocos los enfoques
que hablan de conjuntos humanos dándoles distintos nombres generales (sociedad,
cultura, grupo, institución) o específicos (Estado, nación, clase social, mercado) sin que
se crea necesario o útil hablar de estructuras. En estos casos, se entiende que cierto
número de individuos forma parte de un orden de relaciones determinado orden que bien
puede ser coherente y duradero, pero nunca se considera que la resultante de esto sea
más que un agregado o suma de elementos. Por ello, en esta perspectiva, cualquier
conjunto social, no importa cuán «estructurado» se encuentre, siempre puede (y debe) ser
legítimamente reducido a sus componentes elementales: los individuos y sus
interacciones.
Tales enfoques, que se reivindican como carentes de presupuestos metafísicos,
transportan, en realidad, una cosmovisión elementalista o atomicista muy arraigada,
según la cual un conjunto cualquiera puede ser descompuesto (sin pérdida) en sus
elementos componentes. Suponen, además, que estos elementos son idénticos a
mismos, simples, separados, definidos y semejantes a los demás y que esa es la base de
su posible reunión en un conjunto, sea este regularmente ordenado o no. De manera que,
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
6
aquí los elementos son los que constituyen al conjunto en cuestión, puesto que lo
preexisten. Además, ingresan preformados en él, y si este se desarmara, ellos
permanecerían relativamente intactos y podrían componer eventualmente conjuntos
nuevos (o no hacerlo). Por todo ello, los individualismos metodológicos consecuentes
prefieren no hablar de estructuras, sino simplemente de individuos, interacciones y
normas.
Como se sabe, la posición epistemológica que lleva el nombre de holismo se
encuentra en las antípodas de este razonamiento. Su contextura básica puede resumirse
en el dictum según el cual «el todo es más que la suma de sus partes». Esto significa al
menos dos cosas fundamentales: a) una totalidad (societal o de otro tipo) es una entidad
con ciertas propiedades que le pertenecen en tanto tal propiedades que no es posible
encontrar cuando se analizan a sus elementos componentes por separado; b) las
propiedades de las partes dependen, total o parcialmente, de esa totalidad.
Arquetípico en esto, y pertinente por nuestro objeto es el caso de la sociología de
Durkheim. Allí un conjunto humano posee en tanto sociedad una entidad distinta y un
modo de funcionamiento diferente al de sus componentes elementales (los individuos);
en ese sentido es más que la suma de sus partes. La famosa analogía orgánica de
Durkheim (1986) en este punto es la siguiente: así como la vida de la célula no está en
ninguno de sus componentes inorgánicos aislados o simplemente yuxtapuestos, sino que
resulta de una particular combinación entre ellos; así, la vida social no se encuentra en
los individuos separados ni en su adición consensuada (la que se da a través de pactos
intencionales, por ejemplo). Si hay algo como una sociedad y unos procesos propiamente
societales, si hay una «vida social», ella es distinta y está más allá de las conciencias
individuales, sus representaciones y acciones
. De modo que aquí la vida social es la vida
de la sociedad en tanto entidad diferenciada y con poderes causales propios. Al punto que
se llegará a localizarla en una conciencia colectiva, entendida como una entidad sui
generis.
Las formas de hacer, sentir y pensar de esta conciencia colectiva tienen el carácter
de sistemas, y el conjunto de estos sistemas es propiamente hablando lo que llamamos «la
sociedad». Tales sistemas son externos, pero normativos y vinculantes, en relación con
los individuos. Lo que quiere decir que las estructuras societales son (lógicamente)
primeras respecto de los individuos que interiorizan sus normas, y que pesan
coercitivamente sobre ellos organizando sus interacciones. Puede afirmarse, entonces,
que se trata de sistemas netamente colectivos o sociales, cuyas propiedades están en las
partes porque pertenecen al todo no al revés.
El estructuralismo es un tipo de holismo, y como tal se encuentra en la senda de
Durkheim y en las antípodas de los enfoques atomicistas. Pero allí donde Durkheim y sus
sucesores funcionalistas permanecen anclados en un modelo organísmico de sistema
societal que se revela en última instancia reificante y sustancialista, el estructuralismo
Típicamente: «Cuando las conciencias, en vez de permanecer aisladas unas de otras, se agrupan y se
combinan, hay algo cambiado en el mundo. Desde luego, es natural que este cambio produzca otros, que
esta novedad engendre otras novedades, que aparezcan fenómenos cuyas características no se encuentran
en los elementos de que se componen.» (Durkheim, 1989, 340).
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
7
promueve una noción de sistema que reivindica como nueva, al tiempo que reclama para
sí una vocación relacional (y, por lo tanto, anti-sustancialista).
Lo anterior implica que rechaza la metafísica de las partículas elementales
característica de los individualismos tanto como la visión holista tradicional de un todo
trascendente, impuesto desde fuera a las partes que lo componen. Para el estructuralismo,
el mundo social está, sin dudas, hecho de estructuras o sistemas, pero no se trata de
sistemas organísmicos que viven «más allá» de sus elementos; ni de totalidades
dialécticas, sospechada saquí de trascendencia y teleología. Estos sistemas son
considerados si se quiere como formas, pero formas constreñidas por un principio de
inmanencia que como queda dicho les impediría existir solo en el cielo de las ideas. Así,
Lévi-Strauss escribe: «La forma se define por oposición a la materia que le es ajena; pero
la estructura no tiene un contenido distinto: es el contenido mismo, aprehendido en su
organización lógica concebida como propiedad de la realidad» (1977, 38)
El carácter relacional de las Identidades
Si bien es cierto que como todo paradigma el estructuralismo posee múltiples
orígenes, también lo es que tiene a la lingüística estructural por una de sus fuentes
mayores. El lexicón, la sintaxis teórica y los métodos de análisis de esta disciplina
particular van a guiar los causes principales del movimiento, determinando en gran
medida tanto sus logros como sus limitaciones. Por eso no es errado situarse en un
comienzo en los Cursos de Lingüística General que llevan el nombre de Saussure, así
como en los ulteriores aportes de los Círculos de Praga y Copenhague que los tomaron
como referencia central. Vale la pena recordar que uno de los objetivos principales de
este texto es establecer que el lenguaje es un fenómeno fundamentalmente social, y que
en este punto toman por buenas las máximas durkheimnianas, según las cuales todo lo
que sea social tiene carácter de sistema y pesa coercitivamente sobre los individuos que
solo pueden reproducir sus mandatos. Al hilo de este enfoque se propone la distinción
crucial entre lengua y habla, donde la primera es un conjunto de convenciones colectivas
y la segunda su actualización individual. Al mismo tiempo, se procura determinar los
elementos o partes constitutivas del sistema lingüístico, buscando saber cómo consiguen
su identidad, y cómo la mantienen a través de sus distintas ocurrencias en el habla.
Interrogantes como estas pueden parecer privativas de la lingüística por cuanto
refieren su quehacer particular, pero no lo son. Involucran cuestiones decisivas que se
precipitan en torno al problema de la identidad de los elementos y de los conjuntos en
general sean estos lingüísticos, económicos, políticos, físicos, matemáticos, o de otro
tipo . Problema entonces básico para todas las ciencias y las filosofías por igual. Y más
aún: problema planteado a cualquier discurso, sea el que fuere, puesto que es necesario
asumirlo y responderlo de algún modo para que lo que se diga tenga sentido. Se trata pues
de una cuestión con implicancias ontológicas, epistemológicas, lógicas, y también éticas
y políticas: ¿puede en verdad afirmarse que algo es idéntico a mismo y/o a otra cosa?
¿qué es lo mismo? ¿Hay algo como la identidad? Preguntas abismantes tan pronto se
formulan con claridad, y que ciertamente no eran nuevas cuando el estructuralismo las
volvió a plantear con singular fuerza.
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
8
Las respuestas de Saussure y su descendencia no resultan menos desconcertantes
cuando se despejan en sus formulaciones básicas. Ellas se organizan en torno al concepto
de signo, y de su generalización surge y se despliega el estructuralismo como paradigma
en las ciencias humanas y la filosofía. O puesto, en otros términos, el signo es la clave de
bóveda del estructuralismo, y el postulado de su primacía es lo que hay de específico en
esta forma de abordar la realidad social y subjetiva.
Recordemos que según se establece en Cursos de Lingüística General, el signo es
«una entidad psíquica de dos caras»: una imagen acústica o significante y un concepto o
significado. Ahora bien, ¿dónde radica su identidad? En su diferencia con otros signos
según afirma la célebre sentencia de Saussure (1980). Tanto desde el punto de vista del
significante como del significado, un signo es solo lo que todos los otros no son, no posee
pues una identidad positiva, interior o sustancial; y, peor aún, no es igual a sí mismo. Es
decir, su identidad no se define intrínseca sino relacionalmente: cada signo la obtiene por
su no coincidencia con el resto de los signos del sistema del que forma parte.
Lo anterior implica que alcanza su identidad por diferencias o, si se quiere, que
no coincide consigo mismo. Implica, además, que su sentido depende de las vinculaciones
sintagmáticas y paradigmáticas que se establecen al interior del sistema de la lengua,
más que de los referentes con los que se los hace corresponder. Así, según transcribe
Benveniste de las notas de Saussure:
La ley enteramente final del lenguaje es, por lo que nos atrevemos a decir, que
nunca hay nada que pueda residir en un término, por consecuencia directa de que
los símbolos lingüísticos carezcan de relación con lo que deben designar, así que a
esa impotente para designar nada sin el socorro de b, a éste le pasa lo mismo sin el
auxilio de a, o que ninguno de los dos vale más que por su recíproca diferencia, o
que ninguno vale, ni aun por una parte cualquiera de (...) de otro modo que por
este mismo plexo de diferencias enteramente negativas. (Benveniste 2001, 40)
Este teorema diferencial de Saussure tendrá vastas consecuencias, y será uno de
los pivotes sobre los cuales el estructuralismo opera una dislocación de gran
importancia, potencialmente subversiva respecto de sus antecedentes en el holismo
sociológico. Será el camino real por el cual el posestructuralismo buscará, a su vez,
subvertir el género del que proviene, esto al atravesar lo que dio a conocer como la
clausura estructural. Esto se debe a que uno de los corolarios más importantes de su
aplicación rigurosa al campo de los fenómenos societales y subjetivos es la comprensión
de que allí toda identidad no es otra cosa que una red de relaciones, y que su sentido, valor
o definición no es intrínseco sino de posición.
En ese sentido, esto vale no solo para las identidades políticas, ideológicas y
nacionales, sino también para las clases, las etnias, las edades y el género. Cada una de
ellas no es otra cosa que una diferencia significativa (y significante) y obtiene sus
propiedades características de la red societal en la que se inscribe. Por eso, en todos los
casos, su configuración característica se mantendo transformará según cambien o no
las articulaciones socio-estructurales en las que se inscriben. De allí la afirmación de
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
9
Miller según la cual «la hipótesis estructuralista propone que se definan las magnitudes
por las relaciones y no inversamente» (1988, 91).
Se ve entonces que el tratamiento de los hechos sociales como signos es el
comienzo de una transformación epistemológica todavía en curso, llamada a cuestionar
el sustancialismo o «cosisismo» automático que lastra tanto a los enfoques individualistas
como holistas tradicionales. Sucede, como queda dicho, que un signo es una «cosa» que
no coincide consigo misma, y que depende constitutivamente de las demás para existir;
es decir, no es una cosa en absoluto, de hecho, su identidad es escindida, insustancial,
relacional y psíquica. Con todo, insiste el estructuralismo, el signo posee una innegable
existencia material y un vigoroso poder constituyente. Y es que, si se parte de premisas
saussureanas, y si se va más allá de ellas, este movimiento llegará a formular los
prolegómenos de un materialismo de la palabra. Un moterialisme, según el neologismo
de Lacan (1988), con el que se busca desplazar tanto al idealismo de la forma pura como
al materialismo de la cosa.
Ahora bien, es imprescindible anotar que esta materialidad relacional del signo y
su poder formador o constituyente dependen de dos factores fundamentales: su carácter
social y su carácter sistémico. Un verdadero materialismo del signo (o del significante),
si no quiere ser un idealismo disfrazado, precisa recordar siempre que estas identidades
diferenciales existen como tales debido precisamente a que son colectivamente
sancionadas. Pero, además, que su sentido depende del carácter sistemático de las
relaciones que las constituyen. Sobre ambas cuestiones el estructuralismo tuvo más
claridad que muchas de las críticas que recibiría sobre todo en el primer momento del
pensamiento post-estructuralista, ocupado como estaba en liberar la diferencia de su
clausura estructural.
El estructuralismo atendió a aquellos requerimientos con la generalización, por así
decirlo, completa del modelo de la lengua. Esto es, elaborando un concepto de estructura
como sistema de diferencias y una visión de lo social como conjunto de sistemas
semiológicos. Lo hizo sostenido en el entendimiento de que «todos los fenómenos
sociales pueden asimilarse al lenguaje» (Lévi-Strauss 1979, 40). Pero, exactamente por
eso, la constitución y los caracteres de las identidades sociales en particular, y de
cualquier objeto social en general, dependen de las estructuras societales que las definen.
En el contexto estructuralista esto significa la mayoría de las veces que su materialidad
depende de su institucionalización o, más específicamente todavía, de su ritualización,
como lo viera con claridad Althusser (1977). Examinemos, entonces, el concepto de
estructura que aquí está en juego y veamos la comprensión de lo social que produce.
El concepto estructuralista de estructura
La estructura estructuralista es una totalidad. Lo que, en principio, significa que
se trata de un conjunto que no puede de ser reducido a la suma de sus partes componentes.
Ello porque presenta características que le son propias y que no se encuentran en sus
elementos si se toman por separado. Significa, también, que las propiedades de sus
elementos dependen fundamentalmente de las características de esa totalidad, de allí la
negativa de tratar los términos como entidades independientes. Por eso Lévi-Strauss ha
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
1
0
podido escribir que: «En primer lugar, una estructura presenta un carácter de sistema.
Consiste en elementos tales que una modificación cualquiera en uno de ellos entraña una
modificación en todos los demás» (1995, 301).
Cabe anotar entonces que, en el ámbito del estructuralismo clásico, el concepto de
estructura es intercambiable por el de sistema (de hecho, el propio Saussure habló más de
sistema que de estructura). Ahora bien, esta forma de aproximación que define a la
estructura como «un sistema ligado»
, y que se orienta a caracterizarla por la íntima
interdependencia de sus partes, permanece próxima al organicismo sin alcanzar todavía
la especificidad estructuralista. Aun no especifica qué entiende exactamente por totalidad,
y dirige, en cambio, la atención a los elementos.
Debido a lo anterior, en una segunda aproximación, vi-Strauss sostiene que «un
sistema o configuración es siempre, por naturaleza, otra cosa y más que la suma de sus
partes; incluye también las relaciones entre las partes: su red de interconexiones, que
añade un elemento significativo suplementario» (1995,340). La clave no reside pues en
los elementos y sus eventuales cambios, sino en la red de interconexiones que los
convierten en partes de un todo. Esto se resume en el lema según el cual un elemento
siempre es «un haz de relaciones» (Hjelmslev 1961, 23). Pero es preciso todavía un paso
más para alcanzar distintivo de la definición estructuralista de estructura: es preciso
señalar que esa red de interconexiones diferenciales está reglada.
No estamos entonces frente a una unidad funcional u orgánica entre elementos
semejantes, ni ante una totalidad dialéctica dinamizada por sus contradicciones. Lo que
encontramos es, más bien, un sistema de reglas que organiza a los elementos,
otorgándoles funciones y posiciones diferenciales de las que depende nada menos que su
identidad y sentido global
. De modo que, aunque los elementos se encuentren
interrelacionados y el cambio en alguno de ellos repercuta en los demás, un
estructuralismo consecuente deberá afirmar que una estructura cambia cuando cambian
(por poco que sea) las reglas que articulan las relaciones entre sus elementos.
Son estas reglas o «leyes de la estructura», según las nombra Piaget (1968, 14), las
que hacen que una estructura no sea un simple agregado de elementos independientes,
pero tampoco un haz de relaciones amorfas y azarosas. Ellas subordinan dichos elementos
a su orden otorndoles de ese modo una función y una identidad diferencial; es decir,
los transforman en partes de una totalidad estructural. Se trata, precisamente, de reglas de
relación: establecen inclusiones y exclusiones, oposiciones y correlaciones,
compatibilidades e incompatibilidades entre los componentes y funciones del sistema.
Es por esas leyes que aquí puede decirse que la totalidad es más que la suma de
sus partes, que esa totalidad tiene características propias, distintas de los elementos que
Expresiones como esta se encuentran incidentalmente tanto en Saussure como en Lévi-Strauss y Lacan,
además es repetida en el contexto estructuralista, y adquiriere, a veces, una centralidad algo inapropiada.
Este parece ser el caso de Bastide cuando entiende a la estructura como «sistema ligado, tal que el cambio
producido en un elemento provoca un cambio en los demás elementos» (1972, 14).
Trubetzkoy establece esto con notable precisión respecto de la estructura de la lengua: «la faz significante
de la lengua solo puede consistir en reglas según las cuales se ordena la faz fónica del acto de habla en un
sistema o, mejor dicho, en un conjunto de varios sistemas parciales: las categorías gramaticales forman
un sistema gramatical, las categorías semánticas constituyen diversos sistemas semánticos» (1973, 3).
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
1
1
la componen. Y son ellas las que determinan, en cada caso, a la estructura de la que se
trate. Por eso, desde el punto de vista metodológico, son estas reglas las que permiten
establecer homologías entre estructuras fenoménicamente distintas.
Finalmente, y tan importante como lo anterior, estas reglas de composición o
relación producen y reproducen la autonomía y la auto-regulación de la estructura. Esto
es así, ante todo, porque algunas de estas reglas producen el cierre del sistema y su
diferenciación del medio en el que operan. Se trata, por lo mismo, de estructuras que bien
pueden ser complejas, pero resultan estables y con tendencia al equilibrio (incluso en el
caso que sean sistemas de sistemas).
Testimonio de ello sería la lengua en tanto conjunto de sistemas parciales
gramaticales, semánticos, fonológicos de los que Trubetzkoy podrá decir: «todos estos
sistemas se equilibran de tal forma que todas sus partes se sostienen entre sí, se completan
unas a otras y mantienen relaciones recíprocas» (1973, 3). Los elementos diferenciales, la
totalidad reglada, clausura sistémica, autonomía, autorregulación y la tendencia al
equilibrio son, entonces, los rasgos más salientes de la estructura del estructuralismo
clásico. Cabe señalar, de paso, que el paradigma estructuralista comparte esta
caracterización con la primera generación de la cibernética y la teoría de la información
de las que se alimenta y a las que alimenta a su vez.
Lo dicho hasta aquí puede visualizarse de un modo breve y claro volviendo sobre
uno de los ejemplos preferidos del estructuralismo para dar cuenta de su comprensión de
lo que sea una estructura societal: el juego. Como la lengua en Saussure, el juego es forma
y no sustancia, todo su ser es inmaterial, más específicamente, mental. Se trata, antes que
nada, de un conjunto de convenciones; es decir, no es otra cosa que sus reglas, los límites
que establecen, las posiciones y roles que definen, y los movimientos e intercambios que
prescriben, permiten o prohíben. Estas reglas son independientes respecto de la naturaleza
material de las piezas y de las características pre-existentes de quienes juegan, cuya
identidad en tanto jugadores solo existe al interior del juego y es producida precisamente
por estas reglas. De modo que el juego define tanto las identidades (quién es quién), las
posibilidades (quién hace qué), y las funciones (cómo y para qué), de quienes se ajustan
a sus leyes. Leyes que, de esa manera, definen los elementos, los objetivos, las
valoraciones, los procedimientos y las fronteras del juego en cuestión. El juego es
entonces pura forma, pero encarnada o inmanente. Es decir, estructura.
Lo social estructurado como un lenguaje
En esta perspectiva lo que vale para el juego vale para todos los sistemas sociales,
con una salvedad: estos sistemas no pertenecen al orden de la conciencia, ni de la inter-
subjetividad o de la interacción social intencional. Ello es así incluso en los casos que la
interacción está regulada por normas. Estos sistemas efectivamente existen (y hacen
existir), pero no están dados a la experiencia inmediata en tanto tales y es imposible
observarlos directamente. Solo sabemos de ellos por los comportamientos que producen.
Ello se debe a su naturaleza psíquica, pero también a su carácter sistémico: las lógicas y
las dinámicas que implican y promueven no pueden encontrarse en los individuos
tomados por separado, y no dependen de ellos.
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
1
2
Por el contrario, aquí las leyes estructurales de los sistemas sociales subyacen
tanto a las normas grupales manifiestas como a la intelección consciente de los sujetos, y
son, de hecho, su condición de posibilidad. Son ellas las que organizan los roles y los
intercambios societales, tanto como las identidades subjetivas. En otros términos, las
reglas del juego social son inconscientes en un sentido que es heredero del psicoanálisis,
pero también del marxismo. Sucede que este desconocimiento es tenido aquí por una
premisa básica para la reproducción adecuada de los sistemas en cuestión donde
adecuado no quiere decir normativamente bueno. Semejante falta de conciencia no es
entonces simple ausencia de conocimiento, ignorancia empírica, sino sujeción estructural,
subjetivante y funcional lo que Lacan (1966) llamó méconnaissance.
En esto, como en todo lo demás, el arquetipo estructuralista es el lenguaje, ello
porque se trata de un sistema social que opera con notable independencia tanto de los
objetos que significa como de los sujetos que lo hablan. Las leyes gramaticales son, por
regla general, desconocidas para los hablantes, al tiempo que deben someterse a ellas para
poder comunicarse con los demás (y consigo mismos). De manera que las reglas de una
estructura social no son regulaciones explícitas o de superficie, sino precisamente leyes
estructurales. Ellas constituyen la gramática profunda de las relaciones sociales, se
encuentran más allá de la intersubjetividad y la organizan; son lo que hay que descubrir
para conocer el sentido real y oculto de las conductas observables, para saber cuál es el
juego que efectivamente están jugado sin saberlo los individuos y los grupos, más allá de
sus intenciones declaradas y sus regulaciones reflexivas.
De acuerdo con esto, el trabajo principal del análisis social estructuralista consiste
en dar cuenta de los distintos sistemas de reglas ocultas que rigen las prácticas y definen
las identidades colectivas e individuales. Lo que se estima solo podrá hacerse a través de
la construcción de modelos. De este modo, el estructuralismo se propone como un análisis
crítico de la cultura, capaz de volver visible a través de los conceptos aquello que es
invisible no solo para la percepción sensible, sino también para las representaciones
conscientes sean estas individuales o colectivas.
Todo ello conlleva una transformación en la forma de concebir las instituciones,
las sociedades y los individuos por ponerlo en términos tradicionales, y para marcar el
desplazamiento producido respecto de estos términos y las concepciones que
tradicionalmente implican. Ante todo, tratar a los conjuntos sociales como sistemas y a
los sistemas como lenguajes con lleva transformaciones metodológicas de importancia.
La lingüística estructural proveyó al movimiento estructuralista de valiosas
herramientas específicas a este respecto. Por eso, a veces se ha dicho que las
investigaciones estructuralistas orientadas a objetos en apariencia tan disímiles como la
literatura, el parentesco y el conocimiento científico poseen, sobre todo, una unidad de
método. Pero ahora vemos que no es solo eso; asumir que cada una de estas estructuras
es como un lenguaje, implica el postulado fundamental de que se trata de estructuras
productoras de sentido. Y ello porque se trata de sistemas de diferencias que comportan
una sintaxis característica y producen ordenamientos, clasificaciones y formas de
intelección determinados, al tiempo que excluyen otros.
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
1
3
De modo de que, en verdad, la unidad del estructuralismo reside en haber
redefinido a (todos) los sistemas sociales comosistemas simbólicos. Esto, a todas luces,
va más allá de una orientación de método, nos encontramos, más bien, ante una ontología
del signo, lo que equivale a decir, como sugiere Maniglier (2006), una ontología de la
cultura. Aquí los mitos, el derecho, las costumbres, el arte, el matrimonio, pero también
las ciencias, el intercambio económico, las clases sociales, las edades y los géneros
resultan, antes que nada, estructuras de significación. Es decir, matrices que hacen posible
tanto las identidades como las relaciones de quienes son ceñidos inconscientemente por
sus reglas de funcionamiento. Pero no solamente porque sin códigos que definan los
mensajes la comunicación inter-subjetiva no podría tener lugar, sino porque obran como
infraestructura de las relaciones significantes que posicionan a los sujetos, determinan los
objetos y constituyen a los grupos.
Desde el punto de vista paradigmático que así se instituye, se vuelve básicamente
errónea la comprensión de los sistemas sociales como mecanismos orientados a la
satisfacción de necesidades (biológicas o psicológicas). Y ello porque, aun en el caso en
que no puedan obviar estas necesidades, siempre las transforman radicalmente, al modo
en que la forma lingüística transforma a la sustancia sonora convirtiéndola en significante.
Aquí, la actividad central de todo sistema social no es la de representar realidades y/o
satisfacer necesidades que serían anteriores a ellos mismos, sino estructurar la realidad
natural, social y subjetiva en tanto tal. Lo que quiere decir, entre otras cosas, transformar
la necesidad (biológica) en deseo (social), esto para el estructuralismo clásico es como
escribe Barthes (1994) someterla a un «sistema lógico de formas».
Este punto de vista podrá mostrar, por ejemplo, que los objetos de consumo
habituales no responden solo ni en lo principal a necesidades que serían netamente
naturales (alimentarse, vestirse, guarecerse), como gustan suponer el utilitarismo, el
funcionalismo y el sentido común, pero tampoco están destinados ante todo a satisfacer
los requerimientos de reproducción del capital y sus agentes económicos, como entienden
los enfoques marxistas. Aunque ambas cuestiones se encuentren indudablemente en
juego, el rol fundamental estos objetos es oficiar de signos que, siendo parte de sistemas
inconscientes, cumplen con clasificar, diferenciar y jerarquizar a los individuos y a los
grupos que creen necesitarlos y servirse de ellos.
La cocina, la vestimenta, el mobiliario, tanto como los llamados gadgets, son
sistemas taxonómicos que regulan prácticas, instituyen identidades y sentidos societales,
al tiempo que posicionan subjetividades acordes a esos sentidos. De esta manera, otorgan
inteligibilidad a un mundo social (y natural) que de otro modo no lo tendría, o más bien
producen al mundo como totalidad inteligible. Esa es, según el estructuralismo, su función
principal
. Y lo mismo vale para el resto de los sistemas sociales, todos ellos son, ante
todo y más allá de sus especificidades funcionales y utilitarias, modelos de clasificación,
jerarquización, interpretación, intercambio y aparatos de subjetivación.
Resumiendo, esta posición Barthes afirma: «cada sociedad clasifica los objetos a su manera, y esta manera
constituye la inteligibilidad misma que ella se confiere: el análisis sociológico tiene que ser estructural, no
porque los objetos sean estructurados en sí, sino porque las sociedades no cesan de estructurarlos» (1985,
233).
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
1
4
Todo esto conduce a la concepción de la sociedad como un orden simbólico
global. Así, Lévi-Strauss escribe que «la sociedad comprende un conjunto de estructuras
que corresponden a diversos tipos de órdenes. El sistema de parentesco ofrece un medio
de ordenar a los individuos según ciertas reglas; la organización social proporciona otro;
las estratificaciones sociales o económicas, un tercero. Todas estas estructuras de orden
pueden ser a su vez ordenadas, a condición de descubrir qué relaciones las unen y de qué
manera reaccionan unas sobre otras desde el punto de vista sincrónico» (1995, 334). Es
preciso ver, entonces, a las distintas sociedades como sistemas globales que articulan
subsistemas distintos, lo que en definitiva haría de cada sociedad o, mejor, de cada cultura
un «orden de órdenes».
Con esto se llega al nivel de generalidad más amplio, o si se quiere, a la plenitud
conceptual del estructuralismo clásico en tanto meta-teoría social. Al mismo tiempo, se
hacen visibles sus insalvables aporías, puesto que el único tipo de sistema que conoce es
cerrado y totalizante, la transformación y la génesis le resultan inconcebibles.
Conclusiones
Se ve que para encontrarse en el terreno de la actividad estructuralista no alcanza
con hablar de sistemas, ni con afirmar que la realidad se encuentra estructurada. El
estructuralismo depende de un particular concepto de estructura, uno que este movimiento
reivindica como nuevo, y que constituye su singularidad respecto de otras
conceptualizaciones científicas y filosóficas de esa noción (el funcionalismo o la
dialéctica, por ejemplo). Si buscáramos caracterizar a esta perspectiva por la vía
tradicional de género y diferencia, podemos decir que su género propio es el holismo, con
Durkheim, Marx y Freud como sus antecedentes principales, y que su diferencia
específica es saussuriana.
Esta especificidad implica transformaciones de gran importancia en aquella
tradición epistemológica, puesto que introduce la hipótesis según la cual el mundo social
está hecho de estructuras que funcionan como sistemas de signos, y los individuos son
fundamentalmente sujetos de esos sistemas. Lo cual produce variaciones relevantes
respecto de aquellos tres antecedentes mayores a los que estructuralismo somete a una
relectura paradigmática (es decir, retroactiva). Tal cosa son los retornos de Lacan a Freud
y de Althusser a Marx, y otro tanto puede decirse de la relación de vi-Strauss con
Durkheim y Mauss.
De los Cursos de Lingüística General, el movimiento estructuralista retuvo, ante
todo, dos postulados básicos con los que Saussure buscaba transformar al lenguaje en el
objeto de una ciencia (la lingüística estructural). A saber, a) en la lengua no hay más que
diferencias y b) la lengua es una forma y no una sustancia. Tales postulados fueron
considerados el comienzo de una revolución copernicana consistente en aplicar estos
principios a cualquier aspecto del campo social y subjetivo. Por lo mismo, ellos
concentran lo fundamental de las rupturas, desarrollos y aporías que caracterizaron al
estructuralismo en toda su extensión. El primero contiene las premisas de un
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
1
5
relacionalismo anti-sustancialista que bien puede ser radical. Es que allí donde
tradicionalmente se supone que las diferencias se establecen entre dos términos positivos,
aquí se sostiene, en cambio, que en la lengua sólo hay diferencias sin términos positivos.
Y lo que vale para la lengua, vale para todos los órdenes de la cultura y para la cultura
misma. Hay pues en esto un potente impulso des-esencializante y crítico, que conduce a
poner de relieve la condición históricamente cambiante de la objetividad societal y los
sentidos vigentes en cualquier cultura.
Este primer postulado relacional quedó, sin embargo, fuertemente limitado por el
modo en que fue interpretado el segundo: el postulado sistémico. La forma en cuestión
resultó ser un sistema cerrado y tendiente al equilibro que, a fin de cuentas, es preciso
tener no solo como auto-producido, sino también como producido desde siempre
.
Sucede, como vimos, que las estructuras estructuralistas son ordenamientos necesitados
de sistematicidad global para configurarse y funcionar como tales. O, en otras palabras,
para que haya sistema tiene que haber un cierre del sistema, solo así se estima que las
diferencias pueden alcanzar su paradójica identidad. Esto es, tener sentido. Este
razonamiento puede tenerse por correcto, y de hecho es uno de los resultados mayores
del estructuralismo, con él se nos ofrece una teoría de las estructuras que es a la vez, y
constitutivamente, una teoría del sentido.
Ahora bien, de las dos direcciones que transporta el acontecimiento Saussuriano,
el estructuralismo clásico opta por otorgarle a la estructura el estatuto de primitivo,
subordinando la diferencia al sistema. Esto hace que las diferencias que verdaderamente
importen sean las que el sistema produce como posiciones diferenciales; al tiempo que se
tiende a concebir al sistema mismo como totalizante de las diferencias que produce. De
este modo, las diferencias, por así decirlo, se identitarizan: se vuelven homogéneas y
quedan cristalizadas perdiendo, precisamente, su carácter diferencial y dinámico. En
definitiva, toda relación queda sujeta por completo y sin escapatoria al sistema que la
define (de manera sincrónica).
Una de las consecuencias de todo esto es que el sistema cerrado, totalizante y
auto-producido como está se vuelva inmóvil y se haga eterno. O cuanto menos que
resulten paradigmáticamente impensables tanto su génesis como sus transformaciones.
De este modo, el sustancialismo pre-relacional que había sido exitosamente expulsado de
los elementos entendidos diferencialmente tiende a regresaren la forma de una totalidad
que solo puede ser conceptualizada como una entidad independiente y siempre ya
formada. La génesis y la metamorfosis de los sistemas resultan así puntos ciegos,
insuperables con las herramientas teóricas del estructuralismo clásico. Como se sabe,
estos serán tópicos centrales cuando el postestructuralismo, al tomar el camino de la
En este punto cabe señalar que los primeros en registrar esta grave dificultad fueron quienes más
contribuyeron a forjar el paradigma estructuralista. El recorrido teórico de Lacan es ejemplar en esto: del
establecimiento de posiciones que serían canónicas del estructuralismo a la crítica radical del signo y la
totalidad estructural; además, la elaboración de otras formas (post-estructuralistas) de comprensión de la
relación: el sistema y el sujeto. En el caso de Piaget (1968), quien también dio cuenta de este callejón sin
salida teórico, puede decirse que procuró lidiar con él manteniéndose en la órbita de paradigma estructural,
formulando un «estructuralismo genético».
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
1
6
diferencia como primitivo, busque atravesar la clausura teórica (y política) que
procuramos describir.
En cuanto a las relaciones entre los sistemas, en las coordenadas conceptuales del
estructuralismo, solo pueden ser totalizantes, puesto que se les aplica el mismo criterio de
sistematicidad. Siempre habrá aquí sistemas y sistemas de sistemas. Tal cosa es una
sociedad. Así, como vimos, Lévi-Strauss aludirá a un orden de órdenes para referirse a
ella, mientras que Lacan hablará de un gran Otro, Althusser de una totalidad
sobredeterminada, y Barthes de una taxonomía de las taxonomías. Foucault, por su parte
hará un uso, acaso más restrictivo, de su concepto de episteme.
Si bien estos conceptos no son por completo equivalentes, todos apuntan en la
misma dirección totalizante. Y aunque se registre con claridad que la sociedad no es jamás
total y absolutamente simbólica (Lévi-Strauss 1995), o se afirme un real que resulta en
ultima y en primera instancia insimbolizable por la cultura (Lacan 1966); aunque se
rechace el prejuicio funcionalista del equilibrio sistémico y se afirme la existencia de
conflictos estructurales (Althusser 1977); lo cierto es que en términos paradigmáticos
también la sociedad tiende a ser concebida como un sistema que engloba y totaliza a sus
partes. Con ello, tanto el sustancialismo que se combatía a nivel de los elementos como
el funcionalismo que se rechazaba a nivel de las estructuras particulares se trasladan a los
conjuntos globales.
Se ve que la metafísica de la sustancia posee una persistencia inusitada, y es capaz
de renacer bajo los más diversos vestidos. Su lógica de las esencias se encuentra no solo
en la idea de estructura como organización donde los elementos son lo fundamental.
También se halla allí donde aceptando que las estructuras no pueden reducirse a partículas
elementales, se trata a las estructuras mismas como cosas. Este fue el caso del
estructuralismo, y por eso aun cuando traiga cierto número de dislocaciones respecto del
holismo tradicional, es innegable que permanece bajo su órbita. Pero esto no debe
hacernos perder de vista que, al mismo tiempo, su descubrimiento y problematización de
la diferencia entornó una puerta de salida a la alternativa todo-partes que aún continúa
abierta.
En cualquier caso, y como balance general, puede afirmarse que el estructuralismo
se presenta como cautivo entre dos vectores divergentes: el énfasis en la primacía de la
relación sobre los términos, a la vez que la vigorosa reformulación de la tradicionalmente
holista primacía del todo sobre las partes. Tal es el doble movimiento que lo caracteriza
y que concentra, creemos, lo principal de su legado, un legado que consiste en haber
contribuido a establecer, con sus logros y sus aporías, la encrucijada epistemológica
fundamental de un tiempo que es todavía el nuestro: aquella que provoca la tensión entre
estructura y diferencia, o si se quiere, entre sistema y relación.
Apoyo financiero: Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET), Argentina.
Volumen 101 (1) 2022: 1-17 Enero-Junio
DOI 10.15517/rr.v101i1.44032
E-ISSN: 1659-2859
1
7
Referencias
Althusser, Louis. 1977. Posiciones. México: Grijalbo.
Bastide, Roger. 1972. Sens et usages du terme structure dans les sciences humaines et
sociales. Paris: Mouton.
Barthes, Roland. 19901985. La aventura semiológica. Barcelona: Paidós.
Benveniste, Emile. 2001. Problemas de lingüística general I. México: Siglo XXI.
Durkheim, Emile. 1986. Las reglas del método sociológico. Madrid: Morata.
. El suicidio. 1989. Madrid: Akal.
Hjelmslev, Louis. 1961.Prolegomena to a Theory of Language. Madison: University of
Wisconsin Press.
Jacques Lacan. 1966. Ecrits. Paris: Éditions du Seuil.
Lévi-Strauss, Claude. 1995. Antropología estructural. Buenos Aires: Paidós.
. 1979. «Introducción a la obra de Marcel Mauss». En Marcel Mauss, Sociología y
Antropología. Madrid: Tecnos: 13-44
. 1977. «La estructura y la forma (reflexiones sobre la obra de Vladimir Propp)». En
Niccolini, Silvia (comp.) El análisis estructural. Buenos Aires: CEAL: 35-64
Maniglier, Patrice. 2006. La Vie énigmatique des signes: Saussure et la naissance du
structuralisme. Paris: Léo Scheer.
Miller, Jacques Alain. 1988. Matemas II. Buenos Aires: Manantial.
Piaget, Jean. 1968. Le Structuralisme. P.U.F. Paris,
Saussure, Ferdinand. 1980. Curso de Lingüística General. Buenos Aires: Losada.
Trubetzkoy, Nikolai. 1973. Principios de fonología. Buenos Aires: Cincel.