y psicológicos a nivel individual, familiar y comunitario, siendo un impacto que perdura en
el tiempo» (2014, 20).
Con base en lo anterior, a nivel comunitario se pueden presentar diferentes impactos,
tales como menciona el CNMH (2014,): «ruptura de la cotidianidad del entorno más cercano,
estigmatización por parte de la sociedad y de funcionarios del Estado y escenario de re-
victimización» (55-56). Lo que evidencia que el daño no solo implica a la familia o la víctima
directa, sino que es una afectación que genera impactos de forma transversal y en muchas
situaciones ese impacto no es generado únicamente por la desaparición en sí misma, sino por
los actos que esto conlleva: señalamiento por parte de la comunidad, escenarios de
estigmatización por parte de las instituciones, negligencia por parte de los entes territoriales
ante el suministro de información al respecto de las diligencias administrativas que deben
llevar acabo las víctimas para exigir sus derechos, además, la desaparición es un mensaje
contundente para que exista un desplazamiento territorial por parte de las víctimas.
Ahora bien, con respecto al nivel familiar, se evidencia, según el CNMH, «la
reasignación de roles, debido que, en ocasiones son los hijos los que deben asumir el rol de
padre o madre en la familia, ya que la persona encargada está ausente. Además, se da un
quiebre en el ciclo vital de la familia ante la ausencia de la persona desaparecida porque el
impacto es diferente según la relación filial: padre, madre, hijo(a), tío(a), abuelo(a), primo(a),
por parte de los adultos, se presenta una transmisión de sentimientos hacia los menores de
edad» (2014, 55-56).
En ese orden de ideas, los familiares de las personas desaparecidas están expuestos
a un sufrimiento psicológico permanente, debido a la vulneración y la indignación del hecho,
en donde pueden presentar deterioro afectivo, sentimientos de vergüenza, miedo, periodos
de esperanza y frustración, según el CNMH, «el daño material con frecuencia se traduce en
un verdadero daño al proyecto de vida, pues trunca proyectos e impide la realización de
aspiraciones y anhelos sobre lo planeado» (2016, 308). Estos daños son transmitidos de
generación en generación, puesto que la rabia, el dolor y el miedo se transmiten a los niños,
niñas y adolescentes, lo cual altera su desarrollo.
Finalmente, el impacto psicosocial a nivel individual se evidencia con CNMH «el
dolor y angustia causada por la incertidumbre del paradero de la persona desaparecida,
quiebres de proyectos de vida individuales o su limitación a asumir nuevos proyectos
centrados en la búsqueda del familiar, miedo, desconfianza e inseguridad» (2014, 55-56).
Cuando los individuos no cuentan con información que les aporte a los procesos de búsqueda
de su ser querido, experimentan un malestar psicológico, el cual permanecerá en el tiempo;
de lo contrario, si el familiar regresa al hogar o si éste falleció y entregan su cuerpo a la
familia, entonces este dolor y sufrimiento puede disminuir con el tiempo.