Reflexiones sobre
el uso del tiempo y la economía del cuidado en el marco de la pandemia por COVID-19
Reflections on time use and care economy in the
framework of the COVID-19 pandemic
Carolina Sánchez Hernández
Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica
carolina.sanchez.hernandez@una.ac.cr
https://orcid.org/0000-0003-4671-5119
Fecha de
recepción: 4 de febrero del 2021
Fecha
de aceptación: 21 de octubre del 2021
Cómo
citar:
Sánchez
Hernández, Carolina. 2022. Reflexiones sobre el uso del tiempo y la economía
del cuidado en el marco de la pandemia por COVID-19. Revista Reflexiones 101 (2). DOI 10.15517/rr.v101i2.45699
Resumen
Introducción:
El presente artículo reflexiona sobre la manera en la que la crisis
sanitaria, económica y social provocada por el COVID-19 ha exacerbado las
desigualdades ya existentes entre hombres y mujeres, esto en relación con el
uso del tiempo y la economía del cuidado.
Objetivo:
El propósito del texto es analizar los elementos que dan pie a este
retroceso y explorar las posibilidades de contenerlo y revertirlo a partir no
solamente de la gestión de políticas públicas, sino también desde la
organización colectiva.
Método:
Se plantea una
revisión documental y un análisis descriptivo, tomando en cuenta el panorama
previo a la pandemia en esta temática y los datos sobre los efectos de la misma
en las dinámicas a lo interno de los hogares.
Resultados: Los hallazgos evidencian el
riesgo de que el tiempo de las mujeres continúe siendo aún más explotado por
las políticas del Estado y del mercado, instancias que aún no hacen lo
suficiente por colocar el tema de la crisis del cuidado al centro de las prioridades
de recuperación social. Asimismo, se plantean algunas dimensiones a tomar en
cuenta para propiciar la participación colectiva en la visibilización y
redistribución de estas tareas.
Conclusiones:
Se concluye que la discusión presenta un importante carácter de urgencia,
pues no es posible retrasar más la revisión de las condiciones de desigualdad
que enfrentan mayoritariamente las mujeres. Quienes, a través del cuidado y la
extracción gratuita de su tiempo, no solamente soportan el mayor peso de la
economía, sino que también han hecho históricamente posible el sostenimiento
cotidiano de la vida.
Palabras
clave: Socialización diferencial, Desigualdad, Políticas públicas, Redistribución,
Organización colectiva.
Abstract
Introduction: This article reflects on the
way the health, economic, and social crisis caused by Covid-19 has worsened the
existing inequalities between men and women in relation to time use and care
economy.
Objective: Its purpose is to analyze the elements that unleashed
this setback and explore the possibilities of containing and reversing it from
public policies’ management and the collective organization.
Method: A documentary review and descriptive analysis are proposed,
considering the panorama prior to the pandemic about this issue, the data, and
its effects on households’ dynamics.
Results: The findings show the risk that women's time will
continue to be exploited even more by State and market policies which still do
not do enough to place the care crisis as the focus of the social recovery priorities.
Likewise, some dimensions are proposed to consider encouraging collective
participation in the visibility and redistribution of these tasks.
Conclusions: As a conclusion, the discussion presents a clear
urgency in the topic since it is not possible to delay the review of inequality
conditions faced by most women. Those who through the care and free extraction
of their time, not only bear the greatest burden of the economy, but have also
historically made the daily support of life possible.
Keywords: Differential
socialization, Inequality, Public policies, Redistribution, Collective
organization.
Introducción
El recurso más valioso de las personas es el tiempo: es agotable e
irrecuperable, además, nunca se tiene certeza de cuándo se acabará. Esto lo
convierte en el elemento más importante de la existencia humana, por ello se
celebran rituales de fin e inicio de año, se marcan las estaciones, se festejan
los cumpleaños, se conmemoran los fallecimientos. Es, además, en sí mismo, un
valor de mercado, demasiado subvalorado y explotado -según los términos
marxistas- por el cual se paga un costo monetario de intercambio. Sin embargo,
históricamente, el tiempo no ha sido valorado de manera igualitaria para
hombres y para mujeres. De hecho, en las sociedades patriarcales se considera
más valioso el tiempo de los hombres y por ello su valor de mercado es mayor; por
ejemplo, en el caso específico de América Latina y el Caribe, los salarios de
las mujeres continúan siendo más bajos que los de los hombres (Organización Internacional del Trabajo 2017).
Además, existen otras formas de evidenciar esta valoración desigual del
tiempo. Basta con revisar las escalas de salarios mínimos oficiales para
evidenciar que el trabajo doméstico y de cuidados, mayoritariamente realizado
por mujeres, se encuentra en los índices más bajos. En el caso de Costa Rica,
para el año 2021, el salario por tiempo completo establecido para el trabajo
doméstico y de cuidados es de 205 047 colones (324 dólares
aproximadamente), el cual es, por mucho, peor pagado que el de las personas
trabajadoras no calificadas, el cual se ubica en 319 560 colones (505
dólares aproximadamente) (Ministerio de Trabajo
y Seguridad Social 2021).
La socialización propia de una cultura machista ha sostenido durante
siglos una serie de discursos en torno al uso del tiempo y al cumplimiento de
los deberes domésticos diferenciados para hombres y mujeres. La Encuesta
Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT) evidenció que es más probable que las
mujeres con hijas e hijos les atiendan cuando están enfermos, les cambien el
pañal o les laven el vómito de la ropa, tareas ampliamente desagradables, pero
necesarias y vitales en el cuidado y la crianza; mientras es más probable que
los hombres con hijas e hijos se involucren en otras actividades más
placenteras, tales como paseos, juegos o apoyo en proyectos escolares; acciones
que, además, pueden tener una mayor proyección pública de su labor como padres,
la cual en muchos casos, es socialmente reconocida y premiada (Instituto
Nacional de Estadística y Censo (INEC) 2018).
La historiadora Joan Scott (1993) ha evidenciado en sus investigaciones
cómo, desde la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo remunerado en
el siglo XIX, se cuestionaba si el tiempo de trabajo de una mujer debía ser
asalariado, y si esto afectaría su labor maternal y familiar. Pues, como lo
afirma la autora, si bien estas distinciones respecto al género no eran nuevas
en el s. XIX, sí se articularon de una manera distinta durante ese siglo,
presentando el mundo de la producción y el mundo de la reproducción como
universos irreconciliables. De esta manera, se cuestionaba la idea de pagarle a
las mujeres por el tiempo trabajado, un tiempo que había sido históricamente
extraído de manera gratuita (Scott
1993).
Ciertamente, desde el siglo XX hasta la actualidad se ha desarrollado una
importante evolución en estas discusiones, y los movimientos feministas han
colocado, década tras década, amplias agendas de acción, las cuales han
incluido incidencia política, reformas legales y transformaciones culturales en
todos los ámbitos de la sociedad. No obstante, a solo dos décadas del siglo
XXI, constatamos cómo un virus llamado COVID-19 evidencia la fragilidad de esos
avances, haciendo que, por ejemplo, se retroceda en 10 años los indicadores de
la participación de las mujeres en el mercado laboral latinoamericano, producto
de la crisis económica y sanitaria (Comisión Económica para América Latina (CEPAL)
2020) o que se deterioren las posibilidades de acceso a anticonceptivos y
prevención de embarazos no deseados[1] (Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) 2020), aspecto que
tiene una incidencia directa en el tiempo y la recarga de trabajo de cuidados
en las mujeres.
Todo esto, sumado a los efectos propios de la pandemia en los demás
ámbitos de la vida -muchos de los cuales seguramente aún no se dimensionan en
toda su amplitud- debe convertirse en una señal de alerta, que a su vez derive
en estrategias que permitan contener este retroceso y revertirlo en el menor
tiempo posible. Frente a este riesgo, la CEPAL advierte que «es importante que
el tiempo de las mujeres no se convierta, como ha sucedido a lo largo de la
historia, en un factor de ajuste del que los Estados disponen para afrontar la
crisis y los nuevos escenarios económicos»
(2020, 4), pues es ese, efectivamente, un panorama probable, dadas las
condiciones económicas y culturales en las que está organizada la sociedad. En
esos términos, se propone el presente análisis reflexivo.
La socialización diferencial y el tiempo de las
mujeres
En nuestras sociedades aún prevalece la idea de que las mujeres tienen
cualidades específicas para el cuidado hacia los demás. Lo cierto es que estas
cualidades no son propias de ningún sexo de manera «natural», pero sí son
propias de la socialización hacia un sexo en específico: el femenino. Desde la
más tierna infancia se desarrollan prácticas familiares y comunitarias que le
hacen saber a las niñas qué lugar ocupan en esa jerarquía sexual, acciones como
la diferenciación de género en el juego (Martínez
2018) o estar más pendientes de su peso y estética corporal que en el
caso de los niños varones (Quezada 2014)
continúan siendo comunes en muchos hogares.
Aunado a esto, es frecuente que a las niñas y a los niños se les asignen
tareas diferenciadas, elemento central de las formas pedagógicas en las que se
inscriben los roles de género (Secretaría de
Educación Pública de México 2003). Si bien estas prácticas han sufrido
transformaciones y críticas en el último siglo, su fuerza cultural es tan
antigua que requeriría de muchas generaciones poder erradicarlas. Además, no
basta con hacer cambios consientes a nivel familiar, las instituciones sociales
son lo suficientemente poderosas como para ejercer prácticas de control social
que pongan en tensión las formas de crianza alternativas con las estructuras
más conservadoras de la sociedad. Afortunadamente, estas tensiones van
transformando poco a poco los patrones culturales, de manera que la diferencia
en los esquemas de crianza entre una generación y otra es generalmente muy
notoria.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que estos cambios nos han aproximado
de manera suficiente a una sociedad igualitaria. Tal y como lo afirma Ana de
Miguel, estamos ante patrones que se han modernizado pero que siguen siendo
profundamente desiguales, y que sostienen viejas y nuevas formas de
socialización diferencial entre los sexos (De Miguel 2015). Las formas de socialización primaria y secundaria dirigidas a las
mujeres comúnmente incluyen discursos explícitos e implícitos sobre el amor y
la culpa, los cuales refuerzan las ideas de sacrificio e intentan acentuar la
idea de que en su tiempo debe haber siempre disponibilidad para cuidar a otros
miembros de la familia (Lagarde 2005),
incluso aquellos que no son dependientes, y que podrían procurarse ese cuidado
a sí mismos.
En el marco de la pandemia provocada por el coronavirus se combinaron
una serie de elementos que provocaron una exagerada recarga de trabajo no
pagado mayoritariamente en los hombros de las mujeres, sobre todo durante la
incertidumbre de los primeros meses del confinamiento (Entidad de
las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las
Mujeres (ONU Mujeres) 2020). Durante el desarrollo de estas situaciones, es común
que las mujeres detengan sus proyectos personales de estudio, trabajo u ocio, y
prioricen la atención a la familia y el trabajo cotidiano de cuidados (CEPAL 2020). Aun cuando no deseen hacerlo y
los sentimientos de frustración por esa sobrecarga laboral se hagan evidentes,
lo más probable es que prime en ellas un fuerte sentimiento de culpa si no
desarrollan este trabajo (Friedan 1963).
Una de las situaciones que pueden producir más frustración en ese sentido
es el no reconocimiento de todas estas tareas como un trabajo valioso, sin el
cual no sería posible desarrollar el día a día (ONU
Mujeres 2017). La naturalización de las mujeres como responsables de las
labores de cuido y la limpieza del hogar, es el elemento clave de esa
invisibilización. Es como si la sola existencia de una mujer en un hogar
significara que su tiempo está a disposición de las demás personas con las que
convive, y que todas las labores para el sostenimiento de la vida dependen de
ella, tanto así, que se ha estructurado el discurso de que si alguien más
aporta en esta tarea «le está ayudando» (Arpini,
Castrogiovanni y Epstein 2012).
Si el convencimiento de que estas tareas se hacen «en silencio y por
amor» no basta para algunas mujeres, serán entonces sometidas a mecanismos de
vigilancia y distintas formas de control social, comúnmente ejercida por otras
mujeres. Esto debido a que uno de los pilares de la socialización patriarcal es
enseñarles a las mujeres que las demás son sus enemigas y deben competir con
ellas (Lamas 2015). En ese sentido, se torna necesario recordar la
consigna «lo personal es político» atribuida al movimiento feminista de las
décadas 60 y 70 del s. XX, en referencia al hecho de que la vigilancia que se
desarrolla en los espacios más íntimos del hogar respecto al tiempo que las
mujeres utilizan desarrollando el trabajo doméstico, tiene un carácter
estructural en un contexto que no reconoce este trabajo, no lo paga y tampoco
permite que las mujeres puedan ocuparse a tiempo completo en un trabajo
remunerado, aunque deseen hacerlo (ONU Mujeres
2017). Esto porque usualmente no hay voluntad de asumir este trabajo por
parte de otros miembros de la familia.
Todo lo anterior deviene en mayores índices de pobreza y en un alto
deterioro de su calidad de vida, además, en un mayor desgaste físico y mental
que los varones, esto por la llamada «carga mental» (Schneider 2018), asimismo, en un mayor sentido de infelicidad ante la sensación de no
haber podido tomar decisiones o emprender proyectos que deseaban para su propia
vida. Aunado a estas situaciones, la escasez económica está ampliamente
relacionada con el limitado acceso a salud sexual y reproductiva (Sánchez 2013),
lo que se traduce en embarazos no deseados, mayor vulnerabilidad a todo tipo de
violencia y altos índices de enfermedades vinculadas a este limitado acceso,
como el caso de la alta incidencia del cáncer de cuello uterino en regiones con
altos índices de pobreza en Costa Rica (Caro-Porras 2017).
Del estudio del tiempo y del cuidado a la vida en
pandemia
El uso del tiempo ha sido objeto de estudio desde hace pocas décadas. En
estos análisis, se profundiza en las dinámicas del cuidado y se explica
ampliamente, la manera en la que el uso diferenciado del tiempo de las mujeres
tiene efectos en la forma en la que está organizada la economía y el sistema de
producción y acumulación de riqueza. Batthyány
(2020) señala que en la evolución de los estudios sobre el cuidado en América Latina
existe un momento clave: «cuando
se conceptualiza de manera diferencial el cuidado del trabajo doméstico»
Las primeras investigaciones en este tema se realizaron en el último
tercio del siglo XX y apenas en el año 2002 se presentó la primera reunión de
personas investigadoras del uso del tiempo en la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL 2014). No obstante, el avance en los datos y análisis
obtenidos a la fecha han sido ampliamente reveladores. Asimismo, se han creado
indicadores que permitirán medir a lo largo de las siguientes décadas si
existen avances o retrocesos en la búsqueda de la igualdad en la repartición de
tareas relacionadas con el trabajo no pagado. Así como el aporte económico
históricamente invisibilizado de esta labor al Producto Interno Bruto (PIB) de
los países, a través de la creación de las cuentas satélite (Banco Central de Costa Rica 2017).
En el caso de Costa Rica, el
primer estudio sobre el uso del tiempo se realizó hace apenas una década, en el
año 2011. Este incluyó únicamente a la población del Gran Área Metropolitana.
Posteriormente, en el año 2017, se realizó la primera encuesta sobre el uso del
tiempo a nivel nacional (ENUT). Entre los resultados más relevantes de esta
última se encuentra el dato de que las mujeres dedican 35 horas con 49 minutos
semanales, en promedio, al trabajo doméstico no remunerado, mientras que, en el
caso de los hombres, ese valor es de 13 horas con 42 minutos (Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC),
Universidad Nacional (UNA) y Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU) 2018).
Si se dimensiona la cantidad de tiempo de más que las mujeres ocupan en estas
labores en relación con los hombres, se logra extraer un promedio de 22 horas
con 07 minutos por semana, lo que se convierte en 47 días completos al año.
Lo anterior quiere decir que los datos derivados de la ENUT (2018) ya
evidenciaban la amplia brecha existente en el uso del tiempo, pero este
panorama se ha recrudecido, tanto en Costa Rica como en toda la región,
producto de la crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia (ONU Mujeres & CEPAL 2020). Los datos
recolectados por el INEC durante el III trimestre de 2020 en relación con la
tasa de desempleo, de no ocupación y de subempleo, evidencian que los efectos
de esta crisis económica están recayendo mayoritariamente en las mujeres
Según lo señala Aguirre (2014), el cuidado debe reconocerse como un
derecho que implica «un cambio de enfoque de las políticas sociales y el diseño
de una nueva organización social del bienestar que, a través de prestaciones y
servicios de un nuevo tipo, permita un nuevo reparto del tiempo de cuidados
entre las familias, el Estado y el mercado» (796).
No obstante, en el contexto actual, ese cambio en políticas públicas de la región,
que efectivamente reconozca el aporte del tiempo dedicado al cuidado, parece
cada vez más lejano. Juliana Martínez, por
ejemplo, asegura que nos encontramos frente a una «crisis planetaria cuyos
alcances aún no podemos comprender adecuadamente» (2020, 3); mientras los datos de Oxfam Internacional hablan de un
recrudecimiento de las desigualdades y las vulnerabilidades ya existentes en
cada región (2021).
Lo anterior evidencia que la presión de la economía sobre el trabajo no
pagado -recrudecido durante la pandemia- es incalculable. El sistema exige a
una misma mujer que atienda todas las necesidades familiares que antes eran
repartidas entre guarderías, escuelas, colegios, universidades, centros para
personas adultas mayores, y otros miembros de la familia, quienes tuvieron que
limitar su movilidad a causa del virus (ONU
Mujeres & CEPAL 2020). Todo esto muchas veces atendiendo un trabajo
a tiempo completo desde la casa, sin espacio ni recursos óptimos para
desarrollarlo, o bien, teniendo que lidiar con el desempleo, con una tasa de
desocupación regional de aproximadamente 22.2% en las mujeres (ONU Mujeres & CEPAL 2021).
La economía del cuidado como un eje articulador en un
mundo en crisis
La valoración del tiempo y del cuidado pasan a ser entonces elementos
centrales para la recuperación de la crisis. Anteriormente, autoras como Pérez
(2006) habían desarrollado el planteamiento de una crisis de los cuidados,
entendido como «un problema socioeconómico de primer orden, que afecta al
conjunto de la población y que sólo puede percibirse en toda su magnitud si
dejamos de centrar la visión en los mercados y lo monetizado y, en cambio,
situamos como categoría analítica básica la sostenibilidad de la vida» (8-9).
De la misma forma, Martínez explica que «necesitamos consolidar esta idea de
que debemos cuidar a quienes nos cuidan y que cuidar es un asunto de la
sociedad y no solo de las familias ni de las mujeres» (Martínez 2020). Y en ese sentido, ambas autoras coinciden con Batthyány (2020) y con Aguirre (2014) en el
señalamiento del papel protagónico que los Estados deben representar para
lograr un balance que haga posible el desarrollo de las condiciones básicas de
vida, haciendo frente a situaciones como el rezago escolar o la desnutrición,
producto de la crisis sanitaria y económica (Martínez 2020).
Ante este panorama se vuelve imperativa la pregunta: ¿cómo
articular el tema del cuidado de manera que se convierta en una oportunidad
para contener y revertir la crisis? La CEPAL, por ejemplo, habla de reconocer,
redistribuir y reducir los cuidados, así como de la importancia de generar
cambios en el mercado laboral que faciliten la conciliación entre el trabajo
remunerado y el no remunerado (2020). No obstante, depender de las estrategias
de los gobiernos como únicos vehículos de impulso de estos cambios es ignorar
la gran gama de intereses políticos y económicos que se gestan alrededor de la
organización actual del modelo económico, que «extrae gratuitamente las
energías vitales de las mujeres», (María Flórez-Estrada,
comunicación personal 2017).
Por esta razón, se torna vital la organización
ciudadana, el acompañamiento de las universidades y los centros de
investigación, así como las organizaciones no gubernamentales y los grupos de
activismo que puedan generar espacios para repensar dichas políticas públicas,
sobretodo en relación con los sectores más afectados por esta recarga de
labores y la extracción gratuita del tiempo. En ese sentido, es posible
reconocer al menos tres grandes dimensiones de trabajo para la consecución de
esta tarea, cuya implementación no solamente sea posible a través de la
voluntad política y económica de los sectores más poderosos, sino también pueda
ser propiciada por la iniciativa popular y fiscalizada por las mismas
comunidades.
La primera dimensión sería la visibilización mediática de
la desigualdad en la distribución del tiempo social. Esto quiere decir colocar
el tema en el centro de la mesa, a través de campañas, difusión de estadísticas
existentes, producción de materiales con testimonios y experiencias que puedan
visibilizar no solamente la enorme recarga de tiempo y de trabajo no pagado en
la vida cotidiana de la mayoría de las mujeres, sino también la manera en la
que este elemento se traduce; por un lado, en empobrecimiento y reducción de la
calidad de vida para quien lo ejerce; y, por otro, en acumulación de riqueza y
productividad para un sistema que no lo reconoce y no lo paga. En esa misma dirección,
Esquivel señala que «por su énfasis en el cuidado de dependientes, el
concepto [de la economía del cuidado] ha tenido más resonancia entre quienes
diseñan políticas sociales que entre aquellos que definen la política económica» (2011, 10).
Esto justamente sucede porque no existe una conciencia
social de la riqueza que se genera al lavar trastes o planchar una camisa,
acciones que de no ser extraidas gratuitamente tendrían que ser pagadas para
hacer posible la reproducción de la vida. Ese «ahorro» que la economía se permite al invisibilizar ese
trabajo tiene un costo en tiempo y energías, mayoritariamente aportado por las
mujeres.
Este elemento había sido señalado desde 1994 durante la
Sexta Conferencia Regional sobre la Integración de la Mujer en el Desarrollo
Económico y Social de América Latina y el Caribe (ONU 1994), al plantear que
existía una «falta de reconocimiento, en las políticas públicas,
del aporte económico de las mujeres urbanas y rurales mediante sus actividades
productivas no asalariadas, como uno de los problemas que los Estados deben
enfrentar» (12). Una tarea que, sin duda
alguna, los Estados aún no desarrollan de manera enfática, aún cuando, en el
marco de la pandemia, se torna aún más evidente la dependencia de la economía
hacia el mundo del cuidado en todas sus expresiones.
Una segunda dimensión tiene que ver con las
posibilidades de operacionalizar el cuidado para reorganizar las
responsabilidades. Esto es, desnaturalizar el cuidado colocado en el cuerpo de
las mujeres para entenderlo en todas sus dimensiones y alcances, desagregando
sus diferentes niveles, poblaciones y características con el fin de reimaginar
y reconstruir las estrategias más adecuadas para llevarlo a cabo. Este proceso
puede desprenserse de preguntas tales como ¿cuáles elementos componen el
cuidado?, ¿en cuáles de estos pueden participar otros miembros de la familia o
la comunidad?, ¿qué aportes puede hacer la empresa privada en estos procesos?,
¿qué elementos innovadores en la legislación podrían propiciar dinámicas
redistributivas en el cuidado?, ¿desde dónde está construido el imaginario
social sobre el cuidado?, ¿qué responsabilidad tienen los medios de
comunicación en esta tarea?, ¿cómo se representa el cuidado en la publicidad?,
¿cuáles indicadores pueden construirse para la identificación de avances y
retrocesos en torno al cuidado? Entre otros cuestionamientos.
El tema de la reorganización y redistribución de las
responsabilidades del cuidado pasa necesariamente por reconocer que hay
sectores que aportan muy poco o no aportan del todo a la crianza de las niñas y
los niños, a su educación formal y no formal, a la calidad de vida de las
personas con discapacidad y sus familias, a la atención de las personas adultas
mayores, y que sin embargo, se favorecen de que esas labores se lleven a cabo. Por
ello, en esa operacionalización, también es necesario mapear a las instancias
que podrían hacer un aporte significativo a esta responsabilidad colectiva, ya
sea en términos económicos o de reorganización del tiempo.
Como última dimensión, se plantea la necesidad de tejer
redes de organización ciudadana para que acompañen las históricas luchas
gestadas por los grupos feministas, con el fin de contribuir al cambio
sociocultural y replicar el carácter colectivo de esta demanda. Solamente la
organización colectiva tiene la capacidad de exigir a los Estados, al mercado y
la sociedad en general, sus respectivas responsabilidades en esta agenda. Pues,
como lo indica Montaño (2010), el cuidado debe ser asumido desde la política
pública, ya que «reducirlo a una dimensión de la lucha individual entre
los sexos deja a las mujeres expuestas a negociaciones individuales y
desventajosas, en las que la tendencia a postergar los deseos de autonomía
individual en beneficio del bienestar familiar es más que probable» (28).
En esa dirección, es urgente que otros colectivos y movimientos sociales
acuerpen y hagan propias estas transformaciones, pues la pandemia ha
evidenciado –como pocos momentos en la historia- el lugar de los cuidados en el
sostenimiento de la economía, de las relaciones sociales, y, en general, de la
vida. Y es más probable que sea la organización colectiva -a través de sus
diferentes frentes de lucha por un mundo más vivible- la primera instancia que
pueda reconocer esa recarga de tiempo, trabajo y energías –mayoritariamente
enfrentadas por las mujeres- como el centro de la reproducción de la vida.
Estas tres dimensiones son caminos posibles, entre muchos otros, que
pueden dibujar posibilidades y estrategias de frente a un escenario tan
complejo como el actual; y que, sobretodo, permiten plantear un margen de
acción a las organizaciones de la sociedad civil, a las comunidades y
colectivos de diferentes activismos, con el fin de poner al inicio de la agenda
pública lo que siempre había sido enviado al espacio privado.
Conclusiones
Efectivamente, existe un inmenso problema de inequidad en la vida íntima
de la mayoría de las familias, el cual tiene repercusiones personales y
sociales inimaginables. Corresponde entonces transitar de la certeza amparada
en el sexismo histórico a la problematización y el cuestionamiento de los
hábitos cotidianos que permiten perpetuar estas prácticas.
Si bien ya existían amplios estudios respecto a la inequidad existente
en el tiempo dedicado a la economía del cuidado y al acceso a condiciones
igualitarias de empleo, los últimos análisis en tiempos de pandemia ya
vislumbran la enorme brecha de afectación que deja a las mujeres con muchas
menos oportunidades de ingreso económico, lo que fácilmente se traducirá en una
mayor recarga de trabajo y energías físicas y mentales que no son reconocidas
de manera material ni simbólica.
La necesidad de nombrar y visibilizar esta discusión es apremiante. La
naturalización del trabajo de cuidado sobre el cuerpo de las mujeres, es una
antigua herencia que aún pervive en los patrones socioculturales de la sociedad
y, por ende, en las dinámicas consideradas privadas de la vida cotidiana.
Situaciones que, sumadas a los efectos de la crisis sanitaria y económica,
expresan el carácter estructural de dicha inequidad, la cual parece tener
riesgo de empeorar según la perspectiva de los análisis regionales.
Más allá de la responsabilidad que debe ser exigida a los Estados para
construir políticas públicas que fortalezcan la conciliación entre el mundo del
empleo y la economía del cuidado, es necesario identificar los márgenes de
acción de otros actores sociales, como las organizaciones de la sociedad civil,
los medios de comunicación, las universidades y los espacios de activismo
social, etc. Pues son justamente estas
instancias quienes pueden jugar un rol determinante respecto a la
visibilización del cuidado como elemento central de una crisis aún en curso, y
como potenciadores de diálogos necesarios e incómodos que coloquen en la
palestra pública la importancia de proteger las condiciones mínimas para hacer
posible el sostenimiento la vida.
Los caminos de posibilidades para estos aportes son muchísimos. Pero se
requiere, en primera instancia, de conciencia sobre la crisis social que ha provocado
una pandemia, -como tantas otras en la historia humana- y el impacto de esta en
las personas que ya de por sí sostenían la economía, y han asegurado, día tras
día, aportar su trabajo gratuito para preparar el desayuno, limpiar la cocina,
atender al abuelo, lavar la ropa, y cualquier otra forma de cuidado cotidiano
no reconocido.
Ese cuidado necesita ser visibilizado, operacionalizado, redistribuido y
convertido en el primer elemento de las agendas de organización social, de
manera que no se convierta en un tema de un día, sino en estrategia permanente
de transformación cultural, económica, política y simbólica. Lo anterior para hacer
frente a los desafíos a mediano y largo plazo del mundo post-pandemia que le
tocará enfrentar a esta generación.
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[1]Según
proyecciones de UNFPA, el impacto de la pandemia generada por el COVID-19
provocará un importante retroceso en los avances relacionados con el acceso a
métodos anticonceptivos y la prevención de embarazos no deseados, resultando,
según las estimaciones realizadas, en «1,7 millones de embarazos no planeados,
cerca de 800 mil abortos, 2,9 mil muertes maternas y cerca de 39 mil muertes
infantiles» (UNFPA 2020, 11).