surgir la voluntad común indispensable para las prácticas de búsqueda y las disputas frente
al estado. La falta del cuerpo y la duda sobre la muerte evitan que la ausencia sea definitiva.
En la mayoría de los casos de los y las familiares de migrantes desaparecidos que se
involucran en procesos organizativos, vemos condiciones de vida precarias y marcadas por
la inseguridad y la incertidumbre, lo que agrava (y conecta) con la ausencia del familiar. En sus
relatos, las circunstancias de precariedad se vinculan con la falta del ser querido en un continuo
que va de la pobreza y la falta de oportunidades, a la muerta y la falta del ser querido. Esto
configura una autorrepresentación que pone énfasis en la ausencia, frente a la cual la
posibilidad de agregarse, organizarse y buscar, representan un referente de posibilidad que
resulta vital. En muchos de los relatos, la información sobre el momento de la desaparición
es oscura, confusa y llena de vacíos. Es una desaparición opaca, oscura, diluida en un tiempo
extendido que se rememora como angustioso e incierto, y en el que es la propia persona la
que, con su incomunicación y su ausencia, va dando señas de su falta.
El proceso para empezar a hablar de desaparición es más complejo, pues permanece
la posibilidad de que la ausencia sea solo incomunicación. La ausencia que deviene de la
desaparición es ambigua pues si bien interrumpe la vida también niega la muerte (Da Silva
Catela 1998, 88), dejando al desaparecido en una situación social paradójica. Dar cuenta en
el relato de esta ambigüedad, más que una debilidad en la representación es una de las fuerzas
de su elaboración y circulación social. Muchas madres se involucran en los procesos
organizativos para generar salidas a la liminalidad y producir una ausencia clara, marcada
por el conocimiento de lo que ocurrió, de las condiciones y causas de la muerte, si la hubo,
así como de la localización de su cuerpo. Es la necesidad imperiosa de generar condiciones
de posibilidad para la búsqueda, lo que representa el punto de inflexión a partir del cual se
empieza a representar al pariente como desaparecido, y en todos los casos ese momento está
marcado por el acercamiento a la organización; es a partir de su integración que se asume la
ausencia y se vislumbra la búsqueda.
El comité es capital social y político, técnicas, recursos, discursos y prácticas para
producir complejos y sistemáticos procesos de búsqueda, incluso más efectivos que los del
estado. Como me contó doña Irma Avendaño, también integrante del COFAMIPRO y madre
de Lidia, quien en 2014 llevaba casi treinta y tres años desaparecida, un año después de la
última llamada de su hija se fue “para Tegucigalpa a la cancillería armada de documentos”.
Llevó la partida de nacimiento, fotografías y “un machote donde escribimos todos los datos
de ella”; le atendió “una licenciada” y le recibió los documentos, pero nunca la llamaron. Dos
años después se comunicaron para decirle que llevara todo de nuevo pues lo habían perdido.
“Una vecina me dijo–Irma, por qué no va [al COFAMIPRO] a ver si conseguimos
información–”. De nuevo fue cargada de documentos y esta vez no se extraviaron, ingresaron
en las bases de datos que el comité actualiza sistemáticamente y circula transnacionalmente.
Desde entonces doña Irma asiste a todas las actividades, “no he faltado a ninguna reunión y
en setiembre voy a cumplir 5 años” (I, Avendaño integrante del COFAMIPRO, comunicación
personal, 15 de abril de 2014).