¿Banalidad y costumbre de la violencia narcomenudeante en
Rincón Grande de Pavas?
Banality and custom of drug dealing violence in Rincón Grande de Pavas?
Carlos Andrés Umaña González
Escuela de Psicología,
Universidad de Costa Rica, San José,
Costa Rica
carlos.umanagonzalez@ucr.ac.cr
https://orcid.org/0000-0002-9858-6710
Fecha de
recepción: 24 de julio del 2021
Fecha de
aceptación: 15 de diciembre del 2021
Resumen
Introducción: Recientes investigaciones en el campo de las Ciencias Sociales han mostrado
el aumento de las dinámicas del narcomenudeo en diversas zonas barriales de
Gran Área Metropolitana. Este escenario permite la investigación de diversos
elementos que se producen al interior de las dinámicas vinculadas a la venta y
consumo de drogas, así como de la manera en que éstas impactan las comunidades
en las que se sitúan.
Objetivo: Por ello el actual artículo pretende describir y
explorar dos de los posibles elementos de la relación comunidad-narcomenudeo: la
banalización y la costumbre de la violencia, en un espacio particular que ha
sido afectado por los efectos del narcomenudeo desde hace tres décadas: Rincón
Grande en el distrito de Pavas.
Método: La metodología empleada es de carácter narrativa
comprendiendo un total de nueve entrevistas y cuatro recorridos presenciales a
diversas partes del sector en estudio.
Resultados: Como resultados se encuentran diversas versiones
de vecinos y vecinas de la zona que permiten reflexionar en torno a la tensión
entre la costumbre y banalización de la violencia como efecto de la repetición
de la violencia narcomenudeante, la constitución violenta de la comunidad
mortificada y salidas alternativas a la resignación.
Conclusiones: Partiendo de estos resultados se arriba a la
conclusión de que en la narrativa de las personas entrevistadas se presenta una
fluctuación entre formas de banalización de la violencia y versiones que apelan
a la alteridad de la situación.
Palabras clave: Narcomenudeo, Banalidad, Costumbre, Normalidad, Muerte.
Abstract
Introduction: Recent research in the field of Social Sciences has
shown the increase in the dynamics of drug retail in various neighborhood areas
of the Greater Metropolitan Area. This scenario allows the investigation of
various elements that occur within the dynamics linked to the sale and
consumption of drugs, as well as the way in which these impact the communities
in which they are located.
Objective: Therefore, the current article aims to describe and
explore two of the possible elements of the community-retail relationship: the
banalization and the custom of violence, in a particular space that has been
affected by the effects of drug retail for three decades: Rincón Grande in the
Pavas district.
Method: The methodology used is of a narrative nature,
comprising a total of nine interviews and four face-to-face tours to different
parts of the sector under study.
Results: As a result,
there are various versions of neighbors in the area that allow us to reflect on
the tension between custom and the banalization of violence as an effect of the
repetition of drug violence, the violent constitution of the mortified
community and alternatives to resignation.
Conclusion: Based on these results, it is concluded that the
narrative of the interviewees presents a fluctuation between forms of banalization
of violence and versions that appeal to the otherness of the situation.
Keywords: Drug Dealing,
Banality, Custom, Normality, Death.
Introducción
El actual artículo pretende explorar
desde un ejercicio ensayístico dos ámbitos particulares del conflicto
narcomenudeante en el distrito de Pavas: el de la banalidad y la costumbre
de la violencia. A grandes rasgos, la banalidad se asocia con la
reproducción de la muerte como una cuestión normalizada por distintas vías. En
consideración de lo anterior, interesa comprender si un evento como la muerte,
vinculado al espacio del trauma y del duelo, se desenvuelve en el territorio de
Rincón Grande[1]
como una cuestión banalizada y acostumbrada. Para explorar lo anterior, el
trabajo se subdivide en dos grandes subtítulos, el primero de ellos dedicado a
la homologación entre el concepto de la banalidad del mal y la banalización de
la muerte en el territorio determinado, y el segundo enfocado en la posible
transformación de la muerte en costumbre. Cabe precisar en este punto
introductorio que durante el recorrido propuesto se utilizará de forma transversal
el término narcomenudeo, el cual se define siguiendo la acepción que señala
Saborío (2019, 72) en su artículo Narcomenudeo y control territorial en
América Latina: «El narcomenudeo es el comercio de drogas
ilícitas a pequeña escala (Zamudio Angles 2013, 112), es decir, la compraventa
de dosis de aprovisionamiento y consumo personal (Raffo López y Gómez
Calderón 2017). Aunque existen relaciones entre este y el narcotráfico, los
dos fenómenos no son la misma cosa. El segundo necesita una capacidad
organizativa mucho mayor (De León Beltrán y Garzón 2014) y está compuesto
por cuatro etapas: producción, distribución, comercialización y capital
circulante».
Partiendo de esta definición, es
posible señalar que en las ciencias sociales se encuentran numerosos trabajos
académicos en torno a la temática. Ejemplo de lo anterior son los trabajos de
Flores Artavia y González Ruíz (2008), Pavón-Cuellar y Albarrán Díaz (2012),
Aguirre (2012), Bourgois (2010) y Chacón Echeverría y Zúñiga Rodríguez (2014,
2015, 2016), o trabajos circundantes a la problemática como los desarrollados
por Saborío Rodríguez (2014, 2016, 2019). No obstante, la producción y
reflexión del narcomenudeo en torno a las categorías de banalidad y costumbre
de la violencia es menor. Dentro de los escasos trabajos, aparece a nivel
nacional el trabajo de Umaña González y Chacón Echeverría (2019) como el
antecedente de mayor importancia, dicho estudio explora la recepción
comunitaria del asesinato de un líder narcomenudeante en el barrio de
Metrópolis II, concluyendo que el evento tiene como efecto dos polos opuestos
en la comunidad: el de la fascinación y la banalidad; este segundo polo es base
de las reflexiones que se desarrollarán más adelante.
A nivel regional se encuentran los
trabajos de Valencia Triana (2010, 2016), que circunscriben la narcocultura
como un elemento del consumo global y a la figura del narcotraficante como
fuente de fascinación contemporánea. Asimismo, la investigación de Hernández Madrid (2014) que explora la cara contemporánea de la banalidad
del mal vinculada al narcotráfico en las series televisivas, y por último, la
propuesta de López Bravo (2017) que pretende señalar el paso entre la
naturalización de la violencia y la banalización del mal en el contexto
colombiano.
A partir de estos antecedentes, la
metodología de trabajo se estructuró a partir de la investigación narrativa,
específicamente en la construcción y ejecución de entrevistas. Así, el trabajo
de campo se realizó teniendo como etapa previa la construcción del instrumento
de recopilación narrativa, construido junto a dos líderes comunitarias en una
reunión amplia en la que, de acuerdo con los objetivos de la investigación, se
dio forma a las preguntas, así como a los posibles perfiles de las personas que
participarían. Para finiquitar esta primera etapa, se hizo una entrevista
piloto con cada una de las líderes, en las que señalaron los últimos cambios a
las preguntas, la manera de abordarlas y el orden en el que debían aparecer.
Posterior a esto, se avanzó hacia la segunda etapa en la que se contactó a la
población participante de acuerdo con los siguientes criterios de inclusión:
1)
Ser habitante de Rincón
Grande de Pavas
2)
Tener al menos 5 años de
habitar en el lugar
3)
Respetar un equilibrio
etario y de género
4)
Tener contacto directo
con incidentes relacionados a la violencia por el narcomenudeo
Se realizaron un total de 8
entrevistas, las cuales fueron grabadas y transcritas y cuentan con las
siguientes características:
·
4 mujeres y 4 hombres
·
4 personas entre los 18
y 25 años
·
4 personas con más de 30
años
·
3 personas de
Metrópolis, 2 personas de Bribrí, 1 persona de Lomas del Rio, 1 persona de
Pueblo Nuevo, 1 persona de Finca San Juan[2]
De las entrevistas realizadas, se
extrajo una serie de categorías de análisis de acuerdo con la frecuencia de
palabras y su uso. Tras la utilización de la herramienta de análisis de datos
cualitativos NVIVO 12, las siguientes fueron las palabras más frecuentes en la
totalidad de las entrevistas: bandas,
nosotros, policía, diablo, mataron, violencia, drogas, familia, vender y
territorio. Cada una de estas palabras apareció en al menos 56 ocasiones y
se vincularán más adelante con los objetivos exploratorios del artículo.
Junto a las entrevistas, el trabajo
de investigación recopiló elementos mediante los denominados recorridos comunitarios. Mediante
estos recorridos, se tuvo la posibilidad de visitar las comunidades de
Metrópolis 1, Metrópolis 2, Bribrí, Finca San Juan y Lomas del Río. En estas
comunidades se visitaron los asentamientos irregulares de Loma linda y Nueva
Esperanza. Las visitas fueron dirigidas por vecinos y vecinas con amplia experiencia
comunitaria, las cuales nos describieron acontecimientos y narraron historias
de cada uno de los barrios por los que transitamos.
Además de la narrativa, en los recorridos comunitarios se prestó
atención a los elementos visuales, tanto en el plano de la distribución
geográfica de quienes pueblan estos lugares y el estado sus viviendas, como en
el de las diversas inscripciones significantes mediante grafitis, señales en
las paredes, tenis colgando de los cables, etc. En síntesis, metodológicamente
la investigación se compone de elementos narrativos y recorridos comunitarios.
El contenido derivado de estos elementos habilita las conjeturas próximas en
torno a la problemática de la banalización de la violencia y la costumbre de la
muerte en los escenarios narcomenudeantes ya mencionados.
La banalidad del mal
La banalidad del mal es un concepto desarrollado por la filósofa
Hannah Arendt mediante el cual intenta comprender la burocratización del dar
muerte, específicamente, la manera en la que el exterminio se instaló y ejecutó
en el contexto del nazismo a partir de mecanismos maquinales e irreflexivos. Al
respecto, Arendt (2012) argumenta que el personal inserto dentro de la
burocracia del nacionalsocialismo fue incapaz de dimensionar las consecuencias
éticas y morales de sus actos, superada su voluntad por una maquinaria que
imponía como correcta, unidimensional y que exigía de este un deber particular.
Desde esta perspectiva, la muerte
toma un curso en el que pierde su carácter traumático o de límite social con
relación al otro, trivializándose en los andares de la burocracia en una
operación aterradora que puede resumirse como el más «normal» era el que mataba, porque matar era lo
normal. Esta conceptualización, que sirve como un amplio marco para la
discusión actual, debe matizarse en función de la temática que compete a esta
investigación. Cabe ensayar entonces un ejercicio comparativo entre el contexto
de emergencia del concepto de la banalidad del mal de Arendt, y el escenario
del narcomenudeo por 1) la supuesta pérdida de agencia de los victimarios ante
el aparato que los interpela matar 2) la construcción de otredad que es soporte
del dar muerte 3) la manera en que esto permite coordenadas de comprensión para
los escenarios narcomenudeantes.
Claro está, de inicio, la posible
crítica a la comparación de escenarios. Por un lado, el totalitarismo de la
Alemania nacionalsocialista y, por otro, el neoliberalismo y sus efectos en la
producción de territorios narcomenudeantes. Esta supuesta falencia, no
obstante, es posible resolverla con los entramados que se elaborarán a lo largo
de los siguientes dos subtítulos, pero, además, se encuentra que en autores
como Weinstein (2018) y Alemán Lavigne (2017) hay aseveraciones sobre el
carácter totalitario del neoliberalismo. Así, por ejemplo, en el primer caso
encontramos que para Weinstein (2018, 114):
Se plantea la cuestión de saber lo que añade
la noción de totalitarismo neoliberal a la comprensión del
neoliberalismo. Podríamos contentarnos con señalar por última vez los efectos de
la indivisión social y de la objetivación determinista del poder. Pero hay que
ir más allá: se trata también de la indivisión psíquica del sujeto.
Todas las formas totalitarias han intentado conquistar y cambiar las almas.
Todas han fracasado porque han recurrido a la constricción externa. Queda
manifiesto que las almas no se conquistan desde el exterior. Por el momento,
sólo el totalitarismo neoliberal parece estar en camino de conseguirlo porque
moldea y seduce las almas desde el interior de la «libertad» de cada cual. Los economistas ordoliberales
hablaban después de la guerra de «mensaje de las almas» (Seelenmessage). Mientras que las democracias liberales del
siglo XIX «respetaban dentro de ciertos límites un funcionamiento heterogéneo
del sujeto, en el sentido en que aseguraban a la vez la separación y la
articulación de las diferentes esferas de la vida», el neoliberalismo cuestiona
actualmente el carácter plural del sujeto.
Esta lógica de «conquista» total del sujeto -que es debatida por el autor y
que se desarrollará más adelante desde diversas prismas-, muestra un proyecto
que pretende abarcar todas las esferas de lo social mediante la reproducción de
una racionalidad política y económica. La misma línea argumentativa es la que
defiende Alemán Lavigne (2017) al afirmar que el neoliberalismo recoge como botín
de guerra la subjetividad; es decir, que ejerce un control difícil de asir en
el exterior, porque se ha fusionado de manera efectiva con la supuesta
determinación yoica[3]
que recibe una serie de imperativos descolocados, sin rostro y con empuje a los
dispositivos de acumulación y rendimiento del mercado. Veremos cómo esto es
posible de encontrar o no en los contextos del narcomenudeo y sobre los ejes
que nos interesan: banalidad y costumbre, pero antes, debemos detenernos en la
reflexión del ejercicio del dar muerte como pura orden, lo que nos conduce a la condición de sujeción en la dinámica del narcomenudeo.
¿Dar muerte de forma involuntaria?
En relación con el primer punto a
discutir, el de la pérdida de agencia por parte de aquellos y aquellas que
matan, existe un desencuentro importante entre Arendt (2012) y Žižek (2006). Para la primera, el personal del nazismo carecía de reflexión al
ser interpelados por el aparato de gobierno; eran empleados y empleadas de un
saber determinado y un fin particular encarnado en la figura del partido y el
líder. Es decir, el personal respondía sin agencialidad a la orden y el mandato
del poder, era un imperativo sin peros. Esta ausencia de agencia le es
imposible sostenerla a Žižek (2006) quien
afirmará, partiendo de la
perspectiva de un sujeto anclado a lo social desde una singularidad
irreductible, que es no hay posibilidad de considerar el actuar del personal del
nazismo como puramente servil y, por tanto, habría que pensar en las
identificaciones y goces que convocaron a los sujetos que daban muerte a los
diversos grupos que fueron afectados. En este punto, agregaríamos a Žižek
(2006) la consideración de las resistencias que llevaron a cabo miembros del Partido
Nacionalsocialista a las políticas extremistas de exterminio, como otro
resquicio de falla a la lógica maquinal de servilismo. Por tanto, se considera
que si bien el imperativo de matar proveniente de maquinarias determinadas y
fines particulares que tienen como fin la anulación de la capacidad reflexiva
de los sujetos al banalizar el acto de dar muerte, no puede considerarse que
esta anulación es total: hay un sujeto que sobrevive que no queda en absoluta
anulación (Alemán Lavigne, 2017).
¿Pero por qué, a pesar del resquicio
de agencia que rescata Žižek (2006), la obediencia se gesta en términos de
tanta sumisión? Reich (1980) responde a esta pregunta con ayuda de Freud,
estableciendo una relación directa entre la vulnerabilidad y la sed de
obediencia. La destruida Alemania que recogía sus escombros posteriores a la
Primera Guerra Mundial se levantó en torno a un gran relato de superioridad y
una genealogía fantástica de las raíces germánicas, es decir, pasó de la impotencia
a la potencia mediante la sumisión nacional de un proyecto que reparó su
imagen: el nazismo. Esta reparación, no obstante, conlleva como pago la
sumisión: la confianza plena en figuras políticas cuyo discurso era
precisamente el de erigir la Alemania caída.
Esta situación podemos trasladarla
no sin dificultades, pero al menos sí en forma a los escenarios del
narcomenudeo donde la exclusión social y económica tiene como consecuencia un
efecto de alta vulneración psíquica y de precarización de la vida (Chacón
Echeverría y Umaña González 2017). Desde esta precariedad, la juventud que se
integra a las bandas de narcomenudeo parece encontrar un paso eficaz y rápido
de la escasez a la –supuesta- opulencia, teniendo como gratificación la
obtención de una imagen y, como sacrificio por lo obtenido una obediencia a los
mandatos de la banda a la que se integran. Al referirse al «patrón» de una de las bandas uno de los jóvenes
entrevistados afirmaba que: [4]«Es el que manda todo, lo
que él dice se hace, sin cuestionar, si él dice que se tiene que ir a quitar
una casa se quita, balear a alguien si tienen que ir a traer algo, así se
conforma eso, se hace lo que él dice.» (Comunicación
personal). En esa misma entrevista
encontramos que los y las jóvenes que obedecen: «(…)
ven que es una persona (el líder
narcomenudeante) que lo tiene todo por decirlo así, no le hace falta nada, lo
que quiere lo tiene y listo, entonces ven a una persona que puede tenerlo todo
y quiere ser como él, generar plata, dinero, respeto, que hagan lo que dice,
hay muchos que les gustaría ser eso, ganar fama, dinero». (Comunicación personal, 19 de junio del 2019).
Ambos extractos ilustran la relación de obediencia,
inscribiendo en ella elementos de gran potencia: fama, dinero, etc. Aquí el
acto de dar muerte entonces se sustenta no solo en el movimiento irreflexivo de
la sumisión descrita, sino también por la esperanza de lo que se obtenga al
final del camino: la posibilidad del ascenso hasta alcanzar la figura del
patrón que condensa el capital de respeto absoluto y la opulencia en medio de
un contexto de privación económica. Esta figura a la que se aspira a su vez
adquiere capital de poder por las prácticas severas de obediencia que se dan a
lo interno de las organizaciones.
Los elementos exteriores que pueden disolver el objetivo
común, tales como la represión estatal, las investigaciones judiciales o bien
la traición entre los propios miembros, hace que el nivel de cohesión
intragrupal sea inapelable y supuestamente impenetrable, al tener que hacer
frente a diversos exogrupos amenazantes por las políticas de prohibición de la
venta de drogas. No obstante, y en un punto que podría denotarse como paradójico,
esta ilusión de alcanzar el puesto de mayor rango no parece posible sin ejercer
directamente una traición al patrón del momento, situación que se da en
repetidas ocasiones y que puede leerse en el trabajo de Chacón y Umaña (2019).
Recapitulando la idea: el patrón es y se desea, pero no parece existir
movimiento hacia esa figura al interior de las organizaciones si no media la
muerte y el encarcelamiento.
Otra de las razones por las que
puede considerarse la posición sumisa ante la organización es la razón que la
subyace. La Alemania de posguerra se levantó concluyendo el plan de eugenesia
que se encontraba en la raíz misma del proyecto moderno. Al tomar fuerza hacia
finales del siglo XIX, este plan eugenésico pretendía la consolidación de un
proyecto de mejora racial, que avanzó hasta sus extremos en la idea de un
exterminio masivo. Así, la razón y la ciencia asistieron a justificar el
exterminio teniendo como razón un bien mayor, una ética de diferenciación que
consiguiera un horizonte habitado por el mejoramiento racial.
En el caso de la sumisión, en el
contexto del narcomenudeo, no es posible hallar un proyecto eugenésico que
avale el dar muerte, tampoco un gran relato nacional que sostenga el conflicto,
no obstante, sí se puede hallar una razón que prolifera y es efectiva en estos
escenarios: la razón neoliberal. De acuerdo con Brown (2016) y Foucault (2013),
el neoliberalismo constituye una razón normativa que estructura una
inteligibilidad del campo social, produciendo una subjetividad particular. Esta
subjetividad particular es descrita más precisamente por Alemán Lavigne (2017),
quien afirma que el neoliberalismo produce un sujeto ligado a la idea del
exceso de la producción de capital, cuya matriz de comprensión del sí mismo está normada por la idea de la
empresa, en la que el triunfo personal siempre implica la caída del semejante,
que precisamente para poder ser vencido no es entendido como tal, sino como la
competencia inmediata. ¿No estaría el narcomenudeo directamente asociado a esta
razón normativa, a esta lógica de producción subjetiva? En una de las
entrevistas aparece lo siguiente: «Porque o les importa la plata, entre más plata más
poder agarra, si usted tiene más plata tiene más gente, más armas, dominio,
respeto, entonces por eso ellos pelean porque usted se está levantando y está
agarrando una plaza y deja plata, va a venir unas personas con más tiempo y
plata y «jacha» como dicen ellos y le va a quitar la plaza porque es la que está
dejando plata». (Entrevista personal)
Esta producción de dinero ya sea en
el contexto narcomenudeante o en otras formas de violencia extrema, Bifo
Berardi (2019) la relaciona directamente con la actualidad neoliberal, que
denominará cercano a Valencia Triana (2010), como necrocapitalismo y que
se vincula directamente con la producción y acumulación del capital sobre
lógicas de muerte. Lo anterior quiere decir que dentro de la normatividad
neoliberal existe un razonamiento que hace emerger este tipo de manifestaciones
económicas ligadas a la posibilidad de matar. A propósito de esta idea, el
autor afirma que «olvidemos las etiquetas religiosas o ideológicas de los agentes de la
violencia masiva, veamos su verdadera naturaleza. Tomemos el Cartel de Sinaloa
y el Daésh y luego comparémoslos con el Blackwaters y Exxon Mobil. Es mucho más
lo que tienen en común que aquello que los separa. Su meta es extraer la mayor
cantidad de dinero posible por medio de la inversión en los productos más
excitantes de la economía contemporánea: el terror, el horror y la muerte»
(Bifo Berardi 2019, 148).
En correspondencia a esta idea, una
de las entrevistadas, al caracterizar las bandas del narcomenudeo, afirma:
Me imagino que una banda de éstas, como toda
empresa se maneja con una cierta administración adentro que se encarga de las
armas y de las cosas fuertes que usan dentro de sus guerras y habrá otro que se
encarga de la distribución al menudeo con todos los muchachos que usan para
esto. Porque lamentablemente los que generalmente distribuyen al menudeo son
muchachos muy jóvenes, muchachos o señoras tal vez, que también se les
imposibilita trabajar por alguna circunstancia y entonces se meten en este
rollo también. No tengo como una idea muy clara de cómo funcionan por dentro,
pero «diay», yo me imagino que es igual que una
microempresa.
-Entrevistador
¿Cómo una microempresa?
Sí, sí, supongo que es igual
-Entrevistador
¿Y cuál es el objetivo final de esa banda?
Se necesitan. Hay cosas entre ellos, secretos
entre ellos que tienen que proteger (…) Hacer
plata, supongo.
(Comunicación personal)
Aquí la dinámica del conflicto narcomenudeante muestra
precisamente la raigambre económica que la constituye, la razón que la
sostiene. Es una práctica fragmentada de incipientes principios
administrativos, pero con una capacidad de extrapolación del mandato
neoliberal: el de la acumulación sin límite y la competencia a muerte; mandato
que permite diluir lo alarmante del dar muerte dentro de un engranaje que
banaliza el acto de matar al inscribirlo en un orden político que impera aún
más allá de los contextos del narcomenudeo. Es una confrontación en la que el
otro aparece como materia de desecho, como rival permanente en el alcance del
objetivo final: la acumulación del todo. Tenemos entonces una razón que, aunque
distinta al contexto del nazismo, subyace las muertes en los escenarios
narcomenudeantes, en nuestro caso particular, en el de Rincón Grande Pavas.
Quien decidió el mal camino…
Durante el periodo
nacionalsocialista en Alemania, la «encarnación de todos los males» fue un conjunto
liderado por los judíos en el que entraron, además: comunistas, prostitutas,
personas no caucásicas, personas con situaciones cognitivas particulares, etc.
El saber acudió en esa ocasión a justificar, mediante la verdad científica, la
inferioridad de ciertos cuerpos y vidas que debían ser segregadas y
posteriormente asesinadas. Así también, en el escenario del narcomenudeo,
encontramos una segregación en la enunciación que hace la comunidad de «ellos», categoría que refiere
a los y las jóvenes implicadas en actos delictivos.
Esta segregación enunciativa es
interesante para considerar y reflexionar sobre el estatuto que la comunidad
brinda a los y las narcomenudeantes y las explicaciones posibles al lugar que
ocupan y la actividad a la que se dedican. Un pasaje de las narrativas podría
orientar esta reflexión: «Yo no creo que sea la muerte en sí, sino a la persona, aquí hay algo que,
si matan a alguien, fue porque se lo buscó por estar en una banda, aquí lo
tienen así. La gente grande lo dice se lo provocó y hasta los familiares,
entonces no es de mi incumbencia. Creo que es por la persona, sí matan a
alguien que no es de una banda, ahí si esa persona importa. Pero todos somos
personas y eso es malo». (Comunicación personal).
Como se sigue del extracto, hay una
oscilación al momento de considerar la muerte de la persona narcomenudeante o
de quien pertenece a la banda. Se dice que desde un afuera, la muerte es
entendida como merecimiento por la implicación en el acto delictivo, que es
algo del orden de la voluntad: se lo buscó, pero al mismo tiempo el
entrevistado afirma la condición de persona extendida a la generalidad y no
banaliza la muerte, en cambio afirma la humanidad ante lo que sucede. Otro
relato profundiza nuevamente en la percepción de muerte de narcomenudeantes, o,
en términos más generales, de quienes ejercen la criminalidad: «A mí parece que diay,
una persona que está matando a muchas personas, asalta, etc., entonces al
morirse la gente como que se alegra, porque dicen que ya no van a matar o
asaltar más en ese sector. Les da igual porque como no son familia de ellos, y
porque se quitaron de alguien que no traía nada bueno al barrio, solo cosas
horribles». (Comunicación personal)
De tal manera, tenemos una relación distanciada
en grupos donde no parecen darse condiciones de amistad, comprendiendo lo último
como la capacidad de vinculación entre los pares en ausencia del acto de darse
muerte (Derrida 2004). Las enunciaciones constituyen conjuntos en el que el otro
es visto a partir de una decisión equivocada: ser parte de la banda o estar en
prácticas delictivitas, por lo que las muertes de estos miembros son asociadas
con la disminución del crimen en sus diversas manifestaciones. No obstante, a
pesar de esta situación, en ambos extractos hay una suerte de torsión que no
totaliza. En el primero de los casos el entrevistado habla de una humanidad
extendida, mientras que en el segundo se menciona que no hay una vinculación
familiar y que de ahí se desprende que no exista preocupación por la vida de esta
juventud, pero en el reverso, si existiera, la consideración sería otra. Esto
dista de que jóvenes sean vistos en su totalidad como criminales y en cambio,
parece abrirse un intersticio en el que su condición ante la comunidad es
problemática.
De la ¿banalización? en el contexto del narcomenudeo
Avanzado sobre el tercer punto, es
necesario extender el espacio de inteligibilidad del concepto de banalidad,
trasladándolo, ahora sí, a sus posibles implicaciones en los espacios del
narcomenudeo. Este traslado ya ha sido desarrollado por Hernández Madrid (2014),
quien se preocupa del carácter banal y celebrable que ha tomado
internacionalmente la figura de Pablo Escobar. Para el autor, el narcotráfico
se ha extendido como objeto consumible, banalizando las muertes y matanzas
colectivas que se dan en los escenarios de disputa entre carteles. Lo mismo
encontramos en el caso de los análisis que realiza Sayak Valencia al respecto.
Para Valencia Triana (2010), el capitalismo ha introducido dentro de su cadena
de producción y consumo objetos vinculados a las guerras o zonas de alta
conflictividad. A este consumo
banalizado de la violencia Valencia Triana (2010) le ha denominado la thanatos
industria, en alusión directa a la venta de objetos referenciales a la
muerte, así como a la pérdida del sentido de humanidad que provoca el mercado.
Tanto en el caso de Valencia Triana (2010) como de Hernández Madrid (2014),
asistimos a la comprensión del narcotráfico a partir de su banalización. La
propuesta actual suma a estos acercamientos al menos tres puntos en los que
pueden homologarse las tesis de la banalidad al escenario del narcomenudeo:
1)
El interés por la
agencialidad de las personas implicadas y la razón normativa: lo anterior se
desprende de la discusión Žižek-Arendt
retratada al inicio, misma que abre la posibilidad de contemplar la vinculación
de estas personas en las bandas del narcomenudeo, más allá de una
automatización de sus funciones y de un destino contextual. Es decir, plantea
la necesidad de considerar que la banalización de la muerte por parte de estos
grupos y de los sujetos que los integran tienen que ver directamente con un
proceso subjetivo complejo de identificaciones, pero también de formas de gozar
determinadas en las que el sujeto no se agota.
Dentro de este proceso, además aparece una razón
normativa que subyace e
al enfrentamiento, la del neoliberalismo. Esta
razón es económica y no se presenta exclusivamente en estos espacios, no
obstante, si es en estos donde se muestra sin ningún tipo de matiz o maquillaje
simbólico, aparece en la competencia entre cuerpos al constituir un espacio de
disputa en la ilegalidad. La competencia de la empresa en la que hay que
atropellar al compañero de trabajo para poder obtener el puesto aparece en
Rincón Grande sin ningún tipo de cobertura administrativa, se recurre
directamente al dar muerte, ya no en lo simbólico, sino en lo real, todo, eso
sí, para mantener a flote la microempresa narcomenudeante que no entra en las
coordenadas simbólicas de un pacto social con leyes establecidas por el
conjunto de la población.
2)
La sumisión como signo
de una carencia previa: el narcomenudeo carga con sí una potencia: el acceso al
respeto y la opulencia. Las historias de los y las jóvenes vinculadas al
narcomenudeo en el distrito de Pavas generalmente vienen precedidas de una
serie de condiciones, tales como la ausencia de las figuras primordiales de
crianza, hacinamiento y ausencia de privacidad en la vivienda, acceso limitado
al consumo, problemas en el ámbito escolar, etc[5].
Estas condiciones que pueden atarse en su conjunto por el signo de la carencia
imposibilitan la idea gradual de un proyecto de vida, y abren como solución la obtención
del todo inmediata, lo que en psicoanálisis se denominaría como goce. Pero para
gozar de la promesa narcomenudeante hay que pasar primero por el sacrificio:
obedecer al «patrón», es decir, corresponder al deseo del otro como si fuera propio, tal
como denominó uno de los entrevistados al líder de una reconocida banda, la de
Los Diablos.
De tal manera, las órdenes del patrón, impliquen
matar, robar, o lanzarse a una misión casi suicida, deben ser respetadas, es la
única manera de poder obtener respeto, de probar que sí se tiene la valentía
para estar dentro de la banda, o bien optar por una salida de traición y abrir
una banda nueva que dispute la anterior. Ambas posibilidades se encuentran
además determinadas por la condición ilegal de los grupos, al provocar el
desenvolvimiento de una actividad económica prohibida.
3)
La construcción de la
otredad en el conflicto: la relación que establecen las personas entrevistadas
entre los jóvenes que son asesinados por otros jóvenes y su condición
delincuencial es un elemento de suma importancia para comprender la
banalización del conflicto por parte de la comunidad. Aquí la categorización en
conjuntos, entre el ellos y el nosotros, no permite la relación de pares, que
es condición previa para cualquier comunidad. De tal manera, se establecen
límites entre la comunidad o la «gente de bien» y el conjunto de las y las
delincuentes. El primer grupo parece estar sobreviviendo al segundo, y este en
su interior se encuentra en medio de un conflicto prolongado, en el que el
secuestro, el homicidio, la intimidación, el control, la desposesión, la
disputa de cuerpos femeninos, etc., son formas de organización de un poder que
se encuentra en el ámbito de lo ilegal. La anterior escisión entre grupos, no
obstante, tiene sus bemoles al momento en que las personas entrevistadas
humanizan por la vía familiar o por la condición propia de persona a jóvenes
que han muerto, por lo que se abre un intersticio entre el ellos y el nosotros
que no totaliza la actividad delictiva de la juventud a un mal total u
ontológico.
A esta reflexión sobre la posible
banalización habría que sumarle otro punto, el de la costumbre, el de la
aparición reiterada de la muerte, el del acto y la escena que no se piensa,
porque como apuntó una de las entrevistadas, la vida en Rincón Grande «es así, siempre ha sido
así».
La costumbre
La costumbre puede
comprenderse de entrada como un precepto, es decir, como reguladora a priori
del campo de lo posible y lo aceptable. Es por esto que la costumbre ha sido
espacio de debate para diversas disciplinas, pues en ella se encuentra
depositada la inercia de la moral de una época y, por tanto, la posibilidad de
justificar el ámbito de lo bueno y lo malo. Al momento de consultar sobre los
múltiples homicidios acaecidos en los barrios de Rincón Grande de Pavas, todas
las personas participantes, sin excepción, respondieron, es algo a lo que uno se acostumbra. ¿Cómo acostumbrarse a
la muerte?, ¿qué consecuencias tiene esto? Para dar respuesta, utilizaré tres
vías de explicación: 1) la de la repetición contraria al acontecimiento, 2) la
de la comunidad mortificada, y 3) la emergencia (en sentido de emerger y
requerir de inmediato) del buen narcomenudeante.
La repetición: ausencia del acontecimiento
El carácter repetitivo de una escena
tiende a la creación de una falsa esencia. Es esta la argumentación que
defiende Judith Butler, al pensar el género como una verdad performática, que
en la iteración encuentra su punto de esencialidad, aunque no sea más que una
forma vacía. Asimismo, Žižek (2010) comprende que la reiteración de una escena,
que en un momento previo significó una excepcionalidad, se introduce en el
orden de lo cotidiano por su insistente aparición. Así las causas estructurales
que produjeron la escena se disipan, resultando entonces una naturalización de
lo que sucede, una costumbre. Un extracto ilustra lo anterior: «Yo no sé, yo ya estoy acostumbrada. Como yo no salgo mucho, solo de mi
casa al colegio… todos los días se escuchan balaceras y uno está durmiendo, y
suenan y uno sabe que es normal y solo sigo durmiendo.» (Comunicación personal)
Esta normalización, no obstante, no
niega el temor de lo que acontece. La costumbre ha llegado por el camino de la
coacción, no solo es la aparición de las balaceras y los asesinatos, es la
violencia que representan. Ante esto los y las habitantes responden con
pesimismo e inmovilidad. El siguiente fragmento de entrevista nos guía por esa
comprensión y nos plantea además la necesidad de comprender el conjunto
comunitario en esta condición: «Mientras usted esté en su casa y no pase nada, todo
sigue tranquilo, más entre vecinos, porque muchos pudieron ser parte de, y
pudieron salir, rara vez se ve, pero por circunstancias no es que no tengan
miedo, sino que ya se acostumbraron. Uno ve que las situaciones no los afecta a
ellos, no tienen futuro planeado, como ellos se desarrollan en una zona pobre,
entonces los chicos se involucran en las drogas. Los vecinos siguen su vida
normal, alguien murió, y murió. Mientras ellos los dejen vivir en su ranchito
todo está tranquilo». (Entrevista personal)
La comunidad mortificada
¿Cómo puede comprenderse el temor
ligado a la costumbre?, ¿la violencia dada como condición irreversible de la
comunidad?, ¿la afirmación de la entrevistada que niega la idea de un futuro?
Para responder a estas interrogantes, es necesario colocar aquí el concepto de
comunidad mortificada: «en las comunidades mortificadas no hay tan acontecer ya que la gente
acobardada pierde su valentía al mismo tiempo que su capacidad reflexiva. Pero
sobre todo pierde el adueñamiento de su cuerpo en anulación de la acción. El cuerpo
se hace servil». (Colovini 2014, 67)
Este pasaje coincide de manera
precisa con la noción de control corporal que Foucault (2007) señala como
elemento central de la biopolítica. Así, si sumamos la idea de una costumbre
por la fuerza, encontramos aquí otro reducto de control del conflicto
narcomenudeante: el de los cuerpos y el de la capacidad reflexiva. Una de las
narrativas nos ilustra lo anterior con claridad, «No es que uno se
acostumbre, lo hacen a la fuerza, acostumbrarse, porque digamos yo vivo aquí,
yo me siento como que yo tuviera una cadena de esas que les ponen a los reos
con una pelota, así. Yo deseara como salir huyendo de aquí, yo vivo en un
sector muy peligroso porque aquí es el último rancho». (Comunicación personal)
Se trata entonces de una reducción
en la que el campo de desplazamiento, pensamiento y dolor parece estar
controlado en mayor o menor medida por la necropolítica del narcomenudeo. Son «ellos» como categorizan los entrevistados, quienes en
diversas ocasiones han determinado el espacio sensible de la comunidad,
exponiendo los cuerpos de formas reiteradas y desterritorializando el espacio
de habitación e interacción, para convertirlo en una incertidumbre constante (Chacón y Zúñiga 2014): «(…) entonces esa persona tiene que saber que hay que cuidarse, esconderse
de las balaceras, si ve un muerto lo ignora, andar siempre en un régimen en que
no sabe nada, entonces esa persona llega y se acostumbra, pero esa persona no
puede salir de la casa, porque hay horas en que se aprovechan para hacer la
maldad, entonces a la persona le da igual mientras se cuida». (Comunicación
personal)
Salta a la vista como signo de la
distribución necropolítica de la comunidad la noción de régimen que inscribe el
entrevistado. Sobrevivir es una estrategia, y los muertos que se presentan cada
tanto, y las balaceras que suenan noche tras noches son recordatorios de este
régimen que determina qué ignorar, qué atender, y cómo cuidarse para
sobrevivir. Esta sobrevivencia nos abre el espacio de la singularidad. Cada
quien sobrevive de acuerdo con una serie de estrategias que ha implementado:
hacerse cercano a alguien de la banda del narcomenudeo, salir solo a ciertas
horas, ignorar y banalizar lo que sucede alrededor etc. Cada una de estas son estrategias,
formas de control biopolítico que el conflicto inscribe en los habitantes de
los barrios, de las que la insensibilidad, la necesidad de ya no sentir nada,
de no enterarse de nada, de que las balas ni siquiera puedan sonar son de todos
los días. El siguiente extracto nos permite percibir esta ausencia de
sensibilidad, que, en el caso particular de la entrevistada, aparece en forma
de síntoma:
Yo estaba en el cole, estaba en noveno, estábamos en
exámenes de noveno. Y mataron unos policías en frente, dos policías mataron,
que por asalto del bus. Esa fue una que me pasó horrible. Desde ese yo les digo
a los psicólogos que yo tengo algo muy raro. Yo no escucho la bala cuando yo la
tengo en frente. O sea, yo escucho una bala allá, a los cien metros, pero
cuando hay una balacera cerca de donde yo estoy, yo no lo escucho. Después de
ese día yo no escucho las balas. Yo veo que la gente se asusta y corre, como un
temblor, pero usted dice que por qué se asustan, que si está temblando. Y yo no
sé, a mí me quedó eso y ya lo he visto varias veces que yo no escucho, aunque
fuera (inaudible). Y que me dicen «está matándola a usted»,
es como el rayo que cayó. A mí me mató el rayo, pero yo no escuché el trueno.
Es algo rarísimo porque yo lo vi ese día como ellos morían ahí. Y en otra
ocasión que, a un tipo, vamos por el frente del colegio y va para el colegio,
ya, y se sube y yo me siento para bajarme en la parte de atrás, directamente,
él se sube, buscando la salida también, paga al chofer y se sienta a la par
mía. Pero él venía ansioso y cuando lo veo yo, pararon el bus, un montón de
carros, se subieron y le pusieron… O sea, yo estaba aquí y él estaba a la par mía
y le pusieron a semejante escopeta. O sea, si a ese tipo lo mataban, lo iban a
matar a la par mía. O sea, fue algo… (Comunicación personal)
Estas estrategias, formas de escapar
de un cierto control en todo caso desorganizado y sin cuartel, abren la posibilidad
de pensar, además, la resignación de la comunidad mortificada, es decir, la
aceptación y acomodo cotidiano, según la necesidad de sobrevivencia y
estructuración de una vida en medio de las condiciones del conflicto. De esta resignación
parece a su vez emerger un deseo que reelabore la situación para lograr al
menos la contención de la violencia, el deseo de un «buen narcomenudeante».
El «buen narcomenudeante»
En la última década la proliferación
y consumo de producciones audiovisuales alusivas al narcotráfico es notoria.
Estas producciones junto a otros elementos tales como los corridos, la
veneración de las armas, la santidad vinculada al crimen, etc., conforman lo que
Hernández Madrid (2014) ha denominado como «narcocultura», es decir, el consumo cultural y
banalizado de los objetos vinculados al negocio del narcotráfico que, en su
condición ilegal, implica en el mayor de los casos muertes o control de
corporalidades. Así, la narcocultura se inscribe como una propuesta estética,
icónica y simbólica de consumo, que posiciona una red de representaciones
particulares sobre el mundo narco que se desborda en el espacio social.
Continuando con la idea anterior, Hernández
Madrid (2014) observa cómo la producción de las narconovelas
constituye un dispositivo de banalización de la violencia narcotraficante en la
actualidad. El autor analiza los subterfugios de la representación de Escobar
en los planos no principales de las novelas, para dar cuenta de un recurso
narrativo que genera filiación e identificación con la figura del criminal. En
estos planos paralelos a la trama principal se combinan valores morales que
colocan al espectador y espectadora de lado del narcotraficante: la religión y
particularmente la relación con los santos y la virgen, la cuestión familiar,
la lealtad y el compañerismo, etc. Así, en medio de las matanzas múltiples que
ejecuta Escobar y sus sicarios -pero podrían colocarse otras figuras en la
misma posición, aparecen rezos, sensibilidades, recuerdos de la familia, etc.
Esta dimensión subterránea contiene una fuerza identificatoria que subsume al
criminal y hace aparecer el heroísmo del narcotraficante, produciendo así una
ambigüedad en la que el «narco» es malo y bueno a la vez.[6]
Guardando las distancias entre el
negocio del narcotráfico colombiano y el narcomenudeo en las comunidades
analizadas se puede señalar una ambigüedad como la descrita hacia el líder
narco en varias de las entrevistas realizadas. En una de ellas, el participante
torna ambigua la relación con una de las bandas del narcomenudeo más famosas de
Rincón Grande de Pavas. Así, al tiempo en que el joven entrevistado marca un
imperativo de corrección instando a los jóvenes a no tener contacto con el
narcomenudeo, señala con énfasis y orgullo el hecho de ser reconocido por uno
de los principales líderes de la banda Los Diablos:
Yo pude llegar a él porque bueno, yo estuve preso en
realidad, dos años, yo caí en san Sebastián, yo conocía uno de los duros que es
hermano de él, me conoció y me recibió, muy tuanis, caí bien y así lo conocí y
me hice buen amigo de él, en el sentido de que no hago lo que él me dice, sino
que lo saludo, siempre nos llevamos bien, salíamos al gimnasio juntos,
conversando, jugando sanamente, así fue como me pude acerca a él, por medio de
la cárcel por decirlo así. (Comunicación personal)
Por fuera del espacio de grabación
este joven insistió en la dimensión familiar de Los Diablos, en su legítima
defensa contra el ataque de otras bandas, y en lo «buena gente» que era el patrón, todo esto, tras
haber afirmado minutos antes las muertes y expropiaciones de propiedades que
Los Diablos realizaron y realizan en el asentamiento irregular de Nueva
Esperanza. Es el punto de fascinación con estas figuras el encargado de vaciar
la violencia, rellenando su contenido con materiales de identificación. La
misma situación se da si se recurre a un artículo previo en el que Chacón y
Zúñiga (2014, 293) reconstruyen la figura de Colas, un narcomenudeante que tuvo
un ascenso fugaz en Pueblo Nuevo de Pavas -a escasos metros de la zona de
Rincón Grande- hasta su asesinato y que asentó bases de comportamiento en el
barrio, por lo cual su tiempo de mando es recordado como de beneficio para la
comunidad en contraposición a las instituciones de gobierno. En el texto
referido puede leerse lo siguiente: «El ejercicio de poder de Colas permite reflexionar
sobre algunos matices en el comportamiento de la comunidad en relación con las
acciones de su líder y la pérdida de fe en las instituciones por parte de esta
comunidad a fuerza de ver los intentos fallidos de dar respuesta a las
necesidades de las instituciones gubernamentales, tales como la policía y el sistema
judicial.»
Así se abre en el apartado del buen
narcomenudeante la esperanza de algunos pobladores de la comunidad de una «violencia buena». Entre
las narrativas recopiladas es posible hallar la idea de un orden social con la
violencia como elemento perenne y, ante esta condición de permanencia, los
vecinos y vecinas ensayan la posibilidad de imaginar que, a pesar de la
existencia de las bandas del narcomenudeo, se pueda establecer una suerte de
paz, otra relación comunitaria. Que el control sea de «ellos», pero que sepan
poner orden, que aparezca la figura del buen narcomenudeante, una figura
que establezca una ética distinta:
(…) Entonces estaba
prohibido asaltar, en eso sí nosotros estamos muy tranquilos porque aquí no van
a asaltar. Muchacho que asaltaba, lo mataban. Y ese «machillo» andaba ahí asaltando e igual, o sea, era
alguien que toda la vida había vivido aquí también, pero en su nota y eso, le
dio por asaltar y lo mataron. Aquí era prohibido asaltar. Entonces en eso hasta
que da también, yo siento que a uno le da como seguridad. Creo que es malo,
verdad, pero a la vez es bueno.
-Entrevistador: Que alguien gobierne.
Ajá, ya en el momento en
el que uno pasa eso ya está deseando una persona como ese (Como el líder
narcomenudeante)
-Entrevistador: Y el que puso el orden fue El Gringo.
Él puso el orden de aquí
vamos a mandar nosotros y esto y esto y esto no lo van a hacer. O sea, nosotros
vamos a dedicarnos a lo de nosotros.[7]
Este fragmento de entrevista que hace alusión a la banda
de El Gringo, puede compararse con lo recientemente hallado por Saborío y
Astorga (2021) en su investigación sobre la violencia vinculada al narco en el
distrito de Pavas. Al respecto, los autores concluyen que la organización de El
Indio -previa a la de El Gringo- había logrado una atenuación e
invisibilización -en todo caso problematizable- de la violencia:
Tal organización
permitió que el grupo del Indio se consolidara y que, gradualmente, consiguiera
establecer un monopolio sobre el mercado de distribución y venta de
estupefacientes en Pavas. De esta manera, creó un ambiente de «paz» relativa y una coyuntura en donde se dio una reducción de los enfrentamientos y, en consecuencia, de
la violencia homicida (…) de tal manera, se ratifica que entre mayor sea la
consolidación de una banda y su líder, ocupando una posición dominante en el
negocio del narcomenudeo, menor será la posibilidad de que se produzcan
conflictos armados. Lo anterior va a depender del nivel de organización, y de
los recursos tanto humanos como materiales de que disponen los grupos
criminales. El mejor ejemplo de ello fue la Banda del Indio, con su capacidad
de regular la violencia, haciéndola menos visible (16).
Así se puede enlazar los relatos utilizados con la
experiencia previa de Colas y lo hallado por la investigación citada. En
momentos de amplio dominio de una banda narcomenudeante en particular, la
violencia parece cesar. Es aquí donde parece descansar una de las promesas del
narcomenudeo y el narcotráfico en un amplio rango: que venga el bueno, el que a
pesar de la droga pueda ordenar la situación y convierta la comunidad en un
lugar seguro. No aparece una solución vía estatal, ni un proyecto de
transformación social próximo, lo que tenemos es la necesidad del buen bandido
ante un panorama desolador y carente de oportunidades de desarrollo.
Conclusión
En suma, de cada una de las
categorías analizadas en este ensayo, ha sido posible derivar tres aristas
específicas. En el caso de la banalización de la violencia,
las correspondientes a la razón normativa y la implicación de los sujetos en el
ejercicio del acto de matar, la construcción de la otredad y la relación entre
la dinámica del narcomenudeo con la posible banalización de la violencia. Por
otra parte, en lo referente a la costumbre, se destacó la repetición como
reverso del acontecimiento, la comunidad mortificada y la propuesta del buen
narcomenudeante.
De cada uno de los puntos desarrollados, es posible
concluir que en las entrevistas realizadas aparecen formas de banalización de
la violencia oscilantes con acercamientos de preocupación y apertura de otras
formas posibles de organización comunitaria. La dinámica del narcomenudeo que
produce de forma ciertas banalizaciones de la violencia parece descansar en la
radicalización de un proceso de relación social y constitución subjetiva vinculada
a una lógica empresarial en el marco del neoliberalismo, pero por fuera de los
márgenes de la legalidad. Asimismo, se estima que la característica de
vulnerabilidad extrema en la que estas poblaciones se encuentra podría provocar
el reverso de una potenciación radical en la que el acto de dar muerte al otro,
o poder implicarse en diversas actividades delictivas, aparece como
recuperación de un poder perdido por la marginalidad. Habría que avanzar en esta
última afirmación auxiliándose en datos objetivos e historias de vida con
perfiles más comunes y numerosos de las y los jóvenes implicados en las bandas
del narcomenudeo.
En segundo lugar, de acuerdo con el análisis realizado sobre
la costumbre de la violencia, es posible afirmar que, en el territorio
analizado, la costumbre se deriva directamente de una reiteración por décadas
de un conflicto que es entendido por los y las entrevistadas en ausencia de un
fin y con altos grados de complejidad para su resolución. Esta situación ha
ejercido un control biopolítico en el que los afectos y el tránsito en las
comunidades son parcialmente controlados por las organizaciones
narcomenudeantes, imprimiendo una angustia permanente en la comunidad por la
sensación de inseguridad perpetua. Esta angustia produce lo que se ha
denominado anteriormente como comunidades mortificadas. En este
entramado necropolítico, aparece una propuesta como alternativa a lo que se
vive, la del buen narcomenudeante, salida engarzada a la promoción
contemporánea de la cultura narco y la celebración de los patrones de la droga,
junto a las prácticas de control y prácticas materiales de los y las narcomenudeantes
en los territorios que no terminan de ser tan significativas como, por ejemplo,
las ejercidas por grupos de narcotráfico en México, Brasil o Colombia. Este
movimiento oscilatorio entonces no parece dar cuenta de una costumbre de la
violencia, mostrando en cambio una permanente tensión y búsqueda de
apaciguamiento de esta mediante las escazas alternativas posibles.
En conclusión, a partir de las entrevistas realizadas y
en interlocución con diversas investigaciones cercanas a la desarrollada, se
arriba a la aseveración de que, en los vecinos y vecinas consultadas de la
comunidad de Rincón Grande, se presentan ambigüedades sobre la violencia vivida
por décadas, lo que no permite sostener la idea de una banalidad de las
diversas situaciones vinculadas al narcotráfico, ni una costumbre de las
mismas. Si bien hay formas de violencia que parecen ser registradas en lo
cotidiano sin mayor fuerza, esto puede deberse a la necesidad de estructuración
de una vida en medio de la conflictividad. Habría entonces que analizar y
explorar las formas en que la comunidad resiste el movimiento hacia la banalidad
y costumbre de la violencia.
Apoyo financiamiento: El actual artículo
se financió con una carga académica 03/08 de tiempo por parte del Instituto de
Investigaciones Sociales en el marco de la investigación Control territorial y
narcoviolencia en Costa Rica: el caso de Pavas, entre el 01 de marzo del 2019
hasta el 31 de julio del 2019.
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[1] Rincón Grande del
distrito de Pavas es un sector constituido por los siguientes barrios:
Metrópolis I, II y III, Finca San Juan, Lomas del Rio y Bribrí. Dicha comunidad
ha sido escogida por parte del Departamento de Mejoramiento del Hábitat Humano
y Regeneración Urbana de la Municipalidad de San José (DMHHRU) con base en el
conocimiento directo de sus miembros sobre las condiciones socioeconómicas y la
situación actual del conflicto y la violencia del narcomenudeo.
[2] Comunidades de la zona territorial del distrito de Pavas llamado Rincón
Grande.
[3] Ver https://lacaneman.hypotheses.org/160
[4] Por mutuo acuerdo y por el tema
que trabaja el artículo, el nombre de los y las participantes queda en el
anonimato.
[5] Estas historias han sido posible explorarlas por el trabajo que desde
el año 2014 el autor desarrolla en el Programa de Prevención Mental Comunitaria
EscuchArte, en el cual estudia la articulación del Ministerio de Educación, el
Hospital Nacional Psiquiátrico Manuel Antonio Chapuí y la Fundación
Fundamentes.
[6] Cabe señalar
en este punto que la figura de Escobar funciona como performativa de la
realidad del ser narco. Uno de los entrevistados aseguraba que «Para mí el mundo del narcomenudeo es ganar poder, nunca
va a ser nada más que nadie, ellos no entienden ese concepto, todos valemos lo
mismo y somos iguales, lo que usted tenga no me hace menos. Hay personas que
tratan de vender, vender, vender, matar apantallar a las personas, quitarles la
casa, amenazar, solo para agarrar poder, todo esto aquí viene siendo como en la
vida que vivió Pablo Escobar».
[7] La entrevistada parece implicarse en este punto con la
banda del narcomenudeo, pues no distingue su posición como sujeto, no obstante,
está haciendo una alusión imaginada de cómo se dirige el negocio, no ha estado
implicada nunca en ninguna actividad delictiva.