Hugo Pratt y la estética
masónica:
Corto Maltés, ¿el último romántico masón?
Hugo Pratt and the Freemasonic Aesthetic:
Corto Maltese, The Last Romantic
Mason?
David
Martín López
Universidad de Granada, España
Antonio
Jiménez Nievas
Universidad de Granada, España
Recepción: 23 de octubre de 2018/Aceptación: 18
de noviembre de 2018.
doi: https://doi.org/10.15517/rehmlac.v10i2.34965
Palabras clave
Hugo Pratt; Corto Maltés; cómic; estética
masónica; simbolismo; esoterismo; sociedades secretas.
Keywords
Hugo Pratt; Corto Maltese;
comics; masonic aesthetics;
symbolism; esoterism; secret societies.
Resumen:
Este artPratt (1927-1995) y,
especialmente, en su personaje Corto Maltés (1967-1992).
Abstract
The aim
of this paper, with an holistic
approach, is to reconsider the masonic fact in the art work of the freemason Italian
cartoonist Hugo Pratt
(1927-1995) and, specially, in that
of his main character Corto Maltese
(1967-1992).
Introducción: Sobre arte, estética masónica y medios de
masas
Antes de introducirnos específicamente en el mundo del
cómic, y más concretamente en la producción del historietista italiano y francmasón
Hugo Pratt (1927-1995), debemos señalar la relación
que ha mantenido la masonería con el arte dirigido hacia las masas. Esta
cuestión no es arbitraria, puesto que la masonería desde sus orígenes
especulativos en la Inglaterra del siglo XVIII ha fomentado la discreción de
sus actuaciones y manifestaciones socioculturales, es decir, su herramienta más
segura para su difusión y éxito transnacional. Por lo tanto, ¿cómo interactuar
con la sociedad y con los medios de masas? He ahí la disyuntiva teórica e
ideológica que buena parte de la hermandad del Gran Arquitecto del Universo va
a mantener a lo largo de siglos. Ha habido intensos debates desde tiempos remotos
–casi desde sus orígenes– sobre qué papel tenía que jugar el artista dentro de
la Orden, debido al miedo a la profanación de los secretos que esconde el
símbolo.
En estas fechas, miembros díscolos y superdotados de
creatividad artística –como puede ser el caso del pintor y grabador inglés
francmasón William Hogarth (1697-1764)– dan buena
muestra de ello dentro de su obra gráfica Los
cuatro momentos del día (1736). En ésta, y más concretamente, en el trabajo
La noche (1736), se aprecia la salida
de una tenida masónica cerca de Picadilly Circus en Londres, en la que un Venerable Maestro –debido
al influjo del alcohol “consumido” durante la celebración masónica de la
taberna– ha olvidado retirase la joya de grado que lo identifica, además del
mandil y el sable que porta su hermano, éste ya descaracterizado
de su atuendo y regalías.
Nos encontramos –así– con una de las primeras críticas
artísticas e internas en clave masónica, dirigidas tanto a los miembros masones
británicos como al gran público en la que Hogarth, con
su característica sátira, rechaza la excesiva ingesta de alcohol en las tenidas
y fiestas masónicas londinenses. El autor, mediante este grabado, enmarcado
dentro de una serie no masónica –esto es significativo–, se dirige a un público
no familiarizado con la simbología de la orden. Y, asimismo, expresa su rechazo
hacia la degradación y promiscuidad del símbolo masónico en esta época. Desde
un punto de vista teórico, interesa tanto este grabado como este hecho, puesto
que, en la praxis masónica, una de sus premisas es no desvelar ni el secreto
masónico, ni el grado ni posición dentro de la orden. De esta forma se entiende
la adopción, a lo largo de su historia –en función de la cronología y el
contexto geográfico–, de diferentes recursos para esta cuestión. Por ejemplo, el
empleo de nombres simbólicos en el interior de la logia y en los documentos
oficiales de la misma. Hasta tal punto es el celo del símbolo masónico que en
las tenidas existe una figura clave. Se trata del guarda templo exterior que vigila que ningún profano –es decir,
ningún un intruso–, pueda tener contacto visual con la producción simbólica y
ritualística que se ejecuta durante los trabajos.
Normalmente, la historiografía del arte no ha considerado
la estética masónica, bien por desconocimiento o por la complejidad que supone
su análisis, dentro de las lógicas disquisiciones científicas al uso. En este
sentido, la historia del arte omite la adscripción masónica de un autor como hecho biográfico, hasta en artistas
consolidados en el panteón de masones ilustres: el caso de propio Marc Chagal (1887-1985), Frédéric
Auguste Bartholdi (1834-1904), Juan Gris (1887-1927),
muchos de ellos – incluso– grados 33, como Alphons
María Mucha (1860-1939) en la Gran Logia
checa y altos cargos como Ettore Ferrari (1845-1929),
gran maestro del Gran Oriente de Italia. ¿Por qué ocurre este hecho?
Esto no es objeto de debate ni discusión teórica en estas
líneas, al no poder abordar esta cuestión de manera sucinta. Si bien resulta
significativo la notable ausencia de la historia del arte en todo lo que concierne
al estudio del simbolismo masónico. Desde un punto de vista formal, la
masonería es una de las pocas instituciones asociativas de carácter universal
que trabaja simbólicamente con aspectos relacionados con la arquitectura, la
geometría y la belleza. No obstante, aunque no es una de sus prioridades o
finalidades, la orden usa toda la retórica del símbolo para mayor comprensión
iniciática y solidez de su discurso. Por ello, cuando actúa en el contexto
urbano, en el medio profano, ante la sociedad de masas, denota una
intencionalidad estética del todo inusual.
Es bien sabido que, aunque los orígenes del cómic se
puedan retrotraer incluso a la Columna de Trajano o a escenas más coordinadas
en “viñetas” narrativas y pictóricas durante la Edad Media –con Giotto como una especie de padre primigenio por su manera
de trasmitir las escenas espacio-temporales de la vida de san Francisco–, no
será hasta llegado el siglo XVIII con Hogarth, y
sobre todo en el siglo XIX con Honoré Daumier
(1808-1879), cuando el cómic adquiera su protagonismo y se preconice en su
devenir plástico y estético futuro.
El cómic –junto al cine y la fotografía– llegará a ser en
el siglo XX uno de los medios de expresión artísticos más importantes. Al fin y
al cabo, su tirada –con vocación, en ocasiones, internacional– y su repercusión
mediática afectan a la sociedad, ávida de consumo de historias tras la II
Guerra Mundial y deseosa de válvulas de escape de la realidad en la que está
inmersa. El cómic, hasta la llegada de internet –e, incluso, tras su
aparición–, ha sabido subsistir y se ha categorizado como el noveno arte,
después de la fotografía y el cine. Los historiadores que se acercan a él
intentan clasificarlo como un género literario más, pero su recurso visual es
tan potente que no podríamos encorsetarlo en esta fórmula.
De hecho, el propio Hugo Pratt
lo consideraba como “[…] el cine de los pobres”[1]. Una expresión llena de
matices interesantes. Por un lado, el autor está subrayando la potencia visual
del cómic –a modo de sucesión de fotogramas cinematográficos–, así como su
sentido narrativo. Al mismo tiempo, se advierte un posible sentido filantrópico
de accesibilidad a este medio de comunicación y expresión artística, puesto que
se dirige a un público más amplio, universal. De hecho, hay que tener en cuenta
que la audiencia, sin apenas saber leer las propias viñetas, puede captar la
esencia del argumento.
La relación contemporánea de la masonería, con la
difusión en internet y los medios de comunicación, ha cambiado radicalmente. Y
lo ha hecho hasta el punto de existir –actualmente– un documental como 33 & Beyond: The Royal Art of Freemasonry
(2017), escrito y dirigido por Johnny Royal, quien a lo largo de siete años
documentó la sociedad masónica estadounidense. En la misma línea, Europa posee
un interesante ejemplo en la serie documental Inside the Freemasons
(2017), de Ian Pleasance,
disponible en la plataforma Netflix. En ella puede
apreciarse la historia actual de los masones anglosajones, observando su día a
día en las diferentes salas de la Gran Logia de Inglaterra, así como de otros
talleres británicos. De esta forma, se desmitifica el sentido secreto de sus
actividades, aunque no entra en conflicto con la preservación del Rito. Se
trata de una labor de normalización mediática, que –en cierto modo– el propio Pratt había preconizado con la edición de sus cómics de
Corto Maltés, sobre todo, en el caso de la Fábula
de Venecia (1977).
Otros medios de comunicación de masas –como el cine– se
habían enfrentado, desde inicios del siglo XX a la problemática de cómo
afrontar lo masónico. Entre los ejemplos, se pueden mencionar
la comedia Are you
freemason? (1915), así como otra versión
homónima de años más tarde (1934), inspiradas en una obra teatral alemana
homónima (Fig. 1). En la obra de 1915, dirigida por Thomas N. Heffron, vemos a John Barrymore
(1882-1942). El protagonista es Frank Perry, un excéntrico alcohólico, trata de
convencer a su esposa que su borrachera idiosincrática es parte de los rituales
masónicos de iniciación[2].
Hugo Pratt: Consideraciones
previas a Corto Maltés
El estudio que nos ocupa gira en torno a la producción de
Hugo Pratt (1927-1995), dibujante de cómic italiano
nacido en las cercanías de Rímini. Su origen judío y su ascendencia familiar
nos indican las influencias estéticas y sincréticas de su obra.
Es importante subrayar el peso cultural de lo judaico en
su vida y en su obra. No solo son aspectos que están relacionados con el
hermetismo simbólico del que hará gala a lo largo de su trayectoria profesional,
sino que también conlleva el empleo de otras referencias estéticas de
novelistas gráficos judíos contemporáneos[3]. En el imaginario de Hugo Pratt se dan cita la tradición sefardí –en contraposición
de la primacía de lo asquenazí, imperante en la cultura judaica europea–, la
cábala judía y el simbolismo de la masonería especulativa de raigambre
francesa. Todo ello se entrelaza con alusiones culturales y literarias de
diversas cronologías, desde Tomás Moro, a Shakespeare, pasando por Jack London,
Herman Hesse o Saint-Exupéry[4]. Pratt
es, ante todo, un bibliófilo empedernido, con una inmensa cultura. Y esto se
demuestra en su extensa biblioteca de más de 30.000 volúmenes[5]. Libros que oscilaban
desde códices mayas a novelas judías del siglo XX. Estamos ante un paradigma
que va más allá de la propia novela gráfica para convertirse en un pensador y
filósofo alabado, entre otros, por Umberto Eco
(1932-2016), quien aseguraba que, si para divertirse leía a Hegel, para reflexionar
ojeaba los cómics de Hugo Pratt[6].
Regresando al autor de Corto Maltés, y comenzando por la
línea paterna, su abuelo Joseph Pratt era de origen
anglo-francés, proveniente de Cornualles, donde se había instalado la familia
tras la invasión normanda de Inglaterra. Según aseguró Hugo Pratt
en una entrevista a Numa Sadoul[7], su familia regresó
exiliada a Francia en torno a 1700, al ser católica. Su abuelo Joseph ya nacería
en Lyon, trasladándose posteriormente a Venecia, donde echó raíces, pero sin
renunciar a su nacionalidad británica[8]. Su abuela paterna era
veneciana, descendiente de una familia sefardí, los Toledano. La línea materna,
de origen sefardita, eran comerciantes establecidos en la ciudad del Véneto y
convertidos al cristianismo. Se trataba de los Gennaro,
familia de adopción de su abuelo Eugenio Genero.
Su abuela materna era de procedencia turca mientras que su
abuelo materno –de origen judío-sefardí– era Eugenio Genero (1875-1947), un poeta
y podólogo relevante en Venecia. Eugenio Genero era hijo ilegítimo de una noble
familia sefardita, afamada en esta ciudad como la de los joyeros Zeno-Toledano. Su infancia, hasta los 10 años, fue feliz y
despreocupada. Pratt estaba rodeado siempre de su
abuela materna, que ejerció gran influencia en el muchacho. De hecho, le
introdujo en el mundo del arte y en el interés por los asuntos esotéricos. Su madre,
Evelina Gennaro, tiraba las
cartas del tarot a sus amigas a modo de diversión, convirtiéndolo con
posterioridad en una práctica lucrativa. Y con su tía descubrió el apasionante
mundo de la mitología y de los misterios de la cábala, al mismo tiempo que le
transmitía su pasión por la ópera, principalmente wagneriana. De hecho, acudían
juntos al teatro de La Fenice a ver
la tetralogía operística El anillo de Los
Nibelungos (1876).
En 1937, Pratt abandonó su
amada Venecia y se trasladó al continente africano. Su padre, oficial del ejército
de Mussolini, había sido destinado a Abisinia, actual Etiopía y antigua colonia
italiana. Durante su adolescencia africana, el autor –enrolado en la policía
colonial como cadete benjamín– se familiarizaría con realidades exóticas y
contextos del Mediterráneo que posteriormente tendrían un reflejo en su obra.
Exotismo y realidad militar se dan la mano en África. Un microcosmos donde las
revistas militares y las tradiciones locales marcarán las influencias estéticas
de Pratt[9]. Para él, el recurso de lo
exótico no era una cuestión simplemente estética dentro de sus cómics. De
hecho, en su propia manera de contar su biografía aclamaba haber nacido en
medio de una playa exótica, tal y como sugiere el famoso periodista británico
James Kirkup (1918-2009)[10].
Durante
su estancia en el continente africano, su padre, Rolando, fue apresado por el
ejército aliado, siendo retenido en un campo de concentración francés, donde
falleció a causa de unas fiebres en 1943. Tras la muerte de su progenitor, Evelina y su hijo decidieron volver a Venecia. Esta vuelta
no estuvo exenta de vicisitudes, ya que, tras su regreso, Venecia se hallaba en
control alemán y el propio Pratt estaba bajo sospecha
de las SS, por lo que fue arrestado y acusado de espionaje. En un primer
momento, fue forzado a colaborar con el ejército nazi, lo que le hizo huir y
cambiar de bando para poder trabajar con los aliados como intérprete.
En 1945
conoció a Mario Faustinelli (1924-2006), reconocido dibujante
y fundador de la revista Albo Uragano, posteriormente denominada Asso di Picche (1947). Fue la etapa en la que
entró a formar parte, junto a Faustinelli, del
autodenominado Grupo de Venecia, constituido
–entre otros– por los artistas Giorgio Bellavitis
(1926-2009), Dino Battaglia
(1923-1984), Ivo Pavone (1929) y el escritor Alberto Ongaro
(1925-2018).
Una vez concluida la Segunda Guerra Mundial nos
encontramos con un joven Hugo Pratt de 22 años que se
afincó en Argentina –junto a Ongaro, Pavone y Faustinelli– tras la invitación a trabajar para la
editorial Abril, dirigida por César Civita (1905-2005). Su renombrado director solía afirmar “en
Abril no
somos anti nada. Excepto antinazis y antifascistas”[11]. Pratt
trabajó en la serie Junglemen.
Dentro de esta etapa argentina entró en contacto con Héctor G. Oesterheld (1919-1977), uno de los autores literarios con
los que el dibujante italiano desarrolló su labor más destacada: El sargento Kirk (1953) en la revista Misterix y Ernie Pike (1957), para Hora Cero de Ediciones
Frontera. Ya en 1962 encontramos la obra que reconoció su trayectoria: Fort Wheeling, experiencia previa a Corto Maltés.
Nuestro
autor regresó a Italia en 1963 debido a la crisis económica argentina. En su
nuevo destino, y gracias a la amistad con el empresario Florencio Ivaldi, se le presentó la oportunidad de editar una revista
llamada Sargento Kirk, en clara
alusión a uno de sus personajes creados durante el periodo argentino. En esta
revista reeditó para el público italiano toda su producción argentina. Además,
en dicha editorial genovesa, Ivaldi, nuestro autor efectuó una serie titulada Una balatta del
mare salato, en el que apareció su nuevo
personaje, Corto Maltés, por el cual se reconoce a Pratt
en la actualidad. Debido a la gran fama alcanzada por dicha creación, acabó
trasladándose a París, ciudad del cómic por excelencia. Allí entró en contacto
con la revista Pif
y fue en estos momentos cuando Corto Maltés se
convirtió en un héroe de serie que saltó a la fama internacional, publicándose
un total de doce historias a lo largo de 25 años [12].
Un maltés en Venecia: Donde lo hermético se hace luz
Hugo Pratt se inició en noviembre
de 1976 –con 49 años– en la logia Hermes
de la ciudad de Venecia, un taller del que formó parte los últimos 20 años de
su vida. La iniciación vino gracias a su amigo y vecino Luigi Danesin, al que Pratt –tiempo
atrás– había mostrado su interés por la masonería tiempo atrás[13]. Curiosamente, la logia
pertenecía al Gran Oriente de Italia y había sido sede de un episodio dramático
que, en la vida de Pratt, marcaría un antes y un
después. Su padre había estado implicado como miembro de las fuerzas fascistas de
Mussolini en desmantelar Hermes.
Incluso, se quedó con un sable ritualístico
perteneciente al Venerable Maestro. Este elemento sería devuelto por Hugo Pratt tras su iniciación masónica en dicha logia, retornando
el mal causado por su progenitor.
En 1989, Hugo Pratt
se adscribió al Consejo Supremo de Italia del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.
Ingresó en los altos arados del REAA al ser recibido como Maestro Secreto en la
logia Serenissima Perfection
del citado Consejo. Esta ceremonia tuvo lugar en Niza en una tenida común con
la logia Perfection l’Oliver Secret, del Supremo Consejo y Gran Colegio del Rito
Escocés Antiguo y Aceptado del Gran Oriente de Francia. Este nuevo giro de su
actividad masónica respondió a la motivación de Pratt
por encontrarse a sí mismo y por un sentido francófilo –como apunta su amigo y
francmasón Luigi Danesin[14]–, que lo había llevado a seguir el Rito desde Francia. Incluso, poco antes
de su muerte, en claro homenaje a su primer gran cómic Fort Wheeling, el dibujante introdujo la iniciación masónica de su
protagonista Patrick Fitzgerald en el grado 4 del
REAA, dignidad ostentada por el propio Pratt (Fig. 2).
Desde la primera aparición de Corto Maltés en escena, en
la Balada del Mar Salado (1967), Pratt confirió conocimientos esotéricos a este personaje
hermético y sofisticado, marinero de Malta errante por los mares del mundo y
amante de Venecia –ciudad a la que siempre volvía con nostalgia y anhelo–. Corto,
con cierto halo de dandi, poseía gran avidez intelectual no solo para descifrar
aspectos cabalísticos y esotéricos, sino también otros que se fundían
sincréticamente con leyendas masónicas y con el propio Templo de Jerusalén. En
esta obra ya podemos apreciar el interés del autor por las sociedades secretas
o «discretas», puesto que el propio Corto pertenecía a una sociedad secreta de
piratas que obedecían a un personaje misterioso llamado El monje, con base de operaciones radicada en la isla de La
Escondida, situada en el Océano Pacífico.
En otra de sus aventuras, en Las Célticas (1971), recopilación de relatos cortos realizados por
Hugo Pratt y creados bajo este título –siendo el
primero el cómic Sueño de una mañana de
invierno–, ya se advertía todo el corpus simbólico que acompañaría siempre
a Corto en sus posteriores andanzas. Esta obra hace clara referencia al Sueño de una noche de verano (1600) de
William Shakespeare, así como a la mitología artúrica. Corto –quien argumenta: “Stonehenge, nombre antiguo en la geografía de la magia y la
leyenda”– se queda dormido frente al gran crómlech (Fig. 3). Allí, en Stonehenge, tiene un sueño visionario en el que se le
aparece una serie de personajes mitológicos de la tradición céltica británica:
el mago Merlín, Oberón, rey de los elfos, Puck y el hada Morgana.
Con un sentido mesiánico, los personajes mitológicos designan a él mismo como
un nuevo rey Arturo, cuya función es salvar a Inglaterra del mal sajón en la
Gran Bretaña de la Primera Guerra Mundial. Todo ello conecta en cierta forma con
toda una tradición hermética y una visión onírica del mundo anglosajón, donde
la fantasía prima, tal y como sugiere Rubis[15].
Se ha de señalar que la masonería británica desde el
siglo XVIII ha reivindicado este patrimonio arqueológico, en un intento de
conexión entre las logias operativas medievales y las viejas técnicas
ancestrales del pasado británico, al igual que artistas francmasones como
Joseph Gandy (1771-1843) ilustraban de forma gráfica –a
lo largo del siglo XIX– el imaginario de la tumba del mago Merlín[16]. Incluso hacían
peregrinaciones y formaban sociedades de carácter geográfico inspiradas en el
asociacionismo masónico británico.
Además, otro dato –en ocasiones denostado y no
considerado relevante– es que la propia Orden de los Druidas[17], constituida en las
mismas fechas de la masonería especulativa, exigía para su membresía la
necesidad de ostentar el tercer grado masónico. Es decir, ser un maestro masón.
De ahí que se conserven numerosos grafitis en las mismas piedras alusivas a
firmas de masones, algunas de ellas datadas en 1802[18]. Albert G. Mackey (1807-1881), ahondando en los orígenes de la
francmasonería anglosajona, mencionaba la complejidad de asimilar que los
druidas pudieran haber construido el complejo megalítico, pero el
desciframiento del enigma no era asunto tanto de la masonería sino de la
arqueología[19].
Aquí podemos apreciar también otras referencias cuanto menos filomasónicas.
Además, también se aprecian influencias de carácter
hermético en Corto Maltés en Siberia (1974),
donde existe un gusto por lo esotérico y, específicamente, por las sociedades secretas,
como las Triadas chinas. Los títulos
originales del autor italiano denotan una clara intencionalidad y conocimiento
de las referencias estéticas del hermetismo simbólico occidental y del
conocimiento judeocristiano.
En realidad, podríamos afirmar que la historia de Corto
Maltés parece –en cierto modo– una especie de biografía de Pratt,
un alter ego inclusive en lo que
respecta a su iniciación masónica. Los vínculos con la veneciana logia Hermes, así como la atmósfera sociopolítica
del momento que recrea esta obra, entroncan directamente con una serie de
vivencias y sucesos acaecidos en la ciudad de los canales. Será en esta logia –y
no en otra– en la que Corto también aparecerá.
En la edición del 50 aniversario de la Balada del Mar Salado encontramos una
introducción biográfica e ilustrada sobre Corto Maltés, donde se advierten las
principales características del autor y del protagonista a lo largo de su
inseparable vida. Corto, según Hugo Pratt, nace en la
Valeta, capital de Malta, en 1887. Hijo de una gitana sevillana y de un padre
británico, al igual que Pratt estudia la Cábala y
adquiere conocimientos herméticos. Encontramos más paralelismos, ya que la
madre de Corto –como la del autor– tiraba las cartas y poseía cierta
clarividencia.
Fábula
de Venecia. Sirat Al-Bunduqiyyah (1977)
es la séptima publicación de la saga de Corto Maltés. Fruto del azar o no, se
trata de un número nada desdeñable dentro de la perspectiva simbólica. Y el
primero en el que se advierte un claro conocimiento de la masonería. Pratt se había iniciado un año antes en la Logia Hermes Trimegisto
de Venecia, por lo que el simbolismo aquí no tiene aspectos filomasónicos sino que por el
contrario dialoga perfectamente con sus miembros hermanos.
En este cómic encontramos referencias directas del
simbolismo visual y estético de la orden del Gran Arquitecto del Universo. Este
acercamiento de la masonería al gran público refleja el deseo de Pratt de conferir cierta visibilidad a lo masónico, dada la
relevancia del personaje de Corto Maltés. Y, al mismo tiempo, el manejo diestro
de un corpus más complejo, de un lenguaje que solo el masón de alto grado puede
decodificar, nos permite conectar con esa erudición reflexiva a la que aludía Umberto Eco. No se trata tanto de elementos arbitrarios ni
palabras sin sentido escritas como criptogramas en los lomos del león –frente
al Arsenal– o en el paisaje urbano de la ciudad de Venecia. Como en masonería,
nada hay arbitrario. Y tampoco existe este parámetro en las referencias
visuales y simbólicas de Pratt en este cómic.
El mismo nos cuenta una nueva aventura de nuestro
protagonista en Venecia. Corto se encuentra en la ciudad debido al reto que le
presenta el barón Corvo, que a través de un acertijo le anima a encontrar un
tesoro conocido como la Clavícula de
Salomón. Una esmeralda que, según la tradición, había sido llevada a la
ciudad de Venecia por los caballeros templarios junto al cuerpo de San Marcos.
La acción se enmarca en 1921. La historia comienza con Corto huyendo de ciertos
grupos pro-fascistas a través de los tejados de la urbe. De repente, cae y
acaba atravesando una bóveda de cristal, razón por la cual interrumpe los
trabajos de la respetable logia Hermes
(Fig. 4). Era una tenida masónica envuelta de secretismo al encontrarse el foco
fascista en la ciudad y, por tanto, al estar las acciones masónicas en el punto
de mira. De ahí que sus miembros se encontrasen encapuchados, no siendo
identificables sus facciones y solo pudieran ser reconocidos por sus regalías
de grado. Esta descripción conectaría con otros cómics –como Las aventuras de Tin
Tín (1930-1976) de Herg (1907-1983)– y con formas de desvelar cierto
hermetismo de las logias europeas, como sucede con el paradigmático mediometraje
éForces occultes
(1943) del cineasta Jean Mamy (1902-1949), francmasón
adscrito al GODF y que –bajo seudónimo de Paul Rich, y
tras la llegada de los alemanes de Hitler– quedó convertido en un ferviente
antimasón. No obstante, el relato de la mencionada tenida también hace recordar
–en cierto modo– a la manera expositiva de algunas muestras antimasónicas
alemanas y belgas con las llegadas de los fascismos a Europa. O, incluso, a la
recreación de una logia con los bienes masónicos incautados por Franco y conservada
en el Centro de Documentación de la Memoria Histórica de Salamanca, en la que
también aparecen personajes encapuchados.
Estamos ante la primera vez que en el cómic de Pratt aparecen elementos masónicos con una pureza estética
inusual en la época. Tanto las joyas de grado como las demás regalías masónicas
–mandiles, bandas, etc.– y otros elementos de la logia –mallete, candelabro de
siete brazos, escuadra y compás, o la misma decoración del taller–, podríamos
decir que se asemejan al ornato y a la estética masónica contemporánea a las
fechas en la que se narra la historia. Pero también interpretamos una serie de
símbolos más herméticos que solo son descifrables para los iniciados –gestos de
paso, mitos y leyendas asociadas a grados, etc.–. En este sentido,
encontraríamos grimorios como La
Clavícula de Salomón, primordial dentro de la literatura mágica que conecta
la magia del rey Salomón con la propia historia del templo[20]. E, incluso, conjuros
mágicos, como la mano de Fátima que aparece en la visión que tiene tras su
caída (Fig. 5). En ésta también aparece el sello de Salomón en su centro y
algunas de las palabras en caligrafía árabe, como las terminaciones ayl, za, denotan
fórmulas mágicas asociadas al número tres. En realidad, todo ello debe
entenderse como una especie de talismán protector contra los demonios.
Tras la irrupción en la tenida, Corto es preguntado por
el Venerable Maestro si es un hermano debido al conocimiento que posee de los
símbolos masónicos, a lo que él responde que tan solo es un “francmarino”. Una vez más, la ironía del personaje y el
sentido simbólico del término se entremezclan. Seguidamente, el Venerable
Maestro le invita a olvidar lo sucedido y abandonar la logia. Corto continúa su
periplo en busca de la esmeralda protectora de Salomón, denominada la Clavícula de Salomón. En este periplo
entra en contacto con Hipatia, personaje con un
profundo conocimiento. Tras este primer encuentro Corto va descifrando las
diferentes pistas del barón Corvo que lo llevarán por diversos enclaves de la
ciudad. Es en este momento cuando Pratt introduce un
crimen en la trama y Corto se ve acusado del mismo, teniendo que huir de las
autoridades, cayendo de los tejados y quedando malherido. En su recuperación
tiene una visión donde conoce a un Rasputín ataviado como un genio, le narra la
historia de la piedra que busca. Tras estos hechos, se dirige a la logia Hermes, donde advierte el sello de
Salomón, el lugar donde se encontraba escondida la clavícula. Pero cuando
nuestro aventurero retira el sello encuentra una carta del barón Corvo donde se
burla de él.
En la escena del crimen, Corto encuentra una medalla
masónica –representación del grado de preboste del Rito Escocés Antiguo y
Aceptado, inspirado casi con total seguridad en la versión iconográfica de Les Blassons des
33 Grades de L’Écossisme d’ après
Loth (1875)– y decide hablar con el Venerable
Maestro. Éste le comenta que pertenece a un antiguo rito y le pide nuevamente
que olvide todo lo que ha visto. De repente, un fuego se extiende por la logia.
Corto huye junto con el Venerable Maestro e Hipatia,
cuando –súbitamente– es atacado por un masón. Éste le vence y, al quitarle la
capucha, descubre que su atacante es Falero, quien le
explica que tenía que acabar con él para encubrir a Hipatia
por haber matado a Stevani, evitando así que pudiera
consultar el diario del barón Corvo. Tras estos acontecimientos, la narrativa
cambia y nos encontramos en otro plano, en el que Corto consigue la Clavícula de Salomón y todos los
personajes que han aparecido en la trama saludan al lector y Corto abandona así
la historia.
Esta obra de Pratt es
interesante desde dos puntos de vista. Por un lado, nos relata una historia
donde la trama masónica tiene un peso específico. Y, por otro, observamos cómo
este episodio de Corto es la narración de una de las vivencias de Pratt. Así, hacia el final del cómic, se otorga importancia
a la figura del guarda templo interior que porta la espada o sable ritual. Esta
relevancia viene dada por la historia familiar, ya que –como habíamos señalado
anteriormente– su padre robó la citada espada durante la época de Mussolini.
Por tanto, no es baladí la presencia –en tres viñetas– de esta singular e
histórica pieza. Además, se muestran referencias específicas al grado cuarto de
Maestro Secreto, dignidad que ostentaba el propio Pratt.
Entre ellas, el mandil de grado con el anagrama Z, al igual que algunas Z que
aparecen grabadas en la pared junto a elementos geométricos herméticos.
Tanto la Casa
dorada de Samarkanda (1980)[21], como Las Helvéticas (1987) y Mû (1988),
responden a planos esotéricos propios de un mundo complejo, en el que Pratt se había adentrado. Hasta cierto punto, el lector –ávido
de aventuras de Corto– no supo entender la profundidad de tales relatos. Serán Las Helvéticas, junto con la referida Fábula de Venecia, las dos obras donde
se haga una mayor alusión al símbolo. Y, además, se profundice en éste. Si en
la Fábula de Venecia se jugaba con el
metalenguaje y un corpus simbólico más asequible para el profano, en esta
ocasión todo el aparato iconográfico tiene una marcada raíz hermética de gran
dificultad. Se trata de una especie de iniciación. Corto viaja a Suiza, donde
tiene contacto con la mitología vernácula a través de un sueño. Una fórmula
onírica recurrente en Pratt. En esta ocasión, el
recurso de lo wagneriano se vuelve presente con la introducción de un personaje
de la ópera Parsifal (1882) de Klingsor, una figura que otros escritores francmasones como
Hermann Hesse (1877-1962) y Clemente Palma
(1872-1946) usaron en sus respectivas producciones literarias El último verano de Kinglsor
y El día trágico (Fig. 6). Corto se
encuentra en la búsqueda de la rosa alquímica, importante dentro de los
aspectos iniciáticos. Bebe del cáliz, alusión a la ceremonia de iniciación
masónica en el siglo XIX en el que el neófito debía mojar los labios de la copa
amarga, vinculada de forma esotérica a las tradiciones templarias
y a la búsqueda de Santo Grial, cuestión que se alejaría en esta ocasión de la
tradición judía y cabalística para adentrarse en campos de hermetismo
alquímicos, cristiano-caballerescos, que se escaparían de nuestras pretensiones
en este trabajo.
Conclusión
A modo de conclusión, observamos como la obra de Pratt mantiene un diálogo de marcada erudición con el
lector, en el que, a través de las aventuras de nuestro marinero, se hace gala
de una serie de conocimientos de una gran profundidad hermética. Expresados éstos
de una manera amena y, además, introducidos magistralmente en la trama. De
hecho, los mencionados elementos presentan una dualidad inusual en este tipo de
género. En ocasiones advertimos como están reflejados de una manera superficial,
haciendo referencia directa a la masonería –tal es caso de la Fábula de Venecia–, mientras que otros
están dirigidos a un público iniciado en estos conocimientos, como en las Helvéticas. Pese a ello, la Fábula también ahonda en un profundo
discurso sincrético del simbolismo que, a buen seguro, llama la atención al
masón de alto grado.
En la obra del artista francmasón Hugo Pratt, lo hermético y la tradición judía se dan la mano, presente
también en la propia vida de Corto. De hecho, ésta última se constituye como
una referencia directa a la biografía de su autor, marcada por las aventuras y
la fantasía, el exotismo de la diferencia y por las vivencias transoceánicas. Su
adscripción a la orden del Gran Arquitecto del Universo no hizo sino enriquecer
el mundo de Corto Maltés y el suyo. A diferencia de otros cómics, la producción
del italiano demuestra un soberbio metalenguaje. Tal es así que intelectuales
como Umberto Eco reivindicaron su gran valor,
estético y filosófico. Toda una lección magistral sobre la que releer
pausadamente y adentrarse cuantas veces lo requiera el interesado. El cómic
como expresión primordial de un género destinado a los medios de masas pero que,
al mismo tiempo, ahonda en el discurso de la erudición y la exclusividad del
conocimiento hermético.
Bibliografía
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Imágenes
Fig. 1. Are you freemasonr?
(1915). Cartel anunciador de la película homónima.
Fig. 2. Viñeta del cómic Fort Wheeling, Hugo Pratt (1992). Iniciación masónica del protagonista
Patrick Fitzgerald al grado 4 del REAA, grado
ostentado por el propio Pratt. Licencia: Cong. S. A.
Fig. 3. Viñetas 38-41 del cómic Sueño de una mañana de invierno, Hugo Pratt
(c. 1971). Corto queda dormido frente al gran crómlech de Stonehenge
y tiene las visiones de la mitología céltica y artúrica. Licencia: Cong. S. A.
Fig. 4. Viñeta núm. 19 del cómic La Fábula de Venecia, Hugo Pratt (c.
1977). Corto sobre el ajedrezado masónico interrumpe los trabajos de la
respetable Logia Hermes. Licencia: Cong. S. A.
Fig. 5. Viñeta núm. 282 del cómic La Fábula de Venecia,
Hugo Pratt (c. 1977). Licencia: Cong.
S. A.
Fig. 6. Viñeta núm. 299 del cómic Las Helvéticas, Hugo Pratt (c. 1987). Licencia: Cong.
S. A.
[1]Antonio Ballesteros
y Claude Duée coords., Cuatro lecciones sobre el cómic (Cuenca:
Ediciones de la Universidad de Castilla La Mancha, 2000), 11.
[3] Sobre este aspecto, Ricardo Anguita Cantero, “Historia, tradición y
memoria en la novela gráfica judía (1976-2010)”, en Para entender el judaísmo: sugerencias interdisciplinares, coords. Lorena Miralles Maciá y
Elvira Martín Contreras (Granada: Universidad de Granada, 2012), 353-382.
[4] En este sentido,
Hugo Pratt le dedica un cómic Saint-Exupéry. El último vuelo, en 1995
con prólogo de Umberto Eco.
[5] Javier Navascué, “Borges, Pratt y Corto Maltés: convergencias
y malas lecturas”, Variaciones Borges.
Revista del Centro de Estudios y Documentación
Jorge Luis Borges 43 (2017): 161.
[6] Paolo Beltramin, “Corto Maltese, il romanziere a fumetti più grande di tutti”, en Corriere della sera, 11 de abril de
2014, https://www.corriere.it/cultura/14_aprile_11/corto-maltese-romanziere-fumetti-piu-grande-tutti-165fe97e-c15d-11e3-9f36-c28ea30209b6.shtml
[7] Numa Sadoul se caracterizaba por
entrevistas agudas a los escritores de cómic como el belga creador de las Aventuras de Tin-Tin,
Hergé (1907-1986) o Hugo Pratt.
[8] Sadoul, “Una comida con Hugo Pratt”, Entrevista al autor realizada por Numa Sadoul en
Saint-Germain-en-Laye el 18 de diciembre de 1978 y publicada en Les Cahiers de la Bande Dessinée, Editions J. Glenat,
Francia. Numa Sadoul, “Una comida
con Hugo Pratt”, Totem 6 (1978): 87-98.
[9] Guzmán Urrero Peña, “América en las historietas de Hugo Pratt”, Cuadernos
Hispanoamericanos 568 (1997): 19.
[10]James Kirkup, “Obituary”, The Independent, 31 de agosto de 1995, https://www.independent.co.uk/news/people/obituary-hugo-pratt-1598750.html
[12] Marco Steiner,
“Biografía de Hugo Pratt”, Página oficial de Corto Maltés, https://cortomaltese.com/es/hugo-pratt/
[13] Juan Manuel Bellver, “El masón de Venecia”, El Mundo, 1 de marzo de 2012, http://www.elmundo.es/elmundo/2012/03/01/cultura/1330600450.html
[14] Ricardo Serna, “Masones en el Cómic. La Masonería y Corto Maltés”, en Estudios
Masónicos. Cinco ensayos entorno a la Francmasonería (Santa Cruz de Tenerife:
Ediciones Idea, 2008), 159-214.
[16] David Martín López. “La revalorización del medievo en la estética
masónica: Inglaterra y Escocia (siglos XIX y XX)”, Medievalista 15 (2014): 1-28.
[18] Noticia del Blog sobre Stonehenge,
sin autor: “Freemasons and Stonehenge. The Masonic Connection”, 14 de diciembre
de 2016, https://blog.stonehenge-stone-circle.co.uk/2016/12/14/freemasons-and-stonehenge-the-masonic-connection/
[20] William J. Hamblin.
El Templo de Salomón. Historia y Mito
(Madrid: Akal, 2008), 181.
[21] En ella se hace referencia al manuscrito Memorias griegas de Lord Byron que su
amigo Edward Trelawny (1792-1881), novelista y
aventurero francmasón, habría escondido en la mezquita Kawakly
o la logia Lengua de la Lingua di Francia de la calle de los Caballeros de San
Juan en la isla de Rodas.