A vueltas con el
enfrentamiento entre la Iglesia católica y la masonería. Una mirada desde los
estudios sobre la Iglesia
About the
Confrontation between the Catholic Church and Freemasonry. A look from the
Studies on the Church
José-Leonardo Ruiz Sánchez
Universidad de
Sevilla
Recepción: 9 de mayo de
2019/Aceptación: 5 de junio de 2019.
doi: https://doi.org/10.15517/rehmlac.v11i1.37158
Palabras clave
Iglesia católica, masonería,
clericalismo, ultramontanismo,
prensa católica.
Keywords
Catholic
Church, Freemasonry, Clericalism, Ultramontanism,
Catholic press.
Resumen
Las investigaciones sobre la antimasonería formulada desde posiciones eclesiales suelen partir de una visión de la Iglesia Católica como una institución compacta y homogénea en todo
momento también en aquellas cuestiones
que quedan al margen del
dogma y de la doctrina. Esta
visión globalizadora, ausente de matices, inclusive en lo relativo a la evolución en el tiempo de las ideas y de los comportamientos
de los católicos, merma de
rigor las investigaciones por insuficiencia
de los argumentos empleados
pudiéndose, incluso, alcanzar unas conclusiones
desajustadas, si no erróneas. El estudio se centra en el uso
en esas investigaciones
de términos como clerical, ultramontanismo y prensa católica.
Abstract
Studies on the Anti-Masonic movement formulated from ecclesial positions
are usually based on a vision that the Catholic Church is a compact and
homogenous institution at all times, also in those matters which are outside
the dogma and the doctrine. This globalizing vision, devoid of nuances, even in
relation to the evolution in time of the ideas and behavior among Catholics,
essentially diminishes serious research due to the lack of arguments, and even being
able to reach some inaccurate conclusions. This study is focused on the use of
terms like clerical, Ultramontanism, and Catholic
press in those pieces of research.
Las difíciles relaciones entre la Iglesia
(por ella nos referimos aquí a la católica) y la masonería constituyen sin duda
uno de los aspectos más recurrentes, en los que se ha insistido con reiteración
y de los que más interés ha suscitado en los estudios sobre la masonería de
todo momento. Basta con repasar las páginas de las actas de las reuniones
académicas del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (CEHME)
celebradas desde 1983 para comprobar el grueso número de trabajos presentados sobre
esta cuestión, en los que se ha pormenorizado en la actitud que la Iglesia ha
observado en todo momento sobre la Masonería especulativa; tanto seguimiento
tiene entre los investigadores que constituye una sección fija en todos los simposia, erigiéndose
así en la principal protagonista –no única como es sabido- del antimasonismo; incluso en cualquier obra de referencia
sobre la Orden del Gran Arquitecto del Universo es habitual la existencia de un
capítulo dedicado a sus relaciones con la Iglesia, aparte de aquellas otras obras
en las que expresamente se estudia esta cuestión[1].
Por ser además un aspecto abordado
por destacados historiadores (también por quien suscribe estas líneas, que ha
dedicado buena parte de sus estudios masonológicos a
este aspecto) no se va a reiterar aquí lo ya conocido. No es objetivo pues de
este trabajo desentrañar las razones esgrimidas en ese empeño que, como bien sabemos,
en cada momento y circunstancia han tenido un perfil distinto (base jurídica en
aplicación del derecho propio en el siglo XVIII; vinculación con los procesos
revolucionarios burgueses y los movimientos liberales o democráticos; relación
con el protestantismo o con el satanismo; ocupación de los territorios pontificios
en el caso italiano, etc.). Todo parece haberse dicho al respecto siendo lo
único que nos quedaría, digámoslo así, el estudio de los casos concretos, que
pueden ser múltiples. Se podría decir que en determinados momentos de la
historia ha sido la Iglesia la institución que, desde mediados el siglo XVIII y
en todos los niveles de su jerarquía, más se ha posicionado de una manera
pública y explícita en contra de ella; en lo referido a España, pareciera que,
desde su posición social y culturalmente predominante, más tinta ha derramado
contra la Masonería, postulándose por méritos propios en la más destacada institución
de entre quienes las ha denigrado y, en consecuencia, formando parte con
notoriedad del amplio movimiento antimasónico orquestado.
Aun así, creemos que no siempre se
acierta en el análisis. No decimos que los estudios sean erráticos, en
absoluto, sino que en no pocos casos predominan las generalizaciones y faltan
determinados matices que contribuirían a explicar mejor ciertos episodios que,
relacionados con la Iglesia o sus hombres –por ejemplo- pueden presentarse como
raros, extraños, por salirse de lo habitual. A todo ello contribuye y no poco
el prejuicio, incubado por la parcialidad, que esteriliza el rigor del que
debería hacer gala el análisis científico, y que si bien no lo arruina del todo
si se describen bien los hechos, pueden fallar en la interpretación que de los
mismos se hagan al apoyarse en generalidades a veces extemporáneas.
Quizás con el ejemplo se pueda
entender mejor a lo que nos referimos. Sobre la Iglesia (de la que deberíamos precisar
bien a qué nos estamos refiriendo cuando usamos este término en nuestros
estudios) existe un cliché que a veces no se corresponde con la realidad; o,
dicho de otro modo, pudiera corresponder con una determinada realidad o momento
histórico, pero no en todo momento; los matices -también los temporales- son
muy importantes. En ocasiones identificamos el comportamiento de la Iglesia con
el clericalismo, sin entender que son dos conceptos distintos, aunque están
interconectados. En no pocos casos nos referimos a la Iglesia con una
uniformidad general en la que no hay matices cuando estos son fundamentales a
la hora de entender determinados procesos y conceptos, interpretables de manera
distinta según el momento histórico. Y, por último -para no hacer más extensa
esta introducción- es muy importante la precisión terminológica al referirnos a
ella pues se trata de una institución con un lenguaje propio, con un
funcionamiento (ad intra
y ad extra) singular, distinto al de
cualquier organismo civil con el que a veces se intenta erróneamente asemejar.
Nos referimos pues a una globalidad uniforme sin atender a veces que,
compartiendo unas mismas creencias religiosas (doctrina), existen en su seno
grupos con distinta responsabilidad, jerarquías y –también- matices ideológicos
(manteniéndose en la misma doctrina) cuya preeminencia puede resultar oscilante
en función de los momentos históricos.
En las líneas que siguen nos vamos a
referir a algunos de estos aspectos, sin pretensión alguna de agotar el tema, resultado
de algunas cuestiones que se nos han planteado a lo largo de nuestra -creemos
que dilatada- trayectoria investigadora sobre Iglesia y Masonería (por separado
y a veces conjuntamente). Lo hacemos sin ánimo de censura, sino por si pudieran
ser de utilidad a otros investigadores que acaso también reflexionen sobre
estos extremos. Intentaremos, en definitiva, llamar a las cosas por su nombre,
no en un intento revisionista de la historia, sino con la pretensión de ser más
rigurosos en nuestros análisis porque una mayor precisión terminológica redunda
en la mejora de nuestra ciencia.
Masonería, Iglesia y clericalismo
Numerosos estudios sobre la Masonería
han puesto de manifiesto que, con un origen común en la masonería especulativa
puesta en marcha a comienzos del siglo XVIII, esta se ha desarrollado en los
últimos tres siglos de una manera diferente porque, tanto en principios como en
valores, la realidad temporal en la que se ha ido insertando y desarrollando
también ha evolucionado considerablemente. El carácter elitista de antaño,
luego “liberal” y más tarde situados sus miembros en planteamientos ideológicos
más avanzados -por ejemplo- o la distinta actitud sobre la misma presencia femenina
en sus talleres son reflejo sin duda de esa evolución. Por eso y por un sinfín
de matices más, a nadie le extraña que actualmente –como apuntan reputados
especialistas- resulta más apropiado el empleo del término en plural, masonerías,
en lo que coinciden también quienes pertenecen a la Orden.
Es frecuente en nuestros trabajos
sobre la Masonería asociar de consuno el término Iglesia con el de clerical,
proyectando sobre la institución la ideología reaccionaria que el término
clerical implica. Esta generalización y reducción resultante es a todas luces
inadecuada. Vayamos por partes. Nos queda claro que con el término Iglesia nos
referimos a una institución dirigida desde la Santa Sede que se ubica en el
Estado de la Ciudad del Vaticano, que es muy reciente. Hasta ahí, en cuanto a
la dirección, no hay margen de error; pero, con respecto a su colectivo humano,
como sabemos amplio y jerarquizado -desde el Papa hasta el último fiel
cristiano laico- además de diverso, cuando nos referimos a la Iglesia en nuestros
estudios, exactamente ¿a quienes nos estamos refiriendo, al Papa, a un sector
concreto de la misma, a “toda” la Iglesia?; y aún más: ¿entendemos que la Iglesia
y sus distintos sectores, miembros, tienen las mismas características y
posicionamientos a comienzos del siglo XVIII, en las postrimerías del siglo XX
o a comienzos del XXI?. La respuesta, que no es tan compleja, requiere conocimiento
para buscar los matices suficientes que debieran ser importantes para el
investigador.
Desde un punto doctrinal todos los
que han nacido del agua y del espíritu forman parte de la Iglesia o del Pueblo
de Dios, término éste que en la actualidad más se emplea, para posibilitar la
acción de Dios en la historia. Este aspecto fue en realidad así redefinido en
una época reciente, durante el segundo período de sesiones del Concilio
Vaticano II (1963) y donde se aludió a la corresponsabilidad de los seglares en
la Iglesia, enraizada en el sacerdocio común que tienen todos los bautizados y
que, muchas veces a lo largo de la historia, había sido retenida para sí por
parte del clero. La misma Iglesia reconocía así, de paso, su actitud “clerical”
hasta entonces porque tradicionalmente en la toma de decisiones no se habían
tenido en cuenta a los seglares, sino solo a los ordenados, los clérigos[2].
La consecuencia para el investigador es clara y el matiz no menos importante: cuando
efectuamos los análisis sobre la Iglesia anterior al Concilio Vaticano II, en
cualquier tema inclusive el masónico, es posible adjetivarla como clerical
porque, aunque existieran fieles cristianos laicos (seglares), eran los
ordenados quienes se “arrogaban” en exclusividad la responsabilidad de
dirigirlos, marcando rumbos, elaborando propuestas y tomando decisiones. Por
ese mismo hecho, en los estudios sobre una realidad masónica más actual, y
siempre en cuanto a la dirección de esta, la Iglesia ha dejado de ser clerical
y basta para ello consultar en cualquier diócesis la cantidad de organismos que,
con presencia de seglares, toman parte del proceso de toma de decisiones.
Clericalismo, ultramontanismo y católicos masones
Resuelto hasta cuándo y bajo qué
condicionantes en nuestros estudios podemos llamar o no a la Iglesia clerical
en cuanto a la toma de las decisiones, abordemos una segunda cuestión que se
nos antoja acaso más compleja: la ideológica. La mayoría de los estudios sobre
la Masonería asocian Iglesia y clericalismo para identificar ambos términos –de
consuno dijimos más arriba- con la reacción; esto es, con una “ideología que
defiende la influencia del clero en los asuntos políticos de una sociedad”, que
trata de imponer su propio modelo en la sociedad civil, considerado único, y en
el que la Iglesia fuese la encargada de la toma de las decisiones o de la
absoluta inspiración de las mismas frente a los planteamientos que al respecto
pudiera plantearse desde las logias; no está de más añadir que en no pocas
ocasiones, sobre todo en los textos masónicos que figuran en los boletines de
las distintas Obediencias, se utiliza también con una interpretación similar el
vocablo jesuitismo, otro término sobre el que se necesitaría apostillar no
poco.
Precisaremos que estamos hablando de
una ideología, no tanto de doctrina, en la que los planteamientos de la
religión católica lo impregnarían todo, según el modelo propio del Antiguo Régimen,
previo a las revoluciones burguesas que irrumpen a finales del siglo XVIII; se
seguirían en este caso los planteamientos de los más caracterizados ideólogos
de la reacción como Burke y De Maistre,
entre otros. Frente a ello la nueva ideología emergente, liberal (y más tarde
democrática) apostaría por la secularización de la vida civil y, para lograrlo,
echaría mano del laicismo, cuya manifestación popular y radical más conocida sería
el anticlericalismo. No está de más recordar que, a ojos de los sectores más antiliberales
del catolicismo (el tradicionalismo, el integrismo, el carlismo en el caso
español, por ejemplo), los términos liberal y masón se entendieron como
sinónimos a lo largo del siglo XIX y, también, aunque acaso con menos énfasis,
en la centuria posterior. A simple vista, todo parece tener sentido: la Iglesia
(el clero) es reaccionaria y contraria a las libertades individuales de la
Ilustración que asume la Masonería, lo que explicaría la animadversión de la
Iglesia hacia la Orden y el comienzo del fenómeno antimasónico por parte de
aquella como respuesta. Con estar muy extendido este planteamiento entre los masonólogos y así de simple aparecer expuesto en numeras
investigaciones (Iglesia, clerical y reaccionaria) esta formulación está
necesitada de no pocos matices que contribuyan a explicar casos que no se
atienen a esa norma. Veamos algunos.
No hace mucho Martínez Esquivel en un
interesante trabajo sobre el origen de la Masonería costarricense puso de
manifiesto la importancia que tuvo en ello el presbítero católico Francisco
Calvo como organizador de la primera logia de su país en 1865. Entre los
condicionantes hacía referencia el autor al modelo educativo-civilista estatal,
la promoción de libertades civiles, las prácticas electorales, el regreso o la
llegada de intelectuales locales o extranjeros y un interés “por la vida cívica
en algunos sectores jerárquicos de la Iglesia local”. El autor se interrogaba
también sobre cuáles fueron las relaciones entre las masonerías centroamericanas,
los Estados y las iglesias católicas locales y, entre otras cuestiones, también
si hubo antimasonerías. Aludía más adelante cómo al
establecerse la libertad de cultos se facilitó la tarea por el discurso
masónico de la tolerancia religiosa lo que permitió la “sociabilidad de
costarricenses católicos con extranjeros de diversos orígenes y religiones”,
que se tradujo en una convivencia entre columnas de católicos, anglicanos,
cuáqueros, evangélicos y judíos, además de librepensadores, racionalistas,
espiritistas, etc. El último factor, como condicionante, de esa implantación de
la Orden en el país fue la “transformación ideológica a lo interno de la
Iglesia católica costarricense” –señala tomándolo de Rodríguez Dobles- quien
favoreció un tipo de sacerdote y, por ende, feligresía, la cual en nuestra
opinión favoreció también la organización de la masonería”[3].
En la última y extensa obra de Javier
Alvarado Planas aborda las personalidades relevantes que han pertenecido a la Orden
(reyes, príncipes y otros) en los tres siglos de su historia. Uno de los
capítulos está dedicado a los “príncipes de la Iglesia” (católica) masones, en
realidad personalidades relevantes de la misma (el término, en sentido estricto
se referiría a los cardenales) que han trabajado entre columnas, sobre todo
durante los siglos XVIII y XIX, su presencia en logias y actividades
desarrolladas. El autor se adentra además sobre el origen del fenómeno antimasónico,
las razones de la condena de la Masonería en el Código de Derecho Canónico de
1917 y de la situación en la que se halla en el actual (de 1983), que es
consecuencia directa de los planteamientos conciliares, aunque luego hayan sido
matizadas por algunos altos responsables de dicasterios
o congregaciones romanas[4].
Por último, en la tesis doctoral
defendida recientemente en la Universidad de Cádiz por Ángel Luis Guisado
Cuellar, biografiaba el autor al afamado médico gaditano Cayetano del Toro y Quartiellers (1842-1915), político liberal, alcalde de su
ciudad, benefactor, miembro destacado si no impulsor de numerosos proyectos
sociales y culturales. Refería su condición de masón al menos en su juventud
durante el proceloso Sexenio Democrático (1868-1874), pues fue iniciado en la
logia de su ciudad Hijos de Hiram núm. 62
bajo la Obediencia del Gran Oriente Lusitano Unido y, más tarde, ya en la
restauración alfonsina, en otro taller bajo el
Supremo Consejo de Francia del que fue Venerable. Se caracterizó también por su
catolicidad, que le llevó a pertenecer a distintas hermandades y cofradías de
penitencia -en las que destacó- y a impulsar extraordinariamente las
festividades religiosas cuando fue gestor público, precisamente en unos
momentos en los que la Iglesia se estaba pronunciando con reiteración en contra
de la Masonería, se publicaban las obras de Leo Taxil
(tomadas entonces como ciertas) y se impulsaban las reuniones antimasónicas internacionales.
Fue sin duda Del Toro un personaje de una catolicidad tan profunda, hasta en
sus actos más íntimos que, en la contestación dada en 1913 al Obispo de Cádiz
cuando le trasladó el pésame por la muerte de Segismundo Moret,
prócer liberal gaditano en varias ocasiones presidente del Gobierno, formuló
una respuesta lapidaria: “le agradezco en el alma su sentido pésame por la muerte
de Moret. No es incompatible ser liberal con ser
católico y tener fe religiosa”[5].
Podríamos traer aquí más ejemplos de
personajes de la Iglesia en sus distintos estratos, no solo alejados del
pensamiento reaccionario, sino que participaban o impulsaban la Orden. Estos
casos nos muestran una visión radicalmente distinta a la que habitualmente se
difunde de los hombres de Iglesia. Frente a la visión tradicional de la Masonería
como enemiga, hombres que pertenecieron a distintos estratos eclesiales la impulsaron,
trabajaron en sus talleres y, aun cuando la doctrina oficial de la Iglesia se iba
posicionando (el gerundio es intencionado) en contra de ella y de sus
actividades, al menos a estos católicos no les planteaba ningún problema legal,
ni espiritual, de conciencia, el trabajar entre columnas. De lo anterior se
deduce por tanto que han existido momentos en los que el rechazo o las condenas
de la Iglesia a las logias no han hecho mella entre los propios católicos. Fue
a finales del siglo XIX (en especial durante el pontificado de León XIII) cuando
quedó configurada como el enemigo principal de la Iglesia (por cuestiones doctrinales,
pero también ideológicas como veremos) pareciendo reunir en su seno a todos los
males y maquinaciones contra la misma; una visión que, cien años después, se
intentó reformular en el contexto del Concilio Vaticano II.
Este aspecto se complica, porque no
es solo cuestión de tiempo sino de modelos ideológicos según las circunstancias
de cada país. Aquí es donde entra esa creencia errática de concebir a la
Iglesia siempre como un bloque compacto que encierra en su interior una
profunda homogeneidad en todas sus dimensiones. Este planteamiento, habitual
entre los que perciben la realidad eclesial desde el exterior, requiere, cuanto
menos, ser matizado. Sobre una misma base doctrinal que es común a todos los
católicos, existen distintos modelos para alcanzar el fin último, la
trascendencia (seglar, religioso, ordenado; asociado o no en un grupo, v.gr.).
Esa base común que denominamos Doctrina Social de la Iglesia (una
reactualización del mensaje evangélico a la luz de los textos bíblicos, de los Padres
de la Iglesia, las encíclicas y documentos pontificios así como de los
pronunciamientos de la Iglesia en sínodos y concilios, sin merma del mensaje
evangélico original) comenzó a compilarse en el pontificado de León XIII
(1878-1903), y en ella no solo figuran directrices sobre cuestiones meramente
sociales, como erróneamente se piensa, sino que posiciona a los creyentes ante
toda la realidad existente a su alrededor. Además, fue con este Papa cuando se formuló
la doctrina más copiosa sobre la ideología triunfante una vez extinguido el
Antiguo Régimen, el liberalismo, y la relativa a la presencia pública de los
católicos en un mundo cada vez más secularizado; en esas iniciativas ha de
incluirse la condena doctrinal de la Masonería con la Humanum Genus en 1884.
La mayoría de los clérigos de los que
tenemos noticias que pertenecieron a la Orden lo hicieron en fechas anteriores
a estas grandes definiciones doctrinales, cuando tan solo existían las condenas
ideológicas propias del absolutismo (hechas por distintos monarcas desde
mediados del siglo XVIII, entre ellos el papa como tal al estar al frente de
los Estados Pontificios). La disolución del Antiguo Régimen facilitó una
pluralidad en lo ideológico incluso en el seno de la propia Iglesia. En la
Francia revolucionaria y napoleónica existieron juramentados y refractarios
entre el clero; más adelante será el país del ultramontanismo, pero también
cuna del catolicismo liberal: un buen número de sacerdotes jóvenes –dice Aubert- plantearon la posibilidad de conciliar el
catolicismo con el liberalismo y de aceptar, sin traicionar su fe, un orden
social basado en los nuevos principios revolucionarios: libertad personal,
libertades políticas, libertad de prensa y de religión, aunque conllevase una
restricción de los privilegios eclesiásticos e, incluso, la separación de la
Iglesia y del Estado. Un catolicismo liberal con multiplicidad de matices, que
en no pocas ocasiones se limitó más a la aceptación del nuevo estilo de vida,
el espíritu del siglo, que la asunción del contenido doctrinal que podían
conllevar determinados planteamientos liberales. Así, con este planteamiento
pragmático, se volvería a ganar para la Iglesia a la juventud intelectual y, en
definitiva, sería mejor para los propios intereses de la Iglesia. La condena de
Gregorio XVI a este movimiento que supuso la Mirari vos (1832) quedó muy menguada al autorizarse a los católicos
belgas por las mismas fechas –cierto es que como excepción- a trabajar juntamente
con los liberales para lograr su independencia y procurar en la práctica un
modelo constitucional[6].
Como vemos, esa misma Iglesia que en
los trabajos sobre la Masonería ideológicamente la señalamos de manera genérica
como clerical y ultramontana, estaba en algunos países y por momentos (aunque
fuera de manera excepcional) dando validez a las formulaciones liberales en
cuyo triunfo parece claro que, al menos en la oleada revolucionaria de 1820 en
la que se gestó la independencia belga, participaron distintas sociedades,
entre ellas las masónicas. Sería más tarde cuando a este movimiento católico liberal,
siempre minoritario y en constante pulso con los planteamientos reaccionarios,
le fuese ganando la partida el ultramontanismo, lo que condujo en lo ideológico
al triunfo de un catolicismo más autoritario y ultraconservador que
permeabilizó tanto cuestiones doctrinales como aspectos meramente coyunturales,
opinables, por tanto. Una de las consecuencias fue la Humanum genus, que presentaba a la Masonería
como la institución creada por el maligno en su lucha contra la Iglesia y de la
que, por razones obvias, debían alejarse los creyentes.
El caso que se exponía más arriba, el
relacionado con la realidad costarricense de mediados del siglo XIX, ha de
interpretarse dentro de esta evolución, máxime cuando se trataba de una nueva realidad,
un Estado emergente, que había dejado atrás su vinculación a la tradición
política secular española. La existencia de un clero ilustrado, proclive a un
incipiente catolicismo liberal es algo que, a pesar de las contradicciones
ideológicas que se produjeron en la emancipación de estos territorios de
España, se constata en los estudios realizados hasta la fecha. Por poner un
ejemplo: ante la invasión napoleónica de la península algunos miembros del
cabildo mexicano (dejemos a salvo a Abad y Queipo) ya
defendieron entonces que, en ausencia del monarca, la soberanía había sido
devuelta al pueblo y, aun así, mantuvieron la defensa de los derechos de la
religión católica; en los documentos romanos por los que la Santa Sede reconoce
la nueva realidad eclesial hispana en América, la propia Iglesia estaba
admitiendo de hecho los gobiernos que habían salido de una revolución política
y que para nada se identificaban con una monarquía tradicional (ultramontana,
por ejemplo) [7]. Otra cuestión es que, de reconocer el
catolicismo como religión de Estado en la mayoría de los textos
constitucionales americanos a mediados del siglo XIX se pasase a rupturas
violentas en algunos países (Colombia y México; el contrapunto sería Ecuador bajo
la presidencia de García Moreno) cuando la Iglesia rechazó ser tutelada por el
Estado, por ser incompatible con las ideas ultramontanas cada vez más
imperantes en Roma[8].
No sigamos por ahí y recapitulemos en
lo que aquí nos interesa. La visión de una Iglesia monolítica, única y uniforme
en lo ideológico (ultramontana, reaccionaria, clerical, en definitiva, que es
la que habitualmente aparece en los estudios antimasónicos) no se corresponde en
sentido estricto con la realidad. Puede asociarse a momentos concretos de su
historia en los últimos tres siglos, pero en otros y manteniendo la misma
doctrina han convivido en su seno orientaciones ideológicas distintas (incluso
antagónicas) y no digamos a partir del Concilio Vaticano II cuando, en la reformulación
general que se hace afecta a su relación con otras religiones (en especial con
las del Libro, que como se recordará,
estaba también en la base de las condenas a la Masonería de mediados del siglo
XVIII). Solo matizando esa generalidad sobre la Iglesia pueden entenderse las
actitudes apuntadas por Esquivel, Alvarado y Guisado en las obras referenciadas
más arriba; en absoluto fueron una rara
avis que orillasen en lo extraño y excepcional, o se identificase como
alejadas de la ortodoxia o heréticas; al menos hasta que se formulasen los
grandes principios doctrinales (impregnados de la realidad italiana en este
caso) que dejaban a quienes seguían los
planteamientos filosóficos naturalistas (que excluían la intervención de todo
principio sobrenatural o transcendente), como no podía ser de otro modo, en la
heterodoxia[9].
Ultramontanismo y prensa política de los católicos
Si en los estudios sobre la Masonería
es habitual el empleo de la prensa, en el análisis del enfrentamiento clericomasónico se hace en gran medida imprescindible
porque fue, precisamente en este medio -más incluso que en las instituciones
públicas- donde se dieron las mayores controversias. La abundante
historiografía existente sobre la antimasonería desde
el ámbito eclesial ha frecuentado lo que en los textos se define como prensa
católica. Nos vamos a detener en esta cuestión porque, a veces, la
generalización en el uso de esta denominación, prensa católica, encierra un
desconocimiento profundo de ella sobre todo a partir del momento en el que la
Iglesia terminó asumiéndola como instrumento de evangelización y propaganda
avanzado el siglo XIX (hasta entonces, por ser el medio empleado por la
revolución y el liberalismo, tendió a desacreditarlo). El caso que vamos a presentar
aquí es el español, que conocemos mejor y podemos hablar con mayor propiedad,
pero fácilmente puede asimilarse con lo que acaece más allá de nuestras
fronteras dado que hablamos de una Iglesia universal[10].
En su momento nos dimos cuenta del
carácter oscilante que tenía esta denominada por lo general prensa católica en
cuanto a sus ataques a la Masonería. En la primera fase de la Restauración alfonsina (último cuarto del siglo XIX) fue en este medio
donde se produjeron los enfrentamientos más viscerales en España (hecho que se
reproduciría años más tarde, ya en la Segunda República y durante el
franquismo); paradójicamente contrastaba con el hecho de que en ese final del
siglo XIX, salvo en momentos puntuales (los dos años posteriores a la
publicación de la Humanum genus), la
jerarquía eclesiástica española apenas figuró en su correspondencia como asunto
que le preocupara en exceso[11].
Por el contrario, en la segunda fase de la Restauración (primer cuarto del
siglo XX, hasta 1923) los ataques a la Masonería en esa misma prensa se
redujeron sensiblemente hasta el punto de resultar difícil encontrar alguna
alusión a ella, sobre todo a finales del período; sería a comienzos de los años
treinta, cuando volviesen las tornas al proclamarse la república. En un
principio pensamos que esta segunda situación se debía en gran medida a que, en
los albores del siglo XX, disminuyeron los textos condenatorios desde Roma
acaso por el deterioro que supuso el affaire
Taxil y, sobre todo, porque en el caso español se
produjo la paralización general de los talleres por un fenómeno conocido (la
crisis finisecular de la Masonería española, en los momentos previos al Desastre del 98) cuando abatieron
columnas la inmensa mayoría de los talleres. Claro que a esos factores podíamos
contraponer que, si bien no hubo textos condenatorios nuevos, todos los
anteriores no habían prescrito; con respecto a los organismos, no menos cierto
era que los hermanos no se habían exterminado por ensalmo a pesar de la crisis;
y, por último, que fue una etapa en la que se recrudecieron los brotes de
anticlericalismo secularizador tras los cuales posiblemente no estuvieran los
talleres, pero sí quienes se identificaban con sus planteamientos laicistas[12].
Buscando las razones reparamos en el
comportamiento de esa denominada prensa católica, que era parte no menor en
esta confrontación –aunque no única- por cuanto la propiamente masónica era muy
minoritaria y la paramasónica se confundía con la liberal más radical o la
republicana, que tampoco era muy abundante[13].
En lo referido al último cuarto del siglo XIX constatamos que en realidad esa prensa,
visceralmente antimasónica, estaba vinculada a las organizaciones políticas
carlistas o integristas (las dos organizaciones partidistas con las que se
identificaban mayoritariamente el catolicismo español, muy enfrentadas entre sí),
a quienes pertenecía la propiedad de las rotativas y que sin duda luchaban
denodadamente desde unos planteamientos ideológicos ultramontanos y
reaccionarios (clericales a decir de algunos, como hemos visto) contra el
liberalismo español, ciertamente tibio, que caracterizó la primera fase de la Restauración
alfonsina. En sentido estricto, por tanto, lo de
católica era un adjetivo que calificaba al sustantivo: prensa política de esas
organizaciones ciertamente reaccionarias, enfrentadas en lo personal, en cuyo
ideario aparecía la defensa de la religión y los intereses de la Iglesia. No
está de más indicar que esta prensa ultramontana, muy polemista, también
arremetía contra todo lo que no le gustaba: contra la mayoría del episcopado
español que sintonizaba con los planes de León XIII y su movimiento católico, con el que se pretendía movilizar a los fieles
cristianos laicos haciéndoles participar en la vida pública aunque fuese en un
sistema liberal; contra los mismos católicos en general que, en uso de su
libertad y sin entrar en contradicción con los planteamientos doctrinales de la
Iglesia, propiciaban la participación en el modelo político liberal español,
claramente moderado, siguiendo las directrices del Papa y de los obispos; y,
por último, tenían reparo en repartir patentes de liberal (y masón por tanto) a
todo aquel que no se identificaba con sus postulados, de arremeter contra el
liberalismo (El liberalismo es pecado
decían, usando el título de la obra de Sarda y Salvany,
caracterizado integrista, publicada en 1884,) o de acusar a la propia Reina Regente, a quien León XIII
le había concedido la Rosa de Oro, de estar iniciada en la Masonería.
Si ahondamos un poco más en la
controversia orquestada desde este tipo de prensa, su principal objetivo era arremeter
contra el liberalismo y evitar que los católicos españoles participasen en el
sistema liberal alfonsino (como pretendían los
prelados, en aplicación del mal menor) utilizando el argumento de que los
liberales eran todos masones y por tanto enemigos de la Iglesia que los había condenado.
Este trasfondo es el que subyace en las virulentas y permanentes polémicas periodísticas
antimasónicas en el último cuarto del siglo XX, matiz que no es habitualmente
recogido por los investigadores y que, en consecuencia, no reparan en que esa prensa
empleada para sus investigaciones no se puede llamar en sentido estricto
católica, sino prensa política de los partidos católicos ultramontanos.
Un último apunte para aclarar el por
qué ese enfrentamiento en la prensa se reduce hasta la práctica desaparición en
el primer cuarto del siglo XX. Tiene mucho que ver con la irrupción a
principios de siglo de una verdadera prensa católica que, frente a la anterior,
no dependía de las organizaciones políticas ultramontanas sino del propio
episcopado. Va a ser mayoritaria entonces. Es un modelo de prensa que no solo
defendía las posiciones de la Iglesia y en tal sentido tenía un censor
eclesiástico (cosa que ya reunían las anteriores) sino que, para evitar precisamente
polémicas como esas además de otras, asumió la dirección e incluso la propiedad
de la empresa editorial. La condición de católica de esa prensa es lo
sustantivo, estando al servicio del prelado y de la Iglesia, no de cualquier
organización política, aunque en sus ideales legítimos figurase la defensa de
esos mismos planteamientos[14]. Desde
ella, vinculada al episcopado, no se precisaba utilizar la Masonería como arma
arrojadiza contra quienes pretendían participar en el modelo liberal, porque
eran los prelados quienes impulsaban la iniciativa para defender así a la
Iglesia y sus planteamientos doctrinales desde dentro del sistema; y aunque la
Masonería siguiese reuniendo todas las condenas anteriores, no se empleaba este
argumento y menos su identificación con el liberalismo. Lo que acaecería años
más tarde, ya durante la Segunda República, cuando de nuevo la controversia clericomasónica se recrudece, se explica por la gran
movilización de esos sectores católicos reaccionarios frente a los más
propicios a participar en el ensayo democrático[15].
Insistimos pues que en buena parte de
los trabajos que utilizan la prensa en esta controversia no reparan en estos
matices y, por tanto, puede dar lugar a confusión a la hora de interpretar lo
que ocurre. No es lo mismo prensa católica, vinculada al episcopado (aunque
rezume ultramontanismo sociopolítico) que prensa política propiedad de las
organizaciones de seglares que tienen en su ideario la defensa de los
principios de la Iglesia desde una posición ideológica claramente reaccionaria;
esta es prensa política de los católicos, en unos momentos en los que la
Iglesia –como apuntamos más arriba- es clerical en cuanto a la toma de
decisiones. Como hemos podido advertir, el modo de tratar en sus columnas las
cuestiones relacionadas con la Masonería es ciertamente diferente, aunque en el
fondo compartan el mismo rechazo a dicha institución.
Recapitulación
Concluimos nuestro trabajo en el que se
analiza como es abordada la cuestión antimasónica relacionada con la Iglesia
desde las investigaciones que se hacen desde la masonología
más conocida. Nos hemos centrado solo en tres cuestiones que están íntimamente
relacionadas (clericalismo, ultramontanismo, prensa de los católicos) donde
descubrimos que la ausencia de matices, algunos importantes, producen desajustes
interpretativos. También se podría hacer el análisis a la inversa, desde la
eclesiología hacia la Masonería, donde podrían señalarse igualmente falta de
matices y errores de bulto; quizás algún día recalemos en ello. Con ello hemos
pretendido ilustrar para que se eviten las generalizaciones desafortunadas y se
precise lo mejor posible, con el fin de que no quede lastrado un buen estudio
por no haber sabido matizar con rigor los términos empleados.
En ese sentido creo que podemos
distinguir mejor cuándo debemos emplear con rigor el término clericalismo: si
nos estamos refiriendo con él al gobierno general de la Iglesia; si nos estamos
refiriendo a un grupo concreto de la estructura piramidal de la misma y su
importancia en función de las distintas épocas; o si lo hacemos en referencia a
un planteamiento ideológico ultramontano. En este último caso, se habrá de
tener en consideración la heterogeneidad ideológica de la Iglesia en función de
las épocas, lo que nos permite explicar la existencia de clérigos masones y que
no sea tomado como un comportamiento extraño o singular, lo consideremos como
un grupo contestatario o, simplificadamente, tomados por heréticos; con incluir
el matiz del escasamente tratado catolicismo liberal, no debería sorprendernos
la apuesta ideológica de una parte del clero por el constitucionalismo y las
libertades nacidas de los procesos revolucionarios burgueses, “masónica” que
dirían –fuese o no cierta esta condición- la interpretación eclesial
tradicional o ultramontana. Y otro tanto podemos decir de la prensa que
calificamos con excesiva ligereza a veces como católica y, si bien es cierto
que en algún aspecto pudiera serlo, en realidad obedecía a un determinado
planteamiento ideológico generalmente en manos de políticos ultramontanos que
eran quienes se mostraron más beligerantes contra la Orden, en parte para
evitar así que los católicos tendiesen puentes con la nueva realidad político
social liberal que se estaba imponiendo. En sentido estricto, esa prensa no es
católica, sino prensa política de los católicos, muy abundante precisamente en
momentos en que los seglares por tener escaso protagonismo en la toma de
decisiones de la Iglesia eran, básicamente, clericales.
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[1] Las reuniones celebradas
periódicamente por el CEHME desde hace más de veinte años dan buena prueba del
interés que tiene la controversia clericomasónica: el
tema siempre tiene una sección destinada a analizar los enfrentamientos entre
la Iglesia y el Estado. De la consulta del repertorio bibliográfico de la
Masonería publicado José Antonio Ferrer Benimeli y
Susana Cuartero Escobés, Bibliografía de la
masonería (Madrid: Fundación Universitaria Española, 2004), comprobaremos
que en los dos tomos se repiten dos apartados (Diversos aspectos de la antimasonería y Confrontación Iglesia-Masonería)
con más de tres mil quinientos registros, casi el veinte por ciento de todos
los trabajos allí referenciados. Centrándonos en el caso español, la mayoría de
los estudios se concentran sobre la etapa inicial de la Restauración, seguida
de la Segunda República, a cuyo número habría que añadir otros muchos trabajos
que, al analizar la Masonería en España por distintas zonas geográficas,
siempre terminan refiriendo los enfrentamientos habidos con la Iglesia local.
[2] El tema desarrollado fue
del Pueblo de Dios y los laicos. Humbert Jedin, “El Concilio Vaticano II”, en Manual de Historia de la Iglesia, ed. Humbert
Jedin y Konrad Repgen
(Barcelona: Herder, 1984), T. IX, 157-236. Robert Rouquette,
El Concilio Vaticano II (Valencia: Edicep, 1978), 192 y 295-6. Al respecto, véase también el
capítulo II de Lumen Gentium,
Constitución Dogmática de la Iglesia, uno de los grandes documentos emanados
del Concilio.
[3] Ricardo Martínez Esquivel,
“Entre sotanas y mandiles: El proyecto centroamericano de Francisco Calvo
(1865-1876)”, en 300 años: Masonerías y
Masones (1717-2017). Migraciones, eds. Martínez Esquivel, Yván Pozuelo
Andrés y Rogelio Aragón (Ciudad de México: Palabra de Clío, 2017), 91-116.
[4] Javier Alvarado Planas, Monarcas masones y otros príncipes de la
acacia (Madrid: Editorial Dykinson, 2017),
371-544.
[5] Ángel Luis Guisado Cuéllar,
“Cayetano del Toro y Quartiellers. Biografía, obra y
pensamiento” (Tesis de Doctorado en Filosofía y Letras, Universidad de Cádiz,
2017).
[6] Roger Aubert,
“La primera fase del liberalismo católico”, en Manual de Historia de la Iglesia, ed. Humbert
Jedin (Barcelona: Herder, 1978), T. VII.
[7] Una visión muy completa de
la situación de la Iglesia en América en los momentos previos a la emancipación
en Joseph-Ignasi Saranyana,
Teología en América Latina (Pamplona:
Universidad de Navarra, 2008), en especial 88-93 y 137-148. Véase también Pedro
Borges, Historia de la Iglesia en
Hispanoamérica y Filipinas (Madrid: BAC, 1992) 168-172.
[8]
Pío VII, Breve Etsi longíssimo terrarum, 30
de enero de 1816. León XII, Etsi iam diu, Roma, 24 de septiembre de 1824; sobre el
particular véase Luis Ernesto Ayala Benítez, La Iglesia y la independencia política de Centro América (Roma:
Pontificia Universidad Gregoriana, 2007), 9 y 292-294. Marta Eugenia García
Ugarte, “La jerarquía católica y el movimiento independentista en México”, en Visiones y revisiones de la Independencia
Americana. México, Centroamérica y Haití, ed. Izaskun Álvarez Cuartero y
Julio Sánchez Gómez (Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2005),
245-270. Sobre el episcopado mexicano véase también Francisco Sosa, El episcopado mexicano (México:
Editorial Innovación, 1978).
[9] Como es
sabido los tratadistas pusieron hace tiempo de manifiesto la influencia que en
las formulaciones doctrinales sobre el liberalismo y la Masonería tuvo la
situación vivida por la Iglesia (en realidad por los Estados Pontificios) tras
el proceso de unificación italiana, orquestada por un movimiento liberal en el
que participaban los que estaban afiliados a la Masonería, y toda la deriva
laicista y radical que vino después con el anticlericalismo.
[10] Puede seguirse con
bastante soltura lo ocurrido al respecto en la introducción que hacemos en
nuestro trabajo José-Leonardo Ruiz Sánchez, Prensa y propaganda católica
(1832-1965) (Sevilla:
Universidad, 2002). En su interior se recoge abundante bibliografía.
[11] Lo expusimos en nuestro
trabajo Ruiz Sánchez, “La Iglesia y la masonería en España a través del Archivo
de la Nunciatura de Madrid. La recepción de la Humanun genus y las acusaciones contra la
regente (1875-1899)”, en La masonería
española en la época de Sagasta coord. Ferrer Benimeli (Logroño: CEHME, 2007), Tomo II, 1.129-1.155.
Utilizamos en gran medida la correspondencia relacionada en el trabajo de
Franco Díaz de Cerio, Índice catálogo del
Fondo de la Nunciatura de Madrid en el Archivo Vaticano (1875-1899) (Roma: Iglesia Nacional
Española-Pontificia Universidad Gregoriana, 1993), aparte de la consulta
expresa en el Archivo Secreto Vaticano.
[12] Los estudios sobre la
controversia clericomasónica relativa a estos
momentos brilla por su ausencia en las reuniones del CEHME, hecho que no nos
debe llevar concluir que es inexistente. La revitalización de los talleres a
partir de las fechas indicadas puede observarse, por ejemplo, en todas las
provincias andaluzas que cuentan con estudios sobre los talleres en el siglo
XX. Véase al respecto, Fernando Martínez López y Leandro Álvarez Rey, La masonería en Andalucía y la represión
durante el franquismo (Madrid: Biblioteca Nueva, 2017).
[13] Sobre la prensa masónica y
paramasónica, véase Celso Almunia, “Clericalismo y anticlericalismo a través de
la prensa española decimonónica”, en La cuestión social en la Iglesia
española contemporánea (Madrid: Ediciones Escurialenses, 1981), 123-165.
También Ferrer Benimeli, “Masonería, laicismo y
anticlericalismo en la España contemporánea”, en La modernidad religiosa,
coord. Jean-Pierre Bastian (México: Fondo de Cultura
Económica, 2004), 111-123.
[14] Ese aspecto lo podemos ver
en un caso local como el que describimos en Ruiz Sánchez, “Los católicos
sevillanos y la masonería en el primer tercio del siglo XX”, en La masonería
y su persecución en España, coord. Juan Ortiz Villalba (Sevilla:
Ayuntamiento, 2005), 41-64.
[15] Al respeto, véase nuestro
trabajo Ruiz Sánchez, “Reflexiones sobre la controversia clericomasónica
en la Restauración y Segunda República”, Studia Historica, vol
23 (2005): 153-176.