Reseña

La masonería en Guadalajara de Julio Martínez García. Guadalajara, España: Aache Ediciones, 2020. 116 páginas. ISBN: ٩٧٨-٨٤-١٨131-08-0.

Reseñado por Rogelio Aragón

Universidad Iberoamericana, México

rogelioaragon@gmail.com

ORCID: 0000-0003-3149-9214

Recepción: 5 de octubre de 2021/Aceptación: 22 de octubre de 2021
doi: https://doi.org/10.15517/rehmlac+.v14i1.48795

Si este libro hubiese aparecido hace, digamos, unos 15 años, tal vez algunos estudiosos habrían tratado de inscribirlo en la renovada ola de estudios micro-históricos de entonces, que incluso llevó a la Academia de Reikiavik a fundar un —efímero— centro de investigaciones micro-históricas dedicado a defender y propagar este método de escritura, siguiendo las premisas del investigador germano-estadounidense Georg Iggers, quien en su momento dijo que las grandes generalizaciones históricas no siempre reflejan ni explican las realidades concretas vividas a menor escala. Pero el título del libro es engañoso: se podría pensar que es un recuento de algún aspecto específico de la masonería arriacense, visto desde la perspectiva de alguna fuente única, un hecho o fecha especiales o de un personaje en particular. En realidad, en palabras del autor, la obra “busca insertar a esta sociabilidad en el contexto general de la época, tanto a nivel masónico como social, político e histórico.”

Julio Martínez tiene la doble virtud —o el doble defecto— de ser a la vez historiador y periodista. Su método y su estilo reflejan ambas formaciones profesionales: parte de lo general, haciendo un breve recuento de qué se ha dicho para definir a la masonería y de los orígenes ingleses y dieciochescos de la organización en su forma moderna, para explicar cómo y cuándo llegó a España; sigue con su expansión y desarrollo en la península, para centrarse en la región de Castilla-La Mancha y, posteriormente, enfocarse en el contexto específico de la provincia de Guadalajara. A nuestro historiador-periodista no se le escapó ningún detalle: lo mismo presenta a personajes conocidos y habla de su filiación masónica, que explica, mediante cuadros, las logias fundadas en la zona y a qué Obediencia pertenecían, sin pasar por alto la obsesión antimasónica del autodenominado “Generalísimo” y la represión, exilio y exterminio de los que fueron víctimas los masones. Gracias a la escritura ágil, pensada para que la obra sea atractiva para un público amplio y no sólo para los académicos y especialistas, lleva con fluidez a través de las distintas etapas del proceso histórico de la organización en tierras de Guadalajara.

Son interesantes los apartados dedicados a las primeras referencias sobre actividad masónica en la región de Castilla-La Mancha y al contexto de la expansión masónica en el último tercio del siglo xix. Para el primer apartado, Julio Martínez recurrió a los procesos inquisitoriales, abiertos entre 1814 y 1820 —años de la Restauración y extinción definitiva del Santo Oficio, respectivamente—, en contra de habitantes de la zona por haberse, supuestamente, relacionado con la masonería. En los ejemplos del autor quedan de manifiesto dos características paradójicas del combate contra la masonería emprendido por la Iglesia católica a través de la Inquisición. En primer lugar, la importancia dada por los inquisidores a esta organización, condenada por el trono y el altar, que era menester perseguir y castigar. En segundo lugar, el desconocimiento de qué actividades, conductas o ideas eran propias de los masones. Así, francmasón pasó a convertirse en sinónimo de irreverente, irreligioso, blasfemo y ateo. En el caso particular de España, también de simpatizante de los gachupines.

Como lo ilustra Martínez García, que el comerciante francófilo Eugenio Merino dijo que Jesucristo y María eran tan pecadores como cualquier otro y afirmado que los santos Teresa y Juan de la Cruz eran amantes, difícilmente era algo que hubiese aprendido en una logia. O que el negociante Cándido Martín de Bernardo, de quien se sospechaba había desertado de las fuerzas realistas para enlistarse en las francesas, hubiera visitado sinagogas, opinado que fornicar no es pecado y proferido frases malsonantes con el Dios cristiano como protagonista, tampoco tenía nada que ver con la masonería. Sin embargo, ambos indiciados fueron condenados por el cargo de ser francmasones.

Sobre el contexto que propició la meteórica expansión de la masonería en territorio español hacia el último tercio del siglo XIX, el autor explica que, gracias a las nuevas garantías otorgadas por la Constitución de 1869, que incluía la libertad de asociación, la organización alcanzó una “edad de oro” en la que se fundaron cientos de logias a lo largo y ancho de la península. Pero este desarrollo numérico trajo aparejada una división irreconciliable entre los distintos organismos que intentaron aglutinar, bajo alguno de los calificativos “gran” o “grande”, a los que los masones son grandemente aficionados, a la miríada de logias individuales. De esta manera se fundaron el Grande Oriente de España, el Gran Oriente Nacional de España, el Grande Oriente Nacional de España (ojo, no es el mismo que el inmediatamente anterior), el Gran Oriente Lusitano Unido, el Gran Oriente Español, el Grande Oriente Regular…

Julio Martínez no es sólo un escritor ágil en el sentido figurado de su prosa amena. También lo es en el sentido literal de su constante movimiento. Siempre con un pie en España y el otro en México, en el momento en que escribo estas líneas el periodista-historiador se encuentra en Sigüenza, presentando su más reciente obra La masonería en la prensa mexicana a finales del siglo XIX. En un próximo número de esta revista, por supuesto que tendremos noticias sobre este nuevo esfuerzo editorial.