Recepción: 12 de diciembre de 2023/Aceptación: 16 de diciembre de 2023
doi: https://doi.org/10.15517/rehmlac.v16i1.57965
Si bien en mis tesis de licenciatura y maestría ya abordaba temas relacionados con lo esotérico (mística, cábala, catarismo y gnosticismo o corrientes demiúrgicas en términos de Michael Allen Williams), me di cuenta en la maestría de que necesitaba profundizar teóricamente en el esoterismo por dos motivos principales: por un lado, lo estudiado en la clase de posgrado impartida por el doctor José Ricardo Chaves me abrió el amplio panorama de exploración de este campo y, por otro, lo hallado en el archivo del escritor barcelonés Juan-Eduardo Cirlot me indicaba que los estudios de esoterismo occidental —o esoterología, como propone llamarla el Dr. Chaves en español— eran la mejor estrategia hermenéutica para analizar de forma más totalizadora su obra, así que insistí en el autor, pero modifiqué todo el aparato interpretativo.
Puedo dividir las fuentes esoterológicas más relevantes en dos grandes bloques:
Los pocos estudios sobre esoterismo en la España de posguerra que no tuvieran que ver con la masonería y la teosofía, ambas corrientes bien trabajadas en la actualidad, ya que Cirlot no fue masón, ni teósofo. Pude rastrear el vínculo con lo esotérico en el autor sobre todo a partir de fuentes documentales y una testimonial. Las documentales giran en torno a la recepción en España de los incipientes estudios sobre religión como los de René Guénon y del círculo Eranos (sobre todo Carl G. Jung, Gershom Scholem, Henry Corbin y Mircea Eliade), pues la hipótesis de trabajo era que estos escritos fueron los canales de transmisión de corrientes y nociones esotéricas durante el siglo xx. La testimonial fue una entrevista con Juli Peradejordi, editor de Obelisco, sobre la biblioteca del alquimista José Gifreda (m. 1980) en donde Cirlot consultó abundante bibliografía emblemática de los siglos xv a xviii.
La pregunta en parte se relaciona con la respuesta anterior, pero, puedo añadir, que en el primer capítulo establezco una serie de nombres y documentos que inician la reconstrucción de caminos esotéricos que van más allá de la masonería y de la teosofía en una época difícil de rastrear debido a la censura.
El análisis comprometido con el trasfondo esotérico en varias capas de sentido de la obra de Juan-Eduardo Cirlot para acabar con las etiquetas equívocas de poeta surrealista o metafísico.
Inicié la investigación siguiendo el agnosticismo metodológico, el rastreo de una narración de sabiduría antigua y la idea de lo esotérico como un conocimiento rechazado propuestos por Wouter Hanegraaff, el académico con el que siento más afinidad, pero el análisis poético me requirió completar esta perspectiva con otras, si se quiere, “polémicas”. Recordemos que la metodología agnóstica de Hanegraaff para estudiar lo esotérico estipula que el investigador debe suspender el juicio acerca de la veracidad o falsedad de lo que defienden sus sujetos estudiados, en este caso, esoteristas; y que solo podemos estudiarlos en su devenir histórico a través de sus discursos. Esto se enfrenta con la metodología internalista de Arthur Versluis que estipula, a su vez, la necesidad de “habitar, al menos provisionalmente, la perspectiva” del esoterista (Platonic Mysticism, 87). Bien, sigo considerando que no perder de vista los parámetros históricos y documentales es básico no sólo para ubicar a un autor dentro del esoterismo, sino para saber qué tipo de ideas estaba leyendo y con las que estaba formando conceptos propios. Pero adentrarse al mundo interno de Cirlot, me exigió un esfuerzo de comprensión igualmente interno. No quiere decir que me “convirtiera” en esoterista, pero sí tuve que ponerme de su lado. Me preguntaba constantemente ¿qué quiere decir?, y para responderme tenía que imaginarme creativamente lo que él mostraba en los poemas. Parece que si lo lees desde afuera, es decir, si el enfoque está únicamente en su discurso, lo que se advierte está muy limitado y creo que eso es lo que pasa cuando se le sigue catalogando como surrealista sin más explicaciones, el surrealismo es ese cajón de sastre en donde a veces colocamos todo lo que no encaja en un molde “realista”. Si mantienes una actitud agnóstica, en la que suspendes el juicio de decidir si el ángel es una realidad puramente discursiva o una realidad psicológica, leerás distinto. Tuve que optar por leerlo como una realidad psicológica, una visión de Cirlot, para ver al ángel en los ojos del poeta. A pesar de que su obra es un hecho literario, verlo solo así no alcanzaba para interpretarlo esotéricamente. Es necesario que lo diga para los estudiosos de esoterismo futuros, al menos en el campo literario, porque al principio de mi ejercicio hermenéutico evité conscientemente ese enfoque internalista y traté solo de reconocer motivos discursivos o temas; más adelante me di cuenta de que no era suficiente, justamente porque ese no es el tratamiento en la obra de Cirlot, puesto que no recurre a imágenes clásicas de la alquimia, como el rey y la reina, por ejemplo, sino que descubre un paisaje imaginal individual, que solo dejaba algunas pistas reconocidas en las tradiciones esotéricas.
Este reencuentro con la consciencia de mi mirada para adentrarme en la de Cirlot fue paulatino. La metodología de Hanegraaff funciona de manera directa en el primer capítulo, en el análisis de influencias o recepción de ideas; en el segundo capítulo, en donde se rastrean conceptos y se reconstruye la estructura del pensamiento de un autor; en este punto seguimos anclados en los documentos, e incluso en una progresión histórica de ellos, pero damos un salto en el que importan aspectos más sutiles, como las discusiones ontológicas, metafísicas, estéticas, espirituales y existenciales. En el último capítulo, directamente en la exégesis de los poemas, me di cuenta de que, sin advertirlo, hice lo que Cirlot cuando comentaba obras no figurativas: superponer las imágenes, la sonoridad, las palabras o los silencios sobre esquemas, conceptos y modelos esotéricos, y, luego, observaba los sentidos que emergían. Dependiendo de lo que interese investigar, es más funcional una metodología u otra, ninguna es una falacia ni implica una amenaza insalvable para “leer mal”. No obstante, debido al descrédito histórico de estos estudios, me parece que Hanegraaff es el mejor punto de partida para iniciar en este campo de investigación, pues él ha tenido éxito al posicionar la viabilidad académica de la esoterología, siempre y cuando esta perspectiva se nutra de otras, con el objetivo de entender y transmitir mejor nuestros descubrimientos.
Estoy colaborando en un proyecto de investigación colectivo dirigido por el doctor José Ricardo Chaves titulado “Esoterismo en el México moderno (1850-1950): sujetos, corrientes, campo cultural”, por lo que he profundizado en el esoterismo mexicano de principios del siglo XX y me he enfocado en analizar un tipo de poemas intelectuales, llamados por la crítica “poemas filosóficos”, de los que buena parte pueden ser mejor leídos directamente como “poemas esotéricos”. Como derivación de este cambio geográfico sigo estudiando a autores españoles, pero ahora, a aquellos que se exiliaron en México a consecuencia de la Guerra Civil Española y que produjeron obras de corte esotérico.
Quizá solo que, en este ejercicio de memoria y crítica al trabajo realizado, me doy cuenta de lo rápido que esta disciplina evoluciona y de lo difícil que resulta seguir su ritmo; ahora me gustaría haber incluido otras perspectivas, como el concepto “esoterósfera” de José Ricardo Chaves, o la propuesta de Liana Saif de “islamizar” la perspectiva de lectura de fuentes, sobre todo en un contexto español. A pesar de ello, también me reconcilio con la idea de que las tesis son reflexiones en proceso, a pesar del punto final que nos obligan a poner.
Me resta, también, agradecer esta entrevista y felicitar el logro de publicar estudios colectivos dedicados a la investigación de lo esotérico en Latinoamérica.