
Reexiones
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Sofía Vindas Solano
. Revista de las artes, 2025, Vol. 85, Núm. 1 (julio-diciembre), e62789
orales contienen un alto grado de comprensión estética que pertenece a toda la cultura, además
de la calidad estética particular de la expresión inmediata] (p. 11). El uso de la historia oral nos
permite visibilizar la subjetividad y dar voz a experiencias individuales, en tanto se “trata de un
conjunto de representaciones del mundo, mentalidades, ideologías que se comunican en forma
espontánea y hasta sobrentendida durante el curso de la entrevista” (de Garay, 1999, p 151).
Adicionalmente, el uso de las fuentes orales no es solo una decisión metodológica,
porque hablar sobre la importancia de la accesibilidad a acervos documentales y orales
puede ser considerado como una postura ética. Con mucha más razón, en contextos don-
de los archivos históricos son escasos o presentan lagunas, esta fuente se convierte en una
herramienta invaluable para reconstruir y comprender el pasado. No es de extrañar que, en
las sociedades que carecen de archivos documentales, es donde orece la historia oral.
Por esta razón, es posible catalogar como político al acto de la recopilación de la
transmisión oral, puesto que no solo preserva experiencias y conocimientos, sino que tam-
bién se posiciona como una forma de resistencia frente al olvido –sea este forzoso o no–,
especialmente en regiones donde los registros ociales pueden haber sido manipulados o
suprimidos. Esta delicada situación de nuestros archivos nos exhorta e impulsa a explorar
el potencial de la oralidad como archivo vivo, capaz de salvaguardar narrativas, tradiciones
y memorias colectivas que, de otro modo, podrían perderse. Así, lo político de la oralidad
radica en su capacidad para desaar y complementar otros registros formales o conven-
cionales, de modo que otorga voz a sectores y perspectivas marginadas de los discursos e
historias hegemónicos.
Esta noción se puede entender como “archivismo”, es decir, activismo desde el ar-
chivo. Parte de este archivismo supera meramente el acto de reivindicar el archivo, pues im-
plica el desarrollo de un “pensamiento archivístico”, en otras palabras, quien investiga debe
desarrollar una capacidad de desarticular las unidades de análisis que componen cualquier
archivo y entender, por ende, cómo se ensamblan, por qué no están, qué se guarda, qué
no se guarda, para ponderar dos elementos: los contenidos y sus repercusiones políticas.
Weld (2014) ha argumentado que este enfoque “has a dual meaning: rst, it is a method of
historical analysis, and second, it is a frame for political analysis” [tiene un signicado dual:
primero, es un método de análisis histórico, y segundo, es un marco para el análisis político]
(p. 15). Según la autora, al emplear el pensamiento archivístico, se invita a quienes estudian
estos procesos históricos a que habiten un espacio transdisciplinar, entre Historia, Antropo-
logía y haciendo uso de herramientas como la etnografía.