Publicación semestral. ISSN 2215-4906
Volumen 85 – Número 1
Julio – Diciembre 2025
Esta obra está bajo una licencia Creative Commons
Reconocimiento-No comercial-Sin Obra Derivada
Julián Garzón Vélez
Fruta fresca o bodegones de mentiras
Fresh Fruit or Still-life Lies
DOI 10.15517/es.v85i1.61745
Obras artísticas
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. Revista de las artes, 2025, Vol. 84, Núm. 2 (enero-junio), pp. ISSN 2215-4906
Fruta fresca o bodegones de mentiras
Fresh Fruit or Still-life Lies
Julián Garzón Vélez
1
Universidad del Valle
Cali, Colombia
Recibido: 30 de agosto de 2024 Aprobado: 07 de marzo de 2025
Se escucha el sonido del mar. Árboles de guayaba, aguacate, mandarina, mango, papaya
y guanábana, palmas de chontaduro y plantas de piña se bambolean por el viento. Los te-
rrenos donde se encuentran están atravesados por un caudaloso río que desemboca en el
océano. En medio del bello bodegón, la fruta huele bien, pero la rodean las moscas.
ESCENA 1. PAPAYA
Noche, Finca de Martha. Varios árboles inundan el ambiente de olor a papaya. Suena un golpe-
teo rápido en la puerta. Martha, con una vela de cera en un candelabro, sale sigilosa al portón.
HERNÁN: Lo mataron, mija, lo mataron… (Entre gritos mudos) Fue mi culpa. No de-
bía dejarlo allí. Me lo mataron, Martha… (Se ahoga y se entrecorta su voz)
Mi muchacho, mi muchacho, mujer… Doce añitos tenía. (Llora) Martha,
decime, ¿por qué el mundo es así con nosotros? ¿Es que no hicimos ya
bastante viviendo aquí?
MARTHA: Vení, Hernán. ¿Cómo que lo mataron?
HERNÁN: No estás escuchando. Estaba allí, con su barriguita vuelta nada, Martha,
y no me dejaron ni verlo. Me dijeron que, si hablaba, le daban también a
las niñas, Martha…
1
Docente de la Licenciatura en Arte Dramático de la Universidad del Valle, Colombia. Magister en
Estudios Avanzados del Teatro por la Universidad Internacional de la Rioja, España. ORCID: 0000-
0001-5848-0965. Correo electrónico electrónico: jugarteatro@outlook.com
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MARTHA: Cálmate, Hernán. Debe estar vivo.
HERNÁN: ¡Que no me digás lo que yo sé! Lo vi con estos ojos que se han de comer
los gusanos y que cambiaría con gusto si me lo devolvieran.
MARTHA: Ay, no diga eso, compadre
HERNÁN: ¿Qué más puede decir uno cuando se pierde una parte de su ser y no se
le puede ni siquiera dar sepultura?
MARTHA: Lo siento mucho, Hernán. (Se toca el cabello con preocupación) Pero
usted sabe cómo es por acá en el Frutal. Cuídese, no le pare más bolas a
esa nca de mangos y trate de buscar a las niñas. Céntrese en ellas, que
son su sol.
HERNÁN: ¿Y es que acaso por tener unas vivas no siento el muerto?
MARTHA: Hernán, yo a vos te quiero mucho, pero no te podés quedar en el proble-
ma, sino que hay que buscar una solución.
HERNÁN: ¿Y es que así nomás? Mi muchachooo.
MARTHA: ¿Dónde tenés las niñas?
HERNÁN: Están en la ciudad, donde la tía; las está cuidando, pero ellas se venían
pal pueblo mañana.
MARTHA: Vos lo que tenés que hacer es irte de este pueblo, como cuando pasó lo
de aquella, pero no irte un rato, sino irte para siempre, para nunca volver,
perderte, que si te ven por acá… (Se ahoga en un susto) Y el muchacho
guardátelo en tu corazón, en donde se quede como un recuerdo, pero no
amargo, sino como de esos dulces de mango, de esos recuerdos que,
cuando les contés a las niñas, les dé esperanza y no esa tristeza con la
que vivimos por acá.
HERNÁN: Por no ser capaz de alzar la cabeza y decir las cosas como son, Martha,
es que estamos así por acá. (Renegando) Vos no entendés nada.
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MARTHA: Yo no tengo ninguna culpa en lo que está pasando, pero igual te abrí la
puerta a esta hora. ¿No dice eso ya mucho de mi posición? Yo a vos te
respeto mucho y mucho más a tu muchacho, que en paz descanse.
HERNÁN: (Sentándose con el peso de los días sobre él) Mirá lo que le quité ayer.
(Saca un aguacate) No sé qué hacía con esto, Martha, pero yo lo regañé
tan duro que lo mandé a coger el mango del árbol, el que estaba car-
gado… Eso es trabajo pa’ grandes, pero tenía que castigarlo de alguna
forma, Marthica… Y vea, allá se quedó el muchacho hasta la noche
comiéndose los maduros, los dulcecitos que me decía que sabían a puro
azúcar. Cuando escuché el estruendo y llegué, estaba tirado allí en medio
de los mangones y cerquitica del río, con su camisita blanca manchadita
de amarillo mango y teñida de rojo venganza por los que me buscan
Fue mi culpa, Martha, yo sabía que eso podía pasar y no debí dejarlo solo,
no debí castigarlo.
Se escuchan pasos. Algunas linternas en movimiento iluminan la casa de Martha. Hernán
corre a esconderse en la cocina.
MARTHA: No, no, no. Salite de ahí, Hernán. ¡Salite!
HERNÁN: (Preocupado) Deben estar buscándome.
MARTHA: , mijo, pero lo siento mucho… Usted sabe que no puedo.
Los pasos se escuchan más cerca.
HERNÁN: Prestame el celular pa’ llamar a Luz Dary.
MARTHA: Hernán no… yo no puedo prestarle nada. Ya no puedo prestarle nada.
Usted… ¡A usted lo marcaron, compadre! No me ponga en estos predi-
camentos, que pesan más las frutas de una que las ajenas.
HERNÁN: Pero es solo una llamada, Martha. ¿Me vas a negar un minuto?
MARTHA: Un minuto que no quiero perder con mis muchachos. Y ya salga, compa-
dre. (Señalándole) Por allá, por el galpón, no lo ven.
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HERNÁN: (Susurrando) Tengo que avisarle a Luz Dary que no se venga con las
niñas. Ellas iban a venir palas estas del Frutal. Tengo que contarle. Un
minutico o les mando un mensaje.
MARTHA: Eso lo pueden rastrear. ¿O usted quiere que también les toque a los míos?
Discúlpame, Hernán, que te hable así, pero las cosas son como son.
HERNÁN: ¿Y todas las veces que yo he ayudado a los tuyos?
Varias linternas iluminan el portón. La luz se entra por las ventanas.
MARTHA: Apúrele pues, que me toca abrirles, sino van a empezar a pensar mal.
HERNÁN: A tu muchacho lo metí al colegio y les ayudé construyendo esta casita
cuando llegaron sin nada, y ahora, cuando mi niño necesita, ¿me vas a
salir con esto?
MARTHA: (Echándole la bendición) Rece, Hernán, encomiéndese a Dios, que yo
también voy a pedir por usted.
HERNÁN: Mi niño rezaba a diario, Martha… Pero los cielos no ven todas las frutas
del paraíso.
Martha se asoma por la ventana.
MARTHA: Corré, Hernán, corré, que están armados.
Hernán sale corriendo por el galpón de las gallinas.
ESCENA 2. GUAYABA
En medio de un gran guayabal, Hernán con chaqueta amplia, sombrero y una maleta, habla
con Alcides, quien está arando la tierra. En esta nca, el olor a guayaba madura es penetrante.
HERNÁN: Solo sería cavar y enterrar allí este palito que está naciendo. (Le muestra
un pequeño retoño de mango en una materita) La idea es que quede allí
donde va a estar él.
ALCIDES: Pero tiene que ser guayaba.
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HERNÁN: Es solo un favor, por mí y por él.
ALCIDES: El mango es muy vistoso y eso, en unos meses, comienza a notarse. Ahí
mismito van a empezar a preguntar que quien sembró eso.
HERNÁN: No hay que estar tan prevenidos.
ALCIDES: Prevenidos es precisamente lo que ha mantenido estas guayabas cre-
ciendo. Cualquier mata mal sembrada es un problema.
HERNÁN: Solo es un favor. Usted sabe que yo he dado todo de mí por el Frutal.
ALCIDES: Nadie lo pondría en duda, pero yo no estoy para problemas.
HERNÁN: Es un palito de mango. Hágalo por nuestra amistad, por los muchachos.
ALCIDES: Desde que los muchachos aprendieron a leer, están colocando más pro-
blemas. Ahora dicen que saben cosas y comienzan a preguntar por los
encierros, que por qué no pueden bajar al río o ir bañarse en la desembo-
cadura. Esas lecturas hacen a la gente meterse en problemas. Lo mejor
es estar prevenidos y hasta me duele la cabeza de esa pensadera por lo
que voy a hacer con esos muchachos ahora que están creciendo.
HERNÁN: Le duele porque está somatizando el miedo. No hay que ponerse para-
noico, Alcides. Uno se vuelve paranoico cuando
ALCIDES: A mí no me tiene que educar con esas palabras raras. Y si estoy sima-
tirando las preocupaciones es porque no deberíamos estar teniendo
esta conversación.
HERNÁN: Es solo una matica, de las que tanto le gustaban a mi muchacho.
ALCIDES: Las matas también meten en problemas a la gente. ¿No se acuerda lo
que me pasó a mí? (Le muestra la mano sin dos dedos) Uno con esa
gente queda curado. Yo siembro guayabas y guayabas le sembraré allí si
quiere, pero no le prometo nada.
HERNÁN: Por la amistad.
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ALCIDES: Por la amistad le voy a hacer el entierro. Yo hablé anoche allá y me dieron
el permiso, pero lo tengo que enterrar ahí afuerita en la entrada de la Ma-
tilde Nieto, justo antes de entrar a su tierra. Quieren que quede como ad-
vertencia en esa tierra y usted sabe que allí afuera no hay nada sembrado.
Sería muy evidente. Antes dejaron darle la sepultura porque era un niño.
HERNÁN: (Conteniendo las lágrimas) No poder uno ni siquiera enterrar a su
muchacho
ALCIDES: Tome aire y fuerzas por sus niñas.
HERNÁN: Gracias, Alcides, siempre ha sido usted un buen hombre.
ALCIDES: No tanto como lo es usted
HERNÁN: Por favor, un arbolito de mango donde quede, Alcides. Gracias.
ALCIDES: Será un guayabal muy grande, inmenso. Se verá desde el mar y tal vez
no ahora, pero sí, un día podrá comer el fruto con su hijo, donde sea que
esté. Claro que ese día usted ya estará fuera de este mundo y aún falta
bastante, Hernancito.
HERNÁN: (Abriendo sus brazos y con un rostro esperanzado) Un abrazo, hombre.
ALCIDES: Sin contacto porque, a veces, los árboles también tienen ojos.
HERNÁN: Ando sin apoyo, hombre.
ALCIDES: Tranquilo, don Hernán, que, cuando crezca el arbolito, será de guayaba,
pero tendrá sabor a mango.
HERNÁN: (Sonríe). De guayaba con sabor a mango.
Alcides continúa arando la tierra. Hernán, un poco esperanzado, se va.
ESCENA 3. PIÑA
Tienda en la plaza del pueblo. Algunas piñas viejas colgadas. Hernán con saco, ruana y
sombrero.
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HERNÁN: Doña Mirella, me regala un minuto a celular.
MIRELLA: Hoy no fío, mañana sí, mijo.
HERNÁN: Doña, por favor, de verdad es solo uno. Es importante.
MIRELLA: No, mijo, de verdad que acá no se prestan teléfonos a nadie.
HERNÁN: Doña Mirella, es que no tengo de otra. Nadie ni siquiera me quiere vender
un minuto. Acá la gente es muy desagradecida.
MIRELLA: (Reconociéndolo) ¿Hernán?
HERNÁN: Pero no hable duro, que acá hasta las frutas oyen.
MIRELLA: (En voz baja) Hernán, a usted todos lo andan buscando. (Preocupada) No
me haga esto, mijo. Siga su camino.
HERNÁN: Doña Mirella, ¿y es que estoy cagado o qué? Para que no me quieran
tratar.
MIRELLA: Don Hernán, sin bulla, ¿sí?
HERNÁN: ¿Tengo lepra? ¿O es que huelo maluco? Estoy desesperado, Mirella.
MIRELLA: No me haga escándalo y mejor siga su camino.
Mirella comienza a empacar piñas en bolsas.
HERNÁN: ¿Y acaso no se acuerda de todo? Cuando estuvo enferma, ¿no la ayu-
dé con la colecta para las medicinas? ¿No iba yo mismo a caballo a
traérselas?
MIRELLA: Yo le estoy agradecida, pero los tiempos cambian, mijo… A veces uno
está bien y al otro día ya es harina de otro costal.
HERNÁN: Y cuando le nació ese niño sin padre, ¿quién la defendió con la comunidad?
MIRELLA: No me haga pasar vergüenza y, si va a ponerse a sacar todo en cara,
mejor váyase.
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HERNÁN: Doña Mirella, un minuto, por favor. Es lo único que pido y me voy. Tengo
que hablar con mi hermana, para que no venga con las niñas a las estas
del pueblo. Usted sabe que no hay nada que celebrar...
MIRELLA: (Evitando escuchar) Voy a llamar a Omar y a él no le tiembla la mano.
¡Omar!
HERNÁN: Omar siempre ha preferido su dignidad a la de los demás. (Hablándole a
Omar) O no, ¿Judas? ¿Sabe qué? Métase ese minuto por donde le…
MIRELLA: Mire, Hernán, no me aguanto más su grosería. No voy a llamar a Omar
sino a los otros.
HERNÁN: En este pueblo del Frutal no queda sino el nombre, porque todo parece
un bodegón podrido.
MIRELLA: ¡Que se vaya!
Desde el fondo de la tienda, Omar se asoma.
HERNÁN: Me voy, doña Mirella… Uno nunca ayuda porque espera algo a cambio, pero,
por lo menos, a algunos nos gustaría recibir gratitud, aunque sea a veces.
Mirella lo mira y empaca rápido una piña por debajo del mostrador. Omar la mira con
malagana.
MIRELLA: Llévese esta piña pal camino, Hernancho. Acá lo estimamos, pero es lo
ximo que podemos hacer y vea, por favor, vaya en paz.
HERNÁN: En paz está mi niño y parece que a nadie le importa.
MIRELLA: Acá también hay niños, no les traiga la calamidad. Coja la piñita.
HERNÁN: Nunca me he untado de eso y no lo haré.
MIRELLA: Es pa’ que coma.
HERNÁN: ¿Una piña por un minuto?
MIRELLA: Usted sabe que acá no podemos poner en peligro a los nuestros. Llévela,
aunque sea para el camino.
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HERNÁN: Acá los oídos sordos no escuchan gritos.
MIRELLA: Agarre, Hernancho, que ya la gente está mirando mucho.
Omar se acerca y abraza a Mirella.
HERNÁN: Que le vaya bien con su negocio y que su hijo siga creciendo. Hasta
luego, Omar, gusto en verlo.
MIRELLA: ¡Hombre! Que se lleve la piña, que el dulce por lo menos le quita un rato
la amargura (Le guiña el ojo a Hernán y le pasa la piña).
HERNÁN: Como si la amargura que tengo la quitara un dulce. Bueno, Mirella, gra-
cias, a caballo regalado no se le mira el colmillo.
MIRELLA: A yegua con hijo no se le traen problemas.
Hernán, de mala gana, se lleva la bolsa con la piña. Mientras camina la saca y, dentro de la
bolsa, encuentra un celular viejo untado de piña. Se enmelota las manos y corre a marcar
mientras huye hacia los árboles.
ESCENA 4. GUANÁBANA
Una nca abandonada, con la maleza alta y la casa un poco destruida, alrededor gran canti-
dad de árboles de guanábana. Adentro se encuentra Guillermina, una anciana delgada y de
avanzada edad postrada en una silla de ruedas de madera. Guillermina es limpiada con un
paño húmedo por Hernán. Todo es iluminado por la luz de unas velas.
GUILLERMINA: ¿Ya qué hora es, mijo?
HERNÁN: Son más de las 11.
GUILLERMINA: Vino tarde hoy, papi. (Sonriendo) ¿No me trajo un manguito de esos
tan ricos?
HERNÁN: No hay cosecha, Mina, pero, cuando haya, le traigo.
Con el paño comienza a limpiar su cuello. La anciana mueve lento su cabeza. Hernán mira
hacia afuera.
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GUILLERMINA: ¿Cómo están sus muchachos?
HERNÁN: (Suspirando) Creciendo, doña, creciendo.
GUILLERMINA: Míreme, a mí no me mienta, mijo. Esa carita de preocupación que tiene.
¡Ay Dios bendito! No me diga que pasó algo malo.
HERNÁN: Nada, Mina, nada. Venga, voltéese un poquito para limpiarle por aquí
las orejitas.
GUILLERMINA: Acá, en este pueblito, cada semana hay otro problema. Que la virgen nos
proteja y lo proteja a usted. Esa gente no tiene escrúpulo, ni vergüenza,
son unos energúmenos. Hay que cuidar a esos muchachos, darles ánimo
pa’ que se vayan, que vivan su vida. Vea que yo me quedé sin ninguno por
no hacer nada, sin nadie, mijito (Se le vienen sus lágrimas).
HERNÁN: (Tragando duro y sacando ánimo) No diga eso, Mina. Me tiene a mí y a
los niños de la escuela que la adoramos a usted, a doña Chela, a Emilse
y don Baudelino.
GUILLERMINA: Tan bellos, mijos, pero yo entiendo que ya cada quien debe hacer su vida
y no hay que exponerse.
Hernán comienza a limpiar sus brazos, remoja el paño en agua y la pasa por cada una de
las arruguitas de la señora.
HERNÁN: Mientras los muchachos sigan acá, vamos a estar viniendo a cuidarla,
darle sus cariños, saludarla y traerle su comidita.
GUILLERMINA: Pero no vayan a coger las guanábanas porque esas sí ya las tienen
contadas. Ese niño Felipe siempre que viene se me come alguna, queda
bien untandote y dice que no hizo nada y manchado por todo lado, cho-
rreando fruta.
HERNÁN: Pero hay que decirle. Él es bien entendido.
GUILLERMINA: Lo que me da es risa que se las coma. Yo igual ya ni siquiera las pruebo,
ni alcanzo a bajarlas. Siento es miedo porque le digan algo y… y
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HERNÁN: Tranquila, Guillermina. Voltéese y muéstreme la manito para limpiársela.
Hernán la levanta un poco de la silla y mueve a Guillermina. Hernán mira hacia afuera.
GUILLERMINA: Ya no tengo hijos, pero lo tengo a usted.
HERNÁN: Claro que los tiene. Deben estar por allá en lugar lleno de frutas bien ri-
cas, esperándola para comer, pero todavía no le toca, Mina, todavía tiene
mucha lora que dar… (Silencio, mientras sigue limpiando a Guillermina.
La mira a los ojos y mira hacia afuera). Guillermina, yo voy a tener que
ausentarme un tiempo. Discúlpeme, no es porque quiera.
GUILLERMINA: No diga más, mijo, y muchas fuerzas y bendiciones. Yo entiendo, ya ha
hecho mucho por esta abuela sin nietos. Ustedes son el futuro del Frutal
y nosotros somos ese pueblito viejo como la canción. (Sonríe) ¡Coja la gui-
tarra, Hernán! Cantémosla, ¿sí? Alegre a esta vieja con música, tan bueno
que es cuando usted viene y nos sentamos todos acá a cantar.
HERNÁN: ¿No haríamos mucha bulla? Espere mejor.
GUILLERMINA: ¿Le está dando miedo? Toque la guitarra, mijo.
HERNÁN: A mí nadie me da miedo.
GUILLERMINA: Es normal sentir eso. ESA gente hace de todo para que sintamos miedo,
mijo, para que no nos atrevamos. Acá todos en este pueblo estamos, y
perdona la palabra, cagados del susto, pero de los poquiticos que hemos
visto que nos anima es usted.
Hernán escurre el trapo de limpiar y saca un talco que comienza a echarle a la abuela.
Mira para afuera.
HERNÁN: Es que a veces uno siente que no puede más, Guillermina, Linda Mina.
(Mira para afuera) Que nadie se preocupa tanto como uno o por uno.
Saca un pijama.
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GUILLERMINA: Pero no es culpa de la gente, el miedo nos mata, papito, a mí me pasó y
vea en la silla que me dejaron cuando hablé. ¿Cómo no nos va a dar susto
hablar? Ya ni el saludo se lo doy a nadie, solo a usted… Si yo fuera capaz,
cogería una escopeta y me voy detrás de todos esos bandidos.
HERNÁN: Sería la rambo abuela, Mina. (Guillermina se ríe y suspira sin su cajita de
dientes) Déjele esas labores a los jóvenes, que no necesitan armas sino
libros. Confíe en, Guillermina, que este pueblo va a cambiar. Usted ha
visto cómo a los muchachos se les iluminan los ojitos por aprender, cómo
cantan acá con ustedes los abuelos, cómo los escuchan. ¿Cuándo se
había visto eso en este pueblo? Usted sabe que, con la Matilde Nieto, las
cosas van a empezar a cambiar. La educación es una fuerza más pode-
rosa que el miedo. Y no cualquier educación, porque lo que importa no
es solamente la información de los libros, sino cómo se usa para ayudar
a los otros. Somos miles de millones de humanos, imposible que no haya
uno solo que se preocupe por los demás, Guillermina. Si estamos tantos
aquí, es por algo y, con ejemplo, buenos actos, ayudando a los demás,
mostrando la buena cara. Así, así, vamos a romper con el silencio y aca-
bar con el miedo.
Guillermina, con una cara tierna, estira los brazos. Hernán la abraza fuerte. La anciana le da
un inmenso beso en la mejilla. Hernán, con ánimo, coge la guitarra y se hace al lado de ella.
Toca y cantan juntos.
HERNÁN: Pueblito de mis cuitas, de casas pequeñitas,
por tus calles tranquilas, corrió mi juventud.
En ti aprendí a querer por la primera vez
y nunca me enseñaste lo que es la ingratitud.
Hoy que he vuelto a tus lares trayendo mis cantares
y con el alma enferma de tanto padecer,
quiero pueblito viejo morirme aquí en tu suelo,
bajo la luz del cielo que un día me vio nacer
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“Pueblito viejo” de Garzón y Collazos, canción popular de los pueblos colombianos (audioco-
lombia, 2010).
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Hernán se da cuenta que Guillermina está dormida y sonríe. Se escuchan pasos y murmu-
llos a lo lejos sobre el pasto de la nca. Hernán se percata que lo están siguiendo. Apaga la
vela. Respira hondo, le da un beso en la mejilla a Guillermina y sale a correr.
ESCENA 5. CHONTADURO
En medio de la penumbra, la luz de la luna reeja algunas palmeras. Se escuchan el sonido
de las hojas cayendo y del pasto moviéndose. Los dos caballos del establo relinchan. A lo
lejos se escucha el río y el oleaje del mar. Entre visos de luz, se ve a Óscar llevando una
escopeta en sus manos, a su lado un joven le acompaña. El joven saca y saca la lengua.
FELIPE: Ean apa, Eand.
ÓSCAR: Pipe, haga silencio, que puede ser un animal.
El señor camina con sigilo y con la escopeta rme.
FELIPE: Ofe Ean, el ofe Eand.
ÓSCAR: Que silencio, Pipe. No haga bulla, mijo, que nos mete en problemas. A
hay algo más grande que una rata.
El joven comienza a hacer señas, señala a una palma y agita su mano saludando.
FELIPE: Ola pofe, el ofe Eand.
HERNÁN: Hernán, mijo, se dice Hernán.
ÓSCAR: A mi muchacho solo lo corrijo yo (Aprieta y apunta el arma hacia Hernán).
FELIPE: Soo, mi Apa e ice e aeue… Soo, mi Apa e ice e hace.
ÓSCAR: Eso, mijo… (A Hernán, apuntándole) ¿Qué hace acá? ¿Salga donde se
deje ver?
HERNÁN: Nadie te puede decir qué hacer, Felipe.
ÓSCAR: Pipe, le decimos.
FELIPE: Feipe me llamo poque io joi uico e ieepetible.
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ÓSCAR: No le meta ideas raras a mi muchacho que acá toca hacer lo que nos
digan. ¿O quiere que terminemos todos como el Joaquín?
HERNÁN: Siempre has sido tan insensible, Óscar.
FELIPE: En pa deace Joain (El muchacho se acerca a abrazar al profesor). O iero
muo oe Eand.
ÓSCAR: Al piso, al piso, gonorrea. Quítese, Pipe, muévase y deje las maricadas
(Empuja al muchacho).
HERNÁN: No hay necesidad de ese trato, hermano.
ÓSCAR: Hermano suyo no soy.
HERNÁN: Nos conocemos desde chiquitos, Óscar. ¿O quién fue el padrino de tu
matrimonio?
ÓSCAR: Eso fue hace mucho.
HERNÁN: Apenas en marzo.
ÓSCAR: Y ya es julio. Las cosas cambian así en el Frutal.
HERNÁN: ¡La gente del Frutal es una mierda!
ÓSCAR: Acá cada uno carga con su cruz. ¿Usted no carga con la de su señora
también?
HERNÁN: No te metás con la memoria de ella.
ÓSCAR: Se calla, sapo. ¿O usted cree que es el único sobre el que han tomado
venganza?
HERNÁN: Pero esta vez fue un niño. A vos nunca te han dado duro, nunca te ha
tocado tan duro.
ÓSCAR: ¿Que te pongan un arma en la cabeza y un tipo te dé por el culo es po-
quito? Que te den por el puto culo mientras apuntan a tu hijo (Mirando a
Felipe). ¿Es poquito?
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HERNÁN: Ay, Óscar, no sabía, compadre. (Avergonzado) Lo siento mucho, siento
mucho lo que le pasó.
ÓSCAR: Sin lástima, Hernán, que a cada uno le han tirado sus cáscaras podridas.
Óscar le coloca el arma en la cabeza.
HERNÁN: Si me va a disparar, hágale, hermano, que no tengo miedo.
ÓSCAR: No me obligue, Hernancho… ¿Dígame qué hace acá a ver si lo dejo se-
guir? (Le empuja la cabeza con el arma)
FELIPE: No, no no. Vioencia no. (Saltando y molesto). Vioencia maaa, muy maa.
ÓSCAR: Se calla, Pipe, o también te doy… (Felipe se aleja)
HERNÁN: El muchacho ha estado aprendiendo, Óscar. Mire que ya habla más uido
y todo y está logrando escribir las vocales. Con práctica, yo creo que se
puede graduar del colegio.
ÓSCAR: Dejá de decir sandeces que yo lo quiero, aunque esté así, pero las cosas
hay que decirlas por su nombre, ¡nació bobo!
HERNÁN: ¡Óscar! Hasta está cantando. El muchacho canta y lo hace muy bien,
ana y todo. A vos que te gusta la música y a tu mujer, así le estoy ense-
ñando, con canciones.
ÓSCAR: ¿Y de qué le sirve que cante si eso no le va a dar de comer, dizque can-
tar? Tan güevón.
HERNÁN: Entonces matame porque vos parecés que querés conversar.
ÓSCAR: ¿Qué hacés acá?
HERNÁN: Solo necesito algunas cosas para el camino.
ÓSCAR: Nada de cosas.
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HERNÁN: Un caballo, Óscar, para ir a la otra vereda. No puedo montar en Yip por-
que están vigilando y ni me puedo aparecer en mi casa. Me están bus-
cando, a duras penas pude ir donde Guillermina y me siguieron. Mañana
me voy pal pueblito, allá recojo una plata y pa’ la capital a ver a mis niñas.
FELIPE: Aen y oa, más indas.
ÓSCAR: Callado, Pipe. (A Hernán) ¿No vas a volver?
HERNÁN: No sé, Óscar. No sé. Menos con esa escopeta en mi cabeza
ÓSCAR: (Bajando la escopeta) Ay, Hernán. Yo no tengo ningún rencor, pero no
quiero meterme en problemas. Yo sé que usted me ha ayudado mucho. Y
le agradezco, hermano, toda la vida me ha tendido la mano. Hasta me ha
parado duro con usted contra esos manes. Pero entiéndame, si le presto
un caballo, cuando lo encuentren van a saber que es mío. Hágase un
favor a usted y a sus hijas, déjese coger. Ellas están bien sin usted, usted
trae problemas.
HERNÁN: Cuando tu casa se la llevó la creciente del río, trabajamos juntos para re-
construirla, ¿o no?
ÓSCAR: Los rostros cambian, Hernán, y ahora vos no sos una cara bienvenida.
¿Las niñas están bien? (Levanta el arma con un rostro serio y frío)
HERNÁN: Están donde Luz Dary. (Óscar apunta) Hermanito. por favor, por favor. No.
Yo quiero ver a mis niñas.
ÓSCAR: Lo mejor es que usted no les molesté la vida a los demás y así pago mis
culpas con los podridos esos. Acá ya vinieron desde el primer día, en mí
no confían y porque siempre me les he parado duro con usted, pero hoy
llegó el día en que van a conar y ni conmigo ni mi familia se van a meter.
Es mejor tenerlos de amigos que de enemigos.
HERNÁN: Mis muchachas, mis niñas
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Hernán se intenta levantar. Óscar le pega con la cacha del arma, se alista para disparar,
respira profundo. Apunta. Felipe corre y se coloca en el medio de los dos, temblando co-
mienza a cantar.
FELIPE: Chontaulo, maulo,
El del neglito altulo
Chontaulo con pam
Complan y no me an
ÓSCAR: (Con los ojitos encharcados) Canta, mi niño, canta
Óscar se queda observando al niño mientras sus ojos se llenan de lágrimas. Hernán se
levanta, los mira, intenta halar la rienda de un caballo del establo, pero este se resiste.
Hernán sale a correr y se pierde en medio de las palmeras y el olor a chontaduro de la
nca. El río suena.
FELIPE: Chontaulo, maulo,
El del neglito altulo
Chontaulo con pam
Complan y no me an
3
.
ESCENA 6. FRUTAS MADURAS
Pueblo pequeño en las montañas, local de envíos en esquina humilde. Hernán aparece bas-
tante oculto entre sus ropas. Lleva gafas oscuras.
CÉSAR: (Sacando la mano por una ventanilla) ¡Cédula!
HERNÁN: Me la enviaron, fue con el nombre.
CÉSAR: Pero no se la puedo entregar sin documento. ¡Cédula!
3
“Chontaduro Maduro” de Jairo Ojeda, canción popular infantil (Ojeda & Ojeda, 2015).
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HERNÁN: Ay, señor, solo son treinta mil pesitos.
CÉSAR: La ley es para todos, amigo. ¡Cédula!
HERNÁN: César, por favor. (César lo mira. El hombre se baja las gafas. Hernán lo
mira a los ojos y le habla en voz baja) Vos me conocés. Soy Hernán. Míra-
me, hermano, el de siempre, el de la nca los mangos, tu amigo, tu panita,
solo que estoy oculto. Si te contara por las duras que estoy pasando.
CÉSAR: ¡Cédula!
HERNÁN: Uy, César. No se haga el que no me conoce… Vea le tengo una buena
noticia. Antes de este corre corre, el abogado de la capital me llamó para
decirme que ganó la tutela, que sí van a operar a su mamita. Yo le dije,
hermanito.
CÉSAR: Yo llamo al servicio médico para solucionar los trámites
HERNÁN: (Desesperado) ¿César?
CÉSAR: Señor, la cédula o no puedo colaborarle.
HERNÁN: Ni siquiera las gracias, César… Panita, es de urgencia. No tengo nada,
me sacaron de la casa y la Luz Dary me mandó alguito pa coger un bus
a la capital. Es poquito, pero una gran ayuda, hermanito, rápido.
CÉSAR: Para que no digan que uno no colabora, me puede mostrar la copia o, si
tiene foto, entonces el celular.
HERNÁN: Usted sabe que es mejor que no, no puedo dar papaya.
CÉSAR: Amigo, entonces ahí sí no puedo colaborarle. El sistema me exige cédula.
HERNÁN: César, vos sabés que el sistema de estos pueblos no tiene ningún sensor.
Acá todo es anticuado, amigo.
CÉSAR: Amigo no soy.
HERNÁN: ¿Y lo de su mamá no dice mucho?
CÉSAR: No se meta con mi madre.
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Fruta fresca o bodegones de mentiras
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HERNÁN: Denitivamente… Vea, César.
Hernán dirige las manos a sus zapatos y de la media saca un papel que, al desenvolver,
contiene su documento de identicación. La entrega mientras titubea.
CÉSAR: Acá no registra nada a su nombre.
HERNÁN: Revise bien, por favor
CÉSAR: El sistema está lento.
HERNÁN: Hermano, ¿qué está haciendo? Solo son treinta mil pesitos para el pasaje.
¡Me le dieron al niño! ¡César! ¡Ayúdeme! Todavía tengo las niñas, tengo
mucho para ellas. Hermano, colabóreme ahí. No hay que dejarse. El mie-
do pudre las cosas. Si rompemos esta cadena, deja de pasar lo mismo.
El miedo parece que salva de la desgracia, pero, en realidad, carcome
César, por la amistad.
CÉSAR: Lo siento, Hernán, pero, con la cédula, se verica la fruta podrida.
Discúlpame.
Por detrás de Hernán, aparecen dos hombres con las manos en su chaqueta. César agacha
la mirada. Hernán desilusionado mira a su alrededor y observa a César levantar las manos.
Cuando el hombre le va a coger el brazo, Hernán sale corriendo. Uno de los hombres saca
un arma y le persigue. Se escucha el estruendo del disparo a lo lejos.
ESCENA 7. PIÑA PARA LA NIÑA
Mariano, con sombrero y botas pantaneras, se acerca con varios hombres a la tienda de
Mirella. Se asoma al mostrador. Los hombres se quedan alrededor. Huele a piña.
MARIANO: ¿Ha visto a esta frutica? (Mostrando una foto de Hernán)
MIRELLA: Por acá hace rato que no lo vemos.
MARIANO: Lo conoce entonces.
MIRELLA: Poco, señor, poco.
MARIANO: Yo la he visto varias veces con ese Mango.
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MIRELLA: Ya le dije que hace tiempo que no lo veo. (Con una sonrisa)
MARIANO: ¿Y hace unos días no vino por aquí?
MIRELLA: Después de lo que pasó allá arriba, nadie ha vuelto a verlo.
MARIANO: (Sonriente) Cuénteme lo que pasó arriba.
MIRELLA: Si no sabe usted, entonces quién.
MARIANO: ¿Así contesta? ¿Insinúa que yo sé qué pasó?
MIRELLA: No, señor. ¿Cómo se le ocurre?
MARIANO: Ah, ¿está diciendo que fueron otros? ¿Tengo que comprobarle todo a
usted?
MIRELLA: (Bastante afectada) Le mataron al muchacho, al Joaquín.
MARIANO: Estaba biche todavía, pero ya se veía que iba estar gusaneada esa fruta.
Lástima ese accidente que tuvo.
MIRELLA: Me hacía mandados por gusto, aunque yo siempre le daba alguna
monedita.
MARIANO: (Casi gritando) ¿Por qué lo mataron?
Omar aparece dentro de la tienta. Observa al señor.
MIRELLA: Tranquilo, mijo, solo están haciendo unas preguntas .
MARIANO: Dígale qué tipo de preguntas. (Mirando a Omar) Tiempo sin verlo, Omar.
¿Cómo le va cuidando niño ajeno?
Omar sonríe falsamente.
MIRELLA: Esto ya se resolvió y hasta el cura del pueblo me apo.
MARIANO: Porque le ayudó el manguito.
MIRELLA: A mí no me ayudó nadie, señor.
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MARIANO: Todos sabemos que él le tendió la mano, que le traía los medicamentos y
ahora se hace la que no se acuerda.
MIRELLA: Señor Mariano, hace rato que no lo vemos.
MARIANO: ¿Por acá estuvo el viernes?
MIRELLA: No, señor, hasta las ventas estuvieron malas ese día. No estarían tan ma-
las si se pudiera tener la tienda abierta hasta tarde o vender las frutas.
MARIANO: ¡Óigame bien! Si le incomoda alguna cosa, dígala directo, no dé tanta
vuelta.
Omar se acerca a Mariano.
MIRELLA: Ya, mijo. Quédese allá (Omar retrocede).
MARIANO: Lo vimos andando con una bolsa de piña y acá la que tiene piñas es us-
ted. Así que no puede haber confusión.
MIRELLA: De pronto la compró. Hay ventas en todo lado.
MARIANO: Y eso quiere decir que, si la compró, es porque alguien se la vendió y,
si alguien se la vendió, es porque ha estado desobedeciendo las reglas
y las normas de convivencia que se han creado para todos, porque a
sabemos que las frutas no se tocan. Entonces, Mirella y Omitar, ¿ustedes
han estado faltando a la convivencia?
MIRELLA: Señor, para nada… Él sí vino, sí vino el viernes. Nos dijo que necesitaba
llamar y que le diéramos minutos, pero nos negamos, como dicen las
normas, nos negamos. Como dijeron ustedes que se debía hacer. Las
piñas las estamos empacando y ya las van a poder recoger. Acá siempre
cumplimos el deber, ¿o no, Omar?
Omar asiente.
MARIANO: ¿Y es que usted cree que conamos en Omar por lo que hizo?
MIRELLA: Déjelo quieto. Él ya pagó sus deudas.
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MARIANO: Por algo la gente del pueblo le quitó la lengua, ¿no, Omar? Porque la an-
daba desenrollando, contándonos cosas a nosotros.
MIRELLA: Él ha cumplido con ustedes.
MARIANO: Por eso le dicen Judas. Uno no confía en los sapos. El que traiciona una
vez la vuelve a hacer.
MIRELLA: ¿Y nosotros con la tienda le hemos quedado mal? ¿O se le ha quitado
algo? Omar es un buen hombre. Se hizo cargo del niño.
MARIANO: Aunque no era de él, que hombresazo, ¿no?
MIRELLA: No más, ya diga que es lo que nos va a hacer, que, en esta zozobra, no
vive nadie.
MARIANO: (Molesto) Dejen la güevonada y van soltando la lengua que le hace falta.
Pásele este papel a Omar. (Saca una hojita del bolsillo) Que anote allí si le
dieron o no minutos al Manguito.
MIRELLA: (Asustada) Por favor… Acá no le dimos nada.
MARIANO: ¡Que escriba Omar!
MIRELLA: Dígame, ¿qué nos va a hacer? Ya estoy cansada de esta sensación. (Sa-
cando fuerzas) ¿Nos va a hacer lo mismo que le hizo a doña Guillermi-
na? Era una abuelita, por favor. ¿Tirarla al río? Ya nada iba a hacerles, ya
no tenía a nadie. A duras penas Hernán la cuidaba. Ya eran dueños de
sus guanábanas, solo la debían dejar vivir allí. ¿Qué otra cosa hay que
soportar?
MARIANO: Como sabe cosas. Voltéese por chismosa.
MIRELLA: ¿Qué?
MARIANO: No se haga la boba, que se agache y levante el vestido a ver si aprende.
MIRELLA: ¡No! Otra vez no. (Comienza a gritar mientras el señor Mariano entra hacia
la tienda) ¡Omar! ¡Omar, por favor!
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MARIANO: Piña para la niña. (Empujando las cosas)
MIRELLA: ¡Omar! ¡Omar!
MARIANO: Escriba, Omar, o nosotros le vamos quitando otra parte de ese cuerpecito
pa’ que empareje.
MIRELLA: (Desesperada mientras Mariano le apunta con su arma) ¡Omar! ¡Omar,
amor! ¡Por favor!
MARIANO: Se calla (Hace señas a sus hombres que se encuentran afuera. Entran
al lugar).
MIRELLA: (Totalmente agobiada) Omar, Omar. (Mirándolo con desilusión) ¿No es
que me quería, Omar?
MARIANO: A ver si le hacemos otro niño.
Omar escribe en el papel y lo entrega.
MIRELLA: Omar, Omar. ¡Omar! (Mariano le tapa la boca y ella sigue repitiendo el
nombre).
MARIANO: A Omar nunca le ha gustado usted, sino sus piñas, doña Mirella, y la plata
como a mí. Y él sabe que, si colabora, se queda con ese piñero y una
tienda que ya no hablará.
Mirella es llevada a la parte de atrás. Omar mira a Mariano y este le deja salir. Omar se va.
En la casa se escuchan gritos lejanos.
ESCENA 8. CURUBA.
Casa de Luz Dary en la ciudad capital. Ligero aroma a mango y curuba.
LUZ DARY: Ya van tres días y nada que tengo noticias.
NÉSTOR: Ay, Luz Dary, no sé cómo decírselo. Pero yo creo.
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LUZ DARY: (Interrumpiendo) Es que ya he llamado a doña Guillermina, pero tiene ese
celular viejito apagado y usted sabe que mi hermano la cuidaba, es muy
raro. Él daba todo por el Frutal. Alguien tuvo que ayudarlo.
NÉSTOR: No hay que hacernos falsas esperanzas.
LUZ DARY: Cuando hablemos de mi hermano, espero tener hasta falsas esperan-
zas, Néstor.
NÉSTOR: Lo siento mucho, Lucecita, pero a mí me gusta ser realista.
LUZ DARY: En el realismo, también caben las cosas extraordinarias, ¿o no has leído
del realismo mágico?
NÉSTOR: Usted sabe que yo de esos libros no sé.
LUZ DARY: Pero mi hermano sí y él me enseñó tanto que no puedo creer que, por su
pesimismo, me haga sentir peor. Las parejas son para ayudarlas a una,
no para hundirlas.
NÉSTOR: (Coqueto) Para hundirlas también, amor.
LUZ DARY: No se ponga con esos chistes pendejos que no estoy pa’ eso. Me reero
a que, en vez de darme esperanza, me está asustando.
NÉSTOR: Las parejas también tenemos que aterrizar al otro para que no se estrelle
y ser francos cuando toca… (La mira con preocupación) Lo siento mucho,
Dary, pero lo que pasa con tu hermano tiene nombre. Más si la última vez
que te llamó lo estaban persiguiendo
LUZ DARY: No sigás con eso, Néstor. ¿Vos no tenés corazón?
NÉSTOR: Lo siento, Dary, pero algo le tuvo que haber pasado.
LUZ DARY: No puedo creer que, en estos momentos, yo esté discutiendo contigo
mientras quien sabe dónde anda mi hermano.
NÉSTOR: Nada podemos hacer desde acá. Lo único es cuidar a las niñas y esperar.
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LUZ DARY: ¿Esperar? No, pues, qué buena solución. Lo que tenemos que estar es
buscándolo.
NÉSTOR: ¿Cómo? ¿Yendo al Frutal a ver quién sabe algo? Allá la gente debe estar
como siempre, con la cabeza agachada, los ojos tapados, la boca bien
cosida y los frutos bien escondidos.
LUZ DARY: ¿Y quién no estaría así con todo lo que pasa? Fue mi culpa por dejar el
pueblo. Lo dejé solo en la casa de mi mamita y vea. Es que si yo pudiera
haberle convencido de que se viniera.
NÉSTOR: Tu hermano de ese pueblo no iba a salir. A él lo tienen pegado sus
recuerdos.
LUZ DARY: Es más que eso, Néstor. A él lo llama la historia, las raíces mismas del Frutal.
NÉSTOR: No hay que meterle poesía al asunto. Tu hermano se metió en problemas
y, como no sabe seguir las normas, vea.
LUZ DARY: No es eso, Néstor. Vos no conocés a mi hermano como yo. Él siempre
fue un hombre muy inteligente, loco, pero brillante. Hasta se había ganado
una beca al exterior y no quiso irse. Prerió devolverse al Frutal y hacer
algo por la gente.
NÉSTOR: A la gente no le importa sino ellos mismos. Hernán fue muy pendejo en
pensar que así vivía tranquilo. Si se hubiera quedado acá o estudiando
más, tendría mejor sueldo. Los muchachitos estarían en un buen colegio
y hasta Matilde.
LUZ DARY: (Interrumpiendo abruptamente) Deje a las ánimas tranquilas que se nos
regresan, Néstor. Mire y no tengo por qué explicarle las cosas de mi familia
porque su relación es conmigo. Yo le agradezco sus consejos y todo. Sé
que son con amor, pero no necesito que me esté diciendo qué hacer o
por qué mi hermano fue bueno o malo. Las personas toman sus decisio-
nes de acuerdo con sus momentos en la vida y a Hernán nunca le inte-
resó el éxito o la fama ni tampoco tener plata. A él lo que lo mueve es la
gente, el pueblo. Hay algo en el Frutal que no lo deja irse y es esa tristeza
con la que viven las personas allá y no solo allá, sino en muchos lugares
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del país. Hernán siempre ha sido un líder, un líder social de los que no se
la dejan montar, esa es su vocación. Por eso es que él se empeñó tanto
en montar allá la escuela, porque ni siquiera este gobierno llegaba.
NÉSTOR: Escuela que le puso Matilde Nieto.
LUZ DARY: Que dejés las almas tranquilas. Es una forma de honrarla, ¿o no?
NÉSTOR: Pero se cogió parte de tu terreno, que incluso pasa por ese río grandote
que va a dar al mar. Se adueñó de tu nca para dar clases y eso tambn
es tu herencia. Clases que, además, da sin sueldo y, vea, mandó estas
niñas para acá sin ningún peso. ¿Eso es ser responsable? ¿Eso es un
buen hermano?
LUZ DARY: A las niñas yo las adoro y no me importa tenerlas acá. No soy niñera para
cobrar. Y, como te dije, Néstor, yo a vos te amo mucho, pero las cosas
entre mi hermano y yo son mías. Y, si te interesa tanto la tierra de mi ma-
mita, yo misma le dije que montara ahí eso. A mí no me importa, tierra es
tierra y más esa que pasa por la carretera. ¿Para tenerla haciendo nada?
Mejor que sirva para cultivar unas pepotas mentales.
NÉSTOR: Nunca me dijiste.
LUZ DARY: Nunca pensé que te importaba la tierra que no es tuya.
NÉSTOR: Solo digo que no es justo y que todo ese esfuerzo lo ha metido en proble-
mas. Allá le dijeron que no montara esa escuela y vea.
El teléfono suena. Luz Dary contesta. La cara se le pone pálida.
LUZ DARY: Era de la agencia de envíos, que me van a devolver la plata porque nadie
la recogió
NÉSTOR: Eso sí es raro, Dary.
LUZ DARY: Mi hermano me insistió mucho en que le enviara el pasaje para venirse y
él nunca quiere venir por acá y con ese afán que no fuéramos a ir. Eso sí
que me lo advirtió. Y es que a él siempre le gusta estar con las niñas en
las estas del pueblo.
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NÉSTOR: Debe tener algún problema o una deuda que tiene por la escuela.
LUZ DARY: Mi hermano es alguien correcto, él siempre paga puntual. Algo le de-
bió haber pasado porque él tiene su cuenta y todo, pero me dijo que
no le enviara allí, sino por la tienda de envíos de esa vereda. Llamó de
otro teléfono y ni quiso hablar con las niñas, que era de afán. Se notaba
preocupado.
NÉSTOR: ¿Y el niño?
LUZ DARY: Nada me dijo y le pregunté que cómo estaba. Yo me voy para allá, voy a
coger el bus de la primera hora.
NÉSTOR: Tampoco te vas a exponer vos, Luz Dary. Vos ya sabés cómo es el am-
biente que tiene el Frutal y cada vez es peor. Vos misma viste cuando te
trajiste a las niñas. Casi no las dejan sacar y hasta nos revisaron los man-
gos de tu tierra.
LUZ DARY: ¿Pero entonces me quedo aquí como una boba, esperando a ver qué pasa?
NÉSTOR: Llame, mami, llamemos a los números de la gente del pueblo. Alguien
debe saber algo.
LUZ DARY: Ya mismo me pongo en esas. Gracias, amor. Néstor, podrías hacerles un
juguito a las niñas. Hay que hacerles algo de comer.
NÉSTOR: Tengo de ese mango mariquiteño, el que es dulcecito, que nos dio tu
hermano, ese que se traga tu sobrino con cáscara y todo (Sonríe).
LUZ DARY: No, amor, a las niñas nunca les ha gustado el mango. Parece que les da
alergia. Las inama horrible.
NÉSTOR: A nadie le da alergia el mango. No se deje cuentiar, amor, eso es resabio
de ellas.
LUZ DARY: A las niñas sí. A Karen le da sarpullido y a Sofí daño de estómago.
NÉSTOR: Eso es que le da por la nca esa.
LUZ DARY: Tan bobo, vaya mejor y hágales de curuba, pero en leche.
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NÉSTOR: Ah, ¿pero la leche si les cae bien? Puro resabio.
Néstor se va hacia la cocina.
LUZ DARY: ¿Néstor? (Con la cara llena de susto) ¿Y si le pasó lo mismo que a ella?
NÉSTOR: Dary, tu hermano es fuerte y tiene muchos amigos, tanta gente que ha
ayudado. ¿No fue capaz de reunir al pueblo entero para construir la casa
del Óscar cuando se la llevó el río ese? ¿No levantó con las uñas la es-
cuela, aunque se lo prohibían? ¿O esa vez que se cogió de las manos con
la gente para que no arrasaran el hospital? … Usted sabe que él siempre
se ha desvivido por los demás. Hay cosas que no me gustan de él, pero
coraje tiene y, no nos digamos mentiras, él da más por los demás que por
él mismo, así que tranquila, amor, que, si está en problemas, amigos es lo
que le sobran con tanto que ha dado.
LUZ DARY: Tenés razón. Alguien tiene que haberlo ayudado. Igual me pongo a llamar.
Pero… (Silencio perpetuo) Mejor salgo para allá, tengo un pálpito más feo.
NÉSTOR: Ay, Lucecita, amor usted por allá no vaya, que allá todo mundo la conoce
y no sabemos qué ha pasado
LUZ DARY: ¿Y si hablamos con Gustavo? Usted sabe que él es militar y de pronto
algo hace.
NÉSTOR: No metamos milicos en estas cosas. Deje quieto el pasado, que de lo
que se revuelca algo unta. Siempre que aparece la fuerza pública, todo
se complica... (Respira profundo) Vea, Dary, mañana que es sábado yo no
trabajo. Cojo la chiva y me voy a ver cómo están las cosas y, si se sabe
algo del tema, le aviso de una.
LUZ DARY: ¿Y si te pasa algo? Allá la gente tiene memoria.
NÉSTOR: Mañana están en otro ambiente. Son las ferias del Frutal, mija. Allá solo van
a estar pensando en trago. Yo reconozco a la gente, Lucecita, ¿o no nos
estuvimos revolcando en las estas allá en esos mangones de su nca?
LUZ DARY: (Pícara) ¡Perro!
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NÉSTOR: Tranquila, que yo averiguo si es que tiene moza y por eso se perdió.
LUZ DARY: En serio, Néstor.
NÉSTOR: Ya hago el jugo y organizo una mochila.
Luz Dary y Néstor se abrazan con gran cariño.
ESCENA 9. PAPAYA PARTIDA PAPAYA COMIDA
Finca con árboles de papaya a su alrededor. Mariano de sombrero y botas pantaneras
embarradas se encuentra adentro, en la sala de la casa de Martha. Algunos bultos de
fruta alrededor.
MARIANO: ¿Cómo así que usted me estuvo recibiendo mango a medianoche?
MARTHA: Nada de eso, señor.
MARIANO: Antes de echarme un cuento, óigame bien y tenga en cuenta una cosa
MARTHA: Don Mariano, nunca faltaría a mi palabra.
MARIANO: No me interrumpa.
MARTHA: Don Mariano, de verdad que no hice nada malo.
MARIANO: No se me atraviese y aprenda a respetar.
MARTHA: Es que él solo...
MARIANO: ¡Qué no me interrumpa! Es que estos días el pueblo anda como por sus
anchas. Cada quien hace lo que quiera con sus canastos. El orden pare-
ce que se ha desaparecido, que las pepas comienzan a tirarle a las frutas.
MARTHA: No sabía, señor, lo que había pasado. Él solo entró y comenzó a decirme.
MARIANO: ¿Qué le dijo?
MARTHA: No, cosas, pero que ya.
MARIANO: (Incisivo) ¿Qué le dijo?
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MARTHA: Lo que pasó con el niño.
MARIANO: El accidente del niño habrá dicho.
MARTHA: , lo del accidente.
MARIANO: Y usted entonces deja entrar a cualquiera que llegue a medianoche. Eso
no es de una buena mujer.
MARTHA: No podía no abrirle. Sea como sea, él me ha ayudado muchísimo en la
vida. Casi que esta casita se la debo a él.
MARIANO: Su casita sigue en pie porque estamos nosotros y le ayudamos con sus
papayas.
MARTHA: Lo sé, lo sé, pero es que no se pueden borrar los actos ignorándolos.
Esa pelea que dio buscando los recursos para esta casa, los bingos para
reunir dinero cuando llegamos a este pueblo desplazados por la violencia
y no teníamos nada. Hasta nos ayudó a poner los ladrillos y parecía que
le gustaba. Yo nunca he pensado que Hernán sea alguien malo, tiene su
templanza.
MARIANO: No, pues, ¿cómo le decimos? ¿El sagrado corazón de mango?
MARTHA: Para nada, señor, solo que usted debe entender.
MARIANO: También se me volvió profesora. ¿Dizque entender? Vea, Martha, y para
que nos vayamos (sarcástico) entendiendo. Mañana me manda a su mu-
chacho, el mayor, para que nos ayude a bajar los mangos de la nca esa
y comencemos a hacer el desmonte.
MARTHA: No, mi muchacho, no. Apenas tiene 10 añitos.
MARIANO: Si no llega a las ocho, vamos a entender que no quiere cooperar y tendre-
mos que venir por los dos.
MARTHA: Llévenlo a otro lado, pero no a esa nca de los mangos. Joaquín era su
amiguito y está vuelto nada.
MARIANO: Se lo buscaron.
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MARTHA: (Con rabia) ¿Pero colgarlo allí afuera de la escuela? ¿Afuera de la Matil-
de Nieto? ¿Dejarlo ahí como si fuera un trozo de marrano en la plaza de
mercado? (La rabia se entremezcla con llanto e impotencia) Las moscas
se lo están comiendo. Por favor, ya huele mal. Los niños del pueblo lo es-
tán viendo. La escuela les estaba cambiando la vida, ya no peleaban, les
gustaba aprender. No les haga ese daño, don Mariano. Yo sé que usted
en el fondo también ha sido padre.
MARIANO: Padre de un hijo muerto por gente con pensamientos de esos, que quie-
ren dañar a este pueblo volviéndolo libertario, desobediente.
MARTHA: La historia no se tiene por qué repetir. A los árboles no hay que quitarles
todas las frutas. Alguna hay que dejar para que germinen otras. Vea que
don Alcides dijo que usted le había dado el permiso para enterrarlo. Él iba
a sembrar un arbolito de guayaba, aunque sea al frente de la escuela, no
importa, pero deje que lo bajen. Muestre misericordia que el Frutal sabrá
recompensarlo.
MARIANO: La escuela de padres del mango ese les estaba haciendo efecto.
MARTHA: Solo hablábamos de frutas.
MARIANO: Eso me había dicho y vea.
MARTHA: Las frutas no solo se usan para lo que las quiere usted.
MARIANO: Si le incomoda, entonces rme y se va.
MARTHA: No tengo donde ir. Usted paga poco y esta es mi casa.
MARIANO: Mañana a las ocho. Que lleve ropa cómoda para desyerbar.
Entran algunas personas armadas, recogen los bultos de papaya que están en la sala, y se
los llevan.
MARTHA: ¿Nos deja, aunque sea, unas dos papayitas para probarlas?
MARIANO: No diga sandeces y ponga a madrugar a ese vago para que comience a
sentir el trabajo, ya que, por n, cerró esa escuelita.
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ESCENA 10. MANDARINA
Cantina humilde en la plaza del Frutal. Se siente un olor a mandarina. Mesas de madera
manchada. Todo viejo, al fondo unos grandes ventanales. Alrededor algunos árboles de
mandarina, el olor se interna en el local. Se escucha música popular.
NÉSTOR: Me da un jugo de mandarina.
NANCY: Las mandarinas de la nca ya no se pueden usar para jugo. Solo tenemos
cerveza y guaro.
NÉSTOR: Uno de mango frío, pero bien frío.
NANCY: No diga esa palabra por acá. ¿Cerveza o guaro?
NÉSTOR: Pero, ¿cómo no va a haber jugo en el Frutal?
NANCY: Si no quiere trago, lo único que hay es un batido de sábila, pero ni yo lo
recomiendo.
NÉSTOR: Estamos en plenas estas, un jugo de lo que sea.
NANCY: ¿Fiestas de qué? Con esa actitud es mejor que se vaya (Preocupada).
NÉSTOR: Solo estoy buscando a alguien.
NANCY: Es mejor no preguntar cosas.
NÉSTOR: Cualquier cosa que sepa yo le colaboro.
NANCY: Acá las colaboraciones no sirven. Compre o, con todo respeto, se va.
NÉSTOR: Ni siquiera sabe a quién estoy buscando.
NANCY: Acá es mejor no saber ni el buscado ni quien lo busca.
Se abre la puerta y entran Óscar y su hijo Felipe a la cantina.
FELIPE: Estor, estor, ego el io, el io.
ÓSCAR: No es tu tío, Pipe.
FELIPE: Estor (Corre a abrazarlo, pero Óscar lo detiene).
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NÉSTOR: ¿Cómo va, Óscar?
ÓSCAR: ¿Qué hace por acá, Néstor?
NÉSTOR: ¿Pero qué son esos recibimientos? Vine a las estas del pueblo.
ÓSCAR: ¿Con las niñas?
FELIPE: ¿Aen y O?
NÉSTOR: Ellas vienen después, con mi señora.
ÓSCAR: Donde Luz Dary lo escuche, le sampa su guarapazo y le dice que no es
señora de nadie.
NÉSTOR: (Riendo) Así es, así es. Lo bueno es que me lo encontré a usted.
NANCY: ¿Cerveza, Óscar?
ÓSCAR: Traiga un guaro para remojar este gaznate y dos copitas.
NÉSTOR: No estoy tomando, Óscar.
ÓSCAR: ¿No que vino a las estas?
NÉSTOR: Apagado está el pueblo. Siempre había un bullicio por estas fechas.
ÓSCAR: Ahora solo hay una música y es la que autorizan.
NÉSTOR: Ay, chonto, yo no quiero levantar sospecha.
ÓSCAR: Sospecha levantó desde que llegó al pueblo. Por ahí hay gente pisteándolo.
NÉSTOR: Dígame con sinceridad. (Hablándole casi al oído) ¿No se puede ir a los
mangos?
FELIPE: Noooo, ednand está con as iñas, eh ee fue. Colegio nooo, noooo.
ÓSCAR: Cállese, Pipe.
NÉSTOR: ¿Cómo que Hernán está con las niñas?
ÓSCAR: ¿Usted no sabe lo que pasó?
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Óscar mira hacia la ventana y le hace un pequeño gesto a Néstor. Néstor voltea al ver el
gran ventanal del local. Desde allí, se divisan los árboles de mandarina, al fondo la escuela
y, sobre ella, un palo con una soga de la que cuelga el cuerpo del joven Joaquín manchado
de rojo y amarillo. Da la sensación de que el día se oscureciera. El cuerpo del hijo de Her-
nán tiene un letrero colgado como si se tratara de un cristo. En el letrero reza la frase: “Los
mangos podridos no serán tenidos en cuenta.
NÉSTOR: El niño, el niño, Óscar, Óscar.
ÓSCAR: Lo siento mucho, Néstor. Pero acá hay prioridades y me toca salvar el
pellejo.
Óscar abraza a Felipe y hace unas señas. Algunos hombres entran al local. Doña Nancy se
esconde y mira a otro lado. Óscar se levanta y se aleja de la mesa. Los hombres rodean a
Néstor, sacan una soga y se disponen a amarrarlo.
NÉSTOR: Chonto, chonto, Óscar, yo no tengo nada que ver. Solo vine a averiguar
por Hernán, por la escuela.
FELIPE: Escuea no, oe ednan no, clase no. Coegio no.
Los hombres que entraron se llevan a Néstor. Al fondo se sigue viendo el cuerpo del joven
Joaquín colgado, meciéndose por el viento y esparciendo olor a mango por todo el pueblo.
ESCENA 11. AGUACATE.
Casa de Luz Dary en la capital. Entra Gustavo, con un rostro severo. Viste traje militar formal.
LUZ DARY: Ya estaba preocupada.
GUSTAVO: (Con frustración) No hay registros de la vereda esa, Luz.
LUZ DARY: Pero te la señalé en el celular y te mostré el dibujo que hicieron las niñas.
GUSTAVO: La mayoría de los terrenos están a nombre de otras personas. Lo demás
no aparece en ningún lado. Nada se llama el Frutal, ni en Maps sale. Es
como si hubiera puro monte, como si allá no quedara nada.
LUZ DARY: Ese pueblo tiene tiempo, si el bisabuelo llegó allí cuando lo fundaron.
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GUSTAVO: Ay, Luz, yo te quiero ayudar, pero así es muy duro.
LUZ DARY: Es que está imposible, Gustavo. No sé qué hacer, ya de mi hermano no
sé nada hace como 6 días. Las niñas no paran de preguntar por él y Nés-
tor. Gustavo, Néstor se fue dizque a averiguar qué pasaba y ya van dos
días sin noticias, los teléfonos apagados y, en el pueblo, nadie contesta.
GUSTAVO: Yo acá estoy más por tu hermano, Luz, que por este otro señor.
LUZ DARY: No te pongas así. Tú sabes que él es mi pareja hace años.
GUSTAVO: Cuando dejaste de ser la mía.
LUZ DARY: Te pedí ayuda porque vos sabés que, con estos temas, no se puede con-
ar en nadie, no para tener una escena de celos que no me merezco.
GUSTAVO: Luz, yo a vos te quiero mucho y te voy a ayudar. Usted sabe que cuenta
conmigo siempre, pero hay cosas que se quedan como frutas guardadas
en la memoria.
LUZ DARY: (Respirando profundo) Silencio, Gustavo, que las niñas están durmiendo y
muy maluco que escuchen estas cosas… Lo de nosotros fue hace mucho
tiempo. Usted decidió salirse de la universidad para meterse al ejército.
GUSTAVO: Porque este país está plagado de problemas y, desde allá, en un salón,
no se podía hacer nada.
LUZ DARY: Cada uno busca sus frutos sociales desde una vista diferente, pero acá la
policía ha servido pa’ un culo.
GUSTAVO: No todos somos así. El poder hace a la gente bruta, violenta, pero so-
mos muchos los que estamos allá por ayudar y nos toca pelear con esa
carga de la indecencia de otros… (Silencio) Nunca me quisiste llevar al
Frutal ese.
LUZ DARY: Porque no te quería poner en peligro. El ambiente es denso, sobre todo
para quienes son de las fuerzas.
GUSTAVO: Nunca te he fallado. Mi prioridad es la gente.
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LUZ DARY: Por eso te llamé, porque no hay salida. La policía no tiene rastro y dicen
que no hay ninguna señal de esa vereda o que, por allá, no tienen jurisdic-
ción. Ni siquiera parece que hubiera estación de policía y allá había. Les
sale lo mismo que a usted, pero mirá mi cédula.
Luz Dary busca su bolso y saca la cédula de ahí.
GUSTAVO: Frutal… Te ves linda en la foto.
LUZ DARY: Lo importante es que alguien está desapareciendo ese pueblo a propósito.
GUSTAVO: Ya encontré un batallón cercano, a una hora de ahí. Por allá tengo unos
conocidos que, de pronto, me dan alguna razón y, si algo se puede hacer,
pido un traslado para allá y yo mismo me apropio de la misión. Algo bue-
no tiene ser teniente. De pronto, así damos con el paradero de Hernán,
aunque las noticias que encontré en el sistema son confusas.
LUZ DARY: ¿Y Néstor? Sin Néstor no soy nada Gustavo.
GUSTAVO: Sin tanta melosería. Concentrémonos a ver si logramos algo. Esta tarde
me pasaron unos datos, pero necesito tu colaboración sobre todo con la
verdad, aunque sea dura.
Luz Dary se asusta. Gustavo saca unas imágenes del maletín que trae y se las muestra.
Luz Dary respira duro.
GUSTAVO: ¿La conoces?
LUZ DARY: Sí, Matilde.
GUSTAVO: Los que le hicieron eso no eran personas. Es lo único que aparece sobre
tu hermano. Está registrado en ese caso, el de Matilde Nieto López.
LUZ DARY: Matilde fue la esposa de Hernán. Se conocieron juntos en el transporte
del pueblo… Me dieron náuseas.
GUSTAVO: No debía mostrarte, pero es lo único que sale en los registros. Tal vez no
tiene importancia ahora.
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LUZ DARY: Tiene toda la importancia, Gustavo. Solo que a veces no nos gusta revol-
ver el pasado. Matilde Nieto es el nombre de la escuela del pueblo. Ella
era profesora. Siempre le dijo a Hernán que quería hacer una escuela en
el Frutal, pero no se dio en ese momento. Ella era hija de doña Margot
y don Alirio, que en paz descansen. Su terreno era inmenso, pasaba el
río San Juan y bajaba desde la montaña hasta la desembocadura del
océano en el Pacíco. Desde donde usted se hiciera del pueblo, se veían
esos sembrados inmensos de aguacate y, al fondo, el mar. Mi hermano
adoraba a Matilde y ella a él. Los dos empezaron a tratar de comerciar la
fruta al extranjero con ese pueblo tan productivo.
GUSTAVO: ¿Les querían quitar el negocio?
LUZ DARY: No era eso. Había unas personas que encontraron la forma de cambiar
el negocio del Frutal. Mi hermano, para esas fechas ya se había casado
con Matilde y las niñas estaban chiquiticas, el niño ya más entendido. Esa
gente empezó a decirle a Matilde que vendiera esa tierra por una chichi-
gua, pero ella les dijo que no. Así llegaron una noche un poco de tipos
con antorchas a quemar la casa con todo. Matilde estaba viviendo en la
nca de nosotros, allá en Los Mangos con Hernán. Estaban empezando
sus clases en la casa. La gente salió a las calles, comenzaron los gritos.
Yo estaba más pelada. Eso fue antes de venirme para la ciudad. Nosotros
tratamos de ir allá a la nca, pero, cuando llegamos a la casa, solo había
cenizas y los cuerpos calcinados de doña Margot y don Alirio, pero el
incendio fue causado y todos lo sabían porque hasta las vacas estaban
muertas, y todos tenían su hueco de escopeta (Luz Dary se va llenando
de dolor y Gustavo le abraza).
GUSTAVO: Pero lograste salir de allá.
Comienza a escucharse el mar, sonidos de árboles, arengas. Parece que Luz Dary
está absorta.
LUZ DARY: Les mandaron un mensaje con el sapo del pueblo, Omar. Que fuera a
rmar unos papeles y que se alejara para siempre del Frutal. Matilde co-
gió todo, rmó esos papeles, agarró sus chiros y a mis sobrinos. En eso
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hubo un escándalo, se alcanzó a subir a la chiva y todo. Pero Hernán se
le atravesó, comenzó a gritar que no había que tener miedo, que el miedo
mataba a las personas y que debían ser fuertes. Matilde le paró bolas y
se bajó, pero ojalá no lo hubiera hecho. Ahí, desde arriba, le dieron un tiro.
Esa es la foto del hueco ese en el hombro. Hernán trató de hacer algo.
Llegaron a caballo y Matilde solo le gritaba que los niños. Los tipos se
llevaron a Matilde a caballo arrastrada mientras nos apuntaban a todos.
Luz Dary se tapa, respira hondo, regresando de su estado.
GUSTAVO: ¿Tu hermano no se defendió?
LUZ DARY: ¿Cómo? Tenía a sus hijos ahí al lado viendo eso. El pueblo entero salió a
gritar, la gente estaba enojada, la policía desapareció del pueblo ese día
como si se esfumaran. Matilde era muy querida. Ella le enseñaba a leer y
escribir a los niños y hasta los viejos aprendían.
GUSTAVO: ¿Por eso le puso Matilde Nieto a la escuela?
LUZ DARY: Mi hermano no era profesor, ni siquiera le gustaba enseñar, pero siempre
le gustó aprender. A él le apasionaba mover a la gente, pero como que, al
fallecer ella, se le quedó ese espíritu. Él mismo dice que los mangos de la
nca son más dulces porque se quedó Matilde a vivir en ellos.
GUSTAVO: Gracias por abrirse y contarme estas cosas
LUZ DARY: La parte fea y, donde se vuelve todo una nada, es que mi hermano, con-
ado como es él y aunque le advirtieron que no hiciera nada, buscó a la
policía. Se puso a llamar a todos lados, enviar cartas. ¿Quién no haría algo
cuando su esposa está perdida? Se unió con varias personas del pueblo
para recuperar la tierra del Aguacate, la del nado Alirio y buscar a Matilde.
Pero fue peor: Omar contó el chisme y uno a uno fueron cayendo los que
intentaron recuperar ese terreno, y la gente le cortó la lengua por sapo.
Eso se volvió un círculo de violencia horrible… Y tal vez, si mi hermano
no hubiera hecho nada, todavía estaría Matilde, pero hizo lo que debía
hacer en su momento y era dar esperanza a la gente. Él, ante todo, era un
guía. Al otro día, en el pueblo apareció el cuerpo de Matilde colgando de
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una palmera y tenía un letrero que decía y todavía me acuerdo: “Las Fru-
tas que guardan silencio, se ven más jugosas. La nca del Aguacate que
daba al mar y el río desapareció entre estos recién llegados. Desde ahí,
ese pueblo es como un lugar fantasma, solo se ve en las ferias. De resto,
mantienen como una tumba y una tumba es si alguien hace lo contrario.
GUSTAVO: Le pregunté esto, Luz Dary, porque, en los registros, aparece como si
Hernán Peláez, su hermano, fuera un subversivo, un criminal al margen de
la ley. Y se le acusa del asesinato de la señora Matilde Nieto. Tiene hasta
una orden de captura, por si llegase a venir a la capital.
LUZ DARY: ¡Un montaje de esos malparidos! Pensé que el pueblo había cambiado. Si
mi hermano no ha hecho sino ayudar. Vea como estamos. Hernán ha sido
víctima de su propio invento. Él nunca fue guerrillero, ni siquiera ha llegado
a empuñar un arma. Sus peleas son de palabra, cantando, con danza,
con actos. Si él ha tenido la culpa en algo es en ayudar a la comunidad
con sus derechos, con sus cosas básicas, en cuidar la cultura y dar la
lucha por aquellos que la gente olvida y hasta el Estado abandona.
GUSTAVO: Ay, Luz Dary, así está muy dura la cosa porque, si pregunto por él, es
como preguntar por un criminal y termino metido en un problema, pero
mi deber es con la gente y voy a ver qué se hace.
LUZ DARY: Él ha vivido tratando de solucionar lo que hizo que fue poner de rodillas al
pueblo. Con lo de Matilde, nadie fue capaz de volver a revirar. A duras pe-
nas lo hacen con lo que busca mi hermano y eso porque tiene esa alma
de líder social que es como un don.
GUSTAVO: Pero acá se nos enseña que esos líderes sociales son peligrosos, son los
que arman problemas. ¿No ve las noticias?
LUZ DARY: Las noticias no dicen todo. Los líderes sociales son los que están con
la gente, los que sí hacen cosas por ellos, los que, de una u otra forma,
los unen y les recuerdan que aún son personas, que hay otro camino
al miedo.
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GUSTAVO: Esperemos que esa gente que ayudó le dé el agradecimiento que merece
y lo hayan ayudado. Lo más importante es que siga vivo.
LUZ DARY: Está vivo. (Enfatizando) ¡Está vivo! Y lo está porque los Mangos es de los
últimos terrenos que les falta para tener en ese bodegón de mentiras que
llaman Frutal y necesitan que rme. A ellos les conviene esa falsa legali-
dad para justicarse con los demás una mera apariencia.
Se escuchan chanclas, una de las niñas comienza a llorar.
LUZ DARY: Tienen pesadillas, Gustavo.
GUSTAVO: Con lo que me dijiste, es más que suciente para hacer alguna cosa. No
salga mucho y trate de mantenerse alerta, vigile todo y guarde esto (Saca
un revólver y lo acerca a Luz Dary).
LUZ DARY: (Negando con la mano) Si algo aprendí de mi hermano es que esas res-
puestas solo generan más problemas.
GUSTAVO: (Sonríe) Yo me pongo a buscar gente que lo conozca y me presento al
batallón allá cerca a ver qué sucede.
LUZ DARY: (Sacando un papelito) Acá está el número de Alcides, un señor del pue-
blo. Es el único número que timbra. Él es el que siembra las guayabas. De
pronto y quién quita, escuchando la autoridad, algo cuente.
Gustavo la abraza y sale a paso rme.
ESCENA 12. FRUTAL
Música popular. Alcides en una tarima en la plaza del pueblo. Alrededor algunas carromotos
con bultos de fruta. Hombres cargando.
ALCIDES: Y, con hoy, ya son varias décadas desde que don Alirio Nieto Patiño llegó hu-
yendo, acompañado de otras ocho familias y cargados de frutas tropicales a
este paraíso de la siembra bendecido con el río de sus montañas y bañado
con el mar. Ahora nosotros, sus herederos, celebramos uniendo esas ncas
que un día quisieron vivir del intercambio y del trueque, con el Aguacate,
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Papayal, la Chonta, Piñada, los Mangos, Guayabal, Mandarino y los Gua-
nábanos. Tierras unidas que juntas forman esta hermosa vereda del Frutal.
Hoy celebramos su centenario y no de mejor forma que bailando y agasa-
jándonos la noche. Felicidades. Que comience esta parranda Frutalina.
MIRELLA: Cada año repite el mismo discurso.
MARTHA: Ya nada es de nosotros.
ÓSCAR: Acá toca es divertirse, Martha. Camine, baile.
MIRELLA: ¿Como si nada?
Música. El pueblo comienza la parranda. Se escucha la canción popular “El pescador de
barú
4
y todos salen a bailar. Los habitantes del lugar se mueven al son de la música. En
medio de la algarabía y el jolgorio, pasan Mirella y Óscar, Martha y Alcides y otras parejas,
que danzan al ritmo de la música. Botellas van y vienen y Nancy reparte el licor. En medio de
todo, está Felipe esculcando algunos bultos de fruta.
ÓSCAR: Pipe, quieto mijo, quieto.
MARTHA: Por lo menos dejaron enterrar al muchacho. Gracias, Alcides. Usted toda-
vía tiene pantalones.
ALCIDES: No tantos como los de Hernán para decirles sus cosas, pero de que ten-
go, aunque sea pantaloneta, tengo.
Felipe pasa jugando con unas papayas y piñas que sacó de los bultos.
ÓSCAR: Deje quieto, Pipe. No coja esas frutas.
Continúa el baile. Las parejas pasan, las cervezas cambian de mano y los aguardientes se
reparten sin discriminación. La alegría llena el ambiente. Martha, Mirella, Óscar y Alcides
sonríen. Desde la distancia, Omar los mira y brinda hacia ellos. El trago se reparte. Pipe co-
rre por la esta con una papaya. De pronto se tropieza, se cae con ella al suelo.
ÓSCAR: Pipe, no más.
4
“El pescador de Barú” de Warahuaco, música popular (Bolívar, 2014).
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La Papaya que golpeó el suelo se rompe y, de ella, sale una bolsa grande de polvo blanco.
FELIPE: Apa es aina, aina para hace aepa (Felipe recoge la bolsa).
ÓSCAR: ¡Caca! ¡Caca, Pipe! Suelte, Felipe, suelte.
Omar, al notar la situación, hace algunas señas. Los hombres se acercan corriendo. La mú-
sica se detiene. El silencio del pueblo es total.
ÓSCAR: Deje ahí, papi, no coja eso. Eso es delicado Pipe.
FELIPE: Es aina.
ÓSCAR: No es harina, mijo, no es (Estirándole la mano).
Felipe agarra la bolsa en sus manos, la levanta y estira el plástico de la bolsa de cocaína
reventándola. La tira al aire y el polvo blanco se esparce por toda la plaza dando un tono
turbio a la visión y cayendo sobre todos. Felipe, untado de pies a cabeza y manchado de
polvo blanco, se ríe.
FELIPE: Aepitas e maíz tostao paa e paito que eta costao.
Suena un disparo. Felipe cae en medio de su canción. Silencio popular. Cocaína en el aire.
ESCENA 13. AGUACATE HASS
Dos cepos de tortura. Allí se encuentran en cada uno Hernán y Néstor atrapados,
golpeados y con bastantes moretones. El ambiente es húmedo. A lo lejos se escucha el
río. Una señora se encuentra en la parte trasera con varios bultos y cajas de madera en las
cuales sobresalen diversas frutas. La mujer abre cada una de ellas, saca la pepa y mete una
bolsa de cocaína mientras que, con una técnica detallada, vuelve a unirlas como si nunca
se hubieran abierto. El olor del aguacate, el océano y la sangre es penetrante. Las goteras
caen desde la parte de arriba sobre ellos. Las moscas rodean el ambiente.
MARIANO: ¿Cuándo es que llega el combo completo?
HERNÁN: Acá nadie le va a dar el gusto de tenernos sometidos.
MARIANO: Sometidos están y usted ya está pisando el hueco.
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NÉSTOR: Por su culpa, ustedes le dieron el tiro, pero no le han hecho las curaciones.
MARIANO: ¿Quién está hablando con usted?
NÉSTOR: Van a venir a buscarnos. ¡Alguien va a venir!
MARIANO: Que vengan y que no nos hagan esperar más, para que rmemos todos.
HERNÁN: Nadie va a rmarle nada, Mariano. Le tocará sin papeles conmigo.
MARIANO: Como buen ciudadano, mi deber es negociar siempre los buenos térmi-
nos. Acá hay unas reglas: si no colabora con ellas, se va.
HERNÁN: Esas reglas no le convienen sino a ustedes. ¿No ve como está el pueblo
de acabado? Ni una fruta se puede comer en el Frutal. ¿Le parece bueno?
NÉSTOR: Esas ferias de mentiras que celebran y esta nca del aguacate están vuel-
tas nada. ¿Para eso se la robaron?
MARIANO: Que se calle, Néstor, que usted acá no tiene velas en este entierro. Los
mangos tienen que ser negociados. El que no colabora se va del pueblo
y el que se queda es porque ayuda. Y usted no hace ninguna de las dos.
HERNÁN: Nosotros hicimos un acuerdo por la memoria de Matilde. Se le rmó este
terreno para que tuviera su salida al mar y nos dejaran tranquilos.
MARIANO: Acuerdo que usted rompió. Le dije que hiciera su escuela, que enseñara
lo básico, que nadie le iba a tocar la nca, pero que no se metiera. Usted
ayudaba los niños y yo daba trabajo a los grandes.
HERNÁN: Usted comenzó a poner a trabajar a los niños. ¿No se llevó a Joaquín pa
sus porquerías? (Tose y se retuerce)
NÉSTOR: ¿Estaba metiendo al muchacho? ¿A niños?
MARIANO: El negocio ha crecido(Molesto). Pero no, Hernán, usted no fue a hablar
conmigo como varones que somos. Se puso de bocón con la policía de
los otros pueblos y mandó las niñas pa’ la ciudad, allá en el conjunto ese
del Bosque de la capital. ¿O cree que no sé dónde vive su hermana? ¿Me
cree pendejo? ¿Atembado? ¿O qué?
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HERNÁN: Pero era un niño y le estabas dando de eso. Así tenés enviciado a todos
los muchachos del pueblo, pero a mi Joaquín no le ibas a hacer lo mismo.
MARIANO: El muchacho quería trabajar dizque pa’ ayudar a las hermanas. Yo solo le
dije que empacara fruta.
HERNÁN: Eso es mentira. Joaquín no hubiera empacado nada de tu malparida coca
que te metés todos los días por esas ñatas.
Mariano con la culata le da en la espalda a Hernán. Este se retuerce de dolor.
NÉSTOR: Él va a rmar y su hermana también, pero déjenos ir. Nosotros nos vamos
a la ciudad.
HERNÁN: Me lo mataste, me mataste al muchacho. Me hubieras dado a mí. ¿Vos
crees que es muy bonito encontrar a tu niño haciendo esta mierda en la
nca que fue de mi señora? Me contó todo. Me llevó su aguacate lleno de
polvo a la casa, me dijo que vos lo obligaste con un arma, ¿a un niñito?
Por eso vine por él acá y me lo lle.
MARIANO: (Molesto) Y lo sentenció cuando se puso de sapo a contar en todo lado lo
que pasaba, a buscar dizque ayuda. Usted mismo al querer hacer las co-
sas a su manera le colocó la condena a su niño. El muchacho tenía las de
perder con un papá tan irresponsable y como estaba tan mal parqueado
en ese palo de mango.
NÉSTOR: ¿Y llegar al punto de colgarlo en la escuela?
HERNÁN: ¿Lo colgó? ¿Como a su madre lo colgaste? ¡Hijueputa! ¡Hijueputa! Yo no
te voy a rmar nada. ¡Mátame!
MARIANO: Si no rmás, termino colocando de frutas a la Karencita y Sofía para que
se mesan como manguitos en la tarde
NÉSTOR: Usted no es persona.
MARIANO: Las personas sobreviven. Los otros como ustedes los meten en proble-
mas. Y, Néstor, no hable tanto que, si usted sigue despierto, es solo por-
que de pronto ayuda a convencerlos.
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Dos personas entran y comienzan a llevarse los bultos. Hernán con ira y dolor se mueve.
Mariano los mira.
MARIANO: Cuando terminen de subir las frutas al FRUVER, mando a ver que deci-
dieron: si rman o si se vuelven compostaje pa’ estas frutas.
Mariano sale. Los hombres continúan entrando y llevándose los bultos y cajas con las frutas
adentro. Los bultos dicen papaya, guayaba, chontaduro, piña.
NÉSTOR: ¿Qué es el FRUVER?
HERNÁN: Así le dicen de cariño al submarino hechizo o un narco-submarino. Lo
sacan por acá por el río hasta el Pacíco lleno de frutas, así llegan a las
costas de México, Panamá, Estados Unidos y las venden como mercado.
Para eso quemaron todo estos malparidos. El Frutal es ahora una vereda
tropical que tiene más nieve que todo este país.
Comienzan a mover otras cajas que dicen Guanábana, el Mango.
NÉSTOR: Ya están sacando el mango.
HERNÁN: Solo estaban esperando que hubiera una razón para sacarme de ahí y la
excusa fue mi muchacho.
NÉSTOR: Antes no te habían hecho nada ni a tus hijos.
HERNÁN: Porque sabe que la gente del pueblo me quería y era mejor vivo que
muerto. Yo les daba cierta esperanza, ayudaba a unirlos y eso le servía a
don Mariano, sino todos se iban y no había trabajadores.
NÉSTOR: Hernán, si de esta no salimos, déjeme decirle que yo sí he querido a su
hermana y a usted como mi familia y que ella va a cuidar a las niñas con
muchísimo amor. Hasta me pelea por ellas.
Terminan de llevarse los bultos. El espacio queda solo.
HERNÁN: Tenemos que salir
NÉSTOR: (Revisando el cepo) No he encontrado la forma de mover esta güevonada.
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HERNÁN: Empújela, trate de girarla hacia el lado contrario.
NÉSTOR: ¿Esta cosa qué es?
HERNÁN: Es un cepo, un aparato antiguo para amarrar criminales. De pronto estaba
aquí por los esclavos que estuvieron cerca al mar hace ya bastante.
NÉSTOR: En este momento se pone usted a dar cátedra. Lo que tenemos es que
salir de acá pa’ matar a todas esas gonorreas por lo que le hicieron a
Matilde y a tu hijo.
HERNÁN: Nada eso, Néstor, acá la venganza no sirve. Solo crea más odio. (Mientras
trata de mover el cepo) Lo que tenemos que hacer es salir y conar que
el pueblo cambie, que la gente comience a ver que no solo importan sus
frutas, sino también las de los demás y eso lo hace la educación.
NÉSTOR: Usted sí es muy crédulo.
HERNÁN: Volese, gírese.
NÉSTOR: ¡Hágalo usted!
HERNÁN: No tengo fuerzas, sigo sangrando, pero vos sí. Gíralo, al revés.
Néstor meciéndose logra voltearse con el cepo y este se abre. Se levanta, mira hacia afue-
ra por si alguien no escuchó. Saca el perno de seguridad de Hernán y trata de levantarlo.
Hernán sangra y se queja.
NÉSTOR: Cuñado, ¿cómo está eso?
HERNÁN: (Intentando levantarse) No pensé que fuera tan grave. Solo me sacaron la
bala, pero no me hicieron nada más.
Néstor le levanta su camisa y nota la sangre y el pus en la herida
NÉSTOR: Está grave, hermano. Se ve bastante feo. Hay que hacer que lo traten
pronto. Yo lo cosería, pero necesito alguna cosa.
HERNÁN: Ya déjeme, Néstor, cuídeme las niñas. Si no puedo correr, ya soy otra
pepa más. Estoy mejor muerto que aliviado.
Obras artísticas
Fruta fresca o bodegones de mentiras
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. Revista de las artes, 2025, Vol. 85, Núm. 1 (julio-diciembre), e61745
Se escuchan a lo lejos las hélices de un helicóptero, balas, disparos que se sienten cada vez
más cerca. Se ven pasar hombres entre las sombras y la penumbra. Las pequeñas luces
que hay en esa cueva comienzan a hacer un corto eléctrico. Néstor se asoma por un lado.
NÉSTOR: Luz Dary, Luz Dary llamó al ejército, cuñado. Mínimo ese milico le ayudó.
Salgamos, Hernán, aún se puede. Venga lo cargo. Lo cargo.
HERNÁN: Por abajo, siga el sonido del mar.
Néstor carga a Hernán en su espalda, corre. Las bombillas titilan y se apagan. Los disparos
se escuchan más fuerte. Se escucha el oleaje cercano.
ESCENA 14. FRUTO PROHIBIDO
La plaza del pueblo está animada. Se escucha música. En la mitad, algunos bultos y, al fondo
entre los árboles, cuerpos ensangrentados montados uno encima de otro y, a su lado, varios
bultos de fruta. Don Alcides, con un canasto lleno de guayabas, se lo ofrece a Gustavo.
ALCIDES: (Con un llanto incrédulo) No sé cómo agradecerle. Tantos años, tanto
tiempo estando en este encierro.
GUSTAVO: Su valentía, Alcides, al contestar el teléfono y el perrenque de Luz Dary y
Hernán que había dejado rastros por todo lado.
MARTHA: ¿Lo encontraron? ¿A Hernán?
GUSTAVO: Decían que estuvo allá, pero no se sabe nada de él.
MIRELLA: A un tal Omar también hay que cogerlo y darle duro.
GUSTAVO: Ya hay que esperar que llegue la justicia. Nosotros cumplimos lo nuestro.
ÓSCAR: En el Frutal solo crecen frutos venenosos. Eso ya es muy difícil de cambiar.
Uno de los soldados le habla a Gustavo al oído.
GUSTAVO: (A la gente del pueblo) Ya llega, está llegando el batallón de alta montaña.
Ahora sí podemos estar tranquilos. La justicia vuelve al Frutal.
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Julián Garzón Vélez
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Entra un general adornado de varias insignias. Botas lustradas y hombreras vistosas. Las
personas y soldados le hacen saludo militar. Al levantar su cara para saludar, se puede ver
el rostro de Mariano quien ahora, en vez de botas pantaneras, lleva bota militar y, en lugar
de sombrero, porta un Quepis.
MARIANO: Agradezco su trabajo, teniente García. Me dijeron que estuvo muy activo
con este caso y usted solito dio con el paradero de este pueblo.
GUSTAVO: (Con honor) Señor, sí señor. Aunque, sin la gente buena de acá, no se
hubiera podido hacer nada.
MARIANO: ¿Encontraron la mercancía? Esa es la prueba de incriminación.
GUSTAVO: Parece que el llamado FRUVER arrancó cuando llegamos. Lo único que
dijo la gente es que lo vio pasar hacia la desembocadura del mar, pero le
alcanzamos a dar unos tiros. No creo que llegue muy lejos. Así se salva
mucha gente de esa fruta envenenada.
Mariano aprieta los labios, se enoja, mira a la gente del pueblo. Hace una seña y los solda-
dos se acercan a Gustavo, lo esposan.
GUSTAVO: ¡Suéltenme! ¿Qué hice? ¿Qué hice?
MIRELLA: Él es el que maneja…
MARIANO: Calladita, piñita, o quiere buscar lo que no se le ha perdido.
Los soldados se van llevando a Gustavo apresado. Gustavo mira con desilusión.
ÓSCAR: Tengo muchos chontaduros que bajar (Se va temeroso).
ALCIDES: Las guayabas no se siembran solas, disculpe (Se aleja asustado).
GUSTAVO: (Suplicando) ¡Yo les ayudé! Yo vine y busqué ayuda (Se lo van llevando a
la fuerza).
MIRELLA: Es que hay tantas piñas que empacar (Se aleja bastante atemorizada).
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Fruta fresca o bodegones de mentiras
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MARTHA: Disculpe, pero las frutas crecen más rápido cuando la tranquilidad reina
y, en este pueblo, como que las frutas se van a quedar chiquitas (Se aleja
con miedo).
Gustavo es llevado por los demás soldados. Las personas de la plaza observadas por Ma-
riano parten con sus puños cerrados, la cabeza agachada y su cuerpo sumiso. En el bode-
gón, la fruta huele bien, pero la rodean las moscas.
ESCENA 15. FRUTALES EN COSECHA
Se escucha el mar. Se pueden ver diversos árboles de frutas y, entre ellos, uno tan frondoso
que sus hojas y frutos se acercan a la tierra por su peso. Hernán sale por una escotilla del
submarino FRUVER encallado en tierra.
HERNÁN: ¡Cuñado! ¡Cuñado!
NÉSTOR: ¿A dónde llegamos?
HERNÁN: No sé, Néstor, no sé ni cuantos días llevábamos allí metidos.
Salen del submarino hechizo.
NÉSTOR: ¿Cómo sigue su herida, Hernán?
HERNÁN: (Pensando) Ya no me duele, no me duele nada.
NÉSTOR: Comerse esas cáscaras de fruta le hicieron bien.
HERNÁN: Hay que esconder ese FRUVER, sino van a pensar que nosotros somos
quién sabe qué.
NÉSTOR: Tan tonto usted, ¿no vas a creer que llegamos a otro país?
Hernán camina anonadado hacia el frondoso árbol de guayaba. Se acerca y toma uno de
sus frutos con muchas ganas. Lo muerde. Hernán sonríe mientras lo saborea.
NÉSTOR: ¿Se le acabó el enojo, cuñado?
HERNÁN: ¿Cierto que Luz Dary quiere a mis hijas?
NÉSTOR: Claro que sí, eso ni se pregunta.
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Julián Garzón Vélez
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HERNÁN: También lo va a recordar muy bonito a usted.
NÉSTOR: ¿Qué está diciendo? ¿Está pensativo, profe?
Muerde otro pedazo de fruta.
HERNÁN: A veces uno cree que ayuda y, en realidad, trae problemas. De pronto hay
que dejar tranquila esas pepas podridas de la gente y así no le pasa nada
malo a uno, y los que uno quiere orecen y dan frutos.
NÉSTOR: Eso es lo que dicen los demás.
HERNÁN: Pero es que los demás solo ven por sus frutas y nunca por las de
los demás.
NÉSTOR: ¿Dónde estamos?
HERNÁN: (Ofreciéndole) Pruebe esta guayaba.
NÉSTOR: (Muerde y saborea) Sabe a Mango.
HERNÁN: Sí. (Nostálgico) Es un árbol de guayabas con sabor a mango.
NÉSTOR: ¿Y eso tiene algo de especial?
HERNÁN: Que ya no estamos en este mundo o que tal vez el miedo marchitó los
frutos de esperanza de los que podían hacer algo por nosotros.
Los árboles se mecen, el sonido del mar y el río suenan más fuerte. Hernán y Néstor senta-
dos al lado del guayabal se van desapareciendo. El olor a mango se expande en el ambien-
te. Se escucha la canción “Pueblito viejo” mientras suena el rechinar de una silla de ruedas
y se ve a Guillermina, andando en ella como en un espejismo. En medio de las ramas del
árbol, Joaquín y Matilde caminan como sombras. A lo lejos, Felipe juega y canta como una
imagen difusa y uno a uno desaparecen con las frutas de un pueblo en un bodegón olvidado
entre el silencio y el miedo.
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Referencias
audiocolombia. (2010, 12 de febrero). Garzon y Collazos - Pueblito viejo [video]. YouTube.
https://www.youtube.com/watch?v=g2dxLdFw_4c
Bolívar, O. (2014, 30 de diciembre). El pescador de Baru - Hernan Rojas - Los Wuarahuacos
[video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=-t06Bg7BweU
Ojeda, J., & Ojeda, H. [Jairo Ojeda & Hitayosara Ojeda - Tema]. (2015, 22 de agosto). Chon-
tadura Maduro [video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=eXU74s8-HW0