Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, LXIV (169) Mayo-Agosto 2025 / ISSN: 0034-8252 / EISSN: 2215-5589
Agustín Aranco Bagnasco
La teoría de la forma valor de Moishe Postone frente a las teorías ampliadas de la producción/reproducción de la vida en el capitalismo
Resumen: El artículo aproxima dos perspectivas críticas contemporáneas, parcialmente alineadas con el legado filosófico-social de la Escuela de Frankfurt, como son la teoría de la forma valor de Moishe Postone y la teoría de la estabilización dinámica de Hartmut Rosa. Concretamente, argumenta que mientras la primera se basa en una conceptualización de las formas sociales históricamente específicas que modeliza los fundamentos estructurales de la producción/reproducción de la vida en el capitalismo, la segunda incorpora preocupaciones materialistas que colaboran con la actualización de la crítica marxiana de la economía política en base a los principales desafíos que actualmente dispone la condición planetaria.
Palabras clave: estabilización dinámica, forma valor, Hartmut Rosa, modernidad, Moishe Postone.
Abstract: The article approaches two contemporary critical perspectives, partially aligned with the philosophical-social legacy of the Frankfurt School, such as the theory of the value form of Moishe Postone and the theory of dynamic stabilization of Hartmut Rosa. Specifically, he argues that while the first is based on a conceptualization of historically specific social forms that models the structural foundations of the production/reproduction of life in capitalism, the second incorporates materialist concerns that collaborate with the updating of the Marxian critique of political economy based on the main challenges that currently dictates the planetarian condition.
Keywords: dynamic stabilization, value-form, Hartmut Rosa, modernity, Moishe Postone.
En décadas recientes, algunas de las principales teorías críticas identificadas con la tradición frankfurtiana han rehabilitado la posibilidad de mancomunar esfuerzos en torno a una crítica del capitalismo, al integrar preocupaciones originalmente marxianas respecto de la crítica de la economía política (Fraser y Jaeggi 2018; Streeck 2014). Motivadas por el reconocimiento del aumento de la intensificación de las interdependencias globales a partir de la segunda mitad del siglo XX, y de los desafíos planetarios que han sobrevenido a partir de esta misma estrechez, aun la filosofía social normativa mainstream ha vuelto a considerar la posibilidad de actualizar la teoría crítica del capitalismo desde visiones más comprehensivas, diferenciadas o situadas de la realidad social y extrasocial (Dörre, Lessenich y Rosa 2015; Fraser 2023; Jaeggi y Celikates 2023). Esto puede asociarse, así pues, con el esfuerzo todavía más longevo de las menos difundidas –pero aun así influyentes en círculos académicos y militantes– críticas del valor contemporáneas, que al menos desde finales de la década de 1980 han ponderado la independencia de la teoría frente a la praxis y la política institucional sin dejar de lado la urgencia que reclaman, por ejemplo, el examen crítico de la financiarización de la economía global, la automatización de procesos productivos fundamentales, la precarización laboral o los crecientes niveles de productividad laboral y de consumo masivo que han contribuido con la crisis ecológica en curso. Dentro de esta corriente, la teoría de la forma valor de Postone, en particular, ha sido identificada como una perspectiva original de investigación social que busca analizar y juzgar los principales dilemas culturales, sociales y políticos contemporáneos a la luz de las categorías de la crítica marxiana de la economía política. Propone, de esta manera, una relectura –acondicionada al periodo neoliberal, y a la consiguiente experiencia histórica de la derrota (Roggerone 2016)– del análisis históricamente determinado de Marx de las relaciones sociales capitalistas y del modo de dominación impersonal surgido al mismo tiempo que la complejización y diferenciación que definen, en lo fundamental, a las sociedades modernas europeas (Jappe 2018).
Este artículo está destinado a examinar y discutir las posibilidades analíticas y normativas que brinda la aproximación entre estos enfoques críticos contemporáneos, al menos remotamente inspirados en el legado de la Escuela de Frankfurt, como son la teoría de la forma valor de Moishe Postone y el programa de investigación del que participa Hartmut Rosa. En concreto, la trayectoria argumental se organiza a partir de tres secciones. La primera incluye una introducción general a la teoría de la forma valor, con énfasis en la obra magna de Postone. La segunda desarrolla los puntos principales de la teoría del capital de Postone y la así denominada dialéctica temporal de la transformación y la reconstitución. La tercera introduce selectivamente la obra de Rosa y menciona la novedad inscripta en la teoría de la estabilización dinámica frente a la de la aceleración social. Esto permite identificar la importancia que han cobrado las preocupaciones materialistas en el contexto contemporáneo desde un enfoque filosófico-social ampliado, forzado a integrar a la crítica de la economía política y a superar las críticas exclusivamente dirigidas contra el límite interno del capitalismo. Como se verá hacia el final del artículo, el reconocimiento de las determinaciones ontológicamente externas del capital resulta fundamental al momento de avanzar en una teoría ampliada del capitalismo que logre fijar su atención tanto en la contingencia y la dinámica constitutiva de las fronteras del orden institucional –abiertas a la acción política, a la lucha de clases y a los límites de la naturaleza extrahumana– como en la irrenunciable condición antropocéntrica en crisis que desafían oportunamente al «antimaterialismo» antropocéntrico, androcéntrico y eurocéntrico usualmente derivado de la teoría de la forma valor de Postone.
Marxismo tradicional y dominación social
El empeño fundamental de la teoría de la forma valor de Postone ha consistido en la actualización de la crítica marxiana de la economía política sin valerse de asideros positivos o trascendentales comunes a la tradición frankfurtiana, como han sido el trabajo humano, la acción comunicativa o el reconocimiento recíproco, tomando distancia de la mayoría de premisas marxistas ortodoxas, identificadas con el legado obrerista. Esta severa recusación de la ontología o prima philosophia, célebremente compartida por Adorno y Horkheimer, se complementa con la desestimación secular de la escatología usualmente identificada con el materialismo histórico (Löwith 2007), de la que ambos autores de la primera generación frankfurtiana no habrían podido abdicar por completo a pesar de su renuencia a concebir al proletariado como sujeto revolucionario (Martín 2016). Críticamente alineadas con los principales objetivos de algunos de los primeros representantes de la tradición frankfurtiana, las críticas del valor buscan ocuparse, aun hoy, del examen crítico de las contradicciones del capitalismo global. En especial, a la luz de la revolución microelectrónica, de la sucesión desde el sistema de producción fordista al posfordismo durante la segunda mitad del siglo XX, y sobre todo de la necesaria actualización de las categorías que permiten aprehender el dinamismo constitutivo de la vida social, a saber, la mercancía, el dinero, el trabajo y el valor. De acuerdo con Postone (2006, 47), solamente esta original «relectura categorial» de la teoría de la sociedad de Marx, que gira en torno a una concepción del trabajo como necesaria fuente del valor –y no como actividad humana o praxis antropogénica invariante que existiría desde siempre–, es la única capaz de hacer honor a las pretensiones críticas localizables en la obra de madurez del segundo.
La atención depositada en la forma capitalista del trabajo por parte de la teoría de la forma valor, y de las categorías que fundan material y simbólicamente la modernidad occidental, permite sostener una distinción fundamental para comprender el alcance de la empresa, entre una interpretación «categorial» o esotérica y una «clasista» o exotérica respecto de las relaciones sociales fundamentales del capitalismo (Jappe 2016, 18-21). Mientras la primera constituye una bienvenida «crítica del trabajo en el capitalismo, la segunda representa una crítica del capitalismo desde el punto de vista del trabajo» (Postone 2006, 74). A lo largo de Tiempo, trabajo y dominación social, publicado en 1993, Postone da cuenta precisamente de esta diferencia de alcance entre ambas interpretaciones de la obra de Marx, en último término determinadas por una concepción incompatible de la dominación capitalista. Para Postone (2006, 74-75) esta no consiste estrictamente en la dominación de personas por otras personas, sino en la dominación de las personas por estructuras sociales abstractas que los propios individuos han contribuido a constituir y que aun así se reconocen como extrañas, naturales e incapaces de sufrir transformación alguna. Por consiguiente, la dominación social indirecta, diferente de la dependencia directa, inmediata o personal entre agentes económicos, constituiría el modo de dominación predominante bajo el capitalismo. Desde el punto de vista de Postone, el régimen incremental del valor –a través de sus formas inéditas de mediación, nexo o lazo social– direcciona anónimamente el movimiento de la vida social en su conjunto hacia la maximización inacabada del beneficio, o hacia la producción de riqueza qua forma del valor. Esta dialéctica entre individuo y totalidad social, cercana a lo establecido por Adorno (Maiso 2022, 165-186), permite considerar que sean los mismos actores los que terminen por reproducir las situaciones de heteronomía que ya no son capaces de controlar o siquiera entrever como consecuencia de sus cursos de acción individuales y presuntamente autodeterminados.
Así, la crítica que prevalece en la teoría de la forma valor no es de naturaleza moral, puesto que no se propone denunciar los excesos o desbordes del capitalismo a partir de un criterio a priori de lo que sea justo. Al ser anónimo e impersonal, estar abstractamente mediada y presentarse de manera cuasiobjetiva, el modo de dominación con el que aquí se identifica al capitalismo no admite la exclusiva responsabilidad moral de personas concretas, instituciones o grupos de individuos por su ejercicio, y menos aún la reducción de su enjuiciamiento a las preocupaciones sobre la distribución o redistribución nacional de medios económicos. La asunción del carácter histórico de las formas sociales capitalistas, y no así su invariancia como factores eternamente presentes en todo modo de producción posible, es lo que permite distinguir una clase de crítica –como la de la economía política– de aquella que resume la caracterización del capitalismo a la existencia del libre mercado y la propiedad privada de los medios de producción (Jappe 2016). Esta última visión obvia que la dominación personal, basada en la explotación económica existente incluso en modos de producción comunales, y en agrupaciones artesanales y campesinas, no puede constituir un objeto de análisis ni de crítica exhaustivo para las teorías críticas contemporáneas. Si bien por vías diferentes a las habituales dentro de la filosofía social, la teoría de la forma valor también cuestiona la centralidad político-normativa del paradigma distributivo. Pero sobre todo subraya los límites de la concepción represiva del poder que habitualmente le sigue –como ejercicio de coerción directa, o como violencia o ideología–, desatiende la reestructuración constante de las condiciones materiales de la reproducción social que hoy en día desafía la sostenibilidad misma de la formación social capitalista (Mau 2023).
Postone desarrolla así una crítica sociohistórica capaz de especificar formas sociales que no han existido desde siempre, habilitando un análisis no necesariamente circunscripto a los siglos XVIII y XIX, a menudo identificados con el ascenso europeo de la gran industria y la consolidación del capitalismo monopolista (Maiso 2021). Al igual que sucede con Marx, la prioridad heurística otorgada al desarrollo conceptual frente al desarrollo histórico en Tiempo, trabajo y dominación social sirve para modelizar los fundamentos lógico-estructurales que funcionan como «punto de partida para entender las actuales transformaciones planetarias, sociales y económicas, como transformaciones del capitalismo» (Postone 2006, 85-86). La preocupación eminentemente teórica de Postone, compartida con las diferentes versiones de la crítica del valor, pero también con Adorno (1975, 146-148), sienta las bases para desligar la obra de madurez de Marx de las preocupaciones políticas directas, y en cambio propone ubicarla en la senda de una actualizada teoría crítica de la constitución social o de la socialización moderna que cuestiona la interpretación más difundida por el pensamiento económico contemporáneo a propósito de la «teoría del valor».
Identificada como una «teoría del valor-trabajo» que sería compartida en todas sus líneas con los economistas clásicos, desde el punto de vista tradicional la teoría del valor de Marx se emparentaría con la economía política clásica bajo el principio teórico de que el valor de cambio o precio de una mercancía al momento de su intercambio estaría determinado cuantitativamente por el tiempo de trabajo necesario para su producción (Schumpeter 2003, 21-44). En términos transhistóricos, un bien o un servicio colocado en el mercado para su venta –lo que constituye un producto, en un sentido general o inespecífico–1 explicaría la formación de su precio a partir de la cantidad de tiempo de trabajo que un productor individualmente habría dispensado en su fabricación. Es decir, la «mercancía» tendría «contenida» una cantidad de tiempo de trabajo que daría lugar a la conformación de su precio de equilibrio y eventualmente a la producción del plusvalor en cuanto diferencia entre el valor producido por un obrero en un período determinado y el coste medio del valor de los bienes de consumo necesarios para subsistir durante ese mismo período (Elster 1992, 70). De aceptarse esta difundida interpretación, legada por la revolución marginalista, debería admitirse la continuidad general entre los postulados de Ricardo y Marx. Puesto que la única diferencia constatable habría de encontrarse en los fundamentos normativos en torno al plusvalor, a partir de los que el segundo demuestra que este es resultado exclusivo del tiempo de trabajo del proletario, del cual el capitalista extrae injustamente el excedente (Cohen 1995; Löwith 2007, 59-63).
En oposición a esta interpretación tradicional y ampliamente difundida en la historia intelectual, las nuevas lecturas de Marx a las que refiero en este artículo explicitan que la teoría de valor presente en textos de madurez como los Grundrisse o El capital no constituye una teoría económica de los precios, sino una teoría crítica acerca del carácter propiamente social que el trabajo asume bajo condiciones históricamente determinadas. Es decir, una teoría de la sociedad que se propone explicar y denunciar el papel central del trabajo humano igual o trabajo abstracto –como sustancia indiferenciada del valor– exclusivamente en el marco de la formación social capitalista (Rubin 1974). Este carácter histórico-social, al margen de los problemas técnicos, busca identificar, comprender y juzgar la función social y políticamente central que asume, inéditamente, la forma abstracta del trabajo en el capitalismo (Martínez Marzoa 1983; Rubin 1974; Sohn-Rethel 2001). Esto es precisamente lo que permite asegurar que la de Marx no sea una teoría económica avant la lettre que se propone paliar las deficiencias explicativas de los economistas clásicos, sino una teoría crítica del trabajo y del valor destinada a subvertir los presupuestos de estos mismos economistas; incluso al proveer una crítica epistemológica de los fundamentos ideológicos que hacen aparecer a la economía política como una ciencia (Ruiz Sanjuán 2019, 18-19).
Solamente un interés por el carácter cualitativo o especificado del trabajo que produce mercancías –más allá de la relación cuantitativa y mensurable de intercambio que omite la naturaleza misma de lo que permite volver equivalentes mercancías cualitativamente desemejantes–, es capaz de contribuir a delinear las bases para una genuina crítica de la economía política. Es decir, para llevar a cabo una denuncia radical de las categorías irreflexivamente empleadas por Ricardo o Smith, quienes presuponen la existencia del capitalismo –como forma invariante o suprahistórica de organizar la producción/reproducción de la vida– más que explicar su más o menos resistida pervivencia. Aun cuando Marx se sirva del campo analítico heredado, lo hace motivado por el interés de desandar el punto de partida afirmativo respecto del trabajo como medida autónoma del valor, solo analizable desde un punto de vista abstracto. Es decir, de la cantidad de tiempo de trabajo productivo empleado en la producción de mercancías; advirtiendo así que la instancia pública del acto del intercambio no es accesoria y depende necesariamente de la homogeneización previa que sufren los trabajos privados al integrar el trabajo social. De manera que no habría aquí una posición empirista ocupada en develar cómo se determina el precio comercial, sino un esfuerzo teórico por analizar cómo se regula temporalmente la actividad laboral productiva en la forma capitalista de la economía (Ruiz Sanjuán 2019, 19), es decir, por clarificar las condiciones histórico-materiales bajo las que tiene lugar, contingentemente, el metabolismo social (Sohn-Rethel 2001).
En resumen, y de acuerdo con O’Kane (2021, 201-202), la crítica que Postone dirige contra el marxismo tradicional tiene por cometido denunciar al menos tres déficits que comprometen la rigurosidad analítica y la potencialidad emancipatoria de toda teoría crítica de la sociedad. Por una parte, el marxismo tradicional (i) realiza una crítica afirmativa, desde el punto de vista del trabajo, y no una crítica negativa del trabajo que permita situarlo como forma de socialización históricamente específica, activamente sostenida por sus agentes constituyentes; asimismo, (ii) asume la continuidad entre la teoría del valor de la economía política clásica de los siglos XVIII y XIX y el proyecto crítico marxiano, lo que permite enjuiciar la dominación directa de clase y la desigual distribución del excedente generado por la explotación económica pero no así la dominación social indirecta; finalmente, (iii) comprende al socialismo como una necesidad histórica dependiente de que la contradicción entre las fuerzas y las relaciones de producción alcance un punto crítico a partir del cual la clase proletaria lograría abolir el mercado y la propiedad privada, liberando así los potenciales reprimidos por la forma organizativa de la producción capitalista. La interpretación de Marx ofrecida por Postone avanza precisamente desde estas limitaciones del marxismo tradicional hacia un programa de investigación original definido por la dominación social, capaz de capturar el inédito núcleo lógico-estructural de la modernidad capitalista sobre la base de una ambiciosa teoría del capital, determinada por la distinción entre riqueza y valor (Maiso 2021). Esta última sienta las bases para detallar la relación de dependencia analítica entre la reproducción social y la acumulación del capital, y permite explicar tentativamente por qué el aumento socialmente general de la productividad –o el desarrollo tecnológico más en general– en ciertos sectores estratégicos de las economías nacionales no permite trastocar en lo fundamental la forma predominante de organizar la reproducción material que constriñe a la enorme mayoría de habitantes de nuestro planeta.
La teoría del valor como estudio de la forma capitalista de la riqueza
Como es sabido, en su obra de madurez Marx se ocupa de describir la particular configuración de la esfera de circulación que tiene lugar en la sociedad capitalista, la cual se define por un funcionamiento incremental y sin término, en donde la producción y el intercambio de mercancías conduce a una mayor producción e intercambio. En un proceso acumulativo capaz de crear un inédito excedente económico, inexistente en modos de producción precedentes. Lo que predomina en este tipo de formación social no es el intercambio directo de productos del trabajo o mercancías (M) por otras mercancías (M’) a través del instrumento o medio de cambio universal que es el dinero (D). Sino que la misma circulación de mercancías se orienta hacia el incremento de la inversión original, y a la sucesiva renovación de esta rentabilidad abstracta. El ciclo M-D-M’, en consecuencia, se amplía y transforma en D-M-D’, en donde necesariamente D’>D –y esta diferencia cuantitativa es la que instituye el plusvalor–, de manera que el intercambio entre valores de uso cualitativamente diferentes ya no resulta predominante como forma de subsistencia generalizada, por cuanto resulta reemplazado por el proceso anónimo, impersonal y virtualmente ilimitado de la valorización (Postone 2006, 350-355). Entendido como valor que se autovaloriza, sustancia automotriz o «sujeto automático» con su propia agencia, el capital en su fórmula general procura describir este inédito pasaje desde un modo de intercambio simple, derivado de la circulación de mercancías y la rotación del dinero –como sugiere la célebre fórmula «comprar barato y vender caro»–, a la lógica expansiva del capital. Es decir, al proceso permanente, lineal y regular por el cual el dinero se crea a sí mismo dentro de la sociedad capitalista. De manera, para Postone, el capital debe entenderse como
una categoría del movimiento, de la expansión. Se trata de una categoría dinámica, del valor en movimiento. Esta forma social alienada, cuasiindependiente, ejerce un modo de obligación y de constreñimiento abstractos sobre la gente, y está en movimiento. Por consiguiente, Marx le concede los atributos de la agencialidad. (2006, 351-352)
Lo que Postone denomina dialéctica temporal de la transformación y la reconstitución intenta describir críticamente el dinamismo interno que caracteriza a la disfuncionalidad capitalista y que remite, en último término, al carácter expansivo de la producción orientada por el valor. A pesar de las sucesivas innovaciones tecnológicas, aplicaciones científicas y nuevas técnicas de management, en el capitalismo siempre han de reponerse nuevas exigencias de productividad laboral –tanto para las organizaciones como para los/as trabajadores/as– que impiden reconocer una transformación cualitativa del actual estado de cosas. El punto de partida objetivo de Postone resulta cuando menos constatable dentro de las sociedades contemporáneas: en el capitalismo la producción no constituye una prioridad la satisfacción global de las necesidades materiales más que como consecuencia subsidiaria de la valorización o acumulación del capital. La satisfacción general de las necesidades sociales, o la propia reproducción material de «seres sociales con cuerpo» (Arruzza, Bhattacharya y Fraser 2019, 90), funciona como un «mal necesario» o un subproducto contingente en el afán de la obtención de un mayor beneficio que el invertido en primera instancia (Adorno 2004, 13; Bude 2017, 104-113). De ahí la dificultad que Postone observa en la estrategia de vindicación del valor de uso o la forma corpórea o natural de las mercancías como parámetro legítimo de crítica2; cuando en realidad desde su visión son principios anónimos, abstractos e impersonales los que gobiernan compulsivamente las innovaciones y las transformaciones productivas. La contradicción señalada por Postone radica precisamente en que, a pesar de estas importantes innovaciones y transformaciones, lejos están de garantizarse las condiciones mínimas de subsistencia y bienestar para la enorme mayoría de habitantes del planeta.
Esta dialéctica temporal e históricamente especificada entre cambio y repetición, o entre transformación y reconstitución, permite explicar por qué la productividad no puede permanecer invariante dentro de la sociedad moderna capitalista. Esta exigencia estructural o tensión inmanente prefigura, de hecho, la definición misma y la especificidad del capitalismo histórico, en donde de manera inédita la
riqueza se adquiere no simplemente utilizando la fuerza coercitiva para extraer más trabajo excedente de los productores directos, a la manera de los aristócratas rentistas, ni comprando barato y vendiendo caro como los comerciantes precapitalistas, sino aumentando la productividad del trabajo (cantidad de productos de trabajo por unidad de trabajo). (Meiksins Wood 2002, 113)
Sucede así que su propio dinamismo interno requiere de la introducción constante de novedades frente a iteraciones siempre contingentes o provisorias, lo que para Postone representa una tensión interna definitoria del núcleo mismo de la producción/reproducción social capitalista. De esta manera también podría explicarse la paradójica permanencia de la escasez socialmente general de tiempo disponible frente a las inéditas oportunidades de disminución objetiva del tiempo de trabajo no reproductivo con las que nos enfrentamos al día de hoy (Briales 2016; Wajcman 2015)3.
Tratada en detalle en el octavo capítulo de Tiempo, trabajo y dominación social, la dialéctica de la transformación y la reconstitución describe una dinámica o tendencia del modo de producción capitalista por la que productividad media aumenta, pero el valor es repuesto una y otra vez como medida inmanente.
La productividad incrementada aumenta la cantidad de valor producido por unidad de tiempo, hasta que esta productividad se vuelve generalizada; en ese punto, la magnitud de valor generada en este periodo de tiempo, merced a su determinación abstracta y general, vuelve a caer a su nivel previo [...]. Lo que emerge, pues, es una dialéctica de la transformación y la reconstitución: los niveles socialmente generales de productividad y las determinaciones cuantitativas del tiempo de trabajo socialmente necesario cambian, aunque estos cambios reconstituyan el punto de partida, esto es, la hora de trabajo social y el nivel básico de la productividad. (Postone 2006, 377)
Según Postone (2006, 379), los cambios –incluso drásticos– en la productividad media provocan transformaciones importantes en los requerimientos sociales en cuanto a cantidad de tiempo de trabajo. Pero esto no repercute en salidas emancipadoras para los actores –como podría ser la reducción de la hora de trabajo social o la disminución de la jornada laboral en el largo plazo– sino que se reconstituyen, como un nuevo punto de partida más ambicioso, exigente e inestable, nuevas condiciones productivas que tarde o temprano condicionan a todos los agentes económicos. Lo que permite deducir este movimiento espiralado o escalatorio típico del dinamismo objetivo capitalista es que el valor, en último término, aún depende del tiempo de trabajo socialmente necesario y no así del aumento de productividad. Esto es lo que procura describir el «efecto rutina» o «efecto de molino» (treadmill effect) con el que Postone define a la forma de producción capitalista, virtualmente ilimitada en lo que respecta a las innovaciones tecnológicas, aunque en los hechos limitada por la necesidad de crecimiento económico. Aquí se impone entonces la distinción marxiana fundamental entre riqueza (wealth) y valor (value), entendida la primera como riqueza material y la segunda como riqueza abstracta. La diferencia entre estas dos clases de riqueza social remite a la relación inversamente proporcional que se establece entre la productividad media y la magnitud del valor de una mercancía singular (Postone 2006, 404). Es decir, a que el aumento de la riqueza abstracta no necesariamente dependa de la dimensión del valor de uso de la masa material ni de las propiedades cualitativas de los bienes sino, de manera recalcitrante, del gasto inmediato e indiferenciado de tiempo de trabajo.
A diferencia de lo que sucede con la riqueza material, la producción desbocada orientada al valor típica de la acumulación capitalista no permite avance real o transformaciones históricamente sustantivas. Pues por más que aumenten las tasas relativas a la producción –y crezca así el valor total de bienes disponibles– en base a innovación técnica o a la introducción de tecnología ahorradora de trabajo, y se intensifique el proceso de valorización, esto no necesariamente redunda en un aumento generalizado y sostenido de riqueza material, o en bienestar colectivamente disfrutable, sino en la perpetua aceleración de los estándares productivos socialmente generales que tarde o temprano acabarán por generalizarse. De ahí que no se trate de una dificultad que remita exclusivamente a la ausencia de control y planificación estatal, sino de una anquilosada dinámica rutinaria –de una lógica uniforme, ciega y recursiva– que contraviene los intereses de los mismos productores de mercancías, forzados a adaptarse una y otra vez para subsistir en el mercado. Así, parece inevitable que existan descensos recurrentes del valor de las mercancías, puesto que cada una de ellas requerirá, gradualmente, de menor tiempo de trabajo socialmente necesario. Precisamente, esto es lo que provocaría que la sociedad permanezca idéntica a sí misma, en términos estructurales, a pesar de los cambios tecnológicos, empleo de materias primas o renovaciones de la esfera del consumo. Debido a esta tensión inmanente al capital, para Postone el aumento de la productividad nunca redunda en el progresivo crecimiento de la «riqueza real» producida –es decir, en el valor de uso o el bienestar colectivo–, sino que funciona tan solo como un medio en el afán de conseguir la disminución del tiempo necesario y el correspondiente aumento del tiempo de trabajo excedente o plustrabajo.
Este proceso de reproducción, tal como lo analizó Marx, está, en definitiva, en función de la forma valor y no sería así si la riqueza material fuera la forma definitoria de la riqueza. Es [...] un aspecto de una dinámica rutinaria necesaria, en la que la productividad incrementada no conlleva un aumento correspondiente en la riqueza social, ni un descenso correlativo en el tiempo de trabajo, sino la constitución de un nuevo nivel básico de productividad, nivel que lleva aún a ulteriores aumentos en la productividad (Postone 2006, 445).
De modo que, aun cuando el incremento de productividad del trabajo conduzca a una mayor cantidad y calidad de riqueza material, esto no necesariamente implicará un mayor valor de cambio por unidad de tiempo, puesto que «[l]as siempre ascendentes cantidades de riqueza material producidas bajo el capitalismo no presentan unos niveles correlativamente elevados de riqueza social en forma de valor» (Postone 2006, 404). Por el contrario, o bien terminarán por ser generalizadas socialmente para todos los agentes económicos las nuevas exigencias de innovación productiva –a partir de la creciente y perenne competitividad mercantil–, o bien culminará por desatarse un desequilibrio sobreproductivo en donde las mercancías inundan un mercado de consumidores que no cuentan con suficientes medios para adquirirlas (Fraser 2023; Mau 2023).
Aun cuando puedan identificarse consecuencias inéditas para los países centrales, como entrevió tempranamente Schumpeter (2003, 151-152) respecto del «desempleo localizado» o «seccional» (sectional unemployment), esta realidad supone un problema de mayor envergadura para las periferias mundiales. La predominancia del capital fijo dentro de buena parte de los procesos productivos, debido a la centralidad internacional de los poderes socialmente generales de la ciencia y la técnica que la misma producción capitalista anima, parece contravenir las garantías futuras de adquirir y mantener el capital variable en forma sostenida. Pues su costo de inversión, en el largo plazo, resulta demasiado elevado en comparación con las oportunidades de rentabilidad que ofrece la tecnología ahorradora de trabajo; en especial, tras la revolución microelectrónica o cuarta revolución industrial (Navarro Ruiz 2022). Desde este punto de vista, la ineficiencia alimentaria, energética y climática de la agricultura industrial en las que se reflejan las amplias desigualdades dentro del capitalismo contemporáneo, cada vez más incapaz de integrar en el circuito masivo producción-consumo a buena cantidad de los habitantes del planeta (Lessenich 2019), se ve agravada a partir de la decreciente rentabilidad de la contratación y mantenimiento de la fuerza de trabajo. Es decir, la reducción gradual del precio relativo de la maquinaria o «trabajo muerto» frente a la estabilidad de las condiciones reproductivas –o a su ampliación, en términos «histórico-morales» o relativas al consumo privado– requeridas por el trabajo humano qua trabajo vivo.
En este sentido, la/s crisis que sucumbe/n al capitalismo contemporáneo, evidenciada/s a partir de 1970 pero rastreable al menos hasta la «gran aceleración» que marcaría el inicio del Antropoceno y la constitución de la «condición planetaria» (Chakrabarty 2021), permite señalar las potencialidades emancipatorias inscriptas en la modernidad capitalista, allende la distribución o redistribución local de capacidades, derechos, libertades o medios que los Estados nacionales pudieran asegurar (Arboleda 2021, 158-169). Pues coloca de relieve inconvenientes ampliamente constatados que remiten a la anquilosada centralidad objetiva del trabajo abstracto en el proceso constante de creación de valor, que da cuenta de un límite interno del capitalismo, en donde la absorción de tiempo de trabajo –y lo que esto implica en términos materiales y hasta biopolíticos– continúa «siendo necesaria para el capital a pesar de que cada vez sea menos necesaria para la producción de riqueza material, dado el crecimiento imparable de la productividad desde los inicios del capitalismo» (Briales 2016, 38). Esta contradicción, evidenciada a partir del incremento constante de la productividad media y el respectivo descenso del valor de cada mercancía producida, con todo, también permite cuestionar el papel que cumple y podría cumplir la tecnología ahorradora de trabajo en el marco de una organización de la vida social en la que el empleo asalariado y productivo no configurase el principal método de distribución de la renta (Srnicek y Williams 2015). Para Postone (2006, 464), esta posibilidad emancipatoria se sigue de la eventual abolición del régimen incremental del valor, en donde resultarían impugnadas las dos constricciones estructurales que definen a la valorización capitalista, a saber: la necesidad de incrementar permanentemente la productividad media y que el tiempo de trabajo inmediato o la fuerza de trabajo necesariamente se consuma en la producción de mercancías.
Más allá de la forma valor: ampliaciones materialistas y estabilización dinámica
Como se ha visto, la dialéctica temporal de la transformación y la reconstitución advertida por Postone señala el límite interno al régimen del valor a partir de una teoría formal del capital, describiendo un proceso íntegramente estructural marginado de la experiencia histórica y las luchas sociales. Sin embargo, los esfuerzos recientes por ampliar, expandir o incluso encarnar la perspectiva de Postone, dan cuenta de la importancia de examinar críticamente la estructura fundamental de la sociedad moderna en su dimensión no solo interna, sino también externa (Arboleda 2021; Maiso y Maura 2021; Martín 2022; 2023). Es decir, de incorporar una teoría de la exclusión basada en el reconocimiento de las actividades, personas y recursos que no crean valor directamente –y que no necesariamente forman parte de la esfera del trabajo asalariado y productivo–, pero cuya existencia resulta una condición de posibilidad indispensable (Fraser 2023). Estas constataciones han forzado a dar cuenta de que el trabajo productivo y asalariado no constituye el único ámbito creador de valor, y aun siquiera el más prominente, puesto que la apropiación o expropiación de actividades, espacios, cuerpos y recursos deslocalizados, externalizados, o incluso aún no mercantilizados, funciona como mecanismo tanto o más fundamental para la reproducción ampliada del capital a escala internacional que la explotación directa y local (Mau 2023). De manera que, la consideración de (i) los límites internos y externos que truncan el potencial emancipatorio del desarrollo tecnológico, amenazan la estabilidad biosférica y alteran la propia pervivencia de la forma capitalista –predominante en la modernidad occidental– de producir/reproducir la vida, debe agregarse a (ii) las necesidades exógenas –o de las determinaciones ontológicamente externas– del capital para asegurarse su acumulación, a partir de una forzosa exclusión androcéntrica, antropocéntrica y eurocéntrica de la producción para el valor. En este sentido, si bien en la filosofía social contemporánea Rosa presenta similitudes importantes con la obra magna de Postone, especialmente en lo que respecta a la aceleración social y a la dialéctica temporal de la transformación y la reconstitución, considero que la reciente colaboración de Rosa con Dörre y Lessenich permite superar su propia visión «exclusivamente temporal» de la aceleración, al tiempo que integra preocupaciones materialistas que bien podrían corregir la propia visión característicamente modélica o puramente social de la teoría de la forma valor.
La teoría de la aceleración social de Rosa (2013; 2016) guarda importantes semejanzas analíticas con la teoría de la forma valor de Postone, por tratarse la aceleración de un evidente proceso social –una dinámica relativa al aumento de episodios de acción por unidad de tiempo– que permitiría explicar la creación y generalización permanente de nuevos estándares de ambición, expansión e innovación. Los cuales se reflejan tanto en la necesidad sistémica de crecimiento económico como en el ensanchamiento de los horizontes de expectativa que orientan la autorrealización individual en los países más industrializados. En ambas está presente, asimismo, el examen crítico de la «homogeneidad temporal» que caracterizaría al amplio presente definitorio de nuestra época: la idea de «paralización frenética» (inertie polaire, rasender Stillstand), extraída de las tesis dromológicas de Virilio, expresaría este paradójico estado de parálisis generalizada (iteración) que presume del movimiento y la innovación (novedad) sin que nada se trastoque en lo fundamental más que la interminable renovación de estándares, exigencias y expectativas. Esta definición procesual y lógico-estructural de las sociedades modernas europeas supone la dilucidación de cierto modo de reproducción socioestructural basado en el incremento o dinamismo expansivo predominante a partir del siglo XVIII. Aun cuando, en décadas más recientes, y a partir de las colaboraciones con otras perspectivas sociológicas inter-mundiales que han dado lugar a la así denominada «Escuela de Jena», Rosa ha conseguido complejizar su visión respecto de las condiciones de posibilidad de la acumulación capitalista y revisar críticamente las bases de su teoría de la aceleración social, que actualmente se incluye dentro de una teoría más amplia basada en el concepto de «estabilización dinámica» (dynamische Stabilisierung) (Rosa 2019; 2023; Rosa, Dörre y Lessenich 2016).
Sobre todo a partir de la publicación de Resonancia en 2016, la obra de Rosa ha integrado preocupaciones materialistas que corrigen su limitada caracterización del «motor económico» de la aceleración social –producto de su explícita aversión al determinismo económico o tecnoeconómico con el que emparenta al marxismo–, la clausura funcionalista y presuntamente no contradictoria de la totalidad social expresada en Social Acceleration, e incluso complejizan la debatida distinción analítica entre modernidad y capitalismo (Flatschart 2021; Jappe 2010; Torres 2022; Vostal 2016). Esta novedosa atención depositada en los inconvenientes de la reproducción material –como se hacen patentes en la crisis ecológica y la crisis de los cuidados, por ejemplo– también permite que el concepto de estabilización dinámica funcione como correctivo a una teoría modélica del capital como la de Postone que, si bien avanza una crítica del límite interno de la modernidad capitalista, no desanda con la misma agudeza sus fundamentos materiales o condiciones trascendentales, no necesariamente reducibles a momentos del capital. La teoría de la estabilización dinámica de Rosa, que amplía lo dispuesto en su teoría de la aceleración social precedente, establece que las sociedades modernas se definen por la sucesión acelerada e incremental de un conjunto predeterminado de procesos técnicos, sociales y cotidianos en cierta unidad de tiempo que tiende a mantenerse o a decrecer, lo que conduce a que las principales instituciones básicas de la sociedad solo puedan reproducirse y conservarse bajo este perverso «modo del incremento».
Las instituciones básicas de la sociedad (la organización capitalista de la economía, la organización democrático-representativa de la política, el trabajo orientado a la investigación científica, la organización social-estatal del bienestar, así como las instituciones educativas y de la industria del arte) solo pueden reproducirse y conservarse en el modo del incremento. Por consiguiente, dependen sistemáticamente del crecimiento (económico), la aceleración (técnica y cultural), la activación política y la innovación constante para estabilizar su statu quo y mantener su estructura. Esto tiene como resultado una genuina tendencia escalatoria que, a través de las décadas y de manera no lineal sino más bien exponencial, hace aumentar sustancialmente las tasas de incremento en muchos ámbitos (por ejemplo, en el volumen del tráfico, el uso de combustibles y la producción de bienes). (Rosa 2019, 398-399)
Presentada en detalle en el penúltimo capítulo de Resonancia, la estabilización dinámica no trata de «un simple procesamiento permanente u operación continua», como podría deducirse del concepto de «aceleración social», sino de una lógica del incremento en donde «la estabilidad –aunque a menudo sea una forma de estabilidad inestable y más bien temporal– se deriva del crecimiento, el aumento y la innovación eficiente, no sólo de la reproducción procesual» (Rosa, Dörre y Lessenich 2016, 2-3). Esto, por lo tanto, agrega un componente relativo a los requisitos ontológicos exógenos del crecimiento, la aceleración, la activación y la innovación –procesos que la estabilización dinámica reuniría en una misma teoría de la modernidad (Rosa 2019, 519)–. Ninguno de estos «procesos sociales» puede ser reducido con éxito a su dimensión exclusivamente social; cada uno de ellos requiere de una intervención permanente en el mundo material que lo hace dependiente de condiciones extrasociales o extraeconómicas (Flatschart 2021). Precisamente por esta razón, y desde el punto de vista de Rosa, Dörre y Lessenich (2016, 4-5), conceptos de larga recepción en la teoría social crítica como los de «expropiación» (Landnahme) y «externalización» deben invocarse para advertir el agotamiento contemporáneo de la estrategia típicamente capitalista –en su particular devenir globalizado– de expropiar o hacerse con actividades, materias primas o territorios con escasa o nula compensación como condición de posibilidad de la acumulación capitalista. Entendidas como condiciones históricamente contingentes de la emergencia y reproducción de las sociedades modernas, azarosas en su despliegue histórico, las sucesivas oleadas de expansión geográfica, las revoluciones ecológico-energéticas o la persistente ampliación de las fronteras mercantiles por sobre realidades aún no mercantilizadas, obligan a sugerir una ampliación del análisis exclusivamente lógico-estructural de la aceleración social, considerablemente limitado en lo que respecta a la centralidad analítica de la modernización europea (Dörre 2016; Folkers 2021; Lessenich 2019). De hecho, solo así puede inteligirse la magnitud de las innovaciones tecnológicas decimonónicas, como la aceleración del transporte terrestre y marítimo –que Rosa toma como indicador privilegiado y presuntamente exhaustivo de la aceleración social4, a pesar de su renuencia a las explicaciones tecnoeconómicas–5, que sirvió no solamente a la expansión de las oportunidades de intercambio mercantil, como había sostenido Rosa (2013, 71-74, 97-107) en Social Acceleration. Sino fundamentalmente al abaratamiento de la producción –y de la reproducción de la fuerza de trabajo, en consecuencia– a partir de la expropiación de bienes, recursos, cuerpos y tierras parcial o aún no mercantilizadas, tanto como de la externalización de los costos ambientales producto del aumento de la productividad media y el consumo en las sociedades ricas y altamente industrializadas. Advertir la progresiva expropiación de realidades parcial o aún no mercantilizadas –como han sido, al menos desde el siglo XVI, el trabajo reproductivo feminizado, las colonias o la naturaleza humana y extrahumana–, y el papel históricamente relevante que cumplen y han cumplido en esto los Estados nacionales6, podría contribuir al cuestionamiento del valor qua entidad fundamentalmente sociohistórica o supranatural (Martín 2022).
Motivado por el reconocimiento de las significativas interdependencias entre las diferentes esferas nacionales a partir de la segunda mitad del siglo XX, y de las crisis sobrevenidas por esta misma razón, el pasaje desde una teoría de la aceleración social a una teoría de la estabilización dinámica por parte de Rosa representa una aproximación al menos parcial a algunas de las interpretaciones contemporáneas de orientación materialista –ecologista, feminista y poscolonial– de la teoría de la forma valor (Martín 2021). Si bien se ha hecho notar oportunamente que la teoría de la estabilización dinámica aún conlleva dificultades inherentes a su inespecificidad histórica, no es menos cierto que también ha permitido solventar la problemática independencia analítica respecto de la modernidad capitalista sostenida en Social Acceleration (Duerto 2018; Torres 2022). Lo que constituye un primer paso acertado en la tarea de integrar una teoría de la exclusión que tome en cuenta tanto la esfera de la producción como los fundamentos materiales que actúan como condiciones de fondo –contingentes, dinámicas y abiertas a transformación– de la reproducción socia, tal y como ha propuesto Fraser (2023) en años recientes. Permitiendo el alejamiento, además, del maximalismo unidimensional, sofocamiento político y pesimismo moral que usualmente trasuntan los análisis críticos del valor, en cuyas versiones más radicales parece no quedar más que aguardar por la propia autodestrucción sistémica del capitalismo global, aun cuando existan incontables praxis que, sin abandonar o reemplazar la acción política a gran escala, bien podrían contribuir con la tarea emancipatoria (Arboleda 2021; Maiso y Maura 2014; McNally 2004). De esta manera se admite la impostergable tesis–desde un punto de vista de una crítica del presente– de que los desafíos actuales respecto de la producción/reproducción de la vida han de constituir el foco de una teoría crítica del capitalismo, subalterna respecto de un «materialismo» o «naturalismo crítico» capaz de cuestionar tanto el dualismo ontológico tradicional que ha distinguido a la naturaleza de la sociedad como la propia división sexual del trabajo.
Notas
1. Para Marx, «al hablar de una mercancía individual se está presuponiendo siempre la existencia de otras mercancías en relación con las cuales esa mercancía es mercancía, pues solo en esa relación se convierte en objeto de valor [Wertding]. Si no fuera así, se trataría simplemente de un valor de uso, de un producto del trabajo (concreto)» (Ruiz Sanjuán 2019, 356).
2. Postone no ignora que las mercancías deban contener un valor de uso para ser intercambiadas. Al contrario, argumenta que al haberse vuelto predominante una forma inédita de producción como es la producción mercantil para el intercambio, en oposición al autoconsumo, entonces no puede aislarse algo así como el cuerpo material de la mercancía, ya siempre abstraído de las acciones de uso (Sohn-Rethel 2001, 30-35) y preñado de la expectativa del beneficio (Postone 2006, 451-455).
3. Únicamente cuando están explicitadas las causas de la escasez socialmente general de tiempo se vuelven inteligibles las estrategias o salidas individuales de los actores (delegación de responsabilidades, multiempleo, multitasking, etc.), los inconvenientes que atañen a lo social mismo (desempleo, subempleo y subcontratación masiva, intensificación del trabajo social, etc.) y los padecimientos clínicamente constatables (ansiedad, depresión, FOMO, burnout, TDAH, trastornos del sueño, etc.) (Duerto 2021).
4. Si bien Rosa inquiere en la progresiva sofisticación de las tecnologías del transporte en los países centrales, lo hace principalmente desde un punto de vista agregativo. Por lo que desestima el cambio cualitativamente fundamental que ha supuesto, para las transiciones tecnológicas y energéticas de los últimos tres siglos, el reemplazo inédito de las energías motrices renovables por combustibles fósiles (Folkers 2021).
5. Como apunta Torres, «[e]n la teoría [de la aceleración social] de Rosa conviven de modo contradictorio el reconocimiento explícito de la gravitación de lo tecnoeconómico, el rechazo al determinismo económico capitalista de la aceleración social y la aceptación acrítica de las premisas evolutivas de la teoría de la diferenciación funcional» (2022, 94).
6. Tanto en Rosa como en las críticas del valor contemporáneas se atribuye un papel clave al desarrollo armamentístico de los estados absolutistas durante la modernidad temprana (Jappe 2016, 166-169; Rosa 2013, 195-207) en el asentamiento de las sociedades mercantiles, el mercantilismo burgués y el estatismo protocapitalista (Henning 2017; Meiksins Wood 2002). Si bien Postone no se pronuncia directamente sobre el papel de la ideología jurídica y el poder militar en la consolidación de la producción para el valor como fin último de la vida social, esto resultaría consistente con uno de sus mayores afanes, a saber, advertir las continuidades entre Estado y mercado, estatismo y monetarismo y sujeto de derecho y homo oeconomicus.
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Agustín Aranco Bagnasco (arancoagustin@gmail.com) es docente de la Universidad de la República (Uruguay). Integra los siguientes grupos de investigación: «Estudios sobre el cuerpo en el capitalismo contemporáneo» (ECCCo) (ISEF-Udelar), «Cuerpo, educación y enseñanza» (GICEE) (ISEF/FHCE-Udelar) y «Filosofía y estudios críticos del presente» (GIFECP) (FHCE-Udelar). ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9553-6825.
Recibido: 6 de febrero, 2025. Aprobado: 4 de marzo, 2025.