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Una (ciber)literatura para el siglo XXI
Revista humanidades, 2025 (Julio-Diciembre), Vol. 15, Núm. 2, E59780
compuesto de bloques de palabras (o de imágenes) electrónicamente unidos en múltiples trayectos,
cadenas o recorridos en una textualidad abierta, eternamente inacabada y descrita con términos
como nexo, nodo, red, trama y trayecto”. Se completa la denición en los siguientes términos:
Hipertexto, expresión acuñada por Theodor H. Nelson en los años sesenta, se reere a un
tipo de texto electrónico, una tecnología informática radicalmente nueva y, al mismo
tiempo, un modo de edición. Como él mismo lo explica: «Con “hipertexto” me reero a
una escritura no secuencial, a un texto que bifurca, que permite que el lector elija y que se lea
mejor en una pantalla interactiva. De acuerdo con la noción popular, se trata de una serie
de bloques de texto conectados entre sí por nexos, que forman diferentes itinerarios para
el usuario». El hipertexto… implica un texto compuesto de fragmentos de texto –lo que
Barthes denomina lexias– y los nexos electrónicos que los conectan entre sí. La expresión
hipermedia simplemente extiende la noción de texto hipertextual al incluir información
visual, sonora, animación y otras formas de información ...Con hipertexto, pues, me refe-
riré a un medio informático que relaciona información tanto verbal como no verbal. Los
nexos electrónicos unen lexias tanto «externas» a una obra… como internas y así crean un
texto que el lector experimenta como no lineal o, mejor dicho, como multilineal o multise-
cuencial. Si bien los hábitos de lectura convencionales siguen válidos dentro de cada lexia,
una vez que se dejan atrás los oscuros límites de cualquier unidad de texto, entran en vigor
nuevas reglas y experiencias. (Landow, 1995, pp. 15-16)
Desde el punto de vista intermedial, este tipo de ciberliteratura ofrece muy diversas posibi-
lidades. Suele ser un complemento ideal y muy empleado en proyectos transmedia, por ejemplo,
pero sus aplicaciones son numerosísimas y van desde el hipertexto, aparentemente más sencillo,
como es el caso de Dora García, hasta la narrativa implícita en los videojuegos interactivos, donde
el jugador tiene la posibilidad de elegir entre varias opciones para el desarrollo de la historia. Ahora
bien, esta nueva fórmula de los textos electrónicos ya tenía sus precedentes en algunas obras de la
literatura tradicional que ofrecían características compartidas por el hipertexto, como “ausencia
de linealidad, fragmentación, el yo descentrado, historias multiformes y excluyentes, desenlaces
múltiples o participación por parte del lector bastante más activa” (Vilariño Picos, 2004, p. 623).
Esta misma autora ofrece como ejemplos de lo que se denomina proto-hipertextualidad títulos
como El Aleph (1984), de Jorge Luis Borges, Rayuela (1963), de Julio Cortázar, y Ocio de tinieblas 5
(1962), de Camilo José Cela.
El primer hipertexto de cción, Afternoon, a Story (1987), nace bajo la autoría de Michael Joyce.
En el caso del ámbito hispanohablante, la autora Belén Gache es la pionera con el hipertexto Word-
toys (1996). Desde entonces, estas formas de ciberliteratura han evolucionado a grandes pasos, en
sintonía con el progreso de la tecnología. Sin embargo, desde su comienzo, la ciberliteratura, que en
la actualidad ha forjado un catálogo con los sucientes autores, obras y lectores para consolidarse
en el panorama literario y crear un canon propio, se mantuvo y mantiene, en ocasiones, aún hoy
en día, en los márgenes del canon literario más académico. Ejemplo de ello es que no fue sino hasta