El concepto de civilización en la Argentina decimonónica. La representación de Japón como modelo de civilización en Por mares i por tierras de Eduardo Wilde

Argentina’s 19th century civilization concept. Eduardo Wilde’s representation of Japan as a civilizational model in Por mares i por tierras

Daiana Noelia Carrizo

Universidad Pablo Olavide. Historia y Estudios
Humanísticos. Sevilla, España.
dcarrizo@campus.ungs.edu.ar

Resumen: Frente a la apertura de Japón en la segunda mitad del siglo XIX, existió una proliferación de obras de cronistas extranjeros dedicadas a describir el archipiélago. Entre estos escritos, las obras de intelectuales que tuvieron la oportunidad de viajar a Japón y documentar esta experiencia destacan en su análisis. Tal es el caso de Por mares i por tierras (1899) escrito por Eduardo Wilde, un intelectual argentino decimonónico. Mi interés está dirigido a comprender las representaciones que Wilde construye del Japón vinculadas estrictamente con su noción de civilización entendida no solo como un producto del progreso material importado desde Occidente, sino como un componente propio de la identidad japonesa y su concepción de libertad. Este análisis proporcionará por lo tanto una nueva perspectiva para entender la razón por la que Wilde, a diferencia de los intelectuales de su época, consideró a Japón como el mejor modelo de nación civilizada.

Palabras clave: Civilización, progreso, Japón, Europa, intelectuales decimonónicos.

Abstract: Following Japan’s opening during the second half of the nineteen century, a proliferation of literary works of art emerged trying to describe the archipelago. Among these works, chronicles made by intellectuals who had the chance to travel there stand out. Por mares i por tierras (1899), a chronicle written by nineteen century argentinian intellectual Eduardo Wilde can be put among such studies. This analysis tries to understand Wilde’s representations according to his idea of civilization in Japan, not only as a product of the West’s imported progress, but as a identitary trait of the japanese linked to their idea of freedom. This research, introducing new points of view, will try to prove why Wilde, unlike others intellectuals of his time, chose Japan as the ultimate model of a civilized Nation.

Keywords: Civilization, progress, Japan, Europe, nineteen century intellectuals.

Citar como: Carrizo, D.N. (2023). El concepto de civilización en la Argentina decimonónica. La representación de Japón como modelo de modernización en el imaginario de Eduardo Wilde. Revista Internacional de Estudios Asiáticos, 2(2), 43-84. DOI 10.15517/riea.v2i2.53986

Fecha de recepción: 31-01-2023 | Fecha de aceptación: 19-04-2023

En las primeras horas de tren tenemos siempre a la vista el famoso Fujiyama, como un cono de mármol blanco; ahora cubierto de nieve casi por completo; […] la semejanza con un pilon de azúcar truncado me hace pensar en Tucumán i por curiosidad i desocupación, me pongo a calcular cuánto tiempo emplearía aquella provincia arjentina para levantar un Fujiyama de azúcar

(Eduardo Wide, Por mares i por tierras)1

Introducción

La segunda mitad del XIX supuso un momento privilegiado para quienes desearan aventurarse por las tierras de un Japón que abría sus fronteras bajo la denominada restauración Meiji de 1868, luego de más de dos siglos de Sakoku (cerramiento). De ahí que, a partir de la apertura, viajeros de todo el mundo, principalmente de Europa y Estados Unidos, tuvieron la oportunidad de conocer el País del Sol Naciente. Como resultado, se han redactado varios escritos que dan cuenta de la construcción subjetiva de una imagen de Japón impregnada de los intereses, bagajes culturales e idiosincrasia propia de dichos viajeros. Un ejemplo de ello es el fragmento citado al comienzo de esta página que corresponde a Eduardo Wilde, un intelectual argentino quien viajó por primera vez a Japón en 1897. Su primera impresión tras observar el monte Fuji fue pensar en Tucumán como aquella provincia que, en comparación, podría poseer un Fujiyama de azúcar. Este pasaje, prácticamente desapercibido en las más de 800 páginas de su obra Por mares i por tierras, dedicada a sus viajes, entre ellos a Japón, representa claramente la mirada con la que los viajeros observan el mundo, en otras palabras, lo que escriben no solo dice algo del paisaje visitado sino también del cual provienen.

Teniendo en cuenta lo mencionado, el objetivo de este escrito está dirigido a comprender las representaciones de Japón elaboradas por Eduardo Wilde, un intelectual argentino de fines del siglo XIX; conocido entre otras cosas por ser uno de los primeros viajeros argentinos a Japón. Mi interés en Wilde está relacionado con sus viajes por el mundo y particularmente por el Japón del período Meiji. Las apreciaciones y la construcción que Wilde realiza sobre el País del Sol Naciente han sido estudiadas por diversos investigadores, especialmente la noción de que Wilde haya considerado a Japón como un modelo a seguir para el recién formado Estado argentino.

Considero que una de las vías para analizar y enmarcar las observaciones que Wilde realiza sobre Japón es entender el concepto de “civilización” así como el entramado en el que éste se relaciona con otros conceptos, como los de “progreso”, “modernidad” e incluso el de “Historia”, propios del vocabulario, preocupaciones y discusiones de la elite intelectual de la que Wilde formó parte. En otros términos, decidí abordar en este trabajo el concepto de “civilización” por parte de un integrante de la élite política argentina de fines del siglo XIX, y las repercusiones de esta conceptualización para pensar su representación de Europa y Japón.

A partir de estas ideas resulta interesante preguntarse, en primer lugar, qué relaciones existen entre la noción de “progreso”, “civilización” y “modernidad” desarrolladas por Wilde y quienes lo precedieron tales como Alberdi y Sarmiento; y, en consecuencia, entender el contexto intelectual en el que se encuentran inmersas las discusiones de la elite política argentina de la que forma parte. En segundo lugar, me interesa reconstruir los aspectos que Wilde observa para concluir que Europa no es un ejemplo de “civilización”, y, a partir de ello, qué observa en el Japón de Meiji para concluir que es el modelo que Argentina debería adoptar. Si bien esta idea ha sido desarrollada en profundidad por autores como Axel Gasquet, Lila Bujaldón de Esteves y Koichi Hagimoto; y si bien este análisis se enmarca en aquellos estudios, me interesa proponer aquí una perspectiva que, además de enfatizar la mirada higienista de Wilde, como lo han hechos los autores mencionados, enfatice también aspectos que hacen a una comprensión del concepto de “civilización” y que no se relacionan estrictamente con el desarrollo material. Si bien Axel Gasquet destaca la idea de “progreso humano” en las observaciones de Wilde, estas devienen para el autor como consecuencia del progreso material, aquí sostengo que la idea de progreso humano para Wilde puede ser entendida en Japón a partir de la identidad del pueblo japonés con una “conciencia de libertad”. Este es un de los valores que el viajero destaca como constituyente de una sociedad moderna y civilizada y que se encuentra en Japón desde mucho antes de la llegada de Occidente.

Analizar la obra de Wilde a partir del concepto de “civilización” y rastrear los distintos sedimentos del concepto en el Rio de la Plata, así como los debates que ha protagonizado con sus coetáneos permitió entender que las preocupaciones del viajero sobre la “civilización” pueden ser interpretadas a partir de dos vías, una es la ya profundizada por Axel Gasquet y Koichi Hagimoto, esto es, la mirada higienista de Wilde, y otra propuesta aquí, la concepción de un concepto de “civilización” relacionada estrechamente con el espíritu de un pueblo, en tanto este posea en su esencia una conciencia de libertad. Esta libertad enfatizada por Wilde repetidas veces en sus crónicas está íntimamente ligada a la idea de libertad religiosa, justamente uno de los aspectos más valorados por el viajero es el carácter de los japoneses en términos de tolerancia religiosa y respeto hacia el pensamiento del otro. La importancia que le otorga Wilde a esta característica propia del pensamiento japonés puede estar relacionada con las discusiones que ha mantenido con la iglesia católica y que desarrollaré en apartados siguientes. Considero que la relación estrecha entre “civilización” y religión es un aspecto que no ha sido profundizado pero que contiene en su germen uno de los debates más agitados de las elites intelectuales de finales de siglo XIX.

En consonancia con lo anterior, entiendo que la modernidad que observa el viajero en Japón se presenta en términos orientales, es decir que, desde mi perspectiva, Wilde construye un modelo de modernidad y “civilización” que no pierde su carácter de oriental, y esto constituye una inversión del modelo orientalista predominante en la época como parte de los espacios “no civilizados”. Wilde no valora a Japón solo por haber adoptado con éxito los modelos europeos sino por adaptarlos a su idiosincrasia, valorada, entre otras cosas, por su idea de tolerancia religiosa. Japón no deja de ser a los ojos de Wilde una nación oriental, y eso lo demuestra en la repitencia de sus observaciones con otros viajeros europeos de la época como Basil Hall Chamberlain, Lafcadio Hearn, Rudyard Kipling, Isabella Bird, entre otros. En sus observaciones sobre China, y atravesado por su orientalismo, Wilde deja en claro que existen en oriente costumbres atrasadas, sin embargo, cuando observa las mismas en Japón se incorporan a su discurso sobre la nación moderna y civilizada que ha sabido guardar su esencia. En relación con esta idea, un concepto que atraviesa este trabajo es el de orientalismo. Este reúne las representaciones que se han construido desde Occidente sobre “Oriente”, convirtiendo a este último más en un instrumento de carácter ideológico para describir la otredad que en una “realidad geográfica concreta”. En su clásico Orientalismo (1978), Edward Said analiza esta construcción desde la literatura, y destaca la intención política de estos escritos.2 En el ámbito del orientalismo argentino, Carlos Altamirano en “El orientalismo y la idea del despotismo en el Facundo” (1997), Axel Gasquet en sus obras Oriente al sur. El orientalismo literario argentino de Esteban Echeverría a Roberto Arlt (2007) y El llamado de Oriente. Historia cultural del orientalismo argentino (1900-1950) (2017) y Martin Bergel en “El Oriente desplazado. Los intelectuales y los orígenes del tercermundismo en la Argentina” (2016) y “Un caso de orientalismo invertido: la Revista de Oriente (1925-1926) y los modelos de relevo de la “civilización” occidental” (2006), entre otros, han contribuido a identificar y delinear el orientalismo argentino a diferencia del orientalismo europeo. Asimismo, María Sonia Cristoff en Pasaje a Oriente: narrativa de viajes de escritores argentinos (2022) proporciona una perspectiva de análisis para el estudio de las crónicas de viaje de argentinos a “Oriente”. Comprender, entonces, las representaciones que se han hecho de “Oriente” a partir del orientalismo permite entender cómo esas construcciones enuncian más los miedos, las preocupaciones y las discusiones que han estado presentes en Europa y en Argentina en su relación con otros pueblos a lo largo de su historia.

Teniendo en cuenta lo expuesto me pregunto de qué forma el concepto de “civilización” acuñado por Wilde responde a una coyuntura política específica en la que su lucha contra la iglesia, como vestigio de un pasado obsoleto, determina sus observaciones de las naciones visitadas y su consecuente afirmación de un Japón como modelo de “civilización”. Para responder a este interrogante considero necesario dividir el trabajo en tres secciones. En la primera sección abordaré brevemente el desarrollo del concepto “civilización” en el Río de la Plata y la Argentina, me abocaré particularmente a reconstruir las resemantizaciones del concepto a partir de las distintas coyunturas que atraviesa el territorio hasta el período en el que se ubica la obra de Eduardo Wilde. En esta sección me interesa entender a qué configuraciones estaba ligado el concepto en territorio argentino, para entender cómo eso es adoptado por Wilde, en algunos casos, o invertido en otros cuando observa al archipiélago. En esta sección también haré un breve recorrido por su vida enfatizando su papel como intelectual y los debates que se generaron en torno a su figura. En el segundo apartado trabajaré en el concepto de “civilización” propuesto por el viajero, atendiendo a su relación con una noción del pasado y de la Historia, aquí analizaré, en primer lugar, las afirmaciones que realiza sobre Europa y China. Este punto me interesa particularmente ya que, como mencioné, el objeto de estudio es Japón a fines del siglo XIX, un espacio geográfico que hasta entonces se consideraba periférico, de modo que tanto Europa como China habrían sido el centro de la “civilización”. Wilde parece invertir este ordenamiento otorgándole a Europa las características que pensadores como Montesquieu, Hegel, entre otros, le atribuían a Oriente. En segundo lugar, analizaré las observaciones de Wilde sobre Japón que permiten incluir el archipiélago dentro de las naciones orientales. Estas observaciones comparten fuertemente las características de viajeros europeos anteriores a él, con lo que reproduce algunos de los grandes tópicos orientalistas.

Finalmente, en la tercera sección, me adentraré en las observaciones que realiza Wilde sobre Japón que le permiten afirmar que se encuentra allí el mejor modelo para la nación argentina. Estas observaciones pueden dividirse en dos, las primeras relacionadas estrechamente con el desarrollo material de Japón y, particularmente, con la instalación de instituciones occidentales. Estas ideas pueden ser incluidas dentro de lo que ha sido estudiado como la mirada “higienista” de Wilde. Las segundas están relacionadas con el aspecto “espiritual” del pueblo japonés y la relación entre religiosidad, moral y “civilización”.

El concepto de “civilización” como articulador del discurso político

El presente apartado tiene el objetivo de situar las observaciones de Wilde en el interior del conjunto de discusiones y preocupaciones pertenecientes a la elite política de la que él mismo forma parte. Para ello, considero que una de las herramientas, tal vez más contundentes, es analizar dicho contexto desde el concepto clave de “civilización”3. Asimismo, y en consonancia con lo anterior, se debe entender que ningún concepto mantiene su significado originario de manera inalterable a través del tiempo, por el contrario, éste posee intrínsicamente un carácter dinámico y mutable4. De esta manera, cada concepto puede ser testigo del período en el cual circula y así representar para el investigador un elemento fundamental para el análisis histórico. Además, los conceptos contienen una polisemia que hace posible y deseable un análisis minucioso para entender las disputas políticas que se despliegan en un determinado contexto histórico. Teniendo presente esto, realizaré un breve recorrido por el concepto de “civilización” en el Río de la Plata, posteriormente Argentina. A partir de allí, se podrá comprender cuáles son las discusiones que Wilde mantiene con Sarmiento y Alberdi, en tanto estos últimos representaban las ideas pertenecientes a la tradición fundadora. Además, creo importante realizar este análisis para luego, en los siguientes apartados, comprender las innovaciones que ofrece Wilde con respecto al concepto de “civilización” en Japón. De acuerdo a estas consideraciones, dedicaré este apartado, por un lado, a reconstruir la circulación del concepto “civilización” en el actual territorio argentino durante gran parte del siglo XIX; por otro, me dedicaré a reconstruir brevemente la vida Eduardo Wilde para enmarcar sus observaciones dentro de los debates propios de su época.

El concepto de “civilización” en el Rio de La Plata y Argentina

En el Rio de la Plata, el concepto “civilización” empieza a circular, en el interior de los círculos intelectuales a partir de las Reformas Borbónicas del siglo XVIII. Aquí “civilización” se correspondía inmediatamente con un “estado de orden y de paz civil, de prosperidad material y rectitud moral”5. Asimismo, en varios escritos del español Félix de Azara aparece la palabra “barbarie” como sinónimo de desorden y decadencia. Este concepto fue utilizado por Azara para describir aquellos pueblos de Buenos Aires y del Litoral argentino que no correspondían con lo que se entendía como pueblo “civilizado”. La barbarie en el campo estaba asociada para Azara, entonces, a la escasez de avance material y al extrañamiento de la religión (observaba que estas zonas no contaban con una óptima cantidad de capillas). Estas primeras acepciones del concepto de “civilización” estaban ligadas estrechamente con la religiosidad, en tanto la “civilización” se expandía a partir de la expansión de la Iglesia como institución. Esto último resulta interesante pues la relación entre la “civilización” y la religión traería aparejadas varias controversias entre los intelectuales. Mientras que algunos defendían su intrínseca unión, otros, como es el caso de Eduardo Wilde, encontraban en ella una resistencia, y apostaban específicamente por la laicización del Estado y de la educación. En consecuencia, defendían la idea de que el camino de la “civilización” no es el mismo que propone la institución religiosa. Justamente, como se verá en apartados siguientes, la libertad religiosa fue uno de los tópicos que el intelectual valoró del Japón del periodo Meiji.

En el Río de la Plata y posteriormente en Argentina, el concepto de “civilización”, tal como lo menciona Verdo, ha sufrido cambios semánticos, pero manteniendo dos acepciones principales: esto es, por un lado, se relacionaría con la perspectiva lineal/universal de la Historia en la cual los “indios” debían ser “civilizados” para ser incorporados en las sendas de la Historia y de las sociedades civilizadas. En segundo lugar, un uso posterior relacionado de manera más estrecha con el concepto de cultura y costumbre propias de cada nación. Esta idea también se relaciona con la construcción que hace Wilde de “civilización” ya que uno de los aspectos que más valora el viajero del Japón es la forma en la cual ese país ha podido mantener su esencia, sus costumbres y tradiciones en la medida justa.

Ahora bien, es a partir de la revolución de Independencia que el sentido paulatinamente va mutando hacia un carácter con sentido político, representando las bases del andamiaje discursivo dirigido a proyectar el rumbo de las naciones en construcción; ligado, esto último, con el proceso de construcción de la identidad nacional, particularmente de Argentina. En efecto, como sostiene Verdo, un país civilizado es aquel que posee un régimen fundado en la soberanía popular, enmarcado económicamente en un libre comercio, en una identidad común que la diferencie de la española, pero que le acerque a aquellas civilizaciones avanzadas y desarrolladas, consideradas por varios intelectuales como modelo a seguir, tales como Inglaterra o Francia.

Luego de la revolución independentista, las elites comienzan su programa civilizador, éste parece volver a las primeras acepciones del término “civilización”, que implicaba desprenderse del pasado español y cualquier vínculo que los avecine. Es justamente España el ejemplo europeo de aquel pueblo que no ha alcanzado la “civilización” a pesar de poseer las herramientas. Más aun, teniendo en cuenta que para este momento la palabra “civilización” remite a una etapa de la evolución de las sociedades, liberarse del yugo español sería para América y, especialmente para el Río de la Plata, una forma de ascender un escalón en las etapas evolutivas de las sociedades. Esto significa que “como triunfo de la soberanía nacional, la revolución permite, por lo tanto, a América –y en particular al Rio de la plata– “entrar en la historia” y “acceder a la civilización” ”6.

Un momento clave para comprender la evolución del concepto de “civilización” en el contexto argentino se manifiesta en el gobierno de Juan Manuel de Rosas y de los intelectuales posteriormente conocidos como “la generación del ‘37”, predecesores directos de Wilde. Una particularidad de este grupo fue la tendencia de buscar una identidad propia que los diferencie de Europa.

En un escrito de Domingo Faustino Sarmiento de 1845 titulado Facundo o “civilización” y Barbarie en las pampas argentinas, en donde se desarrolla el concepto de “civilización” en contraposición al de “barbarie”, se considera la herencia colonial española como aquella que ha dirigido al pueblo hacia la oscuridad cultural y civilizatoria. Interesa este análisis pues en la definición de “civilización” utilizada por Sarmiento también es posible hallar una relación con su cosmovisión sobre los pueblos de “Oriente” considerados por él como ejemplo de atraso. Sobre esta idea, Carlos Altamirano afirma que

“oriental” y lo “oriental” en el libro de Sarmiento no están destinados únicamente a imprimir sobre la particularidad americana la imagen del “bárbaro” o del “otro” genéricos, sino, más específicamente, a dar figura a una idea y a un fantasma, la idea y el fantasma del despotismo.7

La forma de gobierno despótica se encuentra para Sarmiento íntimamente ligada a las sociedades asiáticas, en otras palabras, “las lecturas orientalistas europeas solo le interesaban en la medida en que estas podían aportarle un acerado instrumento histórico y político para concebir la barbarie local”8. Como destaca Axel Gasquet en Oriente al sur: el orientalismo literario argentino de Esteban Echeverría a Roberto Arlt, Sarmiento fue una figura clave en los inicios del orientalismo argentino. El orientalismo es concebido desde su perspectiva como un concepto político clave para analizar el binomio “civilización” / barbarie que propone Sarmiento. Para Gasquet, en consecuencia, el orientalismo se encuentra en la base de la construcción de la nación argentina ya que otorgaba un mecanismo ideológico para pensar los pueblos indígenas que eran percibidos como la otredad, no ya como un enemigo externo, como se pensaba el orientalismo europeo, sino pensado como un enemigo interno que “facilitaría la operación ideológica-militar de conquista de las tierras indígenas”9. En suma, los tópicos de la literatura orientalista aportaron a la emergente nación argentina una definición por la negativa de aquello a lo que no aspiraba la elite local, por ejemplo, al relacionar a la figura del caudillo argentino con la del déspota oriental. Como se verá, Wilde realiza el ejercicio opuesto al pensar la “civilización” desde el orientalismo, esto es, aspira a construir una nación emulando a la japonesa. Una nación que, desde la perspectiva de Wilde y otros viajeros de la época, había logrado modernizarse manteniendo su esencia. Ésta quizás es una de las razones que pudieron llevar a Wilde a plantear la superioridad de la modernización japonesa en relación con la europea.

Es luego de la muerte de Rosas que el carácter esencialista del concepto toma mayor fuerza. Una de las figuras más destacadas de este momento sería Bartolomé Mitre, quien decide recuperar la dupla sostenida por Sarmiento: “civilización” y barbarie. Esta, incluso, tomaría más vigor luego de la guerra del Paraguay. En este contexto, el concepto de “civilización” aparece ligado a la religión, como sucedía en las primeras décadas, lo cual indica que en aquellas ciudades donde no se observaba el desarrollo de una efectiva fe cristiana no se hallaría una sociedad civilizada y, por ende, para instaurar el orden y propagar la cultura se justificaba la expansión hacia esos territorios.

El período de consolidación del Estado Nacional y la actividad de la generación de los intelectuales de la década del ochenta es el universo intelectual en el cual se inserta el pensamiento de Eduardo Wilde, entre otros intelectuales. Oscar Terán menciona que, al contrario de la Generación del 37, donde es evidente un predominio de las ideas de Sarmiento y Alberdi, en este período existe una diversidad mayor de voces “en el 80 las intervenciones han adoptado un aire “coral”, es decir, una pluralidad de voces sin ninguna de ellas francamente dominante”10. Entre las voces que destaca Terán se encuentra la de Eduardo Wilde, Lucio V. Mansilla, Miguel Cané, entre otros; la mayoría parte activa de la clase dirigente.

Se debe recordar que este período está caracterizado por un proceso acelerado de modernización que implicaba la apertura comercial, la instalación de líneas férreas, el desarrollo de una educación laica y el voto universal masculino. Como es posible observar, esto demuestra que los cambios se manifestaron en diferentes campos, algunos con mayor grado de aceleración que otros. Wilde fue un testigo privilegiado de esos cambios y llegó a formar parte activa de la elite dirigente que los impulsaba.

En suma, como se puede advertir en lo expuesto en este apartado, un concepto clave que atraviesa fuertemente el periodo y que está íntimamente relacionado con el concepto de “civilización” es el de modernidad y con ella la idea de progreso material y espiritual, pues se trataría, justamente, del ingreso de la Nación argentina a la modernidad en términos europeos. Esta modernidad, no obstante, implica una serie de procesos acelerados que, en consecuencia, traería aparejados ciertos conflictos y controversias en el interior del círculo político e intelectual argentino. Uno de estos conflictos sería generado por la defensa de la secularización de las instituciones públicas en pos de una sociedad desarrollada, como he mencionado anteriormente. Justamente, una de las características que Terán menciona acerca de la generación de 1880, más allá de su pluralidad, es el acuerdo de la mayoría de estos intelectuales sobre los temores de la modernización, o lo que Terán denomina “lamento tradicionalista”. Esta situación los colocaba en una posición paradójica, pero lejos de ser ambigua. Es decir, impulsaban la modernización por sus beneficios, pero lamentaban o temían las pérdidas de lo esencial de la propia cultura. Este punto, entre otros ya mencionados, sería el que distinga a Wilde de los intelectuales del periodo.

Eduardo Wilde en contexto: la elite argentina de la generación de 1880

Como he mencionado anteriormente, Eduardo Wilde pertenece a la denominada “Generación del 80”, cuyos integrantes ocuparon los puestos más importantes de la recién conformada nación argentina, herederos de la generación de 1837, buscaban consolidar el proceso de modernización. Esto, a su vez, como afirma Terán, provocó ciertas tensiones dentro de diversos grupos de la elite nacional, quienes observaban con recelo las transformaciones que los cambios generaban. Wilde no es ajeno a esas tensiones, y como menciona Paula Bruno “su vida se inscribe en cuadros típicos de su época, pero presenta también torsiones singulares”11.

Si nos remitimos a su historia personal, su infancia al igual que la de otros intelectuales de su tiempo, se vio signada por el exilio de su familia, en su caso en un pueblo de Bolivia, Tupiza. Después de la caída de Rosas regresa al país, puede completar sus estudios y se convierte en un destacado médico, egresado de la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Siguiendo a Bruno, es posible afirmar que sus intereses, como era de costumbre, tuvieron un carácter variado, entre los que destaca su faceta de médico y catedrático, de político y hombre de letras.

En el ámbito médico, ejerció como tal durante gran parte de su vida y fue profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Entre sus más grandes logros en este campo destaca su labor en la guerra del Paraguay12 (1864-1870) y el buen manejo de la fiebre amarilla (1871). En el ámbito de la política se destacó como parlamentario en la cámara de diputados y como ministro de justicia, culto e instrucción pública (1882-1886) y ministro del interior (1886-1889). Hacia el final de su carrera se vio desplazado de los principales puestos del gobierno y comenzó a ejercer como diplomático en el exterior, lo que alentó sus viajes13.

Entre sus logros se le atribuye el haber establecido los primeros acuerdos diplomáticos entre Argentina y Japón. La fascinación de Wilde por el País del Sol Naciente y la intención de que Argentina comience a contraer acuerdos políticos con él se pueden observar en las últimas páginas de su obra dedicada a Japón. En ellas se puede apreciar un diálogo con el Vizconde Enemoto en el que menciona que “el vizconde se ocupa en estos momentos de mandar inmigrantes a Brasil i Mejico. Yo lo incito a mandarlos también a la república Arjentina i le ofrezco a remitirle las leyes i decretos relativas a la inmigración”14. Esto último interesa particularmente ya que remite a una de las características de Wilde como un personaje polémico dentro de su círculo. La generación de 1880, heredera de la generación de 1837 y de las ideas de Sarmiento, posee una mirada de Oriente que Wilde comienza a desanidar. Tal tarea la hace observando los logros de Japón en materia de modernización, mientras que advierte que la inmigración proveniente de esta nación funcionaría como dispositivo civilizador, algo que habría sido impensado para intelectuales de la generación anterior y sus contemporáneos.

El perfil de Wilde, como he mencionado brevemente, corresponde al de un político-intelectual de su generación, con las preocupaciones propias de un hombre de Estado que busca consolidar la posición de su Nación dentro de las naciones modernas. Sus ideas, muchas veces, lo llevaron al aislamiento político, a las criticas constantes de sus coetáneos, entre otras cosas. El más reconocido enemigo de Wilde fue la Iglesia Católica. Su disputa con la institución tomó forma cuando Wilde ocupó un lugar destacable en la instauración de la ley 1.420 de laicización de la educación. Sin dudas, la postura de Wilde sobre la iglesia católica es la que más se contradice con la de sus antecesores, quienes habían llegado a afirmar que la falta de “civilización” se encontraba en las zonas donde la iglesia no había llegado. Por el contrario, Wilde veía a la institución eclesiástica como un obstáculo para el progreso nacional, sobre lo que se hablará en apartados siguientes.

Llegando al final de su vida, Wilde transcurre sus últimos años fuera del país cumpliendo tareas diplomáticas durante el gobierno de Julio Argentino Roca. En esta etapa de su vida se vislumbran los pesares de un hombre que no llegó a ser reconocido por sus logros e, incluso, se ha sentido menospreciado por el círculo político e intelectual de principios de siglo; algo que dejó en claro en la correspondencia que intercambiaba con algunos compañeros, como Juárez Celman15. Mas allá de su falta de reconocimiento público y el alejamiento de sus últimos años de los círculos más influyentes, considero que fue una figura ineludible del proceso de consolidación del Estado nacional argentino. En palabras de Bruno, “Wilde se percibió a sí mismo como un civilizador […] A lo largo de una década sintetizó las preocupaciones de varios contemporáneos que veían en la Argentina criolla legados que debían ser superados”16.

Un modelo de “civilización”: de Occidente a Oriente

Esta sección del artículo estará abocada a la reflexión acerca del concepto de “civilización” a través del análisis de la obra de Eduardo Wilde. Adentrarse a los relatos de Wilde a partir del análisis del concepto de “civilización” ofrece la oportunidad de comprender qué visión del mundo está reproduciendo y qué es aquello que incorpora como novedad en sus descripciones. En un primer momento, desarrollaremos el concepto de “civilización” en relación a los de “Modernidad”, “Historia” y “Progreso”, claves para entender sus observaciones de Europa y China respectivamente. La primera considerada por sus contemporáneos como el ápice de la “civilización” Occidental, la segunda considerada antiguamente como la cuna civilizatoria del sudeste asiático. Para Wilde ambas se encuentran en un estado de atraso y estancamiento que las aleja de su ideal civilizatorio. En un segundo momento, analizaré las observaciones de Wilde que permiten incluir a Japón dentro de “Oriente”. En estos pasajes se encuentra una fuerte relación entre las ideas de Wilde y las de otros viajeros europeos de la misma época. Incluir a Japón dentro de “Oriente” es, desde mi perspectiva, una valoración que permite entender que el carácter de civilizado no lo otorga solo la incorporación de instituciones occidentales, sino que a priori existe un elemento propiamente japonés que funciona como elemento civilizador.

Europa y China en decadencia

Como he mencionado, analizaré particularmente dos obras de vital importancia, Por mares i tierras y Viajes i observaciones. Ambas guardan una estricta relación; en ellas Wilde relata sus viajes por Europa y Asia. En este estilo de “crónica” o “diario de viajes”, Wilde presenta su propia concepción de “civilización”, que vincula con otros conceptos tales como “Progreso”, “Historia” y “Modernidad”. Para los dirigentes argentinos, Europa era una parada obligatoria en su formación como parte de la elite, es decir, “el viaje a Europa fue, hasta mediados del siglo XX, una especie de Grand Tour para los argentinos. Europa como la cultura que completa, forma, instruye, repone lo que falta”17. No obstante, el viaje a Oriente presentaba otras características para los viajeros argentinos, no existía una ruta preestablecida, no había existido una relación colonial, por el contrario, en palabras de María Sonia Cristoff,

[Q]ueda entonces, en el caso del viaje argentino a oriente, una suerte de vacío de tradición y, con él, un terreno mucho más propicio para el eclecticismo. Ya no se viaja para completarse, con lo cual el escritor puede encontrar sus propios desvíos al protocolo del viaje edificante europeo18.

En relación con ello y, como ya se ha descrito, la elite política de la época tenía una posición ambivalente con respecto a las transformaciones que implica la modernización, o lo que Terán llamó “lamento tradicionalista”. Sobre ello, Eduardo Wilde mantendría una postura totalmente contraria a la de estos intelectuales e, incluso, estas ideas lo llevarían a despreciar varios elementos de la “civilización” europea. En otros términos, Wilde consideraba que Europa no se deshizo completamente de lo “tradicional” y, justamente, ello representaba un obstáculo para el progreso. A pesar de esto, no niega la importancia de lo ancestral, si esto significa que mantiene lo esencial de la cultura y se comporta como una herramienta para dirigirse hacia el futuro:

Cada ciudadano se cree obligado á saber y relatar la historia de los personajes cuyos retratos armas ó trajes se hallan en exposición y á vincular esa historia con la de la nación, encarnando por fin en la familia reinante, toda la grandeza de aquella. […] ¿Resulta de ello un bien ó un mal? Ninguna respuesta categórica puede darse á esa pregunta si se la quiere contestar en absoluto. Resultará un mal si se exajera el respeto hasta convertirlo en ciega sumisión; resultará un bien cuando solo sirva para fomentar sentimientos de adhesión encerrados en sus justos límites19

Considero, en efecto, que esta posición contiene en sí misma una idea acerca de la Historia y del pasado, una forma de entender la Historia propia de la Modernidad en la que ya no se la percibe como un reservorio de experiencias en su función pedagógica (historia magistra vitae), es decir, ya no privilegia la mirada hacia el pasado sino hacia el futuro. Es desde este lugar que cabe preguntarse si este reservorio de experiencias puede ser interpretado por Wilde como la propia Europa. Es decir, ¿es posible pensar que la ruptura con el pasado esté representada con una cierta ruptura con Europa? Aquí se encuentra una clave para pensar el concepto de “civilización” ligado a una noción de Historia como herramienta que contribuya al progreso sin que esta sea rectora del porvenir.

Otro de los aspectos a considerar con respecto al concepto de “civilización” es la ya mencionada disputa de Wilde con la iglesia y el rotundo apoyo que le otorgó a la ley 1420 de educación laica. Aquí aparece un punto interesante para pensar la polisemia del concepto de “civilización”, es decir, en este mismo periodo otros pensadores argumentaban que la forma de alcanzar la “civilización” en zonas rurales era a partir de la instalación de parroquias y que parte de su incivilidad se debía a la falta de prédica cristiana en aquellos lugares. Por el contrario, Wilde observaría que la Iglesia, como un símbolo de un pasado y de una tradición que no es útil para el nuevo Estado nacional moderno, solo retrasaría el proceso. Justamente, esta posición, marcadamente anticatólica, se puede rastrear en sus crónicas de viaje. Con motivo de su visita a un importante museo europeo sostendrá:

Da horror ver estos aparatos, sillas erizadas en puntas, cilindros con clavos para arrodillarse, bancos para estirar el cuerpo hasta romperlo, cauterios, rompe dedos, planchas para aplastar la cara y armazones para quebrar los huesos de la cabeza, botines de hierro para oprimir los pies, en fin, todos los instrumentos de un buen inquisidor católico, apostólico, romano, muy religioso y ministro del cielo en la tierra.20

En suma, la hostilidad por Europa e, incluso, países que se consideraban los pilares de la “civilización”, como Francia, están asociados íntimamente con una idea del pasado, de la Historia y de la religión, debido a que “Wilde sentía una particular aversión hacia las ruinas y el pasado, pensaba que Europa se encontraba prisionera de su historia”21. Esto se puede estudiar en varios pasajes de sus crónicas; unas de las más destacas, ami entender, son sus apreciaciones sobre París: “París me ha parecido una ciudad aturdida, que no se da cuenta de lo que está pasando en el mundo”22 y Francia en general: “la república francesa se encuentra ahora en un mal momento, i como nuestro país, no sabe a dónde va”23.

Estas evaluaciones, sin embargo, no serían tan radicales como las que sí mencionaría de otros espacios como Turquía; pues en ese caso sostiene:

En una palabra ya no hay sitio en el mundo para este pueblo en decadencia, ni tiene colocación en el concierto humano una “civilización” envejecida y cuyo fermento y motor, la religión, no es ya una fuerza capaz de dirigir los intereses de las colectividades inteligentes.24

En sus viajes por Turquía, por tanto, es posible advertir claramente cuáles son los elementos que para Wilde son fundamentales si se quisiera afirmar que una Nación es Moderna. En palabras de Wilde:

En Turquía no existe el sentimiento de la integridad nacional; […] No hay cámaras legislativas, no hay Constitución, no hay poder judicial con formas civilizadas; no hay Universidad, no hay moneda uniforme, no hay correo del Estado, no hay derecho público, no hay leyes codificadas; no hay instrucción sistemada, ni normalidad de impuestos; no hay régimen matrimonial ni familia propiamente hablando y por tanto, no hay Nación.25

Es muy interesante esta apreciación de Wilde hacia Europa, debido a que implica un cierto estatismo, es decir, una falta de movimiento, justo aquello que iría en vías diferentes a lo que caracteriza la nueva concepción de Historia propia de la Modernidad que apela al dinamismo. Esto también puede apreciarse en Lecciones de filosofía universal, de Hegel, particularmente en la sección en la que escribe acerca de la historia de China y su estatismo, donde asegura que en aquel espacio no hay propiamente historia. Aquí aparece la misma sentencia de manera invertida: para Wilde es Europa la que a principios del siglo XX no avanza y se encuentra “presa de su pasado”. Y, por el contrario, como analizaré en el siguiente apartado, serían Japón y Estados Unidos la vanguardia del progreso. Según Axel Gasquet,

Wilde va a contradecir este criterio, afirmando que la ruinas no solo le fastidian y agobian, sino que el desmesurado dialogo con el pasado pierde al hombre de su más viva realidad, aquella de su tiempo, que hoy es la ciencia los avances técnicos, la filosofía positiva y la moral industrial, los proyectos higienistas y de salud pública. En fin, que un excesivo apego al pasado distrae a los pueblos del camino del progreso.26

Las observaciones que Wilde realiza sobre Europa, por tanto, contienen en sí mismas una noción de “civilización” fuertemente unida a los conceptos de Historia y progreso. No obstante, por momentos el concepto adquiere dos significados; uno más estático “como rasgo distinto de un pueblo” y otro dinámico en términos de “un proceso que se desarrolla en el tiempo, una filosofía progresista de la historia”. Respecto del primer significado, Wilde no eximiría a las naciones europeas de su carácter de civilizadas, sin embargo, respecto del segundo advertiría que si Europa no modifica su presente no podría ingresar en las sendas del progreso y quedaría estancada en la historia. En otras palabras, para Wilde “el concepto de progreso humano –más que el adelanto material– colocaba en el centro de las políticas modernizadoras los problemas de sanidad médica, de higiene social, de educación común, que aspiran a cimentar una nueva moral entre las clases populares”27. La idea de que el progreso humano implica no sólo un avance material sino también una cuestión de moralidad es importante para entender la valoración positiva que realiza el intelectual sobre Japón. Desde mi perspectiva, el avance moral no está dado solo a partir de “las políticas modernizadoras, la sanidad y la educación común”, como menciona Gasquet, sino también a partir de una apreciación particular de una conciencia de libertad religiosa.

A esta visión de Europa se deben agregar algunas excepciones, ya que Inglaterra y Alemania serían naciones bien valoradas por Wilde. En estas últimas, observa y admira los grandes progresos materiales que no observa, en cambio, en Francia e Italia. Como menciona Cristina Iglesia,

La vieja Europa (la que no es Alemania) se mira y se describe con distancia pesimista. Europa es solo un gran lugar vetusto con pequeños oasis de interés estético científico. Por eso, sus capitales simbólicas, parís y roma, serán las más castigadas por la escritura demoledora de Wilde, que ensayará diversas estrategias de destrucción de estos espacios míticos.28

A partir de las observaciones de Wilde sobre Europa es posible advertir entonces cómo se anudan los conceptos de historia, progreso y “civilización”. De igual forma, sus observaciones sobre China ofrecen otras claves para pensar por la negativa estos conceptos. Un aspecto que comparte China con Europa, según Wilde, se relaciona con la excesiva presencia del pasado, un ejemplo de ello es la apreciación que realiza el viajero sobre los literatos chinos:

serian útiles para su país si emplearan su talento oratorio i su preparación, en difundir las ideas progresistas, en destruir supersticiones i preocupaciones, en aprender i enseñar la ciencia; pero solo se ocupan de comentar libros antiguos i de hacer versos sobre los mismos temas, sin renovarlos siquiera ni crear algo original i no trillado29

En esta cita encuentro varias ideas interesantes. En primer lugar, la contraposición entre las ideas progresistas y las ideas del pasado, en este caso, encarnadas en los clásicos chinos como Confucio y Mencio. A lo largo de esa sección, Wilde critica el mecanismo chino de escritura de la historia en la que los literatos van comentando la sucesión dinástica, en volúmenes cada vez más amplios o en un “enjambre de cosas inútiles”. De la misma forma en la que sostenía para Europa el estatismo, considera ese tipo de escritura como un elemento obstaculizador para el desarrollo de la “civilización” china:

A pesar de su excepcional estática, cuya continuación por siglos, parece radicarla más, este colosal conglomerado, al cual no llamaré nación por faltarle los caracteres jenuinos de ella, verá en los siglos futuros cosas mui nuevas (…) cuyo fin será traer a la China al gremio de los pueblos civilizados.30

En este pasaje aparece nuevamente la noción de estatismo para referirse al atraso o estancamiento que impide el avance de ese pueblo hacia la “civilización”; sin embargo, se halla otro elemento que me interesa particularmente, la idea de Nación.

Excede los objetivos de este trabajo entender cuál es la idea de nación y por qué, desde la perspectiva de Wilde, China no posee los “caracteres jenuinos de ella” pero sí interesa aquí la relación que establece el autor entre este concepto y el de “civilización”. Como ha mencionado Axel Gasquet, Wilde valora positivamente el sentimiento patriótico, de pertenencia de un conjunto de personas a una sola comunidad. Esta característica no la encontraría en China, debido a que entendía que el sentimiento de pertenencia solo se asume en la familia o, como mucho, a la aldea a la que pertenece el individuo.31 Por lo tanto, para él, no existe en China la idea de pertenecer a una comunidad más grande, por eso tampoco se ha desarrollado el sentimiento del patriotismo: “Veamos ahora los sentimientos colectivos antes de pasar a otros particulares: Patriotismo, ausente. Amor al hogar, al suelo, profundamente modificado por ser un elemento fundamental del patriotismo”32. En suma, es posible entender la falta de “civilización” de estos pueblos a partir de las nociones antes mencionadas: la de progreso (moral y material), la de historia y pasado (siendo estos, en exceso, obstáculos para el camino hacia la “civilización”), modernidad (como la meta a alcanzar) y Nación (en tanto comunidad unida por intereses comunes y un sentimiento de pertenencia).

El Japón de Meiji en la obra de Eduardo Wilde

Teniendo presente lo analizado hasta el momento, en este apartado me abocaré propiamente al viaje que realizó Wilde a Japón. El objetivo es comprender las representaciones que adquiere del País del Sol Naciente y que comunica a sus compatriotas a través de las publicaciones de sus cartas en el Diario La prensa. Me interesa justamente dar cuenta de aquellas apreciaciones que corresponden con ciertos tópicos orientalistas que hacen parte de estereotipos acerca de Japón y de los ciudadanos japoneses que viajeros antes que Wilde han construido. Como se podrá observar, estos estereotipos ofrecen al público una visión de Japón como representante de “lo oriental”, otorgándole a su modernización características propias, esto significa que no es una mera implantación e implementación de la modernidad europea, sino que surge con rasgos originales. Éstos constituyen, desde mi perspectiva, aquello que Wilde valoraría del país del Este asiático y que considera como horizonte para la nación argentina.

Japón, en tanto nación del extremo Oriente, se le presenta al viajero como una sociedad civilizada y que dirige sus pasos sobre las sendas del progreso y de la Historia. Esto, justamente, es lo que más destaca Wilde en sus crónicas, más aun teniendo presente que su lugar de origen también es considerado periférico, al igual que Japón. Este apartado, por lo tanto, se ocupará de analizar las representaciones de Japón hechas por Wilde, entendiendo que responde a un modelo de “civilización” no solo en tanto nación moderna y avanzada, sino también dentro de una configuración mayor que es Oriente. Sobre este punto Koichi Hagimoto, en “Contrapuntos estéticos e higiénicos: Japón y China en las crónicas de viaje de Eduardo Wilde”, resalta la idea de Asia como dicotómica y no homogénea en el pensamiento de Wilde. Para el autor del artículo esta mirada dicotómica se simboliza en el binomio “civilización” y “barbarie”, representados estos conceptos por Japón y China respectivamente. En otras palabras, “Wilde mantiene que los dos países orientales reflejan partes integrales que encarnan lo positivo y lo negativo- la “civilización” y la barbarie- del imaginario nacional”33. La idea de Koichi Hagimoto sobre Asia como una entidad no homogénea resulta esclarecedora para pensar en las distinciones que realiza Wilde de China y Japón, sin dejar de pertenecer este último a Oriente. Por ello, en las siguientes líneas desarrollaré algunos lineamientos que permiten incluir las observaciones de Wilde dentro del conjunto imaginario que es Oriente.

Respecto de los tópicos orientalistas, es posible advertir una serie de observaciones que realiza Wilde heredadas de otros viajeros34. Esto se aprecia para el caso de Japón, pero también para todos sus viajes. El viajero contaba en su haber con ideas preconcebidas que servían, en principio, de lentes para tener una primera visión de aquellos lugares desconocidos. Entre los tópicos que se han construido desde el orientalismo, para esta ocasión, analizaré tres, a saber, la mujer oriental en general y la mujer japonesa en particular, la relación particular del japonés con la naturaleza y la cultura de la exigencia.

En el caso del primero, la mujer oriental, se manifiesta de dos formas, una de ellas alude a la idea de que la mujer es un ser sin libertad y es completamente oprimida por la sociedad a la que pertenece, tanto por el Estado como por su familia inmediata. Para Wilde, estas observaciones corresponden más bien a la mujer china. Otra de las formas de representarse a la mujer oriental es pensarla como un objeto de una belleza exótica. Ésta última, el viajero sostiene que corresponde a las japonesas. Wilde, al igual que otros viajeros, destaca en sus escritos la belleza de la mujer de Japón. Sostiene que

a riesgo de repetirme, afirmo no haber visto en parte alguna nada semejante i si alguien me hubiera dicho, antes de venir al Japon, que era posible concentrar tanta belleza i tantos atractivos en un cilindro mas o menos bien torneado, no es otra cosa un cuello, lo habría tenido por loco; aquí, esa sección del cuerpo en las mujeres jóvenes, sorprende en realidad i fija los ojos del viajero sin permitirle apartarlos, en virtud del poder de ese iman insólido a cuya influencia ningún ser inteligente se sustrae: la belleza física indiscutibles.35

Remarcar, asimismo, la belleza de la mujer oriental, en este caso japonesa, y las diferencias con la mujer occidental ha sido una de las características de los relatos de viaje de misioneros, intelectuales y diplomáticos que han visitado el archipiélago. Incluso antes del periodo Meiji, particularmente algunos viajeros han escrito sobre ello, entre los más destacables se puede mencionar al jesuita Luis Frois y al oficial francés Pierre Loti. Este último citado por el propio Wilde a propósito de sus observaciones sobre las instituciones educativas.

El segundo tópico orientalista, la naturaleza, es ineludible para quien visite Japón. Éste corresponde con la relación armoniosa que el pueblo japonés tiene para con la naturaleza. Esta relación se construye a partir de ciertas representaciones de índole artística y literaria que dirigen al viajero a maravillarse con el paisaje y contemplarlo con ciertas ideas filosóficas y culturales propias del Japón e impartidas a Japón36. Son varios los testimonios que dan cuenta de ello, desde los primeros visitantes occidentales del Japón en el siglo XVI, los jesuitas, hasta los viajeros que en la actualidad expresan sus impresiones y experiencias a través de las redes sociales.

Las representaciones más estudiadas sobre este tópico están concentradas en lo que se puede denominar como japonismo37. En el caso de Eduardo Wilde, es posible hallar algunas de ellas que responden al denominador común antes mencionado, esto es, la idea de que el pueblo japonés establece un vínculo concordante, armonioso con la naturaleza. He mencionado en la introducción de este artículo la representación que el viajero argentino había tenido al observar por primera vez el Monte Fuji. Lo interesante en este punto es que, desde la perspectiva de Wilde, la relación de los japoneses con la naturaleza se torna un rasgo esencial de la cultura. Desde este lugar, para él los japoneses no solo poseen una unión en términos de simpatía y concordia, sino que, además, se paran frente a ella con una actitud de adoración; sostiene que “los japoneses adoran las selvas i los bosques, aman las plantas i las cuidan con delicia hacen con ellas maravillas de estética i sus flores no tienen rivales en el mundo”38. Ahora bien, es importante mencionar que en sus paradigmas orientalistas se hace eco de las representaciones que otros viajeros europeos y latinoamericanos ya habían construido del País del Sol Naciente al que le agrega los propios.

En consonancia con lo anterior, la relación con la naturaleza como rasgo esencial del pueblo japonés contribuye a reproducir una imagen esencialista de los japoneses. Esto resulta relevante si se tiene en cuenta, como sostiene Facundo Garasino, la construcción identitaria del Estado nación. Desde este lugar, Garasino afirma que “la articulación de la relación naturaleza-sociedad jugó un papel central en la construcción discursiva de la estructura político-social hegemónica de la modernidad: el Estado-Nación.”39. Debe recordarse que éste era una de las grandes preocupaciones de Wilde, algo que tenía presente en sus viajes por el mundo y, principalmente, por Japón.

Finalmente, se debe comprender, además, que el destacar la relación de los japoneses con la naturaleza no es algo particular de la Modernidad, pues desde la Antigüedad es posible hallar en las primeras creaciones literarias del archipiélago esta característica40. Esto, entonces, se puede interpretar como una forma de identidad que ha prevalecido a lo largo de la historia. Para Wilde, justamente, en este rasgo identitario se encuentra la clave del sentimiento patriótico hacia su nación, su territorio y su gente, algo que buscaba impulsar en tierras argentinas. De ahí que estoy de acuerdo con Garasino cuando advierte que “para Wilde el apego a la tradición y la historia en las sociedades europeas estaba asociado al quietismo nostálgico y estorbaba las reformas sociales, en el Japón finisecular la unión tradicional e histórica del pueblo con su tierra era por el contrario uno de los motores de la modernización nacional”41. En suma, esto último resulta muy interesante debido a que la posición de Wilde, por momentos, aparece como paradojal; es decir, elementos que despreciaba de Europa o, incluso, de China como mencionaba Koichi Hagimoto, toman un color semántico distinto al pensar a Japón, considerándolo como un país que genera una equilibrada relación entre “modernidad” y “tradición”.

El tercer tópico orientalista está relacionado con la idea de una cultura del trabajo sacrificado. Esta representación del pueblo japonés como aquel dedicado a todas horas al trabajo y al sacrificio, sea físico o intelectual trasciende sus fronteras a todo el sudeste asiático, y abarca países como China y Corea. Justamente, para los intelectuales que propulsaban la construcción de una nación moderna, la peculiaridad de un pueblo como trabajador resulta indispensable. Esta característica ha sido subrayada por otros viajeros contemporáneos a Wilde como Isabella Bird42 y Rudyard Kipling43, a propósito de sus observaciones sobre los conductores de Rickshaw y los empleados de aduanas. Ambos destacan de los japoneses su disposición al trabajo, su prolijidad e inclinación hacia la pulcritud y a la limpieza. Esta es una de sus grandes fortalezas, a pesar de contar con una contextura física pequeña que, para algunos, podría ser considerado una debilidad.

Wilde apoya la idea de que el pueblo japonés es fuerte en materia de trabajo y observa, a su vez, la perspectiva de su contextura física pequeña aludiendo que “volábamos en nuestras rikshas, llevados a largo trote por sus casi enanos conductores, dotados no obstante de una fuerza i resistencia sorprendentes”44. Más adelante, sostiene que este pueblo de rasgos físicos pequeños es un ejemplo del trabajo y el sacrificio que mira el progreso como horizonte del Estado en general y de la familia en particular. Afirma: “i las casitas pequeñas como habitaciones de muñecas, donde viven treinta millones de hombres; el trabajo sin descanso i sin fatiga i la exigua talla de una raza tan esforzada, tan enerjica i resistente”45. Además, es importante volver a mencionar que esta característica ocupa un lugar importante en los intereses de Wilde sobre Japón, pues el pueblo trabajador es parte fundamental de la construcción de un Estado nación con pilares firmes que positivamente puede motorizar las trasformaciones necesarias hacia la modernización.

El análisis de estos tres tópicos orientalistas hace pensar y preguntar por aquello que el viajero argentino observó en Japón como positivo y que, para él, se encontraba ausente en los pueblos europeos y otros pueblos orientales. En este sentido, la representación de Japón que posee Wilde puede leerse en un doble sentido, a saber, por un lado, en su comparación con los otros países orientales en los cuales resalta las sociedades atrasadas. Por otro, en comparación con Europa en la que destaca las sociedades civilizadas pero presas del pasado y, por ende, obstaculizadas para el progreso. Sobre la primera, es posible advertirla principalmente en sus observaciones con respecto a China, con la cual surge un claro contraste entre lo que Wilde entiende por “lo oriental” y su idea sobre Japón, específicamente, dentro de Oriente. Por último, es interesante tener presente el análisis de Wilde sobre la sociedad japonesa en la Era Meiji como una de las modernizaciones mejores logradas. Valora de ella particularmente la forma en que esta nación supo incorporar los elementos civilizatorios de las naciones más avanzadas de Europa, pero sin perder su esencia o alma. Asimismo, y en consonancia con lo que expondré a continuación, el viajero argentino se detiene en observar y describir todas aquellas instituciones presentes en la nación japonesa, hospitales, escuelas y universidades, por las cuales no solo expresa una gran admiración y fascinación, sino que a su vez las considera como ejemplo a seguir. Al mismo tiempo valora un elemento fundamental de la idiosincrasia japonesa que permitió el desarrollo de aquella sociedad y logró en pocas décadas incorporarla en la cúspide de las sociedades civilizadas.

En el próximo apartado, analizaré cómo halla Wilde estos elementos en Japón sin que aquel país haya dejado su esencia que lo convierte en una sociedad oriental avanzada y civilizada, conceptos que para los antecesores y contemporáneos de Wilde no podrían ir juntos en el mismo sintagma.

Japón como horizonte de “civilización”

Para finalizar este artículo abordaré la presencia de aquellos elementos que caracterizan a Japón como una nación civilizada y moderna, como la laicización de la educación, la armonía entre el campo y la ciudad y el avance material e institucional en términos generales. Desde mi perspectiva se pueden dividir estos elementos en dos, aquellos que se relación con el progreso en términos materiales, ligados particularmente a la adopción de las instituciones occidentales, y otros relacionados con la preexistencia de un elemento autóctono del japonés que constituye en su germen las ideas de un pueblo civilizado como ningún otro.

Instituciones modernas y progreso material

Un aspecto destacable para todos los viajeros que llegaban al Japón de Meiji se relaciona con el progreso en términos materiales, la rápida industrialización del archipiélago y su planificación urbana en general. Wilde no es ajeno a esta realidad y una de las observaciones que más se repiten en sus crónicas tiene que ver con el desarrollo material que encuentra en las ciudades japonesas, las que describe como modernas y armoniosas:

Estoi en el Japón, en Tokio, casi en las antipodas de Buenos Aires i todo cuanto veo es real y positivo […] asisto al acto de transformación de un pueblo i llego en el momento supremo en que dos civilizaciones se tocan, para despedirse, la antigua sumerjiendose en los recuerdos del pasado, abriéndose paso la moderna con el asentimiento de los hijos de la tierra quienes, si no tuvieran más virtud que la de adaptarse a cambios tan radicales esa sola bastaría para levantarlos ante los ojos de la humanidad entera i señalarlos como modelos46.

Gracias a sus contactos en el archipiélago47, Wilde se convierte en un testigo privilegiado al acceder a sitios que no estaban permitidos a otros occidentales. Algunos de los personajes mencionados en sus crónicas eran altos funcionarios del gobierno de Meiji y pertenecientes a la más alta aristocracia. Estos contactos le permiten, entre otras cosas, ingresar a las principales instituciones occidentales recientemente radicadas en el Japón y observar de primera mano las transformaciones sociales que aquellas acarreaban. Entre estas instituciones Wilde se detiene en observar los hospitales, las instituciones educativas, el palacio de los tribunales, los teatros, las casas comerciales, entre otros. En todas ellas las valoraciones del viajero son positivas, al punto de afirmar que las mismas nada tienen que envidiarles a las instituciones europeas. Un ejemplo significativo de ello son las apreciaciones de Wilde sobre la arquitectura y la provisión de los edificios:

[N]uestro amable guía nos muestra el hospital militar, grandioso i provisto de todo […] y a la vuelta la imprenta oficial, la fábrica de billetes de banco i casa de moneda en su correspondiente inmenso parque […] De ahí vamos al banco nacional de Japon, monumental edificio de piedra […] i dotado con las últimas perfecciones de arquitectura i adaptacion de la moderna cultura.48

De igual forma, Wilde destaca las transformaciones en el ámbito de la política y la adopción rápida del modo de organización occidental, por ejemplo, los mencionados contactos de Wilde en el archipiélago poseen los títulos de vizconde y marqués, categorías propias de la nobleza europea. Asimismo, esta transformación política puede resumirse para el viajero de la siguiente manera:

el fin de este siglo XIX ha visto surjir en el estremo oriente una nueva organizacion constitucional con sus tres ramas esenciales: el emperador, descendiente de una dinastía veinticinco veces secular, asistido por un ministerio a la europea i un consejo privado; el poder lejislativo con su senado de príncipes, pares i nobles, i su cámara de representantes de oríjen mas o menos popular.49

Una de las preguntas que el viajero puede hacerse al observar tal grado de modernización material son las causas o herramientas que utilizaron los japoneses para realizar semejante hazaña en tan corto periodo. Para Wilde esto es claro: el pueblo japonés posee la capacidad innata para imitar y mejorar todo cuanto ingresa a su territorio. Al respecto, señala:

Ahora hacen cañones, caños estupendos para la conducción de agua, trozos fundidos para puentes i buques a vapor, locomotoras i máquinas para fabricas i usinas. – “si usted no quiere que un japones haga un objeto, no se lo muestre” me decía un antiguo residente de Tokio para pintarme la facilidad de imitación de este pueblo.50

Esta capacidad de imitación le otorgó a Japón la facilidad de modernizarse a tal punto que el viajero valorase particularmente la construcción de las ciudades, sus escuelas, universidades, hospitales, industrias, entre otros avances materiales. Ahora bien, esta modernización no hubiera sido posible sin la instalación de la “ciencia moderna” que, según Wilde, se ha cultivado ampliamente en el Japón de Meiji a la par que en Europa. Sostiene Wilde que “las exijencias de la ciencia moderna están qui satisfechas. Llama especialmente la atención el gabinete de instrumentos i aparatos hechos todos en el país, tan buenos como los mejores de Europa”.51

En otro orden de cosas, Wilde destaca la relación que Japón mantiene entre el campo y la ciudad. Sostiene que ambos espacios se acoplan en armonía. Esto lo destaca frente al conflicto entre la ciudad y el campo en Argentina que se traduce, para algunos intelectuales, en los conceptos de “civilización” y “barbarie”. La imagen del desierto argentino, por ejemplo, les otorgaba a las zonas rurales las características que obstaculizaban el progreso de la nación. En Japón, Wilde encuentra una armonía entre ambos espacios, algo que quizás no sería una apreciación significativa para otros viajeros e incluso para los propios japoneses. Sobre la ciudad de Tokio menciona: “es campo en todas partes i ciudad en cualesquiera; es el sueño infantil de la ciudad y el campo en estrecha unión”.52 Para el viajero, la concordia entre el campo y la ciudad constituye uno de los ejemplos más significativos de la modernización armoniosa de Japón, que supo incorporar elementos extranjeros sin perder su esencia53.

Para finalizar este apartado resulta esclarecedor destacar que, si bien la valoración de la transformación material de Japón es positiva, en algunos pasajes el viajero deja entrever que Japón se encuentra aún en construcción. Con motivo de su visita a un hogar japonés Wilde menciona “[u]n amigo me lleva a visitar una familia decente japonesa; la calle donde vive es atroz, sucia, angosta, llena de charcos de agua infecta i de barro; pero vamos en riksha i en llegando debemos sacarnos los botines para subir a las habitaciones”.54 Esta afirmación acerca de la falta de pavimentación de las calles puede identificarse también en otros pasajes, por ejemplo, comenta que “[s]i Tokio tuviera un buen pavimento i desagües aun cuando sus casas fueran como son, de madera i bajas, con su orijinalidad característica sería tal vez la mas linda ciudad del mundo”55. La valoración de las calles japonesas es en general negativa para Wilde quien en más de una ocasión las describe como rudimentarias e inconvenientes: “i así vamos por malos caminos mojados, enterrando nuestras rikshas una cuarta en el suelo i saliendo solo de la huella gracias a la fuerza i resistencia admirable de estos hombrecitos de hierro”56. Si bien este tipo de descripciones son insignificantes en relación con la valoración positiva de las construcciones japonesas y del progreso material alcanzado en tan corto tiempo, resulta interesante pensar en la idea de un Japón en proceso de construcción y por consiguiente en un Japón heterogéneo57. Si bien Wilde no llega a conocer zonas del interior de Japón y sus descripciones pertenecen principalmente a sus observaciones de las grandes ciudades, es notorio que en términos de progreso material aún quedaba trabajo para el Japón de fines de siglo XIX. Por el contrario, cuando el viajero habla de características que conforman la idiosincrasia del pueblo japonés encuentra solo aspectos positivos, entre ellos uno de los más destacables, a mi entender, es la relación de este pueblo con la religiosidad y la moralidad.

“Civilización” y libertad de conciencia

En este último apartado realizaremos un breve recorrido por las ideas de Wilde que permiten entender la valoración positiva de Japón a partir de su idea de “civilización”, entendida no solo en términos de progreso material sino también, y fundamentalmente, a partir de lo que el viajero entiende como la moralidad y el pensamiento religioso propio del pueblo japonés. Si bien autores como Gasquet y Hagimoto han destacado la mirada higienista de Wilde en su conceptualización de la “civilización” en tanto progreso material y humano, esta idea puede ser complementada a partir de la valoración positiva de los valores japoneses los cuales no devendrían estrictamente de su progreso material58.

A diferencia de otros pensadores de su época Wilde separa moralidad y religiosidad, para el viajero no se puede enseñar religión porque cada individuo posee la suya, y ninguna es más valida que otra. En repetidos pasajes el autor de las crónicas hace referencia a su pensamiento sobre las religiones, y, sobre todo, sus opiniones respecto a la religión cristiana como aquella que, en su afán por privatizar la verdad, ha generado una doctrina poco tolerante y poco propicia para la realización individual. Allí donde otros pensadores veían en la expansión del cristianismo la expansión de la “civilización”, Wilde solo ve la expansión de una institución que representa el pasado y la intolerancia. Así lo dejan ver sus pasajes acerca del significado de idolatría y el carácter político de este término, para el viajero, la idolatría no es más que el nombre que se le ha dado a otros pensamientos religiosos que no coinciden con el ideal cristiano “los hombres llaman idolatras a todos los hombres que no tienen su misma idolatría”59. En otras palabras, el termino idolatría ha servido fundamentalmente al cristianismo en su encuentro con otras formas de concebir la religiosidad, afirma Wilde

Un portugués cristiano lleva una imájen de Jesus crucificado al Japon, la planta en el sitio donde desembarca i califica de crimen nefando a cualquier falta de respeto a esa imájen; en tanto llama idólatra al japones que venera la imájen de Buda i aun al shintoista que no adora imájen alguna i solo cree en la existencia de entidades espirituales, en virtud de concepciones ideales mas o menos imajinarias, como las de todas las relijiones de la tierra en cuanto tienen de radical60.

Hemos mencionado en apartados anteriores la relación que establece Wilde entre “civilización” y religión, siendo esta última para el viajero una representación de un pasado obsoleto que no permite o más bien obstaculiza el camino hacia el progreso. Esta perspectiva acerca de la religión, nos permite entender en gran parte su aversión hacia Europa, observado en los pasajes citados en apartados anteriores. Sin embargo, en Japón encuentra un pueblo cuyos valores más destacados son su espíritu libre y su tolerancia religiosa. Desde la perspectiva de Wilde, los japoneses son ante todo tolerantes y respetuosos con las creencias de sus compatriotas, así no sean las suyas propias, incluso es posible para un japonés compartir distintas creencias sin contradicción alguna. Esta tolerancia la observa Wilde en varios pasajes, sin embargo, no deja de mencionar la expulsión de los cristianos en territorio japonés a principios del siglo XVII, sobre ello menciona que tales actos no se debieron a la intolerancia religiosa sino a una cuestión de defensa nacional

Las medidas terribles contra los cristianos no tenían sin embargo por causa intolerancias relijiosas sino razones de estado no destituidas de fundamento. El cristianismo en los países de credo diferente, es agresivo contra las instituciones, por la naturaleza de su doctrina que predica la supremacía de la conciencia relijiosa cristiana con relacion a todo vínculo humano, la creencia en una divinidad invisible i el sacrificio hasta de la vida en homenaje a la fé61

La tolerancia religiosa descrita por Wilde parece ser atribuida al propio pensamiento japonés y sobre todo a la concepción de la religiosidad propuesta por su religión nativa el shintoismo, es así que el autor destina un apartado de sus crónicas a esclarecer las características de la religiosidad en Japón y afirma contundentemente que “[e]n nada se muestra mejor la superioridad de alma que en la tolerancia relijiosa. (…) el japones shintoista no odia a nadie por causas relijiosas i consagra, con su acatamiento a las creencias distintas de la suya, la mas absoluta, amplia i civilizada libertad de conciencia”62. La civilizada libertad de conciencia es para Wilde, unos de los valores más valiosos del pueblo japones. La distinción que establece entre religiosidad y moralidad se manifiesta en las crónicas a partir de la separación de dos apartados, el primero ya desarrollado sobre la religiosidad, el segundo exclusivamente sobre la moralidad de los japones. También en este apartado las valoraciones de Wilde no dejan de ser positivas “los pueblos de occidente no presentaran sin duda, muchos hechos de este jénero, siendo en ellos por el contrario comunes i repetidos los abusos mas cobardes i vituperables en circunstancias análogas”63

En consonancia con lo anterior, la laicización de la enseñanza en las escuelas y la libertad de culto son dos aspectos que Wilde destaca del gobierno de Meiji. Recordemos que la implementación de la laicización en el territorio argentino lo llevó a ganarse enemigos dentro del círculo de la elite política y, principalmente, de la elite eclesiástica. No obstante, ello no lo detiene en sus observaciones y en la defensa de Japón y su estado laico como modelo a seguir si se buscara el progreso. El lector de sus crónicas no puede dejar de preguntarse a qué se refiere con la laicidad de las instituciones en Japón, sobre todo teniendo presente que shintoismo representaba la religión oficial y se encontraba presente en todas las esferas estatales. Sobre la libertad religiosa Wilde sostendrá que:

Dos cultos principales, ya lo sabe el lector, se han repartido las almas de los japoneses; el shintoista antiguo, clásico, tradicional jenuino, nativo, en cuanto puede juzgarse por los datos históricos; i el budista, importado, aclimatado, pero con conservando aun su acento estranjero a pesar de las modificaciones que ha experimentado. Los dos cultos viven en santa paz i armonía i he ahí uno de los mas asombrosos hechos de tolerancia relijiosa que sea dado contemplar en pueblo alguno64.

Sobre la laicidad en Japón pareciera demostrar en un primer momento, el desconocimiento sobre los planes de estudio de las escuelas japonesas, ya que en ellas se enseñaba la religión autóctona de Japón. Sin embargo, Wilde se encuentra al tanto de la incorporación del shintoismo a los planes de estudio, no obstante considera que esta introducción no le quita a la educación japonesa la condición de laica debido a que “no se enseña relijion en las escuelas- ¿Qué relijion se enseñaría?- ¿Todas?- eso seria asunto de las clases de historia. Los japoneses han comprendido que la relijion […] no es materia de estudio técnico. […] Lo que enseñan de relijion es la parte histórica”65. En relación con lo anterior, la tolerancia religiosa aparece en Wilde como uno de los valores más importantes del pueblo japonés, debido a que, desde su perspectiva, esta tolerancia contribuye a generar una “sana moral, equidad i justicia”66. Esto se contrasta inmediatamente con su visión de Europa, pues en su visita a los museos de la inquisición, afirma que ellos son una representación de los valores opuestos a la moral y a la justicia, además de una excesiva exposición y apreciación al pasado.

El paradigma de la libertad religiosa japonesa, defendida por Wilde, es entendida desde un nivel más amplio y es la idea de que la praxis y la idiosincrasia japonesa se inclinan hacia la libertad. Como hemos mencionado, esta condición debería ser, para Wilde, uno de los estandartes más altos de una sociedad que aspire a modernizarse y alcanzar el progreso. Esto se contrapone con la representación que algunos pensadores construyen sobre los gobiernos orientales que consideran déspotas. La idea del despotismo oriental, justamente, es uno de los estereotipos más difundidos por aquellos intelectuales que buscan contraponer estas sociedades con los gobiernos y naciones civilizadas europeas. Esto se puede observar en la forma que Sarmiento hace uso del orientalismo como aquel aparato ideológico a partir del cual identifica al caudillo con el déspota oriental. Por el contrario, Wilde defiende la idea de que Japón puede combinar el amor hacia su soberano con la libertad de acción, esto significa que su amor y respeto no anula la defensa de un gobierno justo, u “Otra de las características japonesas es su amor a la libertad; este se consagra en la práctica de toda su vida esterna y familiar. Han sido libre aun siendo esclavos”67.

En suma, lo expuesto hasta aquí demuestra la visión positiva y la construcción de una representación de Japón y los japoneses como una nación y un pueblo modelo respectivamente. Ellos son quienes supieron armoniosamente dirigirse por las sendas del progreso y de la historia sin dejar de lado su tradición, pero sin quedar presos de ella. Al contrario, supieron encauzarla y convertirla en el motor de movimiento de una sociedad hacia el más alto modelo “civilización”, como aquella que avanza a partir de sus propios rasgos esenciales. Wilde se pregunta “¿Qué pueblo civilizado presenta en sus códigos i hábitos de educación un rasgo análogo?”68 y en páginas siguientes agrega

Con tales elementos de educación trasmitidos de antepasados a descendientes i fomentados desde la cuna hasta el sepulcro, nada estraño tiene que se haya formado un pueblo afable, cortes, tolerante, sentimental, artístico i de gustos refinados; amante de lo bello i de lo bueno, jenuinamente honrado i estimable bajo todo punto de vista”69.

Reflexiones finales

En el presente artículo he estudiado el pensamiento de Eduardo Wilde, un viajero argentino al Japón de fines del siglo XIX, con ello espero ampliar el panorama de viajeros occidentales a Japón más allá del mundo europeo y estadounidense. Procuré, además, entender que sus crónicas de viaje ofrecen un panorama amplio de su noción de “civilización”. De ahí que mi interés estuvo dirigido a reconstruir el concepto de “civilización” presente en sus escritos a partir de sus encuentros con las naciones europeas y Japón. Cabe destacar que el corpus bibliográfico de Wilde es inabarcable en un trabajo de estas características por lo que no fue posible ahondar en aspectos que también echarían luz sobre el problema de una definición de “civilización”. Por ejemplo, son interesantes las observaciones que realiza sobre el norte de África y Estados Unidos que no fueron incluidas aquí. Sin embargo, al detenerme en Europa, Japón y brevemente en China resulta notorio que el concepto de “civilización” respondía, en el pensamiento de Wilde, a un concepto de historia que consideraba la tradición y el progreso como ápices de una sociedad civilizada. En otras palabras, sostengo que para comprender las representaciones que Wilde tiene de Japón es fundamental ligarlas con el concepto de “civilización” y su entramado conceptual, como las nociones de progreso, modernidad e historia. Como ha sido mencionado, estos conceptos forman parte intrínseca del vocabulario y las preocupaciones de la época en la que el intelectual se inserta.

En consonancia con lo anterior, he dividido el artículo en tres secciones. En la primera se analizó el concepto de “civilización” y su relación con las nociones de progreso, desarrolladas dentro del círculo intelectual argentino del siglo XIX. En el segundo apartado, me aboqué especialmente en el pensamiento de Wilde con respecto a dichas nociones y sus apreciaciones, basadas en ellas, de Europa, China y Japón. Finalmente, el último apartado estuvo dirigido a comprender las observaciones y experiencias que Eduardo Wilde expresa en sus escritos en vistas a considerar Japón como modelo de país civilizado. En esta sección resultó importante analizar, en primer lugar, las apreciaciones relacionadas estrictamente con el progreso material de Japón, como todo aquello que ha importado de Occidente. Estas apreciaciones han sido destacadas por otros autores en estrecha relación con una “mirada higienista” propia de un médico de fines del siglo XIX. En segundo lugar, destaco en este estudio las apreciaciones del viajero en relación a la identidad moral de un pueblo civilizado. Esta característica la observa no como parte del desarrollo material de Japón sino como parte de su identidad como pueblo. Ambos aspectos constituyen el ideal civilizatorio de Wilde y le permiten concluir que Japón es el mejor modelo de nación civilizada.

En suma, una de las preguntas trasversales en este escrito estuvo dirigida a entender qué es lo que observaba Wilde en Japón y que no veía en Europa. Mis conclusiones me llevan a una inversión de la pregunta ¿qué es lo que vio en Europa que no vio en Japón? Justamente aquí se encuentra el núcleo de su concepción sobre el pasado, la religión y la Historia. En Europa, particularmente en Roma y París, encuentra Wilde un pasado insuperable, un pasado presente en la ciudad, presente en las instituciones que no dirigen la sociedad al progreso civilizatorio. Este pasado puede estar representado por la injerencia que aún poseía la iglesia católica. La ruptura con el pasado lleva a Wilde a una ruptura con la propia Europa, a la que ya no entiende, como sí otros intelectuales de su tiempo, como un modelo a seguir.

A partir de la introducción a las nociones de “civilización”, historia y progreso fue posible entender a Wilde como un síntoma de su tiempo, así como las preocupaciones, contradicciones y aspiraciones de una clase dirigente en pleno proceso modernizador. En él se observa la definición de ciertos procesos y conceptualizaciones acaecidas durante un periodo transicional. Ahora bien, para finalizar, quiero destacar el carácter introductorio y fragmentario de este artículo, y mencionar que aún quedan líneas de análisis para continuar indagando en la figura de Wilde y así dar continuidad con los estudios de investigadores que han ubicado el pensamiento de este intelectual como partícipe, por un lado, de la elite política dedicada a pensar la construcción del Estado Nación y, por el otro, como perteneciente al grupo que militaba por la laicización de la educación. Sus crónicas, por tanto, siguen siendo de gran interés para aquellos que quisieran pensar la historia del Estado argentino de fines del siglo XIX y principios del siglo XX y para quienes estudien las representaciones occidentales del Japón de la Era Meiji.

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Por mares i por tierras. Buenos Aires: J. Peuser, 1899.


1 Eduardo Wilde, Por mares, por tierras (Buenos Aires: J. Peuser, 1899), 415.

2 Debemos destacar que el orientalismo que describe Said pertenece a las representaciones europeas del Oriente próximo, no destacando su análisis particularmente en Japón. En su libro Orientalism and the Study of Japan (1980), el historiador Richard Minear menciona como ha operado el orientalismo japonés en la conceptualización discursiva de autores como Basil Hall Chamberlain, encontrando similitudes y diferencias con lo propuesto por Said para Oriente próximo.

3 El concepto de “civilización”, a diferencia de otros conceptos fundamentales como “democracia” o “libertad”, en los cuales se puede rastrear su acepción en la Antigüedad, surge a fines del siglo XVIII. Sin embargo, y aunque es posible hallar familiaridades etimológicas en nociones anteriores como las voces latinas civilis o civis, éstas apelaban a categorizaciones distintas al uso central que se le otorgará en la Modernidad. En otros términos, “civilizar” implicaba una noción jurídica que pierde su carácter a partir del siglo XVIII al derivar en un concepto que funciona como adjetivo o característica para describir una sociedad avanzada en términos económicos, políticos y culturales, esto es, una sociedad Moderna. En consonancia con ello, la historiadora Geneviève Verdo sostiene que al concepto “civilización” se le atribuye, luego de la Modernidad, un significado que altera de tal manera su esencia que puede ser considerado un neologismo.

4 El origen del concepto “civilización” y la transformación de otros conceptos tales como “libertad” y “democracia” pueden ser estudiados a partir de la categoría de Sattelzeit, acuñada por el historiador alemán Reinhart Koselleck. Esta categoría, entendida como el momento de pasaje de un marco simbólico a otro, ofrece las herramientas para reflexionar acerca de la experiencia del tiempo histórico desde la Modernidad. Desde aquel momento ocurre, según la historia conceptual, una transformación y creación de conceptos fundamentales cuyo análisis permitiría comprender una experiencia histórica determinada. Singular atención se debe prestar, entonces, en el origen del concepto, a la evaluación de sus causas y sus resonancias, pero también a través de un examen minucioso y riguroso analizar sus derivas, reinterpretaciones o las resemantizaciones que se van incorporando. Considerar el pasado desde estas lentes es principalmente la labor del historiador conceptual, quien no solo brindará una explicación teórica de dicho dinamismo conceptual, sino que, además, a partir de ello, comprenderá el propio presente. En otras palabras, esto permite entender la transición de un “mundo tradicional” a uno “moderno” a partir del cual se concibe otra forma de entender la historia, las sociedades y los individuos, y el origen de una ruptura respecto de las formas de concebir los tiempos históricos. Para ampliar sobre esta perspectiva se recomienda la lectura de Futuro pasado, de Reinhart Koselleck.

5 Genevieve Verdo. “Argentina/Río de la plata”. En Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Conceptos políticos fundamentales, 1770- 1870 (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales – Universidad del País Vasco, 2017), 108.

6 Verdo, “Argentina/Río de la Plata”, 112

7 Carlos Altamirano “El orientalismo y la idea del despotismo en el Facundo”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” 9, (1994): 11

8 Axel Gasquet, Oriente al sur: el orientalismo literario argentino de Esteban Echeverría a Roberto Arlt (Buenos Aires: Eudeba, 2007), 74.

9 Gasquet, Oriente al sur, 15.

10 Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina: diez lecciones iniciales, 1810-1980 (Buenos Aires: Siglo XXI editores, 2019). 99

11 Paula Bruno, Pioneros culturales de la argentina. Biografías de una época. (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2011), 22.

12 Wilde se encontraba en total desacuerdo con la guerra, además, este es un aspecto que criticaría de Japón respecto de la historia bélica que mantuvo con China. A propósito de ello Wilde menciona “donde los japoneses han representado episodios de su guerra con la China […] Todos los pueblos son iguales … ante la vanidad ridícula!”. Eduardo Wilde, Por mares i por tierras (Buenos Aires: J. Peuser, 1899), 446.

13 Entre los escritos de sus viajes por el mundo destacan aquellos sobre Asia y Europa, originalmente presentados en formato epistolar a La prensa y luego compilados y editados en dos obras: Viajes i observaciones (1939) y Por mares i por tierras (1899): ambos representan fuente principal para este análisis. En este ámbito fue un escritor activo de periódicos y revistas de gran tirada como La nación argentina, El Mosquito, La tribuna, entre otros. Escribió relatos como “La lluvia”, “Tini”, “Vida moderna”, “Alma callejera”, “Prometeo & CIA”, entre otros.

14 Wilde, Por mares i por tierras, 473.

15 Paula Bruno en Pioneros culturales de la Argentina cita una carta dirigida a Guillermino Correa “Ud. Me dice que esperan allí mi libro; lo esperaran usted y algunos otros amigos, la mayoría de las gentes que se ocupan de las letras no lo esperan. Desde hace largos años en esa mi tierra se han dado a aborrecerme. No se por qué”. Wilde en Bruno, Pioneros culturales de la argentina, 52.

16 Paula Bruno, Pioneros culturales de la argentina. Biografías de una época. (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2011). 59

17 María Sonia Cristoff, Pasaje a Oriente: narrativa de viajes de escritores argentinos (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica Argentina, 2009), 14.

18 Cristof, Pasaje a Oriente, 15.

19 Eduardo Wilde, Viajes i observaciones: cartas a “La Prensa,” inéditas (Vol. 12). (Buenos Aires: imprenta Belmonte, 1939), 92. Cabe aclarar, que a lo largo de este trabajo se reproducirán fielmente las citas de acuerdo con el texto original, el cual cuenta con diversos errores ortográficos y de tipografía respecto del idioma español de nuestros días.

20 Eduardo Wilde, citado por Cristina Iglesia, La violencia del azar. Ensayos sobre literatura argentina (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2003), 177.

21 Axel Gasquet, Oriente al sur, 169.

22 Eduardo Wilde, citado por Cristina Iglesia, La violencia del azar. , 182.

23 Wilde, Por mares i por tierras, 65.

24 Wilde, Viajes i observaciones, 299.

25 Wilde, Viajes i observaciones, 300.

26 Gasquet, Oriente al sur, 171.

27 Gasquet, Oriente al Sur, 171.

28 Iglesia, La violencia del azar, 179.

29 Wilde, Por mares i por tierras, 334.

30 Wilde, Por mares i por tierras, 360.

31 Gasquet, Oriente al Sur, 193.

32 Wilde, Por mares i por tierras, 391.

33 Koichi Hagimoto, “Contrapuntos estéticos e higiénicos: Japón y China en las crónicas de viaje de Eduardo Wilde”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana N.° 44 (2018): 177.

34 Wilde menciona en sus crónicas a Pierre Loti, Félix Remagey, Marco Polo, Francisco Javier, entre otrosviajeros que han visitado Japón y China antes que él.

35 Wilde, Por mares i por tierras, 447.

36 Para comprender la representación de la Historia del arte de Japón y algunas prácticas culturales relacionadas a ellas durante la restauración Meiji, se recomienda la lectura de dos obras del literato japonés Okakura Kakuzo The book of tea (1906) y The ideals of the East with special reference to the art of Japan (1920).

37 Sobre este tema existe una obra de reciente publicación La naturaleza del japonismo. Discursos occidentales sobre tierra, flora y nación: una lectura desde Argentina, coordinado por el investigador Pablo Gavirati (ver listado bibliográfico).

38 Wilde, Por mares i por tierras, 522.

39 Facundo Garasino, “Naturaleza, paisaje y nación. Textos de viaje al Japón publicados en Argentina (1899-1941)”, en La naturaleza del japonismo. Discursos occidentales sobre tierra, flora y nación: una lectura desde Argentina, coord. Pablo Gavirati (Buenos Aires: Teseo, 2022), 106.

40 La importancia de la naturaleza dentro de las expresiones literarias del archipiélago se puede advertir desde la escritura del Kojiki en el año 710 de nuestra era.

41 Facundo Garasino, “Naturaleza, paisaje y nación. Textos de viaje al Japón publicados en Argentina (1899-1941)”, en La naturaleza del japonismo. Discursos occidentales sobre tierra, flora y nación: una lectura desde Argentina, coord. Pablo Gavirati (Buenos Aires: Teseo, 2022), 117.

42 Isabella Bird es considera la primera mujer europea que viaja a Japón, sus relatos de viaje tienen el reconocimiento de haber realizado las primeras descripciones de los pueblos ubicados en la isla norte de Japón, actualmente Hokkaido. Respecto de la relación de los japoneses con el trabajo, en una de sus observaciones menciona que “en la Aduana nos atendieron funcionarios igualmente diminutos enfundados en uniformes europeos de color azul y botas de cuero: criaturas muy educadas que después de abrir y examinar minuciosamente nuestros baúles, volvieron a cerrarlos y atarlos con correas. ¡Qué agradable contraste el de estos hombres con los insolentes y rapaces funcionarios que hacen el mismo trabajo en Nueva York!” (Isabella Bird, Japón inexplorado (La Línea Del Horizonte Ediciones, 2018).

43 Rudyard Kipling es un escritor y viajero inglés conocido principalmente por su obra El libro de la selva publicado en 1894. En su obra Viaje al Japón, publicada en 1920, menciona, a propósito de su encuentro con un mercader japonés, “el hombre blanco no tiene nada que ver con sus gustos, y si él mantiene su casa inmaculadamente pura es porque le gusta la limpieza y sabe que es artística. ¿Qué podemos decirle, a ese bunnia?” (Rudyard Kipling, Viaje al Japón (Laertes Editorial, S.L., 2011), p. 37.

44 Wilde, Por mares i por tierras, 438.

45 Wilde, Por mares i por tierras, 438.

46 Wilde, citado por Gasquet, Oriente al sur,195.

47 Conoce personalmente al vizconde Enemoto, al Marqués Tokugawa, al Marqués Hachisuka, al doctor Kabuto, entre otros.

48 Wilde, Por mares i por tierras, 453.

49 Wilde, Por mares i por tierras, 590.

50 Wilde, Por mares i por tierras, 529.

51 Wilde, Por mares i por tierras, 451.

52 Wilde, Por mares i por tierras, 469.

53 Este tópico es brevemente mencionado por Axel Gasquet en su libro Oriente al Sur.

54 Wilde, Por mares i por tierras, 409.

55 Wilde, Por mares i por tierras, 453.

56 Wilde, Por mares i por tierras, 483.

57 Así como Koichi Hagimoto plantea la idea de Asia heterogénea, cabe preguntarse si es posible pensar desde la perspectiva de Wilde en un Japón heterogéneo.

58 Para Wilde existe una correlación entre el progreso material y el progreso moral, ambas necesarias para el desarrollo de un pueblo civilizado, si bien Axel Gasquet a mencionado esta correlación, lo que proponemos aquí es la valoración positiva del pueblo japonés no se construye a partir del progreso material, sino que ya existía antes del ingreso de occidente.

59 Eduardo Wilde, Por mares i por tierras (Buenos Aires: J. Peuser, 1899). 581

60 Wilde, Por mares i por tierras, 581.

61 Wilde, Por mares i por tierras, 588.

62 Wilde, Por mares i por tierras, 607.

63 Wilde, Por mares i por tierras, 606.

64 Wilde, Por mares i por tierras, 585.

65 Wilde, Por mares i por tierras, 457.

66 Wilde, Por mares i por tierras, 586.

67 Wilde, Por mares i por tierras, 607.

68 Wilde, Por mares i por tierras, 604.

69 Wilde, Por mares i por tierras, 606.