Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe

Vol. 21, No. 1, enero-junio, 2024

Una lectura contemporánea de Edipo rey de Sófocles. Elecciones presidenciales del 2018 en Costa Rica

Artículos científicos (sección arbitrada)

Una lectura contemporánea de Edipo rey de Sófocles. Elecciones presidenciales del 2018 en Costa Rica

A Contemporary Reading of Sophocles' Oedipus Rex. Presidential Elections of 2018 in Costa Rica

Uma leitura contemporânea da Édipo Rei de Sófocles. Eleições presidenciais de 2018 na Costa Rica

Roxana Hidalgo Xirinachs *
Escuela de Psicología, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica, Costa Rica
Francisco Acuña Saborío **
Investigador independiente, San José, Costa Rica, Costa Rica

Una lectura contemporánea de Edipo rey de Sófocles. Elecciones presidenciales del 2018 en Costa Rica

Cuadernos Inter.c.a.mbio sobre Centroamérica y el Caribe, vol. 21, núm. 1, e61850, 2024

Universidad de Costa Rica

Recepción: 27 Febrero 2023

Aprobación: 27 Septiembre 2024

Resumen: El artículo aborda la potencialidad que tiene la tragedia griega para pensar fenómenos socioculturales, concretamente, la crisis política y religiosa que atraviesa la sociedad costarricense, la cual llega a un clímax durante las elecciones presidenciales del 2018. El objetivo principal es realizar una interpretación sociohistórica del Edipo rey de Sófocles con el fin de evidenciar cómo el drama podría brindar claves para comprender una sociedad en transición que experimenta procesos de polarización social y confrontación política marcados por complejas experiencias de ruptura del lazo social. Para abordar este propósito acompañamos la interpretación de la tragedia con el estudio de algunas adaptaciones latinoamericanas y clásicas que siguen el rastro del mito. Y, con base en fuentes de la época y bibliografía especializada, realizamos un acercamiento al contexto social de la crisis de legitimidad que enfrenta la democracia costarricense vinculada con el ascenso del fundamentalismo religioso y la cosmovisión neoliberal del mercado.

Palabras clave: Tragedia griega, elecciones presidenciales, otredad cultural, polarización social, Costa Rica.

Abstract: The article addresses the potential of Greek Tragedy to be used to approach social issues, specifically the political and religious crisis that Costa Rican society is going through and that reaches a climax during the 2018 presidential elections. The main objective is to have a socio-historical interpretation of Sophocles´ Oedipus Rex in order to show how the play could provide keys to understanding a society in transition that experienced social polarization and political confrontation marked by complex experiences of rupture of the social bond. To address this purpose, we complement the interpretation of the tragedy with a follow up of some Latin American and classical adaptations that follow the trail of the myth. And based on sources of the time and specialized bibliography, we approach the social context of the crisis of legitimacy that Costa Rican democracy faces linked to the rise of religious fundamentalism and the neoliberal worldview of the market.

Keywords: Greek tragedy, presidential elections, cultural otherness, social polarization, Costa Rica.

Resumo: O artigo aborda o potencial que a tragédia grega tem para pensar os fenómenos socioculturais, especificamente a crise política e religiosa que atravessa a sociedade costarriquenha e que atinge o seu clímax durante as eleições presidenciais de 2018. O objetivo principal é realizar uma interpretação histórica do Édipo Rei de Sófocles, a fim de mostrar como o drama poderia fornecer chaves para a compreensão de uma sociedade em transição que vivencia processos de polarização social e confronto político marcados por experiências complexas de ruptura do vínculo social. Para atender a esse propósito acompanhamos a interpretação da tragédia com o estudo de algumas adaptações latino-americanas e clássicas que seguem a trilha do mito. E, com base em fontes da época e bibliografia especializada, abordamos o contexto social da crise de legitimidade enfrentada pela democracia costarriquenha ligada ao aumento do fundamentalismo religioso e à visão de mundo neoliberal do mercado.

Palavras-chave: Tragédia grega, eleições presidenciais, alteridade cultural, polarização social, Costa Rica.

Edipo como espejo

La república de Costa Rica es percibida internacionalmente como una sólida democracia, una de las más funcionales del mundo, en la que hasta hace poco tiempo operaba un eficaz sistema de movilidad social que le permitió al país alcanzar un elevado progreso general en relación con la distribución y tamaño de su economía. Costa Rica es uno de los países más políticamente estables del continente americano. Es una nación desmilitarizada por decisión soberana desde 1948 y ha sido reconocida globalmente por sus políticas medio-ambientales, de salud pública y educación gratuita y obligatoria (Arguedas Ramírez, 2020, p. 18).

A partir de la década de 1980, se imponen en Costa Rica políticas de ajuste estructural de corte neoliberal que responden a un nuevo modelo de desarrollo económico con enormes implicaciones sociales, políticas y culturales, que han restringido el papel del Estado social de derecho que se había consolidado, a lo largo del siglo XX, y que marcaba una diferencia significativa con respecto al resto de países centroamericanos (Vargas, 2005; Vargas Cullell, Rosero Bixby y Seligson, 2005; Cortés Ramos, 2009). Estas políticas responden a un proceso de globalización neoliberal impuesto a nivel mundial, como un nuevo proyecto político, y que ha implicado tanto formas extremas de acumulación de capital por parte de las elites como condiciones de desposesión severas para las grandes mayorías de la población (Harvey, 2007). Lo anterior ha provocado condiciones de vida marcadas por la desprotección, la precarización y la desigualdad social (Arguedas Ramírez, 2020). Después de que Costa Rica llegó a ser uno de los países más igualitarios en América durante la década de 1970 y parte de la siguiente, según el Estado de la Nación (Programa Estado de la Nación/Consejo Nacional de Rectores, 2023), en la actualidad, es uno de los países con mayor desigualdad en la distribución del ingreso del continente y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Asimismo, se afirma que el país atraviesa una coyuntura de deterioro del bienestar, la convivencia y la integración social, condiciones que han exacerbado de forma significativa la violencia social en sus múltiples manifestaciones: “Todas las fuentes de información analizadas convergen en indicar una fuerte disminución de la seguridad ciudadana y de las relaciones pacíficas que caracterizaron a Costa Rica por mucho tiempo en la historia reciente” (PEN/CONARE, 2023, p. 37). Así, por ejemplo, la tasa de homicidios en Costa Rica durante el 2023 llegó a 17.2 por cada 100 000 habitantes, más alta que la de México, que bajó a 13 por cada 100 000 habitantes (Centroamérica/360°, 2024). Según los datos del Estado de la Nación, la mayoría de los homicidios son consecuencia de disputas y ajustes de cuentas relacionadas con el crimen organizado (2023, p. 26). De acuerdo con el editorial de Delfino.cr, del 4 de junio del 2024, tras un violento asesinato en un condominio de clase media, Sebastián May afirmó:

La sociedad se ha venido desintegrando y nos hemos vuelto en burbujas que no quieren saber nada de quién piense distinto. Y la violencia con la que se tratan en redes, es la misma con la que se están resolviendo los conflictos, el de hoy es trágico, pero todo el año han sobrado videos de gente sacando armas para asustar en conflictos viales (Delfino, 2024, párr. 5).

Estas condiciones hacen referencia a un país fragmentado, marcado por la desigualdad, la violencia y la vulnerabilidad. Ahora podríamos preguntarnos ¿por qué en este contexto, en el que la Costa Rica “pacífica” se encuentra en franco deterioro, volver la mirada a los orígenes míticos de la cultura occidental podría brindarnos algunas pistas interesantes para comprender y enfrentar las condiciones que han llevado al país a procesos crecientes de polarización social y confrontación política, los cuales se encuentran atravesados por complejas experiencias de ruptura del lazo social y que llegaron a un clímax durante las elecciones presidenciales del 2018? (Quesada, 2018; Rojas Bolaños y Treminio Sánchez, 2019; Alfaro Redondo, 2019 y 2021; Morales Aguilar, 2023; Rosales Valladares, 2023).

Nos interesa realizar este retorno a los orígenes, específicamente, a partir de una tragedia griega: el Edipo rey de Sófocles (1981). Recordemos que las tragedias griegas surgen en condiciones históricas atravesadas por enormes contradicciones políticas, culturales y religiosas, de forma semejante a las que estamos viviendo hoy:

La Atenas clásica remite a una época de transición, en la cual los poderes divinos del origen, representados en las antiguas imágenes míticas y las prácticas religiosas, se enfrentaron con los nuevos principios jurídicos, políticos y filosóficos que surgieron con el sistema democrático (Vernant, [1974] 1990).

Con respecto a la democracia ateniense, podríamos advertir que las nuevas posibilidades del ciudadano de la polis para la acción individual y la toma de decisiones se vio confrontada con la antigua sujeción frente a los poderes representados en el mundo antiguo de la mitología griega y las tradiciones religiosas (Vernant, [1974] 1990). De acuerdo con Adorno (1970), el enfrentamiento entre mito y subjetividad constituye una condición indispensable del discurso trágico, mediante el cual se evoca la lucha irreconciliable entre los poderes del destino y el surgimiento de un sujeto relativamente autónomo frente a los poderes sagrados de dioses (Hidalgo Xirinachs, 2010, p. 118). En relación con este sujeto trágico afirma Hidalgo:

El hecho de nacer justamente en un espacio-tiempo intermedio, ubicado en la frontera entre mundos profundamente distantes, hace del sujeto trágico una figura de transición, personificación de una ruptura, de un abismo insalvable para aquella época. Una figura enigmática que pone en duda tanto su propia interioridad –como representante de una individualidad emergente– como los mundos irreconciliables que le dan vida (2010, p. 138).

Es justamente esta subversión en el discurso trágico lo que provoca que este recurra de manera fundamental a un lenguaje ambiguo y contradictorio, donde lo paradójico habita a sus anchas (Benjamin, [1955] 1996; Vernant, [1974] 1990). En Edipo rey vemos aparecer un contexto social impregnado por una crisis de legitimidad frente a los valores, las reglas y las prácticas sociales reconocidas colectivamente. Tal situación, provoca en los personajes experiencias subjetivas marcadas por la incertidumbre, la duda, el sentimiento de riesgo y una angustia inevitable ante realidades desconocidas e inaprensibles (Hidalgo Xirinachs, 2010).

Podríamos preguntarnos: ¿qué implica en el presente acercarnos a la tragedia griega cuando nos enfrentamos, en Costa Rica, a un proceso creciente de confrontación política y crisis económica durante las últimas dos décadas, el cual ha desencadenado una experiencia de polarización social dramática, que cobró vida en torno a las elecciones presidenciales, la movilización social xenófoba y la disputa por el Plan Fiscal desarrolladas durante el turbulento 2018 y cuyas consecuencias vivimos, hoy en día, agravadas severamente a partir de la pandemia del COVID-19? (Vargas Cullell, 2022). A continuación, se pretende abordar cómo la situación dramática escenificada en la tragedia griega podría servir como una clave para comprender sociedades en transición que, aunque se encuentran históricamente distanciadas, comparten experiencias sociales, culturales y políticas marcadas por profundos procesos de desgarramiento y de ruptura del lazo social.

Desde este contexto en el que surge Edipo rey, es que nos interesa volver la mirada a la realidad costarricense contemporánea en la que nos encontramos, frente a una sociedad en transición en la que las formas de secularización y las luchas sociales, políticas y culturales de las últimas décadas vienen, una vez más, a confrontar una historia legendaria en la que los valores religiosos y estructurados en raíces patriarcales y coloniales muy antiguos mantenían una hegemonía relativa, muchas veces invisibilizada y no reconocida. Al contrario de la Grecia clásica, actualmente, nos enfrentamos, más bien, a un retorno a estos valores tradicionales y a un nuevo giro hacia posiciones conservadoras y fundamentalistas, no solo en lo religioso y cultural, sino también en el campo político y económico. Al respecto, Wendy Brown (2006) plantea cómo en Estados Unidos, a partir del siglo XXI, se forja una alianza compleja y aparentemente contradictoria entre la racionalidad neoliberal y la racionalidad conservadora vinculada con los discursos religiosos fundamentalistas que ingresan de forma significativa en el plano político. De pronto, el desmantelamiento de los Estados de bienestar y la privatización de los servicios públicos, que van acompañados de una desvalorización de los principios democráticos tradicionales y de un llamado, más bien, al autoritarismo del Estado, quedan entrelazados con una repolitización conservadora del ámbito religioso. En este contexto, podríamos preguntarnos, parafraseando a Cortés Ramos (2019), sobre el conflicto estructurador de la fuerte polarización que se desencadenó durante las elecciones presidenciales del 2018 en Costa Rica, en las que un predicador evangélico quedó a la cabeza en la primera ronda electoral y los partidos neopentecostales consiguieron, por primera vez en la historia del país, la segunda bancada más numerosa en la Asamblea Legislativa (Arguedas Ramírez, 2020). Lo anterior, luego del histórico fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para que se legalicen los matrimonios entre personas del mismo sexo. Cortés Ramos describe este conflicto como uno vinculado con un enfrentamiento sobre formas de convivencia básicas en la sociedad costarricense:

por un lado, la de la visión religiosa-fundamentalista, queriendo imponer su interpretación del cristianismo al resto de la sociedad y, por otro lado, de quienes tienen visiones diversas, algunas en conflicto, sobre la sociedad y sobre la forma de asumir sus creencias, pero que creen que debe prevalecer, al menos en cierto grado, un respeto a la diversidad cada vez mayor de la sociedad costarricense (Cortés Ramos, 2019, p. 40).

Esta vuelta a una repolitización de los discursos religiosos viene acompañada, y podríamos decir, que también ha sido desencadenada, por la intensa precarización y desigualdad social que vivimos. Todo lo anterior, ha provocado un proceso de polarización social y confrontación política que pone en cuestión las bases tradicionales de la democracia representativa costarricense con sus alcances y limitaciones, al tejer un malestar de la cultura (Freud, [1930] 1974) en torno a la construcción de una alteridad que se ha vuelto profundamente amenazante e inquietante (Quesada, 2018; Alpízar Rodríguez y Vargas Cullell, 2020; Alfaro Redondo, 2021; Rosales Valladares, 2023). Es esta crisis de legitimidad y enfrentamiento sociocultural y político –la que ha cobrado fuerza durante los últimos años– a la que deseamos acercarnos al volver la mirada hacia la tragedia Edipo rey.

Ecos de Edipo rey: trayecto histórico de la tragedia

Una de las características más interesantes de la tragedia edípica es cómo el mito ha sido retomado en innumerables ocasiones. Se pueden rastrear trazos de las huellas de Edipo –rey caído por su irremediable destino– en latitudes y épocas muy diversas a la antigüedad greco-romana en donde Esquilo, Sófocles y luego Séneca imaginaron sus pasos. Durante miles de años, la tragedia del rey de Tebas no ha perdido su relevancia, al contrario, continúa en la contemporaneidad con una presencia perenne en la cultura occidental.

Intertextos, referencias, adaptaciones y reimaginaciones son solo algunas de las maneras en las que la historia de Edipo ha inspirado a autores para hacer suyo el relato, y con esto, decir algo sobre su entorno, sus ideas, sus teorías, su autopercepción o la forma en que perciben al otro y a la sociedad que habitan. El presente artículo se enmarca en dicha tradición, la cual consiste en hacer escritura a partir de la escritura del mito fundante, en este caso, a partir, específicamente, de la adaptación realizada por Sófocles.

Una de las primeras reinterpretaciones del mito fue Œdipe de Pierre Corneille (escrito en 1659), obra que, según Aguilar de León (2010), es una adaptación de la historia mítica que se desenvuelve en el contexto monárquico del siglo XVII. El autor considera como una contribución de la obra de Corneille, el sincretismo que presenta, al recurrir tanto a motivos míticos –el enigma, la peste, la Esfinge, Edipo gobernante, los hermanos enemigos– como a motivos dramáticos –el amor y la política–, y a motivos sociopolíticos contemporáneos –la política expansionista del régimen–.

Posteriormente, en 1718, acontecerá una obra cuyo valor extratextual, vale la pena remarcar. Voltaire, mientras se encontraba aprisionado en La Bastilla debido a la escritura de una sátira en la que denunciaba la supuesta relación amorosa del duque de Orleáns con su hija, escribe una adaptación de Edipo rey. Según Pujol (1999), como una mise en abyme, tanto en el relato histórico de la producción del texto de Voltaire como en su contenido, aparecía el tema de estos rumores que transitaban, en la polis, respecto a las relaciones que acontecen entre los que ostentan el poder. Al igual que el de Voltaire, el Edipo del español Francisco Martínez de la Rosa (1829) también habría tenido una intencionalidad de denuncia. Según Fernández Fernández (2007), la obra pudo tener una intencionalidad política, ya que: “le permitió expresar, desde el exilio en París, su disconformidad con el régimen de Fernando VII, que había abandonado la senda constitucional y restaurado el despotismo monárquico ya caduco” (p. 402).

Si seguimos con la línea cronológica, a mediados del siglo XX, es posible agrupar una serie de adaptaciones del mito de Edipo tanto por sus inquietudes temáticas y tratamiento del mito como por haber sido ideados por reconocidos intelectuales franceses del periodo de entreguerras. Así, André Gide (1931), Jean Cocteau (1934) y Henri Ghéon (1952) imprimieron sobre el relato de Edipo sus lecturas particulares respecto a una Europa que fracasa en su pretensión de instaurar un periodo de estabilidad y paz posterior a la Primera Guerra Mundial, al tiempo que eran testigos de las crisis democráticas y el ascenso de regímenes fascistas y autoritarios. Pocos años después, el español Ricardo López Aranda, en La esfinge sin secreto ([1958] 1998), retratará con su versión de Edipo, elirremediable patetismo de los personajes a la deriva de su propio destino, quienes eran víctimas de fuerzas violentas que los fracturan, así como el franquismo fracturaba el tejido social de una España en crisis.

Latinoamérica no está exenta de tener sus propios Edipos, ya sea en reelaboraciones del mito ambientadas en paisajes autóctonos y problemáticas de la época, o bien, mediante ensayos y artículos que pretenden construir puentes que enriquezcan tanto la lectura del mito como la comprensión de algún fenómeno social o subjetivo. Por ejemplo, en el ámbito cinematográfico, el protagonista de los pies hinchados cambia de paraje, de Tebas a Suramérica en el filme colombiano de Jorge Alí Triana, Edipo alcalde (1996). Esta adaptación narra el funesto destino de un alcalde que llega a un problemático pueblo de Colombia, en donde las riñas bélicas contra la guerrilla se intensifican debido al asesinato de Layo. En relación con el filme, Acón conjetura:

Al crear una metáfora del pueblo colombiano como el Edipo, Alí Triana pone al colombiano en un diván … le hace embarcarse en un viaje hacia su interioridad, hacia las raíces mismas de sus complejos y de su idiosincrasia. El efecto no es nada halagador y el final del Edipo alcalde pinta un panorama sombrío de un Edipo desgreñado y con la mirada perdida y, por ende, de una Colombia vagando sin rumbo (2007, p. 74).

Asimismo, el autor concluye con una propuesta específica que nace del visionado del filme: “Después de todo, la situación política, social, económica y religiosa de Colombia, y de cierta manera de Latinoamérica, es tanto mito como realidad (mágica) que necesitan ser demistificados para poder alcanzar soluciones viables” (Acón, 2007, p. 74).

Igualmente, en la disciplina cinematográfica, los filmes Vidas privadas (2001) y El recuento de los daños (2010) comparten territorios temáticos con el mito que nos concierne. Vidas privadas (2001), dirigida por Fito Páez, hace referencia al golpe militar de 1976 en Argentina y al plan de aniquilamiento de militantes de organizaciones de izquierda, posterior al golpe de Estado, mediante la tortura, el asesinato y la desaparición de cuerpos. Por su parte, El recuento de los daños (2010), de Oliveira, narra una historia, cuyo contexto es la crisis económica que aconteció en Argentina durante la primera década de siglo XX y sus consecuencias trágicas en diversas familias. Ambas películas muestran, utilizando al Edipo como material generador, cómo lo trágico retorna y puede llegar a definir el porvenir de un sujeto o una comunidad.

Edipo también ha tenido transformaciones muy interesantes en la literatura. Concentrándonos propiamente en Latinoamérica, la novela Cuerpos prohibidos (1998) de Marco Antonio de la Parra (1991) narra la historia de Eduardo/Edipo, quien recorre el escenario urbano y nocturno de un pintoresco Santiago de Chile, donde acontece su relación fatídica con Yolanda/Yocasta. Por su parte,Rivara y Malone (1998, p. 102) puntualizan que la novela liga, semánticamente, la plaga que atraviesa la ciudad con varios fenómenos que marcaron época en América Latina, como el SIDA y su negación social (la peste), el narcotráfico y los modelos económicos de explotación.

El escenario del teatro también ha sido testigo de múltiples reinterpretaciones de Edipo adaptado a realidades latinoamericanas. Llegados a este punto, cabe referenciar algunas propuestas de interés. Rodríguez (2017), en El Diario, periódico estadounidense dirigido al público hispano, se refiere a la obra Oedipus El rey, del dramaturgo chicano Luis Alfaro (estrenada por primera vez en el 2010 y publicada en el 2020). Esta es una propuesta en la que se reconstruye la tragedia con historias latinas y la violencia en las calles de Los Ángeles (Rodríguez, 2017). La obra se desarrolla en una cárcel poblada de latinos y cuestiona el sistema penitenciario de la región, así como la culpabilización de la migración por parte de las políticas de gobierno.

Continuando con nuestras miradas hacia el escenario latinoamericano, se encuentra la obra Tebas Land (estrenada en el 2013), del dramaturgo Sergio Blanco que, en un esfuerzo de sincretismo, combina el mito de Edipo, la vida del santo europeo del siglo IV San Martín y un expediente jurídico imaginado, en el que se relata el juicio de un joven parricida llamado Martín Santos. La obra se podría describir de la siguiente manera:

A partir de los distintos encuentros que mantienen en la cancha de baloncesto de una prisión este joven parricida y un dramaturgo, que trata de escribir la historia de dicho crimen, Tebas Land irá poco a poco centrándose no tanto en la reconstrucción del parricidio como en la representación escénica de los encuentros entre ambos personajes. De este modo, la pregunta inicial que abre la pieza, “¿cómo es posible matar a alguien?”, será reemplazada por la pregunta final “¿cómo es posible representar a alguien?” (Teatro Kamikaze, 2017, párr. 5).

Otro ejemplo de la riqueza escénica de las propuestas latinoamericanas que han tratado la obra es Yocasta (2012) del argentino Héctor Levy-Daniel (obra no publicada). Esta es de las pocas reinterpretaciones que narran el mito desde la perspectiva de Yocasta. La protagonista de la obra es un personaje multidimensional que es tanto madre y esposa como víctima de la tragedia. Según Nelli (2015), en esta versión Yocasta es mucho más que una madre-esposa que protege, pues pasa a perfilarse como una figura clave de poder y pragmatismo. También, centrado en la figura de Yocasta, se encuentra la obra homónima de la uruguaya Mariana Percovich (2016). De acuerdo con Mirza:

La propuesta de la autora es centrarse en la figura de Yocasta, darle voz a la mujer y poner en ella el punto de vista que orienta la acción: hacer coincidir en ella a la mujer, la madre, la amante y la reina para encarnar el enigma de lo femenino y el deseo en sus diferentes dimensiones (2016, p. 141).

Yocasta personifica la tensión irresoluble entre destino y libertad. En este caso, ella no se mata, sino que es asesinada por Edipo, sin que nadie se entere. En otras palabras, es un feminicidio invisibilizado, como tantos en la actualidad.

Con respecto a las adaptaciones teatrales, Ferrari (2017) analiza la obra Edipo rey y su señora mamacita (presidente que casose con su madre), del dramaturgo ecuatoriano Andino Moscoso (2010), que se apropia del mito modulándolo para sensibilidades latinoamericanas. En el análisis de Ferrari la obra persigue hacer una crítica a los medios de comunicación y a su influencia en la política en tanto formadores de opinión.

Este sobrevuelo por algunas adaptaciones que resignifican a Edipo mediante el arte evidencia el potencial del mito para representar diversas realidades. Tal apreciación es, a su vez, el punto central del artículo deAssis y Flawiá (2013), en el cual las autoras llegan a la siguiente conclusión, que se hermana con las valoraciones realizadas hasta este punto en nuestra exploración:

Toda literatura (todo arte, podríamos añadir), … puede (y de hecho lo hace) reelaborar mitos, motivos, estrategias discursivas, estructuras de significación provenientes de la tradición literaria universal –en la que se incluye la grecolatina– para decir lo propio y afirmar su identidad, en un proceso que implica la simbiosis de lo uno con lo otro cultural (2013, p. 219).

Mediante el recorrido realizado, ilustramos cómo Occidente y, en específico, Latinoamérica han sido tierra fértil para un Edipo que muta y evoluciona al recorrer parajes, a primera vista, muy distintos a aquellos de los relatos milenarios. La proliferación de materiales adaptados a nuevas realidades evidencia que el héroe trágico de los pies hinchados aún tiene mucho potencial para proponer nuevas lecturas acerca de enigmas y problemáticas de nuestros propios tiempos y latitudes.

Un Edipo no (solamente) freudiano

Una vez realizado un recorrido por algunas versiones de Edipo en la historia occidental, es de provecho plantearnos algunas interpretaciones y reflexiones teóricas que han surgido a partir de diversos acercamientos a la narrativa edípica. Las interpretaciones teóricas sobre Edipo han sido prolíficas, así lo reconoce la escritora y crítica cultural Sarah Boxer (1997), quien en una suerte de pequeño meta-análisis de las producciones de finales del siglo XX basadas en Edipo escribe:

Pero, ¿es realmente posible a finales del siglo XX leer “Oedipus Tyrannus” para que el punto central del drama no sea el terrible descubrimiento de Edipo de que al matar a su padre y acostarse con su madre se rindió a sus deseos inconscientes? Claro, si escuchas a la última generación de teóricos, quienes sugieren que la vergüenza de Edipo por sus crímenes enmascara el verdadero punto de la historia: la violencia de los padres, la inevitable perversidad de la naturaleza, el autoritarismo del estado y las raíces patriarcales de sociedad (1997, párr. 9, traducción propia).

En este sentido, la producción cultural que se ha realizado a partir de las lecturas del mito de Edipo en Occidente, desde los primeros años del siglo XX, ha estado influenciada por la lectura freudiana del relato, vinculada con el “complejo de Edipo”. Sin embargo, como hemos visto, el complejo de Edipo no agota las posibilidades de lectura posibles de la tragedia. No reducir el relato de Sófocles a una novela familiar permite la apertura de un gran abanico de interpretaciones y vinculaciones sumamente interesantes hacia una amplia cantidad de fenómenos muy diversos, que como propone Boxer (1997), pueden estar vinculados con la violencia generacional de los padres hacia los hijos, el autoritarismo vigente en las sociedades democráticas contemporáneas y las raíces patriarcales que continúan arraigadas con fuerza tanto en los espacios más íntimos de nuestra cotidianidad como en todos los espacios institucionales.

La autora, a su vez, da particular énfasis al trabajo del psicoanalista y filósofo Jonathan Lear, quien presenta una línea argumental en el tratamiento de Edipo con varios paralelismos y afinidades respecto a lo que procura esta investigación. En primera instancia, Lear aporta el siguiente precepto: “Es mediante la escucha de la cultura que encontré un camino para reinterpretar el mito de Edipo, el mito arcaico del psicoanálisis” (1998, p. 184, traducción propia). Para Lear, es justamente desligarse de la lectura clásica freudiana lo que le permite leer en Edipo algo más: una historia de abandono y una metáfora sobre el conocimiento. No obstante, diferimos respecto a Lear, quien proclama que para poder tener acceso a otras miradas sobre la tragedia de Edipo se deba desmontar la interpretación freudiana, ya que tal interpretación –siempre y cuando no se vuelva totémica como única interpretación posible– no obstruye el advenimiento de diversas lecturas de interés sobre la escritura de Sófocles (Smith y Ferstman, 1996; Mahony, 2010).

Un movimiento similar de contraposición ante la interpretación freudiana del mito a favor de una interpretación que privilegie las aristas políticas e históricas se puede encontrar en el libro de Goux, Edipo filósofo (1999). Para el autor, Edipo no es una expresión arcaica del parricidio ni del incesto y, en su lugar, propone una lectura platónica del mito que encuentra un filósofo en Edipo. De esta manera, mediante sus disertaciones filosóficas Goux, pretende contestar la siguiente pregunta generadora:

¿Acaso un análisis más agudo y más amplio de la lógica del mito de Edipo, de acuerdo con los medios de la antropología, de la mitología comparada o de la narratología, podría modificar, incluso revertir, la comprensión del Edipo, tal como lo ha situado Freud desde la experiencia psicoanalítica? (1999, p. 17).

Goux establece como premisa que, en el trayecto literario y mitológico del héroe, es por lo común el matricidio (y no el parricidio) el que lleva al protagonista a la gloria o al poder (matar a una serpiente o alguna monstruosidad femenina). A su vez, Goux procura abarcar tal particularidad mitológica mediante tres ejes axiomáticos: lo sagrado, la guerra y la fecundidad, ya que el autor considera que estos son los aspectos más definitorios de la tragedia. Así, resulta de interés para la presente investigación tal triada que logra leer Goux en el escrito de Sófocles, al plantearnos una lectura del ambiente nacional respecto a las anteriores, en donde se dio un conflicto (una suerte de guerra ideológica) que tenía como principales puntos de inflexión las percepciones de diferentes sectores de la población respecto al peso que debe, o no debe, de tener lo sagrado en la política y los alcances que esto puede tener sobre los cuerpos y las decisiones reproductivas de las mujeres.

La polisemia edípica, que se muestra a través del recorrido realizado, adquiere nuevas alturas al desligarse de lugares comunes. La novela familiar freudiana, tiene mucho para dar (y ha dado) en términos de contribuciones posibles desde el mito en ámbitos clínicos y teóricos, pero la fosilización del mito solamente para ser leído desde tal lugar limitaría sus alcances, que como el presente recorrido lo demuestra, tiene un impresionante potencial para la resignificación.

Polarización social y otredad cultural en Edipo rey: un acercamiento interpretativo

Edipo, como soberano de Tebas, es llamado, al inicio del drama, el más famoso y el más sabio entre todos, el mejor de los mortales. Este llega a Tebas como extranjero y salva sorpresivamente a la ciudad de la peste al vencer a la Esfinge al resolver un enigma, no obstante, tiempo después se desata una nueva epidemia que provoca la devastación de la vida en la ciudad. En estas condiciones el pueblo se acerca a Edipo en busca de una nueva ayuda. Él consulta al oráculo de Apolo y este exige que se expulse al asesino de Layo, el antiguo rey de Tebas, para limpiar a la ciudad de esta impureza. El protagonista se debe enfrentar, una vez más, con un enigma que debe resolver para salvar a la ciudad: averiguar quién es el asesino de Layo. Al inicio, el soberano aparece encarnando la imagen idealizada del héroe griego, como un hombre exitoso, sabio y poderoso, que asume su saber y su posición de poder de forma autosuficiente y basado en la justicia.

Después de esta pequeña introducción del protagonista vamos a retomar dos escenas principales de la tragedia en las que se dramatiza una intensa confrontación entre, por un lado, imágenes del mundo en las que prevalecen la voluntad y la capacidad de acción individuales, encarnadas por Edipo y Yocasta, como representantes de las nuevas potencialidades que brinda la democracia ateniense y, por otro, imágenes del mundo en las que todavía juegan un papel predominante las viejas concepciones y tradiciones religiosas, personificadas, principalmente, por Tiresias y Creonte. Estos enfrentamientos se dramatizan en un espacio público y se encuentran mediatizados por el Coro que funciona como un escucha y mediador en el conflicto. Edipo, siguiendo el consejo de Creonte, consulta a Tiresias, un famoso sabio adivino, para que les ayude a averiguar quién es el asesino del antiguo rey. Ante la negativa de Tiresias a hablar y tener que confesar que Edipo mismo es el asesino, este lo acusa, sin prueba alguna, de ser cómplice de Creonte en el asesinato de Layo. Ante esta acusación, Tiresias, furioso, le reprocha a Edipo ser él mismo el azote impuro de Tebas:

Tiresias: - Me has reprochado la obstinación, y no ves la que igualmente hay en ti, y me censuras (vv. 338-339). … Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando (v. 363).

Edipo: - No dirás impunemente dos veces estos insultos (v. 364).

Tiresias: - En ese caso, ¿digo también otras cosas para que te irrites aún más? (v. 365).

Edipo: - Di cuanto gustes, que en vano será dicho. … Vives en una noche continua, de manera que ni a mí, ni a ninguno que vea la luz podrías perjudicar nunca (vv. 374-376). … Maldito seas (v. 430).

En esta escena nos encontramos con una violenta disputa en la que las pulsiones agresivasde ambos hombres los hace hablar impulsivamente. Ante la furiosa acusación de Edipo, Tiresias cede y lo enfrenta de manera abierta, confirmándole no solo que es el asesino de su progenitor, sino también que se ha casado con su madre biológica y que es padre y hermano de sus propios hijos y, por lo tanto, el más odiado de los mortales incluso para los dioses (v. 1345).

El protagonista pasa de personificar a un extranjero honrado y valiente, el mejor de los mortales, que se enfrenta y vence a la Esfinge mediante su potente sabiduría, a ser un desdichado, infortunado y desventurado que encarna la peste misma. El salvador, héroe de la ciudad se convierte en su maldición, en el azote impuro de Tebas (v. 353).

Tanto Edipo como Tiresias hacen referencia a la compleja y mítica relación entre saber y ceguera, ya sea negando o confirmando el vínculo. Tiresias, el sabio ciego, primero aparece, en palabras de Edipo, como el “sagrado adivino, el único de los mortales en quien la verdad es innata” (vv. 298-303), mediador entre los mortales y los dioses, defensor y salvador de Tebas. No obstante, después de anunciar la maldición que pesa sobre el rey, es acusado por este de ignorante, traicionero y malvado. Tiresias, ante la recriminación de Edipo, le acusa también a este de su propia ceguera, por la obstinación y el desconocimiento sobre su propio destino, a pesar de poder ver. Además, le vaticina su pronta ceguera real y su nuevo exilio.

Posteriormente, se escenifica una segunda confrontación, esta vez entre Edipo y Creonte, hermano de Yocasta, la reina. Edipo acusa a Creonte de traidor, le recrimina ser el asesino de Layo y de tratar de incriminarlo a él, a través de Tiresias, con la finalidad de sacarlo del trono. Ante la acusación, Creonte se defiende razonando, pero no es escuchado por Edipo:

Creonte: - Si crees que la presunción separada de la inteligencia es un bien, no razonas bien (vv. 550-551) … Si me sorprendes habiendo tramado algo en común con el adivino, tras hacerlo, no me condenes a muerte por un solo voto, sino por dos, por el tuyo y el mío; pero no me inculpes por tu cuenta a causa de una suposición no probada. No es justo considerar, sin fundamento, a los malvados honrados ni a los honrados malvados (vv. 609-611) … pues veo que tú no razonas con cordura (v. 627).

En esta escena nos encontramos con una segunda disputa en la que Edipo vuelve a reaccionar con una furia irreflexiva, amenazando de muerte a Creonte, sin contar con pruebas sobre la conspiración que luego se confirmará como falsa. El planteamiento de Creonte evoca en esta disputa la ausencia de fundamento e inteligencia en la presunción de Edipo. Sin argumentos, ni un razonamiento adecuado, Edipo no solo sospecha de Creonte y Tiresias, sino que asume su presunción como una verdad incuestionable. Como dueño del poder soberano se asume, al mismo tiempo, dueño de la verdad y el saber. Creonte le cuestiona al rey, no solo su falta de razonamiento y cordura, sino también su naturaleza impulsiva e impetuosa y, en consecuencia, se niega a obedecer sus órdenes.

La imagen del soberano prepotente y autoritario cobra fuerza en el drama. Edipo no escucha a sus contrincantes y ante las diferencias enfurece y los amenaza con hacer uso de su fuerza y poder para perseguirlos, e incluso matarlos. Ante esta amenaza, Yocasta hace un llamado a los juramentos como una forma de tranquilizar a Edipo. Inmediatamente, el Coro interviene en la misma dirección: - “Obedece de grado y por prudencia, señor, te lo suplico. … Que, por un rumor poco probado, nunca lances una acusación de deshonor a un pariente obligado por su propio juramento” (vv. 650, 656-657). En este momento, tanto Creonte como Yocasta y el Coro hacen un llamado a la prudencia, la cordura y el uso de la razón a favor de los juramentos. En estas escenas nos encontramos con un enfrentamiento entre el poder argumentativo y racional del logos, por un lado, y la fuerza de las pulsiones agresivas vinculadas con el pathos, por otro. La ira transformada en irritación e impetuosidad provocan que el respetado sabio se transfigure en un soberano autoritario, que ya no actúa con justicia. Edipo, como soberano irreflexivo y prepotente, ante el miedo a ser derrocado y la incertidumbre sobre su propio destino, termina asumiéndose dueño de la verdad y el saber, negándose a escuchar las argumentaciones y los reclamos de los demás.

En este sentido, y de forma semejante, en la película colombiana Edipo alcalde, estrenada en 1996, Ramírez Aissa (2005) remarca la ironía trágica que la película toma prestada del mito: en el filme, ambos bandos del conflicto creen tener acceso exclusivo a la verdad y, desde esta seguridad, en la que asumen que actúan siempre desde la verdad y la justicia, es que se desencadenan los dolorosos acontecimientos bélicos, las matanzas, las traiciones y las enemistades.

La lucha insalvable entre la razón, encarnada en el famoso logos griego, y las oscuras pasiones humanas cobra vida en el escenario teatral como situación o conflicto trágico. Las fuerzas pulsionales, ubicadas en un espacio ambiguo entre la subjetividad del héroe y los poderes divinos de los démones que actúan a través de él, van a ser evaluadas desde la perspectiva del pensamiento racional, el juicio valorativo y la acción consciente.

La presión incontrolable de las pulsiones del ser humano es invocada como más fuerte que el entendimiento racional o la capacidad de juicio autónomo. De regreso a la tragedia, durante una intensa conversación entre Yocasta y Edipo en torno a las dudas y temores de este alrededor de los oráculos que lo atormentan, ella le insiste en que no debe creer más en las profecías de los dioses ni de los mortales, ya que en el caso de Layo no se cumplieron; no obstante, llega el mensajero de Corinto con la noticia de la muerte de Pólibo, padre adoptivo de Edipo, y le confirma a este que él no fue engendrado por sus padres adoptivos, ofreciéndole así nuevas pistas sobre su relación con el asesinato.

Yocasta, además de encarnar la desconfianza sobre el saber de los adivinos y las profecías de los dioses, como representantes de las tradiciones y los rituales religiosos todavía presentes en la democracia ateniense, personifica también la necesidad de sostener el olvido y la ceguera como alternativa para mantener el orden social. Su posición cuestiona, radicalmente, los oráculos y sus mandatos, como si, de alguna forma, fuera posible evitar el destino asociado con estos. Edipo, por su parte, si bien había luchado por evitar el cumplimiento de la maldición que le vaticinó el oráculo y había compartido con su esposa sus dudas en torno a la inevitabilidad de las profecías dictadas por los dioses, siempre mantuvo su desconfianza y, además, asumió el compromiso ineludible por concluir la investigación sobre el asesinato de Layo, que termina siendo una reflexión sobre sí mismo. En otras palabras, encarna en este sentido una apuesta por la verdad, incluso, en contra de sus propios intereses. Edipo el sabio famoso, vuelve a cobrar fuerza al sostener la necesidad de saber quién asesinó a Layo y cuáles son sus propios orígenes. De alguna forma, en su ímpetu por continuar con la investigación sobre sí mismo, a pesar de los ruegos y amenazas de Yocasta, el rey personifica de nuevo esta capacidad de autodeterminación y control sobre su propio destino.

De forma semejante, en la versión de Edipo rey dirigida por Cristina Banegas y adaptada por Alberto Ure (obra no publicada), se pone énfasis en un aspecto específico del drama edípico vinculado con este dilema: “las consecuencias de quien se empecina en desoír el mandato que le ordena sufrir, de quien se obstina por evitar el mal y, así, lo agiganta hasta extremos lindantes con lo humanamente soportable” (Teatro Nacional Argentino, 2019, párr. 2). De esta manera, la versión se centra en realizar una reflexión sobre cómo la ilusión de control sobre sí mismo, y sobre lo que nos rodea, puede desplomarse en un santiamén. Parece que este conflicto entre las determinaciones que la realidad o el propio destino nos imponen frente a las potencialidades que la autoconsciencia y la autodeterminación nos permiten, sigue siendo un dilema en el presente.

De vuelta al drama, veamos cómo, ante la desconfianza que Yocasta y Edipo manifiestan en torno a la práctica de la adivinación y las profecías divinas, el Coro reacciona desafiante en rescate de la palabra y el poder de los dioses:

Coro:

Anti-estrofa 1:

La insolencia produce al tirano (v. 874) …

Estrofa 2:

Si alguien se comporta orgullosamente en acciones o de palabra, sin sentir temor de la Justicia ni respeto ante las moradas de los dioses, ¡ojalá le alcance un funesto destino por causa de su infortunada arrogancia! (vv. 884-885).

En esta última reflexión del Coro, se puede observar claramente la fuerza que adquiere la confrontación política entre las creencias y tradiciones religiosas presentes en las voces de Tiresias, Creonte y el Coro como representantes del pueblo, y la posición que Yocasta y Edipo encarnan al cuestionar el poder adivinatorio no solo del sabio Tiresias, sino también de Apolo, dios que representa la luminosidad de la verdad, la sabiduría y la racionalidad (Graves, [1981] 2016). Ante la posición de Yocasta, en la que cuestiona de forma radical el poder de los dioses y las profecías, Edipo no acepta la propuesta de abandonar la investigación sobre sus orígenes, sino que la lleva hasta sus últimas consecuencias, lo que provoca su caída. Asimismo, Yocasta, al descubrir la verdad sobre los orígenes de Edipo, desesperada, le propone a este el silencio, el olvido y la ceguera, pretendiendo así pasar por encima de la decisión de los dioses. Ante la negativa de este a obedecerla, se suicida. Edipo, al descubrir que el oráculo se cumplió en todos sus detalles se ciega a sí mismo como castigo.

Al descubrir sus orígenes, y asumirse como sujeto cognoscente y deseante, Edipo teje al mismo tiempo su propia destrucción. Se podría afirmar que, finalmente, la insolencia, la arrogancia y el orgullo, pero también la búsqueda insaciable de la verdad lleva a Edipo al abismo de fatalidad que ya el Coro había anunciado al inicio. En relación con Edipo se pregunta el Coro: “Quién es aquel al que la profética roca délfica nombró como el que ha llevado a cabo, con sangrientas manos, acciones indecibles entre las indecibles” (vv. 464-465). En sus propias palabras Edipo se dirige, impotente, a sus padres adoptivos: “¡cómo me criasteis con apariencia de belleza, pero corrompido de males por dentro! Ahora considerado infame y nacido de infames” (vv. 1395-1396). Acciones insensatas, impías, indecibles, infames, terminan convirtiendo a Edipo en la maldición de su propia tierra, en lo abyecto; aquello propio que, no obstante, se vuelve irreconocible e inaceptable para la comunidad, un extranjero en su propia patria.

Edipo rey en el escenario contemporáneo costarricense

En el drama aquí analizado, nos encontramos con varios conflictos que podrían brindarnos claves para comprender la realidad contemporánea en Costa Rica. En primera instancia, tenemos la intensa confrontación entre el arraigo a las representaciones míticas y las prácticas religiosas tradicionales, por un lado, y, las nuevas potencialidades que brinda la democracia ateniense a los ciudadanos de la polis, por otro. Condiciones novedosas en las que la voluntad y la capacidad de acción individuales o colectivas vienen a confrontarse con las fuerzas del destino, los dioses o la providencia. El nuevo sujeto trágico, nos evoca de alguna forma la capacidad que tienen los ciudadanos, en la actualidad, para cuestionar o problematizar, no solo los mandatos divinos, sino también los poderes terrenales cuando se vuelven violentos, injustos y autoritarios. Cuando el coro afirma contundente “la insolencia produce al tirano” (v. 874) que no siente “temor de la Justicia ni respecto ante las moradas de los dioses” (v. 884) podemos evocar justamente las condiciones que han acompañado la historia de nuestro país durante las últimas décadas, en las que las políticas neoliberales han minado la confianza en los políticos y la legitimidad que gozaba “una de las democracias más funcionales del mundo” (Arguedas Ramírez, 2020). En relación con esta realidad de desconfianza e incertidumbre que estamos viviendo, retoma Alfaro:

Costa Rica no ha escapado a esta ola debilitadora de la democracia, pues en las últimas tres décadas el sistema político costarricense ha experimentado una profunda transformación, la cual se ha visto acompañada por aspectos como la caída en la participación, el incremento en el descontento ciudadano, la revelación de escándalos de corrupción en los que estuvieron involucrados altos cargos políticos y la disminución en el apoyo popular a la democracia (Alfaro Redondo, 2019, p. 53).

Esta crisis de legitimidad que vive la democracia costarricense llega, como afirmamos al comienzo de este análisis, a su clímax durante las elecciones nacionales del 2018, en las que se desencadena una confrontación sociocultural y política, que, si bien no es nueva, viene a tomar una intensidad y violencia que, de acuerdo con Rojas Bolaños y Tremino Sánchez, no había ocurrido desde la época de la Guerra Civil de 1948:

Esta vez la sangre no llegó al río, pero la crispación política alcanzó un punto alto desconocido en los últimos 70 años; la violencia verbal observada, sobre todo en redes sociales, dividió no pocas familias, afectó amistades, interpeló al conjunto social y lo colocó ante una disyuntiva difícil de evadir (2019, p. 14).

En esta misma línea, de acuerdo con Alfaro Redondo (2019, p. 79), las elecciones del 2018 fueron las más inciertas, volátiles y atípicas desde 1948. El casi triunfo de un cantante de rock y miembro de una iglesia evangélica como candidato presidencial y la presencia de la segunda bancada más grande en la Asamblea Legislativa, por parte de los partidos neopentecostales, por primera vez en la historia del país (Arguedas Ramírez, 2020), constituyen dos realidades que vinieron acompañadas de una crisis que, podríamos caracterizarla, de acuerdo con Horkheimer y Adorno ([1944] 1994), como un resurgimiento del viejo enfrentamiento entre mitología e ilustración. Ahora bien, parafraseando a Arguedas Ramírez (2020) en su análisis sobre las políticas antigénero en Costa Rica y la campaña electoral del 2018, la participación en la escena político-electoral de partidos fundados o liderados por pastores de iglesias evangélicas, no es nueva, sino que inició desde finales del siglo XX. De acuerdo con la autora, el movimiento conservador neointegrista católico y el fundamentalista neopentecostal, aliados con los grupos económicos ultraneoliberales, han venido ofreciéndole al electorado: “una alternativa política fundamentada y coherente con los mandatos morales basados en sus creencias religiosas, contribuyendo de esta forma a un proceso de des-secularización y de re-legitimización de la autoridad religiosa dentro de la vida pública” (Arguedas Ramírez, 2020, p. 30).

La oposición de los grupos religiosos, partidos políticos y parte de la sociedad civil, con tendencias más conservadoras, frente a los avances del feminismo y las luchas de las mujeres y grupos sexualmente diversos por el reconocimiento de sus derechos, ha cobrado fuerza a partir del movimiento internacional contra la “ideología de género”, que ha tenido una presencia muy fuerte en América Latina, y, por supuesto, también en Costa Rica, el cual ha estado liderado sobre todo desde la Iglesia católica y las iglesias neopentecostales (Fuentes Belgrave, 2018; Arguedas-Ramírez, 2018; Mora Solano, 2022). Este movimiento asume los valores tradicionales de la familia, el género y la vida como ejes centrales de su lucha y, desde estos lugares, viene a presentarse, sobre todo desde las iglesias, como una alternativa que brinda certidumbre, reconocimiento y contención grupal en momentos en que la incertidumbre y la vulnerabilidad ocupan un lugar central en la vida de la población costarricense. En relación con esta persistencia del sistema patriarcal hasta el presente, afirma Arguedas-Ramírez:

es una fuente de emociones de la cual se nutren dos importantes fenómenos: el fanatismo religioso y el neofascismo. La misoginia nunca ha sido erradicada, en ninguna parte, a pesar de que existan leyes y políticas de igualdad de género, y tampoco han sido neutralizadas la homofobia ni el racismo. Sin embargo, la exacerbación de esos discursos y prácticas de odio no tiene que ver únicamente con la misoginia, la homofobia o el racismo, sino que están profundamente conectadas con el miedo y la incertidumbre económica (2018, párr. 6).

Podríamos concluir que tanto el sistema patriarcal como la vulnerabilidad social y la precariedad económica que predominan en el presente, se han unido para darle alimento a este proceso de repolitización conservadora del ámbito religioso que viene, obviamente, acompañando y fortaleciendo una radicalización extrema de las políticas neoliberales (Brown, 2006). Por su parte, Rita Segato (2016) se refiere a esta fase del capital –en la que ocurre una aceleración extrema en la concentración de riqueza y en el control de la vida en todas sus formas– como dueñidad o señorío, ya que el concepto de desigualdad no parece ya dar cuenta de lo que estamos viviendo. Además, define este proceso como paraestatal, porque las multinacionales y el mundo financiero se mueven pasando por encima de las fronteras y los Estados nacionales, provocando condiciones que terminan destruyendo la vida en todas sus formas:

La reprimarización de la producción, la megaminería, la agricultura extractivista y el turismo extractivista son los correlatos del régimen absolutista de mercado y de la fusión del poder político con la dueñidad, de allí resulta la agresión al ser humano y a su medio en forma extrema, sin dejar más que restos a su paso (Segato, 2016, p. 100).

Todas estas condiciones han marcado el modelo de desarrollo en Costa Rica durante los últimos 40 años, lo que ha provocado formas de despojo y violencia extremas en nuestro país, como lo vimos al inicio del análisis (Vargas, 2005; Vargas Cullell, Rosero Bixby y Seligson, 2005; Cortés Ramos, 2009; PEN/CONARE, 2023).

De regreso a la tragedia, hemos visto cómo en esta se dramatiza, además de una confrontación entre secularización y religión, un enfrentamiento entre el poder argumentativo y racional del logos, por un lado, y la fuerza de las pulsiones vinculadas con el pathos, por otro. La ira, transformada en impetuosidad, provoca que Edipo, el famoso sabio se transfigure en un soberano autoritario, que ya no actúa con justicia, sino solo en beneficio propio y, por lo tanto, no merece ni el respeto, ni la obediencia del pueblo. El protagonista encarna en el drama un soberano arrogante, impulsivo, incapaz de escuchar a aquellos otros que piensan diferente a él y, por esa razón, se asume dueño de la verdad y el saber.

Lo anterior, evoca dos situaciones actuales en Costa Rica a las que nos gustaría hacer referencia. Un primer punto a abordar es el contexto de polarización social y confrontación política que ha desencadenado una profunda crisis de legitimidad hacia la democracia representativa costarricense y, con ella, una enorme desconfianza tanto hacia los políticos como a las elites, pero también hacia el Estado social de derecho. Así pues, esta crisis ha adquirido no solo tintes políticos y económicos, sino sobre todo socioculturales, provocando lo que al inicio llamamos, parafraseando a Freud ([1930] 1974), un enorme malestar de la cultura. Este malestar colectivo se ha manifestado durante las últimas décadas en torno a la construcción de una alteridad cultural que se ha vuelto profundamente amenazante e inquietante (Quesada, 2018; Arguedas Ramírez, 2020; Alfaro Redondo, 2021; Rosales Valladares, 2023).

Esta polarización surge en torno a un otro irreconocible, expulsado de la colectividad nacional, que, como una peste que contagia la unidad nacional, amenaza con destruir el orden hegemónico, deshilachando el tejido social sobre el cual hemos construido la democracia representativa y el Estado social de derecho que se forjó, fundamentalmente, a partir de la segunda mitad del siglo XX (Vargas, 2005 y Cortés Ramos, 2009). Este otro irreconocible pasa a ocupar nombres muy diversos, desde los sindicatos, huelguistas y empleados públicos, que son vistos como irresponsables, corruptos, despilfarradores e, incluso, terroristas, hasta las mujeres y la población sexualmente diversa, vinculadas con sus procesos de emancipación social, y, por supuesto, los extranjeros o migrantes –particularmente los nicaragüenses–, colectivos todos estos muy variados que son asociados con la destrucción de la patria, el orden social democrático, la familia nuclear moderna y la vida misma (Quesada, 2018; Rojas Bolaños y Treminio Sánchez, 2019; Mora Solano, 2022; Díaz Arias, 2021; Arguedas-Ramírez, 2018). No obstante, esta construcción de una alteridad irreconocible en su humanidad se agrava a partir de un nuevo clímax de polarización social y confrontación política, que se desencadena durante las elecciones presidenciales del 2022, y que vamos a retomar brevemente por la importancia que tiene para nuestro análisis.

Este es el segundo punto que queremos abordar. Con la llegada de Rodrigo Chaves Robles a la presidencia de la República (2022), se desató un recrudecimiento de la violencia y el autoritarismo en las redes sociales, los medios de comunicación y, de forma particular y novedosa, en los discursos y prácticas políticas del Poder Ejecutivo, liderados por el presidente y secundados por otros miembros de su gabinete. Situación que se mantiene hasta el día de hoy de forma peligrosa para la legitimidad de las instituciones democráticas tradicionales en Costa Rica (Rojas, 2022; Álvarez Garro, 2022; Observatorio de la Política Nacional, 2024; Sahd et al., 2024). El gobierno de Chaves viene a unirse a una seguidilla de nuevos gobiernos populistas y radicales de derecha, producto de elecciones libres y participativas, con posiciones abiertamente autoritarias y violentas, que han surgido en América Latina durante el siglo XXI, pero que forman parte de una tendencia mucho más globalizada (Moreno y Lagos, 2024). Al respecto, afirman Sahd et al.:

En el terreno político, los gobiernos latinoamericanos continuarán enfrentando una triple amenaza que está erosionando el estado de derecho y la calidad de las democracias en la región y complicando la gobernabilidad. Estos desafíos incluyen el crimen organizado, la corrupción sistémica y el populismo autoritario (Sahd et al., 2024, p. 6, el destacado es del original).

En este sentido, podríamos afirmar que estos tres desafíos ya son parte del contexto actual que estamos viviendo en Costa Rica (Álvarez Garro, 2022; Rojas, 2022; PEN/CONARE 2023; OPNA, 2024). A estos desafíos cabría agregar la crisis de legitimidad que, justamente, provoca que el populismo autoritario cobre fuerza. El gobierno de Chaves vuelve a poner en la palestra una nueva forma de polarización social que lleva a dividir a la población de forma bipolar entre amigos y enemigos, buenos y malos, sin posiciones intermedias. Ya no solo se trata de la lucha entre religión y secularización, sino también de una lucha con tintes heroicos entre las elites o los políticos tradicionales, que supuestamente él ataca, y el pueblo que él asume que representa. De acuerdo con Álvarez Garro:

Chaves se propone como el salvador, el líder que llegará a corregir todos los males del pasado (Conozca a Rodrigo Chaves, 2022c). Su lucha se ubica como una lucha por el futuro, como un deber moral. En esa línea, la presunción que se utiliza es que se requiere de un cambio radical y de alguien que sí asuma las consecuencias de esta transformación (2022, p. 181).

Parafraseando a la autora, Chaves Robles encarna la decencia moral que viene a enfrentarse como una especie de juez supremo contra la corrupción del pasado. Mediante esta lógica maniquea, Chaves logra seducir a los sectores sociales más desfavorecidos por las políticas neoliberales que han predominado durante las últimas cuatro décadas, mientras convoca, de igual forma, a aquellos sectores que se identifican con posiciones religiosas, conservadoras y patriarcales (Álvarez Garro, 2022, pp. 182-183). De acuerdo con el OPNA (2024, párrs. 8 y 9), Chaves no intenta negociar, ni buscar consensos, no dialoga y pretende imponer su visión de la realidad y sus propuestas a la fuerza, de forma coercitiva, amenazando y culpando a los demás por no dejarlo actuar ni gobernar. Esta lógica maniquea implica entonces una violenta confrontación e incluso persecución a los medios de comunicación, los otros poderes de la República, –como la Asamblea Legislativa y el Poder Judicial, las Universidades Públicas–, o cualquier otra instancia del Estado que le ponga límites a sus propuestas y cualquier persona que lo cuestione, incluso de su propio gabinete o aliados –quienes, de hacerlo, se convierten inmediatamente en sus enemigos– (Álvarez Garro, 2022; Rojas, 2022; OPNA, 2024). Podríamos afirmar, siguiendo de nuevo a Álvarez (2022, p. 183), que su estilo belicoso, vengativo y confrontativo, encarna una postura vinculada, claramente, con la masculinidad hegemónica que en estos momentos de crisis socioeconómica, política y cultural ha cobrado fuerza como una salida posible ante la desesperanza, la incertidumbre y la violencia imperante. Razones por las cuales se le ha comparado con otros líderes políticos populistas como Trump, Bolsonaro, Bukele y, actualmente, Milei (Álvarez Garro, 2022).

En este punto es donde, de nuevo, nos encontramos con una clara evocación a la tragedia. Recordemos que Edipo, como soberano, encarna la imponente imagen del héroe griego: es un hombre sabio, exitoso y famoso porque salva al pueblo de la Esfinge. No obstante, su prepotencia, arrogancia e inflexibilidad lo llevan a presentarse como dueño absoluto del saber y la verdad, negándose a escuchar las argumentaciones y los reclamos de los otros, amenazando incluso con perseguirlos porque no piensan igual que él. Esto provoca, finalmente, su caída y su transfiguración en una otredad irreconocible, en la peste misma. Si volvemos la mirada a los líderes populistas que hemos nombrado, encontramos una similitud significativa. La imagen de mundo maniquea reducida a amigos y enemigos, buenos y malos, surge de nuevo para provocar la polarización social y la confrontación política hasta lugares que traspasan los límites que los regímenes democráticos tienen para sostenerse.

Reflexiones finales. La intolerancia social: un peligro para cualquier democracia

Nos enfrentamos, en la actualidad, con una feroz confrontación entre discursos y prácticas religiosas fundamentalistas y manifestaciones culturales seculares que vienen a cuestionar y a ampliar formas tradicionales de pensarnos como colectividad. Asimismo, nos enfrentamos sobre todo durante las últimas dos décadas con formas de desigualdad y dueñidad que parecieran tener una nueva coloración en nuestra historia. Podríamos hablar de un complejo proceso de transición histórica que nos confronta con enormes contradicciones marcadas por la incertidumbre, la inestabilidad política y la violencia social.

Paralelamente, los nuevos enfrentamientos entre clases sociales y grupos poblacionales muy diversos, que surgen a raíz de los procesos crecientes de acumulación de capital, despojo y desigualdad social, que en Costa Rica se han reducido a una supuesta lucha entre religión y secularización, nosotros y los otros, movilización social y elites, parecen también hacer referencia a esta época de transición histórica en la que el viejo enfrentamiento entre civilización y barbarie, ilustración y mitología, capitalismo y comunismo, masculinidad y feminidad, se había invisibilizado, para aflorar de nuevo de forma virulenta por medio de posiciones dicotómicas que se presentan como irreconciliables. En este contexto, la construcción del otro cultural como enemigo, amenaza, peste o monstruo, como lo abordó Arias Mora (2016) durante la primera mitad del siglo XX, brota de nuevo, más de medio siglo después, como una respuesta ante la amenaza de una ruptura del pacto social que nos había caracterizado hasta la actualidad.

Al contrario de la Grecia clásica en la que surge un cuestionamiento de las tradiciones míticas y religiosas hegemónicas, en el presente, el ascenso del fundamentalismo y el neointegrismo religioso en América Latina y su alianza con el fundamentalismo neoliberal del mercado, sostenido por las élites políticas, parece surgir como un nuevo intento por frenar cambios históricos fundamentales.

Es importante recordar que el discurso ilustrado de la modernidad está basado en estructuras capitalistas, coloniales y patriarcales, entrelazadas de forma indisociable, que lo ubican en un lugar ambiguo entre la ilustración y la mitología, como afirmaron Horkheimer y Adorno en la década de 1940. La racionalidad, la verdad, la objetividad científica y el sujeto autónomo de la modernidad son discursos que surgen basados en estos fundamentos falogocentristas, que se sostienen en imágenes de mundo bipolares que no soportan las contradicciones, la ambivalencia, ni la diversidad de la vida en toda su amplitud. Desde la lógica de la identidad que caracteriza el cristianismo occidental, pero se mantiene con la ilustración, la oposición entre mismidad y otredad, entre lo propio y lo extraño o entre el sí mismo y el otro, son experiencias de vida excluyentes entre sí, estructuradas jerárquicamente y experimentadas como irreconciliables (Fernández, 2009).

Frente a esta perspectiva surge una especie de retorno de lo reprimido, en el que los derechos de las mujeres y los grupos sexualmente diversos se convierten en algo peligroso que hay que perseguir como el enemigo fundamental que amenaza la “vida” y la “familia”. Claro que, al lado de este retorno de lo reprimido, nos encontramos con la amenaza inseparable de aquellos grupos de color, pobres o extranjeros (Lugones, 2008), como los migrantes y refugiados, que también se vuelven profundamente peligrosos y que hay que frenar como si fueran flujos contaminantes que amenazan las columnas sólidas de la sociedad.

Como si fuera un espejo, la estructura dramática de la tragedia Edipo rey, imaginada hace miles de años, se refleja en la situación política de la Costa Rica contemporánea de las últimas dos décadas. La tragedia, así como cualquier género narrativo, solo adquiere un estatuto literario cuando algo irrumpe en una cierta cotidianidad, cuando algo trastoca el statu quo. El escenario dramático de Costa Rica durante el año 2018, la difícil experiencia vivida durante la pandemia del COVID-19 y, actualmente, la crisis de legitimidad de la democracia y el creciente autoritarismo presente en los políticos, en la vida cotidiana, en las redes sociales y en los medios de comunicación, evoca de alguna manera el escenario dramático de Edipo rey, al haberse evidenciado, en una misma polis, discursividades y narrativas opuestas y, en apariencia irreconciliables, en materia política, económica y sociocultural. Una confrontación que puede marcar un punto de transición, e incluso de crisis, en temas que en ocasiones damos por sentado como parte de los logros socioculturales de las últimas décadas, como lo son los derechos humanos más básicos. De forma similar al drama edípico, el drama electoral costarricense durante las elecciones del 2018 (agregaríamos que también de alguna forma en el 2022), presenció una radicalización entre frentes opuestos donde la posibilidad de diálogo se dificultó de manera severa, cuando del todo no fue imposibilitada. A su vez, también de manera similar que, en la tragedia griega, los personajes más protagónicos en los medios de comunicación y en las redes sociales en tal conflicto parecían posicionarse como garantes de la verdad, como si de un monopolio se tratara. Por último, la narrativa de Edipo retumba en el escenario contemporáneo al mostrar cómo en un acontecimiento que dispara cualquier narrativa, el mismo estatuto de persona de derecho de algún personaje ficticio o sujeto real, puede cambiar y perderse. Como ocurrió en el caso de Edipo: rey, extranjero y sabio famoso que terminó convirtiéndose en inmundicia y maldición para el pueblo que lo amaba. De forma semejante a como ocurre en la actualidad, cuando grupos poblacionales diversos, clases en vulnerabilidad o minorías, ante crisis o situaciones dramáticas quedan en el filo de la navaja respecto a los derechos que puedan ganar o perder. O más grave aún, cuando pueden perder su condición de ciudadanos(as), de semejantes, mediante una deshumanización en la que se convierten en una otredad irreconocible para el consenso social.

A partir del recorrido realizado, mediante el recuento de adaptaciones, actualizaciones y relecturas de Edipo rey que, históricamente, han orientado su mirada a América Latina, se ha invitado a valorar cómo tales apuestas teóricas o creativas recurren al mito fundante no para dar por resuelto el conflicto del que se encargan, por el contrario, la ambigüedad moral y complejidad narrativa del mito permite una lectura de las problemáticas que dista mucho de reduccionismos y pragmatismos. Es posible que el potencial de adaptación que ha tenido Edipo rey a lo largo de los siglos se deba a su invitación para meter el dedo en la llaga, en lugar de suturarla.

De tal manera, en el presente artículo, se ha realizado una lectura del escenario trágico de las elecciones presidenciales del 2018, se tomaron como eje central los posicionamientos psicosociales respecto a la polarización social y la alteridad cultural de la Costa Rica contemporánea. Tal lectura muestra cómo Edipo sigue enseñando, como un mito fértil, que puede hablar de nuestro tiempo, desde la pregunta, esquivando respuestas fáciles o totalizantes ante una realidad profundamente compleja, que muchas veces desborda nuestra capacidad de comprensión.

Referencias

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Notas de autor

* Costarricense. Doctora en Sociología y Psicología Social por la Universidad de Frankfurt del Meno, Frankfurt, Alemania. Docente catedrática jubilada de la Escuela de Psicología, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Correo electrónico: roxana.hidalgo@ucr.ac.cr ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1387-9785
** Costarricense. Licenciado en Psicología por la Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Investigador independiente (egresado de la Maestría Académica en Teoría Psicoanalítica de la Universidad de Costa Rica), San José, Costa Rica. Correo electrónico: francisco.acuna@ucr.ac.cr ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5393-9335

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