Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLIX (2) (Mayo-Agosto, publicación continua)
2025: 1-25. ISSN: 0378-0473 ISSNe: 2215-2636
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LA URBE TRANSFORMADORA: REFLEXIONES SOBRE EL
SUJETO EN DOS CUENTOS DE CARMEN NARANJO
The Transformative City: Reflections on the Subject in Two Short Stories by
Carmen Naranjo
Valeria Solís-Lemus
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RESUMEN
Este artículo aborda la relación entre la urbe y el sujeto en dos cuentos de la escritora costarricense
Carmen Naranjo Coto, a saber, «La invitación» y «Se me lavó la voluntad», ambos escritos en la década
de 1960 y publicados en 1998. Para su análisis, se le brinda particular atención a la influencia que tiene
el espacio en los sujetos. El objetivo principal del estudio es analizar el modo en que el espacio urbano
influye en el estado anímico y la identidad de los sujetos representados en los dos cuentos mencionados.
Para hacer esto, se propone apoyarse en una base teórica diversa que contempla postulados literarios,
filosóficos, psicológicos y sociológicos. Las conclusiones del trabajo apuntan a que los personajes
creados por Naranjo son invisibilizados y están desprovistos de todo, ya sea porque se autoexcluyen o
porque son excluidos de una sociedad que ejerce una fuerza importante sobre ellos.
Palabras clave: cuento urbano, análisis literario, subjetividades, narrativa costarricense, narrativa
escrita por mujeres.
ABSTRACT
This article examines the relationship between the city and the subject in two short stories by the Costa
Rican writer Carmen Naranjo Coto namely «La invitación» and «Se me lavó la voluntad», both written
in the 1960s and published in 1998. For its analysis, particular attention is given to the influence that
the space has on the subjects. Thus, the main objective of the study is to analyze the way in which the
urban space influences the mood and identity of the subjects represented in the two short stories. To
this end, a diverse theoretical base is proposed, which includes literary, philosophical, psychological
and sociological postulates. The conclusions of the analysis indicate that the characters created by
Naranjo are made invisible and are devoid of everything either because they exclude themselves or
because they are excluded from a society that exerts an important force over them.
Keywords: urban short story, literary analysis, subjectivities, Costa Rican narrative, women’s written
narrative.
1
Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Bachiller en Filología Española. Estudiante de la Maestría
Académica en Literatura Latinoamericana y la Maestría Académica en Lingüística, ambas en la Universidad
de Costa Rica, Costa Rica. ORCID: https://orcid.org/0009-0006-3594-3035. Correo electrónico:
maria.solislemus@ucr.ac.cr
DOI: https://doi.org/10.15517/pqacye49
Recepción: 19/7/2024 Aceptación: 20/12/2024
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«Cuando descubrió que el pino no estaba solo,
que le revoloteaban las mariposas,
que tenía nidos de pájaros,
que los gusanos se le enroscaban,
que hierbas extrañas le crecían,
comenzó a despreciarlo con la fuerza de su soledad»
(Carmen Naranjo, «La invitación», p. 51).
Introducción
La narrativa de la escritora costarricense Carmen Naranjo Coto (1928-2012) ha contado con
una buena atención tanto por parte de los lectores como por parte de los críticos literarios. Con su
pluma comprometida, Naranjo fue capaz de poner sobre la mesa los problemas más hondos del país
y sus ciudadanos. En particular, la autora hizo del espacio urbano su espacio de escritura. A partir
de las relaciones con la ciudad, presenta a sujetos que, en conflicto con el espacio, experimentan una
serie de sentimientos que los enfrentan consigo mismos, entre los cuales está la soledad, la angustia
y el hastío.
Esto, claro, no es exclusivo de Naranjo, sino que otros autores contemporáneos
latinoamericanos también lo han explorado en sus literaturas. Ejemplo de esto son los cuentos de la
mexicana Elena Garro y el peruano Julio Ramón Ribeyro, en los que la relación sujeto-urbe está muy
presente. Por un lado, en Garro se puede ver en cuentarios como La semana de colores (1964) o
Andamos huyendo Lola (1980), en los aparecen personajes que actúan marcados por el ambiente que
los rodea. En Ribeyro, por otro lado, se observa en Los gallinazos sin plumas (1955) o Cuentos de
circunstancias (1958). Resulta evidente el hecho de que la temática ciudad-sujeto ha sido explorado
en otras latitudes, lo cual permite establecer un diálogo entre la producción costarricense (y, por
extensión, la centroamericana), que en ocasiones no cuenta con mucho reconocimiento en
comparación con otra que, sin duda, lo tiene.
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La novelística de Carmen Naranjo ha sido ya estudiada desde esta óptica urbana
2
, pero no
así su cuentística
3
, género donde se plasman muchas de sus preocupaciones en torno a la humanidad,
el sentido de la vida y la influencia del espacio en la actitud de los sujetos. Asimismo, la crítica les
ha dado particular atención a cuentarios muy conocidos, a saber, Ondina (1983) y Otro rumbo para
la rumba (1989), con cuentos particulares como «Ondina» o «Y vendimos la lluvia»,
respectivamente, mientras que se han dejado de lado otros cuentarios en los que se hace evidente la
relación entre los sujetos y la ciudad. A la luz de esto, en este trabajo se pretende abordar el análisis
del par sujeto-urbe en dos cuentos de Naranjo, con especial atención en las implicaciones que tiene
uno en el otro. Los textos literarios por estudiar son «La invitación» y «Se me lavó la voluntad»,
ambos escritos en la década de 1960 y publicados en 1998 en el cuentario Pasaporte de palabras.
Este libro, aunque poco conocido, es muy rico tanto a nivel formal como de fondo.
En las primeras páginas del texto, en la sección denominada «Confesión de la autora», que
funciona a modo de prefacio, Naranjo (1998a) comenta que este conjunto cuentos, «juegos de
silencios y palabras» (p. 15), lo escribió justo después de terminar la novela Los perros no ladraron
(1966), uno de sus textos más conocidos y en los que más se evidencia el sobrecogimiento que
experimenta el sujeto dentro de la ciudad. Esto da una buena idea del contenido de estos cuentos y
de su valor para poner en evidencia aquella relación. Así las cosas, la interrogante que guía este
trabajo es: ¿cómo el espacio urbano influye en el estado anímico y la identidad de los sujetos
representados en los cuentos «La invitación» y «Se me lavó la voluntad», de Carmen Naranjo?
Se propone el análisis de la manera en la que el espacio urbano influye no solo en la
construcción de los sujetos ficcionales de esos cuentos, sino en su esencia misma. En este sentido,
interesa explorar la construcción y deconstrucción de identidades, así como los distintos estados
psicológicos y anímicos experimentados por los personajes. Con esto, se intentará evidenciar la
2
Entre otros trabajos, vid. Cubillo Paniagua (2021, 2023).
3
Ha sido estudiada, en cambio, desde otras perspectivas, como la erótica, la sociocrítica o desde la perspectiva
de género (p. ej., Muñoz, 2000; Tisnado, 2005; Robles, 2021 y Dröscher, 2023).
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relación existente entre la ciudad y el ciudadano, con énfasis en lo que la primera puede llegar a
causar en el segundo. Para hacer el análisis, es necesario contar con una aproximación teórico-
metodológica interdisciplinar, por lo cual se consideran postulados literarios, filosóficos,
sociológicos y psicológicos. Este artículo se ha dispuesto en tres partes: en la primera de ellas se
esbozarán los principios teórico-metodológicos que guían este análisis; en la segunda, se realiza
propiamente el estudio de ambos textos; en la última, se presentan los hallazgos y conclusiones más
importantes del trabajo.
1. Aproximación teórica
En este apartado, se esbozan las teorías y conceptos usados para llevar a cabo este análisis.
Como insumos principales, se toman los postulados literarios, filosóficos, psicológicos y
sociológicos, todos los cuales guían y sustentan esta investigación.
1.1. Urbe-sujeto-psique
La relación entre la ciudad, los sujetos y la psique de estos últimos es fundamental para este
trabajo, por cuanto articulan el análisis. Con esto en mente, lo primero que se debe considerar es que
«los problemas más profundos de la vida moderna se derivan de la demanda que antepone el
individuo, con el fin de preservar la autonomía e individualidad de su existencia» (Simmel, 1988, p.
47). Este deseo de preservación aparece como una necesidad para enfrentar las fuerzas sociales «que
comprenden tanto la herencia histórica como la técnica de la vida» (Simmel, 1988, p. 47).
Precisamente, lo anterior conduce a una preocupación básica: la resistencia a que el sujeto sea
suprimido y destruido en su individualidad por cualquier razón ya sea sociopolítica o ideológica
(Simmel, 1988). Dicho esto, es vital aclarar que la urbe individualiza a los sujetos, pero que esa
individualidad tiene bases sociológicas «que se definen en torno a la intensificación del estímulo
nervioso, que resulta del rápido e ininterrumpido intercambio de impresiones externas e internas»
(Simmel, 1988, p. 47).
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Puesto que el ser humano es un ser diferenciante, «su mente se ve estimulada por el contraste
entre una impresión momentánea y aquella que la precedió» (Simmel, 1988, p. 48). Todo esto
depende también de la relación que existe entre la ciudad y el ámbito rural, pues un sujeto de la
metrópoli, en palabras de Simmel (1988), requiere una cantidad de conciencia diferente de la que le
extrae la vida rural, ya que en esta última el ritmo de la vida fluye de manera más tranquila y
homogénea. El sujeto de la ciudad actúa con la cabeza y no con el corazón debido a que «su
conciencia superior y el intelecto asumen la prerrogativa por encima de los sentimientos psíquicos»
(Simmel, 1988, p. 48). Por tanto, no extraña que en todas las relaciones racionales el hombre se
equipare con los números, es decir, que se conciba solo como un elemento más, el cual es indiferente
en sí mismo. Esto por cuanto «solo los logros objetivamente medibles resultan de interés» (Simmel,
1988, p. 49), lo cual se evidencia bastante bien en los cuentos que se analizan en este trabajo, como
se verá más adelante.
Ahora bien, Simmel (1988) señala un concepto que resulta clave para este trabajo. Se trata
de que, según él, «no existe otro fenómeno [p]síquico que sea tan incondicionalmente exclusivo de
la metrópoli como la actitud blasée»
4
(p. 51). Esta actitud es el resultado de estímulos nerviosos que
no solo son muy cambiantes, sino también contrastantes, y su esencia «radica en el entorpecimiento
de la capacidad de evaluación» (Simmel, 1988, p. 52). Esto se puede conectar con los planteamientos
de Freud (2010), para quien el yo va hacia adentro, hacia un lugar donde no tiene límites definidos,
pero en el que sí sirve de fachada a una entidad psíquica inconsciente denominada ello.
Para el psicoanalista austríaco, el propósito de vida que persiguen todos los hombres en su
propia conducta es aspirar a la felicidad y no dejar nunca de ser felices. Esta aspiración tiene dos
fases, un fin positivo y otro negativo: por un lado, evitar el dolor y el displacer; por el otro,
experimentar sensaciones placenteras intensas (Freud, 2010). El término felicidad, dice, solo se
4
Se trata de un adjetivo que indica indiferencia o aburrimiento hacia la vida misma. En el transcurso del
desarrollo, se intentará demostrar cómo esta actitud está presente en los sujetos de los corpus.
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aplica al segundo fin, pues «una situación anhelada por el principio de placer solo proporciona una
sensación de tibio bienestar» (Freud, 2010, p. 72). En cambio, es mucho más fácil experimentar la
desgracia, por cuanto el sufrimiento puede amenazar por tres lados: desde el propio cuerpo, desde el
mundo exterior y desde las relaciones con otros seres humanos. En sintonía con Freud (2010), el
sufrimiento que proviene de esta última fuente es el más doloroso, pues «tendemos a considerarlo
como una adición más o menos gratuita, pese a que bien podría ser un destino tan ineludible como
el sufrimiento de distinto origen» (p. 73).
De esta manera, el aislamiento voluntario «es el método de protección más inmediato contra
el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas» (Freud, 2010, pp. 73-74). En este
proceso, la cultura tiene una gran culpa, pues el ser humano «cae en la neurosis porque no logra
soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura» (Freud,
2010, p. 85). Entonces, aunque a veces se considere que la libertad individual es un bien cultural, en
verdad no lo es (Freud, 2010). Es más, el desarrollo cultural restringe la libertad, al tiempo que la
justicia exige que nadie escape de tales restricciones (Freud, 2010). Por esto, el ser humano se vuelve
agresivo, pero esa agresión «es introyectada, internalizada, devuelta (…) al lugar de donde procede»
(Freud, 2010, p. 124). El ataque se dirige contra el propio yo y se incorpora a aquel, el cual, actuando
como un superyó, se opone a la parte restante, donde no solo asume la función de conciencia moral,
sino donde «despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría
satisfecho en individuos extraños» (Freud, 2010, p. 124).
1.2. El sujeto (pos)moderno y los problemas del yo
En palabras de Touraine (2015), la idea en torno a la modernidad ha sido definida como lo
contrario a una construcción cultural, por lo que «se presenta de manera más polémica que
sustantiva» (p. 199). Esa modernidad, a su vez, implica la anti-tradición, la subversión de las
convenciones y la entrada en la edad de la razón (Touraine, 2015). También, en ella, el individuo
«no es más que la unidad particular donde se mezclan la vida y el pensamiento, la experiencia y la
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conciencia» (Touraine, 2015, p. 203). Con frecuencia el sujeto se ve afectado por la «enfermedad de
la civilización» (Touraine, 2015, p. 204).
El sujeto, afirma Touraine (2015), quebranta tanto la conciencia limpia como la sucia, al
tiempo que no siente ni culpabilidad ni goce de mismo. Además, el sujeto no triunfa nunca: si tiene
la ilusión del triunfo «se debe a que ha suprimido al individuo, así como ha suprimido la sexualidad
o los papeles sociales y se ha convertido en el superyó, el sujeto proyectado fuera del individuo»
(Touraine, 2015, p. 204). El individuo solamente es sujeto en virtud del dominio de sus obras, las
cuales le ofrecen resistencia (Touraine, 2015).
Estos postulados pueden unirse con la concepción del yo que tiene Giddens (1997). En la
opinión de este, el yo no es una entidad pasiva determinada por influjos externos, pues «al forjar sus
identidades propias, y sin que importe el carácter local de sus circunstancias específicas de acción,
los individuos intervienen en las influencias sociales, cuyas consecuencias e implicaciones son de
carácter universal y las fomentan de manera directa» (Giddens, 1997, p. 10). Esto es relevante por
cuanto los cuentos de Carmen Naranjo se insertan en la posmodernidad, donde la insignificancia
personal, es decir, la sensación de que no hay nada valioso en la vida, aparece como un problema
psíquico elemental (Giddens, 1997).
Sobre la consideración de la narrativa de Naranjo como una posmoderna, Cubillo Paniagua
(2021) establece que esta característica responde al hecho de que en sus textos, los personajes se
vinculan con sus propios cuestionamientos, con sus propias desapariciones y con sus puestas en
abismos y crisis. Al mismo tiempo, aparece el hecho de que los textos de Naranjo se desarrollan en
la ciudad, donde el sujeto y la urbe se (con)funden. Se puede afirmar que todos los cambios propios
de la modernización en la ciudad de San José desde 1960, así como su influencia en el ámbito social,
se ven bien representados en la narrativa de Naranjo, quien retrata los procesos de cambio «de un
modo particular, profundo y digno de la más detenida atención» (Cubillo Paniagua, 2021, p. 128).
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Dicho lo anterior, también en esta narrativa surgen una serie de problemas que se relacionan
con el yo, en particular con la concepción del sujeto en medio de todo aquello que lo rodea. Entre
ellos, los que se asocian a la angustia y la identidad. Sobre la primera, Giddens (1997) sostiene que
esta «se ha de entender en relación con el sistema de seguridad global que el individuo desarrolla y
no solo como un fenómeno situacional específico ligado a unos riesgos o peligros concretos» (p. 61).
Así, «la angustia no deriva de la represión inconsciente: al contrario, la represión y los síntomas del
comportamiento asociados a ella están generados por la angustia» (Giddens, 1997, p. 62). Ahora
bien, sobre la segunda, la identidad, Giddens (1997) asegura que esta es un fenómeno más o menos
informe, pues «no puede referirse meramente a su persistencia a lo largo del tiempo» (p. 71), sino
que exige una conciencia refleja (Giddens, 1997). En este sentido, el yo de la posmodernidad tiene
una identidad frágil y quebradiza (Giddens, 1997), lo cual se evidencia bastante bien en los textos
de Naranjo, como se verá en el desarrollo.
1.3. La disolución del sujeto en la literatura
Por último, queda referirse a la disolución del sujeto en la literatura. De acuerdo con Mèlich
(1998), la literatura posmoderna ha hecho eco de un desencantamiento del mundo, el cual conlleva
una crisis de subjetividad e, inclusive, la propia disolución del sujeto. Así pues, el sujeto que se ha
representado en la literatura del siglo XX «es un individuo que ha sido sacado fuera de la vida en
comunidad y que es arrojado a un mundo de cambio y flujo incesantes» (Mèlich, 1998, p. 174). En
esta línea,como corrobora Pimentel (2012) un texto literario es una especie de «laboratorio
privilegiado para experimentar en torno a la identidad» (p. 103). Entre los aspectos fundamentales
en el estudio de los sujetos literarios, es el nombre propio (Pimentel, 2012).
Este es el punto de partida de una identidad narrativa, en tanto que, durante la narración de
los relatos, es lo único que se mantiene como tal (Pimentel, 2012). Con más especificidad, el nombre
propio «es lo que permite identificar al personaje como el mismo en y a pesar de los cambios que
pudiera sufrir a lo largo del relato» (Pimentel, 2012, p. 101). En esto coincide Campillo (2001), para
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quien el nombre propio singulariza, marca, hace a alguien visible ante los demás. La relevancia que
esto aporta a este trabajo recae en que en los dos cuentos de Naranjo los sujetos bien carecen de
nombre propio o bien lo niegan. Como atestigua Valenzuela (2016), en algunas obras literarias, son
justamente ellas mismas las que vinculan al sujeto con la nada. Para expresarlo de otra manera, el
sujeto se vincula con su propia desaparición y se concibe la realidad como una construcción
contingente (Valenzuela, 2016). Por consiguiente, «el sujeto del relato está, no en la enunciación
narrativa, sino en la representación de la interioridad de un personaje, desde su propia perspectiva»
(Pimentel, 2012, p. 105).
El yo que se construye en esta literatura no es un sujeto tradicional, sustancial, «sino un
sujeto herido, fragmentado y roto. (…) La identidad del “yo” está amenazada. La palabra entra en
crisis y ya no sirve al ser humano para dar cuenta de la vorágine de la vida cotidiana» (Mèlich, 1998,
p. 177). Todo esto ocurre en la ciudad, que es el gran símbolo de la modernidad. En la urbe, el sujeto
experimenta su disolución y es allí donde «descubre la ausencia de fundamento, el vacío de un valor
que le sirva de punto de referencia. En la ciudad se experimenta el vértigo, el cambio incesante»
(Mèlich, 1998, p. 182).
El mundo posmoderno «que se nutre de toda la diversidad de discursos posibles, que tiene
oído para todas las voces, que se muestra como un mundo fragmentado en vías de desaparición solo
es verosímil si se narra a través de su propia fragmentación» (Valenzuela, 2016, p. 436). En este
sentido, la preocupación del sujeto que se enfrenta a la realidad de su propia división «es una
preocupación plenamente posmoderna que encaja a la perfección con la de un mundo que es cada
vez más difícil de interpretar» (Valenzuela, 2016, p. 297). Para Valenzuela (2016), la posmodernidad
ha creado a un sujeto incierto, dividido y múltiple, y así es como se representa en los textos literarios.
Dentro de los mundos literarios, los sujetos experimentan cambios de identidad,
incertidumbre y fragmentaciones. Sobre este aspecto, valga traer a colación los postulados de
Maffesoli (2004), quien afirma que el yo siempre es otro. Esto implica, dice el autor, que haya que
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acudir a la figura del doble, a un juego de máscaras de identidad. En «La invitación», la cuestión de
la identidad está muy presente, en tanto que esta se pierde y el sujeto mismo no se sabe él, sino otro.
Lo mismo ocurre con la incertidumbre y la fragmentación, pues estas son casi inherentes a esa nueva
presentación de los sujetos en la literatura del siglo XX. Martín-Barbero (2004) declara que en la
época posmoderna los sujetos están siempre expuestos a una sociedad que les exige mucho, lo cual
conduce a que haya «individuos inseguros llenos de incertidumbre y con fuertes tendencias a la
depresión, al estrés afectivo y mental» (Martín-Barbero, 2004, párr. 11). Asimismo, la identidad del
sujeto contemporáneo es la de un individuo «que sufre de una constante inestabilidad identitaria y
una fragmentación de la subjetividad cada día mayor» (Martín-Barbero, 2004, párr. 15), todo lo cual
se evidencia en los textos literarios aquí estudiados.
2. Desarrollo
Una vez esbozados los principios teóricos para realizar el análisis, es necesario implicar la
teoría con los textos literarios. Para hacer esto, el presente apartado se ha dividido en tres partes. En
primer lugar, se presenta la manera en la que se construyen los sujetos ficcionales en los cuentos. En
segundo lugar, cómo se configura el espacio y qué influencia tiene este en aquellos sujetos.
Finalmente, interesa detenerse en el modo en que el hastío y otras emociones hacen que los sujetos
desaparezcan, se diluyan en sí mismos y para los demás.
2.1. Seres sin nombres, seres perdidos: los sujetos ficcionales de los
textos literarios
Tanto en «La invitación» como en «Se me lavó la voluntad» los personajes principales son
masculinos. En el caso del primero, su nombre no se conoce sino hasta el final del cuento, aunque
en ese momento el mismo protagonista lo niega. En el segundo, del todo no hay un nombre, de forma
que el sujeto carece de identidad. Sobre ambos, no se conocen muchos detalles más que el hecho de
que son seres solitarios, sumidos en sí mismos. A este respecto, valga mencionar que los personajes
de Naranjo, según Zavala (2009), han sido considerados como antihéroes desilusionados, abatidos y
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violentos. Sin embargo, lo que ocurre es que «la construcción de los personajes de esta autora rebasa
la lógica de oposiciones binarias tradicionales (…) y muestran una serie de matices y ambigüedades,
desequilibrios y opacidades, y espacios de contradicción y conflicto interno» (Zavala, 2009, p. 106).
En «La invitación», el personaje se presenta como un ser absolutamente solitario, encerrado
en su casa desde hace ya mucho tiempo, aunque no se indica cuánto. Al inicio del cuento se lee «Ya
le tenía miedo a su soledad. Creía haber tomado el color verde de las paredes de su cuarto. Todo
resultó tan sencillo. Suprimió la respuesta a los timbres que parecían mover las cosas en aquel
pequeño aposento» (Naranjo, 1998b, p. 48). De esto se puede inferir que el tiempo que lleva en ese
lugar es mucho, tanto que él mismo ha tomado el color del lugar. Además, es muy interesante esa
primera oración, «ya le tenía miedo a su soledad», pues indica que ella ha afectado todos los planos
a su alrededor y que, de uno u otro modo, es el aspecto que condiciona su vida.
Alrededor de todo el texto, se atiende que el personaje se dedica solo a extender libros
abiertos por el piso de su cuarto, a ver por la ventana y a dialogar consigo mismo. En ocasiones, el
narrador es él, pero en otras se trata de uno omnisciente. Este traslape (que ocurre también en el
segundo cuento) hace que el relato sea complejo y dinámico. Constantemente, el personaje está
confrontado con el porqué de la vida. El protagonista dice «Quiero vivir y no me interesa si los otros
saben o no que estoy vivo» (Naranjo, 1998b, p. 48). Sobre esto, cabe recordar que Simmel (1988)
argumenta que el hombre metropolitano desarrolla una especie de escudo que lo protege de cualquier
amenaza que pretenda desubicarlo o desestabilizarlo. El hecho de que el protagonista de este cuento
indique que no le importa si los demás saben o no que está vivo evidencia ese escudo, por cuanto
bloquea todo aquello externo.
Este hombre tiene que arreglárselas para vivir, o, mejor dicho, para sobrevivir consigo
mismo. Aquí, la construcción del personaje se da precisamente a partir de su soledad y de su
incapacidad de ser, lo que confirma con sus palabras: «Nada hay tan terrible como sentirse fuerte,
capaz de hacer algo, y no hacer nada, y malograrse sin razón» (Naranjo, 1998b, pp. 48-49). Un
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aspecto fundamental es que el protagonista se cuestiona lo que podría pasar si alguien llega a su casa
y lo busca: «No podría mostrarle ese color verde de sus dientes, de su pelo, de su cara. El verde de
las paredes se le habían fundido hasta en el alma» (Naranjo, 1998b, p. 50). Es una persona que
experimenta el miedo, pero ¿qué puede hacer en contra de ello? Está convencido de que nada. No
sabe cómo acabar con el amargor que la soledad le causa en su boca, ni con los rasgos que aquella
le ha dejado en la cara.
Él sabe que tampoco va a salir de su casa, porque hacerlo sería un intento inútil. Esto queda
bien representado con la narración de que leía siempre los mismos fragmentos de sus libros, que ya
se los sabía de memoria, pero que a pesar de la necesidad de comprar otros, no podría resistir una
conversación con alguien más. En su misma cabeza, él se encuentra sumido en la creación de
diálogos. Se imagina que va a una librería, porque quiere libros, muchos libros, pero que ante la
pregunta del librero sobre el género que busca, él contestaría «¡Váyase al demonio! Quiero estar
solo, absolutamente solo» (Naranjo, 1998b, p. 50), aunque sabe bien que no puede salir a decir tales
absurdos. También contemplaba escenarios en los que salía y nadie lo reconocía, «donde llegaba y
nadie lo notaba, donde decía su nombre y se encontraba con el olvido» (Naranjo, 1998b, p. 52).
El acontecimiento más relevante se esconde en el íncipit del cuento: «Con letras góticas
modernizadas recibió el pequeño mensaje. Una hora, un día» (Naranjo, 1998b, p. 48). Se trata de una
invitación, pero no es sino hasta el final del cuento cuando esto se retoma. El protagonista se pregunta
qué es el papel y por qué lo invitan a un evento:
Alguien me ha querido tomar el pelo. No hay ninguna razón para que se me invite a un
acto tan formal (…) Se equivocaron. Esta invitación no es para mí. ¿Dónde puse el sobre?
El sobre estaba junto a la puerta hecho un puño redondo. Lo desarrugó con precisión. “Luis
Alonso Castro, Ex Gerente” (Naranjo, 1998b, p. 53).
Es hasta este momento, muy cerca del final del cuento, cuando aparece su nombre por
primera vez, esa marca que lo singulariza. No obstante, no lo reconoce como suyo. Esto dice mucho
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de la construcción del personaje, pues está tan perdido en mismo que ni siquiera es capaz de
construirse con una marca fija.
En el caso de «Se me lavó la voluntad», el personaje que construye Naranjo es uno que
divaga por la ciudad mientras lava voluntades, como se expresa en el íncipit. A diferencia del cuento
anterior, en este la persona carece de nombre. En cambio, su construcción se da en parte a través de
adjetivos negativos que otros le adjudican: bruto, estúpido, imbécil, idiota, necio, vago. Si en el
cuento anterior quedaba clara la actitud blasée que indicaba Simmel (1988), en este es aún más
evidente. Aquí toda la concepción del personaje se da en un tono gris, indiferente. El protagonista
de este cuento tiene dificultades para mantenerse en un empleo, hacer tareas básicas, relacionarse
con su entorno y vivir de manera permanente en un lugar.
En «Se me lavó la voluntad» los diálogos no están marcados. El texto es uno solo, es decir,
las intervenciones del narrador omnisciente se mezclan con la voz del protagonista y con las de otros
personajes. Así, se lee «Ya no es posible aguantarte un día más. Ya no es posible. A todos nos tenés
obstinados» (Naranjo, 1998c, p. 103). A partir de estas intervenciones, él personaje principal
construye su autoimagen. En relación con esto, interesa recordar que Freud (2010) sostiene que
cuando el pierde el amor del prójimo, de quien depende, «pierde con ello su protección frente a
muchos peligros, y ante todo se expone al riesgo de que este prójimo, más poderoso que él, le
demuestre su superioridad en forma de castigo» (p. 125).
Este aspecto está representado en el cuento de Naranjo, pues el hombre es rechazado
abiertamente por la sociedad, incluso cuando no actúa: «¿Cómo pude lavar la voluntad en mi
silencio, sin hacer más ruido que el de cruzar las piernas y ver el cielo raso con goteras que dejaron
sugerentes figuras?» (Naranjo, 1998c, p. 103). Esto le genera dolor, pues sin importar sus esfuerzos,
no logra realizarse. Por caso, sus empleadores le dan nuevas oportunidades y él las toma, pero en
poco tiempo falla en sus tareas y esto despierta una serie de insultos y caminos sin rumbos fijos.
Sobre ello, valga considerar de nuevo las afirmaciones de Zavala (2009), para quien la perspectiva
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narrativa de Naranjo renuncia al acomodo o a la visión idílica de la realidad y, en cambio, se centra
en seres incomunicados, reducidos a la soledad, violentos, proclives a los juegos de poder, a la
maldad y a la degeneración.
Los sujetos retratados por Naranjo expuestos en estos cuentos son seres de una gran
profundidad psicológica. Ellos no modifican el ambiente, sino que viven sobrecogidos por la
nostalgia del ser, como indica Touraine (2015). Hacen lo que les toca hacer, lo que la urbe y la
sociedad esperan que hagan, pero sin triunfar. Esto queda bien plasmado en «Se me lavó la
voluntad», donde el personaje principal, luego de conseguir un trabajo en una iglesia, dice: «También
eso se acaba. No toco las campanillas a tiempo. No cambio el libro. Se me riega el platillo de las
monedas. Me equivoco con los limpiones. Me duermo cuando habla del pecado y de la culpa»
(Naranjo, 1998c, pp. 106-107). Ante la incertidumbre y la angustia, se encierran en mismos y
sufren en silencio. En suma, en la gran ciudad se convierten en seres invisibles.
2.2. El espacio que asfixia: construcción e influencia
Cubillo Paniagua (2023) sostiene que la década de 1960 marcó una transformación notable
en las formas de narrar predominantes en Costa Rica hasta ese momento, así como en los espacios
representados y las temáticas desarrolladas. De todo esto da cuenta la escritura de Carmen Naranjo,
pues en su propuesta narrativa la autora realiza una crítica aguda a la organización social de la época
y los efectos que esta genera en el individuo (Cubillo Paniagua, 2023). Allí, en medio de la urbe,
como dice Simmel (1988), el hombre se convierte en un simple engranaje de una enorme
organización que le arrebata de las manos todo progreso, espiritualidad y valor para transformarse.
Esto puede traducirse en un malestar en el ser humano, el cual se mezcla con otros elementos para
crear una sensación de angustia existencial, como se verá a continuación.
Es innegable que los espacios representados en los cuentos de Naranjo son urbanos. Por un
lado, en «La invitación», aunque el personaje nunca abandona su casa, se sabe que está dentro de la
ciudad y que, antes de encerrarse allí, era un hombre de negocios (en concreto, el exgerente de alguna
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empresa). Por otro lado, en «Se me lavó la voluntad», todo el espacio es la ciudad, distintas partes
de ella, pues el individuo no está solo en un lugar, sino que vive en un constante desplazamiento. En
ninguno de los dos casos se brinda información precisa sobre el lugar, es decir, no se cuenta con
coordenadas espaciales, por lo que podrían corresponderse con cualquier urbe latinoamericana. A
pesar de esto, el espacio en ambos relatos es asfixiante y condiciona las actitudes de los protagonistas.
Antes se mencionó que otros autores latinoamericanos han explorado también esta temática.
Por ejemplo, en el cuento «El niño perdido» (1980), de Elena Garro, los personajes experimentan la
sensación de asfixia producida por el entorno. En este cuento, uno de los personajes, un niño, huye
de su casa debido a los maltratos de su familia, y vaga por la ciudad, por calles que le generan
desconfianza y temor. Moverse es una manera de escapar. Entonces, el desplazamiento es eje del
relato, lo cual tiene en común con el texto de Naranjo. Del mismo modo ocurre en «Los gallinazos
sin plumas» (1955), de Julio Ramón Ribeyro, donde los personajes se enfrentan a diario a una ciudad
hostil y explotadora que les exige más de lo que ellos pueden hacer para sobrevivir. En el relato, la
instancia narrativa manifiesta: «A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas (…). Las
personas que recorren la ciudad a esa hora parecen que están hechas de otra sustancia, que pertenecen
a un orden de vida fantasmal» (Ribeyro, 2009a, p. 53). Todo esto evidencia las coincidencias entre
textos y autores, así como el diálogo que se puede establecer entre unos y otros.
Dicho esto, cabe mencionar que en «La invitación» el protagonista y el espacio son
prácticamente uno solo, lo cual se evidencia en que aquel cree haber adquirido el color de las paredes.
El narrador deja ver que la casa que habita este personaje es un espacio desordenado:
Apuntes en hojas amarillas, desordenadas, grasientas. Amontonamiento de libros y papeles
que asomaban las puntas entre las franjas verticales. En la ventana la sombra varonil de un
pico. Dos o tres lápices se esconden y aparecían entre aquel desorden. Un olor a tabaco
aprisionado y denso. Unas migajas de pan y de arroz sobre las mesas. (Naranjo, 1998b, p.
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Como es esperable, ese desorden incide en su actitud. El aislamiento lo condujo al estado
más lamentable de soledad, uno que despierta miedo y angustia con respecto al mundo exterior y a
todo lo que hay en él. Valga recordar que la angustia y el miedo se diferencian en que el segundo
surge como respuesta a una amenaza concreta, mientras que la primera no tiene en cuenta el objeto,
sino que es un estado generalizado de las emociones de un individuo (Giddens, 1997).
Este exempresario experimenta ambas emociones y lo que propicia eso es el espacio. Estar
encerrado en su propia casa hace que recuerde en repetidas ocasiones el pasado, ese tiempo que ha
dejado atrás y al que no puede volver. El narrador del texto explica que del mundo al que solía
pertenecer solo quedó un retrato, que está escondido detrás de unos libros azules: «Era de otra época,
ya tan lejana. Cuando la soledad le dolía, le dolía en las manos, en los pies y en los ojos, miraba con
lentitud aquellas caras muertas, inertes, sin palabras» (Naranjo, 1998b, p. 49).
Otro aspecto fundamental es que el único contacto que tiene con el exterior es una ventana.
En concreto, en ella apreciaba un pino, al cual concebía como su reflejo. Con el pasar del tiempo,
empezó a hablar con el pino, hasta que se dio cuenta de que el árbol no estaba solo como él: «¡Bah!
Ese pino no supo ser árbol. Le tuvo miedo a su propia salsa, como todos» (Naranjo, 1998b, p. 51).
A partir de este momento, el hombre no lo apreciaba más, tampoco leía, sino que se sentaba en un
rincón oscuro de su cuarto a contemplar el infinito, donde además «hay un sollozo que se alarga y
cae retumbante entre las páginas amarillas» (Naranjo, 1998b, p. 53).
Un caso un tanto distinto se da en «Se me lavó la voluntad». En este cuento, como se ha
indicado antes, el personaje nunca está en un solo lugar, sino que se mantiene en movimiento
constante por la ciudad. Al inicio del texto se puede leer:
La casa era un rincón. Un simple rincón en la calle. Un complicado escondite con una puerta
y una ventana. Un sitio pequeño y oscuro. El pan escaseaba. Nunca tuve ganas de trabajar
por eso me quedaba quieto en el rincón. (Naranjo, 1998c, p. 103)
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Llama mucho la atención que conciba la casa como un simple rincón en la calle. Esta
sensación puede equipararse a la casa del protagonista de «La invitación», quien se esconde también
en un rincón. La diferencia entre ambos reside en que el personaje principal de «Se me lavó la
voluntad» comienza a crear sus propios rincones, como se lee casi inmediatamente después del
fragmento anterior: «Ahora estoy acomodado en una esquina y si me corren hay otras a lo largo de
las calles» (Naranjo, 1998c, p. 103). De esto se puede deducir que ha dejado la casa y que ahora
habita la calle, lo cual no es un detalle menor si se considera el impacto que esto puede tener en una
persona.
Si bien consigue un empleo, muy pronto debe buscar otro y, por ende, también una nueva
casa: «Se acaban las calles (…) Ahora tengo que pensar en algo. El rincón puede desaparecer»
(Naranjo, 1998c, p. 104). Al final, lo consigue: logra que un hombre le permita dormir en su
propiedad. Se instala ahí y enuncia:
El rincón está lleno de olores muy fuertes. Ahora que los perfumes también se pudren
como los bananos abandonados. También he descubierto que al viejo no se le puede lavar la
voluntad porque no tiene. En las tardes llega a mi rincón cansado, y huele a tortillas molidas
con cerveza fermentada. (Naranjo, 1998c, p. 105)
En ese nuevo espacio hay ventanas (como en el caso del protagonista del otro cuento), desde
las cuales puede ver carros, luces, caminos, basura y «pedazos de la vida» (Naranjo, 1998c, p. 105).
No obstante, ese nuevo rincón también se le acabaría pronto y tendría que irse a la calle. Este ciclo
se repite hasta el final del cuento, con la excepción de que, cada vez que encuentra un nuevo empleo
y rincón, su situación empeora y la concepción de él que empiezan a tener aquellos a su alrededor se
convierte en una muy dañina. De ahí que afirme con frecuencia que a todo aquel que conoce le lava
la voluntad, incluso a los trabajadores de la iglesia o a los que se sientan en el parque.
En este espacio tan urbano aparece una de las frases más fuertes de todo el cuento: «¡No
quiero verlo más por aquí! Váyase pronto. A los vagos como usted hay que vigilarlos de cerca. Son
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unos asquerosos llenos de vicios» (Naranjo, 1998c, p. 107, el énfasis es propio). Esto, a la luz de los
postulados de Freud (2010), resulta de particular interés, pues para este autor la cultura carga con
gran parte de la culpa por la miseria que sufren los sujetos. Freud (2010) cuestiona: «¿De qué nos
sirve, por fin, una larga vida, si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en sufrimientos, que
sólo [sic] podemos saludar a la muerte como feliz liberación(p. 87). La urbe ha destruido al
protagonista de «Se me lavó la voluntad» y se podría argumentar que también al de «La invitación»,
pues a fin de cuentas es ella la que configura todo.
2.3. Escapar, negar, desaparecer: el hastío y la disolución del sujeto
En los dos apartados anteriores, se ha mostrado cómo están construidos los protagonistas en
los cuentos de Naranjo y el modo en que estos se relacionan con la urbe, que aparece como el espacio
de la acción. En este apartado, interesa fijarse en la manera en que el sujeto experimenta sensaciones
fuertes (como el hastío) y cómo poco a poco esto genera que se disuelva. Esta disolución, por
supuesto, no implica que los sujetos, literalmente, fallezcan, sino que ellos mismos dejen de sentirse
aptos para vivir en la sociedad y para conseguir algo que los haga felices o plenos.
En el cuento «La invitación», esto se nota desde aquel fragmento en el que el protagonista
indicaba que solo quería vivir, pero sin ningún interés en que los demás supieran si estaba vivo o no.
Incluso, en todo el cuento hay varias frases que conducen a aquella disolución. Para ilustrar una de
ellas, el personaje principal declara, sin más, que la soledad implica «haber nacido para vivir de
nuestra muerte» (Naranjo, 1998b, p. 48). Entonces, se puede inferir que la vida antigua, aquella que
se esconde detrás de los libros azules y de la cual solo quedan retratos, le daban esa vitalidad y ganas
de ser.
Ahora, en su encierro, el sujeto no cuenta con ninguna razón para alcanzar la plenitud.
Resulta muy interesante el hecho de que nunca se sabe qué ocurrió con su profesión, por qué ya no
trabaja o por qué está encerrado en su casa. Esto es relevante porque dentro de la metrópoli los logros
solo son tal si son objetivamente medibles (Simmel, 1988). Dicho de otro modo, aunque el lector del
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cuento no sepa si el protagonista renunció o fue despedido, sí sabe que la falta de aquella profesión
ha derivado en una decepción y una profunda soledad.
Esa sensación se hace tan grande que ya nada le importaba: «Él mismo no tenía ya sentido,
había tenido demasiados. Tampoco encontraba las palabras. Completamente solo había perdido su
propia percepción» (Naranjo, 1998b, p. 49). Este hombre, encerrado en su casa, solo conversa
consigo mismo, expresión máxima de la soledad: «En las mañanas se decía “presente”. Tenía que
decirse a mismo: “aquí estoy”. Ningún otro ser lo podía hacer por él» (Naranjo, 1998b, pp. 49-
50). Al mismo tiempo, se cuestiona si los que en algún momento fueron conocidos suyos se
preguntaban por él o por la causa de su desaparición, pero en el fondo sabe que no lo hacen. Todos
estos pensamientos, en sus palabras, tenían sabor a muerte. Ya no tiene nada, excepto la voluntad de
estar solo.
En este cuento, el hastío y la disolución están dadas por el encierro en y no tanto por la
apatía que le puede generar al protagonista la convivencia junto a los demás. Se ha acostumbrado a
su cuarto, a su rincón, a su ventana, a sus libros, pero quizás la consideración de que eso sería su
ruina nunca estuvo presente. Él confirma que su soledad es una realidad absoluta, una que empezó a
temer «cuando se dio cuenta de que ya no dialogaba consigo mismo» (Naranjo, 1998b, p. 50). Para
él, se agotaron las preguntas y las respuestas, a tal punto que no resistía su propia voz en aquella
inmensidad de silencio. Una vez más, esto coincide con la propuesta de Simmel (1988), quien
sostiene que si un alguien respondiera de manera positiva a todas las personas y situaciones con las
que tiene contacto dentro de una ciudad, su interior se fragmentaría y estaría expuesto a fuerzas
psíquicas inimaginables.
La soledad lo llevó al punto en el que no podía reconocerse. Cuando ve una fotografía, no
sabe quién es. Piensa que a lo mejor es uno de tantos, pues «siempre se es uno de tantos» (Naranjo,
1998b, p. 52), pero que incluso si estuviera en la fotografía, ya no podría ser quien había sido. Esto,
aunado al hecho de que no pueda reconocer el nombre que aparece en el sobre que llegó a su casa
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indican la disolución total del sujeto. Cuando ve escrito «Luis Alonso Castro» en el papel, dice: «Ese
nombre me suena pero no puede ser el mío. El mío es… ¿Cuál es mi nombre?» (Naranjo, 1998b, p.
53). De hecho, el cuento termina con esa interrogante, «¿cuál es mi nombre?». Podría decirse que en
este relato la nada se presenta ya como la única posibilidad del ser.
En «Se me lavó la voluntad», en contraste, se ve con mucha más fuerza esa repulsión a la
sociedad, así como la necesidad de escapar, de negar y de desaparecer. Es interesante analizar cómo
inicia el cuento: «Contemplar el mar. Un anhelo más. La higiene mental del refrescamiento. El mar
todo lo lava. Entonces soy como el mar. He lavado todas las voluntades» (Naranjo, 1998c, p. 103).
Ya desde este momento se observa que el sujeto se concibe como un ser extraño. Lavar voluntades,
es decir, modificar el ánimo de los demás, en especial hacia un lado negativo, se asocia a esa
sensación de hastío, de no encajar en el mundo.
Para él, su suerte es tal que cree que le ha lavado la voluntad incluso a Dios: «Tengo que
haber lavado la voluntad de Dios antes de nacer. Tengo que haber fallado a los que me recogieron
como un pedazo de carne. Tengo que haber desilusionado a los que no pudieron enseñarme las
primeras letras» (Naranjo, 1998c, p. 103). De esto se infiere que su desamparo es total y que no se
sabe digno de nada. Inclusive, resalta mucho la necesidad de mencionar que seguro él le falló a
aquellos que lo recogieron como un pedazo de carne, o sea, a aquellos que lo adoptaron cuando era
niño.
El yo, como lo concibe Giddens (1997), se corresponde a la perfección con el personaje
principal de «Se me lavó la voluntad», pues es frágil y está fragmentado. La causa de esto son los
constantes rechazos, el saberse inútil, el ver que no puede cumplir con ninguna tarea que se le ponga
y que a causa de esto tiene que cambiar con mucha frecuencia de rincones o casas. Si se quiere, se
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le puede considerar un tipo de flâneur
5
, ese que vaga por las calles, que anda sin rumbo y sin
objetivos, al que le ocurren una serie de cuestiones que lo posicionan contra sí.
Esto se evidencia en todo el texto, sobre todo cuando muestra: «De nuevo a la calle. Nada
por ningún lado. Pido algo y me dicen que no. No insisto. Insistir es un esfuerzo en vano. Llegará
algún rincón. Siempre hay rincones desde que levantaron los pueblos» (Naranjo, 1998c, p. 105). El
personaje, de uno u otra manera, entiende que no está hecho para lo que la urbe impone, que su vida
es incompatible con aquella. Simmel (1988) argumenta que aquel que se cree libre debe saber que
esa libertad se da bajo ciertas condiciones, como «el hecho de que en ningún lugar se llega a sentir
tanto la soledad y la desubicación como entre la multitud metropolitana» (p. 56).
Esta sensación es justo la que experimenta . En términos de Giddens (1997), el conocimiento
de la realidad de un sujeto no surge de su percepción per se, sino que aparece como consecuencia de
las diferencias establecidas en la práctica diaria. Es por esta razón que el hombre, consciente de que
ha lavado la voluntad de muchas personas, ahora reconoce que también él ha sufrido las
consecuencias de ello. La muestra de esto la da el último fragmento del cuento: «Me voy. La pura
verdad es que también a me lavaron la voluntad» (Naranjo, 1998c, p. 107). En este caso, la
afectación es a la inversa y es aquí donde más se ve la influencia que tiene el espacio en el sujeto y
cómo genera que este decida desaparecer, que su angustia lo lleve a su disolución.
3. Conclusiones
En el transcurso de este trabajo, se ha intentado dar respuesta a la interrogante planteada en
la introducción: ¿cómo el espacio urbano influye en el estado anímico y la identidad de los sujetos
representados en los cuentos «La invitación» y «Se me lavó la voluntad », de Carmen Naranjo?
Luego de haber hecho el análisis, se puede asegurar que el espacio urbano influye en los sujetos de
5
Surgido en Francia durante el siglo XIX, el término flâneur se usa para designar a una persona que camina
por la ciudad, sin ningún rumbo o fin específico. En la literatura, un buen ejemplo de esto se encuentra en el
cuento «El hombre de la multitud» (1840), de Edgar Allan Poe, en el que un hombre sin identidad sigue durante
varios días, movido por la curiosidad, a otro hombre al que vio en un café.
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los cuentos en tanto que aquel propicia que se desarrolle en los segundos una serie de emociones que
los llevan a un deterioro tal que desemboca en su propia disolución. A continuación, se exponen los
hallazgos principales de este trabajo, así como las reflexiones que ha suscitado la lectura de los textos
literarios y de la teoría utilizada para estudiarlos.
En primer lugar, se exploró la forma en que se construyen los sujetos en ambos cuentos.
Estos tienen varios puntos en común: son los protagonistas de sus historias (narran, en ocasiones, en
primera persona), viven en la ciudad, son varones, no se tienen detalles personales (más allá del
nombre de uno de los dos), son seres solitarios y sumidos en mismos y se las arreglan para
sobrevivir. Los personajes construidos por Naranjo experimentan en carne propia la opresión de la
ciudad y, por tanto, en ellos se condensa la crítica de la escritora a la sociedad apabullante de finales
del siglo XX en Costa Rica, a pesar de que no se da información específica sobre coordenadas
espaciales.
En segundo lugar, se analizaron los espacios (siempre urbanos), en particular la casa y la
calle. En el caso de «La invitación», se intentó esbozar el procedimiento en que el espacio cerrado
se hace uno con el individuo y lo consume por completo. El personaje principal de ese cuento se ha
acostumbrado tanto a su soledad y a su habitación que se sabe ya del mismo color que las paredes.
Se encuentra desprovisto de toda voluntad, excepto, en sus palabras, de la voluntad de estar solo. En
el caso de «Se me lavó la voluntad», el protagonista no se encuentra encerrado, sino que más bien
divaga por las calles, siempre en busca de un rincón donde estar. En ese divagar, la calle no se
presenta como su aliado, sino casi como su enemigo, ese lugar donde todos lo rechazan y lo cargan
con una serie de adjetivos negativos.
En tercer lugar, se intentó indagar en el modo en que se representa en los cuentos el hastío y
la disolución del sujeto, así como las ganas de desaparecer y huir. Los protagonistas de ambos
cuentos se hallan en un estado de desconocimiento y desgana. Ninguno de los dos sabe cuál es su
posición en el mundo, no saben para qué son buenos, no saben si alguien más piensa en ellos y
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tampoco reconocen su nombre ni su lugar de pertenencia. Ambos están perdidos en su propio interior
y cuando por fin son capaces de reconocerlo ya es demasiado tarde, con lo cual la única salida es la
disolución. El protagonista de «La invitación», no encuentra más opción que decirse «presente» cada
día, para recordarse su existencia, que ya era casi nula. Por su parte, el de «Se me lavó la voluntad»
incluso cree que le ha lavado la voluntad a Dios, es decir, que está desprovisto hasta de protección y
acompañamiento divino.
En síntesis, se puede concluir que las preocupaciones de estos hombres se pueden trasladar
a un plano más general. En otros términos, estos personajes, en su individualidad, representan al
colectivo. Los personajes creados por Naranjo son invisibilizados, están desprovistos de todo, bien
porque se autoexcluyen (como en el caso de «La invitación») o bien porque son excluidos (como en
«Se me lavó la voluntad») de una sociedad que no les aporta más que sufrimiento. Naranjo (1998a)
argumenta que los cuentos incluidos en Pasaporte de palabras responden a la necesidad de enseñar
su quehacer dentro de la literatura experimental en la que tanto la sobrecogieron los hallazgos sobre
la filosofía íntima del lenguaje, las observaciones profundas de la humanidad, siempre eterna y
transeúnte, y la necesidad de encontrarle sentido a la vida.
Con lo dicho hasta ahora, se espera contribuir a la crítica literaria en torno a la obra literaria
de Carmen Naranjo, la cual se muestra muy rica. En ella, se esconden muchas preocupaciones
sociales que aún no han sido exploradas y que, sin duda, permiten indagar no solo en el pensamiento
de Naranjo, sino también en la maestría de su pluma y los aportes que con ella ha hecho a las letras
nacionales. Aquí, se ha mostrado solo un pequeño ejemplo de los estudios que se pueden realizar,
pero se espera que motive a otros investigadores a explorar estas temáticas.
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