Káñina, Rev. Artes y Letras, Univ. de Costa Rica XLIX (3) (Setiembre-Diciembre, publicación continua)
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ATISBOS SOBRE LA BIODIVERSIDAD DE VERACRUZ
EN SU LITERATURA
Glimpses of the biodiversity of Veracruz in its literature
Norma Angélica Cuevas Velasco
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RESUMEN
El interés por estudiar la literatura regional, respetando la división política de la República Mexicana
en estados, ha dejado de ser atractiva si pensamos en un acercamiento de corte disciplinario, pues ni la
literatura ni los escritores definen su estilo a partir de esta circunstancia. Sin embargo, al poner en
relación la literatura con la naturaleza se multiplican las posibilidades de atención porque se suman a la
propuesta propiamente literaria otras miradas que retrotraen las cualidades de representación artística
del medioambiente a nuestro presente. Ciertamente no toda la literatura veracruzana manifiesta
explícitamente su interés por las alteridades no humanas, por el medioambiente o, en general, por la
naturaleza, pero es factible reconocer por medio de las representaciones y configuraciones literarias
sus distintos territorios, sus diversos espacios: telúricos, atmosféricos, acuáticos, arquitectónicos; su
flora y su fauna, lo que hace factible la recuperación de la sensibilidad hacia otras formas de vida. El
reconocimiento de la biodiversidad a través de la literatura es una tarea pendiente en la agenda cultural
y científica de la región sur-sureste, en particular en el estado de Veracruz, por lo que este trabajo busca
mostrar la pertinencia de incorporar la perspectiva ecocrítica como estrategia para conocer y difundir la
biodiversidad poética veracruzana.
Palabras clave: literatura veracruzana, biodiversidad poética, ecocrítica, medioambiente, paisaje.
ABSTRACT
The interest in studying regional literature, respecting the political division of the Mexican Republic
into states, has become unattractive if we think of a disciplinary approach, since neither literature nor
writers define their style based on this circumstance. However, by relating literature to the nature, the
possibilities of attention are multiplied because other perspectives are added to the literary proposal
itself that bring back the qualities of artistic representation of the environment to our present. Certainly
not all Veracruz literature explicitly expresses its interest in non-human alterities, in the environment
or, in general, in nature, but it is possible to recognize through literary representations and configurations
its different territories, its diverse spaces: telluric, atmospheric, aquatic, architectural; its flora and fauna,
which makes it feasible to recover sensitivity towards other forms of life. The recognition of biodiversity
through literature is a pending task on the cultural and scientific agenda of the south-southeast region,
in particular in the state of Veracruz, so this work seeks to show the relevance of incorporating the
ecocritical perspective as a strategy to understand and disseminate the poetic biodiversity of Veracruz.
Keywords: Veracruz literature, poetic biodiversity, ecocriticism, environment, landscape.
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Universidad Veracruzana, Veracruz, México. Investigadora de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones
Lingüístico-Literarias. Doctora en Humanidades, línea Literatura con énfasis en Teoría literaria.
Correo: ncuevas@uv.mx. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3922-1770
DOI: https://doi.org/10.15517/hazgpe52
Recepción: 6/10/2024 Aceptación: 20/3/2025
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1. Preliminar: una tríada indisoluble
La diversidad cultural de México obedece a muchos factores, pero, con seguridad, es su
patrimonio biótico lo que se constituye como elemento relevante para definir las particularidades
de sus territorios. De acuerdo con la Comisión Nacional para el Estudio y uso de la Biodiversidad
(Conabio, 2014, 2023), los estados de la República Mexicana que registran mayor cantidad de
especies vegetales son Chiapas, Oaxaca y Veracruz. Y a pesar de esto, durante los meses de abril,
mayo y junio de 2024, al igual que en muchas partes del mundo, los habitantes de la región sur-
sureste de México han experimentado altas temperaturas: las olas de calor han alcanzado cifras
históricamente singulares. La sensación térmica fija en el pensamiento, imágenes del desierto, y la
memoria incitan a escribir la existencia del rocío y de la neblina con nostalgia.
No cabe duda de que las repercusiones del cambio climático han pasado de la probabilidad a
la realidad, a la cotidiana experiencia de la desertificación: falta de lluvia, escasez de agua potable,
apagones eléctricos que duran varias horas, incendios forestales que traen vientos fuertes muy
calientes, ríos secos y un concreto que escupe por la tarde-noche, cual caldera, el sol que apresó
durante las horas del día. La crisis climática está aquí y es urgente que nos replanteemos la relación
Hombre-Naturaleza y una forma de hacerlo, procurando la atención en las dimensiones humanas
y artísticas, es a través del estudio de las complejas relaciones que laten o se manifiestan en la
tríada hombre-cultura literaria-medioambiente.
En el campo de los estudios literarios, el tema de la memoria histórica y la diversidad
biocultural no es nuevo; aun así, el énfasis de la academia por correlacionar la literatura y su crítica
con ciencias como la biología, la ecología, la geografía, la medicina o la meteorología sigue siendo
escaso y se remonta a la década de los ochenta del siglo XX para el caso de las Américas. Si se
rastrea este avance en la región latinoamericana, sería necesario reconocer un menor desarrollo,
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cuyos antecedentes, motivados por la ecocrítica, se ubican en el umbral de los siglos XX y XXI.
Con todo, la velocidad con que avanza esta línea de interés a partir del tercer milenio es asombrosa
(Heffes, 2013, 2014). La ecocrítica
2
, vista como horizonte de pensamiento más que como
metodología de análisis de obras literarias específicas, podría ser la ruta mediante la cual sea
factible no solo la sensibilización de las personas frente al reconocimiento de sus ecosistemas y el
modo en que los habitan, sino que también se podría fomentar la educación para la vida
responsable con los paisajes naturales y construidos y, en consecuencia, generar respeto, cuidado
y acciones de rescate, reproducción y conservación de nuestras materialidades bióticas (Bula,
2009, 2010; Balarezo, 2022)
3
. Otra opción teórico-metodológica interesante y pertinente para
comprender las creaciones artístico-verbales veracruzanas, se encuentra en las reflexiones de Niall
Binns (2024), quien propone el concepto de «biodiversidad poética» como apoyatura teórico-
metodológica para identificar y apreciar la capacidad de un poema (o una narración) de configurar
un ecosistema literario donde las distintas especies de flora y fauna mantienen diferentes relaciones
entre sí. Binns (2024) plantea la necesidad de poseer no únicamente competencia literaria, sino
además competencia ecológica apegada a la especificidad de las configuraciones literarias
empleadas que permita interpretar los elementos naturales que aparecen en las obras literarias, con
lo que se subraya el trabajo multidisciplinario que requiere una empresa como la que aquí se
plantea para el estudio de los textos literarios generados en el estado de Veracruz.
2
La noción de ecocrítica fue acuñada por el investigador William Rueckert en el capítulo «Literature and Ecology:
An experiment in ecocriticism» incluido en el libro The ecocriticism reader: Landmarks in literary ecology, editado
por Glotfelty y Fromm (1996).
3
Balarezo (2022) identifica dos momentos en el desarrollo e instrumentación de la ecocrítica en el amplio campo de
los estudios culturales: «Primero, el activismo ecológico basado en la interpretación de la obra literaria con el objetivo
de denunciar la progresiva destrucción de la naturaleza. Segundo, el giro relacional epistémico posmoderno de la
ecocrítica, centrado en la relectura de la literatura para deconstruir discursos y prácticas asociadas a la lógica moderna
de dominación y dualismo cartesiano» (p. 113).
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Ciertamente no toda la literatura veracruzana manifiesta explícitamente su interés por las
alteridades no humanas, por el medio ambiente o, en general, por la naturaleza, pero sí es factible
reconocer por medio de las representaciones culturales y configuraciones literarias, sus distintos
territorios, sus diversos espacios: telúricos, atmosféricos, acuáticos, arquitectónicos; su flora y su
fauna, lo que hace factible la recuperación de la sensibilidad hacia otras formas de vida. El
reconocimiento de la biodiversidad a través de lo literario es una tarea pendiente en la agenda
cultural y científica de la región sur-sureste, en particular en el estado de Veracruz
4
.
2. Los espacios desde la mirada ecocrítica
«El espacio geográfico tiene horizonte, forma, color, densidad. Es sólido, líquido o aéreo,
ancho o estrecho: limita y resiste» (Dardel, 2023, p. 56), y la tradición literaria lo expresa de
manera palmaria y da cuenta del registro artístico-verbales de esta materia. Lo ha hecho de formas
muy diferentes y con estilos variados; acaso sea el paisaje el espacio geográfico privilegiado para
ello. Sin buscar establecer una discusión sobre el estatuto epistemológico de la noción de paisaje
en la tradición literaria veracruzana, es conveniente implementar nuevas directrices
multidisciplinarias que permitan recuperar, resguardar y difundir el patrimonio literario del estado
de Veracruz al tiempo que se anime una consciencia crítica respecto a nuestra forma de habitar el
4
La biodiversidad documentada en la literatura Veracruzana es amplísima y exige una atención investigativa
profunda pues, salvo algunas loables tentativas como el Diccionario Enciclopédico Veracruzano, estudios de
investigación literaria o histórica, ediciones críticas y anotadas, no existe en el ámbito nacional ni estatal una iniciativa
que aspire a compendiar y mantener actualizada una serie de entradas sobre los escritores que han nacido o
desarrollado su producción literaria en el estado de Veracruz. Si bien hay diccionarios de escritores mexicanos que
llevan su objetivo a buen puerto, por su misma naturaleza dejan de lado un vasto mero de autores veracruzanos que,
vistos desde la perspectiva nacional, podrían pasar desapercibidos. Frente a este escenario, es menester recuperar y
forjar el lugar que estas voces merecen, contextualizadas en el espacio con el que dialogan sus creaciones. La propuesta
concreta, a largo plazo, es desarrollar el Diccionario literario veracruzano (Diliver): una plataforma digital de consulta
que sistematizará el flujo tanto de escritores nacidos en Veracruz como de aquellos asentados en territorio veracruzano.
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entorno, tal y como buscan señalarlo los especialistas en la ecocrítica (Camasca, 2020; Ballester
Pardo
5
, 2019, 2023) o de las relaciones entre la naturaleza y la poesía (Binns, 2024).
Hablar del paisaje implica, desde la ecología, tanto la disposición espacial como la estructura
y la composición de elementos biológicos: plantas, animales y microorganismos de un área
geográfica determinada (Turner, 2005); empero, esta materia no es exclusiva del geógrafo o de los
científicos de la Tierra. El estudio e identificación del biológico permite al lector contextualizar e
identificar en la obra ejemplares del patrimonio biocultural que ensancha su comprensión. Desde
este punto de vista, el lector literario descubre para sus ojos estaciones y ecosistemas, climas y
emociones, expresados con el lenguaje retórico y ficcional que le es propio a las expresiones
verbales poéticas. De acuerdo con Sgaramella (2012), «la poesía se inserta en la geografía del lugar
y lo transforma, permitiendo una fruición estética del mismo y generando una comunicación
poética entre el espectador y el ambiente circundante» (p. 35).
En el conjunto de la escritura veracruzana el ambiente no es un elemento menor; muy al
contrario, este se instituye como unidad fundamental en la composición de los distintos géneros
literarios, sus formas y sus estilos. No es irrelevante la especificidad histórica donde se produce
una obra en particular, el contexto cultural o el tejido intelectual en el que se mueven los escritores.
5
Las investigaciones de Ignacio Ballester Pardo (2023), desde la perspectiva ecocrítica, constituyen una recuperación
y valoración justa de la literatura infantil y juvenil, sobre todo la que es de acceso abierto y que, a su vez, es utilizada
por los docentes para desarrollar proyectos integrales de educación cívica. A Ballester Pardo le debemos, entre otros
aportes, la amplia difusión del proyecto multidisciplinario desarrollado por el escritor, mediador y promotor cultural
Adolfo Córdova Ortiz (nacido en Chacaltianguis, Veracruz) denominado Linternas y bosques
(https://linternasybosques.com/), experto en promoción de la lectura y creador de nuevos públicos lectores. Acaso sea
Hacemos nuestro río (2021) su proyecto más ambicioso y logrado: «es un fotolibro infantil, compuesto por cuatro
cuadernillos, un flipbook y un mapa, realizado por un colectivo del que [Adolfo Córdova] form[a] parte [y está]
integrado también por las fotógrafas Dolores Medel y Enero y Abril, el ilustrador Cuauhtémoc Wetzka, la mediadora
de lectura Cecilia Pompa, la diseñadora Deborah Guzmán, la editora Catalina Pérez Meléndez y la coordinadora
editorial Josefa Ortega, también directora de Casa Gallina, un proyecto cultural transdisciplinario ubicado en Ciudad
de México que “se concibe como un laboratorio de experiencias grupales de resiliencia, regeneración ecológica y
creatividad”». (Véase https://linternasybosques.com/2022/12/29/hacemos-nuestro-rio-un-fotolibro-infantil-colectivo-
y-de-libre-descarga/).
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Todo ello importa y es clave para comprender la propuesta artística puesta en manos de los
lectores. Se subraya el hecho de que, a nosotros y a los escritores, a las personas todas, nos interesa
el hábitat, todo lo percibido con la mirada e incluso lo soñado o imaginado. En tanto motivo, el
escenario natural ha sido un elemento de interés para la literatura desde, por lo menos, finales del
siglo XVIII, pero quizá sea con el Romanticismo cuando descubre su mayor asidero: mediante la
atención al paisaje, el hombre consigue el método adecuado para expresar su subjetividad, su
individualidad, y es precisamente, el que hace que esa subjetividad supere su ensimismamiento
por la percepción de otras formas de vida, minúsculas como los hongos, los grillos, las hormigas
o las luciérnagas, o portentosas como las montañas, los océanos o las cuevas.
En siglo XIX, la noción de paisaje da un giro con la irrupción de la urbanización y todo lo
que con ella traía aparejado. Se sabe, pues, que el panorama de la naturaleza da origen a un género
artístico y literario denominado paisajismo, mientras que el ambiente urbano da lugar a la ciudad
vista como emblema de la modernidad porque su marca indeleble es ser un espacio construido por
el hombre. Dicho de otro modo, este término no refiere solo al natural, al campo, en oposición a
la metrópoli. A cada escenario le corresponde la conformación de un estilo de vida particular. Una
localidad, cuando ha sido bien planificada, por ejemplo, se hace a la forma de sus relieves, de sus
ríos o de su clima; sin embargo, aunque la arquitectura de las construcciones respete la geografía
de la zona, aun así, termina modificándola por la simple actividad.
Tanto en la prosa como en la lírica veracruzana decimonónica, por ejemplo, abundan
elementos bióticos identificados en bosques mesófilos de montaña o bosques de niebla, fenómeno
no casual si se tiene presente que, en México, los bosques mesófilos de montaña albergan alrededor
del 27% de la riqueza florística del país (el 2% a nivel mundial) (Conabio, 2014). Estos bosques
son característicos de la zona montañosa de Veracruz; se hallan «justamente ahí donde la humedad
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acarreada del mar topa con la vegetación y se condensa en neblina, de tal forma que al recorrerlos
se tiene la extraordinaria sensación de caminar por las nubes» (Carvajal-Hernández y Vázquez-
Torres, 2010, p. 23). La presencia de la neblina en la literatura veracruzana puede añadir un
componente atmosférico que da forma particularísima a estados de ánimo melancólicos, de
desconsuelo, de angustia, de misterio o de tragedia que marcan la vida de los personajes. Para
configurar un personaje en consonancia con la ambientación, la flora y el clima están definidos
haciendo hincapié en sus tonalidades: lo constituyen las fragancias, las tonalidades, los sonidos y
sus ritmos, las texturas y sus tramas, los matices de los estados de ánimo, y hasta la expresión de
las pasiones.
Otra vertiente de las creaciones literarias veracruzanas contiene el canto de la naturaleza
asumida por el poeta; es allí donde el yo lírico tiene como interlocutor al jardín, al bosque, a los
ríos, a la niebla. Esta complementariedad no debe entenderse como determinismo puesto que las
condiciones geográficas impulsan, pero no definen la historia de ninguna zona y mucho menos
limitan la imaginación poética.
La relación entre las personas, el paisaje y el territorio es cultural, política y, por supuesto,
simbólica, razón por la cual no es importante, sino necesaria la existencia de la palabra poética
para que, por medio de procedimientos creativos, sea posible cantar, narrar, pensar, representar e
imaginar los entornos de las regiones; cartografiarlos de muy diversas formas haciendo de cada
recorrido un espacio multiplicado.
Todo paisaje es la suma del entorno, la historia, el territorio y la cultura; es, también,
resultado de la interacción del hombre, y por ello es además un escenario óptimo para impulsar,
sugerir o acoger todo tipo de operación. En el caso de la literatura, la posibilidad del
acontecimiento es casi innumerable y abre la oportunidad de construir mapas o geografías literarias
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para que los lectores-senderistas hagan su propia ruta. «No hay un yo sin un paisaje, y no hay
paisaje que no sea mi paisaje o el tuyo o el de él. No hay un paisaje en general» (Gómez, 2020, p.
90). Esto es, toda perspectiva natural tiene inscrita la visión de quien lo observa y el modo en que
se integra a ella o la transfigura.
A continuación, se ofrecen al lector ejemplos variados, a manera de aproximación, de
distintas configuraciones del espacio (telúrico, acuático, atmosférico y construido) de las
superficies de Veracruz y cómo esto incide en el estilo de los personajes de ficción: su ánimo, sus
emociones, sus decisiones; y con lo cual se alcanza a definir un estilo de existencia particular, tanto
en el aspecto artístico como en el vital. Estas representaciones artístico-verbales, literarias, pondrán
de relieve la biodiversidad poética que habita en la ficción y es reconocible en el área veracruzana.
3. El paisaje veracruzano: bosque y neblina; agua, sonidos y
aromas
En la prosa del veracruzano Rafael Delgado sobresale de inmediato el tema de cómo se aborda
la diversidad biológica, en específico en su novela poética Los parientes ricos, publicada en el
Seminario Literario Ilustrado entre 1901 y 1902. Delgado plantea, desde el punto de vista del
narrador, el conflicto entre el campo como paraíso y la ciudad, cuyo maloliente olor infunde la
idea de enfermedad y corrosión. El conflicto de este clásico del realismo en México es la oposición
civilización y barbarie. En esta novela, la provincia se configura como
una larguísima llanura, una inmensa y verde sabana, sembrada de rocas y esmaltada con
las mil flores que el estío riega por todos los valles de Pluviosilla, tan luego como caen
en ella las primeras lluvias de mayo: ramilletitos blancos; campánulas de color violeta;
asclepiaderas frondosas, en cuyos tallos cortos y rígidos el viento arrasante de la comarca
mecía pesadamente glaucas y rarísimas umbelas.
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Hacia la izquierda lucía sus verdores y su rojo camino la cuesta de Necoxtla […] A la
derecha […] la vega, con sus pingües heredades, sus montañas altísimas, semejantes a
colosales bastiones ennegrecidos, e invadidos por un torrente de jaramagos. (Delgado,
2000, pp. 167-168)
La descripción de Pluviosilla responde, por sus varios elementos, al modelo realista de
tradición española. Pluviosilla es un paraje semejante al paradisiaco, con mites naturales que
funcionan como resguardo y protección del resto del mundo. Estos atributos de la naturaleza son,
en la novela, adjudicados a los personajes, a quienes se configura con valores morales y sociales
ejemplares, por lo que la clave romántica resuena sin parar.
Ya con La Calandria (1890), Rafael Delgado había logrado escribir una de las mejores
novelas del siglo XIX hispanoamericano (Sol, 1995, p. 13). En ella, Manuel Gutiérrez Nájera
(1910), destaca su valor descriptivo: «llena de luz como los paisajes […] y de cuyas hojas
verdaderas hojas brota ese misterioso rumor nocturno de la tierra caliente» (Gutiérrez, citado en
Sol, 1995, p. 9).
Allí, como en todas las poblaciones de aquella zona, es muy caluroso el estío. Las
mañanas son casi siempre límpidas y serenas. Las lluvias nocturnas y vespertinas
refrigeran el valle, y los vientos matinales llegan a la ciudad esparciendo deliciosa
frescura y embalsamando el aire con los mil colores de la cordillera. Si en abril vienen
cargados de azahar, en verano traen el aroma de los musgos y de los líquenes que huelen
a tierra húmeda. […] A las diez, ya quema el sol; a las once abrasa; y a medio día llueve
fuego en el valle. (Sol Tlachi, 1995, pp. 189-190).
La flora y el clima están definidos haciendo hincapié en sus tonalidades: lo constituyen los
aromas, los colores, los cantos, las texturas, los matices de los estados de ánimo y, como se ha
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dicho, la expresión de las pasiones. Todo el paisaje en Delgado es la suma de la naturaleza, la
historia, el territorio y la cultura.
Si bien la escritura decimonónica se caracteriza por la mirada omnisciente del narrador, no
es la función propiamente narrativa la que logra imprimir el estilo de los personajes y asociarla a
una determinada sensibilidad estética. Esto se logra por medio de la descripción minuciosa del
ecosistema: del paisaje y los fenómenos atmosféricos percibidos por los personajes, tal y como se
observa en los textos del Delgado o, por dar otro ejemplo, como lo hace la poeta y narradora María
Enriqueta Camarillo.
Lo irremediable, publicado en 1927 por la coatepecana María Enriqueta, es un volumen
integrado por diecinueve relatos que centran su atención en tematizar el sentimiento de resignación
expresado por el género femenino como aceptación de su destino. En estos cuentos, la narradora
explora distintas formas de representación cultural de los avatares en la vida de las mujeres; de allí
el nostálgico, triste y apesadumbrado tono que rodea las acciones de las protagonistas. Se destaca
una característica singular de este libro: María Enriqueta da cuenta de su interés por el mundo
vegetal y animal, así como por el ámbito campestre, siempre idílico y predominante para definir
el carácter, el estilo de los personajes.
Uno de estos cuentos que son una suerte de nube gris que, más que lluvia, anuncia un frío
insoportable, es el relato titulado en «En el jardín de Valentina», en el que se leen imágenes
preciosistas, bucólicas, en consonancia con la educación sentimental de los protagonistas, muy
apegada a los cánones decimonónicos de la alta cultura: «En el jardín de Valentina había cipreses
y sauces. ¡Qué jardín tan triste! decían los que de él se acordaban» (Camarillo, 1927, p. 231).
Los sauces son árboles pertenecientes al género Salix (Villas y Alonso Romero, 1995). A lo
largo de la historia, los sauces han sido increíblemente útiles para la sociedad, con una distribución
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global y especies autóctonas en todos los continentes (Charlton et al, 2022). El término latinizado
Salix proviene de las raíces celtas sal = cerca y lis = agua, por lo que la preferencia de este género
a zonas húmedas e incluso inundables es destacable (Villas y Alonso Romero, 1995). Su color
verde claro, las ramas cimbreantes y hojas tiernas son un tema frecuente en los cantos, poemas,
relatos y composiciones imaginarias o de la tradición oral y popular relacionados con la primavera,
por un lado y, por otro, pueden ser signo de tristeza y hasta de feminidad (Chunyi, 2016). Los
simbolismos de melancolía y de tristeza están asociados también a los cipreses, árboles
pertenecientes al género Cupressus, siempre verdes de hasta 30 metros de altura con tronco de
corteza delgada y color rojizo cuando jóvenes (Rodríguez-Trejo y Vázquez-Soto, 2021). En la
cultura y mitología mexicana, los cipreses son árboles fúnebres; en el México antiguo, se
encuentran los registros nahuas que se traducen en la expresión «árbol del camposanto» (Reko,
1948).
Y en el jardín de Valentina, un grupo de mariposas blancas se alzó de los mastuerzos
dispersándose en el aire, mientras que de los altos cipreses que el viento hería, bajaba un
misterioso murmullo semejante a un rezo... (Camarillo, 1927, p. 237).
El mastuerzo, de nombre científico Cardamine, pertenece a un género de plantas herbáceas,
similar en morfología a los berros (hortaliza equivalente en hierro a las espinacas). Sus flores son
pequeñas y de color blanco. Estas plantas se distribuyen principalmente en bosques templados
cerca de arroyos y zonas con gran humedad. Como se ve, en la escritura de María Enriqueta hay
un todo orgánico. Un detalle más: las flores blancas se incorporan a la narración o al poema para
transmitir una variedad de significados, desde la pureza y la inocencia hasta la desolación y la
añoranza. Es el jardín, paisaje y utopía.
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Una copiosa vertiente de la poesía veracruzana contiene el canto de la naturaleza asumida
por el poeta. Es allí donde el yo lírico tiene como interlocutor al jardín, al bosque, a los ríos, a la
niebla. La afinidad del poeta con el paisajismo es una cuestión, más que romántica, biológica.
Como en las novelas, los cuentos, las crónicas, los poemas y los ensayos, la escritura de viaje
hace paisaje. En esos libros de «andar y ver», como los llamaron los árabes, se construye la
identidad de los personajes, la cual no puede ser sino narrativa; es decir, es la narración el discurso
propicio para definir el estilo de los seres a partir de la ejecución de las acciones.
Para el poeta y ensayista ítalo-mexicano Fabio Morábito (1995) «El agua, bajo la forma que
sea, la de una fuente o de un arroyo, está siempre rodeando al jardín, separándolo de la tierra
laboral, y el murmullo del agua no es de ningún modo secundario sino el elemento que cohesiona
el jardín» (p. 169). Este murmullo de la sonoridad y luminosidad del agua, acompasado con el
ritmo vital de los amantes, se vuelve canto, risa o llanto de las almas de los amigos que, en el
jardín, logran la oportunidad para expresar sus más hondos sentimientos, con la incertidumbre de
no saber si serán correspondidas o rechazadas sus palabras.
El espacio acuático es un espacio líquido. Torrente, riachuelo o río, fluye, pone en
movimiento al espacio. Es movimiento y, en contraste, fija el espacio que le rodea, riberas
o llanura. El río es una sustancia que se arrastra, que «serpentea». Las aguas se deslizan
a través de los espesos matorrales, suavemente agitados. Las aguas ni tan siquiera
murmuran, apenas fluyen (Dardel, 2023, pp. 77-78).
En Veracruz tenemos la fortuna de contar con un poeta acuático: José Luis Rivas. Sobre él
comenta Pablo Sol (2020):
poeta del mar, del río y del estuario, ese lugar donde mar y río se juntan. […] uno tiene la
impresión de que Rivas nunca ha dejado de ser el niño frente al mar y al río cuya infancia es
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evocada memorablemente en Tierra nativa (1982), que con justicia pudo haberse
llamado Agua nativa. ¿No es, en el fondo, realmente así? Toda vida surge del agua el
nacimiento de Venus es su mejor expresión mitológica y es ella el elemento primordial.
(párr. 1)
En efecto, José Luis Riva configura su visión de mundo en un punto geográficamente
identificable: Tuxpan, pero lo trasciende porque logra crear y recrear una biodiversidad poética
semejante a la anhelada idea del paraíso.
Sobre los versos del poeta acuático, reflexiona el poeta Ángel José Fernández (2022):
En los libros de Rivas se respira el Caribe del barlovento veracruzano […] El paisaje
de su poesía es el paisaje de su litoral; los árboles son los de su infancia y serán los de
sus mañanas siempre intemporales. Sin la huella del vivir, esta visión no pasaría de ser
la arena húmeda e inútil del playón. Su poesía es como el río, que es un pañuelo
bordado de yerbas, «como es su tierra y su aire […]». (p. 6)
En la narrativa veracruzana del XX, la naturaleza tiene diversos rostros, porque otra es la
memoria que los atraviesa. Se recuperan aquí las palabras de Luis Arturo Ramos (1998) cuando
afirma:
Dos experiencias prefiguran [mi] obra […]: el asombro ante la memoria y el azoro frente
al paisaje. La capacidad del recuerdo permea buena parte de mi producción literaria. De
muchas maneras, la memoria resulta pivote de todos los acontecimientos, la memoria y
su recipiente absoluto: el tiempo. Luego aparece el paisaje, que en estos momentos es lo
único que conmueve por su tímida condición perecedera, por su ingenua resistencia al
deterioro. Como miembro del grupo nacido en los cuarenta, asumo conscientemente la
tarea de contar los últimos años del siglo, de un milenio, etapa signada por la pérdida de
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la certeza, la cancelación de las expectativas abiertas a principios de siglo, y el agobiante
atestiguamiento de la destrucción del paisaje. Como a pocos, nos ha tocado presenciar el
acelerado exterminio de los alrededores. Por ello abro esta autopresentación con los
recuerdos primarios y el momento en que tuve consciencia del paisaje. (p. 119)
Desde el punto de vista de la ecocrítica, las ideas expresadas por el narrador Luis Arturo
Ramos no solo apuntan una interesante interrelación entre memoria y paisaje, sino que ponen de
relieve a la naturaleza y la elevan a protagonista del relato de la vida; una protagonista afectada
por el paso del tiempo y la expansión de los seres humanos. Señalar la vulnerabilidad ecológica y
el impacto de la intervención de los humanos en los hábitats como elementos que aumentan la
fragilidad de los seres es una forma pertinente y efectiva de llamar la atención sobre la urgente
necesidad de cultivar la conciencia ambiental. La escritura literaria vendría a ser una forma de
preservar, aunque fuera en sentido simbólico, el paisaje. No negar su deterioro, más bien mostrarlo
para que, por efecto de sentido, surja en los lectores el deseo por recuperarlo con base en una
creciente sensibilización con el medioambiente.
Esta visión decadente, desencantada del mundo, la se lee en las páginas de Temporada de
huracanes de Fernanda Melchor (2017):
Porque la Bruja siempre estaba invitando las chelas y el alcohol, y a veces hasta las
drogas, con tal de que la banda se quedara en su casa, de donde ella casi nunca salía. Una
casota que se alzaba en medio de los cañales de La Matosa, justo detrás del complejo del
Ingenio, una construcción tan fea y repelente que a Brando le parecía el caparazón de una
tortuga muerta mal sepultada en la tierra; una cosa gris y sombría a la que entrabas por
una puertecita que daba a una cocina cochambrosa, y después avanzabas por un pasillo
hasta llegar a un salón muy grande, lleno de puros triques y bolsas de basura… (p. 129)
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El narrador subraya el impacto que tiene la degradación ecológica en la vida de la gente. En
la novela, las relaciones entre elementos humanos y más que humanos son siempre conflictivas;
de allí que La Matosa se imponga como metáfora de la degradación ambiental y social que arrasa
con cualquier proyecto de superación o libertad concebido por los personajes protagonistas o
secundarios. Dos detalles importantes destacan en el pasaje citado: la descripción espacial «en
medio de los cañales de La Matosa, justo detrás del complejo del Ingenio» pone de manifiesto el
impacto de la industria en el entorno, mientras que la comparación de la casa con el «caparazón
de una tortuga muerta mal sepultada en la tierra» conduce a la idea de una imagen cruel, evocada
por la violencia humana sobre seres indefensos, cuya huella deja una descomposición permanente
en el sitio que sigue siendo habitado de forma obligatoria. Temporada de huracanes, entonces,
podría comprenderse como una metáfora de la explotación de la biodiversidad por medio de las
acciones de los individuos, lo que redunda en una pérdida constante del equilibrio y la armonía.
Una expresión mesurada entre la visión festiva de Rivas y la visión disfórica de Ramos y
Melchor sobre el paisaje se puede apreciar en el relato «El sol ha muerto» del libro de cuentos
Dimorfismo. Antología de cuentos, publicada en 2019 por el joven escritor Héctor Justino
Hernández:
En el monte se escuchaban los grillos. Era noche. Alberto andaba entre la maleza,
llevaba en una mano una antorcha apagada que hacía las veces de bordón. En el aire
el olor de los mangos se combinaba con el frescor de un riachuelo que corría cercano.
Alberto se guiaba gracias a la luz que confiere la luna a los que buscan. Escuchó un
llanto de bebé, primero fue una impresión, casi un engaño; luego una certeza. Buscó
de manera instintiva el arma que llevaba colgada del cinturón. El llanto lo guio a través
de los hierbajos hasta las cercanías de una choza pequeña de la que salía un resplandor
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naranja. […] La selva despertó con un disparo. Crisanta cacon su bebé en brazos.
Alberto descubrió que había fallado el tiro, dejó caer el arma. […] Al fin, la silueta se
internó en la selva cargando al bebé en una mano y el machete en la otra. Ese día no
amaneció para Alberto, tampoco para la silueta. El sol había muerto. (s. p.)
Con profundidad poética, este pasaje explora las relaciones rotas entre personas y los más
que humanos, entre violencia y pérdida. Ser testigo del deterioro ambiental es una forma de
experimentar el duelo. La relación hombre/naturaleza es, de nuevo, conflictiva y transformadora:
aquí la selva no es pasiva sino activa porque participa de los acontecimientos más importantes que
definen la trama: «la selva despertó con un disparo». La respuesta es al mismo tiempo un grito
desesperado ante la destructiva intervención del hombre. La tensión entre lo salvaje y/o
domesticado o entre la búsqueda de claridad y la inevitable oscuridad de la violencia se sostiene
en un juego de luces y sombras, detalladas por la mirada del narrador a favor de la configuración
del personaje Alberto, quien habita, confundido, un entorno natural atravesado por elementos
artificiales: «Ese día no amaneció para Alberto, tampoco para la silueta. El sol había muerto»;
imagen contundente para expresar una ruptura definitiva, irreparable, violenta entre los personajes
y su ciclo natural.
Con los pasajes de las narraciones decimonónicas se ha apreciado cómo el medio natural
acentúa el carácter, el temple de los personajes. Aquí, en un cuento breve de Héctor Justino
Hernández, el lector percibe el aroma de los mangos, la frescura del riachuelo y los opone al llanto
del bebé y al estrepitoso ruido del disparo. Nuevamente las oposiciones funcionan como
contrapunto de las acciones humanas en detrimento del entorno natural, del paisaje que, sin
embargo, no hace más que permanecer como refugio y testigo de la brutalidad de las personas.
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4. Primeras conclusiones
La selección de pasajes literarios comentados como ejemplos de la biodiversidad poética en
los textos literarios de Veracruz muestra que las representaciones artístico-verbales no solo
recuperan la variedad de seres vivos de su región, sino que además configuran, visto de la
perspectiva ecocrítica, las complejas interrelaciones que se generan entre los sujetos y el
medioambiente.
En los textos seleccionados, resuenan profundas tensiones entre la memoria histórica, el
paisaje y la identidad biocultural que definen a los territorios y sus habitantes. Las voces narrativas
o líricas no son figuras construidas estilísticamente para mostrar la belleza o la fragilidad de los
seres, son elementos poéticos que se suman a otros recursos literarios para mostrar cómo el
movimiento de la humanidad es responsable de su degradación y la de su entorno. Hay, pues, una
actitud crítica y un interés claro por procurar conciencia ambiental.
A través de la montaña y su vegetación, del bosque de niebla, del río y el mar, de la ciudad
industrial, de la casa degradada, y la selva, como testigos vivos de los efectos de la actuación
humana, la literatura veracruzana coloca frente al lector un amplio camino para reflexionar sobre
la manera en que el hombre ser humano actúa frente al medioambiente. En este sentido, los
escritores convocados inauguran en su escritura creativa un espacio literario dispuesto para la
resistencia simbólica ante la devastación ecológica. No olvidemos que la pérdida de un recurso
biótico implica también, entre otras, la rdida lingüística; de manera que, desde la perspectiva
ecocrítica, la creación literaria veracruzana es un puente entre los abordajes artísticos, la memoria
y la ética ecológica.
Ante los tiempos que corren, ante la velocidad de la vida, la escritura se impone como el
sistema artístico-verbal ideal para preguntarse por las distintas alteridades con las que convivimos
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y el modo en que lo hemos hecho hasta ahora. Quizá sea la literatura el lugar idóneo para reinventar
los procesos identitarios del yo más allá del mismo, y girar la atención hacia donde esas otras
alteridades nos devuelven la mirada; la vuelta al sentido de la comunalidad, de lo colectivo, sería
una ruta para recuperar(nos), ya no únicamente el paisaje o la diversidad biocultural, sino al ser
humano, particularmente en la sensibilidad para reconocernos en relación con otras identidades.
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