El intruso

The Intruder

Nelson Fallas Gutiérrez

Estudiante de Bachillerato en Inglés

Universidad de Costa Rica

Hay un hombre aquí. No sé cómo llegó, ni para qué. No parece que pueda hablar; por lo menos conmigo no lo hace, ni creo que se pueda mover tampoco. No sé su nombre, si en algún momento duerme, si entiende algo de lo que digo, ni tampoco el porqué de ese problema con sus brazos. Nadie parece saber que está aquí, ni por cuantas horas lo he observado, ni cúanto lo deseo afuera. Puede que sea algo de mi hermana, de mi padre o de mi madre; no sé. Tal vez no quiere irse o no pueda. Quizás solo yo sé que está aquí; no sé qué hacer con él; no lo puedo sacar de aquí, ni pedir ayuda a nadie.

Al volver lo veo en el suelo. Sé que ya no hay nada que hacer, pero aun así me acerco hacia él. Lo muevo un poco de lado a lado, y de nuevo lo coloco como estaba. Me alejo, y me siento a mirarlo a la distancia; pero, pasado un momento, me acerco otra vez y con cuidado lo levanto. Con dificultad lo llevo hasta donde no pueda ser visto,
y me devuelvo sin más, pero antes de salir escucho una voz detrás de mí.

—Yo sé que aquí está.

—¿Cómo?

—No sé.

—¿Lo has visto?

—Sí.

—¿Cómo?

—Aquí está.

—¿Te ha dicho algo?

—No, solo sé que aquí está.

—¿Lo has visto?

—Sí.

—¿Qué puedo hacer?

—Hablar con él.

—No sé si pueda.

No creo que me permitan regresar, al menos creo no recordar cómo. Aunque me llamaran, no volvería. Tal vez me llamen, pero puede que no responda; no sé todavía.

Varias noticias ocultan el rostro de mi madre; las mismas de unos cuantos días atrás. No me acerco más a ella; solo la observo pasar cada hoja mientras comenta algo sobre la siguiente comida. Aparto mi vista de ella, y la recorro por la casa; sin embargo, no veo a nadie más.

—Madre.

—¿Qué?

—No puedo volver.

—¿Por qué?

—No sé.

—¿Por qué?

—No sé, madre.

—Siéntese.

—¿Adónde?

—Donde sea.

—¿Dónde está mi silla?

—Es esa, la del final.

—¿Aquélla?

—Sí.

—Esa no es.

—Sí.

—Es diferente… ¿Dónde está aquel cuadro?

—¿Cuál?

—El que estaba junto al librero.

—No hay ninguno.

—¿Qué es lo que pasa?... ¿Dónde está todo?

—Nada ha cambiado.

—Madre, ¿qué es lo que pasa?

—Siéntese.

—¿Qué está pasando, madre?

—¿Qué tienes?

—¿Qué pasó con la casa, madre?

—No pasa nada. ¿Qué es lo que
tienes?

—¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando?

—Solo saliste unas horas.

—Madre.

—¿Qué pasa?

—No sé.

Tomo una silla y la acerco hacia mí, pero, en lugar de poder sentarme,
siento como es empujada de nuevo contra la mesa. De inmediato, por encima de mi hombro, el índice de mi padre señala la silla frente a mi hermana. Después de sentarme, dirijo mi atención hacia mi padre, y lo observo hablar hacia la cocina desde su lugar en la mesa. Pasado un instante, en medio de los intentos de mi padre por encender su lámpara, noto como mi hermana sostiene su mirada sobre mí, así que volteo hacia ella.

—¿Qué tienes?

—No sé.

—¿Qué haces aquí?

—¿Por qué me preguntas?

—¿Qué haces aquí?

—¿Es por mis manos?

—¿Qué haces aquí?

Mi madre sirvió la comida, pero nadie se acerca, ni dice nada. Tampoco parece que escuchen los sonidos que vienen desde dentro; solo yo atiendo al llamado. Al regresar no hay nadie; todos se han ido.

Pensé que estarían afuera, pero solo hay alguien.

—Hola.

—Hola.

—¿Me llamaron?

—Sí.

—¿Puedo entrar?

—No.

—¿Por qué?

—Sus manos.

—¿Qué tienen?

—Eso mismo.

—¿Cómo están todos?

—Adentro.

—¿Cómo te llamas?

—Qué importa.

—¿Por qué… no?

—¿Por qué ahí?

—¿Puedo saludarlos?

—No.

—¿Puedo hablar con él?

—No, ya no.

Apenas la puerta se cierra detrás de él, doy unos cuantos pasos en su dirección, pero me detengo a medio camino; la perdí de vista. Salgo a la acera, y me siento sobre el pavimento a mirar los autos estacionados; las descoloridas líneas que se extienden debajo de ellos; el tenue reflejo del cielo cubriendo los ventanales del edificio; la entrada por la cual salí sin saber si regresaría; el lugar al que seguro, no volveré.

No sé a dónde me dirijo, ni por qué todos me miran; ya escondí mis brazos. Doblo a la derecha, pero es igual que seguir directo, o devolverme; todas las calles se parecen entre sí. Continúo, no mucho, y de nuevo me siento sobre el pavimento; ya no puedo seguir más. Las personas no dejan de pasar, de verme, como si me conocieran, pero no reconozco a ninguna. Desde la calle de enfrente alguien más me mira, creo conocerle, quiero hablarle.

—¿Hay latas de fresco?

—¿De cuáles?

—De las de siempre.

—Son esas.

—¿Cuáles?

—Esas.

—¿Estas de la par?

—No, las otras. Las que agarró antes.

—¿Está seguro?

—Sí, ¿por qué?

—No se ven iguales.

Puedo ver mi casa desde aquí; quizás de nuevo o por primera vez, no sé. Quisiera entrar, pero no me atrevo.

Toco la puerta con mi cabeza, y espero a que alguien me encuentre. Vuelvo a tocar, y me doy la vuelta. Veo más casas, todas con las puertas cerradas, y sin nadie adentro. Camino hasta la mitad de la calle, y caigo sobre el suelo. Cierro mis ojos, y no los abro ni al escuchar unos pasos que se acercan.

Me encuentro en una cama. No tengo idea de cuánto tiempo llevo aquí, para qué me trajeron, ni por qué se molestaron. Unas sombras se mueven a la distancia, y no se acercan a mí. Una voz me habla de cerca, pero no respondo. Quisiera tomar algo capaz de atrapar mi reflejo, pero ya no puedo.

Me llevaron hasta el comedor; debo estar mejor. Mi madre y mi padre no me miran, ni me ayudan con la comida. No digo nada. Prefiero no interrumpir, pero quisiera saber por qué hablan de mi hermana.

—¿Qué se puede hacer?

—Nada. No hay nada que hacer.

—Debe de haber algo.

—No hay nada.

—Debe de haber algo.

—Hemos dado todo.

—Pero no es suficiente.

—Ya no tenemos más.

—Tenemos que hacer algo.

—Ya no podemos hacer más.

No creo haberme recuperado; no he vuelto a salir de mi habitación. No sé cuántos días han pasado; si han sido algunos, parecen muchos, y si han sido muchos, parecen demasiados.

Quisiera salir de aquí. Quisiera una vez más ver el pavimento a través del tenue reflejo; quisiera que mi vista fuera la que se desvanece; quisiera poder escucharlos otra vez, pero aunque la puerta esté abierta, nadie se escucha.

No puedo ver qué hay detrás de mí, ni debajo, ni apagar esa blanca luz que me enceguece. Tampoco recuerdo esta gran cuadrícula de cojines blancos; estas ropas de igual color; ni por qué estoy aquí.

Mi padre y madre se escuchan a tal distancia, que apenas sé que son ellos. Me gustaría pensar que vienen por mí, pero ya no deseo su compañía. En este estado no les puedo hablar, ni me molestaría en intentarlo; ya no importa.

Alguien se acerca a mí y siento como me mira desde cerca. A veces me mueve, pero siempre me deja en la misma posición. No me habla, ni me acompaña por mucho. No sé quién pueda ser, ni por qué juega así conmigo. Ya no puedo hacer nada; tal vez nunca pude.

No sé por qué me miran de tal manera; estoy aquí por ellos. Seguro, siempre he sido esto para ellos. Seguro, siempre desearon verme así. Seguro, siempre lo esperaron. Pero, al igual que ellos, no espero más.

Se apartan de enfrente, mostrándome la imagen del hombre sentado sobre la silla de mi padre. Mi madre se acerca a su lado, donde una vez estuvo la lámpara de mi padre, y con alegría en su voz comenta sobre algunas viejas noticias. El hombre la ignora, y continúa observándome. Mi padre lo mira, y este asiente con su cabeza. Camina hasta mí, y me levanta sin esfuerzo alguno. En medio del aire observo como una pequeña cuerda cae de mí, y mientras oscila frente a mí, el hombre llama a mi padre con su mano. Mi madre se aparta, y mi padre me coloca junto a él. El hombre toma la cuerda y la jala, espera, pero luego de un instante, la apenas visible luz que se escapa de mí se apaga. El hombre mira a mi madre, ella asiente de inmediato, y camina hasta la puerta debajo de las escaleras para abrirla. Mi padre de nuevo me toma, y se dirige al mismo lugar, pero antes de llegar me arroja hacia dentro. Caigo y me deslizo hasta su oscuro fondo, pero aun así logro ver hacia afuera. El hombre se ha ido, quizás junto a mi madre. Mi padre sigue aquí. Con una mano sostiene el pomo de la puerta, y con la otra una llave. Seguido, me patea, y con suavidad cierra la puerta detrás de sí, sin por lo menos mirarme, una última vez.

Recepción: 21-09-19 Aceptación: 15-06-20