Número privado

Private number

Daniela María Barrantes Torres

Cuando me preguntan por historias de miedo, no tengo que pensar en libros o en películas, ya que yo viví instantes de auténtico terror cuando era niña, poco después de la muerte de mi hermana Éricka. Cada noche, al quedarme dormida, sentía que mi cuerpo se paralizaba. Rígida y asustada, trataba de llamar a mi mamá, pero mi voz no salía. Luchaba por moverme, pero era imposible; era como estar atada en mi propia cama. Intentaba rezar, pero se me olvidaban las oraciones. Yo comenzaba a sudar y me desesperaba, hasta que luego de varios intentos en los que, al borde del pánico absoluto, le pedía a Dios ayuda y protección; me despertaba exaltada.

Una noche especialmente nefasta, sentí una presencia; era como si alguien estuviera apoyado en mis piernas. Yo estaba dormida, aunque consciente de lo que pasaba. Hubiera deseado creer que era mi gato, pero lamentablemente sabía que él estaba en el patio. Una vez más, comencé a orar. Frustrada, descubrí que el Padre Nuestro se esfumaba de mi mente. “Padre Nuestro que estás… ¿Dónde? ¡No lo recuerdo! ¿Por qué una oración que me sé de memoria se me olvida de repente?”, me pregunté.

Luego de varios intentos fallidos, comencé a tararear con timidez una canción que aprendí en misa. Me desperté y encendí la luz, pero no noté nada extraño en mi habitación. Días después, sucedió algo peor. A pesar de estar durmiendo, entreabrí los ojos y vi una figura blanca, destellante, sobre mi cuerpo. “¡Oh, por Dios! ¡Mi alma se está desprendiendo de mi cuerpo! Si se desprende por completo, no podré regresar y moriré”, me dije de inmediato. Incapaz de controlar semejante situación, me rendí ante el miedo y, al escuchar a través de la pared a mi mamá descargar el sanitario, comencé a gritar “¡Mami, ayúdeme! ¡Mami, venga un momento!”. Ella no llegó a auxiliarme porque mi voz nunca fue audible durante mis gritos desesperados.

Sabía que no podría resistir más. No puedo describirlo, pero sentí cómo mi alma se alejaba de mi cuerpo. Me sentí distante, ajena a todo lo que me rodeaba, y cada vez más liviana.
De repente, una vibración en el vidrio de mi mesa de noche acabó con la
terrorífica experiencia.

¿Una llamada? ¿De un número privado, a la una de la madrugada? Contesté, pero nadie habló. Estoy segura de que Éricka me salvó. ¡Su número era privado!

Al día siguiente, mi mamá me contó que tuvo un mal sueño y pasó inquieta. Yo, por mi parte, le conté que la estuve llamando porque la escuché en el baño mientras mi alma se desdoblaba. Entonces, mi sospecha se confirmó: “Yo no fui al baño anoche”, me dijo.