Revista de Lenguas Modernas, N.° 38, 2023 / 01-24
ISSN electrónico: 2215-5643
ISSN impreso: 1659-1933
DOI: 10.15517/RLM.V0I38.52119
Prácticas funerarias de las Antiguas Civilizaciones Griega, Etrusca y Romana: descripción a partir de la Ilíada, la Eneida y registros arqueológicos
Funerary Practices of the Ancient Greek, Etruscan and Roman Civilizations: description based on the Iliad, the Aeneid and archaeological records
Minor Herrera Valenciano
Universidad de Costa Rica, Sede de Occidente
minor.herreravalenciano@ucr.ac.cr
Orcid: 0000-0003-0502-6763
Resumen
Por medio del estudio de las acciones funerarias de las civilizaciones griega, etrusca y romana antiguas es posible reconocer no solo la dedicación y el respeto dirigido hacia estas, sino, y quizá lo más importante, la necesidad de honrar la memoria de los muertos y procurar con esto su protección, hecho que es heredado incluso por otras corrientes religiosas, por ejemplo, el cristianismo. Así las cosas, el presente artículo consiste en una exposición y análisis de las prácticas funerarias de las civilizaciones griega, etrusca y romana antiguas para determinar el sentido simbólico de estas y la importancia que poseían para dichas culturas. De esta manera, para explicar las prácticas funerarias de dichas civilizaciones, habrá que recurrir, cuando convenga, a ejemplos tomados de la Ilíada de Homero, en el caso de los griegos; en el caso de los etruscos, de los registros arqueológicos existentes, y del texto de la Eneida de Virgilio, en el caso romano, por ser considerados monumentos (en su sentido etimológico ) literarios y culturales.
Palabras clave: Griegos, Romanos, Etrusco, muerte, tumba, Más Allá
Abstract
Through the study of the funerary actions of the ancient Greek, Etruscan and Roman civilizations it is possible to recognize not only the dedication and respect directed towards them, but, and perhaps most importantly, the need to honor the memory of the dead and seek with this their protection, a fact that is inherited even by other religious current, for example, Christianity. Thus, this article consists of an exposition and analysis of the funerary practices of the ancient Greek, Etruscan and Roman civilizations to determine their symbolic meaning and the importance they had for said cultures. In this way, to explain the funerary practices of these civilizations, it will be necessary to resort, when appropriate, to examples taken from Homer’s Iliad, in the case of the Greeks; in the case of the Etruscans, from the existing archaeological records, and from the text of Virgil’s Aeneid, in the Roman case, because they are considered literary and cultural monuments (in their etymological sense).
Keywords: Greeks, Romans, Etruscan, death, tomb, afterlife
Introducción
Según la interpretación de Morris (1997), en la Antigüedad, los griegos mostraban una notable meticulosidad en relación con los rituales funerarios, evidenciada tanto en los actos de lamentación como en los procedimientos de enterramiento y construcción de tumbas. Esta atención meticulosa hacia los funerales y su ejecución se enmarca dentro de un análisis más amplio de la actividad simbólica, que permite comprender las complejidades de la estructura social, religiosa, filosófica, artística, política y económica que caracterizaba la vida cotidiana en la Antigua Grecia.
En las civilizaciones de las antiguas Grecia, Etruria y Roma, los rituales funerarios se destacaban como espacios prominentes en los que algunos individuos exhibían su opulenta riqueza o, alternativamente, la grandeza de la ciudad, al mismo tiempo que evidenciaban su temor y vulnerabilidad ante la inexorable realidad de la muerte.
Los rituales funerarios en la Antigua Grecia se concebían como una representación teatral cuidadosamente estructurada, donde cada fase del proceso seguía un orden lógico y simbólico. La ceremonia se iniciaba con la meticulosa purificación del cuerpo sin vida, destacando la importancia de la limpieza ritual como preparación para el tránsito hacia el Más Allá. Seguidamente, se procedía a la exhibición pública del difunto durante un período determinado, permitiendo a la comunidad rendir homenaje y expresar sus respetos. Este acto servía como preludio al encomio de la memoria del fallecido, donde se celebraban sus logros y virtudes en vida, reafirmando su lugar dentro de la sociedad. Posteriormente, se llevaba a cabo el ritual de disposición final, que podía consistir en la inhumación del cuerpo o su cremación en una pira funeraria, simbolizando la transición del individuo hacia el reino de los ancestros. Los restos resultantes eran entonces colocados en su tumba, marcando el cierre formal de la ceremonia. Finalmente, se celebraba el culto post mortem en honor al difunto, perpetuando su memoria y asegurando su presencia continua en la comunidad. Este enfoque secuencial y ceremonial no solo reflejaba las creencias y valores culturales de la época, sino que también proporcionaba consuelo y sentido de continuidad a los miembros supervivientes de la sociedad griega antigua [1].
La necesidad de un examen detallado de los aspectos más relevantes de la ritualización funeraria en las antiguas Grecia y Etruria surge como una premisa fundamental para comprender su posterior influencia en la Antigua Roma. Este enfoque metodológico exige una consideración cuidadosa de las prácticas funerarias de estas civilizaciones, lo que a su vez implica la incorporación, cuando sea pertinente, de ejemplos extraídos de los poemas Homéricos, como la Ilíada, en el caso de los griegos; así como de los registros arqueológicos etruscos pertinentes y del texto de la Eneida de Virgilio para el contexto romano. Se valora especialmente el estatus de monumentos[2], tanto literarios como culturales, que poseen estas fuentes, lo que las convierte en elementos esenciales para la comprensión coherente y lógica de las prácticas funerarias en estas antiguas civilizaciones y su posterior influencia en la Antigua Roma.
De este modo, por medio del estudio meticuloso de las acciones funerarias, se revela una profundidad de dedicación y respeto hacia estas, así como una comprensión más amplia de la necesidad inherente de honrar la memoria de los difuntos y salvaguardar su legado. Esta práctica trasciende las barreras culturales, encontrando eco incluso en sistemas religiosos posteriores, como el cristianismo. En este contexto, en el presente artículo se propone exponer y analizar las prácticas funerarias de las civilizaciones griega, etrusca y romana antiguas. A través de este análisis, se busca discernir el significado simbólico intrínseco a estas prácticas y la importancia cultural y social que tenían para las sociedades que las practicaban.
Los funerales griegos
Según Morris (1997), en la Antigüedad, los griegos demostraban una marcada diligencia en los cuidados post mortem, evidenciada a través de rituales de lamentación, prácticas de enterramiento y construcción de tumbas. Esta atención meticulosa hacia los cadáveres se interpreta como una manifestación de una actividad simbólica que refleja diversos aspectos de la vida cotidiana, incluyendo la estructura social, religiosa, filosófica, artística, política y económica de la sociedad. Los ritos funerarios, en consecuencia, trascendían el ámbito religioso y se integraban en todas las esferas de la sociedad. La primera de estas ceremonias, conocida como próthesis (πρόθεσις), comprendía una serie de rituales preparatorios que incluían el lavado y la vestimenta del cuerpo del difunto, seguido de su exposición durante un día completo.
Retief, F. P., & Cilliers, L. (2006) enfatizan la relevancia de esta etapa particular del ritual funerario, la cual tiene como propósito facilitar la manifestación del lamento fúnebre. Este lamento, caracterizado por expresiones de dolor, era llevado a cabo por mujeres que no solo pertenecían al círculo íntimo del difunto, sino que, dependiendo del estatus del fallecido y los recursos disponibles para la familia, podían contratarse mujeres adicionales para esta función.
En el ámbito de la limpieza del cadáver, Thomas (1991) destaca que este proceso no se limita únicamente a consideraciones de higiene y decoro, sino que trasciende hacia una dimensión simbólica de purificación. Según el autor, los rituales religiosos han conferido un significado sagrado al aseo funerario, atribuyéndole una influencia directa en el destino del alma del difunto. Este enfoque resalta la importancia de los actos de limpieza en el contexto de los rituales mortuorios, aludiendo a su impacto tanto físico como espiritual. Por otro lado, Pomeroy (1998) subraya el papel preponderante de las mujeres en estas prácticas, especialmente en el entorno doméstico durante el velatorio. Desde la arrulladora cotidianidad femenina, que incluía acciones como vestir, maquillar y perfumar, hasta los gestos de duelo y los himnos entonados, las mujeres desempeñaban un papel central en la preparación y ejecución de los rituales funerarios. Esta participación activa de las mujeres no solo refleja dinámicas de género arraigadas en la sociedad antigua, sino que también revela la complejidad y profundidad de los rituales mortuorios en su interacción con las prácticas culturales y religiosas de la época.
La segunda fase, conocida como ekphorá (έκφορά), se llevaba a cabo en el tercer día después del fallecimiento, momento en el cual el cuerpo del difunto era trasladado desde el lugar de velación hacia el sitio designado para su entierro o cremación. Esta exposición del cuerpo tenía una duración máxima de tres días, dada la aceleración del proceso de descomposición por condiciones ambientales. De acuerdo con Sourvinuo-Inwood (1993), durante el periodo clásico coexistieron tanto la cremación como la inhumación como prácticas funerarias, siendo la elección entre ambas determinada únicamente por la decisión de la familia o del individuo fallecido. No obstante, la inhumación predominó, evidenciada por la construcción de túmulos o tumbas como símbolos del ritual funerario y como prueba de la participación de familiares, amigos y otros allegados en el proceso de transición hacia el Más Allá. Las tumbas, como señala la autora, se situaban habitualmente fuera de los límites urbanos, estableciéndose así una clara demarcación entre la necrópolis y la ciudad en la Antigüedad. Además, era común ubicar las tumbas a lo largo de rutas transitadas para asegurar su visibilidad a los transeúntes[3].
En relación con el enterramiento, Martínez-Pinna (1993) menciona que el acto de enterrar dentro de los límites urbanos se consideraba atípico, aunque no fuera inexistente, como lo atestiguan los hallazgos de sepulturas infantiles. Asimismo, la práctica de inhumar a un individuo destacado de la comunidad en un espacio público podía ser considerada un privilegio, lo cual evidencia una excepción en términos honoríficos. Este enfoque sugiere que los enterramientos urbanos eran eventos excepcionales y reservados para circunstancias particulares que implicaban una distinción especial dentro de la sociedad.
En la tercera f 993), se destacan tres momentos esenciales. En primer lugar, se contemplaba la preparación del ajuar funerario, co mpuesto por los objetos que acompañarían al difunto en su tumba[4]. En segundo lugar, se llevaban a cabo sacrificios en honor al fallecido, incluyendo la posibilidad de sacrificar caballos, perros o incluso seres humanos, destinados a acompañar al difunto en su tránsito al Más Allá. La tercera etapa del funeral consistía en el banquete funerario, durante el cual se realizaban sacrificios, principalmente de animales domésticos como cerdos o pollos, que se consumían en honor al difunto.
Este banquete fúnebre, que precedía al enterramiento o, en algunos casos, a la cremación del cuerpo, tenía un significado profundo basado en antiguas concepciones que atribuían al alma del difunto una existencia como un doble débil e incorpóreo (δαίμων, daimon). De esta manera, se honraba la participación del alma en la comida funeraria. Durante el banquete, se recordaba al fallecido, cuya ausencia física era compensada por su presencia en la memoria colectiva. Este aspecto revestía una gran importancia para la transmisión y preservación de las hazañas y la memoria del difunto.
Todo lo anterior se resume en el funeral de Héctor, descrito al final del canto XXIV de la Ilíada, en el que se cuenta que:
Por nueve días, ellos condujeron incalculable madera,
pero en cuanto apareció la décima Aurora que lleva luz a losmortales,
entonces, claro, al osado Héctor llevaron fuera vertiendo lágrimas,
y en lo más alto de la pira pusieron el cadáver, y arrojaron el fuego.
Y en cuanto se mostró la nacida temprano, la Aurora de dedos de rosa,
entonces alrededor de la pira del renombrado Héctor se reunió el pueblo.
Pero una vez que ellos se juntaron y estuvieron reunidos,
primero extinguieron la pira, con refulgente vino,
entera, cuanto ocupaba el furor del fuego; y luego
los blancos huesos recogieron los hermanos y los compañeros,
deshaciéndose en llanto, y fluyeron espesas lágrimas por sus mejillas,
y a aquellos, tomándolos, los pusieron en un dorado cofre,
envolviéndolos en suaves, purpúreos peplos.
Pronto, claro, lo pusieron en un cóncavo pozo, y arriba
extendieron grandes piedras compactas,
y a gran velocidad vertieron la tumba, y todo alrededor se sentaron vigías,
no fuera que atacaran antes los aqueos de buenas grebas.
Y tras verter la tumba volvieron, y luego
bien reunidos todos banquetearon un gloriosísimo banquete
en las moradas de Príamo, rey nutrido por Zeus.
Así celebraban ellos el funeral de Héctor domador de caballos[5].
Martínez-Pinna (1993) añade una etapa adicional al proceso funerario griego, que consistía en competencias atléticas y literarias, conocidas como agones, celebradas tras el funeral de un noble. Estas actividades, como se ilustra en los versos 257 al 897 del canto XXIII de la Ilíada, en el caso de los juegos en honor a Patroclo, tenían como objetivo principal exaltar la nobleza del difunto y el poder económico de su familia. Estas celebraciones se consideraban una forma característica de los gastos de prestigio, destinados a honrar al fallecido y facilitar su transición al Más Allá. Por otro lado, Thomas (1991) sostiene que el rito funerario griego cumplía una doble finalidad: honrar al difunto y ofrecer consuelo a los vivos, siendo esta última quizás la más significativa. Según dicho autor, las conductas funerarias obedecen a constantes universales, donde, aunque en el plano manifiesto se asignan al muerto diversos roles en concordancia con la continuidad de la vida, en un nivel latente, el ritual se enfoca principalmente en el individuo o la comunidad sobreviviente.
Así las cosas, el ritual funerario, incluyendo la construcción de tumbas, adquiere una relevancia significativa para los vivos en comparación con su importancia para los difuntos. Se argumenta que el acto de rendir homenaje y realizar rituales funerarios desempeña un papel crucial en la adaptación psicosocial de los individuos que permanecen vivos, más que en el destino o la experiencia post-mortem del difunto. Este enfoque resalta la función del ritual funerario en la estructuración y comprensión de la existencia humana, sugiriendo que la consideración de la mortalidad contribuye a una reflexión más profunda sobre la vida y su propósito[6].
Unido a lo anterior, en la antigua Grecia, el culto funerario persistía más allá del momento del entierro del difunto, extendiéndose por un período de siete a doce días, culminando en una elaborada ceremonia alrededor de la tumba en el último día, que marcaba el fin del período de luto. Según las investigaciones de Martínez-Pinna (1993), los descendientes del fallecido asumían la responsabilidad del cuidado continuo de la tumba, así como de la realización regular de sacrificios y ofrendas. Estos rituales incluían libaciones (choai) que consistían en una mezcla de sopa de cebada, leche, miel, vino y aceite, así como la sangre de los animales sacrificados, algunos de los cuales se vertían ocasionalmente sobre tubos incrustados en la tierra para alimentar simbólicamente al difunto.
La conclusión del período de luto marcaba el fin de la fase peligrosa para los familiares, ya que se creía que el difunto había sido admitido en el Hades y ya no representaba una amenaza para los vivos. Los griegos desarrollaron métodos óptimos para facilitar la transición de los difuntos al Más Allá, lo que evidencia su interés no solo en las preocupaciones mundanas, sino también en el destino de las almas de los fallecidos. Este enfoque singular en los ritos funerarios y la comprensión simbólica de la muerte distingue a la cultura griega antigua.
De esta manera, para comprender cabalmente la importancia de los funerales en la sociedad griega antigua, resulta fundamental reconocer el papel central que desempeñaba la mujer griega en el desarrollo de estos rituales.
La mujer griega y su relación con la muerte y los funerales
La contribución de las mujeres en la sociedad de la antigua Grecia, según Blundell y Williamson (1998) en su obra The Sacred and the Feminine in Ancient Greece, trascendía el ámbito de los rituales funerarios, abarcando diversas facetas de la vida ritualística. Si bien se ha destacado su papel durante el proceso de próthesis, donde su participación era particularmente notable debido a la realización de dicha etapa en el entorno doméstico, la autoras sostienen que su importancia se extendía a todos los rituales de pasaje[7], incluyendo los relacionados con los nacimientos y los matrimonios. De esta manera, las mujeres no solo desempeñaban un papel fundamental en los ritos funerarios, sino que también eran protagonistas esenciales en otros momentos cruciales de la vida comunitaria, demostrando su influencia y relevancia en el contexto religioso y social de la antigua Grecia.
Según Stears (1998), en el contexto del rito funerario en la antigua Grecia, se reconocía la participación preferencial de las mujeres en la preparación del difunto debido a la asociación cultural entre su género y la idea de contaminación corporal. Esta percepción se basaba en la naturaleza femenina, considerada intrínsecamente contaminada por su habitual contacto con la sangre, como en el caso de la asistencia en partos o la menstruación regular. No obstante, los hombres también desempeñaban un papel en el proceso funerario, especialmente durante la ekphorá, el traslado del cuerpo hacia el lugar de la inhumación o cremación.
Es importante destacar que la contaminación adquirida a través del contacto con la muerte, ya sea mediante el cadáver o la sangre, afectaba también a los familiares cercanos del difunto. Según la autora, cuanto más estrecho fuera el parentesco con el difunto, mayor sería la contaminación percibida, obligando a los familiares a participar más activamente en los rituales funerarios como parte de un proceso de purificación y mantenimiento de una relación adecuada con el fallecido.
El reconocimiento del papel desempeñado por la mujer en la ejecución de los rituales funerarios en la Antigua Grecia se fundamenta no solo en su asignación para realizar tareas consideradas difíciles y poco comunes para los hombres, como la preparación del cuerpo fúnebre, sino también en su adquisición y transmisión de conocimientos rituales específicos. Entre estos conocimientos destacaba la habilidad para llevar a cabo la purificación del cadáver, facilitando así el tránsito del alma del difunto al inframundo, conocido como Hades. Este reconocimiento y valoración del papel de la mujer en los rituales funerarios se enraíza en la comprensión de su contribución esencial para asegurar un adecuado paso del difunto a la siguiente vida según las creencias y prácticas religiosas de la época.
De esta manera, las mujeres desempeñaban un papel fundamental en la cohesión y organización familiar, lo que las convertía en colaboradoras indispensables en la ejecución de rituales. Además, la participación femenina en los acontecimientos religiosos se veía fortalecida por la creencia en la conexión intrínseca de la mujer con lo divino-lunar[8], lo que las hacía las candidatas más idóneas para satisfacer las demandas rituales.
En el contexto de la Grecia Antigua, la realización precisa de los rituales funerarios por parte de las mujeres aseguraba el tránsito pacífico del difunto hacia el reino de Hades. Además de este papel fundamental, las mujeres desempeñaban otra función significativa en relación con los funerales y la muerte: el lamento por la partida del fallecido. Según Garland (2001), estas lamentaciones no solo representaban un acto de duelo, sino que también evidenciaban las complejas relaciones familiares subyacentes, implicadas en la redistribución de roles en el hogar. Se creía que este llanto permitía al espíritu del difunto reconocer su valoración, lo cual contribuía a su transición al Más Allá.
En relación con lo anterior, Eliade (1974), en su obra Tratado de Historia de las Religiones, ofrece una perspectiva profunda sobre el papel de la mujer en los rituales funerarios, destacando su análisis comparativo entre diversas sociedades antiguas. Según Eliade, la solidaridad de estas sociedades y su conexión con elementos de fertilidad cósmica y regeneración[9] les conferían una influencia significativa en la fertilidad, crianza y tratamiento de los muertos. En el contexto griego, los funerales, con toda su pompa, constituían un ámbito predominantemente femenino. De este modo, es posible que las mujeres aprovecharan estos rituales como una vía para acceder a cierto poder social, ya que su participación era fundamental y diferencial, lo que podría resultar en la adquisición de un estatus. Asimismo, mediante la realización de rituales funerarios y los lamentos, las mujeres lograban trascender el ámbito privado y adentrarse, aunque fuera temporalmente, en la esfera pública o social.
Los funerales etruscos
El pueblo etrusco era sumamente religioso, hecho que es notable por la gran cantidad de pinturas que es posible encontrar cuyo tema es ese; daban mucha importancia a la preparación para afrontar la muerte, durante la vida con el fin de que la existencia en el Más Allá fuese más digna. Además poseían un excelente sentido comercial y habilidades de navegación en nada inferiores a las de los griegos. Sin embargo, a pesar de lo desarrollados que pudieron ser, a estos apenas se les esboza en los libros de historia antigua, lo cual genera la sensación de vacío inarticulador entre las civilizaciones griega y romana.
A pesar del sinnúmero de investigaciones de corte cultural y antropológico que se han desarrollado a partir de la cultura etrusca, todas las ideas que se tienen de estos en relación con el entendimiento que poseían ante el fenómeno de la muerte derivan de la evidencia arqueológica existente, principalmente pinturas e inscripciones funerarias halladas en la necrópolis de Chiusi.
Según Blázquez (1994), el rito fúnebre más antiguo que los etruscos realizaron fue, sin duda alguna, la cremación de los cuerpos. A lo largo de la historia, los estudiosos de la desaparecida cultura etrusca han afirmado que estos practicaron la inhumación de los cuerpos, pues esta civilización tenía la creencia de que existía una vida en el Más Allá y los fallecidos, al ser enterrados, estaban en contacto con la tierra y por lo tanto, se encontraban más cerca de su paradero final; sin embargo, no fue la inhumación de los cuerpos la principal manera de honrar a sus muertos, sino, la cremación, luego de la cual, depositaban las cenizas del difunto en una urna generalmente con forma de casa[10] (siglo IX a.C).
Ya para el siglo VIII a.C se colocaban ofrendas en las tumbas de los muertos, entre las que podían distinguirse carros de oro o estatuillas de figura humana o animal, también máscaras fúnebres con las facciones del muerto. Tales exvotos colocados en las tumbas o en los osarios tenían la función de ofrecer al fallecido aquellos objetos que había poseído mientras se encontraba con vida, de tal manera, que pudiese hacer uso de ellos en el mundo ultraterreno al cual se dirigía y donde se presumía la actuación en otra vida.
Cultos y rituales funerarios en pinturas, relieves y tumbas etrusca
Como se mencionó anteriormente, en la mayoría de los casos, el registro que se posee acerca de los etruscos es adquirido a través de la interpretación que se da a las pinturas, inscripciones y arquitecturas funerarias desenterradas por los arqueólogos; por tal razón, para acercarse al imaginario funerario hay que acudir a tales registros.
Regoli (2023) menciona, en relación con las tumbas, lo siguiente:
Generalmente se trata de tumbas subterráneas o con pequeñas habitaciones, que en algunos casos son recovecos, a las que se accede por un estrecho corredor de acceso que en ocasiones puede definirse como “a caditoia” por sus reducidas dimensiones y falta de escalones o como “tumbas de pozo con laterales”, o bien, “hueco” o “pozos de tierra”. (p.83)
La importancia del túmulo es, como lo manifiesta Brandt et al. (2014), reflejar el poder que el muerto tuvo durante su vida y la importancia que posee para sus familiares, ahora que está muerto. La tumba se convierte en el referente del muerto, es decir, en una manera para que no caiga en la miseria del olvido.
Unido a lo anterior, Nelson (2021, p. 13) menciona que existe evidencia arqueológica demostrable que indica que una causa impulsora de la diversidad en la arquitectura funeraria etrusca fue la prosperidad socioeconómica asincrónica de las ciudades etruscas. En Cerveteri, el túmulo actúa como símbolo de riqueza y poder aristocrático, mientras que las tumbas dado se desarrollaron en respuesta a un período de decadencia económica como medio para conmemorar a los muertos de una manera menos llamativa. Por otro lado, la falta de túmulos aristocráticos y la presencia de tumbas de dados uniformes en Crocofisso del Tufo en Orvieto simbolizan un mayor sentido de igualitarismo e individualismo en una ciudad que tuvo un ascenso posterior al poder y la prosperidad. Las identidades únicas de las ciudades etruscas están estrechamente ligadas a su arquitectura funeraria, que cambió para reflejar las necesidades de las comunidades a las que servían.
Asimismo, Lara (2007) menciona que es posible que, alrededor de las tumbas, se llevaran a cabo periódicamente, quizá anualmente, algunos cultos funerarios por parte de los deudos a sus parientes fallecidos, tales cultos consistían en libaciones, ofrendas vegetales, e incluso el sacrificio de animales como caballos o corderos. Por otra parte, dichos cultos se llevarían a cabo dentro de las tumbas o delante de ellas, o bien, en la parte superior de ella o, de no ser así, simplemente en un altar.
Esas prácticas funerarias, influenciadas por herencia griega, tenían una clara función religiosa, la cual se enfocaba en asegurar el paso y la permanencia de los muertos en el Más Allá. En algunas oportunidades, el boato funerario era tal que al difunto se lo elevaba al rango de héroe, cuya grandeza revertiría social y políticamente en los descendientes.
Además, Turfa (2017) menciona que el culto funerario en Etruria ofrece algunos de los primeros indicios de ritual votivo. El ajuar funerario de los entierros podría considerarse ofrenda para los difuntos, para los antepasados o para los dioses del inframundo: no siempre son pertenencias personales y tenían que ser entregadas por los supervivientes. El uso de un nicho separado para los bienes que están en la tumba, coloca simbólicamente las ofrendas más allá de las manos del difunto, al igual que su condición, es decir, no eran cremadas con el cuerpo. De este modo, el uso de miniaturas y modelos, como urnas tipo cabaña, que no están a escala humana, extiende las intenciones del donante a un ámbito más allá de lo físico. Algunos obsequios se seleccionaban teniendo en cuenta la identidad del difunto: un cuchillo para los hombres, utensilios de tejido para las mujeres[11].
Del mismo modo, Martínez- Pinna (1993) menciona que es posible determinar algunas otras expresiones dentro del mismo ritual funerario que incrementan la riqueza de estos. Afirma que existen:
… manifestaciones dentro del círculo funerario, como la riqueza del ajuar que acompaña al difunto en la otra vida, la ostentación en los rituales funerarios (banquete, juegos, danzas, etc.) y en definitiva con el propio nacimiento del arte figurativo (pintura, escultura), cuyas primeras manifestaciones aparecen ligadas a las tumbas aristocráticas. (p.24)
Desde esta perspectiva, la importancia de la pintura para representar los rituales funerarios es fundamental. Es gracias a las representaciones ofrecidas en los frescos y terracotas que Blázquez (1994) retoma lo manifestado anteriormente por Martinez –Pinna (1993) y menciona que entre los principales rituales funerarios etruscos se encuentran, la realización de banquetes, la participación en juegos atléticos o competencias agonísticas y las danzas en honor del muerto.
Blázquez et al. (1994) ofrece como ejemplo la imagen pintada en un cipo hallado en una excavación en la ciudad de Chiusi:
En un cipo de Chiusi, fechado entre los años 480-470 a.C., uno de los lados muestra una escena de juegos y de espectáculos; juez de juegos; atleta con asta, flautista, bailarina con crótalos y guerrero delante de un tribunal de jueces sentado sobre un palco. (p. 98)
Definitivamente, la influencia griega fortaleció las creencias etruscas acerca de un mundo subterráneo donde las almas permanecerían, un universo, como lo menciona Abascal Palazón (1991), donde habitan dioses que eran representantes de la voluntad de los antepasados y cuyo papel era juzgar el alma de quien había fallecido.
Además, es innegable que los griegos tuvieron influencia en las creencias sobre el mundo funerario etrusco dada la similitud en algunos aspectos, como el viaje de las almas al inframundo; pero al igual que los etruscos tomaron ideas de los griegos para madurar las suyas, los romanos también supieron mantener y aplicar aquellas ideas (griegas y etruscas) relacionadas con la vida de ultratumba en su propia cultura.
El viaje al Más Allá en la creencia etrusca
Según Lara (2007), la mayoría de piezas arqueológicas y pinturas que datan de la época de los etruscos poseen como tema principal el viaje del alma hacia el Más Allá, sitio al cual se podía acceder sobre un caballo, el cual era considerado el portador de dicha alma, es decir, un psicopompo. Sin embargo, el viaje al Más Allá no solo era representado como la silueta de un hombre sobre un caballo que desciende a las entrañas de la tierra, sino que, en muchas ocasiones, se representaba a un hombre montado en un carro tirado por caballos, seguidos por perros o por serpiente. Lara (2007) menciona que una imagen parecida es apreciable en una columna de la Tomba della Pania, en Chiusi, ya que en esta se “ilustra la partida de un guerrero sobre su carro, seguido de hoplitas en clara alusión funeraria” (p. 256), y, otras representaciones del viaje al Más Allá son apreciables en el unas cincuenta urnas, todas halladas en Volterra.
Es por lo anterior, que se creía que el muerto, quien era acompañado por un mono, animal que era considerado por los etruscos como un símbolo fúnebre, estaba en la obligación de llevar a cabo el recorrido hacia el Más Allá, por una senda colmada de peligros hasta poder alcanzar la ultratumba, la cual, en palabras de Lara (2007) “era marcada por serpientes aladas, animales con doble valor simbólico: el de marcadores de las extremidades del mundo y el de mensajero infernales” (p. 257). Ahora bien, si se toman como creencias fieles las representaciones del viaje hacia el Más Allá que se presenta en cada una de las pinturas de tema funerario o las tumbas etruscas, el difunto tendría un tortuoso camino hasta llegar a su destino final, pues debía atravesar lugares desérticos, roquedales y riscos informes, selvas imposibles de penetrar e incluso mares plagados de monstruos y hacerle frente a seres fantásticos y malvados o a feroces y dañinos animales.
Como se observa, son múltiples las maneras en que los etruscos representaban el viaje al Más Allá, esto hace pensar que dicha civilización poseía un gran interés (o acaso preocupación) por el paradero final del alma de sus muertos, además de dar por manifiesto lo arraigada que estaba la creencia en un mundo donde las almas pudiesen habitar.
Los funerales romanos
Algunos estudiosos proponen que en el imaginario romano la muerte era comprendida como un sueño[12] del que no se podía despertar. Sin embargo, estas aseveraciones son contradictorias en relación con los pomposos rituales que se ofrecían a los fallecidos.
P. Vayne, citado por Abascal Palazón (1991) menciona que:
El tránsito hacia el más allá podía ser diseñado por cada individuo según sus creencias y sus propias posibilidades. Idéntico resultado ofrecían los complejos ceremoniales de un funeral imperial que el más sencillo entierro de un esclavo; en ambos casos sus actuaciones tenían un destino común. Las diferencias entre la calidad y cantidad de los ritos y ante la actitud ante la muerte hace que podamos hablar de un auténtico “plan de salvación” individual más allá del que, de manera globalizada y respondiendo a patrones comunes para todos, ofrecían determinadas sectas y doctrinas.
Este plan de salvación requería, en el tránsito de la vida a la muerte, la protección de los dioses o un complejo ritual de purificación que evitara al individuo una existencia angustiosa en el Más Allá. (p.207)
Blázquez et al. (1993) se aparta de la corriente que afirma que los romanos diseñaban formas particulares de destinos ultraterrenos y menciona que desde el momento en el cual un individuo iniciaba su agonía, la religión romana prevenía la realización de los primeros ritos, destinados no sólo a procurar al muerto el descanso eterno, sino a librar a la familia de la mácula de la muerte, es decir, de la contaminación por la muerte y el tratamiento con el muerto, hecho heredado de la Grecia antigua.
Por otra parte, la tradición homérica, que consideraba que la imagen poseída por el cuerpo, justo antes de la muerte, permanecía en el Más Allá, se mantuvo hasta el tiempo de Augusto e incluso después, hasta la entrada de otras religiones, como el cristianismo.
Para comprender cómo los romanos sentían la muerte, se requiere definir algunos conceptos importantes; asimismo, es necesario describir algunos procesos que, al igual que en la Antigua Grecia y la Antigua Etruria, eran indispensables para que el alma del fallecido realizase su viaje al Más Allá.
Un concepto de suma importancia en cuanto al estudio de la muerte en Roma, es el de funus o cuidado post mortem que se le da al cuerpo del fallecido, con el objetivo primordial de que su alma no caiga en pena o quizá con el temor de que esta pudiese tomar venganza por la falta de cuidados en el proceso funerario.
El funus romanorum
El funus comenzaba, lógicamente, con la muerte de uno de los miembros de la familia y tenía por final la inhumación o la cremación del cuerpo, ya que, al igual que en Etruria, las dos prácticas funerarias coexistieron. Pero era más que eso, se trataba de todo un montaje casi teatral, por medio del cual se despedía al fallecido.
Los funerales y el ritual que se generaba a su alrededor tenían la función de acercar a los hombres con las divinidades que vigilaban el sueño definitivo de los fallecidos, pero más que eso, contribuían a paliar la zozobra y la desazón sobre el paradero del muerto entre aquellos que se encontraban con vida y que, de alguna manera, tuvieron relación con este.
Blázquez et al. (1993) señala que luego de que el individuo exhala su último aliento, se procedía con el funus, proceso funerario que, de la misma manera que los griegos, se constituía a partir de varios pasos. Los cuales eran:
El lamento fúnebre
Los familiares llamaban en voz alta al difunto tres veces por su nombre (conclamatio), en señal del último saludo. Este paso tenía la función de despedir el alma del fallecido, pues este, al no responder al llamado, evidenciaba inexorablemente su muerte.
Lindsay (2004) afirma que:
Después de la conclamatio el cuerpo es bajado de la cama, puesto sobre sus rodillas, como si la vida no lo hubiese abandonado, y luego es sentado en el suelo, se lava con agua tibia y perfumada para evitar la rápida descomposición. Como se señaló anteriormente, a finales de la República esta operación fue realizada con frecuencia por el pollinctor (enterrador). El proceso de lavado del cuerpo en agua caliente también pudo ser un método eficaz de asegurarse de que el sujeto ya no estaba vivo. (p. 162)
Una vez que el cuerpo está inmóvil y completamente en silencio, señal de su muerte, el paso que seguía era irrumpir en las lamentaciones, para que posterior a ello el cadáver pudiese ser lavado con agua tibia, la cual simbolizaba la purificación o bien, la descontaminación del cuerpo.
La purificación o limpieza de la contaminación del cuerpo
La familia lavaba y untaba con ungüentos el cadáver, liberándolo de la suciedad y otorgándole la purificación requerida para poder pasar al Más Allá. Además, tal procedimiento facilitaba la conservación del cuerpo, tal como se indica en el libro VI de la Eneida, en los versos 218 y 219, en los que se dice: “Unos preparan agua caliente y calderos que bullen al fuego, y lavan y ungen el helado cuerpo[13]”. Toynbee (1997) plantea que entre los pasos primordiales, luego de la muerte de un romano, se encontraba la purificación del cuerpo; el lavado de la piel implicaría que el fallecido realizaría el viaje al Más Allá sin problemas ni penas.
Traslatio cadaveris
Se llevaba a cabo durante la noche, a la luz de antorchas. El cadáver era trasladado hasta su sepultura o hasta la pira. Esto cambiaba si se trataba de algún personaje ilustre.
Polibio (VI, 53.1-3) citado por Blázquez et al. (1993) afirmaba que:
Cuando entre los romanos muere un hombre ilustre, a la hora de llevarse de su residencia el cadáver, lo conducen al ágora con gran pompa y lo colocan en el llamado foro; casi siempre lo ponen de pie, a la vista de todos, aunque alguna vez lo colocan reclinado. El resultado es que, con la evocación y la memoria de estos hechos, que se ponen a la vista del pueblo - no solo a la de los que tomaron parte en ellos, sino a la de los demás-, todo el mundo experimenta una emoción tal, que el duelo deja de parecer limitado a la familia y pasa a ser del pueblo entero. (p.520)
La cita anterior representa la importancia que poseía para los romanos la realización de los funerales, en procura de la pervivencia de la memoria del difunto de generación en generación.
Cremación o sepultura
Según Blázquez et al. (1993), muchos investigadores del Mundo Antiguo señalan que el rito funerario original fue la inhumación y no la cremación, sin embargo, al parecer ambas prácticas funerarias coexistieron. Para la cremación, el cuerpo del fallecido era colocado sobre una pira o rogus, la cual estaba compuesta por troncos, mezclados con papiros para que fuese más fácil que se produjera una rápida combustión[14].
Los ojos del difunto eran abiertos cuando su cuerpo era colocado sobre la pira para que no pareciese muerto y su alma pudiese ver que los rituales en honor de su muerte se estaban llevando acabo, además, se le rodeaba de sus pertenencias y de ofrendas, tales como carros, armaduras e incluso animales sacrificados, los que le servirían de acompañantes en su pasaje al inframundo.
Según Rhode (2009) existe la teoría de que la cremación de los muertos, así como la practicaron los eslavos, los germanos, los persas y otros pueblos, tiene su origen en la época en que su estilo de vida era nómada. En vista de que se carecía de asentamiento permanente, donde fuese posible enterrar a sus muertos y ofrecer alimentos a las almas de estos. Al vivir en tales condiciones, no quedaban más que dos caminos, por un lado dejar los cadáveres, como lo hacían algunos pueblos primitivos, a la intemperie para que los animales carroñeros o la inclemencia del tiempo se encargase de ellos, o quemarlos hasta que solamente las cenizas fuesen el único vestigio del fallecido, llevando consigo, a todos los lugares que fuese, una ligera vasija llena de ceniza y huesos molidos.
Unido a lo anterior, la cremación pudo tener la función esencial de lograr la completa separación del cuerpo y el alma. La destrucción del cuerpo por medio del fuego obligaba al alma a realizar su viaje al Más Allá, pues el soporte que la mantenía en el mundo de los vivos ya no existía.
En cuanto a la inhumación, basta decir que la Ley de la XII Tablas prohibía el enterramiento dentro de la ciudad, por lo que existían necrópolis extensísimas a lo largo de toda Roma. En la Eneida, es presentada magistralmente, además era necesaria, pues al no realizarse, las almas de los insepultos rogarían a los vivos para que les brindaran un adecuado enterramiento, de lo contrario tomarían venganza contra quienes no tuvieron piedad con ellos.
Los juegos funerarios
Para Blázquez et al. (1993) y Toynbee (1997), el hecho tradicional de sacrificar seres humanos con el fin de honrar a los Manes de los guerreros muertos, como se muestra en la Ilíada cuando se refiera a los funerales de Patroclo (Il, XXI, 25-30), debió ser heredada por los latinos de los griegos.
Por otra parte, Roma debió heredar de los etruscos los juegos gladiatorios. La fecha exacta en que dichos juegos se instituyeron como parte del boato funerario por primera vez es imposible de determinar; sin embargo, Valerio Máximo (II, 4-7), citado por Blázquez (1993) menciona que:
El primer espectáculo de gladiadores se dio en Roma en el foro de boario, bajo el consulado de Apio Claudio y Quinto Fulvio. Los organizaron los hijos de Bruto Pera, Marco y Décimo, para conmemorar la memoria de su padre con un espectáculo fúnebre. (p.525)
En fin, estos combates, además de aparecer en la tercera parte del funus, y de honrar el espíritu del difunto con la sangre de algunos seres humanos, servían para reanimar a la gens y, en algunos casos, tal espectáculo traía consigo la fama necesaria para que los herederos se hiciesen notar.
Los insepulti y los suicidas según la creencia romana
En la antigua Roma, se consideraba que privar a una persona de su sepultura o de la realización del funeral era un delito grave, desde el punto de vista religioso. Si alguien encontraba un cuerpo tirado en la calle o en la playa, su obligación era detenerse y cubrirlo, aunque fuese con una ligera capa de arena, para que de esta manera los Manes del difunto permanecieran tranquilos y el muerto pudiese emprender el camino hacia el Más Allá.
Si el cuerpo del difunto se perdía en el mar, los compañeros o los familiares debían elaborar un túmulo donde el alma pudiese llegar a habitar, pero antes debía llamarse tres veces al difunto por su nombre. Al igual que en Grecia, el hecho de permanecer insepulto era considerado una situación oprobiosa y como se ve en la Eneida, quien poseía esa condición es Palinuro, el cual no había descansado en paz, lo que le producía un sufrimiento extremo a su espíritu.
En cuanto a los suicidas, según Blázquez et al. (1993):
…los romanos desconocieron un nombre preciso que designara la acción de quitarse voluntariamente la vida y empleaban, por el contrario, varias expresiones (por ejemplo, mortem sibi consciscere[15]). En origen, como sucede con todas la sociedades arcaicas, el suicidio estuvo mal considerado creyéndose que las almas de los suicidas se convertían en espíritus malévolos condenados a errar en el mundo de los vivos. (p. 526)
Dicho de otra forma, el suicidio representó una forma deshonrosa de morir, un escape fácil para las situaciones difíciles de sobrellevar y, por lo tanto, una manera por la que el espíritu del difunto no podría ingresar al mundo de ultratumba.
Conclusiones
El análisis de los rituales funerarios en las civilizaciones griega, etrusca y romana demuestra la diligencia y la atención al detalle relacionados con los cuidados que se otorgaban al cadáver. Estos rituales no solo correspondían a manifestaciones de duelo o de dolor por el fallecido, sino que constituían una actividad simbólica que reflejaba aspectos fundamentales de la estructura social, religiosa, filosófica, artística (literaria), política y económica de la vida cotidiana de estas sociedades.
Resulta evidente que los rituales funerarios trascendían el ámbito religioso y se integraban en todos los estadios de estas sociedades antiguas. Desde la ceremonia inicial de preparación del cadáver, conocida como próthesis, hasta la fase final de los funerales y la posterior conmemoración (algunas veces periódica) del difunto. Cada una de las etapas estaba revestida de un sentido simbólico y cultural determinado. Por ejemplo, la celebración de banquetes funerarios y la realización de competencias atléticas y literarias en honor al difunto eran formas de honrar su memoria y exaltar su posición social y económica en la comunidad.
Unido a lo anterior, la variedad de prácticas funerarias, que incluían tanto la cremación como la inhumación, refleja la diversidad cultural y religiosa de estas sociedades antiguas. Asimismo, la elección entre estas prácticas, así como la ubicación y el diseño de las tumbas, constituían actos significativos que expresaban la relación de la comunidad con el Más Allá y la memoria de los fallecidos.
Dentro de estos rituales funerarios, resulta de especial interés el papel preponderante de las mujeres (en especial la mujer griega), ya que ellas no solo se encargaban de tareas prácticas asociadas a la preparación del cuerpo del difunto, sino que también eran responsables de emitir expresiones de dolor y lamento así como de la organización y realización de los rituales en el hogar con el fin de purificar, de la mancha de la sangre y la proximidad con la muerte, a quienes tuviesen contacto con el muerto.
En relación con los rituales funerarios de la civilización etrusca, se observa una marcada preocupación por la vida después de la muerte, evidenciada en una preparación elaborada para el Más Allá. Esta preparación incluía prácticas como la cremación, la colocación de ofrendas y la realización de cultos periódicos. Estos rituales reflejaban una cosmovisión compleja dentro de esta cultura, donde la atención meticulosa a los detalles sugiere una consideración especial por la trascendencia y la continuidad espiritual más allá de la vida terrenal.
Del mismo modo, la referencia a representaciones artísticas en frescos y terracotas ofrece información valiosa ante el inexistente material literario con que se cuenta. Esas representaciones no solo muestran los rituales funerarios en detalle, sino que también proporcionan información sobre la estructura social, el poder político y la influencia cultural de la élite etrusca. Ejemplo de esto se observa en la presencia de banquetes y juegos atléticos representados en las pinturas funerarias de algunos túmulos, lo cual sigiere la importancia del ocio y la ostención.
Otro aspecto que debe destacarse es la influencia griega en las creencias etruscas sobre el Más Allá, ya que es posible destacar algunas figuras como el caballo, el cual se define como psicopompo, es decir, como encargado de trasladar las almas de los difuntos al más allá, o bien, la noción de que camino hacia el Más Allá se encuentra lleno de peligros.
Por otra parte, en relación con las civilizaciones griega y etrusca, el proceso funerario romano (funus) era más que una simple inhumación o una cremación del cuerpo; se trataba casi de un montaje teatral destinado a despedir al difunto o acercarlo a las divinidades que vigilaban su sueño definitivo. Los rituales funerarios romanos no solo cumplieron con un propósito religioso, sino que servían para paliar la ansiedad y el desconcierto de los vivos sobre el destino del fallecido.
En ese contexto, prácticas funerarias como la inhumación y la cremación estaban destinadas a separar el alma del cuerpo y a facilitar el viaje del difunto a su último paradero en el Más Allá. La cremación, en particular, se asociaba con la completa separación del cuerpo y el alma, mientras que la inhumación implicaba las purificación del cuerpo y su disposición final en la necrópolis.
En relación con lo anterior, ante la pena causada por la muerte, se establecían juegos funerarios, como los combates y las carreras, con el fin primordial de honrar al difunto y reanimar a la comunidad. De este modo, los rituales funerarios romanos se presentan como una intrincada red de creencias y prácticas destinadas a garantizar el descanso eterno del difunto y a proporcionar consuelo a los vivos en su momento de duelo. Esas prácticas revelan la relación entre los romanos y la muerte, así como su preocupación por el destino post mortem del alma.
Finalmente, el estudio de los rituales funerarios de estas civilizaciones antiguas (griegos, etruscos y romanos) permite comprender la complejidad de la relación entre la vida y la muerte en el Mundo Antiguo, ya que se puede vislumbrar la importancia social de las creencias y prácticas de estas civilizaciones en torno a la existencia y la transición hacia el Más Allá. Además, al reflexionar sobre estas percepciones ancestrales, se invita a cuestionar y evaluar la propia comprensión de la vida, la muerte y lo que trasciende más allá de esta existencia en este mundo.
Notas
ἄσπετον ὕλην·
ἀλλ᾽ ὅτε δὴ δεκάτη ἐφάνη φαεσίμβροτος ἠώς,
καὶ τότ᾽ ἄρ᾽ ἐξέφερον θρασὺν Ἕκτορα δάκρυ χέοντες,
ἐν δὲ πυρῆι ὑπάτηι νεκρὸν θέσαν, ἐν δ᾽ ἔβαλον πῦρ.
ἦμος δ᾽ ἠριγένεια φάνη ῥοδοδάκτυλος Ἠώς,
τῆμος ἄρ᾽ ἀμφὶ πυρὴν κλυτοῦ Ἕκτορος ἔγρετο λαός.
αὐτὰρ ἐπεί ῥ᾽ ἤγερθεν ὁμηγερέες τ᾽ ἐγένοντο
πρῶτον μὲν κατὰ πυρκαϊὴν σβέσαν αἴθοπι οἴνωι
πᾶσαν, ὁπόσσον ἐπέσχε πυρὸς μένος· αὐτὰρ ἔπειτα
ὀστέα λευκὰ λέγοντο κασίγνητοί θ᾽ ἕταροί τε μυρόμενοι, θαλερὸν δὲ κατείβετο δάκρυ παρειῶν.
καὶ τά γε χρυσείην ἐς λάρνακα θῆκαν ἑλόντες
πορφυρέοις πέπλοισι καλύψαντες μαλακοῖσιν.
αἶψα δ᾽ ἄρ᾽ ἐς κοίλην κάπετον θέσαν, αὐτὰρ ὕπερθε
πυκνοῖσιν λάεσσι κατεστόρεσαν μεγάλοισι·
ῥίμφα δὲ σῆμ᾽ ἔχεαν, περὶ δὲ σκοποὶ ἥατο πάντηι,
μὴ πρὶν ἐφορμηθεῖεν ἐϋκνήμιδες Ἀχαιοί.
χεύαντες δὲ τὸ σῆμα πάλιν κίον· αὐτὰρ ἔπειτα
εὖ συναγειρόμενοι δαίνυντ᾽ ἐρικυδέα δαῖτα
δώμασιν ἐν Πριάμοιο διοτρεφέος βασιλῆος.
ὣς οἵ γ᾽ ἀμφίεπον τάφον Ἕκτορος ἱπποδάμοιο.”
Il., 24. 785-804. Para esta cita, así como para el resto de la investigación se utilizará la traducción de Alejandro Abritta (2023). [»]
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Recepción: 12-08-2022 Aceptación: 22-03-24>