Rev. Ciencias Sociales 155: 131-144 / 2017 (I) ISSN: 0482-5276
MIGRACIÓN E IDENTIDAD CULTURAL EN COSTA RICA (1840-1940) MIGRATION AND CULTURAL IDENTITY IN COSTA RICA (1840-1940) Daniel González Chaves *
RESUMEN
En el siguiente artículo se analiza la impronta cultural de los inmigrantes europeos, asiáticos y afrocaribeños en la conformación de la identidad costarricense. Se realiza una investigación historiográfica de los aportes étnicos, culturales, económicos y sociales de las sucesivas inmigraciones al país llegadas de Europa, Asia y África. Asimismo, se demues- tra como estas migraciones moldearon la identidad nacional costarricense y fueron parte esencial de su desarrollo como país, abarcando el período de 1840 a 1940 .
PALABRAS CLAVE: COSTA RICA * MIGRACIONES * INMIGRANTES * IDENTIDAD NACIONAL * RAZAS * HISTORIA
ABSTRACT
In this article is analized the cultural impresson from European, Asian and Afro-Caribbean immigrants in the conformation of the Costa Rica identity. A Historiographic investigation over the ethnic, cultural, economical and social contributions of the sucesive migration to the country from Europe, Asia and Africa and how molded the Costa Rican national identity and take part in the esential development of the country extending througout the period of 1840 to 1940.
KEYWORDS: COSTA RICA * MIGRATIONS * IMMIGRANTS * NATIONAL IDENTITY * RACES * HISTORY
*
Investigador Independiente spockdg@yahoo.com
132 Daniel González Chaves
INTRODUCCIÓN
La conformación de la etnicidad prima- ria costarricense es similar a la del resto de América Latina, derivada de la unión de tres grandes troncos raciales principales; el español conquistador, los aborígenes americanos y la población africana traída como mano de obra esclava importada desde África, aunque el mes- tizaje con pueblos indígenas pareció ser menor que en otras áreas debido a su aislamiento y reducido número. Modernos estudios genéticos muestran que la población costarricense del Valle Central tiene cerca de 30% de herencia genética indígena, principalmente cabécar, 5% de ascendencia africana y el restante europea, mayormente española (Wang et ál., 2008).
Los españoles en Costa Rica no se encon- traron con grandes civilizaciones urbanizadas y sobrepobladas como sí lo hicieron aquellos que tuvieron que lidiar con las culturas maya, azte- ca e inca. La población indígena costarricense era numéricamente muy pequeña y pronto fue arrinconada a las áreas más montañosas e in- hóspitas del país, por lo que en buena medida no interactuó tanto con el español como sí lo hicieron en países como México o Perú.
Aún así, existe constancia amplia del mestizaje entre españoles, indígenas y afri- canos (Acuña, 2009). Los primeros esclavos africanos fueron traídos al país desde la costa occidental del África ecuatorial pertenecientes a las etnias arara, ije, lucumi, popo, luan- go, congo, angolesa y baribá provenientes de Costa de Oro, Bahía de Biafra, Bahía de Benín, Congo-Angola, Alta Guinea y Cabo Verde (Acuña, 2014). La mayoría fueron usa- dos para trabajar en las granjas ganaderas de Guanacaste, en las fincas del Valle de Matina y especialmente, en el caso de las mujeres, en labores cotidianas en las ciudades del Valle Central. Muchas de las esclavas negras fueron explotada sexualmente por sus amos lo que dio nacimiento a una gran cantidad de mula- tos, los cuales eran liberados al nacer. Acuña señala que esta misma situación de concubi- nato muy común entre esclavas negras que en su mayoría no se casaban, tenía la ventaja de que sus hijos podían ascender en la escala social del sistema de castas costarricenses,
en el cual los mulatos estaban en mejor condi- ción que los negros.
Los estudios de Acuña sobre el mestizaje blanco-indígena-negro en Cartago, capital colo- nial de Costa Rica, demuestran que la presencia de hijos extramaritales es mucho mayor en mu- jeres indígenas, africanas y mulatas que entre criollas y españolas peninsulares (Acuña, 2011). Naturalmente, esto confirma que en Costa Rica sí existió un mestizaje como en otras naciones, aún cuando las características particulares del país y la ausencia de civilizaciones urbanas hi- cieron que la etnia castiza y la cultura europea se tornaran en las dominantes del Valle Central.
DE LA COLONIA A LAS PRIMERAS MIGRACIONES
Se debate entre los historiadores aún si es realidad el mito de la “democracia rural” costarricense, aquella en donde las condiciones de abandono de la provincia por parte de la metrópoli y la pobreza consecuente llevaron a crear una cultura de igualdad entre españoles peninsulares, criollos y mestizos. Lo que sí se sabe es que en Costa Rica no se generó una élite racial española como en otras naciones vecinas, tales como México o Perú, o al menos no tan rígida. Hubo en Costa Rica muy pocos colonos españoles de clase nobiliaria y tampoco se for- maron enormes latifundios. Tras la indepen- dencia de España, la aristocracia costarricense estuvo conformada mayormente por una clase burguesa liberal surgida del apogeo económico de la exportación cafetalera y no como en otras naciones, por parte de terratenientes o nobles españoles asentados en el continente.
El origen étnico de esta burguesía es complejo y resultaría difícil establecer su nivel de “blancura”. Los estudios de Acuña demues- tran que hubo mestizaje entre las capas sociales más altas, pero a su vez es claro que existió una cierta continuidad de poderío social entre la casta criolla española y la aristocracia tica. Que tanto esta aristocracia fue mestiza o mayor- mente de origen español, o que tan abierta era al mestizo que prosperara económicamente, es tema de otra investigación. Lo que puede decir- se, sin embargo, es que por un lado no era una casta étnica como en otros países, sino esencial- mente económica. Por otro lado, surgirá tras la
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independencia y durante el siglo XIX el mito de la blancura tica.
Los testimonios de viajeros de la época salvadoreños y europeos parecen reforzar la idea de que la población costarricense era prin- cipalmente castiza y que se percibía más blanca y menos mestizada que la del resto de Centro- américa (Urbina, 2014). Estos reportajes son dudosos porque parten de los preconceptos de la época y porque son testimonios basados me- ramente en expectaciones visuales y no en es- tudios antropológicos o genéticos, pero cuando menos confirman que el mito mismo tenía un origen observable. Si bien, el raigambre étnico europeo del tico es debatible, lo que no es deba- tible es que en el aspecto cultural, la sociedad, al menos en su clase política y sus capas altas, se consideraba europea y utilizaba la cultura europea como referente casi exclusivo.
Esto lleva a las primeras oleadas de in- migración organizada y masiva post-colonia. Se dan a partir de 1848 impulsadas por el gobierno de José María Castro Madriz y se enfocó en alemanes, británicos y estadounidenses (Berth, 2006), si bien desde la independencia ya se ha- bían dado migraciones individuales de personas pertenecientes a estas nacionalidades.
La motivación principal del gobierno li- beral de la época era promover la migración de colonos blancos a las áreas despobladas de un país con una grave crisis demográfica y que se encontraba virtualmente deshabitado fuera de los asentamientos coloniales. Estos ambiciosos proyectos trataron de poblar con colonos an- glosajones y alemanes áreas remotas, incomu- nicadas y con climas agrestes (Herrera, 2000). Dichos proyectos fracasaron precisamente por las duras condiciones a las que se pretendía someter a los colonos y de hecho, muchas de estas áreas se poblarían después por colonos de etnias más acostumbradas a estos climas y condiciones, como la afrojamaiquina y la china. Pero el fracaso de estos proyectos de co- lonización no implicó el fracaso de la coloniza- ción per se. Por iniciativa individual o de forma organizada grupalmente y con cierto apoyo del gobierno, se tiene constancia de numerosos (para la época) flujos migratorios de alemanes, británicos y estadounidenses que se asentaban
en el país atraídos por las oportunidades co- merciales que implicaban. De acuerdo con He- rrera (2000), estos inmigrantes anglosajones y alemanes tuvieron una influencia decisiva en la producción, comercialización y exportación del café, que se convertiría en el motor de la econo- mía costarricense.
Los inmigrantes anglo-americanos y ger- manos llegaron al país usualmente con gran capital, recursos, apoyos del gobierno y lazos con Europa que resultaban muy valiosos para la industria costarricense; es decir, llegaban en las mejores condiciones. Pero, a diferencia de sucesivas migraciones de otros grupos étnicos, los europeos y norteamericanos no mantuvie- ron una comunidad endógama preocupada por mantener la pureza étnica y los matrimonios intracomunitarios, al contrario, se mezclaron con la aristocracia criolla deliberadamente y a menudo se casaron con hijas de acaudaladas familias costarricenses.
En general, los migrantes alemanes y anglófonos terminan fundiéndose dentro de la adinerada sociedad sin mucho esfuerzo. Tam- bién se da por esta época la migración de otros europeos como españoles, franceses y belgas que tampoco parecen tener mucha dificultad en integrarse a las élites. La participación de los alemanes, ingleses y estadounidenses en la producción agrícola los llevó a prosperar y convertirse en parte del círculo de poder costa- rricense. Según Hall citada por Herrera (2000): “Los extranjeros o sus descendientes llegaban al uno por ciento del total nacional en 1935, pero poseían un 14.5% de la tierra sembrada con esos propósitos” (pp. 139-159) .
Así, esta comunidad llegó a conformar para 1935 cerca del 70% de los beneficiarios de la industria agroexportadora y para 1935 al menos un tercio de estos descendía de los mi- grantes de 1840, que conjuntamente poseían cerca del 40% de tierras de cultivo para princi- pios del siglo XX .
Más humilde y menos aceptada fue la población china que enfrentó a menudo el ra- cismo y la desconfianza de las autoridades. Los primeros migrantes chinos llegaron en 1855 desde Panamá, algunos fueron contratados como sirvientes en la finca de José María Cañas
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y otros por el barón Alexander von Bulow que lideraba los esfuerzos de colonización germa- na del país. Estos eran originarios de Cantón, como la mayoría de chinos de las primeras migraciones. En todo caso, José María Mon- tealegre prohibiría el ingreso de inmigrantes no blancos en 1859, poniendo fin a este primer flujo (Loría y Rodríguez, 2001).
Para esa época, solo los indígenas y la po- blación de origen africano mayormente mulata rompían con la relativa homogeneidad cultu- ral y “racial”. Para 1870 empieza a plantearse la necesidad de traer al país población para trabajos duros y en climas muy difíciles como las minas de Abangares y las bananeras de la United Fruit Company, por lo que Minor Keith presiona al gobierno para que permita el in- greso de trabajadores no blancos. El esfuerzo por traer mano de obra negra de Cabo Verde se frustra al considerarse como esclavista (Costa Rica había abolido la esclavitud junto al resto de Hispanoamérica en 1821) por lo que se traen trabajadores cantoneses a trabajar en minas y bananeras, casi en situación de siervos (Bermú- dez-Valverde, 2012).
No obstante, estos inmigrantes chinos pronto demostrarían pericia en otras labores menos físicas como el comercio, el cuido de niños y las labores domésticas mejorando un poco su posición social. La tendencia de cerrar el país a migraciones “no europeas” por razo- nes meramente racistas resultó tristemente común durante el período del Estado Liberal en Costa Rica. En 1896, bajo la administración de Rafael Iglesias se emite un decreto ejecutivo que faculta al gobierno para impedir el ingreso de “razas perjudiciales” a la sociedad costarri- cense, que luego sería aún más específico en tiempos de Ascensión Esquivel en 1903 donde expresamente se prohíbe el ingreso de ára- bes, turcos, armenios, chinos, jamaiquinos de raza negra y gitanos de cualquier nacionalidad (Martínez, 2010).
En defensa del país, debe señalarse que casi todos los países de Latinoamérica tenían leyes similares y que de hecho fue por iniciativa de Costa Rica que estas se abolieron cuando su delegado Román Jugo Lamiq lo propuso en un congreso interamericano en los años 40.
Pero ciertamente, al menos durante el siglo XIX
y comienzos del XX, el gobierno costarricense tenía una agenda racial, además de económica, detrás de la inmigración.
LAS EMIGRACIONES EUROPEAS
Descontando la obvia colonización espa- ñola del territorio, Costa Rica tuvo durante el siglo XIX y XX flujos migratorios importantes de pobladores europeos incluyendo entre otros a ingleses, alemanes, italianos, franceses, bel- gas, irlandeses, suizos, polacos y estadouni- denses blancos. Estas migraciones no fueron de ninguna manera uniformes en cuanto a aspectos socioeconómicos, religiosos, cultura- les o demográficos. Así por ejemplo, algunos migrantes llegaron con recursos económicos o técnicos y se integraron en las capas más altas de la población (alemanes, ingleses, estadouni- denses, franceses) mientras que otros llegaban en condición más humilde escapando de las crisis económicas en sus países a trabajar en labores manuales (italianos y españoles) o co- merciales (polacos).
Quizás el más antiguo proyecto coloniza- dor se dio en 1825 siendo parte de la República Federal Centroamericana, cuando el gobierno costarricense establece un convenio con el bri- tánico John Hale para traer 100 familias ingle- sas y estadounidenses a colonizar la “Montaña del Inglés”, proyecto que no se concretaría. Un proyecto similar al de Hale sería el impulsa- do por el norteamericano William Reynold en 1891, el cual buscaba traer al país a 100 familias de Estados Unidos para crear colonias agrícolas. Este proyecto, nuevamente, fracasó por las con- diciones geográficas de estas áreas aisladas. Según afirma Bermúdez, una de las ra- zones por las que José María Castro Madriz proclama la libertad de culto en 1848 es para fomentar la inmigración de extranjeros. Como parte de esta dinámica se forma el Cementerio Extranjero para enterrar a los fallecidos no ca- tólicos, ya que todos los cementerios serían pro- piedad de la Iglesia hasta la secularización de los camposantos en 1884, y que sirvió de lugar de descanso no solo para los distintos protestantes que habitaban el país, mayormente británicos,
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estadounidenses o alemanes, sino también para bahais, masones y sefarditas (Guzmán, 2000). El gobierno de Juan Rafael Porras crea
la Junta Protectora de Colonias e incentiva la colonización europea al país. La Sociedad Ber- linesa de Colonización presidida por el barón von Bulow comienza a enrolar pobladores ale- manes dispuestos a asentarse en Costa Rica, al parecer obteniendo buena acogida, ya que en el siglo XIX la prensa europea parecía relatar las oportunidades económicas que representaba Centroamérica (Herrera, 2000). Las primeras embarcaciones repletas de inmigrantes alema- nes, mayormente del norte, parte de Alemania hacia Costa Rica entre 1851 y 1853 pereciendo la mayoría por enfermedades, en el cruce del océano y otros tantos en el viaje a tierra. Esta trágica experiencia hizo que las subsiguientes embarcaciones tomaran rutas más seguras y directas, las cuales desembarcarían en Punta- renas evitando el peligroso trayecto terrestre desde Panamá.
Ahora bien, durante este periodo se intentarían proyectos de colonización de la región de Miravalles liderado por Crisanto Me- dina, de la Costa Atlántica encabezados por Wilhem Marr y Theodore Koshney e incluso de la Isla del Coco por August Gessler. Todos estos proyectos fracasarían por razones obvias, pero los colonos alemanes no se irían, sino que se asentarían en el Valle Central. Se forman también colonias profesionales; una de comer- ciantes traída por Werner Leopold, otra de ar- tesanos en torno a von Bulow y una colonia de intelectuales que llegaron por iniciativa propia dedicándose mayormente a profesiones libera- les: médicos, abogados, ingenieros, etc. Según Berth, para 1864 se contabilizaban 164 alema- nes residiendo en Costa Rica.
Inmigrantes alemanes como John Barth, Georg Stipel, Edward Wallerstein y anglófonos como Ricarhd Trevithck, John Hale, John Ge- rard, Henry Cooper, Peter Squier, John Dent y Richard Brealy se abocaron mayormente a la agricultura, el comercio y la minería apor- tando, entre otras cosas, la crucial experiencia en comercio y relaciones internacionales de la que carecían casi todos los costarricenses. La Compañía Minera Anglo-Costarricense trae
al país gran cantidad de técnicos británicos especializados, la cual fue una tónica de la in- migración anglo-germana; la llegada al país de otro tipo de inmigrante de clase media, pero de amplios conocimientos técnicos y profesionales, atraídos por las industrias mineras y agrícolas. Estos migrantes eran ingenieros, científicos, abogados, médicos, tecnólogos y en general, ex- pertos en campos profesionales fundamentales para la industria y la economía, formados gra- cias a que provenían de países industrializados y con mejor educación, con conocimientos de los que estaban faltos la mayoría de costarri- censes, por lo que ascenderían fácilmente en las industrias nacionales y pasarían a integrarse en la sociedad costarricense entre la clase media. La consecuente prosperidad económica
de la migración anglo-alemana al país, trajo consigo su lógico involucramiento en la política y el número de familias alemanas con partici- pación en partidos políticos, elecciones y cargos de gobierno, lo cual se hace notorio a finales del siglo XIX, siendo algunas de las familias más ob- vias los Koberg, los Peters, los Rohrmoser, los Niehaus, los Dent, los Ross, los Hine, los Coo- per y los Lindo, si bien, Herrera (2000) apunta a que la involucración en la política fue mucho más marcada en la comunidad alemana que en la angloamericana, que pareció dejarla en segundo plano. También la Banca se converti- ría en un atractivo para estos inmigrantes, así, se encuentran accionistas alemanes y anglo- americanos en el Banco Anglo, Banco de Costa Rica, Banco Internacional y Banco Mercantil, entre otros.
Además de alemanes y anglosajones, la migración de colonos europeos también provino de países como Bélgica, Francia, Italia y España, todos con sus aportes distintivos a la cultura, sociedad y economía costarricenses. Uno de particular importancia sería el migrante de origen español. Para 1886 había en el país resi- diendo 554 españoles según censos de la época; casi todos habitaban en San José, su destino de preferencia y donde se estableció la abrumadora mayoría (Marín, 1999). Su número incremen- taría notoriamente pues para 1892 se conta- bilizaban en 1033 personas; el segundo mayor grupo de inmigrantes tras los nicaragüenses y
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el mayor de San José. En 1927, la colonia espa- ñola pasó a ser constituida por 2527 personas. La inmigración española también goza-
ría de respaldo del gobierno. El general Tomás Guardia haría saber por vías diplomáticas y publicidad el deseo de su administración de traer migrantes españoles a trabajar en el país. En 1871, se darían las primeras migraciones de trabajadores gallegos, sorianos y canarios que se dedicarían principalmente a labores agrí- colas, recolección de café y servicio doméstico ingresando al país en docenas. Estos inmigran- tes eran hombres casados que viajaban con sus esposas, hijos y al menos en un caso registrado, hermana. Sus contratos eran por tres años a nueve pesos mensuales, abarcaban desde la salida del sol hasta su ocultamiento, salvo fe- riados y domingos, con una hora de almuerzo y dos de comida.
En 1879 arribaron 67 nativos del archi- piélago canario, en 1892 se asentaron en Costa Rica unas 500 personas (incluyendo menores) de origen español (nacidas en Cuba) en terri- torios cedidos por el gobierno en Nicoya. En 1893, la presidencia de José Joaquín Rodríguez firma un contrato con el español Francisco Mendiola para traer al país cinco mil hombres y quinientas mujeres del norte de España (prin- cipalmente, Cataluña) a desempeñarse en labo- res agrícolas y domésticas, según el género. A Mendiola se le premiaría con dinero y terrenos, y a la colonia propiamente dicha se le haría una exención de impuestos sobre sus pertenencias y se les dotaría de cinco hectáreas (Marín, 1999). Lo cierto es que la cantidad no se cum-
plió pues solo existe constancia de la llegada de quinientas personas, la mayoría muy humildes por las profesiones que reportaron1, lo que pro- vocó la ruptura del contrato con Mendiola. Pero los catalanes permanecieron en el país e inclu- so se dispersaron a las provincias de Limón, Puntarenas y Guanacaste.
En 1913 bajo la administración de Ri- cardo Jiménez Oreamuno, se crea un nuevo contrato para traer trabajadores españoles blan- cos (especificando que no podían ser gitanos o
turcos) para trabajos manuales y domésticos, pero no parece haber tenido la misma acogida que antaño.
Si bien, la migración española provenía de toda la Península, lo cierto es que la ma- yoría de españoles eran gallegos, catalanes, asturianos, canarios y castellanos. Para 1915, de acuerdo a los censos comerciales de San José, la comunidad española poseía pulperías (tiendas de abarrotes), vinaterías, panaderías, pastelerías, dulcerías, licorerías, cafeterías y hoteles, habiéndose integrado sin duda a la vida comercial y económica capitalina. Similar en su condición de trabajador humilde, el inmigrante italiano arribaría en masa a las costas pun- tarenenses en 1887 donde se reporta que 762 mantovanos llegaron a trabajar en la construc- ción del Ferrocarril; 671 italianos llegarían seis meses después (Brancacci, 2010) .
La construcción del Ferrocarril había atraído al país a trabajadores afrocaribeños, chinos, centroamericanos (principalmente ni- caragüenses) y los italianos ya mencionados. Pero de todos, los italianos tenían mayor nivel de educación a pesar de ser mayormente perso- nas de bajos recursos, pues en la propia Italia se conocía para esa época de movimientos sindica- les, leyes laborales y principios de lucha social. De ahí que su contrato implicase una serie de reivindicaciones que los trabajadores chinos y jamaiquinos no parecieron haber incluido, como el derecho a atención médica y a ser re- patriados de desearlo. Las duras condiciones de trabajo los llevó a organizar la primera huelga en la historia del país en 1888.
Esta huelga tuvo repercusiones interna- cionales ya que llegó a la prensa italiana y el go- bierno de Roma envió un barco para repatriar a sus conciudadanos, sin embargo, 848 habían regresado en un vapor francés y 521 permane- cieron en el país. Los que retornaron a Italia no parecieron guardar resentimientos hacia el pueblo costarricense como consta en una carta de despedida que remiten al periódico La Repú- blica donde indican:
Volveremos a nuestro país, más el dulce
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Principalmente braceros, pastores, obreros y sirvientas.
recuerdo de los generosos ciudadanos de Cartago y San José, quedará en nuestro
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corazón por toda la vida, pues no podre- mos nunca olvidar que si vamos hoy a abrazar a nuestros pobres hijos, lo debe- mos al amor de fraternidad con que nos han acogido cuando necesitábamos de todo. Por esto nuestro grito será siempre “vivan los costarricenses”. Los italianos (Brancacci, 2010).
De los italianos que se quedaron en Costa Rica, muchos siguieron dedicándose a labores humildes, por ejemplo, participaron en la construcción del Teatro Nacional. A diferen- cia de otras comunidades como la alemana, británica y estadounidense que se mezcló de- liberadamente con los criollos costarricenses, los italianos —al igual que los polacos— pare- cieron mantener relaciones más endógamas, preservando los lazos intracomunitarios y pre- firiendo las uniones y socialización con los suyos. Asimismo, preservaban su idioma, coci- na y costumbres (Bariatti, 1989).
Esta característica sería compartida por la inmigración polaca, aunque en esta incidió un factor determinante, la religión. La mayoría de polacos que emigraron a Costa Rica eran judíos ashkenazíes provenientes de la localidad de Żelechów en Polonia, y otros tantos de Os- trowiec y Varsovia. El primer inmigrante judío polaco fue el odontólogo judío Maximiliano Fischel Hirshberg, oriundo de Bendzin, Polo- nia, llegado al país el 23 de diciembre de 1869, siendo además el primer judío ashkenazí en suelo costarricense. Para esta época ya existía una activa comunidad judía sefardí que acepta a Fischel y este se casa con una hija del clan sefardí Robles (Guzmán, 2000).
Sin embargo, Guzmán (2000) apunta a que este fue uno de los pocos casos en que hay una unión ashkenazi-sefardí. Las migracio- nes polacas sucesivas se dieron en el decenio de 1929 a 1939 donde 600 polacos llegaron a suelo costarricense, casi todos judíos ortodo- xos. Estos polacos mantuvieron su distancia matrimonial de la comunidad sefardí y favo- recieron los matrimonios dentro de su misma comunidad (Kauffmann y Barrantes, 1986). Una parte importante de los inmigrantes polacos se dedicaron al comercio ambulante o
de puerta en puerta, llamados “klapers” por los suyos (onomatopeya en yídish que hace referencia a tocar puertas). Esto generó choques con el go- bierno y los comerciantes que lo veían como una evasión de impuestos. En consecuencia, la comu- nidad polaca se vio víctima de toda clase de acusa- ciones, muy comunes en casi todos los discursos antisemitas, como ser promotores del comunismo, envenenar la leche y practicar la usura.
Esto provocó un encandilado debate pú- blico sobre la conveniencia o no de permitir el ingreso de la comunidad polaca, restringirla o incluso, expulsar a los ya residentes. El último gobierno de Ricardo Jiménez, que los conside- raba buenas personas y trabajadores, no tomó medidas en su contra, pero las voces antisemi- tas eran bastantes, entre ellas las de figuras re- levantes de la intelectualidad como los futuros presidentes León Cortés Castro, Otilio Ulate Blanco (propietario del Diario de Costa Rica) y un grupo antisemita autodenominado “Liga Antiinvasionista”. Pero los polacos también tuvieron sus defensores entre personajes como Francisco Faerrón, Fabio Benavides y Clorito Picado (Soto, s. f.).
Los gobiernos posteriores a Ricardo Ji- ménez, como el de León Cortés (1936-1940), Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-1944) y Otilio Ulate (1949-1953) tomaron medidas en contra de los polacos para afectarles directa- mente sus intereses económicos y políticos (Schifter, Gudmundson y Solera, 1979).
Las medidas antijudías se relajarían durante el gobierno de Teodoro Picado Mi- chalski (1944-1948) quien era hijo de madre polaca, pero esto a su vez trajo como irónica consecuencia que la comunidad judía fuera vista como pro-calderonista (la tendencia polí- tica a la que pertenecía Picado), lo cual le trajo problemas una vez que la revolución anticalde- ronista tuvo éxito en 1948, cuando por ejemplo, la sinagoga de San José fue quemada. Aún así, el caudillo vencedor José Figueres se compro- metió con la comunidad judía a no realizar per- secuciones en su contra.
Ciertamente, el período de los años 40 bulló de tensiones étnicas entremezcladas con tensiones políticas. A raíz de la declarato- ria de guerra a las potencias del Eje en 1941,
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siendo presidente Calderón Guardia, se dio pro- bablemente el momento más negro en la his- toria de las colonias alemana e italiana. El gobierno tomó toda clase de medidas lesivas hacia los ciudadanos de estos orígenes inclu- yendo arrestos, decomisos de propiedades, con- fiscaciones, deportaciones a los Estados Unidos y apresamiento dentro de un campo de concen- tración localizado en San José.
Esto, sumado al embargo a Alemania e Italia (que eran los principales clientes de mu- chos exportadores alemanes e italianos) y a las medidas legales tomadas desde antes de decla- rada la guerra que restringían su participación en juntas directivas empresariales y comercia- les (Peters y Torres, 2002), causó estragos en el peculio de muchas de estas familias, que en muchos casos lo perdieron todo. El drama hu- mano probablemente fue el peor al ser muchas de estas familias separadas, especialmente los integrantes masculinos quienes fueron depor- tados a Estados Unidos a ser interrogados. Esto tuvo como lógica consecuencia el que estas co- munidades engrosaran las filas de la oposición anticalderonista, aumentando las tensiones políticas de la época que derivaron en un alza- miento armado.
ASPECTOS GENERALES
DE LA MIGRACIÓN EUROPEA
Como puede comprobarse, no toda emi- gración europea estaba en las mismas condi- ciones. Los inmigrantes alemanes, británicos y franceses llegaron a Costa Rica en su mayor parte con buenas condiciones económicas sien- do absorbidos fácilmente por las clases medias y altas, sumándose a la oligarquía política, es- pecialmente en el caso alemán y francés. En cambio, la inmigración española (sobretodo catalana y gallega), la italiana y la polaca fue más humilde. No quiere decir que no existieran empresarios adinerados de esas nacionalidades en el país, pero a diferencia de los alemanes que numéricamente eran en su mayoría de situa- ción acomodada, italianos y españoles en masa
especialmente al surgir el nazismo, emigrando en principio en condiciones de refugiados con pocos recursos.
La ventaja que tendrían españoles e ita- lianos es que, al igual que las migraciones eu- ropeas adineradas, no sufrirían de racismo y aún siendo pobres serían integrados en la socie- dad costarricense, a diferencia de los polacos, chinos, afrocaribeños y gitanos que levantarían suspicacias étnicas.
Asimismo, podría decirse que hay dos diferencias en el tipo de migración europea. Por un lado, la alemana, sajona y francesa que tiende a asimilarse dentro de la población cos- tarricense sin por ello dejar su identidad étnica (especialmente en el caso alemán) contrapuesta a una inmigración más cerrada e intracomuni- taria que, al menos en un principio, se mantuvo cerrada en sus lazos comunitarios internos como italianos y polacos, que también preser- varon sus idiomas por un tiempo.
Pero estas mismas comunidades también crearían círculos e instituciones propias para preservar sus culturas, herencias, identidad na- cional y conexión a sus patrias de origen o reli- gión en el caso judío. Así, los alemanes crearían la Escuela Alemana, el Colegio Alemán, el Ins- tituto Humboldt y el Club Alemán que sería el epicentro de su interacción comunal, que inclu- so importaría las luchas políticas de la madre Alemania entre partidarios del viejo Imperio alemán y la República de Weimar a principios del siglo XX y entre partidarios de Hitler y sus detractores en los 30 (Berth, 2006). Similarmente, los judíos polacos (preser- varon una identidad étnica diferenciada de sus correligionarios sefardíes) crearían sus propias sinagogas, su cementerio propio, el Cementerio Judío2; su propio centro educativo de preesco- lar a secundaria, el Instituto Jaim Weizman; grupos filantrópicos como las Damas Israelitas, una logia B’nai B’rith y un museo histórico.
Las redes de solidaridad dentro de estas comunidades también serían de relevancia, así por ejemplo, los alemanes tenían la Sociedad
emigraron escapando de crisis económicas de sus regiones de origen y a dedicarse a labores humildes, mientras que los polacos escaparon de las persecuciones antisemitas de la época,
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Usado mayormente por ashkenazis pues los sefar- díes mantuvieron, al menos por un tiempo, la costumbre de usar el Cementerio Extranjero (Guzmán, 2000).
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Alemana de Beneficencia que partía del lema “No hay alemán pobre” y brindaba respaldo económico a los alemanes de escasos recur- sos que llegaban al país o que sufrían deba- cles financieros. Los italianos contaban con la Sociedad Italiana de Mutuo Socorro, clon de iniciativas similares surgidas en la península itálica e importada al país, así como con la So- ciedad Filantrópica Italiana.
En síntesis, los inmigrantes europeos aportarían al país no solo su empuje a la econo- mía desde las distintas labores que realizaron, sino además su acervo genético, sus vínculos con el viejo continente y su riqueza cultural que impactó decididamente en el país.
LA INMIGRACIÓN CHINA, ÁRABE Y
AFROCARIBEÑA
La más polémica inmigración para efec- tos costarricenses es la inmigración “no blan- ca”, que enfrentó regulaciones y prohibiciones a lo largo de la historia. Como se mencionó ante- riormente, las primeras migraciones africanas se dieron en tiempos de la colonia. No obstante, los primeros en romper la supuesta homoge- neidad racial de forma notable serían los chi- nos, mayormente originarios de Cantón, que se asentarían en el país llegando desde Panamá en 1855 a pesar de que previamente el Emperador de China había expresamente prohibido la mi- gración a California y al Estado de Costa Rica (Soto, 2009).
En 1873, arriban 653 chinos a Punta- renas provenientes de Macao, para desem- peñarse en labores bastante peligrosas en la construcción del Ferrocarril, incluyendo el uso de explosivos. Fueron localizados en cam- pamentos restringidos. Algunos se desempe- ñarían luego en servicio doméstico, mecánica, cocina y similares, para luego ser “vendidos” como trabajadores rurales en haciendas. A pesar de la oposición del gobierno para impor- tar trabajadores chinos, Minor Keith presiona para traer de Macao a mil trabajadores chinos, aunque se desconoce cuántos realmente llega- ron al país.
A finales del siglo XIX se formaría una colonia china en Puntarenas liderada por el cantonés José Chen Apuy, quien llegó a Costa
Rica en 1873 originario de Zhongshán (Chen, 1999). Las migraciones de Cantón a Puntarenas serían tan comunes que incluso se llegó a creer en China que el nombre del país era el de esta provincia portuaria.
La presencia china en el país empezó a generar reacciones negativas por parte de los segmentos más recelosos racialmente, siendo sujetos a todo tipo de denuncias ante las autoridades, sanciones económicas y res- tricciones migratorias. Así, en 1896 se emite un decreto facultando al Poder Ejecutivo a restringir el ingreso de “razas perjudiciales” para el país o de segregarlas a ciertas áreas. En 1897, se prohíbe por decreto el ingreso al país de “chinos y culíes”, aunque se permite a los ya residentes permanecer en suelo tico (Soto, 2009).
Sus migraciones serían sucesivas y cons- tantes, y no fueron exitosamente frenadas por las diversas leyes restrictivas, aunque fue en- torpecida o dificultada por ellas. Más allá de los obreros traídos por contrato, otros ingresaban por iniciativa individual al país de manera legal o ilegal, fundiéndose entre la colonia china, con sus mayores asentamientos en San José, Punta- renas y Limón.
Entre las medidas que utilizaban para burlar la prohibición de ingreso se incluía el usar pasaportes de familiares, usar documentos que los identificaban como ciudadanos britá- nicos cuando eran oriundos de lugares como Hong Kong y Jamaica, usar pasaportes de chi- nos fallecidos o simplemente ingresar escon- didos al país o cruzar la frontera por áreas no vigiladas (Soto, 2009).
A los chinos se les acusaba de malas cos- tumbres, vagancia, consumo de opio, bullicio y adicciones al juego y al licor, de fomentar la prostitución y de difundir enfermedades como la lepra y la sífilis (Soto, 2009).
Es difícil saber si la aversión hacia los chinos provenía solo de las clases dominantes y la élite política o si la población llana com- partía los mismos prejuicios, aunque el testi- monio de la época del viajero francés Maurice de Périgny indica que los chinos eran queridos por la gente común:
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…el pueblo los ven de un ojo bastante bueno, puesto que son todos comercian- tes y no compiten con la mano de obra. Son más acogedores que los comerciantes costarricenses y conceden de más buena gana crédito. Además, mantienen los pre- cios y impiden el aumento (Soto, 2009).
Aún así, existen registros de tensiones étnicas entre los chinos y otras minorías étni- cas y migrantes, como el caso de dos mujeres jóvenes afrocaribeñas que acusaron a un chino de acoso sexual y de un comerciante libanés de apellido Beirute que tuvo una grave disputa con un colega chino que llegó al punto del daño a la mercancía del segundo. En todo caso, las ten- siones étnicas entre migrantes son aún un tema por investigar.
Si la postura de la población pudo ser simpática o cuando menos ambivalente hacia los chinos, no cabe duda que la mayoría de las autoridades políticas los despreciaban. El go- bernador de Limón de 1896, Balvanero Vargas, conocido por su filiación a organizaciones ra- cistas, les llamó “raza asquerosa e inmoral”, así como, “perniciosa y devoradora”. Las medidas persecutorias del gobierno llevarían a tener cui- dadosos registros de los ciudadanos chinos por provincia, lo cual era de naturaleza obligatoria registrarse, por parte del inmigrante oriental, incluyendo menores, ancianos y enfermos, así como demostrar su presencia legal al país me- diante testigos y documentos, salvo que pudiera probar que estuvo imposibilitado de atender el llamado de inscripción, so pena de ser deporta- do (Soto, 2009).
En general, la población china parece haber sido víctima de algunas de las campa- ñas más duras de prejuicio racial, que incluso no parecieran haber sufrido (al menos a tal
grado) los negros3. Con respecto a los migran- tes afrocaribeños, estos provenían no solo de Jamaica como algunos piensan, sino también de áreas como Panamá, Curazao y las Antillas.
No obstante, la población jamaiquina sería por mucho la mayoritaria.
Esta comunidad tendría algunas carac- terísticas diferentes a otros inmigrantes ma- yormente por su aislamiento. Traídos al país desde 1870 a trabajar en la construcción del Ferrocarril, al igual que chinos e italianos, la mayoría pasaría también a trabajar en las ba- naneras de Keith, al menos hasta que ello fue
prohibido en los años 40 por el gobierno4. La colonia jamaiquina iría cerrándose en sí misma y preservando su cultura de una manera un poco más hermética que otros grupos migra- torios, por una serie de factores; la distancia entre las bananeras y las zonas de población, el uso del idioma inglés por parte de sus jefes estadounidenses que hizo innecesario el apren- dizaje del español y las leyes que prohibían su libre tránsito fuera de ciertas áreas. Todo esto contribuiría a la preservación de una identidad cultural muy particular, con sus propias igle- sias protestantes, su propia lengua, sus platillos y sus costumbres.
La migración afrocaribeña, al igual que la china, la polaca y en menor medida la italia- na, también tuvo la característica de mantener- se “fiel al linaje”, al menos durante una parte importante de su historia. Los matrimonios interraciales eran mal vistos por ambas comu- nidades, la negra y la criolla, e incluso la visión de sus respectivos cultos religiosos era tolerada pero vista con recelo por unos y otros (Duncan, 2005). Aunque estas restricciones irían dismi- nuyendo con el tiempo.
Un aspecto curioso de la inmigración afrocaribeña es que es una de las pocas que luego se revirtió; es decir, pasó de inmigración a emigración. Las oleadas migratorias de ne- gros jamaiquinos, antillanos y caribeños en general que llegaron a partir de 1870, fueron retenidas tras la crisis económica de la Primera Guerra Mundial y el boom azucarero de Cuba, de tal forma que muchos afrocostarricenses comenzaron a migrar hacia Cuba desde 1912 (Putman, 2013). Tendencia que no se ha deteni-
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El periódico El Corresponsal de 1901 afirmaba: “es mil veces mejor o menos peor tener una considera- ble inmigración de negros de rostros relucientes y de musculatura de hierro, que una insignificante afluencia de chinos”.
do, ya que la población negra es una de las que
4 El gobierno prohibió explícitamente a la UFC o
contratar mano de obra negra.
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más emigra de Costa Rica a Estados Unidos a la fecha de hoy (Duncan, 2005).
En todo caso, afrocaribeños y chinos no lograron integrarse plenamente en la vida política del país hasta después de 1949, cuando las leyes raciales que les segregaban y limitaban deliberadamente su participación política fue- ron abolidas.
La otra oleada migratoria “no blanca” de relevancia sería la árabe. Esta se inicia princi- palmente en el decenio de 1887 a 1897, consti- tuida primordialmente de libaneses y sirios de religión cristiana maronita u ortodoxa (Mar- tínez, 2010). En el caso particular de los liba- neses, dejarían sus tierras a razón de la crisis económica que asoló el Imperio otomano y la violencia interreligiosa que abundaba en la zona costera del Levante, en especial entre cristianos y drusos. El Líbano otomano ex- portó hasta 21 000 personas que escapaban de las duras condiciones en la región usualmente hacia destinos como Australia, Estados Unidos y Suramérica, pero varios se quedaron en Costa Rica que era un punto de escala para algunos de estos países, por razones tanto incidentales como voluntarias.
Los primeros migrantes siro-libaneses de los que se tiene registro fueron las parejas Pablo Sauma Aued y Susana Tajan Meckbel, y José Tabush Fallat e Ignacia Haquím Zaglul. Los migrantes libaneses y sirios aportarían al país algunos apellidos reconocibles de la economía y la política como Alem, Aued, Barzuna, Beirute, Esna, Hasbun, Maleck, Salom, Sámara, Sauma, Selim, Tabash y Ya- muni (Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas, 2009-2010). Los inmigran- tes árabes se dedicarían al comercio y la administración de tiendas como actividad principal, en lo que destacarían prosperando notoriamente. Si bien, todo pareciera indicar que no sufrieron el acoso público que su- frieron polacos y chinos, el gobierno si tomó diversas medidas para prohibir el ingreso de ciudadanos de etnia árabe al país, especial- mente en el Decreto de Esquivel de 1903, lo que hace entrever que el gobierno no veía con buenos ojos la migración árabe.
Una estrategia que apunta Martínez que usaron los inmigrantes libaneses para inte- grarse a la sociedad costarricense fue la par- ticipación dentro de la Masonería, de la cual uno de sus miembros, Bejos Yamuni, llegaría a ser gran maestre. No sería la primera vez ya que históricamente la Masonería costarricense había sido punto de encuentro para “extranje- ros” como británicos, alemanes, estadouniden- ses y sefarditas (Martínez, 2010).
Aún así, muchas de estas familias llegaron a ser muy adineradas y formar parte integral de las familias de influencia empresarial y política del país, como los Sauma, los Barzuna o los Yamuni. Algunos integrantes de la comunidad libanesa llegaron a ostentar cargos diplomáticos, parlamentarios, ministeriales, empresariales y de alto rango en partidos políticos.
Con los libaneses también sería común que mantuvieran en principio matrimonios in- tracomunitarios, pero como en los demás casos salvo el polaco, esta práctica cayó en desuso con el tiempo. Otra migración árabe de relevan- cia se dio a partir de 1967 por parte de palesti- nos, arribando al país una treintena de familias palestinas que escapaban de la guerra, estas en su mayoría de fe musulmana (Ismu, 2013).
ASPECTOS GENERALES DE LA MIGRACIÓN ÁRABE, CHINA Y AFROCARIBEÑA
El aporte cultural de las comunidades no europeas al contexto costarricense es in- negable, a pesar de los denotados esfuerzos de los gobiernos pre-48 de negarlos y las políticas deliberadas para impedirlo.
Pareciera casi necesario incluir a la po- blación polaca en esta sección, ya que más allá de las razones geográficas para incluirlas en las secciones que tratan la inmigración euro- pea, como minoría etno-religiosa compartió muchas similitudes con las poblaciones ára- bes, chinas y negras.
En el aspecto religioso, existen indicios de que los migrantes chinos trajeron al país sus prácticas tradicionales como el budismo y la re- ligión tradicional china (Chaves, 2012); no obs- tante, la mayoría se convertiría al catolicismo aparentemente como una forma de integración en la sociedad (Apuy citada por Chaves, 2012)
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o practicarían su budismo de manera muy dis- creta. Esta sería una diferencia notable respecto a otros grupos como polacos y jamaiquinos en donde la religión, judía en el primer caso y an- glicana en el segundo, formó parte fundamen- tal de su identidad cultural y comunitaria.
Esto puede ser producto de la conserva- dora sociedad de la época en la cual religiones como el judaísmo y el protestantismo tenían ya sus problemas para ser practicados, aún siendo parte de la familia monoteísta, mucho más las religiones orientales traídas de China. No obstante, sucesivas migraciones proceden- tes de China continental y Taiwán a partir de los 70 en épocas más liberales religiosamente, permitieron la conservación de las religiones tradicionales o la práctica de un claro sincre- tismo con la católica.
Fuera de la religión, la impronta china a la cultura costarricense, al igual que la afroca- ribeña y libanesa, es clara en la cocina, el arte, la danza y otras expresiones culturales.
Los libaneses y sirios no parecieron tener problemas en el aspecto religioso. Si bien, un 15% de los migrantes siro-libaneses a Centroamérica eran musulmanes5, en Costa Rica la migración parece ser abrumadora- mente de cristianos maronitas libaneses que, al estar la Iglesia maronita en comunión con Roma, fueron considerados para todos los efec- tos como católicos.
Respecto a las redes de apoyo solidario típicas de los inmigrantes y las instituciones para preservar la unidad comunitaria y la cultu- ra, los chinos fundaron en 1905, el Club Chino y contaban con un Fondo Mutuo de Ayuda, aunque no hubo esfuerzos por preservar el idioma cantonés como en otras comunidades, más bien hubo un esfuerzo por que las nuevas generaciones hablaran solo español como es- trategia de integración (Apuy citada por Chaves, 2012), también existe en el distrito de Pavas en San José, una Pagoda de budismo chino y una Asociación de Tai Chi Taoísta fundada en 1999. Desde la restauración de lazos diplomáticos con
China continental se creó en el país el Instituto Confucio que brinda clases de mandarín.
Los libaneses cuentan con la Casa Li- banesa que imparte clases de comida libanesa, danza del vientre e idioma árabe. A diferencia de los alemanes y otras comunidades europeas que arribaron al país, los inmigrantes judío-polacos, italianos, árabes, chinos y afrocostarricenses buscaron en principio preservar los lazos san- guíneos y comunitarios procurando los matri- monios al interno de la comunidad, preservando el idioma y las costumbres culinarias, entre otras cosas. No obstante, excepto en el caso polaco, estas costumbres irían rompiéndose con el paso del tiempo y desde hace décadas estas comunidades dejaron la endogamia, entremez- clándose con el resto de la población costarri- cense y aportando sus apellidos al resto del país. Este cambio se dio hace décadas en los
otros grupos, pero es relativamente reciente entre la comunidad afrocaribeña que desincen- tivaba las uniones con “pañas” (blancos), pero el censo del año 2000 muestra un porcentaje nada desdeñable de familias mixtas con jefe o jefa de hogar afrocostarricense y cónyuge blan- co. Aún así resulta interesante destacar que los hijos de uniones raciales mixtas tienden a de- clararse afrocostarricenses (Putman, 2013). El caso es que estas comunidades, más allá de sus esfuerzos iniciales por mantenerse separadas al menos sanguíneamente, desde hace mucho tiempo se han integrado de forma plena a la so- ciedad costarricense y aportado a la misma en todos los aspectos.
CONCLUSIONES
El tema de la inmigración es —y seguirá siendo— un tema polémico en Costa Rica, país tradicionalmente receptor de inmigrantes y que actualmente tiene el puesto de ser el país latinoamericano con mayor cantidad de inmi- grantes per cápita; 386 000 para un 9%, de los cuales alrededor del 76% son nicaragüenses (Martínez, Cano y Contrucci, 2014).
Esto provoca el surgimiento a menudo de discursos xenofóbicos hacia estas poblaciones. Por razones de tiempo y espacio no se abor-
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dó en el presente artículo las inmigraciones posteriores como las colonias de cuáqueros
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en Monteverde, italianos en San Vito de Coto Brus, menonitas en San Carlos, así como, las migraciones de latinoamericanos y estadou- nidenses que se empezaron a dar a partir de 1970. Resultarían interesantes como tema de investigaciones futuras al ser migraciones mo- tivadas, ya no por razones económicas sino políticas, siendo Costa Rica considerado un destino de paz, se convirtió en refugio de co- munidades pacifistas que escapaban de la cons- cripción militar en Estados Unidos como los cuáqueros, de latinoamericanos y españoles que huían de las dictaduras en sus países, y de otras nacionalidades como estadounidenses, israelíes, palestinos y colombianos que veían el país como un refugio de paz.
La migración nicaragüense siempre será tema controversial en Costa Rica. Esta no es nueva, pues data del siglo XIX y se ha venido dando por oleadas cíclicas producidas por cri- sis económicas o guerras, atrayendo grandes flujos migratorios nicaragüenses que suelen tener el mismo destino; las migraciones se dan en gran número y luego disminuyen, una parte de la población nicaragüense se integra a la sociedad costarricense y otra parte regresa a su país por distintas razones. Es muy probable que las más recientes olas migratorias corran el mismo destino.
Pero fuera de la relación con los veci- nos del norte, siendo que Costa Rica y Nicara- gua siempre tendrán una relación demográfica compleja, lo cierto es que se puede observar un paralelismo histórico entre las migraciones lati- noamericanas, especialmente la nicaragüense y colombiana, y las migraciones del pasado de polacos, chinos y árabes. Mucho del discurso que se utiliza actualmente hacia inmigran- tes latinoamericanos es casi idéntico (salvo las diferencias de contexto) al que alguna vez se utilizó contra chinos, judíos y “turcos”.
Lo que más llama la atención es que hoy las comunidades de origen polaco, chino y libanés se han convertido en parte integral de la sociedad costarricense y en comunidades prósperas e influyentes en la economía, la política y la cultura. Cabría preguntarse si no sucederá lo mismo a futuro con las colonias colombiana, ni- caragüense y de otras naciones latinoamericanas
“mal vistas” por algunos sectores, y preguntarse también quienes pasarían a ser los nuevos inmi- grantes “indeseados” en el futuro. Indistintamente de esto, lo cierto es que
Costa Rica es sin duda un país forjado por inmi- grantes de todo tipo, un certero crisol de razas y culturas, y un gran rompecabezas étnico conformado por piezas multicolores de todo el mundo. Por ello, es que la decisión reciente del Parlamento de declararla constitucionalmente una república “multiétnica y pluricultural” puede describirse como sabia.
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