Rev. Ciencias Sociales 156: 57-66 / 2017 (II)

ISSN: 0482-5276

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ACTO DE CLAUSURA DEL AÑO ACADÉMICO DE 19581*

(CELEBRADO EL 26 DE DICIEMBRE)

Fuente: Fotografía nro. 2301. Inauguración del Edificio de Ingeniería. Archivo Universitario de la Universidad de Costa Rica (aurol).

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PALABRAS CLAVE: DISCURSO * EDUCACIÓN * INVESTIGACIÓN * DESARROLLO CULTURAL * JUSTICIA SOCIAL

KEYWORDS: SPEECHES * EDUCATION * RESEARCH * CULTURAL DEVELOPMENT * SOCIAL JUSTICE

Esta noche, noche que cierra otro capítulo de la interminable historia universitaria, quiero que los jóvenes graduandos, sus padres y sus amigos, y los profesores y funcionarios asistentes, me permitan hilvanar unas cuantas reflexiones sobre el papel que a la educación, y a la universitaria en particular, correspóndeles desempeñar en el proceso de crecimiento económico y social del país, y a la consecuente preeminencia que a ellas conviene otorgarles en los programas nacionales, incluso desde el punto de vista material. Son reflexiones que, creo, está bien hacerlas en el acto de hoy, cuando 176 jóvenes van a recibir los títulos que acreditan su competencia profesional y, junto con ello, la responsabilidad de serle útiles al pequeño y querido país que ha hecho posible su educación.

Yo sé bien que la noche es de fiesta, pero la fiesta no va a aguarse por el recuerdo de problemas que a todos nos atañen, a todos nos acechan, a todos nos obligan. Creo, por el contrario, que tal recuerdo hará que la fiesta de hoy no sea sólo la vespertina de la labor cumplida, sino también la matinal de las faenas que se perfilan por delante.

País pobre pero sanamente ambicioso, de múltiples necesidades y escasos recursos: eso es Costa Rica. Y su gran problema es, en consecuencia, el mismo de cuantos países pobres se sienten aguijoneados por el deseo de progresar: decidir la proporción de sus limitados recursos que dedicará a satisfacer las necesidades inmediatas de la comunidad, y la proporción que dedicará a aumentar la capacidad productiva del esfuerzo nacional. Igual que en el caso de un ser individual deseoso de prosperar, el cual no podrá gastarse todo cuanto gana porque quedaría estancado, pero tampoco podrá ahorrarlo todo porque entonces estaría condenándose a sucumbir a causa de la insatisfacción de sus necesidades inmediatas. Igual que el individuo, la sociedad —si en efecto pretende progresar— tendrá concienzudamente que determinar el más alto nivel de ahorro y capitalización compatible con las exigencias del consumo de todos los días. Lo que, en el fondo, no es sino una decisión entre el consumo de hoy y el consumo del futuro, porque el robustecimiento de la capacidad productiva del individuo o de la sociedad a que conduce el ahorro bien canalizado, se resolverá finalmente en la posibilidad de satisfacer, con amplitud y seguridad mayores las mismas necesidades que el ahorro que hoy está sacrificando. Es un problema de previsión, o sea, de consideración del futuro frente a frente del presente. Pero para las personas y los países pobres la decisión es grave, porque siendo tantas sus necesidades presentes que se hallan mal atendidas e insatisfechas, resulta doloroso posponer su satisfacción en aras de un cálculo puesto en el mañana, siendo así, por otra parte, que si esa proposición no se efectúa, nunca podrán llegar a gozar de una prosperidad cierta y permanente.

Y es aquí donde deseo plantear el asunto del papel de la educación. ¿Es ésta, ya sea desde el ángulo individual o del social, simple gasto o capitalización, mero consumo o inversión, pura satisfacción de una necesidad presente o preparación para satisfacer mejor necesidades del mañana?

La pregunta es oportuna, porque no es infrecuente que se conciba la educación como un lujo o un adorno; como un refinamiento al que sólo debe aspirarse después de satisfechas otras necesidades que se juzga más importantes, y de constituidas reservas adecuadas para la inversión; como la flor o la nata que se forman al término de procesos fundamentales de crecimiento. Según tal punto de vista, primero habría que producir y consumir cosas materiales, y después, pero sólo entonces, sobre una base de satisfacciones fisiológicas y de posibilidades mecánicas, cabrían la producción y el disfrute de la cultura. Y de muy buena fe se habla de acelerar el desarrollo económico del país para sentar los fundamentos de su ulterior desenvolvimiento espiritual y cultural.

La idea pareciera originarse en la experiencia de sociedades de tipo aristocrático donde, en efecto, la cultura aparece como el fruto intelectual del ocio de una élite, como algo totalmente extraño y alejado del juego de las funciones vitales del grupo. ¿Pero incluso en ellas, una observación más atenta de su realidad sociológica, no terminaría por conducirnos a la duda, al menos, de si la cultura de élite es simplemente una
consecuencia de la estructura social jerarquizada y de las condiciones materiales de vida de las masas sojuzgadas, o de si es ella más bien una de las causas determinantes de esa estructura y esas condiciones?

En todo caso, la imagen no tiene posibilidad de aplicación a una sociedad de tipo democrático, en donde la educación es claro requisito del mantenimiento y del desenvolvimiento de la propia democracia y, al tiempo, del mejoramiento de las condiciones materiales de vida.

Dígalo, si no, la historia del pueblo costarricense. Es de sobra sabido el papel central desempeñado por la educación primaria, horizontal, en el desarrollo cultural y político de la Costa Rica del siglo XIX. Y en cuanto a su influencia en el fortalecimiento económico de la nación, un dato sólo servirá para establecerla definitivamente: el de que —según la Comisión Económica para la América Latina, que ha venido dirigiendo los estudios para la integración económica de Centroamérica— el más alto ingreso per cápita de los cinco países del Istmo corresponde a Costa Rica. Las cifras ofrecidas por la institución regional para el año 1950 son las siguientes: Costa Rica: 245 dólares;
El Salvador: 182; Guatemala: 167; Honduras: 159; Nicaragua: 139.

¿A qué achacar tal resultado? ¿Si entre los otros países hermanos, algunos de ellos tienen mayores riquezas naturales, otros una concentración más intensa de recursos financieros, unos un mayor desenvolvimiento industrial, otros un mayor acceso a las fuentes exteriores de capital, que Costa Rica, no habrá necesariamente que atribuir la mayor productividad de nuestro trabajo a la persistencia ejemplar y el éxito final de los programas de educación pública? Recuérdese qué, según datos de la UNESCO para 1952, Costa Rica tiene una tasa de analfabetismo sobre la población mayor de 15 años, de apenas 22%, que es mucho menor que la de los otros países hermanos.

Por lo demás, esto no sería sino confirmación local de una regla que ha podido observarse universalmente. En efecto, algunos de los países más retrasados económicamente en el mundo son de los más ricos en recursos naturales, en tanto que otros, entre los más limitados en esta clase de recursos, tienen muy elevados ingresos per cápita, gracias a haber podido constituir una población culta y preparada. Según datos de las Naciones Unidas, los nueve con mayor producto promedio per cápita en el período 1952-1954 fueron, y en ese orden, los Estados Unidos, Canadá, Suiza, Nueva Zelandia, Australia, Suecia, Luxemburgo, Bélgica e Inglaterra.

Como se nota, algunos de ellos se encuentran entre los que no están espléndidamente dotados por la naturaleza y, sin embargo, figuran al lado de los grandes países continentales y antes que Inglaterra, país este último en donde se inició hace dos siglos la Revolución Industrial.

La conclusión obligada es que los recursos humanos son el factor decisivo para el progreso económico, y que la educación, muy lejos de ser un lujo y ni siquiera un gasto corriente de consumo, es una de las formas más eficaces y reproductivas de inversión o capitalización. Como lo afirma Gunnar Myrdal, a quien tantos estudios luminosos sobre desarrollo económico se le deben, “esta clase de consumo resulta productiva. Es realmente una formación de capital, aunque la inversión se hace en personas y no en herramientas materiales de producción”. “No es fácil medir su productividad marginal, o hasta dónde puede extenderse sin implicar una distribución desequilibrada de los recursos de los ahorros nacionales, que son casi siempre muy escasos en los países sub-desarrollados”, agrega el mismo autor; y concluye: “Pero sin duda alguna, y como regla general, estos países recibirán el buen consejo de dedicar mayores cantidades de sus ahorros a la educación”.

Caemos así en la cuenta —sin sorpresas por cierto— de que el hombre es lo primero, no sólo espiritual y moralmente, sino también desde el ángulo puramente material. La Economía se agrega a la Religión y a la Etica, para confirmarlo como el punto de arranque y el punto de llegada de todo en este mundo.

Conclusión de tipo humanista altamente satisfactoria para fundamentar, desde la vertiente económica, cualquier programa de incremento de la cultura.

En su reciente visita a Costa Rica, nos decía el eminente economista de la Universidad de Harvard, Profesor Gailbraith, que el tradicional énfasis puesto en el capital como factor del progreso económico, comienza ahora a ser igualado por el que se le está dando a la capacitación humana. Inversión en equipos, plantas e instalaciones, todo eso es indispensable. Pero, al tiempo, inversión en educación. Y, debemos agregar, inversión en salud. Pues el mejor financiado y equipado programa de industrialización se frustrará, si no hay un pueblo sano que lo respalde y, en cantidades adecuadas, hombres de ciencia, especialistas, profesionales, técnicos y operarios calificados para llevarlo adelante. Porque para producir abundantemente, además de equipos de capital se requiere saber producir, saber manejar el capital, usar las máquinas, adaptar las técnicas, comprender los métodos y los sistemas. Muy especialmente en nuestros días, de alta complejidad técnica y administrativa, la capacidad económica de un país depende fundamentalmente de su capacidad para aplicar la tecnología al proceso de la producción. Como lo han hecho notar las Naciones Unidas, “el principal obstáculo al adelanto general de la tecnología en los países sub-desarrollados es… la falta de una estructura educativa y administrativa mediante la cual los productores puedan aprender la nueva tecnología”. Hay que educar entonces rigurosamente a las poblaciones de estos países, como capítulo esencial para que puedan prosperar.

¿Pero, cuáles son en estos países las áreas principales de deficiencia educativa, los problemas de más envergadura y seriedad? Nos atreveríamos a decir, conscientes de los peligros de toda generalización, que en la América Latina son estos tres: la tasa alta de analfabetismo, producto de una enseñanza primaria insuficientemente extendida y diseñada, en especial en las zonas rurales; la falta de adaptación de la segunda enseñanza a la problemática económico-social del siglo XX; y la tradicional indiferencia de la Universidad por las ciencias y las aplicaciones científicas.

En cuanto a lo primero, la situación de Costa Rica es —según lo apuntaba atrás— muy buena relativamente y bastante satisfactoria en términos absolutos, lo cual no quiere decir, sin embargo, que no constituya un serio desafío, frente al desmesurado crecimiento de la población, el mantenimiento de la baja tasa de analfabetismo y su eventual reducción. Pero el problema, en todo caso, no ofrece los caracteres abrumadores de otros sitios de América Latina.

En cuanto a lo segundo, para continuar hablando de Costa Rica, se trata de una deficiencia real, pero de ella —y éste es el primer paso necesario— el país tiene plena conciencia ya, y para remediarla se emitió en 1956 una novedosa y trascendental legislación, se concluyó un valioso estudio del problema, y se está en las vísperas de iniciar una interesante reforma. Pero hay aquí también otro grave desafío: el representado por la necesidad de preparar el personal docente, formular nuevos programas y levantar las instalaciones obligados para que la reforma sea efectiva y exitosa y, como parte de él, lo relativo a la organización de los estudios de tipo vocacional, que representarán una importantísima bifurcación dentro del ciclo de la enseñanza media, aparece como especialmente difícil y costoso.

En cuanto a lo tercero, se ha comenzado aquí a hacer un esfuerzo formidable, que ha logrado ya amplio reconocimiento en el país y fuera de él, para construir una Universidad prolijamente adaptada a lo que el país requiere para su desenvolvimiento cultural, político, económico y social. “Para el futuro desarrollo de los países de América Latina —ha dejado dicho el grupo de expertos que, en 1957, bajo los auspicios de la National Planning Association, realizó un estudio exahustivo de las formas de asistencia técnica prestadas hasta ahora al sub-continente—, para el futuro desarrollo de estos países no hay factor que tenga mayor importancia que la calidad de su educación superior. La América Latina se siente justamente orgullosa de la antigüedad y realizaciones pretéricas de sus universidades, pero esto no ha sido óbice para que tales países pidieran y recibieran gustosos la ayuda de diversas fuentes y en diversas formas. Sin embargo, tales instituciones tienen todavía ante sí mucho camino por recorrer antes de que puedan suministrar todos los educadores, médicos, ingenieros, hombres de ciencia, administradores, economistas, sociólogos, y todos los demás especialistas convenientemente preparados que se necesitan para dar impulso a sus respectivos países en pos del desarrollo económico y social”.

Deseo, con respecto a esta declaración, llamar la atención sobre dos cosas. Primera, que a los ojos de gente que ha analizado el asunto de prioridades de las formas de asistencia, a la luz de los requerimientos del desarrollo económico y social, la educación aparece ocupando el primero de los lugares. Y segunda, que dentro de lo educativo, es la calidad de la enseñanza universitaria y su capacidad para forjar los cuadros científicos y profesionales de la nación, lo que se define como el factor de máxima importancia. No son, pues, desvaríos de maestro las reflexiones mías de esta noche, sino conclusión de los expertos que se han planteado la pregunta de cuál sería el punto donde la asistencia técnica podría ser más eficaz para lograr el rápido desenvolvimiento de la América Latina. Piénsese, en efecto, que incluso la adaptación de la Segunda Enseñanza a la nueva problemática económico-social, depende en buena parte de la propia Universidad, ya que es esta la llamada a preparar, en el número y con las condiciones requeridas, el personal en cuyas manos estará la reforma de ese ciclo educativo. En nuestro caso así se ha comprendido por todas las partes interesadas, y tanto el Ministerio de Educación Pública como el Consejo Superior de Educación ven en nuestros programas de formación de Profesores de Segunda Enseñanza la condición, a largo plazo, del perfeccionamiento de la enseñanza media, a la par que formulan con nosotros los planes de mejoramiento del personal en servicio, condición de buena parte del éxito inmediato de la reforma.

Para la Universidad de Costa Rica, quizás la más joven de América Latina, la cuestión de su transformación para responder a las necesidades concretas del país y de la época, no es posiblemente tan grave como para otras instituciones hermanas, cargadas de años, de prestigio y tradición. La nuestra —en compensación a su falta de glorias pretéritas— es más moldeable, más plástica, y la exitosa reforma en que estamos embarcados, ambiciosa en sustancia y magnitud, parece demostrarlo así. Hemos roto sin perturbaciones ni conflictos el patrón clásico de Facultades de tipo eminentemente profesionalista, insulares y desconectadas, y lo estamos sustituyendo por un modelo revolucionario en el que las ciencias y las letras básicas están concentrándose en departamentos de una Facultad central que, al tiempo, tiene a su cargo un programa de Estudios Generales, administra un Primer Año común a toda la Universidad, ofrece carreras en todas las ramas de esos mismos departamentos, y se divide, con la de Educación, la forja del profesorado de Segunda Enseñanza.

Y el mejoramiento de la enseñanza no se ha hecho esperar, habiéndose propagado el fermento de la reforma, suave y naturalmente, hasta el seno de las antiguas Facultades profesionales, que hoy se han revitalizado junto al gran tronco de la Facultad de Ciencias y Letras.

Y esta Facultad, cuyo propósito primario de integración de la cultura es obvio —al punto de que ha superado la dicotomía que, con razón, repugna a Karl Jaspers, de Facultades de Filosofía y Facultades de Ciencias Naturales —está inspirada por un concepto de las Humanidades muy distinto al que corrientemente se asocia, por razones históricas con este término.— El suyo es un concepto moderno, dinámico y, casi nos atreveríamos a decir, funcional. Su preocupación, quizás aún no totalmente satisfecha, es en general anti-retórica y anti-verbalista; anti-especulativa y experimental en aquellos campos en que hasta hace poco no lo era, como el de las ciencias sociales; estimulantemente racional tanto en las matemáticas como en la filosofía; de exigencia intelectual, pero anti-intelectualista, en los campos de la lengua y de la historia; rigurosamente científica, de observación y experimentación, en la física, la química, la biología, y demás disciplinas naturales. Su ideal pedagógico es no tanto enseñar, como enseñar a aprender; no tanto decir lo que hay que pensar, como inducir a pensar. Su objetivo último, como lo decía en otra oportunidad, “formar el técnico sobre el hombre de ciencia, y el hombre de ciencia sobre el hombre culto, moral y socialmente responsable”.

Y es nuestra convicción que una Universidad como esta que estamos lentamente construyendo, cuyos propósitos, preocupaciones, ideales y objetivos son los que vengo de indicar, está firmemente puesta en el camino para llegar a ser la nueva Universidad que las necesidades y las aspiraciones nacionales exigen, la Universidad preparadora de los cuadros responsables en el ámbito de la educación, las ciencias sociales, las ciencias naturales y las médicas, la agricultura, la ingeniería, la administración, y las ciencias aplicadas y la tecnología en general. La orientación básica creemos tenerla ya, así como no pocos y valiosos elementos humanos, materiales, didácticos e instrumentales; en adelante será cuestión de ir multiplicando estos últimos con tanto entusiasmo como paciencia.

Al tiempo estamos procurando cuantificar, hasta donde ello es hacedero, las necesidades inmediatas y mediatas del país en cada una de las ramas indicadas, para adoptar una política enderezada a crear anualmente una oferta de los correspondientes especialistas que satisfaga razonablemente la demanda: una comisión de economistas, actuarios y estadísticos está trabajando en proyecciones de la población universitaria y de las crecientes y variadas necesidades profesionales del país, y se halla a punto de concluir su primer capítulo, relativo a la demanda en los próximos diez años de Profesores de Segunda Enseñanza, por área y materias, demanda calculada de acuerdo con las exigencias que va a introducir la ya cercana reforma de dicho ciclo de nuestro régimen educativo. Luego esa comisión continuará haciendo previsiones sobre la demanda de los demás profesionales, también para la próxima década. No pretendemos llegar a obtener un conocimiento exacto, imposible en esta materia, pero sí una idea aproximada de las necesidades futuras, y tal idea nos permitirá muy pronto, mediante una política de estímulos e incentivos completamente respetuosa de las preferencias y las decisiones individuales de los estudiantes, orientarlos hacia las carreras y las especializaciones más útiles y convenientes para ellos mismos y para el país. A la vez estaremos previniendo el problema, tan grave en algunos estados europeos, de los proletariados académicos constituidos por profesionales que han recibido un adiestramiento equivocado y se encuentran mal adaptados dentro de su propio país.

Necesitamos, finalmente, para que nuestra institución cumpla a cabalidad su cometido social, fortalecer y extender las labores de investigación, para realizar en primer lugar aquella modesta, pero indispensable, que la Universidad puede llevar adelante y está ya comenzando a hacer en materia agrícola, de suelos, de entomología, geología, biología y medicina tropicales, economía, sociología, y en tantas otras. Pero también para desarrollar la consistente en los estudios de adaptación del saber y la tecnología originarios de los grandes centros científicos e industriales del mundo, a las posibilidades y las necesidades nacionales. Porque los conocimientos pueden importarse, pero no en bultos o barriles, dado que las técnicas, ya sean de producción o de administración, ni pueden copiarse mecánicamente ni, aún pudiéndose, convendría desde el punto de vista del país que los importa que se copiaran. Los conocimientos, especialmente si son complejos, deben ser digeridos, calibrados y adaptados, para que puedan ser aplicables y realmente útiles en medios distintos y de desigual desarrollo a aquel en el que y para el cual fueron elaborados. Y sólo contando con centros de absorción inteligente y sistemática de lo producido afuera, podrán aprovecharse íntegramente los países sub-desarrollados del progreso científico mundial. Suele citarse, a este respecto, el caso de Dinamarca, en donde se han hecho relativamente pocos descubrimientos científicos, pero donde se ha sabido explotar, mejor que en ninguno otro, las nuevas ideas llegadas del exterior, creando una tecnología modesta pero propia que le permitió al país contar, hasta la segunda Guerra Mundial, con el más alto nivel de vida de toda Europa. Este ejemplo singular debería ser seguido por todos los países pobres deseosos de prosperar y, desde luego, a sus universidades les corresponde un buen lote de tal responsabilidad.

No quiero decir, que sobre la Universidad deba descansar toda la preparación de lo que el Gobernador Muñoz Marín de Puerto Rico, hablando de los progresos de su país, ha llamado el “clima industrial”. El esfuerzo para adaptar la mente y las manos de los jóvenes a los instrumentos de la buscada expansión económica, debe ser nacional para que sea coronada por el éxito. Todo el sistema educativo, y, más aún, las fuentes educativas a-sistemáticas, deben contribuir a crear la nueva mentalidad y la nueva instrumentalidad; a estimular la inventiva, la experimentación, la iniciativa, y toda suerte de destrezas; a familiarizar al educando con el uso de las máquinas; a crear el concepto y la disciplina de la mecanización de lo que en esta vida es mecanizable: lo material, lo físico, teniendo cuidado de mantener despierta y ágil la imaginación para no caer en generalizaciones peligrosas ni en aplicaciones imposibles; a crear el sentido de la dignidad de las labores manuales y técnicas, tan valiosas, tan importantes, tan exigentes de preparación y competencia como cualquiera de tipo puramente intelectual. El esfuerzo debe ser nacional, pero —esto es lo que quiero decir— la fuente del esfuerzo debería ubicarse en la Universidad, y en ella debería operarse el estímulo inicial de todo programa, verdaderamente serio, de promoción de la civilización tecnológica.

El problema económico es, pues, cultural. Pero, a su vez, el problema cultural es económico; pues si es evidente que hay que educar a la población para desarrollar la economía, no lo es menos que hay que buscar la manera de financiar el desarrollo de la educación. Y ahora estamos llegando al meollo de la cuestión.

Yo estimo que un buen criterio teórico para tomar decisiones sobre la financiación de la educación es preguntarse, no sólo cuánto cuesta hacerlo, sino también cuánto costaría dejar de hacerlo; es decir, comparar los recursos que se necesitan con los que se perderán no haciéndolo. Comparar, por ejemplo, lo que cuestan el personal, los elementos didácticos, los equipos y laboratorios y las instalaciones para concluir la Universidad que deseamos tener y apenas estamos comenzando a construir, con lo que le costaría al país, en retraso de su desenvolvimiento espiritual, científico, técnico, económico y social, no concluirla. Pero este principio, claro, sencillo, lamentablemente no resulta completamente práctico u operativo para resolver el problema real. Porque, por muchos y mayores que sean los recursos que lleguemos a estimar en cada caso que se perderían por dejar de hacer, con frecuencia, por falta de recursos, no se puede lisa y llanamente hacer nada. En esto, la situación de los países subdesarrollados se parece mucho a la del niño y el adolescente. Si a éstos no se les educa, mucho es lo que va a perderse; pero si su familia carece de recursos con qué mantenerlos mientras se educan, terminará trágica pero sencillamente por no educarlos. Igualmente, si el país sub-desarrollado no se capacita, mucho será lo que pierda; pero si carece de suficientes recursos propios con qué hacerlo, pues simplemente no podrá capacitarse, o sólo muy lenta e incompletamente. Será desde luego mucho más lo que pierda entonces, pero si los recursos no existen, en definitiva se verá obligado a hacer lo que menos le conviene. ¿Se verá obligada Costa Rica a hacer, por falta de recursos suficientes, lo que menos le conviene, deteniendo los ambiciosos pero bien fundados planes académicos y científicos de su Universidad? Este riesgo indudablemente va a correrse en los años siguientes, pues nos estamos acercando al momento en que, a pesar de que nuestras rentas son razonablemente buenas para sostener el desarrollo de una institución de tipo tradicional, no lo serán para mantener el ritmo de crecimiento que se le ha impreso en los últimos años para convertirla en la Universidad dinámica, socialmente completa, de que el país ha menester.

Esto no es ninguna queja contra nadie, pues ella no tendría justificativo: la Universidad ha tenido la suerte de contar hasta ahora con la comprensión, la simpatía, y el apoyo de todos los sectores nacionales, y hasta la hora prácticamente no se la ha negado nada, aunque es cierto también que, con recíproca comprensión, ella se ha abstenido de solicitar más de lo que razonablemente podía dársele, vistas las mil exigencias sociales de nuestra democracia. No es una queja, ni tampoco el anticipo de una queja: tenemos la seguridad de que el país, sus instituciones y sus grupos y hombres representativos, continuarán dándonos gustosamente todo cuanto puedan darnos; tenemos, en concreto, la seguridad de que los Poderes Legislativo y Ejecutivo van ampliar muy pronto el valor de sus contribuciones para nuestros programas. Pero todo será poco, y lo que hago es simplemente constatar un hecho que vemos acercarse conforme más nos convencemos de la importancia de nuestros planes y con mayor entusiasmo pretendemos hacerlos realidad.

Ahora bien, la única forma de eludir ese hecho pareciera ser mediante una inteligente y generosa ayuda del exterior. El país pobre, pequeño, de múltiples necesidades y escasos recursos, es mucho lo que ha hecho en el campo de la educación en general y de la universitaria en particular. Costa Rica es, sin lugar a dudas, magnífico ejemplo mundial de como se pueden fomentar la educación y la cultura nacionales. Costa Rica se ha ayudado a sí misma en forma esclarecida. Ha dado muestras de saber usar inteligentemente sus escasos medios. Ha hecho y está haciendo verdaderos sacrificios por seguir adelante con sus programas educativos, al tiempo que con muchos otros de positivo signo social. Ha demostrado visión de lo que quiere, empeño para lograrlo, criterios claros sobre como hacerlo; y de la Universidad puede decirse otro tanto. Han creado Costa Rica y su Universidad, en definitiva, con seriedad, acción efectiva e inteligente, el derecho moral a que se les preste ayuda. No es que esta no haya existido, y nuestro agradecimiento para los organismos internacionales y para las agencias públicas y las corporaciones privadas de los Estados Unidos, por la muy valiosa que nos han venido dando, es ciertamente grande y sincero. Pero la verdad es que necesitamos de una ayuda más sustancial y más sistemática.

Por eso la Universidad se atrevió en los últimos meses a plantearle al Dr. Milton S. Eisenhower, Rector de la Universidad de Johns Hopkins, y asesor de su hermano, el señor Presidente de los Estados Unidos de América, en materia de asistencia técnica y financiera para la América Latina, la idea de un fondo para que nuestras Universidades puedan ayudarse a financiar, a largo plazo y bajo tipo de interés, la terminación de sus instalaciones físicas y el completamiento de sus equipos de enseñanza e investigación. Nótese que no hemos sugerido donaciones sino préstamos, porque estamos seguros de que, si se ofrecen plazos adecuados, se podrá perfectamente pagar, con sus intereses, las sumas recibidas. Nótese también que hemos sugerido préstamos no sólo para nuestra Universidad, sino para todas las hermanas del sub-continente, no porque tengamos el menor derecho a hablar en su nombre, sino porque nos anima la convicción de que su caso es o puede fácilmente llegar a ser igual al nuestro. Nótese, finalmente, que hemos propuesto la financiación, no sólo de los equipos, sino también de las instalaciones físicas, porque para nosotros la Ciudad Universitaria representa una de las condiciones esenciales e ineludibles de la efectividad de la reforma académica. Y al plantear la idea, hemos argumentado, en forma resumida, todo cuanto yo he dicho aquí esta noche y, enfocándola desde el punto de vista de las buenas relaciones inter-americanas, agregando que ningún otro tipo de préstamo estaría tan bien dirigido al desarrollo integral de nuestros países, y que ninguno, además, podría crear más simpatía y reconocimiento para el país acreedor, ya que él quedaría por encima de toda suspicacia de interés comercial o de influjo político. Y estamos en estos momentos buscándole el apoyo de las Universidades latinoamericanas, pero también el de las norteamericanas, muchas de estas últimas ya fraternalmente interesadas por la suerte de sus hermanas del sur, y convencidas de lo que significaría un plan como el propuesto para el crecimiento de estos países, y de lo que pagaría en comprensión para la cultura norteamericana. Ojalá podamos informarles a la juventud costarricense y a sus padres, en cercano día, que él ha sido adoptado.

En el ínterim estamos también explorando las posibilidades de financiarnos en los Estados Unidos, con las agencias establecidas y a través de los canales regulares.

¿Podremos llegar a tener una Patria en la que todos los costarricenses habiten casa propia, tengan comida suficiente, anden calzados, sepan leer, vivan en un ambiente saludable, puedan trabajar en condiciones óptimas de eficiencia y productividad, disfruten de oportunidades sociales para mejorar, tengan participación activa y consciente en la formación de su gobierno, gocen de absoluta libertad personal y espiritual, y puedan dedicarse, sin limitaciones, a orar a Dios, a buscar la verdad, y a desenvolver los poderes creadores de su espíritu? ¿Podrán llegar hasta ahí el desarrollo económico, la realización de la justicia social, el perfeccionamiento de la democracia, y la maduración de nuestra cultura?

Yo creo que sí podrán, si nos esforzamos sinceramente, si trabajamos con claridad, con entusiasmo, pero también con paciencia. Es verdad que el horizonte está lejano y apenas si se percibe como una promesa vaga, pero la estrella de nuestras convicciones es una guía segura, y la pasión costarricense que nos consume ofrécenos la energía para continuar bogando, firme la mano en el timón, contra el desaliento que a veces tiende a originar la lejanía del objetivo…

La Universidad no puede ser ajena a tal esfuerzo, porque él sería entonces frustráneo, y porque la Universidad estaría negándose a sí misma. Porque ella no es adorno ni flor ni nata; porque ella, si sus estudiantes y egresados, si sus maestros y funcionarios, así lo queremos y nos lo proponemos, será el instrumento por excelencia del progreso nacional.

¿Lo quieren y se lo proponen así los jóvenes graduandos de 1958? Porque estoy seguro de que así lo quieren y se lo proponen es que me he permitido esta noche hablar de todas estas cosas. Ellas no tienen otra pretensión que la de actuar como cariñoso acicate sobre el sentido de responsabilidad social de ustedes. Recíbanlas ahora junto con sus diplomas, pero medítenlas luego; y si les encuentran significado, recuérdenlas para continuar prestándole su solidaridad a la institución. A esta Universidad que hoy les ve partir con las emociones contrapuestas de la despedida que sigue a varios años de laborar conjunto.

Que tengan todos ustedes muchos triunfos sirviéndoles a sus semejantes y a su país. Y no olviden nunca que el verdadero éxito consiste en la satisfacción de sabernos útiles…


1* Facio, R. (1958). Discurso del Rector en el acto de clausura del año académico de 1958. En Anales de la Universidad de Costa Rica. San José, 239-253.