Rev. Ciencias Sociales 156: 67-75 / 2017 (II)

ISSN: 0482-5276

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ACTO DE CLAUSURA DEL AÑO ACADÉMICO DE 19591*

(CELEBRADO EL 21 DE DICIEMBRE)

Fuente: Fotografía nro. 0939. Inauguración de Ingeniería. Archivo Universitario de la Universidad de Costa Rica (AUROL).

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PALABRAS CLAVE: DISCURSO * IGUALDAD DE OPORTUNIDADES * DERECHO A LA EDUCACIÓN * MERCADO DE TRABAJO * SOCIEDAD

KEYWORDS: SPEECHES * EQUAL OPPORTUNITY * RIGHT TO EDUCATION * LABOUR MARKET * SOCIETY

Una vez más nos congregamos, al igual que todos los años, para regocijarnos con el triunfo de los jóvenes que han concluido sus estudios superiores y vienen a recibir el diploma que los acredita como profesionales.

Esperamos vivamente que cada uno de ellos sea el hombre de pensamiento libre, aptitud analítica y capacidad creadora que requiere nuestra democracia, y con los conocimientos y las técnicas que el desarrollo de la nación demanda. Estos dos aspectos de la formación universitaria nos preocupan fundamentalmente, porque corresponden a los fines y objetivos de la educación en un país que al tiempo que es orgullosamente libre, afanosamente busca promover su crecimiento espiritual y material con intensidad y armonía. Lo último dice relación con los problemas y las necesidades sociales en el más amplio sentido del término, que deben ser estudiados y atendidos con máxima preocupación. Lo primero, con los problemas y las necesidades del hombre individual, de su espíritu y su personalidad, valores absolutos dentro de una sociedad permeada por los principios del cristianismo y el humanismo.

No hay contradicción entre una y otra serie de necesidades sino, al contrario, necesaria complementaridad, pero el aspecto operativo de cómo satisfacerlas al tiempo, si no insuperable, es claro que ofrece más problemas y dificultades que la simplísima tarea de una sociedad liberal individualista de corte clásico, que sólo se preocupaba por el individuo y creía que los aspectos sociales quedarían automáticamente resueltos por el mecanismo de la competencia, o la tarea igualmente sencilla de una sociedad totalitaria moderna de las que sólo se preocupan por lo colectivo, creyendo que los aspectos individuales quedarán automáticamente resueltos por el principio de la solidariad. Pero las sociedades democráticas, como la nuestra, que no creen en la virtud de los automatismos sociales ni en ninguna otra clase de fórmulas más o menos mágicas, cuando es el hombre, con toda su sagrada complejidad, el que está de por medio, no tienen más camino que afanarse igual y simultáneamente por fortalecer la libertad, la independencia y la iniciativa de cada quien, y por estimular el desarrollo económico y la propagación del bienestar y la seguridad entre todos los componentes del grupo.

Tal doble propósito podría traducirse en el campo educativo, como lo he sugerido, por la urgencia de forjar hombres para sí mismos y para la nación, de producir los especialistas, en el número y las condiciones adecuadas, que el desenvolvimiento material del país requiere, pero manteniendo incólume la libertad de cada uno para escoger carreras y empleos de acuerdo con su vocación, y fomentando los valores individuales y su autónomo desarrollo.

De acuerdo con esta filosofía no debería haber más condición para los estudios superiores que la capacidad individual para proseguirlos, ni otra limitación para ofrecerlos que las necesidades del país en las diversas ramas profesionales. Y el esfuerzo nacional debería ser el de abrirles las posibilidades de estudiar a todos los jóvenes con capacidad intelectual, disciplina para el estudio y bríos en la voluntad, que el país requiera para atender los distintos aspectos de su crecimiento.

Bien pude haber dicho que el esfuerzo debería ser el de abrir la oportunidad universitaria a todos los jóvenes talentosos, disciplinados y constantes, y haber puesto el punto ahí. Porque lo conveniente es que esa oportunidad exista para todos quienes revelen esas dotes. Pero agregué lo de requeridos por el país para su desarrollo, en primer lugar, para poner el énfasis en que la Universidad no es, no puede ser, simplemente una fábrica de profesionales individualistas y despreocupados, sino una empresa social, democrática y nacional, que debe tener puesta permanentemente la mirada, serena pero alerta, en los grandes problemas y urgencias de la nación. Y en segundo lugar, porque el agregado, en realidad de verdad, no limita ni podrá nunca llegar a limitar las aspiraciones y los planes de los muchachos que deseen seguir las carreras universitarias contando con disposiciones para hacerlo. En efecto, las demandas nacionales en materia de elemento humano especializado crecen y cambian con extraordinaria rapidez en nuestros días. No son esas demandas, además, nada que pueda establecerse matemáticamente ni convenga fijarse rígidamente en una sociedad democrática, aunque sí puede y debe tratar de formarse una idea general y aproximada de ellas, sobre la base del crecimiento cultural, demográfico, tecnológico y económico del país. En la Universidad ha comenzado ya a hacerse ciertos estudios sobre las futuras y presuntas necesidades de, al menos, un tipo de profesional: el Profesor de Segunda Enseñanza, y especialistas en economía y estadística que trabajan con nosotros, se encuentran actualmente estudiando en el extranjero las técnicas más adelantadas en materia de proyección de necesidades profesionales, con el fin de volver aquí a continuar sus investigaciones con mayor pericia y eficiencia. Finalmente, como hay muchos graduados que por una razón u otra no llegan a ejercer su profesión, o la abandonan, o se marchan a ejercerla al extranjero, sería una ligereza y una imprudencia desde el punto de vista social, a más de un atentado a la libertad personal, el limitar el número de los estudiantes capaces deseosos de seguir las diferentes carreras, aunque fuere de acuerdo con las más perfectas proyecciones sobre la demanda de profesionales y las posibilidades de ocupación remunerativa.

En definitiva de lo que se trata es, sencillamente, de hacer cálculos y estimaciones, con base en las tendencias demográficas, tecnológicas y económicas observables, sobre el número, la clase y las condiciones de los profesionales que se necesitarán en los años inmediatos por venir, y usar las hipótesis o suposiciones resultantes, no para cerrarles las puertas a los muchachos inteligentes, ordenados y briosos que lleguen a ellas, sino para orientarlos en cuanto al futuro de las carreras y tratar de inducirlos a seguir aquellas que se muestren como las más beneficiosas para ellos mismos y para el país.

Observemos, por vía de ilustración, la distribución de la población universitaria en el año académico que concluye, y preguntémosnos sin ánimo de profundizar el asunto sino tan sólo con el de crearnos la inquietud, si ella corresponde o no a las necesidades presentes y futuras de Costa Rica.

Comencemos desde abajo.

En 1959 los estudiantes se dividieron así entre las áreas de estudio del Primer Año de la Facultad de Ciencias y Letras: 542 en la de Ciencias Sociales, que apunta a los estudios profesionales de Derecho y Ciencias Económicas y Sociales, a más de los profesorados y licenciaturas de las ramas sociales; 290 en la de Ciencias Biológicas, que conduce a Odontología, Medicina, Farmacia, Agronomía y Microbiología, más las Licenciaturas y Profesorados del caso; y 216 en la de Ciencias Físico-Matemáticas, que sirve de antesala a la Ingeniería y al Profesorado y la Licenciatura en Física y Matemáticas. Hay, desde luego, detrás de esta distribución una compleja gama de factores que van, desde las exigencias intelectuales de cada una de las áreas y la disposición y vocación individuales de cada uno de los estudiantes, hasta la estimación personal de ellos sobre el futuro económico, social y cultural de cada profesión, pasando por razones circunstanciales pero importantes como la de los horarios escolares, algunos de los cuales permiten al estudiante trabajar durante algunas horas del día, en tanto que otros no. Pero no contamos todavía con estudios completos sobre todo ello ni, específicamente, sobre la presunta demanda de cada tipo de profesionales en los cinco o diez años siguientes, como para poder hacer una afirmación comprobable de si la mencionada distribución por áreas es buena o mala, responde a la mejor conveniencia nacional o no, por mucho que cada uno de nosotros, seguramente, tenga o pueda tener ideas u opiniones al respecto.

Siguiendo con Ciencias y Letras, nuestra facultad central, nos encontramos con que su matrícula en los años superiores, por departamentos, fue de 136 en Filología, Lingüística y Literatura; 118 en Química; 110 en Historia y Geografía; 80 en Biología; 28 en Física y Matemáticas; y 26 en Filosofía; amén de 68 alumnos en los cursos especiales de Idiomas. Esta división pareciera conformarse a las mismas tendencias que se notan en el Primer Año, aunque la posición del Departamento de Química en el segundo lugar, ofrece una interesante desviación que quizás podría atribuirse, en parte, a que el embrionario desenvolvimiento industrial del país está comenzando a crear una demanda más amplia de químicos, y en parte, al hecho de ser el único departamento de carácter científico que, hasta el momento, hemos podido instalar y equipar en la forma debida, generando así una serie de incentivos académicos y científicos para proseguir estudios en él. Una pequeña pero significativa muestra de la importancia que las instalaciones físicas y las facilidades materiales tienen, para estimular el interés por las carreras nuevas de que, a primera vista, parece tan urgido el país.

En cuanto a las escuelas estrictamente profesionales, encontramos ocupando el primer lugar a Ciencias Económicas y Sociales con 399 estudiantes. En los años superiores, aquellos en que se ofrecen las especializaciones, aparecen 198 alumnos en Administración y Contabilidad; 30 en Estadística; y 10 en Economía. Otros números que están reclamando una interpretación y un juicio a la luz de un análisis sobre la futura demanda de esta clase de profesionales.

Viene luego la Facultad de Educación con 353 estudiantes, divididos así: Profesorado de Primera Enseñanza, 208; Profesorado de Segunda Enseñanza, 133; y Administración Escolar, 12; fuera de 73 inscritos en el programa especial para Profesores de liceo en servicio. No entro a comentar el número de alumnos de la Sección de Primera Enseñanza, por cuanto la Universidad la mantiene únicamente como símbolo de su interés por tan importante y delicada fase del proceso educativo, y como modestísima colaboración para con el Ministerio de Educación Pública que es el que tiene la responsabilidad de dotar al país, a través de su red de Escuelas Normales, del número necesario de Profesores de Primaria. Y observemos que tratándose de la Sección de Segunda Enseñanza —que constituye uno de los programas fundamentales de la Universidad, porque ahí la responsabilidad de dar a la nación lo que ella necesita sí es toda suya— la matrícula se distribuye así: Geografía e Historia, 36; Inglés, 31; Filología, 28; Biología, 13; Química, 10; Francés, 9; y Físico-Matemáticas, 6. Vuelve aquí a mostrarse una tendencia similar a la observada, de manera general, en las áreas y departamentos de la Facultad de Ciencias y Letras, lo que pareciera tener cierta gravedad, dado que las mayores deficiencias de personal en la Segunda Enseñanza, se halla precisamente en el campo de las ciencias naturales, las matemáticas y los idiomas.

Y continuando con las demás escuelas, encontramos registrados en Derecho 283 estudiantes; en Ingeniería, 154; en el Conservatorio de Música, 101; en la Academia de Bellas Artes, 94; en Farmacia, 88; en Agronomía, 82; en Servicio Social, 82; en Odontología, 64; y en Microbiología, 30. Pero debe tenerse en cuenta que, con excepción de Bellas Artes, el Conservatorio y Servicio Social, todas las demás escuelas perdieron desde 1957, en favor de Ciencias y Letras, con motivo de la reforma académica, la población de su Primer Año, y Microbiología, la de sus dos primeros años.

Una vez más: ¿será esta distribución la que más convenga al país y a los propios estudiantes? Desgraciadamente, lo repito, no estamos todavía en situación de poder dar un juicio más o menos definitivo. Lo que, sin duda, constituye, en los actuales momentos, una de las mayores deficiencias de la institución. Estamos, eso sí, tratando de subsanarla, convencidos de la necesidad de ejercer una previsión razonable en la materia, y de aplicar una política sistemática de información, orientación y estímulos que, sin mengua de la libertad de los estudiantes para escoger su carrera, los induzca a seguir aquellas que se consideren nacionalmente más útiles y, en algunos casos, individualmente más remunerativas. Lo que necesariamente tendrá que ser acompañado de un régimen razonable de garantías legales y económicas para el ejercicio de cada una de las distintas profesiones.

A manera de embrión de la indicada política hemos iniciado —dentro de las limitaciones financieras de la institución— una línea preliminar de estímulos en lo relativo al Profesorado de Segunda Enseñanza. Estudios realizados a mediados de 1958 por el Ministerio de Educación Pública vinieron a confirmar la impresión prevaleciente sobre el estado estado de la preparación académica de dicho cuerpo de profesores, el 22,00 por ciento de los cuales carecen hasta del título de bachiller, en tanto que el 20,00 por ciento apenas ostenta dicho título, y sólo el 58 representa graduados o egresados de la Universidad o las Escuelas Normales. Tales datos vinieron a darle pleno fundamento a la decisión universitaria de otorgar las pocas y pequeñas becas con que contamos, a jóvenes que siguen la carrera de Profesor. Así, de las otorgadas en 1959, veinte lo fueron para ellos; 6 en Literatura y Castellano; 4 en Ciencias Biológicas; 4 en Historia y Geografía; 2 en Inglés; y 2 en Francés; y 2 en Física y Matemáticas.

Más tarde, a mediados del presente año, la magnífica tesis de grado del Licenciado don Mariano Ramírez, uno de los jóvenes profesionales que trabaja con la Universidad en el campo de las proyecciones, arrojó una primera luz sobre la demanda de Profesores de Segunda Enseñanza, en total y por asignaturas, para los años 1965 y 1970. El estudio, realizado sobre la base del llamado Plan de Estudios Mínimo de Enseñanza Media, partió de diferentes hipótesis en cuanto al número total de alumnos, de alumnos por sección, y de profesores por número de horas, obteniendo cifras de 2.158 a 2.372 profesores para el primero de los años indicados, y de 3.043 a 5.494 para el segundo. Aunque de ellas no se descontó los profesores titulados actualmente en servicio, que para dichos años no se hayan retirado o jubilado, su magnitud pareciera indicar que el número de estudiantes que se encuentran preparándose para el Profesorado en la Universidad, es muy reducido con relación a las probables necesidades de los próximos años.

Insisto en que no estamos en capacidad de hacer afirmaciones últimas, ni aún en este campo del Profesorado que es de los más susceptibles de cálculo y medición. Y en que lo que pretendo esta noche, únicamente, es llamar la atención a la urgencia de que nos capacitemos rápida y efectivamente, para poder juzgar, en principio al menos, sobre la distribución óptima del conglomerado estudiantil.

Pero insisto también —y esta afirmación, aunque apriorística, es completamente válida— en que las necesidades profesionales del futuro próximo, ni aún cuando hayamos logrado determinarlas con cierto grado de aproximación, representarán nunca un límite para que los muchachos inteligentes, disciplinados y ambiciosos, ingresen en la Universidad y prosigan la carrera que más les atraiga, porque el talento, obviamente, nunca puede sobrar.

Lo que, en cambio, sí constituye y continuará constituyendo, no sabemos desgraciadamente hasta cuándo, una tremenda barrera, para estudiar, son las limitaciones económicas. No se ha hecho todavía en Costa Rica un estudio de cuántos bachilleres intelectualmente dotados y con voluntad no pueden llegar a la Universidad por falta de recursos, ni, de manera completa, el de cuántos se ven forzados a abandonarla por igual motivo, ni mucho menos el más complejo y seguramente más desconsolador de la parte en que la deserción en la Primera y la Segunda Enseñanza se debe a tal clase de factores. Pero bien podemos imaginar el tamaño del problema. El cual implica, aparte de la injusticia social de tantos niños y adolescentes condenados a no poder levantarse sobre las condiciones intelectuales y económicas de sus padres, un incalculable despilfarro de inteligencia para el país.

Algo, aunque poco, ha venido y está haciendo la Universidad para remontar esa barrera: exención del pago de matrícula para todos los muchachos carentes de recursos económicos pero dotados de recursos intelectuales; asistencia médica para todos; medicinas, lentes, radiografías y servicios de especialistas, para un pequeño grupo: este año, 58 alumnos, con un costo de ¢4.700; asistencia económica directa en forma de préstamos y ayudas regulares, también para un pequeño grupo: este año, 70 alumnos, con un costo de ¢6.000; fuera de 26 becas por un valor de ¢49.000, que también se confieren tomando en cuenta las condiciones económicas de los estudiantes y sus familias. Todo esto es bien poco considerado en globo y bien poco también en cada caso particular, pero el principio de rescatar al estudiante comprobadamente estudioso de sus agobiantes problemas económicos ha sido aceptado plenamente por la Universidad, y en adelante se trata de crear la posibilidad para extender y fortalecer su aplicación.

Permítase en este momento hacer un alto para narrar el caso de una joven estudiante de Primer Año, un caso tomado al azar de los archivos del Departamento de Bienestar y Orientación, que me ha sido confiado por las autoridades del mismo con absoluta prescindencia, como lo exigen las regulaciones del mismo Departamento, de la identidad personal de la estudiante. Porque él sirve para ilustrar la altura de la barrera económica, los esfuerzos que hacen muchos hogares para superarla enviando a sus hijos a estudiar y, al tiempo, lo lamentablemente reducido de la asistencia que le estamos prestando a esos hogares. Se trata de una niña con nueve hermanos, cuyo padre no ve actualmente por ellos. La única entrada de la casa, ubicada en un cantón rural, la constituye la venta de las tortillas que la madre —verdadera mujer del Evangelio— prepara: ¢280.00 al mes aproximadamente. Con ella atiende a sus diez hijos, de los cuales cuatro siguen la Primera Enseñanza, uno, la Segunda, y otra, la señorita del caso, estudios universitarios. Abrumada por tal situación económica y aquejada además por varias enfermedades, el promedio de sus notas al 30 de julio del presente año, en el área difícil de Ciencias Biológicas, era de 8.25. La Universidad, ante tantos infortunios y tanto esfuerzo, sólo ha podido darle una asistencia económica mensual de ¢40.00 y atenderla en su Sección de Salud ... Y tal afán, tal voluntad de superar lo que pareciera insuperable, es algo generalizado. Confírmalo así la distribución de los estudiantes por condición social u ocupación del padre. De los 1.012 alumnos nuevos registrados este año de 1959 en la Facultad de Ciencias y Letras, 198, o sea 19.4 por ciento, eran hijos de obreros, peones y artesanos, y 157, o sea 15.4 por de empleados no profesionales. Dichos porcentajes, desconocidos sin duda en países con una distribución más inequitativa de la renta nacional y de menor fluidez social y cultural que Costa Rica, son un síntoma revelador de la fuerza penetrante de la democracia, pero desde luego son todavía muy pequeños. Y además, ¿cuántos de estos muchachos y de otros, hijos de maestros, pequeños agricultores y pequeños comerciantes, podrán sostenerse en la Universidad y concluir sus estudios?

Investigaciones de nuestra Sección de Orientación, realizadas con bastantes dificultades por la falta de cooperación o cierta explicable reserva de parte de quienes abandonan la institución, nos dicen que 78 por ciento de los desertores de 1957 que accedieron a dar datos sobre su situación familiar, provenían de hogares de aguda estrechez económica, y que 84 por ciento gozaban de una salud precaria, apareciendo la mayoría de ellos afectados de parasitosis. La conclusión de la Sección, con todas las reservas y condiciones de un estudio serio pero insuficiente por falta de datos, es que “la posición socio-económica de los estudiantes parece ser un factor importante en la deserción universitaria”. Y es muy difícil que la Universidad, aún logrando ampliar y robustecer sus programas de asistencia económica y médica, pueda terminar completamente con él, aunque nuestro declarado y firme esfuerzo es tratar de aminorarlo en el tanto en que nos lo permitan los recursos de la institución. Es muy satisfactorio, por otra parte, que gracias a la propia labor de la Sección de Orientación, de 1955 a 1958 se haya producido una reducción acelerada de la deserción debida a los factores de “pérdida de interés profesional” y “desorientación vocacional”. Así, en aquello que prácticamente está en nuestras manos, hemos logrado éxitos que nos halagan y llenan de satisfacción.

En cuanto al bajo rendimiento académico, demostrativo de ausencia de la definida vocación, la capacidad, la disciplina o el esfuerzo requeridos para los estudios superiores, continúa siendo —según la misma Oficina de Orientación— “un motivo importante en la deserción”. Es que hay muchos jóvenes que vienen a la Universidad sin estar completamente convencidos de que desean venir, a veces obligados por sus padres, a veces por consideraciones de prestigio social, o que ignoran el rigor intelectual de los estudios superiores, o bien que teniendo capacidad, carecen de voluntad fuerte para seguirlos. Es que la labor universitaria, amén de dura y exigente, no está hecha para todos, con lo que no quiero dar a entender que sea ella la más importante ni la más valiosa de todas las labores nacionales de aprendizaje. Todas son importantes, todas valiosas, pero hay entre ellas y las universitarias, diferencias de contenido y de exigencias que requieren diferentes disposiciones y aptitudes. Para mí, la llamada educación técnica o vocacional, para citar una entre esas otras labores, es tan necesaria y útil para la nación como la educación universitaria, y su dignidad humana y profesional es tanta como la de esta última. Pero son distintas y, por tanto, distintas tienen que ser las condiciones que cada una de ellas exige al sujeto humano. Por eso cuando digo que los estudios superiores no están hechos para todos, tan sólo reconozco un hecho; no trato de hacer un juicio. Como estaría simplemente reconociendo otro, al decir que los estudios técnicos o vocacionales tampoco están hechos para todos.

Pues bien, ignorando esto y por una serie de motivos ajenos a una verdadera disposición y a una auténtica fuerza de voluntad, vienen a la Universidad muchos jóvenes para quienes los estudios que aquí se prosiguen no fueron hechos; y el resultado es su fracaso académico y su retiro, con sufrimiento y pérdidas para todos: los propios jóvenes, sus padres, y la Universidad junto con la sociedad que la sostiene.

En 1958, de 868 alumnos nuevos matriculados en Ciencias y Letras, 165, o sea 19.01 por ciento, no llegaron hasta los exámenes finales, sin que sepamos con exactitud cuántos se retiraron por dificultades económicas y cuántos por incapacidad académica, las dos causas más importantes de deserción. De los 703 que se presentaron a exámenes finales resultaron aprobados en todas las asignaturas 301, y reprobados en todas 46. Si consideramos, empleando una hipótesis que reconozco altamente arbitraria, exitosos también a quienes perdieron no más de cuatro asignaturas, que fueron 287, y fracasados a quienes perdieron de cuatro a ocho cursos, que fueron 69, y tomamos en cuenta todo el grupo inicialmente matriculado, el resultado sería el de que en el año tuvieron éxito académico 588 alumnos, o sea 67.74 por ciento, y se retiraron o fracasaron 280, o sea, 32.26 por ciento, porcentaje este último verdaderamente elevado. Ahora bien, el paso efímero de este gran número de muchachos por las aulas universitarias, perjudica también a sus otros compañeros, los cuales ven disminuidas, sin finalidad positiva alguna, sus posibilidades de aprovechar los limitados elementos humanos, técnicos y físicos con que se cuenta.

Pero la Universidad de Costa Rica, celosa del tesoro de juventudes que la sociedad año con año pone en sus manos, y de los fondos públicos que administra, y de su prestigio y buen nombre, desea enfrentarse al problema y tratar de resolverlo. Y así como está empeñada en un esfuerzo porque ningún joven con disposición para los estudios superiores deje de llegar a sus puertas o abandone sus aulas por razones de orden económico, igualmente está empeñada en hallar una manera de medir y evaluar la aptitud de todos los candidatos, previamente a su ingreso, con el fin de desanimar a quienes no la tengan, y de evitar que pierdan su tiempo y jueguen con las esperanzas y el dinero de sus padres, y que hagan perder oportunidades a sus compañeros que sí tienen disposición, y a la institución el sagrado dinero público que administra. Es que no creemos en las Universidades multitudinarias de altos porcentajes de deserción y bajos porcentajes de graduados, abiertas teóricamente a todos pero despreocupadas de los grandes problemas de la falta de vocación y la barrera económica.

El día en que logremos conseguir una y otra cosa, y en que, apoyados en cuidadosos estudios, podamos seguir una política de orientación y estímulos tendientes a distribuir a los alumnos de acuerdo con las más evidentes necesidades nacionales, la Universidad podrá ufanarse de estar realizando este magnífico principio: pueden y deben llegar a ella todos los jóvenes con capacidad, disciplina y bríos para triunfar en sus estudios —cualquiera que sea su condición económica— pero nadie más que ellos, con el fin de prepararse para satisfacer las necesidades profesionales del país.

En tal momento sólo una limitación quedará en pie: la de la propia Universidad para poder recibir y preparar adecuadamente todos esos jóvenes. Pero si Costa Rica los necesita y se los pide, y está convencida de que los recursos que le viene dando a la institución están siendo cuidadosamente dedicados a producir lo que le pide, yo tengo la certeza de que estará anuente a darle tantos cuantos la Universidad requiera.

Con estas reflexiones y este planteamiento de problemas que son problemas de todos, he querido compartir esta noche fresca y clara de diciembre, la justificada emoción de las muchachas y muchachos que, brillantemente cumplida su labor en el claustro, dispónense a emprender hoy su vida profesional activa.

No olviden nunca, jóvenes, esta casa que ha sido y seguirá siendo de ustedes; no olviden a sus maestros ni a sus compañeros; no borren de sus retinas las mil imágenes de los años que pasaron estudiando aquí; no hagan a un lado el recuerdo de las grandes alegrías y las pequeñas penas que dentro de estos muros gozaron y sufrieron. Porque esos recuerdos y esas imágenes están íntimamente asociados con un ambiente de libertad, respeto recíproco y solidaridad humana que deseamos se quede con nosotros, para beneficio de los que aquí —alumnos y maestros— nos quedamos trabajando, pero al tiempo queremos que se vaya con ustedes, para beneficio de ustedes mismos y del país pequeño y grande que están llamados a servir. Es ese el gran y pesado deber primero que todos los universitarios, los de ayer, hoy y mañana, compartimos, por encima de las obligaciones específicas de la profesión de cada uno: el de proyectar al gran escenario de la vida nacional, con nuestra prédica, pero principalmente con nuestro ejemplo, las virtudes de la pequeña república universitaria, el de procurar hacer de Costa Rica un modelo de convivencia donde todos podamos exponer, como en la clase, sin temores ni reservas, nuestros puntos de vista, y perseguir, como en la vida estudiantil, sin limitaciones ni fronteras, la realización de nuestros ideales.

Mucho es, en verdad, lo que ustedes, jóvenes graduandos, podrán hacer por la enseñanza, el arte, la promoción de la justicia, el desarrollo científico, la salud pública y el crecimiento material de la nación, cada uno desde el noble ámbito de su propia profesión, pero será siempre mayor y más trascendental lo que puedan hacer por el fortalecimiento de la libertad, el respeto recíproco de las gentes y la solidaridad nacional, desde el no menos nobilísimo ámbito de su profesión de hombres, de hombres honorables y limpios, con esa honorabilidad y esa limpieza que el Alma Mater trata de imprimir en todos sus componentes.

Porque así sea, porque ustedes cumplan bien los deberes específicos de su individual profesión, y con los deberes generales de su condición de universitarios, hago yo en este momento, en nombre de la Universidad y en el mío propio, los votos más ardientes y sinceros, y les entrego sus diplomas en prenda de la confianza que la institución desde hoy deposita en ustedes.


1* Facio, R. (1959). Discurso del Rector en el acto de clausura del año académico de 1959. En Anales de la Universidad de Costa Rica. San José, 205-218.