Rev. Ciencias Sociales 156: 77-84 / 2017 (II)

ISSN: 0482-5276

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ACTO DE CLAUSURA DEL AÑO ACADÉMICO DE 19601*

Fuente: Fotografía nro. 1086. Inauguración del Edificio de Ingeniería. Archivo Universitario de la Universidad de Costa Rica (AUROL).

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PALABRAS CLAVE: DISCURSO * LIBERTAD * EDUCACIÓN * PROBLEMAS SOCIALES * EDEOLOGÍA

KEYWORDS: SPEECHES * FREEDOM * EDUCATION * SOCIETY PROBLEMS * IDEOLOGY

Una vez más nos reunimos esta noche para recrearnos y enorgullecernos con una nueva cosecha universitaria. Fue sembrada en tiempo la semilla, se laboró fuertemente sobre el surco, y “bajo el influjo próvido de espirituales lluvias” —para recordar a Barba Jacob— de la madre tierra, del alma mater, brota hoy el milagro sorprendente de los frutos.

Muchachas y muchachos llenos de fe y optimismo, sanos y fuertes, modestos porque son verdaderos, portadores de un vibrante mensaje de ciencia y de servicio —ya que la ciencia, en una sociedad de hombres libres, no puede disasociarse del servicio—, vienen hoy a recoger sus simbólicos diplomas y a recibir la congratulación de sus maestros y el abrazo apretado de sus padres, orgullosos unos y otros por lo que les corresponde del triunfo.

Irán, desde mañana, todos estos jóvenes al ejercicio de sus varias profesiones, fortalecidos con un sentimiento de confianza, porque el éxito de las aulas les augura y asegura el éxito en los laboratorios, los bufetes, los despachos, las escuelas y los trabajos, de campo. Pero para que el éxito sea completo deberán ir a sus labores con una visión social y nacional, humana y trascendental de sus destinos: no pensando sólo en los triunfos individuales, en el lucro o el confort, sino también en los problemas y las necesidades del país, de la comunidad, en todos cuantos han menester de justicia, en las condiciones colectivas para el bienestar de todos. Sólo así, sólo si en el balance se da por encima de lo que recibe, el éxito será completo, porque sólo así tendrá el sello de las realizaciones trascendentales.

Permítanme los jóvenes graduados, los padres de familia, los amigos que hoy con nosotros se reúnen, decir unas cuantas cosas sobre el tema, tomando como motivación la responsable alegría juvenil de esta noche.

Me he referido a nuestra sociedad costarricense como una sociedad libre de hombres libres, y a fe que ello, con justicia, nos colma de inocultable orgullo nacional. Pero —los peros son el índice de que vivimos realmente en una sociedad libre— ¿hasta dónde estamos aprovechando las posibilidades infinitas que nos ofrece la libertad? Y ¿hasta dónde estamos simplemente arrullándonos, para justificar actitudes pasivas y socialmente desinteresadas, con los mágicos sonidos de la noble palabra? Y ¿hasta dónde, en este último caso, estaremos comprometiendo a largo o a corto plazo la vigencia de la propia libertad? Porque, en verdad, la libertad sin vida interior, la libertad sin espíritu que la fortalezca, la libertad sin una voluntad que desgrane todas sus consecuencias, puede llegar a convertirse en algo sin sentido, expuesta al atropello de quienes la temen o no creen en ella. Pero, entonces, en su destrucción habrían sido tan culpables sus enemigos, como sus partidarios que no la habríamos sabido mantener lozana.

Hoy andan rondando las playas de la América sujetos que pregonan la justicia y el progreso a expensas de la libertad: son los totalitarios filósofos, los de la peor especie, porque tienen una explicación seudo-científica, pero cierta forma llamativa, sobre lo inútil e infructuoso de la libertad.

Pero hay frente a ellos otros sujetos no menos y peligrosos: los que loan la libertad como un concepto estático, como algo ya realizado y acabado, que hay simplemente que defender de los ataques exteriores, en la misma forma que se preserva de los efectos corruptores del medio un trozo de carne, colocándolo en una refrigeradora; los que hablan de la libertad confundiéndola con el statu quo, los conservadores que, con su inercia y su miopía, parecieran darle fundamento a la tesis totalitaria sobre lo inútil e infructuoso de la libertad.

Lo cierto es que la libertad no es una cosa, sino una forma de vida que, como tal, necesita y exige estar creciendo, ensanchándose, fortaleciéndose, si es que ha de vivir. Para ella detenerse es agostarse, congelarse es perder el hálito de vida. Ella, criatura exigente y sugestiva, no puede simplemente sobrevivir, tiene que vivir a plenitud; no puede simplemente vegetar; tiene que propagarse. Y su manera de vivir y de enraizar, de crecer y fortalecerse es, de acuerdo con su propia naturaleza, ir extendiéndose continuamente a nuevos terrenos de las relaciones sociales. La libertad es, pues, a más de un fin en sí misma, un medio, un poderoso medio para proseguir el movimiento interminable de la liberación humana. Para decirlo en términos más convencionales: la libertad, la libertad política, es un fin en sí misma, pero además es un medio, un poderoso medio para llevar adelante la plena libertad espiritual, económica y social del hombre. Por eso, quienes la consideran sólo como un fin ya completo, logrado y definitivo, y se dedican únicamente a defenderla de los peligros externos, sin preocuparse por su enriquecimiento interior; quienes la congelan, le ofrecen al totalitario el mejor pretexto para acusarla de inadecuada e inútil para la realización de justicia y el mantenimiento del progreso.

Esa, precisamente, es la gran responsabilidad a la que quisimos apuntar cuando nos preguntamos atrás si los costarricenses estamos aprovechando las posibilidades infinitas que ofrece la libertad.

Debe recordarse que para aprovecharlas se requiere —como cosa previa— una fe, una fe profunda en el hombre y su destino, en el hombre y sus virtualidades, en el hombre y su participación en Dios.

Porque si carecemos de ella, toda la construcción alrededor de la libertad se nos deshace en la mente y en las manos como una simple ensoñación. En efecto, si el hombre no es más que materia elaborada o animalidad distinguida, qué sentido puede tener la libertad para él? Por cierto que en este aspecto hay que reconocer la congruencia de los totalitarios de credo materialista, y denunciar la incongruencia de los de credo supuestamente espiritual. La libertad es un tesoro individual: implica la existencia de personas que puedan disfrutarla a conciencia y por sí mismas. Pero si lo que existe no son personas sino masas, no seres con un propio e intransferible destino individual, sino seres sumergidos en un mundo puramente material, dominados ineludiblemente por fuerzas naturales interiores y exteriores, quiénes podrían disfrutar de la libertad sino en el paradójico sentido marxista de “consciencia de necesidad”? Y, por otra parte, si nos falta la convicción de lo que el hombre realmente es, si no creemos que le anima una chispa espiritual irreductible, si estamos convencidos de que su personalidad se agota en un conjunto de leyes naturales, con qué garantías podrá contar la libertad? No quedará por acaso convertida —cuando exista y si es que llega a existir— en una concesión efímera del dictador, o del partido, o del Estado? Realmente una interpretación materialista del hombre y la sociedad no ofrece fundamento para ninguna forma de libertad, para ninguna garantía individual. La carta de los derechos del hombre y del ciudadano, o tiene como supuesto una interpretación espiritual del hombre y la sociedad, o no es más que una mofa y un engaño.

Al igual que una sociedad que se dice basada en principios espirituales pero que al tiempo niega las libertades esenciales del hombre. Ella no será tampoco más que una mofa y engaño. En el uno y en el otro caso se estará cometiendo un pecado mortal contra el espíritu; en el uno como en el otro, pregónese lo que se pregone y digan los textos legales lo que digan, no habrá respeto para la dignidad individual de las personas ni posibilidad alguna de que puedan vivir libremente.

Lo que necesitan entonces nuestras sociedades libres, si quieren continuar siéndolo de verdad, es un enfoque espiritual y dinámico de la libertad y una acción congruente con él de parte de todos sus hombres y mujeres, y muy en especial, de aquellos que, como los universitarios, cargan una mayor responsabilidad social que deriva, justamente del privilegio de haber frecuentado las aulas universitarias.

Y ahora, el problema de los medios, de la acción, de la operación, tan interesante para ser tratado frente a un grupo de graduandos que se van. Hasta dónde, cómo, puede la Universidad y pueden los universitarios influir positivamente sobre la comunidad, para hacer que la libertad, esta libertad que tanto veneramos, se enraíse y crezca, se enriquezca y se propague, por todos los horizontes del país?

Esta interrogante pareciera tener cierta relación con una crítica, hecha hace pocas semanas, por un señor diputado que dijo que la Universidad había permanecido silenciosa por muchos años ante lo que el propio crítico considera el hundimiento moral y cívico de la nación.

Dando por cierto esto último —lo que a mi juicio es inexacto y sólo el resultado frustráneo de proyectar los aspectos negativos de la política a otros ámbitos fundamentalmente sanos de la vida nacional— cómo debería haber actuado la Universidad? No tuvo a bien decirlo el ilustrado representante; pero yo deseo que nos planteemos esta noche el tema.

Debería la Universidad haberse lanzado a las calles a hacer política contra las prácticas de la política existente? Y, de haberlo hecho, habría logrado depurar la vida de los partidos, como lo desea el señor diputado, o se habría logrado más bien introducir la política en la Universidad, con el resultado último de que las cosas habrían resultado más bien agravadas desde el punto de vista nacional?

A mi modesto juicio de costarricense interesado como el que más en los problemas nacionales, todo tiene su jerarquía, su tono, su oportunidad. La Universidad está hecha para preparar las futuras generaciones dirigentes. Está hecha para enseñar y para estudiar, para investigar y para aprender. Su responsabilidad es de largo plazo, fuera de sus obligaciones de extensión cultural y asesoramiento técnico que sí son inmediatas. Y a esas características tiene que adaptar sus actuaciones. Salvo, naturalmente, cuando la libertad política se pierde, caso en el que el papel de la Universidad tiene que cambiar y, dejando vacías las aulas y cerrados los textos, entregarse a la lucha sacrificada por el restablecimiento de la democracia. Así lo hizo la Universidad de Costa Rica en algún momento en el pasado, y así lo han hecho o lo están haciendo muchas de sus hermanas de la América Latina, y así tendrán que hacerlo todas si desgraciadamente llegare a ser necesario en el futuro, sin violentar por ello y, al contrario, confirmando su naturaleza de casas de cultura superior.

Pero cuando la libertad política está viva, como lo está y lo ha estado en Costa Rica la mayor parte de su existencia nacional, cuando están abiertos todos los cauces y operando todos los mecanismos de expresión pública de ideas y posiciones, el papel de la Universidad es —definitivamente— el estudio, el estudio con sentido de servicio, con sentido de futuro, con definida pero serena preocupación nacional.

Yo me explico y justifico la insurgencia de la Universidad nicaragüense y de la cubana, porque es obligada y perentoria, pero no así la de ciertos sectores estudiantiles de la de Caracas, porque la suya no tiene la menor justificación colectiva.

Si romper el silencio significa sumergir a las Universidades en la política cotidiana, sin haber ineludible necesidad social de ello —como no la hay en Costa Rica— es cierto que la nuestra ha estado silenciosa. Pero con seguridad su silencio, o sea, su apartamiento de las pequeñas refriegas de todos los días, confirmará en muy poco tiempo haber sido un silencio o apartamiento fecundo y trascendental, porque él no ha sido inefabilidad o desinterés, inercia ni cinismo, sino preparación seria y sistemática de generaciones para un próximo futuro, forja en la pequeña República Universitaria de las virtudes de absoluta libertad para todas las personas, completa tolerancia para todas las ideas, diálogo constructivo, responsabilidad acrisolada, selección ética de los medios, preocupación por los problemas verdaderos, esas mismas virtudes que quisiéramos ver prevalecer, sin excepciones ni debilitamientos, en el escenario de la política nacional.

Ahora bien, si nuestro crítico parlamentario a lo que apuntar fue a cierta pasividad ideológica de los estudiantes costarricenses, yo estoy dispuesto a concederlo y a admitir que nuestros jóvenes son más bien conservadores, aunque de inmediato tendría que pasar a explicar tal estado de ánimo como previsible función de la aparente normalidad ambiente. Porque conservatismo y radicalismo sólo deben medirse con el metro de las situaciones históricas, y la nuestra no justifica, por pesimista que sea la visión de algunos, los niveles de emoción desorbitada ni las violentas y heroicas actuaciones de otros meridianos.

Sin embargo, yo creo que sin necesidad de acercarse ni remotamente a los climas de apasionamiento y las desordenadas vías de hecho, nuestros jóvenes podrían y deberían tener, dentro de la racionalidad propia del claustro y los cánones de la conducta académica, una mayor beligerancia ideológica, un mayor y más activo interés por los grandes problemas que afectan al mundo y al país. Más aún, creo que en los últimos años han sido víctimas, en demasía, de la normalidad aparente que a todos nos circunda, que en manera alguna es ausencia de una problemática nacional sino más bien de un iluminador y serio planteamiento alrededor de ella.

He dicho en otra ocasión que la Universidad no sólo debe reflejar al país que la nutre y la sostiene, sino que también debe trabajar por superarlo, y en esa dirección los estudiantes deberían tratar de independizarse del adormecido medio social y comenzar a vivir una vida ideológica más intensa, de mayores iniciativas y más audaces vuelos, aprovechando el idealismo de sus cortos años y la ausencia de intereses personales directos que hacen del cuerpo estudiantil y, en general, de la Universidad como un todo, un trozo social relativamente indeterminado e independiente de la textura de intereses creados de la sociedad de los adultos. Una actitud así, una más aguda conciencia de lo social —que en mi opinión no tendría que significar necesariamente una intervención prematura en la política cotidiana— contribuiría a prepararlos aun más para la gran tarea de desempeñar sus funciones futuras, como ciudadanos y profesionales, más en consonancia con el alto y obligado concepto espiritual y dinámico de la libertad.

Pero la Universidad, ya como institución, qué estaría llamada a hacer para fortalecer la conciencia social y nacional de sus estudiantes y estimular su beligerancia ideológica? No puede ni debe, desde luego, adoctrinarlos, imponerles una línea de pensamiento, porque eso significaría traicionar su propio espíritu de libertad. Pero sí puede y debe contribuir a despertar el interés por los grandes problemas nacionales, que es ciertamente lo que ha venido en cierta forma haciendo con sus distintos programas de investigación en materia económica, social, médica, agrícola, etc. Lo que faltaría sería sólo multiplicar esas investigaciones en el tanto en que se lo permitan sus recursos, y, muy especialmente —y esto no tendría más costo que el del esfuerzo adicional que demandaría de expertos y profesores— tratar de conectar, más íntimamente de lo que se ha hecho hasta ahora, las investigaciones con la docencia, para que el espíritu de análisis científico, la preocupación por los problemas y el afán de resolverlos racionalmente no se queden en los gabinetes sino que se desborden por las aulas. Para lograrlo, creo que un medio efectivo podría ser formar asociaciones de profesores y estudiantes, o bien únicamente de estudiantes, alrededor de los proyectos de investigación, para que el interés por ellos sea absorbido por grupos más extensos; y provocar mesas redondas, seminarios, conferencias y publicaciones —en los propios órganos de la Universidad o en órganos publicitarios ajenos a ella— por parte de esas asociaciones, con el propósito de que los análisis y las conclusiones de la investigación científica cobren el calor de vida que comunican siempre la exposición y el debate de las ideas.

Mucho sería ciertamente lo que significaría para abrir aún más los ojos de los muchachos a la problemática nacional y redimirlos del peligroso conservatismo inducido por la normalidad superficial e incolora del ambiente, la existencia de dinámicas sociedades estudiantiles de debate y divulgación pública, organizadas desde luego dentro del más estricto orden académico, que trataran de problemas tales como el desarrollo económico de Costa Rica, las condiciones de la tenencia de la tierra en Centroamérica, el desenvolvimiento de la ingeniería sanitaria o de la hidráulica; la construcción de carreteras, el mejor aprovechamiento de las tierras laborables, las plagas insectiles, fungosas y bacteriales que agobian nuestra agricultura, el mejoramiento de la dieta popular, la existencia de enfermedades que afectan la salud de extensos grupos de costarricenses, para hablar de algunos de los proyectos de investigación que actualmente se llevan a cabo en la Universidad, y —para poner ejemplos de otros que podrían ser iniciados— alrededor de un problema como el de la organización y el funcionamiento de la Asamblea Legislativa —cuyo prestigio y eficiencia tanto debe interesarnos a los costarricenses, que creemos en el gobierno originado en el pueblo— tema éste que podría ser enfocado con tanta propiedad por la Facultad de Derecho; el de cómo poder adaptar el maquinismo moderno a las necesidades del país —condición para establecer en Costa Rica una armónica civilización industrial— tema sobre el que podría hacer tanto el Departamento de Física y Matemáticas; y de cómo llevar a la realidad la imprescindible reforma de la Segunda Enseñanza materia sobre la que la sección corresponda, podría ofrecer aportes de trascendencia.

Nos estaríamos así acercando más al escenario de las grandes luchas de nuestro tiempo, en el que tanto puede y debe hacer la Universidad por aclarar conceptos, fines y procedimientos, pero en donde tanto cuidado debe tener al tiempo para preservar su independencia, mantener su serenidad y salvaguardar la racionalidad de su acción y sus pronunciamientos.

Estaríamos además de esa manera enriqueciendo la propia vida universitaria con nuevos organismos de pensamiento y acción.

Desde 1955 vengo por cierto predicando sobre la necesidad de este enriquecimiento de orden social, que es otra expresión de la verdadera democracia. En efecto, así como para el Estado totalitario, todo grupo, toda organización que se forjen fuera de él resultan sospechosos y peligrosos y deben ser destruidos, para el Estado democrático todo grupo, toda organización que se forjen fuera de su radio de acción tienden paradojalmente a fortalecerlo y merecen ser estimulados. Se entiende: grupos y organizaciones que no traten, por su poder económico o de cualquiera otra índole, de destruir las bases de libertad que los hizo posible. La absorción de toda la vida social es la característica del totalitarismo. El crecimiento de la vida social extra-estatal es la de la democracia. Pues bien, dentro de ese criterio, el surgimiento en la universidad de sociedades de debates, de asociaciones o clubes de diferentes propósitos: culturales, científicos, puramente sociales, recreativos, deportivos, etc., sería un síntoma de una saludable vida colectiva, de un espíritu robusto de iniciativa personal, de una riqueza de fuentes de acción independientes, y denotaría otra forma de expresión de las virtualidades democráticas de nuestra Casa de Estudios.

Pero no ha sido sino hasta este año de 1960 que termina, que hemos podido ver, con el establecimiento del Centro Internacional de Estudiantes y la fundación del Club de Montañismo, las primeras manifestaciones de un espíritu así. Lo que me lleva a creer que los anteriores han sido años de verdadera formación colectiva, de segura maduración, y que de ahora en adelante van a multiplicarse los focos independientes de actividad universitaria, dentro de los cuales las sociedades de debates, organizadas alrededor de los proyectos de investigación, pueden llegar a alcanzar una importancia extraordinaria por su repercusión sobre la vida de la comunidad y por las oportunidades que ofrecerán como órganos de formación cívica y colectiva.

Pero yo les veo todavía otro papel a estas sociedades, otro papel que puede ser de interés para los jóvenes graduandos: el de servir de nexo para mantener ligados los egresados a la institución. Lo cual podría lograrse de dos maneras: tratando de que los estudiantes, al terminar sus estudios, se mantuvieran como miembros de ella, o estimulando a los egresados a formar sus propias asociaciones y estableciendo una vinculación orgánica y permanente entre ellas y las estudiantiles. Dichas asociaciones, para desempeñar a cabalidad sus papeles, deberían ser tan independientes de los colegios profesionales respectivos como los clubes estudiantiles deberían serlo de la Federación de Estudiantes Universitarios. Esto sería esencial, en el caso de las de egresados, para que su actividad no se confundiera con los naturales puntos de vista gremiales de los colegios ni quedara limitada o interferida por ellos. Lo sindical, lo gremial, es muy importante, pero es ajeno a las sociedades de carácter cultural y sentido nacional en que estamos pensando. Lo gremial —sin que la afirmación arrastre ningún sentido peyorativo— tiene carácter esencialmente defensivo, material: se relaciona con los legítimos intereses personales de los miembros de cada colegio. En cambio los grupos de debate y divulgación, si es que han de actuar en ejercicio del concepto dinámico y espiritual de la libertad que hemos tratado de elaborar esta noche, deberían orientarse por algo muy distinto a lo simplemente defensivo y muy opuesto a lo estrechamente material. Los cuerpos profesionales aumentarían así su predicado y su influencia social en muchas veces lo que actualmente son, sin abandonar por eso sus lícitas funciones gremiales en el seno de los diferentes colegios.

Pero —y esto no es ciertamente lo menos importante de la idea— el mantenimiento de egresados y graduados en las asociaciones estudiantiles o la formación de sociedades de profesionales ligadas con las de los estudiantes, tendría el benéfico efecto adicional de incrementar la que hoy, lamentablemente, es apenas una relación débil y formal de los graduados con su Alma Mater. Podrían ellos trasmitir directamente y con regularidad hacia ella las pulsaciones del ambiente exterior y, a la vez, recibirían el influjo de la atmósfera serena, racional y desinteresada del claustro, y crecería su interés y su cariño por las cosas universitarias. No se alejarían de su casa formadora ni se aislarían de las nuevas generaciones de universitarios. Seguirían sintiéndose tales, libres de prejuicios e intereses secundarios, tolerantes, idealistas, desprendidos, entusiastas…

Y se prepararía el terreno para una relación más efectiva y profunda que la efímera y circunstancial que representan los asientos que los colegios tienen en la Asamblea Universitaria…

Jóvenes graduandos de 1960: estoy seguro de que entenderéis perfectamente que la exposición de las anteriores ideas, si bien modestas, inspiradas en una gran pasión costarricense, son la mejor forma que he encontrado de rendir un tributo a vuestro triunfo escolar de hoy. Todo triunfo representa un compromiso; todo paso adelante, una responsabilidad. Así, al triunfar vosotros graduándoos y dar un significativo paso adelante en vuestras vidas, habéis adquirido compromisos y responsabilidades de servicio para con la pequeña y grande Patria que hizo posible vuestros estudios. Y yo he querido asociarme al triunfo y participar en el paso adelante, dirigiendo un pequeño rayo de luz hacia una, entre muchas, de las formas en que vosotros podríais tratar de cumplir los compromisos y descargar las responsabilidades humanas, sociales y nacionales que os corresponden.

Si la idea de asociaciones mixtas o paralelas de estudiantes y graduados, dedicadas a tratar y divulgar algunos de los grandes problemas del país, llegare a cuajar en algún momento; si la idea fuere recogida por la Federación de Estudiantes Universitarios, para cuyo Congreso de marzo de 1961 me permití sugerir el tema múltiple de cómo podrían los universitarios llegar a influir más vivamente en la vida de la comunidad costarricense; ello podría ser un embrión, en campo universitario, de la grave misión de interpretar dinámica y espiritualmente la libertad y de actuar de acuerdo con dicha interpretación, como la mejor manera de conservar, fortificándola y enriqueciéndola, esa misma libertad que nos es tan cara…

Jóvenes graduandos de 1960, que en número de 173 venís esta fresca noche de diciembre a recibir vuestros diplomas: tenéis el mundo por delante, conquistadlo con la profundidad del pensamiento pero también con la generosidad del corazón. No echéis al olvido la pequeña República Universitaria en que habéis trabajado tan asiduamente estos últimos años. La Universidad, por su parte, os seguirá en todo vuestros pasos con igual solicitud con que la madre observa los pasos de sus hijos, y se colmará de orgullo y alegría cuando sepa que estáis usando lo que habéis aprendido en beneficio de Costa Rica. Andad, pues, que —para recordar unas bellas palabras de otro gran poeta latinoamericano, Julio Herrera y Reissig— lo que tenéis inmediatamente que transitar es “un sendero matinal de estrellas”...


1* Facio, R. (1960). Discurso del Rector en el acto de clausura del año académico de 1960. En Anales de la Universidad de Costa Rica. San José, 183-253.