Rev. Ciencias Sociales 156: 111-117 / 2017 (II)

ISSN: 0482-5276

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INAUGURACIÓN DEL PABELLÓN DE LA FACULTAD DE MICROBIOLOGÍA Y DE BIENVENIDA A LOS ESTUDIANTES DE PRIMER AÑO DE UNIVERSIDAD

(CELEBRADO EL 5 DE MARZO DE 1960)

Fuente: Fotografía nro. 1945. Archivo Universitario de la Universidad de Costa Rica (AUROL).

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PALABRAS CLAVE: DISCURSO * DESARROLLO CIENTÍFICO * UNIVERSIDAD * MICROBIOLOGÍA * INVESTIGACIÓN

KEYWORDS: SPEECHES* SCIENTIFIC DEVELOPMENT * UNIVERSITY * MICROBIOLOGY * RESEARCH

Nos reuninos hoy, 5 de marzo de 1960, alumnos, profesores, funcionarios y amigos de la institución, con el doble propósito de darles un saludo de bienvenida a los nuevos estudiantes y de inaugurar un nuevo pabellón de la Ciudad Universitaria. De inaugurarlo, advertimos, oficial y protocolariamente, porque este edificio quedó concluído y comenzó a prestar ciertos servicios limitados desde hace casi un año. Pero preferimos esperar a que la mayor parte de su equipo estuviese instalado; y a que su nuevo mobiliario, en gran proporción construído en nuestros propios talleres de ebanistería, se hallase colocado; y a que sus alrededores estuviesen completamente arreglados; y, principalmente, a que el serio y entusiasta laborar de todos sus alumnos y catedráticos se encontrase ya, como hoy se encuentra, infundiéndole vida y alegría a sus aulas, laboratorios y corredores, para convocar a los representantes de los poderes públicos y de los países amigos, los padres de familia y otros importantes sectores de la comunidad costarricense, a esta asamblea sencilla pero llena de rumores de crecimiento, en que vamos formalmente a augurar, inaugurando su edificio, un magnífico destino para la Facultad de Microbiología, a la vez que a presentar el más cordial saludo a la nueva generación que emprende hoy sus tareas universitarias.

Vienen hoy ustedes, jóvenes estudiantes, por primera vez a la Universidad, con el corazón henchido de esperanzas y la mirada repleta de futuro. Quienes estamos frente a la institución esperamos confiadamente que encuentren en ella un ambiente acogedor y estimulante, el que Costa Rica, a través de nuestras humildísimas personas, ha venido preparando en los últimos años para garantizar que sus estudios serán los mejores y que, al terminarlos, podrá contar con un nuevo grupo de ciudadanos cultos, responsables, caballerosos y dotados de alto espíritu de servicio. Porque es esta una empresa de orden social y nacional, y así deben ustedes comprenderlo desde los primeros momentos de su vida aquí, y así tenerlo presente en todas las circunstancias de su paso por la institución. Aquí, en estos hermosos prados y sobrios edificios de la Ciudad Universitaria, el país hace un gran esfuerzo por construirse, en espíritu, un espléndido futuro. Y es de rigor que todos cuantos trabajamos aquí, ya sea en trabajo de enseñanza, investigación o administración —como en el caso del personal— ya en trabajo de estudio y preparación —como en el caso de ustedes— nos hagamos cabalmente conscientes y limpiamente dignos de tal esfuerzo. Sobre unos y otros está y estará siempre, inquisitiva, la mirada escrutadora del país. Nosotros, como depositarios de una sagrada función pública, estamos y estaremos siempre expuestos al examen de la opinión pública y siempre dispuestos a dar cuenta de nuestros actos y a responder plenamente por ellos. Ustedes, jóvenes universitarios, como la razón de ser de la institución y de todo ese gran esfuerzo nacional que se realiza a través de ella, tienen que justificar semejante privilegio estudiando tesoneramente; apasionándose por el mundo riquísimo de la cultura, de la ciencia; conduciéndose en todo momento con corrección y propiedad; respetándose entre sí y respetando a sus profesores y directores que a la vez los respetarán plenamente a ustedes; cuidando estos muros, enseres e instrumentos que, por ser de todos los costarricenses, de los de hoy y los de mañana, merecen una especial consideración; aprendiendo a sostener con firmeza e inteligencia las ideas que les sean caras, pero mostrándose respetuosos y abiertos para con las ideas de los demás; siendo honrados, con acrisolada honradez interior, frente a su propia conciencia, el mundo y la sociedad; esforzándose, por encima de diferencias filosóficas, religiosas, políticas o de cualquiera otra índole, por reconocerse en el prójimo.

Si lo logran, y naturalmente nosotros estamos aquí para ayudarles a lograrlo, habrán ustedes cumplido con ustedes mismos, sus hogares y la Patria, y habrán justificado plenamente el admirable esfuerzo nacional que representa esta Casa de Estudios.

Como un poco de recuerdos no sólo contribuye a conectar históricamente los esfuerzos de los distintos grupos universitarios, sino que también les hace justicia a los que tanto hicieron antes de comenzar a trabajar el nuestro, recordaremos hoy que esta Facultad de Microbiología comenzó siendo la Facultad de Ciencias, creada por la misma ley del año 40 que restableció la Universidad de Costa Rica.

Sus lecciones se iniciaron en 1941, en el antiguo edificio de la Escuela de Farmacia, dentro de la tradición, lamentable pero obligada, común a todas nuestras escuelas, de comenzar a trabajar en instalaciones no diseñadas para ellas y, por tanto, inadecuadas para que su trabajo resultase completamente fructuoso.

La Facultad se dividió en un principio en secciones de Ciencias Biológicas y de Ciencias Físico-Químicas, habiéndose agregado en 1945 la de Matemáticas o Físico-Matemática. Siempre fue su propósito el de preparar investigadores, así como profesores que pudiesen servir en los cuadros de la Segunda Enseñanza.

En 1947, se reorganizaron sus estudios dentro de las secciones de Ciencias Físico-Matemáticas, Ciencias Biológicas, Química y Bacteriología.

Con todas las limitaciones de un profesorado de horas sueltas y de un equipo e instalaciones insuficientes, la Facultad de Ciencias graduó un Licenciado en Física, otro en Matemáticas, dos en Química, cuatro en Físico-Química, y siete en Biología, habiendo además producido más de 25 egresados que no llegaron a titularse. Su gestión fue, pues, aunque pequeña e incompleta, de carácter positivo, y muchos de sus graduados, egresados y estudiantes contribuyeron en algo a paliar el grave problema de la demanda creciente de profesores de Segunda Enseñanza en el campo de las ciencias, así como a hacerle frente, en alguna medida, a las exigencias de la embrionaria industria nacional.

En 1950 se acordó sustituir el nombre de la Sección de Bacteriología por el de Microbiología, y ese fue el principio de lo que sería luego la Facultad de Microbiología. Ya en el año 1953 sólo funcionaban, pero en un nivel superior al de los años iniciales, la mencionada Sección de Microbiología y la de Química. Los Laboratorios de Microbiología habían también, por esa época, llegado a alcanzar elevada categoría, tanto desde el punto de vista de la ciencia pura como de las aplicaciones científicas y del servicio público fundado en ellas. Pero la formación de profesores, con el bagaje pedagógico y metodológico requerido, nunca logró en cambio constituirse en una función específica de la Facultad de Ciencias.

De 1953 en adelante, la nueva política universitaria —caracterizada en primer lugar por el afán de crear un personal totalmente dedicado a la ciencia y la docencia— dióle a la Sección de Microbiología varios profesores de tiempo completo, algunas becas y subsidios para mejorar la preparación de sus jóvenes instructores y graduados, nuevo equipo científico, y un órgano de publicidad para dar a conocer la labor de investigación que se iniciaba. Y en 1956, cuando —ya en ejecución de la reforma académica general— la antigua Sección de Química se convirtió en el Departamento del mismo nombre que hoy, con su excelente personal de dedicación exclusiva, sus nuevos equipos, magníficos laboratorios y moderno edificio, es timbre de orgullo de la nueva Universidad, emergió la Facultad de Microbiología, como un notable centro de formación profesional e investigación científica, de las cenizas fecundantes y honorables de la antigua Facultad de Ciencias.

Dentro de la reforma, Microbiología se desprendió generosa e inteligentemente de sus dos primeros años de estudio, que pasaron a constituir, en el seno de la Facultad de Ciencias y Letras, el ciclo pre-médico: dos años de estudios de cultura general y disciplinas fundamentales en el sector de las ciencias biológicas, después de los cuales el estudiante puede optar por la carrera de microbiología o por la de medicina. Además, después del primer año de tal ciclo —constituído por los Estudios Generales y el área de Ciencias Biológicas del Primer Año de Ciencias y Letras— puede optarse, dentro del nuevo régimen universitario, por las otras carreras de carácter biológico o por el profesorado y la licenciatura en ese campo.

Además, e igualmente dentro de la filosofía de la reforma, la propia Facultad de Microbiología se departamentalizó, concentrando en su seno ciertos cursos comunes o no comunes, pero todos de carácter básico, que figuraban en los currículos de otras escuelas profesionales. En efecto, sus dos Departamentos: Microbiología y Parasitología, aparte de cobijar todas las materias correspondientes a la carrera del microbiólogo, cubren las Bacteriologías de las Escuelas de Agronomía, Odontología, Farmacia y Medicina, y las Parasitologías de las dos últimas carreras.

Mediante estos orgánicos arreglos, Microbiología aparece ahora corno una escuela profesional que prepara rigurosamente un profesional de gran utilidad; como un instituto departamentalizado al servicio del currículo microbiológico y de los de otras escuelas profesionales; y como un centro de investigación científica de los más importantes de la Universidad y del país. Todo lo cual explica —aparte de la necesidad de ir desalojando los antiguos edificios universitarios del Barrio González Lahmann, vendidos al Gobierno de la República desde 1953 y apenas entregados a él en mínima parte— la preferencia dada a Microbiología en la construcción de su edificio definitivo.

En esta nuestra pequeña tierra, de población reducida, tradición colonial prácticamente inexistente en el aspecto cultural, y tan limitada en recursos técnicos, hubo siempre, sin embargo, desde casi los inicios de su vida independiente, cierta preocupación de carácter científico frente a la realidad circundante. Surgieron estudios tras estudios, y lo analizado estaba principal y casi exclusivamente en el campo de las ciencias biológicas. Lo que se entiende bien, dada la riqueza biótica del país y su importancia singular como la parte del istmo centroamericano en que, en medio de los trópicos, la conformación y la altura de las montañas ofrecen, en un ámbito verdaderamente reducido, las más variadas características ambientales.

La investigación, durante varias décadas, estuvo a cargo de distinguidos visitantes alemanes, como —para citar dos nombres eminentes— el Barón don Alejandro von Bulow y el Doctor don Alejandro von Frantzius, quienes desde 1843 —año de la fundación de la extinta Universidad de Santo Tomás— tuvieron valiosa participación en las actividades exploradoras de aquella olvidada Sociedad Itineraria, fundada también, como la Universidad, por el Doctor don José María Castro, el gran vidente del siglo XIX.

Más adelante vinieron los Doctores don Mauricio Wagner y don Carlos Scherzer, cuyo interés científico aparece bellamente confundido con su sentido estético cuando, en 1853, en uno de sus estudios, dicen de Costa Rica que “es la más tranquila y la más dichosa de sus hermanas de la América Española, país bendito por los cielos, donde la naturaleza se extiende sobre los contornos de la cordillera, en una maravillosa variedad de climas y productos”.

Estos viajeros —exploradores y escritores al tiempo— y luego otros, de nacionalidad británica y norteamericana, realizaron un estudio intensivo de nuestra flora, nuestra fauna, nuestra geología. Dedicáronse principalmente a la recolección, la observación, la descripción y la clasificación de las abundantes riquezas naturales de nuestro suelo. Pero hicieron también numerosas observaciones geográficas, meteorológicas, climatológicas e hidrográficas, así como —ya fuera del ámbito de las ciencias naturales— de orden antropológico: descubrimientos arqueológicos y estudios relacionados con las costumbres, la religión, la lengua y la distribución de las tribus aborígenes. En este último campo no puede dejar de recordarse sin un gesto de admiración, a quien no fue ya un circunstancial visitante de nuestro solar: el Obispo don Bernardo Augusto Thiel, santo y culto varón que supo unir, en admirable síntesis, un penetrante espíritu de observación con un infatigable celo evangelizador.

En los años 80 hizo su ingreso al país el distinguido grupo de naturalistas suizos que, en compañía de otros intelectuales, llegaban en cumplimiento de la sabia política trazada por el Licenciado don Mauro Fernández, de poner en manos de pedagogos y hombres de ciencia europeos, la organización y la dirección de los liceos que estaba produciendo su reforma educativa. Fueron ellos don Pablo Biolley, don Enrique Pittier, don Gustavo Michaud, y don Juan Rudín, cuyos nombres están íntimamente asociados con el desarrollo científico y cultural de la nación, y la mayor parte de los cuales dieron origen a respetabilísimas familias costarricenses. Como fruto de este movimiento se establecieron instituciones tan serias como el Instituto Físico-Geográfico y el Museo Nacional, alrededor de las cuales trabajarían más adelante los primeros investigadores propiamente costarricenses, como don José Fidel Tristán, graduado en el Instituto Pedagógico de Santiago de Chile, especialista en geografía y geología, y don Anastasio Alfaro, uno de los últimos graduados de la Universidad de Santo Tomás, especialista en zoología, botánica y arqueología.

El Smithsonian Institute de los Estados Unidos propició y financió investigaciones de carácter zoológico, que fueron llevadas a cabo por científicos norteamericanos; y otras entidades sanitarias, agrícolas, geológicas y físico-geográficas del mismo país, auspiciaron por su parte otra serie de estudios. Pero en el capítulo sanitario intervinieron ya, desde las postrimerías del siglo XIX, distinguidos hombres de ciencia costarricenses. Entre ellos, el primero, el doctor don Carlos Durán, la más alta figura de la medicina nacional, quien con extraordinaria visión de médico e higienista, a la vez que planeó las principales instituciones asistenciales del país, puso los cimientos de nuestra patología regional. En efecto, junto con el doctor don Gerardo Jiménez Núñez, tan tempranamente desaparecido, realizó las primeras publicaciones sobre parasitología humana, coadyuvando a aclarar la etiología de la famosa enfermedad del “cansancio” la terrible anquilostomiasis.

Vinculados al venerable Hospital San Juan de Dios, el igual que Durán y Jiménez Núñez, los Doctores don Carlos Pupo y don Luis Paulino Jiménez contribuyeron al estudio de distintas enfermedades infecciosas e iniciaron los trabajos de laboratorio clínico, siendo todas estas, actividades precursoras de las hoy confiadas a la Facultad de Microbiología.

Y, después de la segunda década del presente siglo, comienza a adquirir verdadero renombre científico, tanto nacional como internacional, al Laboratorio del mismo Hospital San Juan de Dios, gracias a la labor benemérita del Doctor don Clodomiro Picado, verdadero iniciador entre nosotros de la investigación de tipo experimental y sistemático. Con Clorito —como con nota familiar pero de respetuoso afecto le conoció y continúa recordándolo el pueblo de Costa Rica— se abre profundo surco en la vida científica de la nación. Dotado de una curiosidad y una capacidad científicas extraordinarias, explora con indudable acierto una serie de ramas que hoy constituyen especialidades independientes: bacteriología, parasitología, inmunología, fisiología, fisiopatología, endocrinología, inmunoterapia, ecología, micología, hematología, herpetología. Y, a más de todo ello, Clorito crea y deja escuela: el Doctor don Antonio Peña Chavarría, hoy Decano de nuestra Facultad de Medicina, contribuye a esclarecer en 1925 la etiología de la lieshmaniasis cutánea; el Doctor don Tulio von Bülow, en 1937, a determinar la existencia de la tripanosomiasis humana. Estos dos profesionales, junto con los alemanes Nauck y Rotter, son por cierto quienes ponen las bases de nuestra medicina tropical. Y luego vendrán otros discípulos más jóvenes, como Trejos, y otros investigadores como Céspedes y Morera, ya todos ellos vinculados con la Universidad restablecida en 1941.

Entre tanto la investigación continúa en otras esferas: con don Ramiro Aguilar, en botánica; el Doctor Paul Schaufelberger, en geología; el Doctor don Julio César Ovares, en dermatología; don Alexander Bierig, profesor honorario de la Universidad, en entomología; don José María Orozco, creador del riquísimo y hermoso Jardín Botánico de la Ciudad Universitaria, en ese campo; don Rubén Torres, primer Decano de la antigua Escuela de Ciencias, en botánica; los Valerio, en zoología y botánica; y, entre los de más reciente formación, con don Jorge León, en botánica; el Doctor don Rafael Lucas Rodríguez, Director de nuestro Departamento de Biología, en botánica; el Doctor don John de Abate, en zoología; el Doctor don César Dóndoli, Director de nuestro Departamento de Geología, en ese campo; el Ingeniero don Gabriel Dengo, en geología; y tantos otros agrónomos, médicos, farmacéuticos, químicos, ingenieros y odontólogos, la mayor parte de ellos asociados en una u otra forma con la Universidad.

Como un simbólico reconocimiento a la labor de los investigadores ya desaparecidos, se ha colocado en los alrededores de este pabellón la augusta y meditativa cabeza en piedra de Clorito Picado, labrada por la mano privilegiada de Juan Rafael Chacón. Y es nuestra intención rendir homenaje a las pasadas generaciones de científicos, consangrando su recuerdo en el bronce, la piedra o el mármol. Pero estamos convencidos de que el mejor homenaje, el que más apreciará su espíritu inmortal, consiste en procurar que los jóvenes, los nuevos, mantengan los ideales de los idos, reproduzcan sus afanes, continúen su obra inacabable. Y este edificio, sus laboratorios, equipos y además facilidades, son la expresión material del propósito de la Universidad de estimular y facilitar las labores de esos científicos jóvenes, de esos investigadores nuevos. Porque lo anterior fue casi siempre esfuerzo aislado de hombres no menos aislados, en lucha con mil dificultades y limitaciones y no pocas veces envueltos en una total indiferencia. Y pretendemos que lo que siga sea un esfuerzo cooperativo y sistemático de hombres de ciencia, reunidos en equipo, y gozando del máximo de los estímulos espirituales y de las facilidades y compensaciones materiales que la institución pueda ofrecerles. Y así ha comenzado ya a ser. Los frutos de tal forma de trabajo pueden palparse por cualquiera en la calidad profesional de los graduados de la Escuela, y en el centenar de trabajos científicos originales publicados en los siete primeros números de nuestra ya prestigiada Revista de Biología Tropical. Y de hoy en adelante —tenemos plena seguridad— los resultados y los frutos van a ser aún mayores y mejores.

Para ello tenemos depositada nuestra confianza en los Doctores don Gonzalo Morales, Decano de la Facultad, don Bernal Fernández Piza y don Armando Ruiz Golcher, investigadores de dedicación exclusiva y directores, respectivamente, de los Departamentos de Microbiología y Parasitología; en el conjunto de los otros investigadores de tiempo completo y medio tiempo: Doctores don Alfonso Trejos, don Otto Jiménez, y don Rodrigo Zeledón; y Licenciados don Roger Bolaños y don Rodrigo Brenes; en el grupo de estimabilísimos profesores de horas sueltas que coadyuvan a poner la enseñanza en vivo y fecundo contacto con la práctica profesional; en don Pedro Vieto, competente egresado que tiene la responsabilidad de los Laboratorios de Microbiología; en el cuerpo de auxiliares técnicos y administrativos que completan el personal de la Facultad; y —no menos importante por ser mencionado al final— en el pequeño pero brillante cuerpo estudiantil que se ha hecho digno de este gran esfuerzo realizado por la Universidad.

Con este hermoso edificio se inicia el conjunto arquitectónico y académico de las Ciencias Médicas, así como el del Departamento de Química, inaugurado en 1958, inició el de las Ciencias Básicas. A fines del mes de octubre se comenzó a construir, un poco hacia el oeste, el de la nueva Escuela de Medicina, que habrá de estar listo para el año académico de 1961 y, cuando los recursos lo permitan, habrán de levantarse, también en estos alrededores, los de Odontología y Farmacia.

El costo definitivo del pabellón de Microbiología fue de 1.616.921.15. En su diseño, cálculos estructurales y estudios complementarios, intervino todo el grupo profesional de nuestro espléndido Departamento de Planeamiento y Construcciones, timbre de orgullo de la arquitectura y la ingeniería costarricenses. Su construcción, cumplido el trámite legal de licitación pública, le fue confiada a la firma Monge y Alvarado, la cual realizó una labor digna de encomio.

El equipo científico concentrado en el edificio alcanza alrededor de la suma de 300.000.00, y existen gestiones bien encaminadas ante las Fundaciones Kellogg y Rockefeller para la obtención de otras maquinarias e instrumentos especializados. El mobiliario, la mayor parte del cual fue construído en los propios talleres universitarios, vale más de 150.000.00.

En espera de que puedan ocupar sus instalaciones definitivas, el edificio dará comprensivo albergue, por un año más, al cuerpo directivo de la Facultad de Medicina, y por varios, a distintas cátedras del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias y Letras, así como a la Sección de Salud del Departamento de Bienestar y Orientación. Cuando dentro de unos momentos, después de escuchar las voces cálidas y frescas del Coro Universitario, todos ustedes, queridos amigos asistentes a este sencillo acto, lo recorran en nuestra compañía, podrán oír de los encargados de cada uno de sus servicios, así como de quienes tienen a su cuidado los propios de la Facultad de Microbiología, una breve explicación sobre su funcionamiento y sus objetivos. Tras lo cual deseamos tener el honor y el gusto de que ustedes compartan con estudiantes y profesores el modesto refrigerio que, año con año, ofrece la Universidad el día de la iniciación de cursos.

Y ahora, en nombre del Consejo Universitario, lo declaro formalmente inaugurado, y lo entrego en las manos competentes y limpias de la Facultad de Microbiología, de sus maestros y sus alumnos, de los investigadores y su personal administrativo, con la firme convicción de que harán de él un nuevo y fructuoso instrumento del progreso científico y social de Costa Rica.

Algunos de ustedes, jóvenes que hoy ingresan en la Universidad, vendrán a usarlo cuando alcancen la etapa de los estudios profesionales; otros irán a otros pabellones a seguir carreras tan útiles como la de la Microbiología, pero fueren donde fueren y usaren las instalaciones que usaren, todos deben tener bien claro que estos muros de la Ciudad Universitaria son la propiedad de la Patria, valga decir, de todos en cuanto todos sepamos honrarla debidamente, razón por la que el haberlos recibido y saludado hoy en el edificio de una escuela profesional y no en el de la Facultad de Ciencias y Letras en la que están llamados a dar sus primeros pasos académicos, atestigua e ilustra el carácter universal, fraternal y cooperativo de esta ingente empresa de cultura superior.