Rev. Ciencias Sociales 158: 125-147 / 2017 (IV)

ISSN: 0482-5276

El que se casa ¿quiere casa? Experiencia de relocalización en un proyecto de vivienda de interés social1

RELOCATION EXPERIENCE IN A HOUSING PROJECT OF SOCIAL INTEREST

En la actual falta de viviendas, tener donde alojarse es ciertamente algo

tranquilizador y reconfortante; las construcciones destinadas a servir de

vivienda proporcionan ciertamente alojamiento. Hoy en día pueden incluso

tener una buena distribución, facilitar la vida práctica, tener precios

asequibles, estar abiertas al aire, la luz y el sol; pero: ¿albergan ya en

la garantía de que acontezca un habitar?

Martin Heidegger: Construir, Habitar, Pensar (1994)

Carlos Arrieta Salas*

Resumen

Este artículo analiza la historia de un conflictivo proceso de relocalización de casi un centenar de familias en un proyecto de vivienda de interés social situado en Vera Cruz, un barrio ubicado cerca de la frontera sur de Costa Rica. Bajo la metodología de la investigación acción participativa se produjo durante casi dos años, el conocimiento necesario para identificar tres factores responsables de las disfuncionalidades psicosociales que han emergido en el proceso: eliminación de la participación de los beneficiarios, prevalencia de una concepción de vivienda terminada y desarticulación entre los diferentes responsables del desarrollo de este proyecto.

Palabras clave: vivienda * necesidad social * participación social * comunidad * investigación * política social

Abstract

This article analyzes the story of a conflictive process of relocation of almost one hundred families in a project of social interest housing located in Vera Cruz, a neighborhood near the southern border of the country. The participatory action research methodology was applied for almost two years and resulted in the identification of three main factors related to the psychosocial problems appearing in the process: the elimination of the participation of the beneficiaries, the prevalence of a conception of finished housing and the dis-articulation between the differences of those responsible for the development of this project.

Keywords: housing * Social needs * social participations * communities * research * social policies

Introducción

El refrán popular que da título a este artículo, sin los signos de interrogación, es usado habitualmente en las sociedades occidentales para hacer referencia a dos situaciones deseables, la primera que se podría llamar psicológica, tiene que ver con la necesidad de las personas de acceder, conforme van creciendo, a mayores grados de autonomía. Metafóricamente, el refrán indicaría que una persona como parte de su proceso de maduración requiere construir su propio lugar, cada vez con mayor independencia con respecto de instancias externas de protección y/o control. Se refiere a lo que Rotter (1966) denominó el desarrollo de un locus de control interno, el cual permite al sujeto ir adquiriendo mayor autonomía con respecto al grado de influencia y control que instancias externas podrían ejercer sobre él.

La segunda situación, alude a un uso más bien literal del refrán, en tanto hace referencia principalmente a un asunto de territorialidad. Se trata, por decirlo de otro modo, de un uso objetivista en el cual es necesario que cuando las personas se independizan cuenten con su casa propia, un lugar donde puedan, con menos mediatizaciones, establecer sus propias normas de vida. La “utopía de la casa propia” (Lindón, 2005) queda establecida como una tarea por realizar; como la aspiración de tener un espacio físico propio que permita contar con las condiciones necesarias para desarrollarse en este con mayor libertad y en consecuencia, con menos interferencias2.

En realidad, la separación que se hizo con respecto al uso del refrán (psicológico-objetivista) responde más a un ejercicio teórico que a una realidad fenoménica, ya que en su uso cotidiano, los aspectos (y necesidades) aludidos en una y otra interpretación, se encuentran orgánicamente entrelazados. Ciertamente, la tenencia de una vivienda permanente, desde una perspectiva objetivista, es la forma que se ha impuesto con el paso del tiempo para atender necesidades básicas de refugio y protección. Desde una perspectiva psicosocial, la tenencia de un lugar físico donde la persona se sienta segura y protegida, permite la emergencia de otras necesidades de orden superior que se relacionan entre otras, con el arraigo y el sentido de pertenencia que son condiciones vitales en la construcción de procesos identitarios en los planos individual y social (Proshansky, Fabian y Kaminoff, 1983; McMillan y Chavis, 1986; Vidal y Pol, 2005; Giménez, 2009; Smith, 2011). Es una condición que posibilita —sin asegurarlo— el interjuego dialéctico de diferenciación y de integración, un punto de articulación o de convergencia de lo social y lo individual, o mejor dicho, una zona objetiva y subjetiva a la vez, en donde lo social y lo individual se fusionan, dando origen a una realidad en la que la separación de estas dos dimensiones solo es posible hacerla de manera teórica.

La necesidad de un espacio físico que brinde cobijo y refugio a las personas es concebido como una necesidad vital que hay que satisfacer. Sin embargo, resulta casi innecesario recordar que el acceso a una vivienda propia o alquilada se ha convertido con el paso del tiempo en una aspiración muy difícil de materializar. Son muchas las personas que carecen de este bien y de los recursos para adquirirlo, por tanto, se ven obligadas a buscar formas alternativas de obtenerlo, ya sea viviendo al amparo de familiares o amigos, estableciéndose en precarios construidos en terrenos baldíos, buscando obtener el apoyo estatal vía programas de vivienda social, entre otros. En Costa Rica, según datos provenientes del último censo realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (inec, 2016) existe un déficit habitacional de 170 116 viviendas, lo que supone el 13,8% con respecto al total de hogares del país. Si a eso se le agrega la cantidad de viviendas que se encuentran en mal estado físico y con problemas de hacinamiento, la cantidad asciende a 315 215. Además, como se infiere del trabajo de Rojas (2006), si se incluye el total de personas que viven en la indigencia por diferentes razones, la suma se haría más grande aún.

Volviendo al refrán y refiriéndose ahora a los signos de interrogación que se han colocado (¿quiere casa?), se señala que precisamente esos signos de interrogación están en el origen y dan sentido a la elaboración de este artículo. Se narra la historia de algunas personas que, por disonante que parezca, después de luchar durante mucho tiempo por conseguir una casa propia se encuentran en la encrucijada de mantenerla o abandonarla por diferentes motivos. Situación a simple vista inverosímil pero que encuentra sentido cuando se analizan los hilos que tejen esas historias. Este artículo narra y estudia la historia de un proceso de relocalización de personas y familias que durante años lucharon por obtener casa propia y que después de obtenerla, en el proceso de habitarla, se enfrentan a una serie de dificultades que progresivamente van trastocando la ilusión, originalmente asociada a la utopía de tener su vivienda, en decepción. Esta situación ha condicionado de manera disfuncional las formas de habitar, conduciendo en casos extremos a la atopía, es decir, al “…desfallecimiento del hombre-habitante que, privado de cierta suerte de su sustancia cultural, se siente desarmado frente a los procesos de degradación de la territorialidad” (Lindón, 2005, p.21).

Estas personas, en su mayoría provenientes de la Zona Sur del país, se vieron beneficiadas con una casa de ayuda social situada en un complejo de viviendas construido en la Comunidad de Vera Cruz, ubicada a pocos kilómetros de Paso Canoas, puesto fronterizo con Panamá. Un número cercano a 600 personas entre adultos, jóvenes, niños y niñas, vivían dispersas en precarios o en casas prestadas o alquiladas que se encontraban en muy malas condiciones y que estaban distribuidas en la Zona Sur y en algunos casos, en lugares muy distantes ubicados en otras provincias del país. En general, se trata de personas provenientes de zonas rurales y rurales-urbanas que se vieron forzadas a migrar de los lugares en los que vivían dejando atrás trabajos, escuelas y redes de apoyo, con el fin de realizar el sueño de tener una vivienda de su propiedad.

Por su parte, Vera Cruz era hasta antes del año 2010 (fecha en la fue construido el complejo de viviendas de ayuda social), una pequeña comunidad conformada por un conjunto de casas dispersas en un pequeño territorio con aproximadamente 200 pobladores. Los antiguos vecinos, que llevaban décadas viviendo en esta comunidad establecida en los años 60 del siglo pasado, “de la noche a la mañana” fueron testigos de cómo un pequeño asentamiento humano veía prácticamente triplicada su población y alterado notablemente el paisaje urbano. Asimismo, los “nuevos vecinos” reubicados en esta comunidad se vieron también, habitando un lugar desconocido completamente para ellos, un lugar que —a decir de algunos de ellos— no tenía historia en su historia.

El encuentro entre vecinos, como es de suponer, trajo consigo nuevas experiencias de vida para todos. Sin embargo, lamentablemente, buena parte de estas experiencias no fueron positivas. Después de varios meses de inaugurado el nuevo asentamiento, los vecinos, tanto los antiguos como los recién llegados, empezaron a experimentar conflictos de variada naturaleza, aunque el común denominador tenía como base la incertidumbre y los “malos presentimientos”. Los “viejos vecinos” se lamentaban de que su cotidianidad había cambiado de forma abrupta al incorporarse una gran cantidad de personas a las que desconocían totalmente y de las que desconfiaban. Los “nuevos vecinos”, por su parte, se quejaban, entre otras cosas, de experimentar rechazo por parte de los “viejos vecinos” y además, de que el traslado a la nueva comunidad les había traído dificultades, ya que los había alejado de sus lugares de trabajo, el residencial estaba a medio terminar y no contaba con lugares de recreación para los pobladores, especialmente para los niños y las niñas, tampoco tenía calles adecuadas ni servicio de alcantarillado y canalización de aguas, los caminos de acceso estaban en muy mal estado.

A raíz de estos problemas, en el año 2010, algunos vecinos tomaron la decisión de establecer contacto con la Escuela de Psicología de la Universidad de Costa Rica, ya que conocieron que esta instancia daba apoyo a comunidades ubicadas en esta región del país en el abordaje de diversas problemáticas psicosociales. Efectivamente, desde el año 1989, la Escuela de Psicología ha llevado a cabo en esta región diversas actividades de acción social y extensión docente con los proyectos “Desarrollo Social Comunitario en la Zona Sur del país” y “Desarrollo Comunitario en la Zona Sur, prevención de violencia” (ed-73 y tc-147), orientadas a promover, desde una perspectiva social comunitaria, la organización y desarrollo comunitario, asimismo, colaborar en la atención de diversas problemáticas sociales relacionadas, entre otras cosas, con violencia social, violencia intrafamiliar, prostitución infantil, desempleo, consumo de drogas y ausencia de proyectos productivos.

La respuesta positiva de la Escuela a la solicitud de los vecinos dio inicio a un trabajo que se extendió aproximadamente por dos años. De todas las actividades llevadas a cabo durante ese período, se procedió a compartir la experiencia relacionada con los primeros momentos del proceso de relocalización de las personas beneficiadas con la asignación de una vivienda de interés social y las dificultades que emergieron en un proceso que —siendo de por sí difícil— estuvo atravesado por una serie de errores conceptuales, metodológicos y de procedimiento que, pudiendo preverse y gestionarse con anticipación, afectaron negativamente no solo a las personas que arribaron al nuevo territorio sino también a los vecinos que desde décadas atrás residían en este lugar.

“El que se casa, ¿quiere casa?” es pues, en lo fundamental, una historia de desaciertos; es el relato de cómo una iniciativa pertinente y bien intencionada, en tanto sus objetivos fundamentales buscan reducir el sufrimiento de personas sumidas en la pobreza y la exclusión social, termina por generar nuevas vulnerabilidades.

Algunos elementos teóricos

Existen muchas denominaciones para referirse al lugar donde las personas buscan cobijo, reguardo y protección frente a los peligros de vivir a la intemperie: casa, vivienda, residencia, morada, hogar, domicilio, apartamento y en lenguaje más coloquial, techo, refugio, cueva, choza, nido, “chante”. Pocas veces las personas cuando hablan de su casa se refieren a esta en términos de los materiales con que está hecha o de aspectos arquitectónicos o constructivos, tienden a referirse más bien a un lugar cargado de sentido y significados propios. Lo anterior en el entendido de que la persona haya desarrollado vínculos de apego y un sentido de pertenencia. De ser así, sus referencias a su casa traerán consigo una carga emocional significativa. La casa, así vivida, deja de ser un simple objeto material que cumple un propósito meramente instrumental, para convertirse en una entidad objetiva y subjetiva a la vez, una especie de objeto transicional que cumple la función de satisfacer necesidades básicas pero también necesidades psicológicas. En este sentido, la casa es una entidad dinámica que no se agota simplemente en la referencia a un espacio físico. Como señala Mercado (2011):

No es la casa por ella misma, sino la palabra que, al nombrarla, la habita como refugio del alma… Morar es, en definitiva, habitar teniendo conciencia del lugar en el que se habita, por ello tiene que ver más con la extensión del tiempo que con las dimensiones del espacio, más con las formas de la costumbre que con la configuración del lugar (p.111-113).

Las personas construyen casas en proceso, las sueñan, las añoran y las domestican. Se trata de un proceso participativo:

(…) la vivienda es un bien autoproducido porque la mayor parte de la población participa en la producción de sus viviendas… La vivienda es un verbo que relaciona al ser humano con su medio ambiente natural. En esta concepción, él como un sujeto vivo y sensible define y da identidad a su medio ambiente cultural y a su vez imprime en éste sus rasgos y características particulares (Andrade, 2011, p.195).

La casa en consecuencia es una entidad dinámica en permanente construcción y por tanto, requiere mantenimiento para evitar su deterioro material, emocional y simbólico. El proceso de domesticar la casa requiere que las personas conviertan un espacio aséptico y de escaso o nulo valor simbólico en un lugar significativo, es decir, en un lugar que ha sido objeto de un proceso de apropiación y hacia el cual se ha desarrollado apego3. La apropiación del espacio y el apego al lugar son conceptos que se han posicionado fuertemente a nivel teórico en la psicología del espacio, en la psicología ambiental y en la psicología comunitaria (Sarason, 1974; Canter, 1977; García, Giuliani y Wiesenfeld, 1999; Sánchez, 2001), y son definidos como:

(…) procesos dinámicos de interacción conductual y simbólica de las personas con su medio físico, por los que un espacio deviene lugar, se carga de significado y es percibido como propio por la persona o el grupo, integrándose como elemento representativo de identidad (Vidal y Pol, 2005, p. 287).

Diversos autores (Grinberg y Grinberg, 1984 y 1998; Guinsberg, 2005; Berroeta, Ramoneda, Rodríguez, Di Masso y Vidal, 2015) señalan que la ausencia o la deficiencia en el desarrollo de estos dos procesos (apropiación del espacio y apego al lugar) afecta de manera significativa la relación de la persona consigo misma, la construcción de vínculos con otras personas y su relación con el entorno. En este sentido, en el plano individual las consecuencias psíquicas (emocionales y cognitivas) que se experimentan como resultado del desarraigo y la falta de apoyo social, constituyen una fuente de sufrimiento y malestar para las personas y en el plano colectivo, ambas condiciones generan un debilitamiento de los lazos sociales y de las relaciones de interdependencia.

Estas condiciones materiales y simbólicas de vida generan malestar y cambios en la subjetividad y una retahíla de consecuencias negativas como la pérdida de la identidad social, fragmentación de los lazos sociales, vulnerabilidad, aislamiento, individualismo entre otras además de la construcción de sujetos fragmentados e inseguros es decir, genera precarización psíquica (Uribe y Salinas, 2011, p. 269).

El apego al lugar y el sentido de pertenencia son procesos que no se establecen por decreto y tampoco se pueden desarrollar con la exclusión del sujeto, son en definitiva procesos participativos.

Los procesos mediante los cuales los individuos se incorporan a un campo socio-simbólico se concentran en la interacción social de estos, donde no solo ocurren identificaciones sociales e imaginarias, sino también el encuentro con las alteridades, que se constituyen en el seno de otras culturas (Maldonado y Carrillo, 2011, p.241).

Los hallazgos encontrados en múltiples investigaciones en materia de vivienda de interés social y en intervenciones llevadas a cabo en procesos de relocalización de personas, han concluido de forma categórica que la participación en las diferentes fases del proceso constructivo4 es esencial para garantizar el éxito del proceso migratorio antes, durante y después de que este ocurra:

(…) la participación de los usuarios en los procesos de toma de decisión, manejo de los recursos y ejecución de los proyectos, constituye la única garantía de una mayor eficacia y eficiencia en la implementación de las políticas sociales. Demuestra también que cuando se garantizan los espacios adecuados para la expresión de las partes involucradas en los procesos de gestión urbana, se logran concesiones y compromisos que tienden a reducir los conflictos, además de incentivar el compromiso de los sujetos en la consecución de las decisiones. La mejor calidad de vida que un programa social puede ofrecerle a los miembros de una sociedad es aquella en la que ellos son capaces de ser protagonistas de su propio destino (Arqueros, Zapata y Gil, 2009, p.9, cursivas no son del texto original).

La participación en el diseño urbano y arquitectónico en la producción social del hábitat puede ser entendida, siguiendo a Romero y Mesías (2004), como el:

(…) protagonismo de los pobladores en: diagnóstico, diseño y puesta en marcha de soluciones y en el control y administración de los procesos; en la participación plena en asociación con las autoridades gubernamentales para tomar decisiones en conjunto; en compartir con el estado la responsabilidad solidaria en la cohesión social, coherencia urbana, prestación de servicios públicos, en superar el papel de simples beneficiarios de las medidas gubernamentales y en la búsqueda de medios para reducir costos (p.37).

La participación, así entendida, tendría lugar a lo largo de todo el proceso constructivo o en algunas de sus fases y puede darse en diferentes grados. De hecho, las investigaciones e intervenciones que ponen su atención en el impacto de la participación en el desarrollo de proyectos de vivienda y en procesos de relocalización pueden ser clasificadas según la fase de desarrollo y evolución del proceso.

Así, se puede identificar un número amplio de investigaciones que centran su atención en la fase de estudio de suelos, diseño y planificación (Romero y Mesías, 2004; Romice, 2005; Gallardo Sepúlveda y Tocornal, 2001; Maffrand y Martínez, 2001; Erbiti, Guerrero, Dillon, 2005; Pelli, Scornik y Núñez, 2010; Hagerman, 2011; Barreto, Benítez y Puntel, 2015). Otras investigaciones ponen su atención más allá del diseño, en la importancia de promover la gestión comunitaria en la promoción de procesos participativos en la construcción de viviendas sociales (Zabihullah, Bambang y Vaughan, 2016; Potter, Cantarero, Yan, Larrick, Keele y Ramírez, 2005; Romero y Mesías, 2004; Lindón, 2005; Espinosa, Vieyra y Garibay, 2015). Estas investigaciones visualizan la construcción de vivienda como proceso (no como producto terminado) y hacen énfasis en la importancia de promover la organización y empoderamiento comunitarios como condición para garantizar el éxito en la construcción de hábitats.

En esencia todos estos trabajos apuntan en la dirección de lo que señalan Romero y Mesías (2004):

La vivienda ha sido estudiada de manera aislada, desconociendo los intrincados vínculos que existen entre ella y el resto del hábitat humano. Asimismo, se le ha visto como un objeto acabado, susceptible de ser planeado, diseñado y construido en un proceso totalmente desvinculado de los deseos, necesidades y posibilidades cambiantes de sus habitantes (p.15).

Estos estudios coinciden en que es imperativo estimular el trabajo interdisciplinario y cuidar que se ajusten las necesidades de las personas y el desarrollo de los proyectos de vivienda. Tal ajuste se lograría promoviendo principalmente la participación de las personas en las diferentes fases del proceso.

A tenor con lo anterior, la tabla 1 presenta una comparación de diferentes enfoques en el planeamiento y desarrollo de proyectos de vivienda popular. Como se puede apreciar, aparecen tres modalidades: la producción espontánea, la producción planificada (tradicional) y la producción social de hábitats (psh) planificada, participativa y estratégica. Si bien, en esta tabla la psh aparece como un enfoque claramente identificado, lo cierto es que en la realidad está muy lejos de prevalecer como la tendencia que orienta el desarrollo de proyectos de vivienda realizados en el país; por el contrario, lo que ocurre es la prevalencia de los dos primeros enfoques.

El desarrollo urbano se ha movido como péndulo que oscila diametralmente entre dos extremos sin apenas detenerse en opciones intermedias, esto es, se mueve desde un polo en el que destaca el caos que genera la autoconstrucción no planificada centrada en la visión, posibilidades y necesidades de sujetos individuales, hasta el otro polo en que prevalece un desarrollo sin sujeto (individual y comunitario), es decir, un enfoque técnico fragmentario que concentra su interés en la producción masiva de viviendas sin tomar en cuenta las necesidades de los sujetos, de las comunidades y del entorno.

Tabla 1

Estrategias y enfoques prevalecientes en la construcción de viviendas

Producción espontánea

Producción planificada

PSH planificada,

participativa y estratégica

Visión vivencial del problema específico

Visión parcializada y técnica del problema

Visión estructural y sistémica

Visión de sus problemas

Visión positivista y tecnocrática

Visión naturalista y contextual, centrada en el ser humano y en relación equilibrada con la naturaleza

Actores-sujetos activos desarticulados

Actores-objetos pasivos

Actores-sujetos activos y articulados

Sin planificación

Planificación estática

Planificación flexible

Objetivos surgidos de necesidades propias

Objetivos surgidos del diagnóstico técnico

Diagnóstico surgido de necesidades comunitarias concertadas

Decisiones tomadas de manera aislada y desarticulada

Decisiones tomadas por el planificador

Decisiones tomadas participativamente por el conjunto de actores

No tiene plan

Es un plan para regular la acción

Es un plan para la construcción y acción colectivas

No tiene proyecto

Los proyectos expresan lo deseable, no consideran el conflicto

Los proyectos expresan lo posible, sobre la base del consenso y el conflicto

Fuente: Mesías y Romero, 2004, p.38.

Los hacedores y las instancias ejecutoras de política social en materia de vivienda en el país son conscientes de la necesidad y pertinencia de potenciar la participación de las comunidades en el desarrollo de proyectos de vivienda. La Política Nacional de Vivienda y Asentamientos Humanos del período 2013-2030 (Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos, 2014) indica claramente que:

La política [social], esencialmente sustentada en el enfoque de derechos humanos, procura impulsar la vivienda adecuada y polifuncional; los asentamientos humanos que promuevan la integración y la cohesión social y el hábitat participativo, inclusivo y sustentable, incorporando los insumos que a lo largo de varios años, han sido aportados por múltiples actores sociales, el personal de las instituciones del sector y principalmente, de las propias familias beneficiarias de los programas públicos de vivienda (p.6).

Más específicamente en su lineamiento 1.2.1 indica que:

El Estado promoverá y coordinará espacios de articulación interinstitucional en los que se contemplará la participación ciudadana activa y equitativa, en la planificación, gestión y evaluación de la vivienda y los asentamientos humanos (p.57).

A pesar de estar claramente consignada en la política social sobre vivienda, la necesidad de promover la participación comunitaria, el mismo Estado reconoce, entre otras, la existencia de tres falencias importantes: 1) que “el modelo participativo de alguna forma fue remplazado, por “esquemas más eficientes” pero que invisibilizan las necesidades de la población meta” (Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos, 2014, p.43, cursivas propias); 2) que existen deficiencias paraGenerar una participación informada de todos los actores sociales en los procesos participativos, y no sólo de los sectores que ven afectados sus intereses comerciales o particulares” (Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos, 2016, p.37) y 3) que “Las tipologías de vivienda de interés social han respondido a criterios físicos y no a criterios sociales” (ibid, p.59).

Reconocer las falencias es importante, sin embargo, señalar que el modelo participativo ha sido invisibilizado de alguna forma, soslaya la responsabilidad de mencionar el origen de tal invisibilización y su relación causal con las otras falencias. A entender, una de las razones que explican este asunto radica en la delegación que ha hecho el Estado a manos privadas del desarrollo de este tipo de proyectos sin que, como la misma Política Nacional de Vivienda y Asentamientos Humanos 2013-2030 reconoce, el Estado haya “estructurado suficientes espacios permanentes de interacción con actores del sector privado y de la sociedad civil, de forma tal que éstos le permitan una adecuada gobernanza” (Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos, 2014, p.4). Las fallas en la gobernanza junto a un proceso de mercantilización creciente de la vivienda, tienen un alto peso explicativo en la eliminación (no en la invisibilización) de la participación, así como en la falta de transparencia y rendición de cuentas.

A las mismas conclusiones arriba Arroyo (2014) cuando afirma que en los modelos de vivienda implementados en Costa Rica:

(…) los diseños se amoldan a un estándar mínimo y homogenizante, sin considerar las diferentes topologías familiares, las necesidades específicas de cada núcleo y los requerimientos físicos de progresividad en la vivienda. Ante este panorama las propuestas emanadas por las autoridades gubernamentales han sido tímidas, desarticuladas y poco integrales, donde se privilegia la solución física y financiera sobre las necesidades sociales (p.130).

Además, esta autora afirma que:

Desde finales de los 90, la política de vivienda ha delegado el control absoluto del sector en desarrolladores privados, lo que ha generado la desmovilización de la participación social… [y estimulado] un proceso de mercantilización de la vivienda, que transforma a la vivienda de interés social en un instrumento político… que prescinde de la organización comunal y deja el sector vivienda en manos de la empresa privada (p.129).

Zabihullah, Bambang y Vaughan (2016) son del criterio que los gobernantes pueden llegar a ser particularmente susceptibles al fraude y a la corrupción cuando hay en juego grandes sumas de dinero destinado a programas de asistencia social, especialmente cuando estos programas están mal coordinados e incompetentemente monitoreados. Por eso, inspirados en el trabajo de Nadiruzzaman y Kanti (2013), insisten en que en todo momento se “…debe asegurar que las necesidades sociales, culturales, psicológicas y económicas de las partes interesadas… sean identificadas, definidas y atendidas durante todo el ciclo de vida del proyecto” (Zabihullah et ál., 2016, p.3). Cuando ello no ocurre así, es decir, cuando se prescinde de la participación activa de las personas e instancias implicadas (en el diseño, el planeamiento, la realización y la sostenibilidad del proyecto en el tiempo) y se desatienden las necesidades enumeradas en la cita anterior, se facilita la aparición de serias disfuncionalidades y riesgos que afectan de forma directa la calidad de vida de las personas y que minan significativamente los esfuerzos del Estado, limitando los alcances de la inversión social realizada.

Metodología y procedimientos

Los proyectos de acción social que dan origen a esta investigación (ED-73 y TC-147) y a otras intervenciones que se realizaron en esta comunidad a lo largo de tres años (2010-2013), fueron concebidos e implementados a través de la Investigación Acción Participativa (iap). En coherencia con esta tradición teórico-metodológica, el diseño de la investigación, la elección de las técnicas y la selección de las fuentes de información utilizadas se hizo siguiendo criterios de significatividad etnográfica y respetando la voluntad de participar en las diferentes actividades señaladas, procurando estimular la participación activa de las personas en la construcción del conocimiento necesario para entender y explicar el origen de los malestares experimentados por los miembros de la comunidad.

La iap es un proceso de investigación social construido a partir de bases participativas y que busca generar un “espacio de encuentro y diálogo entre diferentes actores que, afectados por una problemática específica, y puede que heterogénea, se implican en un proceso que, primero, trata de hacer público y compartido un problema y, segundo, busca alternativas colectivas para [entenderlo, explicarlo y] resolverlo (Ganuza, Olivari, Paño, Buitrago y Lorenzana, 2010, p.32).

En este sentido, la “iap considera a los participantes como actores sociales, con voz propia, habilidad para decidir, reflexionar y capacidad para participar activamente en el proceso de investigación y cambio” (Balcazar, 2003, p.67).

Como parte de la fase de familiarización que se extendió a lo largo del primer año (2010-2011), se realizaron observaciones participantes y no participantes, se entrevistó a personas oriundas de la comunidad, a beneficiarios del proyecto de vivienda y a representantes de diferentes instituciones (escuelas y colegios, centros de salud, representantes de la municipalidad, del Instituto Nacional de Aprendizaje (ina), del Instituto Mixto de Ayuda Social (imas) y de la policía) y se aplicó un cuestionario a un total de 58 familias, 29 correspondientes a los “nuevos vecinos” (cerca del 60% de la población total) y 29 correspondientes a los “viejos vecinos” (cerca del 30% de la población total). En principio de pretendió censar a las familias oriundas de esta comunidad; sin embargo, la negativa de algunas de ellas a participar impidió que eso se lograra. En lo que respecta a las familias recién llegadas, el criterio que se utilizó para definir la muestra fue, aprovechando la distribución lineal de las viviendas, hacer una entrevista cada tres viviendas, bajo el supuesto de que hacerlo de esa manera permitiría conocer en buena medida las características de esta población. Este criterio no se cumplió cabalmente porque ciertas familias rechazaron participar o nunca se halló en la vivienda a alguien que pudiera responder las preguntas. En todo caso, la información producida por las diferentes vías resultó ser abundante y útil para los propósitos de la fase de familiarización.

En una segunda fase que se extendió a lo largo del año 2012 y parte del 2013, se realizaron reuniones colectivas de trabajo y talleres con población de la comunidad. En esos meses se llevaron a cabo 10 reuniones y se realizaron 6 talleres en los que se trabajó con personas adultas, tres talleres con adolescentes y otros tres con niños y niñas de la comunidad.

Resultados

La triangulación de la información producida por las diferentes vías señaladas demostró redundancia, es decir, altos niveles de concordancia en las percepciones de los vecinos con respecto al tipo y el origen de problemas que estaban afrontando. Asimismo, se pudo identificar que los malestares sufridos tendían a ser padecidos no de forma absoluta por todos los vecinos pero sí de una forma bastante generalizada.

El cuestionario respondido por los “nuevos vecinos” indagó fundamentalmente cinco aspectos: participación en el proceso, calidad de la vivienda, relación con los “viejos vecinos”, vivencias en la comunidad de procedencia y calidad de los servicios públicos. Con respecto al primer aspecto, las personas manifestaron en un alto porcentaje que su participación se limitó principalmente a la tramitación de los documentos solicitados para la asignación de vivienda (20-70%)5, ninguno participó en la toma de decisión del lugar donde iban a ser construidas las viviendas, aunque su deseo era poder construirlas en el mismo lugar donde residían (22-75%) o que estuvieran ubicadas en otra zona geográfica (13-45%). Lo mismo sucedió con el diseño y la construcción de las viviendas, ya que ninguna persona participó en esta parte del proceso. En relación con la calidad de las viviendas, la mayor parte de las personas entrevistadas señalaron que las casas tenían problemas (24-83%), que no se ajustaban a sus necesidades (22-75%), que las paredes presentaban problemas (24-83%), que el techo no era el mejor (15-53%), que el piso era de mala calidad (29-90%) y que si estuvieran en capacidad de hacerlo, agregarían más habitaciones (20-70%), ampliarían el corredor (6-21%) y le harían un cuarto de pilas (6-21%). Prácticamente, el 100% de los entrevistados muestra preocupación porque en la comunidad no hay espacios de recreación para los niños. En cuanto al tercer aspecto, un 52% de las personas entrevistadas coinciden al señalar que la relación con los vecinos nativos de la comunidad es nula o mala. A su vez, consideran que estos vecinos los perciben a ellos como personas “dañinas” (11-38%), “malas” y “aprovechadas” (7-24%). Con respecto a su comunidad de origen, 23 entrevistados (80%) dicen extrañar el ambiente y la relación con los vecinos. Los servicios públicos (agua, electricidad, recolección de basura) son calificados por la mayoría como buenos o muy buenos (22-75%). Sin embargo, consideran que la seguridad es apenas regular o mala (21-73%), que el transporte es deficiente (22-75%), lo mismo que la educación (21-73%) y los servicios de salud (22-75%).

El cuestionario aplicado a los vecinos nativos de la comunidad indagó fundamentalmente temas relacionados con el antes y el después de la llegada de los “nuevos vecinos”, en rubros tales como relación con los vecinos, participación comunitaria y servicios. Con respecto al primer aspecto, las personas entrevistadas coincidieron en que han mantenido una buena relación con los vecinos “de toda la vida” (90%), pero no así con los “nuevos vecinos” con los que evitan relacionarse (20-70%) porque los perciben con desconfianza (23-80%), porque consideran que son personas dañinas, malas o aprovechadas (16-55%) o simplemente evitan relacionarse con ellos porque no los conocen (9-30%). Consideran que la vida en esta comunidad antes de proyecto de vivienda era tranquila (26-90%) y que con la llegada de los “nuevos vecinos” han aparecido problemas que antes no tenían, especialmente de carácter psicosocial (27-94%), de seguridad (9-30%) y pérdida de la vida tranquila y pacífica que disfrutaban anteriormente (15-50%). Al preguntarles si de ellos hubiera dependido autorizar que este proyecto de vivienda se llevará a cabo en esta comunidad, 7 personas (25%) manifestaron estar de acuerdo, 8 (27%) señalaron también estar de acuerdo pero con la condición de que se seleccionara mejor a los beneficiarios y 14 (48%) señalaron que no por la saturación de espacio, por problemas de inseguridad y por las malas costumbres de estas personas. En cuanto a la participación de la comunidad en el desarrollo de este proyecto habitacional, el 100% de las personas entrevistadas manifestó que no las habían tomado en cuenta en ninguna fase del proceso. Al ser consultados acerca de las ventajas y desventajas que ha traído para la comunidad este proyecto habitacional, 19 personas (65%) manifestaron que una ventaja probable (futura, no actual) sería el mejoramiento de los servicios (electricidad, agua, telefonía, etc.) y de obras de infraestructura (calles, aceras, alcantarillado, zonas recreativas, salón comunal), mientras que las 10 personas restantes (35%) aseguró que la comunidad no derivaría ninguna ventaja o beneficio. En cuanto a las desventajas, 27 personas (93%) señalaron la aparición de problemas psicosociales, problemas de seguridad y problemas ambientales.

Por otra parte, lo más relevante que se obtuvo de las entrevistas realizadas a representantes de diversas instituciones (PANI, IMAS, Municipalidad) es que no hay información precisa con respecto a este proyecto de vivienda. Las diferentes versiones tenían pocos puntos de coincidencia y lo que transparentaron fue principalmente una absoluta desarticulación entre ellas. Asimismo, en temas de responsabilidad y rendición de cuentas, ninguna instancia asumió responsabilidad alguna y más bien atribuían a otras instancias la tarea de atender las quejas de los vecinos con respecto a disfunciones asociadas a la vivienda y al entorno.

Las entrevistas realizadas a representantes de centros de salud, centros educativos y la policía revelaron, como tema recurrente, una enorme preocupación porque difícilmente podrían atender las necesidades de esta población debido a limitaciones de recursos. En la escuela más cercana a la comunidad, las maestras indicaron que con los recursos a su disposición apenas daban abasto para atender a los niños y niñas matriculados, que de ninguna manera podrían hacer frente a una demanda que triplicaba en número la población total del centro. Otras reflexiones y preocupaciones similares expresaron los representantes del centro de salud y de la policía, agregando que no entendían cómo no se planificaba adecuadamente la construcción masiva de viviendas, previendo que la gente requiere no solo la casa, sino también el acceso a todos los servicios básicos.

La información producida a través de sesiones grupales de trabajo y talleres brindó la posibilidad de profundizar en los temas identificados en la fase de familiarización. Si bien, no agregó otros temas sustantivos, lo cierto es que sí permitió, además de profundizar y entender mejor la complejidad de los asuntos, tomar contacto con la carga emocional y el sufrimiento que experimentan estas personas. En el caso de los “nuevos vecinos”, el sufrimiento que transmiten no es inédito, ni tuvo su origen con el arribo a la nueva comunidad (problemas económicos, pobreza, desempleo, violencia intrafamiliar, falta de redes de apoyo, etc.), sin embargo, lo que sí es significativo es que, lejos de mejorar, sus viejos problemas se vieron agravados al sumarles otros en este nuevo contexto. En el caso de los “viejos vecinos”, se pudo identificar con mayor precisión el malestar e impotencia experimentados al sentirse víctimas de personas que sin tomar en cuenta su parecer, tomaron la decisión de construir un proyecto de vivienda que cambió de forma radical su cotidianidad y su comunidad. El duelo por la comunidad perdida se trabajó en conjunto con las dos poblaciones en medio de enojos, reclamos, quejas y acusaciones. Causó sorpresa en los “viejos vecinos” enterarse que los recién llegados también estaban en duelo y que muchos de ellos extrañaban el precario o las comunidades en las que vivieron anteriormente; más sorpresa experimentaron al escuchar que algunos de ellos estaban pensando abandonar su vivienda, tal y como lo habían hecho otras familias6.

Los talleres permitieron identificar con mayor precisión la existencia de muchas coincidencias entre ambas poblaciones, por ejemplo, ni los “nuevos vecinos” ni los “viejos vecinos” querían que el proyecto de vivienda se realizara en esta comunidad, ambas partes se han sentido totalmente marginadas, burladas y engañadas por los gestores del proyecto y comparten el criterio de que en el proceso hubo un mal manejo administrativo, poca transparencia y que han ocurrido actos de corrupción:

A nosotros nos engañaron, nos dijeron muchas mentiras durante todo el proceso. Ahora nadie pone la cara y nadie se hace responsable de nada… No sabemos a quién o dónde reclamar porque todos se quitan el tiro (vecino de Vera Cruz, miembro antiguo de la comunidad, comunicación personal, 2011).

Los políticos son muy embusteros, nos engañaron. Nos dijeron que iban a acomodar a una gente que no tenía casa y terminaron trayendo cientos de personas... Aquí ha habido mucha mentira y mucha corrupción (vecino de Vera Cruz, miembro antiguo de la comunidad, comunicación personal, 2011).

Nosotros no nos enteramos de nada, de pronto llegaron tractores y vagonetas y pusieron latas de zinc para cerrar el charral y después hicieron todas esas casas y después llegaron un montón de personas que no conocíamos (niña de 9 años, hija de miembros antiguos de la Comunidad de Vera Cruz, comunicación personal, 2011).

Nosotros lo que queríamos era que la casa se construyera donde vivíamos… Nunca elegimos venir a este lugar… Ha sido muy difícil vivir aquí porque ni nosotros queríamos vivir en este lugar ni los “viejos vecinos” quieren que estemos aquí (vecino de Vera Cruz, miembro recién llegado a la comunidad, comunicación personal, 2011).

Fue un disparate traer a toda esta gente porque antes este lugar antes tenía un paisaje bonito, era tranquilo, nos cuidábamos unos a otros, ahora no se puede descuidar uno porque lo roban (vecino de Vera Cruz, miembro antiguo de la comunidad, comunicación personal, 2011).

La ambivalencia fue un elemento que apareció constantemente en el transcurso de los talleres. Los “viejos vecinos” reconocen que no dejan de experimentar culpa porque saben que las personas que han llegado a la comunidad son gente pobre que necesita mucho la casa, pero a la vez extrañan su vieja comunidad, la paz y la tranquilidad que disfrutaban antes de que ellos llegaran. Los “nuevos vecinos” por su parte, reconocen que contar con una casa propia fue un sueño que añoraron cumplir durante mucho tiempo y que al principio los hizo muy felices, pero con el pasar del tiempo la alegría ha ido perdiendo fuerza dando lugar a sentimientos de frustración, decepción e impotencia. Para muchos de ellos vivir en esta comunidad ha implicado tener que alejarse de los lugares donde tenían su trabajo, donde sus hijos iban a la escuela, despedirse de sus vecinos y alejarse de familiares y amigos que les daban cotidianamente apoyo emocional y material.

Los problemas económicos en muchos casos se han agravado, ya que muchas personas han tenido que dejar el trabajo que tenían porque ahora les queda lejos y el salario se hacía poco para pagar transporte. En el caso de mujeres jefas de hogar, además de lo anterior, no tenían quién cuidara a sus hijos e hijas. Las posibilidades de encontrar empleo en la zona son escasas y en general es muy mal remunerado, en la mayoría de los casos se trata de trabajos para los que seleccionan principalmente a hombres en condiciones laborales precarias. Una de las nuevas vecinas, haciendo eco de lo que ha escuchado decir a muchas otras, señala que “si el proyecto hubiera sido en la comunidad donde vivía hubiera conservado el trabajo, habría tenido la escuela cerca… pero aquí no hay beneficios… nos dejaron comiéndonos las paredes. Aquí lo que queda es ver cómo se hace” (vecina de Vera Cruz, miembro recién llegado a la comunidad, comunicación personal, 2011). Otra vecina, muy movilizada emocionalmente, señala que: “de qué nos sirve tener por fin casa propia si no hay trabajo, si no tenemos quién nos apoye con los niños, si el imas y otras instituciones no nos apoyan, si uno siente el rechazo de los “viejos vecinos” y hay que cuidarse de los “nuevos vecinos” porque en cualquier momento le hacen a uno un daño” (vecina de Vera Cruz, miembro recién llegado a la comunidad, comunicación personal, 2011).

La falta de empleo y los escasos ingresos económicos han hecho que la gente busque afanosamente la forma de sobrevivir. Algunos vecinos han tratado de montar algún tipo de negocio pero no obtienen suficientes ganancias porque sus clientes son los mismos vecinos de la comunidad que igualmente están afectados por la falta de empleo. Por otra parte, han comenzado a surgir bares clandestinos (4 identificados en ese momento) que se han convertido en una fuente de problemas, ya que “la gente se emborracha, se prestan para tráfico de drogas y provocan pleitos y ruidos”. Al ser clandestinos y estar instalados en viviendas pequeñas, estos bares no cuentan con las condiciones mínimas para operar, esto ha hecho, por ejemplo, que las personas que los frecuentan usen las aceras, los jardines y las paredes de las casas aledañas como servicios sanitarios, provocando malos olores y escenas indeseables.

Otro elemento importante que apareció constantemente en los talleres fue el tema de la soledad. Con ello se refiere al sentimiento de abandono y falta de apoyo social que experimentan muchos de los “nuevos vecinos”. Si bien, los “viejos vecinos” sienten que fueron “invadidos y ultrajados”, al menos cuentan con redes de apoyo social construidas a lo largo de décadas de vivir en esta comunidad. Por el contrario, los “nuevos vecinos” se sienten marginados por los “viejos vecinos” y sienten desconfianza hacia los “nuevos vecinos” porque desconocen sus costumbres y sus calidades humanas. El aislamiento que experimentan estas personas hace que vivan la casa como un refugio y no como un hogar; esta “paranoia situacional” hace muy difícil fortalecer la acción comunitaria y generar una estructura reticular que brinde seguridad, apoyo y continencia, asimismo, que empodere a las personas para enfrentar individualmente y en conjunto los problemas que les aquejan.

En este contexto, la apropiación del espacio, el apego al lugar y el desarrollo del sentido de pertenencia son procesos que difícilmente habrán de instaurarse. Como muestra de ello, varias familias han abandonado la casa, muchas están pensando hacerlo y algunas ni siquiera llegaron a habitarla.

Análisis de la información producida

La eliminación de la participación social, la concepción de vivienda terminada y la desarticulación de las instituciones y agentes encargados de desarrollar el proyecto de vivienda de Vera Cruz, se decantan como tres factores fundamentales que permiten entender y explicar los desaciertos de este proyecto.

1) La eliminación de la participación

Parece que eliminar la participación social se ha convertido en un requisito necesario para producir de forma masiva “soluciones de vivienda” (Arroyo, 2014). Si a esto se agrega que el Estado carece de los controles necesarios que permitan una adecuada gobernanza, se crean condiciones en las cuales se hace difícil monitorear todo el proceso, establecer responsabilidades y exigir, cuando el caso lo amerite, rendición de cuentas. En la experiencia de Vera Cruz, los beneficiarios se quejan de que todo se ha hecho a sus espaldas, de que el proceso no ha sido transparente y de que está viciado de corrupción. Se quejan, pero sus quejas no son escuchadas, los remiten de despacho en despacho, de institución en institución y los “entretienen” en los trámites burocráticos para, al final, llegar a nada. Tomando prestado un concepto de Hanah Arendt, terminan siendo re-victimizados por la “banalidad del mal”7 del aparato burocrático. Mientras tanto, por ensayo y error y contracorriente, van intentado construir, a solas y apostando a golpes de suerte, una cotidianidad que se ajuste a sus necesidades materiales y emocionales.

El acto de eliminar la participación de las personas en el desarrollo del proyecto y dejarlas en el abandono una vez que se ha decretado su finalización, suma más eslabones a la cadena de exclusiones que han marcado la vida de estas personas. La exclusión, como forma de invisibilización, disminuye drásticamente la probabilidad de que estas personas domestiquen la casa, se apropien del lugar y desarrollen sentido de pertenencia, lo cual conduce, en grados extremos, a la atopía. Como apunta Lindón (2005), cuando se produce este tipo de habitar, el sujeto pierde el interés de establecer un vínculo con el territorio y de proyectar su futuro allí. Su espacio de vida (la casa y el territorio) termina siendo concebido como una mera “localización”:

(…) un sitio en el cual solo se está en el presente y, aunque ese presente se prolongue, siempre se vive como un ahora… La falta de pasado con relación al lugar es una ausencia de memoria del lugar (son migrantes y se sienten como tales por el desanclaje y desarraigo). La falta de futuro con referencia al lugar expresa la falta de sueños y fantasías respecto al lugar: seguirán siendo migrantes sin interés en participar en la memoria del lugar (Lindón, 2005, p.22).

El que varias familias hayan abandonado la vivienda de interés social y se hayan marchado en busca de mejores condiciones de vida, es un hecho que tiende a confirmar lo dicho por Lindón; la constatación de este abandono por parte de los “nuevos vecinos” que permanecen en la comunidad, posiciona la renuncia como una posibilidad real que les lleva a poner en duda la viabilidad de asentarse en este territorio y construir un proyecto de vida duradero en este lugar. Los sueños cargados de felicidad y buenos augurios van cediendo su fuerza motivadora ante la falta de oportunidades integrales de desarrollo y ante el rechazo que experimentan por parte de los “viejos vecinos”. Todo ello afecta de forma significativa el proceso de arraigo haciendo mella en el interés de los vecinos de participar activamente en la construcción de una memoria de lugar que no se encuentra a salvo de sentimientos de frustración y malestar.

El resultado de este proceso conlleva a la fragmentación social, es decir, a la proliferación de entidades individuales (igualmente fragmentadas) atrofiadas en su capacidad de incidir sobre la realidad. El optimismo cede su lugar a la desesperanza, al fatalismo y a la indefensión aprendida (Martín-Baró, 1983) llevando a la desmovilización individual y social. Por el contrario, incorporar la participación activa de todos los actores:

(…) permite de manera efectiva que la comunidad gestione sus propios recursos e inversiones en pro de la consolidación física y social de la misma, siendo este un proceso generador de cambio social, a través del cual se logra que el individuo tome conciencia de su rol protagónico en la solución de los problemas individuales y colectivos de la comunidad (Valecillos, 2001, p.69).

2) La concepción de vivienda

La vivienda, entendida como vivienda terminada y no como proceso, es la concepción sobre la que se apuntalan gran parte estos proyectos de vivienda de interés social (Arroyo, 2014). Vista de esta manera, la vivienda se convierte en un objeto minimizado en su valor simbólico, en la medida en que no está pensada en función de las necesidades integrales de las personas que las habrán de habitar. Se convierte, tal y como señalan Nadiruzzaman y Bimal (2013), en un objeto “culturalmente insensible” (p.174).

En la experiencia de Vera Cruz, esta insensibilidad cultural que se ha venido imponiendo como una condición esencial en la producción masiva y deslocalizada de viviendas de interés social, hay que visualizarla en términos de sus efectos nocivos, al menos en un doble registro, a saber, desde la perspectiva y las vivencias de los “nuevos vecinos” y de los “viejos vecinos”.

En cuanto a los primeros, la “clonación” de viviendas crea un rasero estandarizado de necesidades como si todas las personas y familias fueran iguales y requirieran lo mismo. La práctica de producir prototipos repetibles “desconoce los modos de vida, la constitución social de familias extensas, el sentido de uso de los espacios públicos; lo que lleva a la pérdida de identidad y a la inadecuada apropiación que hacen los usuarios de Planes de Vivienda” (Maffrand y Martínez, 2001, p.29).

En el caso de los “viejos vecinos”, la implantación de un proyecto que se impone violentamente a una comunidad sin respetar procesos sociopsicológicos básicos, sin tener en cuenta el impacto sobre el paisaje urbano y sin un análisis a conciencia del alcance y la capacidad de los servicios instalados en la comunidad para asimilar las demandas de los nuevos vecinos, son vividos como factores que ponen en peligro a la comunidad.

Lo anterior ocurre sin que medie un control riguroso por parte del Estado y las instituciones sociales que tienen directa e indirectamente la responsabilidad de velar permanentemente por el desarrollo integral de estos proyectos, asegurándose de que: 1) se diseñan y construyen viviendas que se ajustan en la medida de lo posible y hasta donde los recursos lo permitan a las necesidades de las personas beneficiarias, 2) que se propicia la participación de los diferentes actores implicados a lo largo de todo el proceso y 3) que se establecen y gestionan condiciones psicosociales adecuadas para garantizar que el proceso de “colonización” del nuevo territorio acontezca de la mejor forma posible.

A modo de ilustración, el conjunto de fotografías (imagen 1, 2, 3 y 4) que aparece más adelante muestra los cambios acontecidos en el paisaje urbano de la comunidad. Como se puede apreciar en la imagen 1, las viviendas existentes antes del proyecto están distribuidas siguiendo un orden no tan lineal ya que, a pesar de ciertas concentraciones, están dispersas por todo el territorio tal y como muestran las líneas amarillas. Las líneas rojas demarcan el territorio ocupado por las nuevas viviendas y como se puede ver, están organizadas de forma lineal y concentradas en un solo sector, en el corazón mismo del territorio. Las imágenes 2 y 3 muestran el diseño de las casas que ocupan los “nuevos vecinos”, mientras que la imagen 4 presenta una de las antiguas casas ubicada justo enfrente de las casas recién construidas. Como se puede apreciar, difícilmente se podría inferir que ambos casas (por su estilo y distribución) están ubicados en un mismo territorio.

IMAGEN 1

FOTOGRAFÍA SATELITAL DE LA COMUNIDAD DE VERACRUZ

Fuente: Google Earth, 01/10/2016 (8o 35´12.60” N 82o52´40.44” O, elevación 68m, altitud ojo 2.18 Km).

IMAGEN 2

VIVIENDAS DE LOS “NUEVOS VECINOS”

2010

Fuente: Tomada por el autor, 2010.

Nota: Las viviendas tiene el mismo diseño y están distribuidas de manera lineal.

IMAGEN 3

VIVIENDAS DE LOS “NUEVOS VECINOS”

2010

Fuente: Tomada por el autor, 2010.

Nota: Las viviendas tiene el mismo diseño y están distribuidas de manera lineal.

IMAGEN 4

CASA TÍPICA DE LA COMUNIDAD

2010

Fuente: Tomada por el autor, 2010.

Nota: Vivienda rodeada de áreas verdes y árboles, guardando distancia de la casas más cercanas.

La falta de sensibilidad en el desarrollo de este proyecto de vivienda social expresada, entre otras cosas, en la nula preparación social de las poblaciones implicadas en el proceso, crea condiciones “tóxicas” de cara al encuentro y eventual convivencia entre los “nuevos vecinos” y los “viejos vecinos”.

Autores clásicos como Elías y Stockton (2000), Schutz (2012) y Simmel (2012), han advertido acerca de que la llegada de extranjeros (como los llama Simmel), de forasteros como los llama (Schutz) o de marginados8 (como los llama Elias y Stockton) que llegan para quedarse, despierta entre los pobladores establecidos reacciones defensivas que nacen del reconocimiento de una frontera-distancia categórica entre el “nosotros” y el “otro”. Estas reacciones defensivas conducen a manifestaciones de rechazo que pueden ir en escalada hasta llegar a provocar enfrentamientos serios entre los pobladores. En este sentido, los hallazgos de Elias y Stockton (2000) permiten entender que esta dinámica de rechazo encontrada en Vera Cruz no se establece porque los marginados detenten condiciones económicas diferentes, por tener otra nacionalidad o un color de piel diferente (ya que todas esas condiciones las comparten en gran medida), sino principalmente por no ser percibidos como parte de la población establecida.

En un estudio realizado por Elias y Stockton (2000) en una comunidad inglesa a la que llamaron Winston Parva, identifican con claridad el sentimiento de los “viejos vecinos”:

…la sola existencia de unos marginados interdependientes, que no comparten su memoria ni parecen conocer sus normas de reputación, resulta irritante; la interpretan como un ataque contra la imagen que tienen de ellos mismos en términos de “nosotros” y por supuesto igualmente contra el ideal “nosotros” que se han construido. El rechazo rotundo y la estigmatización de los marginados representan la contraofensiva. El grupo establecido se siente obligado a repeler lo que experimenta como una amenaza tanto para su poder superior (en términos de su cohesión y control monopólico de los cargos locales e instalaciones para el ocio) como para su superioridad humana, es decir, para su carisma de grupo. Se sienten autorizados para emplear el rechazo continuo y la humillación del otro grupo como armas de su contraataque (Elias y Stockton, 2000, p.45).

Lo descrito por estos autores tiende a vivirse de forma más intensa en la comunidad de Vera Cruz, ya que a diferencia de lo ocurrido en Winston Parva, efectivamente Vera Cruz ha experimentado en un corto período de tiempo, cambios significativos que han modificado sustancialmente la vida cotidiana de la comunidad, asociados a la llegada masiva de nuevos vecinos9. En este sentido, los “viejos vecinos” se quejan de no haber tenido la más mínima participación en todo el proceso, de que no se les ha pedido consentimiento, de que carecen de información básica con respecto a las características y costumbres de los “nuevos vecinos”, de que el paisaje urbano de su comunidad fue modificado de manera violenta, de que ninguna instancia se ha interesado por evaluar mínimamente el impacto ambiental y social de este proyecto y que de repente la cantidad de personas recién llegadas casi cuadriplica la que estaba establecida en este lugar, antes de que se realizara el proyecto de vivienda.

El malestar experimentado por los “viejos vecinos” ciertamente pone de manifiesto cómo la identidad de esta comunidad, construida a lo largo de varias décadas, se vio fracturada sin el menor atisbo de sensibilidad por parte de los desarrolladores del proyecto y en estas circunstancias, no es de extrañar que rechacen un proyecto que perciben como un cuerpo extraño introducido violentamente en las entrañas de su comunidad. Tampoco es de extrañar que los “nuevos vecinos” se sientan “alienígenas” en un lugar en el que nunca se imaginaron vivir y en el cual, las condiciones de vida les son adversas. El establecimiento de esta dualidad, agravada por la falta de acompañamiento psicosocial antes, durante y después de la realización de este proyecto de vivienda, ha impedido el desarrollo de un proceso de hibridación fluido, lo que ha dificultado una integración que —sin perder el carácter conflictivo que le es intrínseco— avance y se fortalezca teniendo siempre como moticación el bienestar de las personas.

3) La desarticulación institucional

A través de este estudio, se entiende que da sentido y articula el quehacer de las instituciones sociales y demás agentes que juegan un papel importante en el desarrollo de proyectos de viviendas, es una comprensión integral de las necesidades de las personas que habrán de ser beneficiadas con una vivienda de interés social. La compartimentación de las necesidades, posibilitada en buena parte por la eliminación de la participación, opera como el dispositivo que desarticula la coordinación interinstitucional al convertir una tarea interdependiente en una serie fragmentada de tareas (unidades de tarea) que pueden ser realizadas sin que los agentes se comuniquen entre sí. Dicho de otra forma, son las necesidades, integralmente concebidas, las que vertebran el quehacer institucional y obligan a las instituciones a establecer acciones coordinadas entre sí para lograr el objetivo común de todos los programas de apoyo social: contribuir a mejorar el bienestar integral de la población.

En el proyecto de Vera Cruz, no ha habido coordinación interinstitucional. Lo que se ha impuesto es una respuesta efectiva a una necesidad aislada (vivienda) a través de una “solución generalizada” (viviendas en serie). Las otras necesidades quedan desplazadas e invisibilizadas por esta. Así, amputada la necesidad, resulta más sencillo ocuparse de crear artificialmente “soluciones de vivienda” que habrán de ser cuidadosamente contabilizadas para alimentar los informes de gestión de las administraciones de turno y los intereses de los desarrolladores privados.

Las viviendas se diseñan siguiendo las instrucciones de “consultores expertos” y se construyen donde conviene a los desarrolladores sin que, como en el caso de marras, haya estudios que garanticen el ajuste de la vivienda, la idoneidad del lugar, la disposición de los lugareños y una evaluación a conciencia de las oportunidades que tendrán los beneficiarios de construir una vida de calidad en el nuevo asentamiento.

Las vivencias que los vecinos de esta comunidad han transmitido y las cuales se han atestiguado, son desgarradoras. Efectivamente, cuentan con una vivienda propia pero carecen de trabajo (las madres jefas de familia no pueden siquiera pensar en la posibilidad de emplearse porque no tienen quien cuide sus hijos e hijas, y si lo hacen, temen ser demandadas por abandonarlos); asimismo, las escuelas y los colegios localizados en los alrededores de la comunidad no pueden admitir a sus hijos e hijas porque apenas dan abasto con la población estudiantil existente; los centros de salud no pueden atenderlos porque la nueva demanda supera con creces la capacidad instalada; los niños y niñas carecen de espacios adecuados para jugar; el acceso a la comunidad es difícil debido a los malos caminos y a los deficientes servicios de transporte; carecen de redes de apoyo porque los “viejos vecinos” los rechazan y los “nuevos vecinos” apenas se conocen entre sí, ya que provienen de múltiples lugares y los problemas de seguridad empeoran constantemente.

Como se puede observar, la lista de problemas es larga y los recursos son escasos para enfrentarlos. Ante este panorama, el fortalecimiento de la acción comunitaria se impone como una tarea esencial; es preciso que los vecinos se organicen para generar recursos propios y presionar a las instituciones para que desarrollen junto a los miembros de la comunidad propuestas que permitan atender integralmente los problemas. No obstante, después de todo lo sucedido, esta vía es muy complicada pues los vecinos se encuentran enfrentados entre sí por las razones apuntadas y porque las imperiosas necesidades que tienen los llevan a tratar de resolver de manera individual sus problemas.

Reflexiones finales: El que se casa ¿quiere casa?

La respuesta es un sí relativo. Como se ha podido ver a lo largo de este trabajo, vivienda no es lo mismo que casa. Las viviendas que fueron concedidas en este proyecto no han representado una solución integral ni han creado condiciones para que lo sean; han “resuelto” una necesidad específica pero se han convertido a su vez, en una fuente de graves problemas y de nuevas vulnerabilidades. La vivienda necesita ser “colonizada” para convertirse en casa. Como la vivienda está ubicada en una comunidad, no debe ser concebida como un ente aislado ni terminado. La apropiación de la casa y el sentido de pertenencia al lugar son procesos fundamentales en la construcción de la identidad individual y social; en este sentido, una casa debería ser concebida no solo como un espacio físico a ser ocupado sino como un aposento dentro de una casa más grande que sería el territorio y la comunidad en los que está ubicada. Las personas de Vera Cruz que han abandonado su vivienda han partido con el objetivo de encontrar una casa, siguen atesorando el deseo de tener su casa propia, que les permita construir condiciones de vida dignas. La esperanza es que logren efectivamente encontrar una casa y una comunidad donde puedan arraigar, sin embargo, la prueba de realidad parece indicar que volverán a registrar su nombre en las estadísticas de “indigencia trashumante”10, en tanto carezcan de las posibilidades de construir su propia casa y los proyectos de vivienda continúen desarrollándose repitiendo el mismo patrón de Vera Cruz. Asimismo, los que han decidido posponer su partida o quedarse, lo hacen porque les sigue quedando un poco de fe, porque consideran que algo habrá de pasar que cambie el curso de sus vidas. Han decido permanecer, estar en el lugar, alimentados por la utopía de contar con una casa en el pleno sentido del término.

Mientras esto ocurre, los proyectos de vivienda siguen desarrollándose, tal y como lo señala el Informe Hábitat iii del Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos del Gobierno de la República de Costa Rica (2016), sin que el Estado establezca mecanismos de control y gobernanza que garanticen el cumplimiento a cabalidad de lo establecido en La Política Nacional de Vivienda y Asentamientos Humanos, sin ocuparse de manera significativa por promover una acción integrada de las instituciones sociales que juegan un papel central en materia de vivienda y bienestar social. En este punto, habría que entender la desarticulación institucional más allá de una simple falta de coordinación y reenfocarla como evidencia de una forma de hacer gobierno consistente con un Estado neoliberal, en el que se evade la responsabilidad social y pública del gobierno y sus instituciones, promoviendo la fragmentación social como una forma de control social.

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Fecha de ingreso: 17/02/2017

Fecha de aprobación: 15/11/2017


1 Se agradece a Lucía Vázquez Calderón, Camila Fornaguera y Marco Carranza por sus aportes y por el trabajo comprometido que realizaron a lo largo de este proceso en la Comunidad de Vera Cruz. A los estudiantes que realizaron su trabajo comunal en este lugar.

* Escuela de Psicología, Universidad de Costa Rica.

carlos.arrieta@ucr.ac.cr

2 No se entrará en este artículo en un debate sociogenético con respecto al carácter ideológico del refrán. Ciertamente, la decisión de casarse no necesariamente es consecuencia de procesos de emancipación psicológica, más bien en no pocos casos conduce a fortalecer dinámicas de alienación. De igual manera, la búsqueda de autonomía individual como estado psicológico deseable podría ser interpretada como una defensa de individualismos extremos que pondría en riesgo el tejido social, así como, los vínculos y las relaciones de reciprocidad entre los sujetos. Asimismo, el concepto de casa propia está directamente vinculado al concepto de propiedad privada que representa una de las posibles formas de organización de la convivencia y por tanto, no se pretende concebirla como expresión de determinantes naturales.

3 La poeta mexicana Guadalupe Amor (citada por Mercado, 2011, p.111) se refiere de una forma lírica a este proceso de humanización del espacio físico: “Al decir casa pretendo/expresar/que casa suelo llamar/al refugio que yo entiendo/que el alma debe habitar”.

4 El proceso constructivo, como se ha podido apreciar a lo largo de este documento, no se refiere a la fase de construcción del inmueble; la noción de casa entendida como proceso incluye el antes, el durante y el después de su construcción.

5 El primer dígito indica el número de casos y el segundo el porcentaje con una n=29.

6 Fueron bastantes las sesiones en las que se trabajó el asunto del duelo, por razones de espacio y en función de los objetivos de este artículo, se describe de manera resumida lo que llevó aproximadamente un año y medio de trabajo. Es importante indicar que al ser un tema recurrente, su abordaje ocurría igual en sesiones debidamente planificadas pero también en “conversaciones espontáneas” con personas de la comunidad, tanto a nivel individual como grupal.

7 La banalidad del mal es un concepto que desarrolló Arendt para describir el comportamiento de individuos que trabajan en instituciones burocráticas y que actúan apegándose a procedimientos formales e informales sin reflexionar sobre la pertinencia de sus actos y sin preocuparse por las consecuencias que estos puedan tener.

8 El término en inglés usado por los autores es
outsiders.

9 Lo acontecido en Vera Cruz difiere de lo ocurrido en el poblado donde Elias y Stockton realizaron su estudio, ya que en el caso de Winston Parva, los marginados fueron llegando y estableciéndose progresivamente en el pueblo, mientras que en el caso de Vera Cruz, los nuevos vecinos llegaron a instalarse en forma masiva, modificando de golpe las características urbanas y sociodemográficas del lugar.

10 Este concepto desarrollado por Carretero y León (2009), hace referencia a una condición de vida (la trashumancia) en la que las personas se ven obligadas a vivir en condiciones precarias de existencia y sufrir las consecuencias psicosociales derivadas de esta condición.