Rev. Ciencias Sociales 159: 167-178 / 2018 (I) ISSN: 0482-5276

ABORDAR LA SUSTENTABILIDAD DESDE LAS CIENCIAS AGRÍCOLAS THE SUSTAINABILITY FROM THE AGRICULTURAL SCIENCES Manuel Villarruel Fuentes *

RESUMEN

La sustentabilidad ha impactado notablemente el ejercicio profesional de la Agronomía, sin que exista claridad en las formas en que se concreta a través de sus prácticas dominantes. Por ello se analiza la manera en que conceptualmente se aborda desde las ciencias, su relación con la naturaleza entendida como bien de consumo y prestadora de servicios, jus- tificando en el proceso su adhesión a la tecnología como medio para el desarrollo social y económico. Sobre esta base se plantea la reconceptualización de la sustentabilidad dentro del campo interdisciplinario de la Agronomía, como un nuevo objeto de estudio que debe ser atendido por la educación ambiental; proceso de trabajo abordado desde la metodología crítica, basado en el pensamiento crítico, lógico y creativo, que parte de un cuerpo teórico de conocimientos previos, en busca de generar un nuevo conocimiento objetivo que permi- te avanzar en la explicación y transformación de una realidad concreta.

PALABRAS CLAVE: AGRONOMÍA * RESILIENCIA * TECNOLOGÍA * NATURALEZA * ECOLOGÍA ABSTRACT

Sustainability has significantly impacted the professional practice of Agronomy, with no clarity in the ways in which are concrete through its dominant practices. Therefore the way how sustainability is approached conceptually from the sciences was analyzed, its relationship with nature understood as a consumption good and a service provider, justifying in the process its accession to the technology as a means for social and economic development. On this basis the reconceptualization of sustainability within the interdisciplinary field of Agronomy arises as a new object of study that must be addressed by environmental education, work process approached from the critical methodology, based on the critical, logical and creative thinking, that emerges from a theoretical element of previous knowledge, looking to generate a new objective knowledge that allows to advance in the explanation and transformation of a concrete reality.

KEYWORDS: AGRONOMY * RESILIENCE * TECHNOLOGY * NATURE * ECOLOGY

*

Tecnológico Nacional de México e Instituto Tecnológico de Úrsulo Galván, México. dr.villarruel.fuentes@gmail.com

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INTRODUCCIÓN

Pocos campos disciplinarios han sosteni- do una relación tan fuerte con la biodiversidad como lo han hecho las ciencias agrícolas. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (fao, 2015) lo consigna al aseverar que “la biodiversidad es esencial para la productividad y adaptabilidad de las especies y para la sostenibilidad de la agricultura” (p.10). Su conexión asume múlti- ples facetas que van de la “dependencia obliga- da” (época feudal) a la “independencia exigida” (revoluciones verde y biotecnológica), hasta lo que puede definirse como una “codependencia demostrada” (etapa actual); esta última carac- terizada por las profundas transformaciones sociales y la búsqueda de paradigmas emergen- tes que pretenden alinear el nuevo pensamien- to dominante con los niveles de intervención que se precisan para enfrentar los graves pro- blemas globales: ninguno más grande que el cambio climático.

Paradójicamente, la agricultura y la ga- nadería, al contribuir significativamente con el cambio climático, se ven inmersas en un cír- culo vicioso del cual no es posible escapar. De acuerdo con reportes de la fao (2015), se estima que la producción de cultivos, la producción animal y forestal, son responsables del 25% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero, a lo que debe sumarse un 2% de las emisiones provenientes de otros sectores estrechamente relacionados (producción de fer- tilizantes, herbicidas, plaguicidas y consumo de energía para labranza, riego, fertilización y co- secha). En contraparte, la agricultura no escapa a los efectos del cambio climático, evidenciado por altas temperaturas, presencia de plagas y enfermedades, sequías, lluvias y pérdida de bio- diversidad, entre otros.

Para entender la complejidad inherente a este fenómeno, es indispensable concebir las ciencias agrícolas acrisoladas en una matriz de integración: la Agronomía, que remite sus fenómenos objetos de estudio a los dominios disciplinares inmersos en los diversos campos que propiciaron el conocimiento humano, de los cuales abreva conceptual y operativamente. Con ello se resuelve el reto metodológico que

supone el abordaje del fenómeno, pero limita el basamento epistemológico que lo define y explica, esclarece e interpreta. El resultado no deja de ser obvio, imprecisión en la identifica- ción de su objeto de estudio. Lo que trasladado al ámbito profesional lleva a confundir el ob- jeto de estudio de la Agronomía, con la Agro- nomía como objeto de estudio. Parra (2003) esclarece esta condición al señalar que “la Agronomía es una profesión que se caracteriza por el alto nivel de complejidad de los proble- mas que le atañen, complejidad que resulta de la naturaleza propia del objeto del cual se ocupa: la agricultura” (p.7).

Ante ello, la realidad deja de ser una to- talidad para segmentarse en parcelas que atien- den unidades funcionales, en las que se recrean las premisas del método que las concibió. Los criterios de verdad contenidos en ella reflejan lógicas filiales al método, lo que deja de lado la aspiración del “saber” por el de “explicar”. Altie- ri (1999) lo expone de la siguiente manera:

Los científicos agrícolas convencionales han estado preocupados principalmente con el efecto de las prácticas de uso de la tierra y de manejos de los animales o la vegetación en la productividad de un cultivo dado, usando una perspectiva que enfatiza un problema objetivo, como es el de los nutrientes del suelo o los brotes de plagas. Esta forma de enfocar sistemas agrícolas ha sido determinada en parte por un diálogo limitado entre diferentes disciplinas, por la estructura de la inves- tigación científica, la que tiende a ato- mizar problemas de investigación, y por un enfoque de la agricultura orientado a lograr un producto (p.20).

La “verdad” es válida si refleja las premi- sas del método, no su adhesión con la realidad. Esto es clave para entender y abordar la diver- sidad biológica desde la sustentabilidad en el campo de las ciencias agrícolas.

Sobre esta base, la Agronomía, como profesión de Estado, ha trascendido al paso del tiempo su carácter académico y sentido deonto- lógico, para situarse como un referente cultu- ral generador de simbolismos y tradiciones de

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pensamiento —ejemplares y matrices discipli- nares en sentido Kuhniano— que se consagran en el pensamiento universal. Ningún quehacer profesional es tan aceptado por todos, al grado de ser considerado el núcleo de toda propuesta de mejora social. El Banco Mundial (2007, p.1) señala: “En el siglo xxi, la agricultura sigue siendo un instrumento fundamental para el de- sarrollo sostenible y la reducción de la pobreza”. Desde luego existen requisitos que no siempre se pueden cumplir. El mismo Banco Mundial (2007) puntualiza que:

En los países urbanizados, que com- prenden casi toda América Latina y gran parte de Europa y Asia central, la agri- cultura puede ayudar a reducir la pobre- za rural que aún persiste si los pequeños agricultores se convierten en proveedo- res de los mercados modernos de ali- mentos, si se generan buenos empleos en la agricultura y la agroindustria y se introducen mercados para los servicios ambientales (p.1).

Un acercamiento con las demandas so- ciales da cuenta de ello: “sin seguridad ali- mentaria no hay futuro posible”. La fao (2006) consigna como prioridad y objetivo estratégico ganar la batalla contra el hambre, la desnutri- ción y la pobreza rural, al hacer que la agricul- tura, la actividad forestal y la pesca, sean más productivas y sostenibles. Axiomas que solo son posibles al amparo de una profesión que se nutre de los campos de conocimiento más consolidados (Química, Física, Matemáticas, Biología, Sociología, Economía, entre otras), que además reclama el dominio de una cien- cia cuyos referentes hunden sus raíces en una racionalidad lógica que dicta cánones teóricos y procedimentales, expresados en métodos y técnicas omnipresentes. Ascetismo que solo es posible en un imaginario que niega toda episte- mología del sujeto, para centrarse en la gnoseo- logía del objeto, realizable únicamente a través del “método”.

Sobre estos postulados se concibe actual- mente la compleja relación entre la biodiversi- dad y la Agronomía, en un marco de propósitos sublimados, que forjan el ideario colectivo en el

que toda relación del hombre con la Naturaleza es “científicamente justificable”.

EL DESAFÍO DE TRANSFORMARSE

Sin Naturaleza no hay Agronomía. Aun- que obvio este puede ser el axioma más simple del pensamiento complejo, aquel con el que inicie la reconceptualización de una nueva deontología dentro del campo de la Agronomía —y de las ciencias agrícolas que la confor- man—, como paso obligado hacia una reno- vada racionalidad que se abre por necesidad a lógicas discursivas nunca antes vistas. Ya no más el sentido utilitario con el que la Agrono- mía concibió su statu quo, apropiándose del derecho universal de calificar la naturaleza como recurso y lo que es más delicado aún, asumiéndose como su albacea, acotándola bajo una cosmovisión que la cosificó, al grado de dictar los cánones que redujeron su compleji- dad hasta convertirla en su fenómeno objeto de estudio, aislado, descontextualizado, des- provisto de identidad, algo terminado y listo para “explotarse”.

Estas concepciones permitieron seleccio- nar aquellas disciplinas de conocimiento que podían coexistir con la Agronomía, en virtud de lo que aportaban desde sus premisas básicas (núcleos de conocimientos comunes como los llama Rodríguez-Peña, 2014). Solo ante seme- jante convocatoria puede entenderse que áreas tan disímbolas como la Física pudieran conci- liar sus fundamentos teóricos con la Química (Fisicoquímica) o con la Biología (Biofísica), por citar unos ejemplos, sin que significara el surgimiento de una nueva epistemología y con ello, el de un nuevo objeto de estudio. Este ca- mino estuvo vetado durante largo tiempo. La permanente visión disciplinaria actuó como ga- rante de la parálisis paradigmática que operó en dichas ciencias, solo que ahora arropadas por el discurso de la interdisciplinariedad.

Autores como Mena y Mena (2011) defi- nen el sentido interdisciplinario de la Agrono- mía a partir de esta conjunción disciplinaria, al exponer que el ingeniero agrónomo es un profesional que hace uso racional de los recur- sos humanos, físicos, químicos, matemáticos, biológicos y sociales, con el objetivo de dirigir

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el proceso de producción agropecuaria, apoyado en una lógica centrada en diagnosticar, pronos- ticar, planificar, organizar, aplicar, ejecutar y controlar dicho desarrollo.

Mención aparte merece la preocupación por encontrar nuevas didácticas encaminadas a perfeccionar la enseñanza de las ciencias bá- sicas dentro de la Agronomía; lo que demuestra el arraigo con las formas tradicionales de la educación disciplinaria. Diversos autores entre los que destacan Rojas (2010); Mena y Mena (2011); Domínguez, Velasco, Sánchez, Parra y Montoya (2012) y Biasoni, Villalba, Cattaneo y Larcher (2012), centran su interés en la ense- ñanza-aprendizaje de la Física, quienes ampa- rados en el discurso de la interdisciplinariedad, se muestran convencidos cuando afirman que el ingeniero agrónomo debe “incorporar un sis- tema de conocimientos, habilidades y actitudes hacia las ciencias físicas, química, matemática y biología, que le permita construir una cultura científica orientada hacia la profesión” (Rodrí- guez-Peña, 2015, p. 119).

Sin mucho margen de maniobra, todo pensamiento iconoclasta fue ignorado, critica- do o incluso marginado en aras de preservar el imperio de la razón instrumental, entendido aquí como un conjunto de aforismos que úni- camente podían provenir de la ciencia normal —la gran ciencia—, baluarte desde el que se configura el actual ejercicio profesional en el campo de las ciencias agrícolas. Oesterheld, Semmartin y Hall (2002) lo hacen evidente al indicar que:

Para poner a prueba sus hipótesis en experimentos diseñados con criterios rigurosos, los investigadores en cien- cias agropecuarias, igual que los de otras ciencias, utilizan tanto las ideas, los marcos de referencia y las técnicas propios de sus disciplinas, como tam- bién los de otros campos del conoci- miento (p.52).

Así, el campo de dominio de la Agro- nomía se extendió paulatinamente hasta trascender sus nichos de interés (agrícola, pecuario y forestal), para impactar decidida- mente en la acuacultura y la pesca, situándose

hoy dentro de los territorios de la biología y ecología, campos de conocimiento que al tener una base común con ella le han permitido sos- tener el discurso de la interdisciplinariedad, bajo perspectivas cuasi-holistas.

En el mejor de los casos, la formación actual del ingeniero agrónomo, vista por sus profesionales, está centrada en una serie de pro- posiciones que dicen mucho acerca del nuevo perfil que debe tener, pero se soslaya el cómo alcanzarlo. Al respecto Almaguer-Álvarez, Díaz- Castillo y Mestre-Gómez (2010) ponen en re- lieve la trascendencia de los “contenidos” a incluirse en la propuesta curricular, cuando señalan que:

La sistematización e integración de los contenidos deben permitir el desarro- llo de un pensamiento holístico, que al abordar la problemática ambiental, pro- picie la aplicación de estrategias y polí- ticas de desarrollo sostenible, desde una visión que vaya más allá de los procesos ecológicos y tecnológicos e integre los procesos históricos, sociales y culturales para su intervención en los sistemas de producción agropecuaria, como objeto de la profesión, donde no solo dirija la producción, sino que se convierta en el agente principal del cambio hacia la sos- tenibilidad, creando valores materiales y espirituales que garanticen este propósi- to (p.2-3).

Más allá de los intentos por lograr una formación social, humanista, técnica y cien- tífica en el profesional de la Agronomía (lo cual conlleva un reto curricular aparte), se pasa por alto que antes es necesario una inte- gración disciplinar que trascienda los clásicos esquemas de pensamiento dominante. Antes de saber cómo abordar la problemática ambiental mediante estrategias y políticas alineadas al desarrollo sostenible, es indispensable discernir cómo integrar los procesos históricos, sociales y culturales que se señalan, hasta convertir el “producto” en el objeto de la profesión. Los buenos deseos no bastan para transformar un campo tan consolidado como el de la Agrono- mía; invocarlos no resuelve el problema de su

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realización, lo cual es una primera evidencia de los esfuerzos infructuosos por alcanzar la sustentabilidad.

Ante este escenario, la vigilancia re- flexiva que dictó las pautas para cambiar la “visión parcelaria” de la Agronomía no provi- no de sus profesionales, que a la entrada del presente siglo siguen concentrados en justifi- carla y validarla.

LOS ESFUERZOS POR ALCANZAR LA SUSTENTABILIDAD

Ante los severos cuestionamientos ema- nados de diversas voces (profesionistas, ecolo- gistas, científicos e ideólogos), quienes señalan lo deletéreo de las prácticas agropecuarias, los profesionales de la Agronomía han realizado un esfuerzo por repensar el sentido y la naturaleza de sus tareas. Pese a ello, la premisa básica de “producir para alimentar” continúa como el ob- jetivo central de una deontología que al parecer se resiste a transformarse; por si fuera poco, el surgimiento de un nuevo desarrollo basado en la sustentabilidad vino a constituirse en un aliado favorable. Sin embargo, el cambio fue de forma y no de fondo.

Estos cambios ungidos de innovación, han dado lugar a formas diversas de concebir las actividades dominantes dentro del campo profesional, desglosándose en “prácticas si- tuadas”, consagradas en la denominada Nueva Agricultura, la cual se debate en dos polos con- tradictorios:

Actualmente la agricultura mun- dial experimenta una transición hacia un nuevo paradigma tecnológico, muy distinto al de la revolución verde. Este nuevo paradigma se sustenta en las actuales revoluciones “bio”, “info” y “nano” y en las nuevas demandas de la sociedad y de los mercados. En este con- texto, la agricultura del siglo xxi empieza a vivir una nueva revolución, más amplia y más profunda que las anteriores: una revolución organizacional, de la gestión del conocimiento y de las convergencias entre las distintas tecnologías (Barrera, 2011, p.10).

Mientras tanto otras tendencias señalan:

Las tecnologías agrícolas modernas han reportado mejoras globales en la produc- ción agrícola; sin embargo, en numero- sos países en desarrollo, un gran número de pequeños campesinos empobrecidos de diferentes ambientes no se ha benefi- ciado de estas tecnologías. Para mejorar los medios de vida de estos campesinos, es urgente encontrar enfoques alterna- tivos que intensifiquen la producción a la vez que conservan la base de recursos naturales, manteniendo la biodiversidad y conservando el conocimiento tradicio- nal (fao, 2007, p.1).

De esta manera, los disensos dentro del campo de las ciencias agrícolas —centradas en sus prácticas socialmente aceptadas—, se encuentran en una etapa progresiva, al distinguirse como generadoras de problemas, locales y universales. En este sentido se re- porta que:

Al utilizar los recursos naturales (a menudo de un modo inadecuado), la agri- cultura puede generar resultados ambien- tales positivos y negativos. Es con mucho la actividad que consume más agua, por lo que contribuye a la escasez de este recurso. Tiene un papel preponderante en el agotamiento de las aguas subterráneas, la contaminación por agroquímicos, el desgaste del suelo y el cambio climáti- co mundial, dado que es responsable de hasta un 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero también es un proveedor fundamental de servicios ambientales, que generalmente no se reconocen ni se remuneran […]. Con la creciente escasez de recursos, el cambio climático y la preocupación por los costos ambientales, no es posible continuar con el modo habitual de utilizar los recur- sos naturales en la agricultura (Banco Mundial, 2007, p. 4).

Resulta paradójico que los llamados al orden provengan de organismos encargados

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de promover el desarrollo agrícola intensivo y superespecializado, como vía para el desarrollo de las naciones. Pero sorprende aún más que sean estas instancias las que destaquen las bon- dades de la agricultura, tanto en el terreno de la ecología ambiental como en el socioeconómico. Aquí se explica la adhesión de este discurso con el modelo industrial dominante y con el fun- damento ecológico que sostiene —sobre bases sistémicas—, el principio de sustentabilidad. En conceptos de Riera (2010), “la noción de sus- tentabilidad se ha vuelto un concepto central para enmarcar la discusión sobre el futuro de la agricultura” (p. 81).

Con el aval del informe Bruntland y el sostén de los recientes acuerdos de Río+20, donde prevalece una visión a favor de los paí- ses desarrollados (industrializados, principales contaminadores del mundo), la dimensión eco- nómica opaca actualmente el referente eco-

lógico de toda propuesta de sustentabilidad1 . Ejemplo de ello es la forma como lo social y económico se alinean con lo ecológico, en una utópica igualación desde donde se ma-

grado en que esto se hace posible2. Pero todavía hay más: usualmente se observa el empleo de conceptos extraídos de la matriz semántica de la ecología, con los que se tejen paralogismos socioculturales justificadores.

Ello explica el interés por trasladar conceptos de la teoría de sistemas al campo social (sistema envolvente), funcionalmente diferenciado (en lo ecológico, educativo, cul- tural y político), pero supeditado a lo econó- mico (principal sistema parcial) y englobador del contexto agronómico (entorno externo que también pertenece al sistema total). Di- versos autores, entre los que destacan Ca- sanova-Pérez, Martínez-Dávila, López-Ortiz, Landeros-Sánchez, López Romero y Peña-Ol- vera (2015a), basados en los postulados de Lu- hmann (2006), establecen niveles jerárquicos dentro de los sistemas, integrados a partir del denominado “agroecosistema”. Desde aquí se concibe la idea del agroecólogo, modelo inter- disciplinar que aseguran representa los efectos

nifiesta una “coevolución en sus relaciones”, desestimándose la necesidad de lograr una supeditación de lo económico y social a lo eco- lógico; entendida la sustentabilidad como el

1 En conceptos de Correa y Falconí (2012, p.258), los países desarrollados “…viven un momento en que la crisis que sufren sólo podrá ser paliada si la endosan a los países de la periferia, mal llamados en ‘vías de desarrollo’”. En virtud de ello, estos paí- ses buscan propiciar la llamada “economía verde”, que según los autores es un eufemismo que prio- riza el aumento de la producción y las bondades de la tecnología, encubriéndose los efectos del consumo derrochador y exacerbado. Esta “nueva economía” oculta los efectos inmediatos que tiene el comercio internacional de los países en vías de desarrollo. Ejemplo: prohibir la exportación de productos que no cumplan con los parámetros establecidos por ellos, para después vender la tec- nología adecuada para alcanzarlos, generándose una deuda a largo plazo. Correa y Falconí (2012) finalizan su conclusión señalando que se trata de “El círculo perverso del endeudamiento expresado en forma de ajustes ambientales. Es decir que la supuesta “economía verde” es, aparte de un sub- terfugio, una manera de obligarnos a importar su crisis” (p. 258).

2

No es una afirmación simplista, sino una reflexión contenida en más de 40 años de debates inter- nacionales, que van desde el informe del Club de Roma, a principios de la década de los 70, la Cumbre de Río en 1992, hasta la declaración de “Río+20: El Futuro que Queremos, 2012” y la “Declaración del Estado del Planeta: Planeta Bajo Presión, 2012”, donde se establece una pugna entre quienes sostienen la existencia de límites en el crecimiento y los que buscan mantener el sentido desarrollista de las propuestas de bienestar y pro- greso, siempre económico. Sin olvidar el famoso “informe Brundtland: Nuestro Futuro Común, 1987”, donde se invoca la sostenibilidad ambien- tal como alternativa a las críticas al paradigma funcional y pragmático del desarrollo industrial. Los debates se han centrado en la forma en que: 1) se “ecologiza” al ambiente, reduciéndolo a su mínima expresión; se pasa por alto que ecología no es ambiente, sostenerlo es mirar de reojo la dimensión social, política y cultural concibién- dolas como componentes que le acompañan; y 2) se funda un capitalismo verde, entendido como ambientalismo pragmático, de carácter netamente oficial. Ambas posturas se constituyen en desafíos a la salud ambiental del planeta, al afirmar un desa- rrollo sustentable sin límites. Al final se debe reco- nocer la interdependencia existente entre lo social, económico y ecológico, admitiendo que desde la era moderna jamás han coevolucionado: lo ecológico ha estado siempre al servicio de lo económico y social.

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de la autopoiesis3 propia de cada subsistema. Se destaca que “con base en el andamiaje teórico conceptual de Luhmann, la agricul- tura se considera un sistema parcial dentro del sistema funcional denominado economía” (Casanova-Pérez, Martínez-Dávila, López-Or- tiz, Landeros-Sánchez, López Romero, Peña- Olvera, 2015b, p. 857).

Adicionalmente, debe subrayarse el en- foque que se brinda desde la “resiliencia4 ”.

Dicho concepto posee tres características distintivas:

1. La cantidad de cambios que un sistema complejo puede soportar sin alterar sus propiedades funcionales y estructurales. 2. El grado en el que dicho sistema es capaz de auto organizarse, después de

ser objeto de cambios —perturbacio- nes—, no deseados.

3. La habilidad del sistema para desarro- llar la capacidad de aprender, innovar y adaptarse. Es decir, asumir la volatilidad ambiental que ello provoca y mantener- se a pesar de esto. Resistiéndose a los “dominios de estabilidad” no deseados.

La complejidad se hace evidente. La ne- cesidad de una formación ambiental involucra un problema que debe descifrarse para luego resolverse. Aquí subyace una realidad compleja asociada al contexto de la Agronomía. La visión autopoiética y resiliente hace tangibles los es- fuerzos por acudir a este paradigma en busca de soluciones, de nuevos modelos y enfoques de apreciación epistemológica. Al respecto, Rojas- Hernández (2003) aclara que:

3

4

El concepto de autopoiesis, como lo refiere Varela (2003), está relacionado en sus inicios con la orga- nización celular y el origen de la vida; con su autonomía y su capacidad auto organizativa. Sin embargo, desde hace una década los nuevos enfo- ques han llevado a reconsiderar el sentido de la autopoiesis. En esta disertación se busca incur- sionar en lo que se denomina una perspectiva auto explicativa de la funcionalidad situada de un sistema agrícola, entendido como un sistema autopoiético que “…continuamente produce los componentes que lo especifican, al tiempo que lo realizan (al sistema) como unidad concreta en el espacio y en el tiempo, haciendo posible la propia red de producción de componentes” (Varela, 2003, p.2). Este enfoque acepta que el sistema agrícola se extiende hasta la deontología de la profesión agro- nómica, organizándose como unidad funcional. Así como un ser vivo genera su identidad a través de la autopoiesis, mediante la cual captura los pro- cesos o mecanismos que la generan, así se puede percibir a la agricultura y la Agronomía como una distinción categorial distinta, con una coherencia auto producida. Al respecto cabe señalar que: “el mecanismo autopoiético se mantendrá así mismo como unidad distinta mientras su concatenación básica de procesos se mantenga intacta en pre- sencia de perturbaciones, y desaparecerá cuando se enfrente a perturbaciones que superen cierto umbral de viabilidad que depende del sistema bajo consideración” (Varela, 2003, p.3).

Con base en la eventual presencia de “perturbacio- nes”, es que se acude al principio de la resiliencia, con el propósito de enriquecer el abordaje analítico que se hace de la Agronomía como sistema.

La complejidad se refiere a la existencia de entrelazamiento de acciones, de inte- racciones, interdependencias, de retroac- ciones, difíciles de registrar y explicar monodisciplinariamente. La epistemolo- gía de la complejidad, se ha transformado en una especie de nuevo paradigma del conocimiento. Estudiar y tratar de com- prender los problemas en su complejidad, significa intentar descifrar el rompeca- bezas del todo, ubicando a cada parte en un lugar del todo y al todo en las singu- laridades de las partes. Esto significa, por ejemplo, entender cada una y todas las acciones del individuo en su insepa- rable relación con su entorno natural y ambiental (p. 18).

Obsérvese que se trata de sistemas com- plejos, que sin estar en equilibrio sino en estado estable, aseguran la permanencia a la que se apuesta desde el modelo socioeconómico —di- mensiones indisolubles—, en busca de sostener el statu quo .

Desde estos límites se habla de una re- siliencia, que trasladada al ámbito profesio- nal, no permite que en la práctica se logren transformaciones de fondo, permitiéndole solo pequeñas alteraciones que no comprometen la organización del sistema. Para asegurarlo, la

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Agronomía —y las ciencias que la hacen posi- ble—, ha estado supervisada desde los organis- mos internacionales (fao, ocde, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, entre otros) y las instancias del Estado, desde donde se dic- tan las directrices de su ejercicio, sus objetivos y su grado de intención. Cuatro aspectos son particularmente cuidados a fin de impedir una verdadera revolución deontológica:

1. Evitar las desestabilizaciones que pue- dan poner en entredicho el statu quo de los grupos sociales —vinculado al desarrollo económico—, que en el sector agropecuario están representados por los empresarios e industriales.

2. Indicar el conocimiento que es deseable y necesario (información, experiencias y tipos de aprendizaje), alineado con los enfoques educativos por competencias5 . 3. Enaltecer su arraigo a formas tradicio- nales de ejercer la profesión, entendidas como prácticas dominantes que deben ser respetadas y sostenidas.

4. Aceptar la diversidad de prácticas pro- fesionales posibles (sucedáneas y emer- gentes), siempre y cuando se alineen con los axiomas y códigos, semánticamente interpretables dentro de la profesión.

El resultado de esto es una sustentabi- lidad abreviada a través de la resiliencia pro- fesional, desde donde se robustece el sistema socioeconómico. La complejidad se “asegura” a partir de esta sustentabilidad. Calvente (2007), enfatiza en que:

…la resiliencia no es una propiedad absoluta y fija sino que, por el contrario, es variable en el tiempo y el espacio y

ambiental del contexto en el que se encuen- tre (p. 2-3).

Con esto se destaca el esfuerzo que a nivel internacional se despliega para que la Agronomía no pierda con el tiempo su capaci- dad resiliente. Su éxito no es un secreto, está coligado a la capacidad del sistema para sos- tener su habilidad de aprendizaje. En ello los sistemas educativos tienen todo el crédito.

LA NUEVA AGRICULTURA Y SU TECNOFILIA

Bajo este contexto, la Agronomía no ha podido despojarse del estigma que le sujeta on- tológicamente al uso de artefactos. Más allá de las formas y los medios de operar en realidades concretas, esta mantiene su fidelidad a lo artifi- cial, lo creado por el hombre; sinónimo de inte- ligencia y predominio sobre lo natural. En este sentido, el profesional vive en un mundo creado por y para él. De aquí la férrea resistencia a las formas tradicionales de producción —de origen prehispánico—, donde el empleo de artefactos está limitado. Aracil (2006) clarifica esta condi- ción al indicar que:

En este sentido técnica y arte se oponen a naturaleza; lo mismo que artificial a natural. Lo artificial no es sino la realidad creada intencionadamente por el hombre mediante su capacidad para planificar y transformar, ejercitando su inherente libertad y su razón productora (p.10).

La tecnología6 se convierte de esta forma en el fetiche que brinda identidad al gremio agronómico. Riera (2010) identifica el vínculo entre la tecnología y el ambiente

depende, en gran medida, de las accio- nes y relaciones del sistema y la volatilidad

6

Para efectos de la presente disertación se enten- derá “técnica” y “tecnología” como sinónimos, al margen de las posturas que diferencian entre una y otra. Dicha concepción se centra en una tecnolo-

5

Centradas en contextos específicos, este tipo de competencias se ubican al margen de la sensi- bilidad cultural que propone Wiek, Bernstein, Laubichler, Caniglia, Minteer y Lang (2013), como elemento central de la competencia, lo que difi- culta identificar problemas de sostenibilidad en entornos más amplios y diferenciados.

gía que no solo se evidencia en el diseño de estra- tegias y procedimientos expresados en procesos (objetos conceptuales, tales como modelos, planes, programas), mediante los cuales el ser humano manipula al medio ambiente, sino particularmen- te en el empleo de artefactos (objetos concretos), como son maquinaria, hardware y equipos.

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—entendido restrictivamente como naturale- za—, al explicar que:

Por añadidura de la relación de la sociedad con el ambiente está mediada por la tecno- logía, cada nueva innovación que es incor- porada modifica dicha relación al redefinir el ambiente. En esta relación, la noción de sustentabilidad se ha vuelto un concepto central para enmarcar la discusión sobre el futuro de la agricultura (p. 81).

La tecnología es percibida como el “in- termediario ideal” entre el ser humano (so- ciedad) y el ambiente. Pero no es un mediador pasivo, sino un redefinidor dimensional, que orienta la dirección conceptual de lo que debe ser el ambiente y el nivel de realidad en la que debe intervenirse.

De aquí que la Agronomía se asuma deudora de la denominada “ciencia aplicada”, desde donde se explica cómo el conocimiento se vuelve práctico, a partir del dominio de la tecnología. La idea de un “profesional” descan- sa en el nivel de experticia técnica que logra a lo largo de su formación y en el ejercicio de sus prácticas. La tecnología es recurso y medio por el cual la naturaleza brinda servicios de abastecimiento (agua, oxígeno, servicios am- bientales, entre otros), que el ser humano convierte en capital natural, conceptos traídos de la lógica económica capitalista. Bajo los preceptos de Xu y Vera (2014), la agricultu- ra sostenible implica diferentes partes de un sistema, más amplio que solo los métodos de producción; esto dificulta, aún más, definir lo que es la agricultura sostenible.

CONCLUSIONES

La Agronomía todavía está lejos de alcan- zar la sustentabilidad que proclama desde sus prácticas dominantes. Los esfuerzos, ceñidos a operaciones reguladoras, de carácter mitigante más que innovador, se centran en recuperar in- tervenciones tradicionales, basadas en sistemas agrícolas prehispánicos. Desde estos linderos es posible percatarse de un amplio menú de alter- nativas, entre las que destacan la agricultura orgánica, agricultura ecológica, agricultura

familiar o de pequeña escala, entre otros, de donde se derivan estrategias todavía fuertemen- te arraigadas en los artefactos tecnológicos, con una finalidad centrada en la producción de ali- mentos y más recientemente de servicios (como lo son los servicios ambientales). La intención siempre es positiva.

El surgimiento de las denominadas “eco- tecnias” o “ecotecnologías”, definidas sobre bases agroecológicas y popularizadas por los profesionales del área —quienes las impulsan como “tecnologías limpias”—, han servido para generar una parálisis conceptual y operativa dentro de la Agronomía, pensándolas como el fin último de las reflexiones y mediaciones del ingeniero agrónomo. Con ello, el disenso y la autocrítica quedan anuladas. Todo parece re- suelto. Los cambios son de forma, no de fondo. El binomio ciencia-tecnología mantiene su vi- gencia “adaptándose” para los nuevos fines: el desarrollo sustentable.

Mientras el concepto de “sustentabili- dad” busca camino para expresarse, la Agro- nomía orienta todos sus esfuerzos al diseño de nuevas propuestas agrotecnológicas, diver- sificadas dentro de la agricultura, ganadería, forestería, acuacultura y pesca, concebidas bajo postulados interdisciplinarios, extraídos de la economía ecológica y más recientemente, en la economía verde.

En tanto no se revalore la relación profe- sional del agrónomo con la naturaleza, se elimi- ne su dependencia exacerbada con la tecnología y se asuma lo natural del ser humano, no será posible construir una nueva matriz semántica que permita transitar de la interdisciplina a la transdisciplina, posibilitando un “diálogo de sa- beres” entre sus ciencias, así como entre estas y el saber tradicional que se abre a la pluralidad de “saberes” y formas de saber, pero además al “diálogo” como proceso de escucha e inclusión (Merçon, Camou-Guerrero, Núñez-Madrazo y Escalona-Aguilar, 2014), lo que finalmente faci- lite delimitar el objeto de estudio de la sustenta- bilidad, para desde ahí, repensar los fenómenos de estudio de la Agronomía, ahora apoyada por una ciencia de la sustentabilidad. Al final, como lo expresan Villarruel-Fuentes y Villarruel-Ló- pez (2015):

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La simple idea de estar fuera de los már- genes de la sustentabilidad es inoperante. El simbolismo del que ha sido rodeado no permite márgenes para el disenso, en vir- tud de establecerse como principio rector que, arraigado en el imaginario colectivo, exige la adhesión a sus preceptos, en apa- riencia entendidos por todos (p.7).

Un cambio importante debe provenir del sentido crítico con que se aborda el ejercicio profesional de la Agronomía. La insistente tendencia a pensar únicamente en la conser- vación o el mantenimiento de los recursos na- turales debe superarse, como un primer paso hacia la evolución de los conceptos. La activi- dad agropecuaria y pesquera no será sostenible con solo realizar prácticas que permitan con- servar el suelo y su fertilidad, el volumen y dis- ponibilidad de agua, la diversidad genética, la salud vegetal y animal, y la riqueza biológica de mares, ríos y lagunas. No se puede conser- var lo que no se tiene, ese tiempo ya pasó. Por ello es preciso coincidir con Candelaria-Mar- tínez (2011), quien basado en los postulados de Stenholm y Waggoner (1990) y Farshad y Zinck (1993) confirma que:

La agricultura sustentable no es única- mente el uso de mejores prácticas con menor uso de agroquímicos, manejo intensivo o conservación de los recursos, sino que involucra la dimensión agro- nómica, ambiental, social, económica y política, de tal manera que los resultados a través del tiempo permiten la regenera- ción de los recursos naturales (p. 14).

Como se advierte, el debate sigue abier- to. De la “agricultura globalizada” dictada desde los Estados y los organismos interna- cionales, hasta la “nueva ruralidad” donde opera una diversidad de enfoques que recla- man distintas valoraciones de lo que debe ser la ciencia y la tecnología, las ciencias agrícolas se esfuerzan por encontrar el camino hacia la sustentabilidad. Para alcanzar estos fines, la Agronomía, creada desde los espacios acadé- micos, está obligada a encontrar su vínculo con los objetivos que ahora se le demandan:

desarrollo humano, democracia, ciudadanía, entre otros; aunque lograrlo le exige transfor- marse en interlocutor válido.

Destaca en este sentido, los esfuerzos que desde diversos organismos internacio- nales se promueven (la fao en particular), a partir de un cambio en la percepción de lo que significa y representa la agricultura fami- liar “responsable del 80% de las explotaciones agrícolas en América Latina” (Salcedo y Guz- mán, 2014), concebida ahora como un sector estratégico en la lucha contra el hambre y la pobreza, en virtud de ser la principal fuente de empleo en el sector rural. Dos aspectos deben ser considerados en esta nueva política regional: el primero de ellos, asociado a la mercantilización de los sistemas familiares, vistos ahora como el último reducto de la avanzada ideológica del desarrollo; en segun- da instancia se ubica la idea de un desarrollo sustentable que se hace posible al garantizar la seguridad alimentaria. Una nueva Agrono- mía se hace presente; al ingeniero agrónomo se le exige responder a todo ello.

Ambas posiciones abren un abanico de dudas razonables en torno a lo que represen- ta la sustentabilidad vinculada a los sistemas sociales, a la cultura e idiosincrasia de las co- munidades rurales, a quienes se les impone un modelo de trabajo ajeno a sus modos de subsis- tencia, sus hábitos de convivencia y sus rituales de producción. La interlocución queda anulada. El logro de la sustentabilidad postergado.

Al respecto debe considerarse que la sus- tentabilidad no es un concepto acabado y listo para ser usado, sino un ideario que debe so- meterse a constante escrutinio; para ello, el campo teórico de la educación ambiental se erige como una alternativa promisoria.

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Fecha de ingreso: 16/03/2017 Fecha de aprobación: 16/08/2017

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