Rev. Ciencias Sociales 159: 179-195 / 2018 (I)  ISSN: 0482-5276
		COGESTIÓN DINÁMICA PARA LA TOMA DE DECISIÓN. UNA MIRADA  DESDE LA TEORÍA DE SISTEMAS Y LA TEORÍA DE ESTRUCTURAS  DISIPATIVAS
		DYNAMIC CO-MANAGEMENT FOR DECISION-MAKING. A  LOOK FROM THE THEORY OF SYSTEMS AND THE THEORY OF  DISSIPATIVE STRUCTURES
		Ileana Ávalos Rodríguez *
		RESUMEN
		La toma de decisión requiere actualmente nuevas cartografías para comprender y gestionar  de manera eficiente la gobernabilidad democrática, la cual no se promueve necesariamente  en búsqueda de consensos comunes y verdades unívocas, sino a través de la promoción de  espacios que revaloren la naturaleza agonística de “lo político” como categoría ontológica.  El presente artículo busca contribuir a promover nuevas miradas desde lo que la teoría de  sistemas (Biología) y la teoría de estructuras disipativas (Física) ofrecen para los sistemas  sociales.
		PALABRAS CLAVE: CIENCIA POLÍTICA * GOBERNABILIDAD * POLÍTICO * RÉGIMEN POLÍTICO *  TEORÍA CUÁNTICA
		ABSTRACT
		Decision-making now requires new mapping to understand and efficiently manage  democratic governance. This is not necessarily promoted in search of common  consensuses and univocal truths but through the promotion of spaces that revalue  the agonistic nature of “the political” as an ontological category. This article seeks to  contribute to promote new perspectives from what systems theory (Biology) and dissipative  systems (Physical) offer for social systems.
		KEYWORDS: POLITICAL SCIENCE * GOVERNANCE * POLITICIANS * POLITICAL SYSTEMS *  QUANTUM THEORY
		*
		Stratega, Costa Rica.  Ileana.avalos.r@gmail.com
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		INTRODUCCIÓN
		El presente artículo tiene la finalidad  de estudiar el abordaje de la “cogestión diná-  mica” como un elemento dinamizador para la  toma de decisión contemporánea desde una  mirada pluralista. Con ello, se busca hacer un  alejamiento al enfoque representacionalista  de la toma de decisión, invitando a hacer un  cambio fundamental en la forma en que se hace  acercamiento a este fenómeno, reconociendo la  complejidad que ello implica. Se inicia con una  contextualización a la toma de decisión desde  la modernidad y desde el enfoque representa-  cionalista, buscando identificar la diferencia de  este con la noción de cogestión dinámica desde  una mirada mucho más compleja.
		A nivel teórico, se explora el acercamien-  to a la toma de decisión desde la óptica que  ofrece la teoría de sistemas. Para ello, se hace  referencia a elementos conceptuales clave su-  geridos por la teoría luhumaniana, así como a  algunas contribuciones de Humberto Maturana  y Francisco Varela, planteadas desde el ámbito  de la Biología. Esto permite sentar las bases de  la cogestión como algo que se genera dentro de  sistemas sociales que son autopoiéticos y au-  toorganizativos.
		De manera complementaria, se parte  de la premisa de que los sistemas que abrigan  la cogestión dinámica son sistemas abiertos y  con ello se fundamenta una analogía entre los  procesos decisionales y algunos procesos físicos  que, por su naturaleza, se alejan del “equilibrio”  y que fueron analizados por Illya Prigogine  (1997 y 2001) a través de la teoría de estructu-  ras disipativas, manejando así la metáfora de  procesos decisionales cogestionados como una  estructura de esta naturaleza. Este alejamiento
		de estructuras disipativas). Se procura, a través  de un esfuerzo de diálogo transdisiplinario,  contribuir a ampliar el debate en torno a lo  político, así como a las formas de democracia  contemporáneas y además ofrecer la posibilidad  de establecer puentes entre disciplinas tradi-  cionalmente alejadas, como lo son la mecánica  dinámica y la ciencia política en el marco de  una era posmoderna que invita a todos y todas
		a reinventarse constantemente1 .
		A nivel epistemológico, el artículo se  suma en este sentido a esfuerzos generados  en diversas ciencias y en diferentes latitudes  por romper con la tradición instrumentalis-  ta y fragmentada que caracterizó a la ciencia  occidental en la modernidad. Se suma a los  esfuerzos del pluralismo epistemológico que ha  emergida con fuerza en la época posmoderna,  en especial enmarcado en las ciencias de la  complejidad2 .
		Este esfuerzo se enmarca en el proceso  de estudios doctorales de la autora realizado  desde un enfoque de mediación y aprendizaje  bajo las ciencias de la complejidad y el nuevo  paradigma. Se parte entonces de un esfuerzo  desde el campo de la teoría política por cons-  truir y remozar nociones conceptuales a nivel  epistemológico.
		La investigación parte de una lectura  exhaustiva de los principales teóricos que sus-  tentan el artículo, así como, un diálogo di-  recto con estos. Se realizó una investigación  en fuentes secundarias y terciarias respecto a  esfuerzos similares, determinando la novedad  del enfoque de cogestión visto desde la mecá-  nica dinámica y aplicado a la toma de decisión  contemporánea. Se desarrolla un esfuerzo por
		de equilibrio se evidencia al momento de rea-  lizar un acercamiento a lo político que integra  el conflicto con un determinante fundamental.  En este sentido, se utiliza la noción de agonis-  mo de Chantall Mouffe (2011 y 2013) con la  finalidad de ejemplificar a nivel práctico dichas  cogestiones.
		El artículo es entonces un encuentro del  estudio de la toma de decisión desde las mira-  das que ofrecen las ciencias de la complejidad  antes mencionadas (teoría de sistemas y teoría
		1
		2
		Los esfuerzos por articular la Biología mediante la  teoría de sistemas con la Ciencia Política han sido  arduos y completos. La innovación del presente  artículo radica en lograr entramar los insumos  que ofrece la Física mediante la mecánica dinámi-  ca con los procesos decisionales.
		Entre ellos se reconoce el paradigma de la comple-  jidad de Edgar Morin (1998), la física cuántica, las  epistemologías del Sur y ecologías del saberes pro-  movidas por Boaventura De Sousa Santos (2009),  así como, la Filosofía de la Liberación de Enrique  Dussel (2011).
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		reconceptualizar lo político y ofrecer nuevas  cartografías para comprender y reflexionar en  torno a la toma de decisión.
		DE LA TOMA DE DECISIÓN MODERNA A UN  ENFOQUE POSMODERNO
		La toma de decisión reviste de importan-  tes procesos que procuran dar respuesta a las  demandas públicas de la ciudadanía. La mo-  dernidad, entre sus muchas derivaciones, trajo  consigo la instauración de los Estados Nación  y con ello se plasmó en la historia una de las  herencias con mayor impacto para las democra-  cias modernas: el contrato social.
		Tal y como recuerda Vergara (2012), al  inicio de la modernidad, Maquiavelo logró cons-  tatar que la forma en que se desarrollaba la vida  política requería pautas distintas a lo que se  estipulaba, en ese entonces en la esfera privada.  Frente a ello, múltiples teóricos de la época  plantearían la premisa de que lo anterior no  podía resolverse mediante decisiones que cada  persona generase de manera aislada. Pero tam-  bién requería una nueva visión de “lo político”,  visión que representase los principios de la mo-  dernidad. Esto entraba en severas contradiccio-  nes con los esquemas de despotismo, opresión y  desigualdad (por citar algunos) que caracteriza-  ron la edad media.
		Partiendo de una perspectiva liberal, na-  cería el interés por promover una refundación  de la política mediante una serie de elementos  plasmados en el contrato social. Locke (1991)  proponía que los seres humanos poseían dere-  chos inherentes; por ejemplo, la vida, la propie-  dad o la libertad. Sin embargo, dichos derechos  no estaban asegurados en lo que él definiría  “el estado de naturaleza”, estado en el que las  personas se encuentran en “perfecta libertad  para ordenar sus acciones, y disponer de sus  personas y bienes como lo tuvieren a bien,  dentro de los límites de la ley natural, sin pedir  permiso o depender de la voluntad de otro” (p.  6), siendo “la razón” la ley fundamental de la  naturaleza que a criterio de Locke enseña a  todos los seres humanos.
		Sin embargo, Locke determinaría que  existían una serie de inconvenientes en el es-  tado de naturaleza que invitaban a transitar
		hacia una sociedad civil representacionalista,  comprendiendo así que la “sociedad civil es el  resultado de la vida humana en estado de natu-  raleza” (Cortés, 2010, p. 118).
		Es entonces a través del contrato social  que, en el marco de la modernidad, se reco-  nocía la democracia representativa como la  respuesta a las necesidades organizacionales  de la población. Mediante esta, gobernantes y  gobernados establecían un acuerdo donde los  segundos cedían su cuota de poder a los prime-  ros en beneficio de la mayoría. En este enfoque,  el contrato social dictaba que el rol de “sujeto”  de la política pública recaía exclusivamente en  el Estado y particularmente, en las instancias  de la institucionalidad pública. Esto se tradujo  en el tipo de gobernanza existente. Un modelo  aislado a la ciudadanía, fragmentado, estático,  entre otras características.
		La modernidad, además de la instau-  ración del contrato social y con ello del for-  talecimiento de los Estados Nación y de la  democracia representacionalista, trajo consigo  otros cambios en el pensamiento y el conoci-  miento. De manera paralela, se construía un  pensamiento científico basado en la concepción  de un universo mecánico y sustentado en un  paradigma de la simplicidad. En palabras de  Najmanovich (2015), “durante este periodo,  Descartes inventaría la soledad y engendraría  las grillas cartesianas, mientras que Newton  gestaría una concepción del universo de partí-  culas aisladas moviéndose en el vacío” (p.3).
		Se gestó entonces “una colonización de  las metáforas atomicistas y los modelos me-  cánicos en todas las áreas de la vida humana”  (Najmanovich, 2015, p.4); entre estas, la toma  de decisión. Se admiraba el orden, la estabili-  dad y el equilibrio. Se procuró analizar los di-  versos fenómenos mediante la fragmentación,  entre estos, los sociales, bajo la premisa de  que, si se tenía una comprensión “profunda” y  “profusa” de cada parte, entonces su sumatoria  daría una comprensión de la unidad total ana-  lizada. De esta manera, el reduccionismo pasó  a ser una de las características fundamentales  del pensamiento moderno no solo a través de  la figura de la democracia representacionalista  en los Estados Nación modernos sino también
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		en la Física, la Química y la Biología, por citar  algunas de las disciplinas con mayor influencia  de dicho paradigma.
		El modelo racional de la toma de deci-  sión cobró gran fuerza y omnipresencia en lo  que refería a la forma en que se generaban las  relaciones políticas. Siguiendo la perspectiva  individualista de la modernidad, la decisión de  la ciudadanía era racional y calculada, al mismo  tiempo que era la respuesta de quienes ejercían  la toma de decisión, partiendo así de la ilusión  de que gobernantes y gobernados poseían una  visión de mundo, así como de la existencia de  códigos de lenguaje y de valores homogéneos.  Las miradas desde esta óptica continua-
		ron en lo que se podría denominar la moder-  nidad tardía. Los cambios y las revoluciones  tecnologías y sociales de los años 60 sentaron  un terreno propicio para la instauración de  nuevas formas de perpetuación del esquema de  pensamiento que se ha venido desarrollando en  este artículo. Si bien se reconoce que el mundo  no podrá ser homogéneo ni estandarizado  como se ilusionaba al inicio de la modernidad,  se continúan perpetuando prácticas orientadas  a organizar lo político, procurando eliminar su  naturaleza disipativa y conflictual. Las dicoto-  mías continúan en el discurso teórico, así como  en procesos de individualización, búsquedas a  ultranza de consensos absolutos y negaciones  de la otredad.
		Frente a lo antes mencionado, han co-  brado fuerza importantes corrientes de pensa-  miento contrarias al de la modernidad. Aunque  el término es polisémico, se definirá este quiebre  histórico como una entrada en lo que algunos  autores han denominado la posmodernidad. Esto  no es aceptado per se por los mismos teóricos  de la modernidad pero sin duda representa un  quiebre de pensamiento y de enfoque en cuanto  al abordaje de los procesos decisionales. La pos-  modernidad representa más que la toma de con-  ciencia sobre la crisis del pensamiento moderno  en sus diferentes ámbitos (entre ellos la toma de  decisión), como sugiere Innerarity (1990):
		El análisis de dicha crisis (de la moder-  nidad) no tiene como consecuencia una  rectificación —cuya necesidad me parece
		fuera de toda duda— sino una auténtica  despedida de la modernidad. No sola-  mente el enfoque y las soluciones carac-  terísticos de la filosofía moderna sino  también los problemas y sus aspiracio-  nes se han derrumbado y han pasado  a formar parte del conjunto de causas  perdidas originadas por una locura de la  razón. Lo que la postmodernidad repro-  cha a la etapa precedente no es haber  equivocado las soluciones, sino una ilu-  soria definición de los problemas (p. 126).
		De esta manera, el pensamiento en la  posmodernidad procura ser, en primera ins-  tancia, anti dualista; abriendo espacio a las pa-  radojas y a los grises en medio de la dicotomía  blanco-negro. También es una invitación al cues-  tionamiento de algunas “verdades” que en la mo-  dernidad se establecieron como incuestionables.  Evidencia un tránsito del “lenguaje” de
		un escenario estático a uno dinámico; el cual  se construye permanentemente, producto de  las configuraciones que rodean a los sujetos  sociales y finalmente es una afrenta contra la  “verdad” y la “realidad”, vistas como únicas  frente a una visión posmoderna, mirada en la  cual existen múltiples configuraciones (ya no  una sola realidad) dependiendo de cada perso-  na, así como, múltiples verdades dependiendo  de la percepción que se plasme. Se comenzó  entonces a concebir que el mundo era complejo  (no ordenado), era incierto y azaroso (no lineal  ni estático), era impredecible y multicausal.
		A modo de ejemplo, en medio de esta  posmodernidad, la física cuántica vino a de-  safiar la física newtoniana y la certidumbre  que se construyó en torno a esta. Las leyes de  la termodinámica y la entropía pusieron en  cuestionamiento la forma en que se compren-  dían los sistemas mecánicos modernos. En la  Biología cobró gran fuerza la teoría general  de sistemas, la cual invitaría a reconsiderar la  fragmentación de la modernidad, planteando la  importante premisa de que el todo es más que  la suma de las partes.
		De la mano de estos cambios, la toma  de decisión y la democracia también dieron  giros importantes hacia una etapa cada vez
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		más posmoderna. Con los años, el enfoque  representacionalista ha sido cuestionado en di-  ferentes niveles, lo cual ha ido modificando el  contrato social en esta materia, imponiéndose  con cada vez más fuerza un modelo que invita  a una democracia mucho más participativa,  deliberativa y dónde se reconoce el pluralismo  y las divergencias.
		Posteriormente, se vinieron a sentar las  bases de los múltiples espacios en la toma de  decisión a partir de sus definiciones de multi-  rracionalidad, multilinealidad y multifinalidad  de los sistemas de toma de decisión, recono-  ciendo que en realidad existen múltiples pro-  puestas tendientes a destronar la simplicidad de  la razón cartesiana que caracterizó el paradig-  ma representacionalista de la modernidad.
		Las propuestas basadas en la teoría del  caos para la toma de decisión también son un  referente a modo de ejemplo de este tránsito  hacia comprensiones mucho más complejas de  la forma en que se toman decisiones. Ejemplos  como los esfuerzos de Luhuman (1990, 1998 y  2007) y anteriormente Bertallanfy (1976), re-  presentan este cambio de paradigma hacia una  cosmovisión de lo político como espacio com-
		plejo3. Estos cambios fundamentales implican  también cambios en la forma en que se acerca a  los diferentes fenómenos de estudio.
		Todas estas perspectivas nacieron y se  desarrollaron en un fértil diálogo inter-  disciplinario en el que las fronteras  muchas veces se desvanecieron para dar  lugar a un intercambio transdisciplinario  del que surgieron nuevas áreas del saber  que no pueden encasillarse en las grillas  clásicas (Najmanovich, 2015, p.9).
		Se requiere entonces recrear nuevas car-  tografías, nuevos lenguajes y nuevos enfoques  de acercamiento para comprender y reflexionar  en torno a la toma de decisión posmoderna. La  cogestión dinámica, como se verá más adelante,
		es parte de dichas recreaciones cartográficas  que establecen puentes entre disciplinas desde  la mirada de la complejidad. Sin embargo, antes  de entrar en esta, los siguientes acápites ofre-  cen el sustento conceptual que acompaña a la  cogestión dinámica desde la mecánica dinámi-  ca y la teoría de sistemas.
		SUSTENTO CONCEPTUAL PARA LA COGESTIÓN  DINÁMICA
		El único modo de florecer es amando el caos.  (…) Hay que involucrar a todas las personas  para fomentar el hallazgo creativo  (Briggs y Peat, 1991, p. 189).
		El enfoque teórico de la propuesta con-  ceptual, que gravita en torno a la cogestión  dinámica para la toma de decisión, parte de la  necesidad de abandonar la mirada representa-  cionalista para transitar hacia una mirada más  compleja. Un escenario como el que se plan-  teaba al cierre del acápite anterior. Para ello, se  toma como sustento dos teorías de las ciencias  de la complejidad; por una parte, la teoría de  sistemas y por otra, algunos principios de la  teoría de estructuras disipativas enmarcada en  la mecánica dinámica. A ambas se hace referen-  cia a continuación.
		Para abordar el primer elemento de sus-  tento, se parte de elementos que ofrece la  teoría de sistemas de Luhuman para sistemas  sociales. Esta teoría posee una limitante de  peso para el enfoque del presente artículo  científico: al ser una de sus premisas fun-  damentales el no tener como base al sujeto  como actor social sino al entorno, esto impli-  ca que para Luhuman la capacidad de acción  colectiva es nula y la única operación de con-  ciencia que realizan los actores son los pensa-  mientos tal y como recuerdan Corsi, Esposito  y Baraldi (1996).
		Sin embargo, por ello no deja de ser  útil y válida para comprender la cogestión  dinámica. Por esta razón, junto con los ele-
		3
		Tomar nota que Luhuman no considera que su  propuesta es posmodernista. De hecho, considera  que es un modernismo avanzado y se encuentra  contrario a la noción de la existencia de un posmo-  dernismo.
		mentos que Luhuman ofrece, se hace una  articulación con elementos centrales del enfo-  que autopoiético y autoorganizativo que ofre-  cen Humberto Maturana y Francisco Varela  (1996) desde la Biología.
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		Como corolario de lo anterior, una carac-  terística teórica que es fundamental de conside-  rar para pasar a comprender la cogestión como  un proceso funcional del sistema social, es su  naturaleza disipativa. Es decir, los sistemas  sociales, además de ser autoreferenciales, auto-  poiéticos y abiertos, son también sistemas muy  alejados del equilibrio. En la segunda parte del  presente acápite, se realiza un diálogo con los  principios teóricos de la teoría de estructuras  disipativas, así como de principios de la física  dinámica y de la termodinámica; con la finali-  dad de sentar las bases de la naturaleza abierta  y disipativa del entorno en que se genera la  cogestión, tomando como referencia a Ilya Pri-  gogine (1997 y 2001) y sus conceptualizaciones.
		TEORÍA DE SISTEMAS COMO SUSTENTO PARA LA  COGESTIÓN DINÁMICA
		Según Luhuman (1998) un sistema  puede definirse como:
		Una forma con propiedades que le dis-  tinguen como unidad de diferencia, una  forma que consiste en la distinción de  algo (el sistema) respecto del resto (el  entorno), como la distinción de algo res-  pecto a su contexto (p. 37).
		Estos sistemas se generan en el marco  de un análisis funcional que, según Luhuman,  utiliza el proceso de la relación con el fin de  “comprender lo existente como contingente  y lo diverso como comparable” (1998, p. 71).  Esto conlleva a un pensamiento mucho más  complejo que el que caracteriza el sustento  del paradigma representacionalista visto en el  acápite anterior, al mismo tiempo que hace una  invitación a la diversidad, a las paradojas y a  dialogar con la alteridad, elementos fundantes  de la cogestión dinámica. En función de esto, la  existencia de los sistemas desde la perspectiva  luhumaniana también trae consigo un llamado  de atención a partir de otro elemento sustan-  cial, tanto para su teoría como para la cons-  trucción de la cogestión dinámica: la diferencia.  El autor continúa sugiriendo que el sis-
		tema y el entorno “… en cuanto constituyen  las dos partes de una forma, pueden sin duda
		existir separadamente pero no pueden existir,  respectivamente uno sin el otro” (Luhuman,  1998, p. 37). De esta manera, es claro que los  sistemas sociales, siguiendo al autor, son por  naturaleza un constructo complejo que, “se  encuentran en un cambio permanente y no se  puede predecir su destino” (2007, p.xix). Es de  esta manera, que cada sistema social se define  por su relación con el entorno, la cual consiste  no en el equilibrio sino en una gradiente de  complejidad, complejidad que no debe ser nega-  da sino reconocida y en función de ella generar  las acciones necesarias dentro del sistema.
		El proceso de diferenciación es constante  y se realiza la mayor parte del tiempo mediante  dos particularidades de los sistemas sociales  que se encuentran concatenados entre sí: la  autoreferencia y la autopoiésis. Esto implica la  presencia de un proceso que es dinámico y a  la vez continuo. La autorreferencia se refiere a  la “facultad de los sistemas complejos en vir-  tud de la cual son capaces de darse los medios  estructurales y funcionales para realizar sus  fines en un entorno cambiante” (Tremblay y  Robert, 1998, citado en Assmann, 2002, p. 129).  Sin autoreferencia no podría haber autopoiésis,  pues esta capacidad de resiliencia es la que lleva  al sistema a regenerarse y adaptarse frente a un  entorno cambiante, caótico y dinámico.  Luhuman (1998) se refiere como la “re-  flexibilidad” que tiene el sistema para establecer  diferencia con el entorno y constituirse cons-  tantemente. Es la característica de los siste-  mas de siempre ser “proclives a actuar en la  transformación de su propio estado” (p.84). Es  mediante la acción de autorreferencia que se  puede generar la acción de auto observación  permanente, asimilando las estructuras que  componen al sistema y las interacciones exis-  tentes dentro de sí, teniendo de manera paralela  la capacidad de observar al entorno mediante  operaciones y procesos con otros sistemas.
		La autorreferencia es fundamental para  comprender la cogestión dinámica, pues “so-  lamente a los sistemas autoreferenciales se les  presenta la influencia del entorno como una  ocasión para la autodeterminación” (p.84) y  no como elementos externos aislados alejados  de su interés. Como corolario de esta función
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		autorreferencial, existe también una función  autopoiética, la cual consiste en la posibilidad  del sistema, no solo de ser reflexivo sino tam-  bién de reestructurarse para responder a estos  cambios. Por autopoiésis se puede comprender  la producción de “sí mismo” del sistema (auto-  producción) a partir de su diferencia, es decir de  su relación con el entorno. Según Maturana (ci-  tado por Varela, 2000), una unidad autopoiética  es aquella que:
		Está organizada como una red de proce-  sos de producción (síntesis y destrucción)  de componentes, en forma tal que estos  componentes: se regeneran continua-  mente e integran la red de transforma-  ciones que los produjo, y (ii) constituyen  al sistema como una unidad distinguible  en su dominio de existencia (p. 30).
		El origen de la autopoiésis se denomina  cláusula operativa y ocurre cuando el sistema  procura realizar acciones internas para poder  sobrevivir y lidiar con la complejidad, siempre  basándose en acciones previas y teniendo pre-  sente que la acción tendrá repercusiones en el  futuro, tanto en el entorno como a lo interno  del mismo sistema.
		Con este concepto se indica el hecho  de que las operaciones que llevan a la  producción de elementos nuevos de un  sistema, dependen de las operaciones  anteriores del mismo sistema y consti-  tuye el presupuesto para las operacio-  nes ulteriores (Corsi, Esposito y Baraldi,  1996, p. 32).
		Como sistemas vivos, quienes participan  en determinados procesos de toma de decisión  reciben constantemente información y estímu-
		Esta acción permanente e inexorable  sobre lo que falta, se convierte, desde  el punto de vista del observador, en la  actividad cognitiva del sistema, que es  la base de la diferencia inconmensurable  entre el medioambiente en cuyo interior  es observado el sistema, y el mundo, en  cuyo interior opera el sistema (p. 62).
		El sistema se ve continuamente en la  necesidad de asimilar las operaciones que los  demás sistemas efectúan, así como, la comple-  jidad que el entorno emite. Es decir, es auto-  rreferente al hacer tomar en consideración la  formación de relaciones y dinámicas que emer-  gen de la misma, así como al contemplar todo  lo que acontece en el sistema y es autopoiética  en cuanto su capacidad de “asimilar la com-  plejidad y adaptarse a la misma, procurando  perpetuar su sentido” (Luhuman, 1998, p. 23).  Siguiendo esta lógica, el lenguaje o
		bien, la comunicación en palabras de Luhu-  man, es una característica fundamental de los  sistemas sociales4. Como también recordaría  Urteaga (2009) respecto a la propuesta de Lu-  human (2007), “el sistema social reproduce  la comunicación tal y como el sistema vivo  reproduce la vida y los sistemas psíquicos re-  producen la conciencia” (p.302). El sistema se  forma por comunicación vista como el “inter-  cambio de códigos que permiten la puesta en  operación de un contacto entre las conciencias  individuales. Son comunicación, ya que la  comunicación es una operación provista de la  capacidad de auto-observarse” (Arriaga, 2003  p. 291), es decir de la característica autorrefe-  rencial de los sistemas sociales.
		Ampliando la mirada hacia lo que Ma-  turana y Varela (1996) sugieren al respecto, se  tiene entonces la posibilidad de observar cómo
		los, tanto provenientes de su entorno como de  su interior. En este proceso, el sistema político  va generando sus propios significados y trans-  formaciones: su propia autopoiésis. Según Vare-  la (2000), la autopoiésis, parte de la premisa de  que la acción que se busca se hará visible como  un intento de modificar el mundo del sistema  que la genera.
		4
		La teoría de Luhuman no contempla a las personas  como parte fundamental del sistema sino solamen-  te la comunicación que se genera en las entidades  del sistema. Por ello, se mezclan elementos fun-  damentales de la teoría de sistema sociales de este  primer autor con la teoría de sistemas de Maturana  y Varela, que incluye el lenguaje como una variable  fundamental para la autoreferencia y por ende, para  los procesos de autoorganización y autopoiésis.
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		existen unidades concretas basadas en la iden-  tidad y en el lenguajear. De esta manera, se  pasa a concebir el lenguaje no exclusivamente  como un medio de comunicación sino también  como aquel detonante que permite la creación  de las configuraciones, en las cuales fluyen los  actores. Tanto la identidad como el lenguajear  se constituyen en torno a una autonomía rela-  tiva que permite su auto creación, adaptación y  coevolución. Desde esta óptica, cobra fuerza el  argumento de Maturana cuando indicaba que  los seres humanos y por ende, el sistema social  existen en el lenguaje.
		Adicional a los elementos antes resca-  tados de la teoría de sistemas de Luhuman, a  modo de cierre es menester resaltar su percep-  ción respecto al conflicto, pues es fundamental  para la propuesta de lo político que se aborda en  la cogestión dinámica. Según recuerda Arriaga  (2003), el tema del conflicto para Luhuman  pasa a ser:
		una posibilidad, un equivalente funcio-  nal para la construcción de un sistema.  Incluso en la cooperación, el conflicto se  encuentra subyacente como mecanismo  regulador que permite establecer condi-  ciones sobre las cuales, la cooperación  pueda edificarse y mantenerse (p. 278).
		Lo anterior tiene sentido con el interés  del autor de establecer la simbiosis entre siste-  ma y entorno o bien, el fundamento de la dife-  rencia y de la complejidad como detonantes de  los procesos autoreferenciales y autopoiéticos,  con ello la perpetuación del sistema. Esto ser-  virá de base en el siguiente acápite para abordar  la cogestión dinámica como una cartografía de  pensamiento que rodea al conflicto como pieza  esencial de lo político.
		LA TEORÍA DE ESTRUCTURAS DISIPATIVAS COMO  SUSTENTO PARA LA COGESTIÓN DINÁMICA
		En el subacápite anterior se partía de la  premisa de la existencia de los sistemas a partir  de la diferencia. Como señala Urteaga (2009),  “el sistema no existe en sí mismo sino que solo  existe y se mantiene gracias a su distinción con  el entorno” (p. 303). Lo anterior se genera pues
		los sistemas sociales son, sistemas abiertos  y como ya se indicó anteriormente, sistemas  complejos. La teoría de Luhuman (1998) de  sistemas sociales parte de sistemas operacional-  mente cerrados:
		En plano de las operaciones propias del  sistema ni hay ningún contacto con el  entorno. Esto vale aún cuando (…) estas  operaciones sean observaciones o bien  operaciones cuya autopoiésis pida una  observación. Tampoco para los sistemas  que observan existe, en el plano de su  operar, ningún contacto con el entorno.  Cada observación sobre el entorno debe  realizarse en el mismo sistema como acti-  vidad interna, mediante distinciones pro-  pias (para las cuales no existen ninguna  correspondencia con el entorno) (p. 49).
		En este punto se puede pensar en el sis-  tema social y el sistema político en particular  como sistemas abiertos y disipativos. Por esta  razón, se requiere de una cartografía teórica  complementaria a la que se ha desarrollado an-  teriormente que permita abordarlos. La teoría  de estructuras disipativas de Ilya Prigogine es  un excelente puente para lograr tal objetivo; sin  embargo, a la fecha es poco explorada por las  ciencias sociales en general y por la Politología  en particular.
		Para ello, se parte de la premisa de que  los sistemas están abiertos al fluir de materia y  energía que de manera constante realimentan  el sistema y permiten la producción de lo que  en el subacápite anterior se denominó autopoié-  sis. Un sistema abierto se puede definir enton-  ces como aquel que se desarrolla muy lejos del  equilibrio. Dentro de este:
		(…) se generan fenómenos fuertemente  irreversibles y por lo tanto fuertemen-  te disipativos (de energía o materia). A  causa de esta fuerte disipación, que tie-  nen que compensar para poder mante-  nerse, estas estructuras solo aparecen en  sistemas que intercambian materia y/o  energía con su entorno, es decir, en siste-  mas abiertos (García y Farley, 1980, p. 8).
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		Sistemas de esta naturaleza, abiertos, fue-  ron denominados por Prigogine (1997, p. 157)  como “estructuras disipativas”. Este autor plan-  tea una paradoja, los sistemas de esta naturaleza  son cerrados organizativamente pero estructu-  ralmente están abiertos en el fluir de la materia  y la energía que permite que el sistema se per-  petúe en el tiempo. De lo anterior se deriva que  los sistemas abiertos tienen un contacto perma-  nente y vinculante con su entorno de forma si-  milar a lo que ofrece la definición de autopoiésis.  Sistemas de esta naturaleza logran mantener su  identidad en la acción de permanecer continua-  mente abiertos a los flujos del entorno. El caos,  que a simple vista podría percibirse, es altamente  necesario para mantener un equilibrio dinámico:
		(…) Estas estructuras solo aparecen en  sistemas muy alejados del equilibrio,  por lo que, al ser altamente disipativas,  necesitan, para mantenerse, compen-  sar esta disipación con un aporte conti-  nuo importante de energía y/o materia  desde el exterior. De aquí el calificativo  de Estructuras Disipativas introducido  en los años sesenta por Prigogine. Tales  características de disipación y «alimen-  tación» se simultanean con la condi-  ción necesaria pero no suficiente de que  algunas de las leyes que gobiernan tales  sistemas no sean «lineales». Disipación  y no-linealidad aparecen como condicio-  nes necesarias para el entendimiento de  los conceptos de regulación y autoorga-  nización en las estructuras disipativas  (García y Farley, 1980, p.10).
		Existe en esta lógica un concepto fun-  damental para comprender cómo operan es-  tructuras de esta naturaleza: la entropía. En la  física, la entropía hace referencia a una magni-  tud de la termodinámica que detalla el grado de  desorden molecular de un sistema. El balance  de la entropía total de un sistema viene dada  por la confluencia de dos variables: internas y
		externas al sistema 5:
		(i) la variación de entropía debida a los  intercambios másicos y energéticos del  sistema con el exterior, (cuyo valor puede  ser positivo o negativo) y (ii) la variación  de entropía debida a los procesos irre-  versibles que ocurren dentro del sistema  (García y Farley, 1980, p.9).
		El sistema social es, desde la perspecti-  va anterior, un sistema vivo que intercambia  información con su entorno y evoluciona en  función de la información que su naturale-  za de sistema abierto le permite. Flujos de  entropía que a simple vista podrían venir a  “desordenar” el sistema social, más bien le  permiten generar procesos autoreferenciales  y autopoiéticos que coadyuvan a evolucionar  hacia distintos escenarios.
		Desde la teoría de Prigogine (1997), los  procesos de evolución y cambio están intrín-  secamente relacionados con momentos de  inestabilidad que se generen dentro de un  sistema, así como de aparente desequilibrio de  este, momentos que dan paso a nuevos equili-  brios. Estos hitos son definidos como “puntos  de bifurcación” (p 197) y se refieren a la emer-  gencia de aparentes desórdenes que alejan al  sistema de su estabilidad. Estos momentos  permiten al sistema buscar una nueva estabili-  dad, un nuevo orden.
		Lo anterior, se ejemplifica en la natura-  leza de este tipo de sistemas hacia la estabilidad  asintótica en contraposición a la estabilidad  marginal a la que tienden los sistemas conser-  vativos (y cerrados). Las estructuras disipativas,  al recibir una perturbación originaria dentro del  sistema o bien del entorno, actúa “como si se  opusiera a un intento de desplazarlo del estado  en dónde esta” (García y Farley, 1980, p.10); es  decir, expresa su propiedad reguladora. También  se encuentra su materialización en la naturaleza  autoorganizativa del sistema, vista la autoorga-  nización como la acción del sistema de ejercer  control sobre sí mismo, trayendo por naturaleza  una relación no lineal dentro de este.
		A medida que vamos recorriendo esta  jerarquía, tanto los elementos de cada
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		Entropía: del griego  ción o transformación.
		para denotar evolu-
		nivel como los distintos niveles, están  ligados entre sí por interacciones no
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		lineales. Además, cada elemento cons-  titutivo de un nivel de complejidad es  de por sí un sistema abierto que está  en relación permanente con su entorno,  intercambiando energía, materia e infor-  mación, utilizados en el mantenimiento  de la organización para contrarestar la  degradación que ejerce el tiempo (García  y Farley, 1980, p.12).
		A esto, Prigogine (1997) denominaría  “orden por fluctuaciones”, es decir, aquel orden  que se genera por estados de no equilibrio. De  esta manera, la estructura disipativa es la fluc-  tuación amplificada, gigante y estabilizada por  las interacciones con el entorno. Lo interesante  de esta característica es que en sistemas con  gran cantidad de componentes, tendrán mayor  complejidad, pues su autoorganización se verá  condicionada por múltiples encrucijadas que  abren opciones para diferentes desenlaces del  sistema. A este tipo de encrucijadas se les cono-  ce como “bucles de realimentación” y pueden  ser tanto de realimentación negativa (regula el  sistema) como de realimentación positiva (am-  plifica el sistema) (Briggs y Peat, 1990).
		Existen implicaciones importantes de  este tipo de sistemas; una de estas es la impre-  visibilidad. Briggs y Peat (1990) sugieren que  sistemas de esta naturaleza “son tan complejos  que resultan imprevisibles en los detalles, e  indivisibles en las partes: la mínima influencia  puede causar cambios explosivos” (p.85). Al no  existir una relación lineal entre las interco-  nexiones de información y sus implicaciones  dentro del sistema y con su entorno, existe una  incertidumbre constante en función a cuál  será el resultado que derivará. Asimismo, se  rompe con el mito simplicista de que se puede  preveer toda repercusión a las acciones sociales  que se generan.
		Vivimos en un mundo que está lejos del  equilibrio debido sobre todo a los flujos  de energía (…). Estamos rodeados de  estructuras formadas a lo largo de la  historia de la tierra (…) y sus orígenes se  deben buscar en sucesivas bifurcaciones.  Pero existe otro aspecto de la cuestión.  En el punto de bifurcación se presentan
		habitualmente varias posibilidades. Por  esa razón la naturaleza es impredecible.  Por tanto, determinar cuál de las posibi-  lidades se va a materializar constituye un  problema de probabilidad. Esto señala el  final de las certezas y la emergencia de  futuros plurales (Prigogine, 2001, p. 6).
		Lo anterior podría representar un esta-  do de gran caos que no permite avanzar hacia  escenarios más promisorios. Sin embargo esto  no es cierto. El mismo Prigogine (citado por  Briggs y Peat, 1990) definía dos tipos de caos:  el caos térmico del equilibrio (presente en los  sistemas cerrados), el cual representa un “caos  pasivo del equilibrio y la entropía máxima,  donde los elementos están íntimamente mez-  clados y no hay organización” (p. 140) y el caos  turbulento, alejado del equilibrio (presente en  sistemas abiertos y dinámicos), el cual “no so-  lamente desintegra al sistema sino que permite  que emerjan nuevos órdenes” (p. 140).
		Desde esta óptica, a nivel social se abren  bifurcaciones y encrucijadas con información  que el sistema genera, así como, con la infor-  mación que proviene del entorno que va tejien-  do múltiples ramificaciones en función de las  cuales el sistema va adoptando nuevos rumbos.
		Puede optar por el caos o puede estabili-  zarse mediante rizos de realimentación  luego de ello puede resistir mucho tiem-  po hasta que una nueva perturbación crí-  tica amplifica la realimentación y genera  un nuevo punto de bifurcación (Briggs y  Peat, 1990, p. 147).
		Se abandonan los determinismos para  abrazar la incertidumbre y las bifurcaciones  como oportunidades de coevolución social.  Desde la perspectiva teórica explicada hasta el  momento, se deriva que el sistema social está  en una eterna incompletud y en una constante  danza de realimentación, autoorganización y  autopoíesis; lejos del equilibrio. Es decir, es  un sistema que se comporta con naturaleza  disipativa. Pero ello, más allá de condenarle,  le permite redefinir de manera constante sus  horizontes y su autonomía partir de las estruc-  turas y relaciones no lineales que en este se van
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		generando. Se reconoce así, como sugiere Espi-  noza (2015), que los sistemas de esta naturaleza  logran “encontrar coherencia y orden en condi-  ciones de aparente desequilibrio” (p.63).
		EL CONFLICTO COMO PRÁCTICA FUNDANTE DE  LO POLÍTICO EN LA COGESTIÓN DINÁMICA
		Es un axioma de la teoría del caos que no hay  atajos para aprender el destino de un sistema complejo  (Briggs y Peat, 1990, p.191).
		El acápite anterior permite comprender  el cambio epistemológico y de mirada que se  requiere al estudiar y proponer cambios en los  sistemas sociales y específicamente en lo que  respecta al ámbito político. La fragmentación  y los abordajes simplicistas basados en causa-  efecto quedan en desuso frente a un prisma que  revela una inmensa complejidad del sistema so-  cial, así como, su naturaleza disipativa y lejana  al tradicional “orden” que en la modernidad se  consideraba debía tener la sociedad.
		Tomando como base este prisma (teoría  de sistemas y teoría de estructuras disipativas),  se procede entonces a materializar la cogestión  dinámica como un elemento fundamental para  la toma de decisión. Sin embargo, antes de  ello es fundamental hacer una aproximación a  un subsistema social: el sistema político. Para  comprender este sistema y cómo la cogestión  dinámica se desarrolla en este, hay que hacer  una acotación a lo que se entiende como “lo po-  lítico” y cómo de ello deriva algo más explícito  como “la política”. Heiddegger (citado por Mou-  ffe, 2011) diferenciaba estos dos escenarios de la  siguiente manera:
		la política se refería al nivel “óntico”  mientras que lo político tiene que ver  con el nivel “ontológico”. Esto significa  que lo óntico tiene que ver con la multi-  tud de prácticas de la política convencio-  nal mientras que lo ontológico tiene que  ver con el modo mismo en que se institu-  ye la sociedad (p. 15).
		De esta manera, lo político tiene que ver  con “el fondo” de la naturaleza del sistema po-  lítico mientras que “la política” responde a sus
		manifestaciones. Para los efectos del presente  artículo, en este momento interesará acercarse  a “lo político” desde ese sistema para luego ex-  plorar sus materializaciones políticas (la políti-  ca) y qué asidero puede encontrar la cogestión  en estas. El acercamiento que se elige en esta  ocasión parte de la premisa de lo político como  un espacio de conflicto permanente. Esto coin-  cide con las nociones de Luhuman y de la base  de la disipación de estructuras.
		Es importante recordar que en el acápite  anterior se detalló que los sistema sociales era  sistemas dinámicos y disipativos, en los cuales  existía un constante flujo de entropía prove-  niente del sistema y del entorno, en función de  la cual generaban procesos autoreferenciales y  autopoiéticos. Un enfoque de esta naturaleza  rodea el conflicto y el disenso como un gene-  rador de entropía dentro del sistema. Como in-  dicaría Luhuman (2007): “la autopoiesis de un  sistema social continúa tanto por el derrotero  de los acuerdos, como por el del conflicto”.  Justamente, la aversión al conflicto y al  disenso es una de los postulados del modelo de  toma de decisión de la modernidad que la co-  gestión dinámica promueve que se deje de lado.  Lo anterior influye también en el tipo de “orden  social” que una sociedad procura. Por ejemplo,  Castoriadis (citado por Retamozo, 2009) re-  flexiona en torno a ello cuando sugiere que:
		(…) a pesar de la cantidad y calidad de  los trabajos que en la historia del pen-  samiento trataron el problema del orden  social desde la Grecia antigua, el aporte  que éstos han generado condujeron más  a una serie de aporías que a avances sus-  tantivos (p.71).
		Esto se genera pues la modernidad, desde  su visión lineal, fragmentada y en persecución  de una utopía de orden control, procuró “ba-  jarle el tono” a la naturaleza conflictiva de lo  político, cancelando su dimensión conflictiva al  proponer formas de organización en institucio-  nes presuntamente acordes con un postulado  de paz perpetua o armonía (Stravakakis, 2007).  Siguiendo un diálogo paralelo (entre
		la modernidad y lo que en la posmodernidad  se requiere), esta negación del conflicto trajo
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		consigo elementos fundamentales. Por ejemplo,  la suscripción del contrato social en los térmi-  nos descritos al inicio del presente artículo, así  como, la instauración de la ilusión de una de-  mocracia de consenso que ordenaba y reflejaba  las utopías de la modernidad.
		La propuesta de este artículo pretende  aprovechar el conflicto como un catalizador  (interno y externo) del sistema político que,  a primera vista, podría parecer que se aleja  del orden y se dirige al precipicio del caos;  pero en realidad, funciona como un dinami-  zador de estructuras disipativas como lo es  el sistema político. En el acápite anterior, se  definían este tipo de estructuras como aque-  llas capaces “de mantener su identidad solo  si permanecen continuamente abiertos a los  flujos del medio ambiente” (Briggs y Peat,  1990, p. 143). En el marco de estructuras de  esta naturaleza y desde la perspectiva de “lo  político” antes mencionado, el conflicto es  fundamental.
		El reconocer el conflicto trae consigo,  en primera instancia, una negación al discur-  so hegemónico. El consenso a ultranza desde  “lo político” posee, como lenguaje subliminar,  una negación categórica a la alteridad. En  palabras de Mouffe (2007), es: “incapaz de  comprender en forma adecuada la naturaleza  pluralista del mundo social (…) excluyendo la  comprensión de la naturaleza de las identida-  des colectivas” (p. 31).
		Desde la mirada de la modernidad, las  dicotomías se reflejaban en lo político a partir  de los antagonismos basados en una forma de  exclusión con la otredad. Esta propuesta pro-  cura ir en otra vía. El reconocer el conflicto es  reconocer la otredad y las opiniones e intereses  que esta refleja. Pero lo anterior se hace en  búsqueda no de negarla ni de opacarla, sino  de cogestionar de manera dinámica la toma  de decisión bajo una premisa fundamental de  las estructuras disipativas: “solo la diferencia  puede ser productora de efectos que sean a su  vez diferencias” (Prigogine citado por Espinoza,  2016, p.63).
		LA COGESTIÓN DINÁMICA COMO
		MATERIALIZACIÓN AGONISTA
		La política requiere una nueva gramática  (Negri, 2006, p.18).
		En este punto, se ha ido desarrollando  la cogestión dinámica para la toma de decisión  de manera indirecta. Se partió del ocaso de los  preceptos de toma de decisión instaurados en la  modernidad y de cómo es fundamental recons-  truir nuevas cartografías para comprender la  toma de decisión en la época posmoderna. Para  ello, se ofreció un abordaje de corte sistémico,  reconociendo la naturaleza autoreferencial y  autopoiética de este, así como, sus caracterís-  ticas de sistema disipativo lejano al equilibrio  que se regula y auto organiza constantemente  en el marco de un sistema abierto de confluen-  cia con el entorno.
		En función de esto, se aterrizó en el  subsistema político como parte del sistema so-  cial, así como, en la naturaleza de “lo político”  desde una perspectiva proconflictual. Desde  una mirada pluralista, se procura revalorizar  la otredad en su calidad de adversario y no  de enemigo, en la cual se reconocen distin-  tos proyectos políticos que son legítimos y la  aceptación de que no existe una sola y unívoca  respuesta a los desafíos de la toma de decisión  contemporánea.
		La cogestión dinámica representa una  nueva paradoja en esta mirada desde la com-  plejidad que se ofrece para la toma de decisión  contemporánea. Para comprender esta paradoja  a partir de este punto, se toma la visión agonís-  tica de lo político ofrecida por Chantall Mouffe  (2013) como un ejemplo de teoría que reconoce  el conflicto y el caos como un dinamizador de  nuevos órdenes, cuestión crucial para la toma  de decisión contemporánea.
		Según la autora, el agonismo desde su  mirada teórica, es un esfuerzo por abandonar  la ilusión del consenso que ofrece el raciona-  lismo y el universalismo, elementos fundan-  tes de la modernidad explicada al inicio del  presente artículo. El agonismo es la materia-  lización del conflicto desde una mirada que
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		respeta la alteridad; reconoce la otredad como  adversaria y no como enemiga.
		Sugerir antes esto requeriría distinguir  entre las categorías de antagonismo  (relación entre enemigos) y agonismo  (relación entre adversarios) y concebir  un tipo de consenso conflictual que pro-  vea un espacio simbólico común entre  oponentes que son considerados como  enemigos legítimos (Mouffe, 2011, p.27).
		Al incorporar la noción de agonismo, se  reconoce el hecho de que existen posiciones  hegemónicas y contra hegemónicas en juego,  pero que en medio del disenso se pueden al-  canzar acuerdos. Esto implica concebir el con-  senso como uno que siempre será conflictual;  es decir, consenso acompañado por disenso.  Siguiendo a la autora:
		Lo que está en juego es una lucha entre  proyectos hegemónicos opuestos que  nunca pueden ser reconciliados de mane-  ra racional (…) La tarea principal de una  política democrática no es eliminar las  pasiones ni relegarlas a la esfera de lo  privado con el fin de establecer un con-  senso racional en la esfera pública. Por  el contrario, consiste en sublimar dichas  pasiones movilizándolas hacia proyectos  democráticos mediante la creación de  formas colectivas de identificación en  torno a objetivos democráticos (Mouffe,  2013, pp. 27-28).
		Desde esta mirada, se evidencia que los  espacios agonistas son espacios de cogestión  dinámica, pues permiten esta disipación del  orden en torno a un caos de conflicto perma-  nente que coadyuva a arribar a dar una expre-  sión a lo político, que no destruya la asociación  política, tal y como ha lamentablemente pro-  movido el paradigma representacionalista y  consensual.
		Procura reinvindicar la otredad, así  como reconocer la existencia de múltiples al-  ternativas que a criterio de actores políticos
		son válidos. Se parte entonces de un enfoque  en el cual se le da valor a la otredad en lugar  de invisibilizarla y negarla: “lejos de amenazar  la democracia, la confrontación agonista es la  condición misma de su existencia” (Mouffe,  2011, p.54).
		Existirá entonces conflicto y confron-  tación; sin embargo, lo anterior se gestará en  un marco de cooperación; es decir, los actores  desde su pluraridad reconocen que la compe-  tencia desde una óptica dicotómica no cons-  truye democracia. Se refiere a lo que Schimtt  (1979) esbozaría como un “pluriverso” en lugar  de un universo.
		Lo anterior permite dos elementos fun-  damentales: el primero, el mantener la natu-  raleza de lo político, pues permite crear una  “esfera pública vibrante de lucha agonista  donde pueden confrontarse diferentes proyectos  políticos hegemónicos” (Mouffe, 2011, p.32).  Con ello, se reconoce la naturaleza de sistema  dinámico de lo social, el cual se acerca más  a una estructura disipativa que a un sistema  cerrado, en el cual hay un ilusorio consenso  común o bien, hay un único discurso válido  (hegemonía unipolar) en detrimento de una ne-  gación de la otredad. El segundo es que permite  un enfoque realmente articulador en torno a la  naturaleza holística que debería tener la gober-  nanza, así como, la característica esencial de  autopoiésis y autoorganización que se evidencia  en los sistemas sociales.
		Este enfoque de los sistemas sociales  tiene importantes implicaciones para la com-  prensión de la toma de decisión contempo-  ránea. Se está entonces frente a espacios de  toma de decisión en constante construcción,  más cerca del equilibrio dinámico que Prigo-  gine sugiere que del equilibrio estático que las  perspectivas representacionalistas sugerían. Al  visualizar la gobernanza desde una visión auto-  poiética, se reconoce la “deriva” de los sistemas  políticos, tal y como sugiere Maturana (1990)  “como cursos que se configuran momento a  momento en el encuentro del sistema con sus  circunstancias” (p.69); es decir, acompañados  de la constante autoorganización enmarcada en  el proceso autopoiético.
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		LA COGESTIÓN COMO UNA ESTÉTICA DISTINTA  PARA LA TOMA DE DECISIÓN
		En este punto, se ha logrado desarrollar  la idea de cogestión dinámica como aquello que  rodea al conflicto y al agonismo como elemen-  tos fundantes. Queda en evidencia que es un  ofrecimiento a tomar diferentes enfoques a los  que el paradigma representacionalista y racio-  nal de la modernidad ofrecían para la toma de  decisión. Son líneas más bien inciertas, com-  plejas, caóticas y sin capacidad de predecir su  resultado. Son caminos que disipan energía y  promueven entropía desde una mirada auto-  creadora, que reivindican la naturaleza genuina  de lo político.
		Sin embargo, lo anterior requiere una  nueva gramática, una nueva semántica y nue-  vas herramientas decisionales, así como, acti-  tudes distintas. Requiere una estética distinta  que derive en una ética contrapuesta a la ac-  tual y por ende, en una praxis política colabo-  rativa. Implica, en palabras de Mouffe (2013),  la construcción de instituciones más demo-  cráticas e igualitarias, tal y como la cogestión  dinámica promueve.
		En primera instancia, esta estética debe-  ría ser capaz de hacer lugar a la diversidad y a la  dinámica de la experiencia humana del mundo  (Sotolongo y Najmanovich 2015, p.1). La coges-  tión dinámica invita a solventar el desafío de la  sociedad actual de abordar problemas públicos  complejos desde otra mirada. No desde la mi-  rada del antagonismo, a partir de la cual existe  una directa exclusión de la alteridad a partir  de lo dicotómico; sino más bien una mirada en  dónde la ciudadanía pueda repoblar lo político  como espacio conflictual. Para ello se requiere  re enfocar la noción de democracia, como una  que trasciende el enfoque representativo y de  partidos. Una mirada que permita:
		desarrollar nuevas formas de trabajar  colaborativamente con el objetivo de  construir una visión acción común para  resolver problemas públicos complejos  desde una lógica transformadora (…)  dejando de lado los enfoques dicotómicos  (Zubriggen y González, 2014, p. 329).
		Existen importantes detonantes a nivel  de transformaciones planetarias y sociales que  hacen que el terreno para la cogestión dinámica  sea ahora más fértil que antaño. Esto se puede  resumir en que existe más conciencia de la  complejidad en la que actualmente se tiene que  lidiar. Una complejidad caracterizada por lo in-  cierto y lo caótico. Cambio climático, deterioro  del medio ambiente, fenómenos migratorios,  interdependencia, pobreza, desigualdad, entre  otros, hacen que la toma de decisión fragmen-  tada como se concibió en la modernidad parez-  ca absurda y obsoleta.
		Sumado a ello, pues producto del desem-  peño del modelo representacionalista, hay más  cuestionamiento respecto a la capacidad de una  reducida élite política de responder a los proble-  mas cada vez más complejos. Es así como una  primera característica de la cogestión dinámica  es justamente que rodea la complejidad y coe-  xiste con esta. Un segundo elemento que resalta  de manera importante es el cuestionamiento de  esa separación entre lo público y lo privado ya  mencionado.
		Frente a esto, surge un matiz de grises  que se podría denominar “lo común” y este  nuevo espacio requiere también nuevas catego-  rías (como la cogestión dinámica) para abordar  los problemas públicos. A diferencia del modelo  de la modernidad, en la cogestión dinámica se  evidencia:
		(…) el surgimiento de formas innovado-  ras de participación que responden a un  modelo de gobernanza colaborativa en  la que la ciudadanía y las comunidades  desempeñan un papel activo en la co-  creación de servicios y políticas públicas  a la vez que las nuevas tecnologías de  la información habilitan nuevas formas  de participación (Zubriggen y González,  2014, p. 331).
		Lo anterior se suma al crucial desafío  de reconocer que actualmente la sociedad vive  una transformación multidimensional de su  comprensión del mundo, lo cual requiere com-  plejizar la mirada, transitando del paradigma  fragmentado con que se solían ver las cosas en  la modernidad a un paradigma haciendo, tal y
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		como indican Sotolongo y Najmanovich (2015)  “una reconfiguración total de nuestra concep-  ción del saber” (p 23). En este sentido, la co-  gestión para la toma de decisión es vista como  un configuración dinámica, la cual no puede  ser otra cosa que una producción interactiva.  No son creaciones individuales sino que se van  desarrollando en la trama colectiva.
		En este punto, sin duda alguna, la co-  gestión dinámica cumple con muchas de las  características de la estética de la complejidad  a la cual Najmanovich (s.f.) se refiere, en térmi-  nos de su capacidad paradógica, multimodal,  multidimensional, transformadora, su vocación  por tener un punto de vista implicado, dialógica  y basada en un contexto realmente activo.
		En esta encrucijada, se requieren nuevas  cartografías, nuevas palabras, nuevas resonan-  cias y nuevos lenguajes que permiten redimen-  sionar la toma de decisión desde una perspectiva  que deje de considerar como punto de partida  las unidades uniformes e incuestionables, pa-  sando a reconocer que en todos los niveles se  encuentran intercambio, coproducción, coevo-  lución, tanto a nivel interno como en el medio  en que se define la toma de decisión.  Adicionalmente, se necesita una epis-  temología y paradigmas de abordaje basados  menos en principios falocéntricos, materialistas,  individualistas y más en una coevolución de las  estructuras sociales e institucionales vinculadas  con la toma de decisión, tal como los que se  han ofrecido en acápites anteriores. Se requiere  reconocer el enfoque de género y los abusos que  existen como elemento fundamental sobre el  cual resistirse, así como abrir la mirada a la de-  colonialidad que todavía persisten en el discurso  hegemónico de los sistemas políticos.
		Pareciera ser entonces que más allá de  negar el conflicto y el disenso, elementos natu-  rales de lo político, lo que ha buscado el discur-  so hegemónico es negar los agonismos como  espacios de encuentro de la diversidad en los  cuales pueda emerger la colaboración a partir  de las diferencias.
		Desde esta lógica, la cogestión dinámi-  ca representa una afrenta contra la ideología  androcrática y contra la colonialidad, el statu  quo, el paradigma simplicista y la estética
		representacionalista. Es una propuesta que se  une a la de muchas y muchos otros autores in-  vocando traspasar, lo ético, lo estético y polí-  tico de la mano de la complejidad como factor  determinante.
		En dicho proceso, esta cogestión diná-  mica se convierte en un acto dónde la socie-  dad como un todo, articulada por “lo común”  asume posición en la política y en lo político, y  se genera un aprendizaje social significativo. Se  aprende dentro del tejido vital de las relaciones  cotidianas y en este viaje, como bien sugiere la  autora antes mencionada, se va descubriendo  “el entramamiento en un proceso cíclico que no  se detiene” (Cosachov, 2000, p.125).
		También redefine la naturaleza de la ciu-  dadanía hacia una cuya estética es más “inteli-  gente”, desde la perspectiva de Marina (2000),  una en la que los sistemas de producción de  significado son más flexibles (p.220), dónde  existe un deseo de actuar (p. 173) y dónde existe  una gran capacidad por promover soluciones y  proyectos creativos ante los desafíos planetarios  existentes (p.168).
		UN HORIZONTE PROMISORIO
		Son necesarios nuevos lentes para com-  prender la gramática que se requiere en los  procesos decisionales en la posmodernidad.  Los desafíos contemporáneos ameritan dar  oportunidad a apuestas como la que el presente  artículo ofrece. Apuestas posicionadas desde la  naturaleza agonista de lo político y sustentadas  en la vitalidad de los sistemas sociales y políti-  cos como estructuras alejadas del equilibrio.
		Es fundamental ver en el caos una opor-  tunidad para la diferencia. Reconocer en este  la posibilidad de trazar, de manera pluralista,  rumbos hacia hegemonías cada vez menos uní-  vocas y negadoras de la alteridad. Pero también  hay que reencantar a la ciudadanía por lo polí-  tico. Para ello deben existir espacios dónde las  pasiones y los sentires se puedan ver reflejados  en una propuesta política común, no basada  en el consenso sino producto de la pluraridad y  diversidad de opiniones.
		Alejarse del orden de la modernidad im-  plica una apuesta sin precedentes. Pero no sig-  nifica caminar por terreno desconocido. La
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		física no lineal, como se ha expuesto en el pre-  sente artículo, tiene importantes experiencias  en las cuales sistemas que se alejan de orden  logran perpetuarse y crecer en lugar de ser  devorados por su misma entropía. El futuro de  la democracia real está justamente en ello, en  rodear lo que la modernidad había catalogado  como indeseado (la otredad, el caos, el plura-  lismo) y transitar hacia la confluencia de una  cogestión real para la toma de decisión desde la  naturaleza de lo político.
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		Fecha de ingreso: 17/04/2017  Fecha de aprobación: 31/07/2017
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