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Juan Alberto Huaylupo Alcázar
Rev. Ciencias Sociales Universidad de Costa Rica, 162: 13-35 / 2018 (IV). (ISSN: 0482-5276)
Desde la individualización del voto se despersonificaba la totalidad social, el interés general y lo común a todos. Así, el sufragio uni- versal convierte a la democracia, la justicia y la igualdad en un simple acto técnico, instrumen- tal e individualista. Las expresiones colectivas quedan reducidas paradójicamente a expresio- nes individualizadas, indiferenciadas y aisla- das . La participación política de la ciudadanía no está dada por la actuación como personas electoras, sino como participes activos, con otros, a un proyecto común gestionado colecti- vamente (Arendt, 1997), tampoco es reducible a lo establecido por la normatividad institucional porque ello no define ni delimita el pensamien- to y la voluntad colectiva por un destino com- partido (Córdova, 2015), menos aun cuando es formalizado por otros en el poder.
Las sociedades modernas han consagra- do la individualidad como un prejuicio de he- rencia griega (Jaeger, 2001; Huntington, 1997), pero también y de la colonialidad del poder de un sistema que se ha legalizado y legitimado ju- rídica e ideológicamente la apropiación privada capitalista e invisibilizado la generación colecti- va de la riqueza.
El voto se ha legitimado socialmente como un acto de valoración y enjuiciamiento colectivo, aun cuando solo es la adición de ponderaciones individualizadas. En los proce- sos electorales, las igualdades cuantitativas no reproducen las desigualdades del contexto ni representan la heterogeneidad de condiciones, criterios, necesidades o anhelos colectivos de la población electora. Lo colectivo, lo público o lo común no se define con la cantidad de votos, es más trascendente y complejo que cualquier conjunto de votos aislados, a la vez que los pro- cesos instrumentales de votación se encuentran regulados por normas y están condicionados tanto por la desigualdad imperante, como por las prácticas demagógicas, mercantiles, clien- telares y mediáticas. La igualdad y la libertad
11 La creencia generalizada por la teoría de los con- juntos de que la suma de las partes es igual al todo, es una visión que podrá ser válida en el len- guaje de la formalización matemática, sin embar- go, no lo es en las teorías ni en el lenguaje de la ciencia fáctica (Huaylupo, 2008, 2014c y 2016).
de las personas en los procesos electorales son aparentes, no solo porque en sociedades masifi- cadas y complejas se desconoce la representati- vidad de los candidatos, porque se mercantiliza el voto, por el chantaje electoral o por difundir terror y engaño en los electores, entre otras formas de condicionamiento del voto, pero también habría que mencionar que la ciudada- nía carece de la facultad para definir, razonar, participar y decidir en la elección de los candi- datos, en la decisión de las políticas públicas, así como en la evaluación y fiscalización de la actuación de los elegidos y de los entes públi- cos. De este modo, el electorado se convierte en un medio que formaliza el poder privado en la regularidad sistémica de la desigualdad e in- equidad capitalista.
Los actos electorales modernos no guar- dan mayor diferencia con otros ocurridos en el pasado, dado que la competencia electoral no fue una creación de la Declaración de los Dere- chos Humanos, sino que ya existían en la Gre- cia antigua, cuando los derechos igualitarios solo eran para esclavistas, para los pocos que detentaban el poder omnímodo, mientras que los muchos esclavos, solo tenían el deber de tra- bajar y obedecer. Asimismo, en la Inglaterra de fines del siglo xix , las elecciones eran definidas por el 17% de las personas con derecho a votar (Córdova, 2015). Las elecciones no son expre- siones de la democracia, pues en sociedades sin derechos ha existido, asimismo, el incremento del abstencionismo no es una amenaza para la sostenibilidad democrática como creen algunos (Mizrahi, 2015).
El sufragio universal no garantiza la uni- versalidad de votantes, como se evidencia ante el creciente abstencionismo en los procesos electorales de muchas naciones, lo cual pone de manifiesto la decepción o la indiferencia social en los procesos electorales que no los represen- tan, ni se define el bienestar común y público. En Chile, solo participó el 57% de la población electoral que eligió a Michelle Bachelet, en el 2013; Eslovenia, Mali, Portugal, Lesoto, Litua- nia, Colombia, Bulgaria y Suiza son países que tienen más del 50% del abstencionismo elec- toral, también es alto en aquellos que tienen como obligatorio el voto, como México, Grecia y