Rev. Ciencias Sociales 171: / 2021 (I)

ISSN Impreso: 0482-5276 ISSN electrónico: 2215-2601


GRAMSCI EN EL POSTMARXISMO DE LACLAU Y MOUFFE 1

GRAMSCI IN LACLAU AND MOUFFE’S POST-MARXISM

Fiorella P. Russo*

RESUMEN

La crisis del marxismo favoreció el planteamiento de una serie de preguntas sobre cómo pensar la política, el Estado y la historia en la teoría marxista, ante las novedades de las luchas sociales a finales del siglo xx. Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en el libro Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, proponen algunas respuestas para las cuales toman ciertos elementos de la teoría-política gramsciana. Este trabajo analiza la particular lectura que se realiza en este libro sobre Gramsci , así como, las consecuencias teóricas para la construcción de una teoría que pretende ir más allá de Gramsci y del marxismo.

PALABRAS CLAVE: MARXISMO * HEGEMONÍA * POLÍTICA * IDEOLOGÍA * CLASE SOCIAL

ABSTRACT

The crisis of Marxism favored the formulations of questions on how to think about Politics, the State, and History within Marxist theory, in view of the rising social movements towards the end of the 20th century. In their book Hegemony and Socialist Strategy: Towards a Radical Democratic Politics, Ernesto Laclau and Chantal Mouffe propose answers based on elements from Gramsci’s political theory. This article analyzes Laclau and Mouffe’s review of Gramsci’s political theory in their aforementioned book. Moreover, it also studies the theoretical consequences that the authors draw from their considerations regarding the creation of a theory which aims to surpass both Gramsci’s political theory and Marxism. 

KEYWORDS: MARXISM * HEGEMONY * POLITICS * IDEOLOGIES * SOCIAL CLASS

INTRODUCCIÓN2

En la década del 70 del siglo pasado se comenzaron a librar una serie de debates que tomaban como punto la vigencia de la teoría y de la práctica política marxistas, en el marco de un capitalismo que mostraba nuevas condiciones de dominación y formas de resistencia. Louis Althusser (2015), en su famosa alocución de 1977 en el Coloquio de Viena, lo planteaba explícitamente: se trataba de una crisis total del marxismo, tanto de la práctica política (evidenciada, por ejemplo, en las continuas derrotas sufridas por el movimiento obrero de occidente y en los giros autoritarios experimentados por los socialismos reales), como de la práctica teórica. En relación con este segundo aspecto, resonaban tres interrogantes: la pregunta por la política, es decir , su lugar y desarrollo en las formulaciones de Marx y en la teoría marxista; el cuestionamiento de las definiciones sobre la naturaleza del Estado y su relación con la sociedad civil; y, finalmente, la problematización de la historia (una vez desmantelada la visión historicista que la planteaba como lineal, etapizada y unificada).

El libro Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, publicado originalmente en 1985 por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, surgió en una superficie de emergencia e intervino en intensos debates sobre cómo pensar la política, el Estado y la historia —con el propóstio de abandonar los esquemas esencialistas y deterministas propios de las Internacionales Comunistas y de una parte de la teoría marxista clásica—. El planteo central del texto (tal como ellos mismos lo señalan en el “Prefacio” a la segunda edición en español) es que los antagonismos no surgen, como dictaba la premisa marxista, de los lugares ocupados por los agentes en las relaciones de producción, sino que son producto de una estructura discursiva (Laclau y Mouffe, 2004).

Estos argumentos que arremetían contra la centralidad de la clase obrera en las luchas emancipatorias, formaban parte de un campo de batalla teórico que se conformó en respuesta a los interrogantes abiertos por la crisis del marxismo. En este sentido, el postmarxismo de Laclau y Mouffe forma parte de los nuevos pensamientos críticos —como les llama Keucheyan (2013)3 los cuales, más cerca o más lejos de la teoría marxista clásica, intentan pensar la emancipación o la transformación social en las nuevas condiciones de dominación capitalista neoliberal.

Asimismo, desde que Laclau y Mouffe publicaron Hegemonía y Estrategia Socialista, han surgido varios estudiosos que, desde la crítica o la adhesión, se han abocado al análisis de su radical apuesta teórico-política. Las tesis plasmadas en dicho escrito generaron revuelo tanto en los círculos marxistas europeos como en los latinoamericanos, con particular efecto en este último. Estas críticas cayeron sobre la concepción laclausiana de hegemonía para luego fluir hacia su conceptualización de populismo. De acuerdo con autores como Arditi (2010) y Retamozo (2011), estas dos categorías tendieron a superponerse en los últimos trabajos del pensador argentino.

Por su parte, la autopercepción de Laclau y Mouffe como postmarxistas ha suscitado distintas críticas. Según los mismos autores, esta posición busca la reapropiación de la tradición intelectual marxista para ir más allá de ella (Laclau y Mouffe, 2004). Sin embargo, autores como Meiksins Wood (2013), Veltmayer (2006), Borón (1996), Žižek (2011) y Dussel (2001), han criticado el abandono que opera esta visión de algunas de las premisas marxistas centrales, como lo son: la primacía objetiva de la base material económica, la centralidad de la clase obrera en las luchas anticapitalistas, así como, la opción por el materialismo histórico y por la dialéctica materialista para el análisis de la totalidad social. Para estos autores, Laclau y Mouffe se posicionan como ex-marxistas o, directamente, no marxistas, al dejar de lado estas premisas. En otras palabras, consideran que, con su pretensión de ir más allá de Marx, acaban alejándose demasiado.

Ahora bien, tiempo antes de los debates de la crisis del marxismo en la década del setenta, hubo un dirigente leninista quien ponderó el problema de la política, de la construcción de sentido por parte de las clases dominantes, así como, la relación entre Estado y sociedad civil, intentando alejarse del determinismo. Se refiere a Antonio Gramsci, quien desarrolló parte importante de su teoría política recluido en la cárcel bajo las condiciones extraordinarias de coerción fascista. La obra de este filósofo marxista italiano, aunque llegó de forma fragmentada —por lo que proliferan múltiples interpretaciones— es conocida por su atención en las superestructuras. Según Perry Anderson (1981), el desplazamiento de su centro de análisis del problema de la coerción hacia el problema del consentimiento se debe a las dificultades que experimentó para pasar a los censores de la prisión. Sin embargo, otros pensadores como Stuart Hall, señalan que este interés de Gramsci por las superestructuras no es en abstracto, sino que viene directamente de la pregunta de cómo puede el Estado dominar sin coerción (Barrett, 2003).

Más allá de estas lecturas, cabe considerar la aseveración de Althusser (2015), quien califica el estalinismo como el aparato político-ideológico que bloqueó la posibilidad de que la crisis del marxismo hubiese estallado antes de la década del 70. En este sentido, fue Gramsci el teórico quien, avant la lettre, delineó algunas posibles respuestas a los desafíos planteados en la década del 70. Por ejemplo, al conceptualizar la práctica política de las clases sociales en términos de hegemonía, o dicho de otro modo, en términos de organización del consentimiento (Barrett, 2003), Gramsci ponía una piedra fundamental para pensar el problema de las condiciones de dominación más allá de las formas coercitivas. Además, su teoría —en particular, su concepto de hegemonía— eran formas de dar batalla a un debate que sería central en la crisis del marxismo: el problema del determinismo y del economicismo mecanicista al momento de pensar la práctica política.

En esta dirección, Gramsci planteaba una nueva relación entre estructura y superestructura donde se distanciaba de la determinación de la primera por la segunda y mostraba la importancia de comprender mejor los elementos superestructurales en el análisis de las sociedades avanzadas (Rodrigues, 2010). En este contexto, la sociedad civil y la ideología, o la construcción de sentido, adquirían un papel central, tanto en el análisis de la práctica política de las clases como en las posibles estrategias de toma de poder y construcción de un nuevo bloque histórico (Rodrigues, 2010).

Laclau y Mouffe, en su conocido libro, construyen su edificio postmarxista, primordialmente, con base en dos pilares: el concepto de hegemonía de Gramsci y el concepto de sobredeterminación de Althusser. La crisis del marxismo tuvo sus derivas latinoamericanas con su epicentro en México, donde arribaron los intelectuales exiliados de las dictaduras que asolaban la región en la década del 70. En esos debates sobre teoría política marxista fue vital el concepto gramsciano de hegemonía. Asimismo, su validez como instrumental teórico y político ayudó a reconsiderar las limitaciones de la teoría de Marx para pensar la política y del Estado (Cortés, 2014). Ernesto Laclau fue parte de este proceso y participó en el Seminario Hegemonía y Alternativas Políticas en América Latina, realizado en Morelia en febrero de 1980, en el cual también asistieron Juan Carlos Portantiero, Norbert Lechner, Emilio de Ípola, Fernando Henrique Cardoso, los españoles Paramio y Reverte, entre otros (Cortés, 2014).

En concordancia con lo expuesto anteriormente, este artículo hará foco en la particular lectura que Laclau y Mouffe realizan de la teoría gramsciana en Hegemonía y Estrategia Socialista (1987). Además, se destacarán algunas de las consecuencias teórico-políticas que extraen de esta lectura. Para acometer esta tarea, se analizaron especialmente los dos primeros capítulos del texto mencionado donde los autores realizan una genealogía de la categoría de hegemonía desde su origen en la socialdemocracia rusa hasta llegar a las formulaciones de Antonio Gramsci. La comprensión de estas consecuencias teóricas será clave para dilucidar parte de los elementos centrales del dispositivo teórico de Laclau y Mouffe, así como de sus intervenciones en el campo de batalla teórico abierto por la crisis del marxismo. De hecho, su ruptura postmarxista de los años 80 tiene que ver fundamentalmente con esta lectura y radicalización de las propuestas teórico-políticas de Antonio Gramsci.

Sin embargo, cabe aclarar que este trabajo no se propone una labor comparativa entre la apuesta teórico-política de Gramsci, y la de Laclau y Mouffe; tampoco se pretende destacar la “mala” o “buena” lectura que ambos pensadores hacen de la teoría gramsciana4. Por el contrario, se trata de acompañar con una mirada analítica el recorrido que hacen Laclau y Mouffe por los conceptos centrales de Gramsci, tratando de comprender en qué consiste esta lectura y cuáles consecuencias extraen para su teoría.

La premisa que guio en todo momento esta indagación es que el campo de la teoría no opera como un espacio neutro de producción de conocimiento, sino que se comporta como un “campo de batalla” en el que las distintas apuestas teórico-políticas entran en disputa con otros posicionamientos (Inda, 2018). La particular lectura de Laclau y Mouffe sobre la apuesta teórica de Gramsci no escapa a esta premisa, sino que interviene en un campo en disputa abierto por un marxismo en crisis en los años 70. Por otra parte, el modo de abordaje del objeto comprendió el análisis documental del texto mencionado, así como su lectura atenta con el horizonte puesto en la sistematización de la argumentación teórica de los autores y en la identificación de los puntos de anclaje que se establecen sobre la teoría gramsciana.

Tras el análisis realizado se puede afirmar que, si bien, los pensadores postmarxistas parten de Gramsci —bajo la premisa de que su propuesta contiene elementos para una superación de los aspectos deterministas del marxismo— intentan ir más allá de este, y de lo que perciben como sus limitaciones. A continuación, se repasará punto por punto cómo ejercitan esto y qué consecuencias extraen para elaborar una teoría que pretende extender el concepto de hegemonía, hasta posicionarlo como la lógica de constitución de lo social.

MÁS ALLÁ DE LA ALIANZA DE CLASES LENINISTA

Según la lectura de Laclau y Mouffe, uno de los problemas centrales que enfrentaban los intelectuales de la Segunda Internacional era el de la unidad de la clase obrera. La premisa de la doxa marxista, según la cual se daría progresivamente una creciente proletarización y polarización de las clases sociales, dando unidad y universalidad a una clase obrera destinada a fundar una sociedad socialista a través de la revolución, no se cumplía. Al contrario de esto, el capitalismo daba muestras de su capacidad de fragmentar y de dispersar a la clase obrera y de multiplicar las identidades sociales. De esta manera, el interrogante que se presentaba era cómo pensar una práctica política revolucionaria ante la dispersión de posiciones de la clase obrera y el quebrantamiento de su unidad. Antonio Gramsci interviene sobre este problema fundamental con su concepto de hegemonía (tomado de la experiencia de la socialdemocracia rusa que había introducido por primera vez el término).

Para Laclau y Mouffe (1987), lo radicalmente novedoso en Gramsci es la ampliación que opera su pensamiento del terreno atribuido a la recomposición política como respuesta al problema de la falta de unidad de la clase obrera y de la necesaria alianza con el campesinado. Para esto, el italiano parte del concepto leninista de alianza de clases; sin embargo, según el punto de vista de nuestros pensadores, logra ir más allá de este.

En esta vía, Gramsci involucra el problema del consenso como elemento fundamental en su apuesta teórica. Para este filósofo italiano, el proletariado puede llegar a ser dominante y dirigente solo en la medida en que logre ganar el consentimiento de amplios sectores subalternos. Para que esto ocurra, es necesario que el proletariado abandone sus posiciones corporativas y se abra en defensa de los intereses de otros sectores sociales (Gramsci, 1984). Asimismo, para que exista una verdadera unidad del bloque histórico en construcción, deben compartirse una serie de ideas y valores. Este pasaje del plano de la dirección política (que podría encuadrarse en el concepto leninista de alianza de clases) al de la dirección moral e intelectual es, para los autores, el punto fundamental en el que se opera una transición decisiva hacia un nuevo concepto de hegemonía (Laclau y Mouffe, 1987).

Estos autores proponen el argumento de que, mientras Gramsci resalta la importancia de la dirección cultural e ideológica de las clases subalternas, Lenin insiste en el carácter puramente político de la hegemonía. Para el revolucionario ruso, la hegemonía es la dirección política que ejerce el proletariado en el seno de una alianza de clases. Pero aquí, según Laclau y Mouffe (1987), el problema es que la clase obrera representa los intereses de otras clases; a su vez, esos intereses están determinados por las relaciones de producción, pues es allí en donde se constituyen las identidades de clase. Es decir, las clases bajo el liderazgo de una de estas se unen en la lucha contra un enemigo común; sin embargo, esta unidad es circunstancial y no modifica su identidad.

Los autores continúan explicando que, para Lenin, la identidad de los agentes sociales (que es concebida bajo la forma de intereses) y la transparencia de los medios de representación respecto de lo representado hace que el vínculo hegemónico sea externo. De esto se desprende n, según su lectura, una serie de ambigüedades y contradicciones. Por un lado, el concepto de hegemonía se asocia a tendencias autoritarias, ya que dentro de las masas subalternas se diferencia entre aquellos sectores que deben dirigir y aquellos que deben ser dirigidos. Por el otro, este concepto de hegemonía revela una tendencia novedosamente democrática. La coexistencia en una misma coyuntura de tareas y reivindicaciones que, de acuerdo al economicismo, debían pertenecer a etapas diferentes permite “aceptar la validez política presente de una pluralidad de antagonismos y puntos de ruptura y evita la concentración exclusiva de la legitimidad revolucionaria en la clase obrera” (Laclau y Mouffe, 1987, p. 63).

A partir de esto último, los autores concluyen que Lenin termina por ampliar la centralidad ontológica de clase obrera al campo político; no obstante, para ellos, esto debe evitarse. Es decir, en la perspectiva leninista, el proletariado no solo sería el sujeto emancipatorio privilegiado, sino que, además, este privilegio es trasladado de la base social a la dirección política de los movimientos de masas. Por eso, para Laclau y Mouffe (1987), la concepción leninista revela su carácter autoritario, pues el vínculo de la vanguardia con las masas populares termina siendo externo y manipulatorio. Según ambos autores, en la tradición comunista nunca se dio una verdadera ruptura con esta concepción manipulatoria de las relaciones entre vanguardia y masas. Esto explicaría, en parte, las experiencias autoritarias de la Unión Soviética.

Ahora bien, en la medida en que la clase obrera se veía obligada a actuar en el terreno de masas, esta ya no podía seguir concentrándose en sus reivindicaciones e intereses exclusivos, sino que debía salir de su corporativismo. Para Laclau y Mouffe (1987), esto significaba que la clase obrera debía transformarse en la articuladora de una multiplicidad de reivindicaciones e intereses que la desbordaban. En términos laclausianos, debía articular una multiplicidad de antagonismos mediante una profundización de una práctica democrática de masas que no dejaba intacta su identidad.

Tras este análisis, se puede afirmar que la primera estrategia de Laclau y Mouffe consiste en separar la conceptualización de hegemonía —entendida como alianza de clases— de la formulación de la misma —en términos de articulación política, moral e intelectual—. Este supuesto paso que ven los autores entre el vínculo externo de la hegemonía como dirección de clase, al vínculo a través del consenso de las clases subalternas —esto es, a través del liderazgo moral e intelectual— les permite concluir que las posiciones de sujeto cortan transversalmente varios sectores de clase.

Así, entonces, el giro que realizan, desde su perspectiva postmarxista, es que ya no le otorgan un privilegio ontológico a la clase obrera, gracias al cual esta debería dirigir (como su tarea histórica) al resto de las clases subalternas. Al contrario, abandonan este enfoque, el cual señalan como esencialista. De esta manera, se inclinan por comprender las luchas sociales como conjunto de articulaciones entre grupos de agentes que, al hacerlo, modifican sus identidades, dando como resultado identidades sui generis. En otras palabras, Laclau y Mouffe abandonan la concepción marxista leninista de la alianza de clases para pasar a una noción de hegemonía como articulaciones contingentes en las cuales los agentes que participan no están definidos de antemano por ningún apriorismo de clase ni económico.

En efecto, si bien parten en un primer momento de Gramsci, se alejan de él en este punto. Para el italiano, el proletariado sigue siendo la clase fundamental que debe enfrentar a la burguesía. Sin embargo, para la transformación revolucionaria no es suficiente la existencia de grupos del campo industrial con cierto nivel de cultura histórico-política; es necesario, también, la adhesión de las masas campesinas y su participación en la vida política. Ciertamente, era ineludible que la clase obrera superara su corporativismo y ampliara su base social para la construcción de una voluntad colectiva nacional-popular que pudiese constituir un nuevo bloque histórico. Para Laclau y Mouffe (1987), en su traducción postmarxista, esta voluntad popular se forma a partir de una lucha contingente. En esta lucha, un conjunto equivalencial de identidades (no decidida de antemano) asume la representación universal de la sociedad. Para esto profundizan en otro elemento fundamental de la teoría gramsciana que es la definición y el papel de la ideología.

MÁS ALLÁ DE UNA CONCEPCIÓN DE IDEOLOGÍA DETERMINISTA

El segundo punto en el que los autores se basan para construir sus propias argumentaciones es en la teorización gramsciana de la ideología. Siguiendo al marxista italiano, para que un liderazgo sea intelectual y moral, se requiere de un conjunto de valores e ideas que sean compartidos por sectores heterogéneos. De este modo, es necesaria una visión de mundo, una construcción de sentido común, que opere como cemento orgánico unificador del bloque histórico. A su vez, dicho sentido común es, para Gramsci, un lugar de lucha y de disputa; a partir de su crítica, reforma y reorganización se consigue articular en una constelación de formaciones ideológicas menos coherentes, pero relacionadas de forma subalterna a la ideología hegemónica (Frosini, 2017).

Ahora bien, la lectura de Laclau y Mouffe (1987) explica que Gramsci traza dos desplazamientos radicales respecto de la problemática clásica de la ideología. El primero es la ruptura con una lectura superestructuralista de la misma. Para el italiano, la ideología no supone una falsa conciencia, sino que se trata de un todo orgánico, relacional y material, encarnado en instituciones de la sociedad civil que, a su vez, cimenta —en torno a ciertos principios articulatorios, dirán los autores— la unidad del bloque histórico (Gramsci, 1984). Según postulan, Gramsci introduce así una nueva categoría totalizante que supera la antigua distinción entre base y superestructura (Laclau y Mouffe, 1987) y despoja a la ideología de su carácter de mero epifenómeno de las condiciones sociales de existencia.

El segundo desplazamiento que señalan es su ruptura con una problemática reduccionista de la ideología. Según ambos teóricos, para Gramsci los sujetos políticos no son clases sino voluntades colectivas complejas, y los elementos ideológicos articulados por la clase hegemónica no tienen una pertenencia de clase necesaria. Es decir, la voluntad colectiva resulta de una articulación político-ideológica de elementos históricos dispersos y fragmentados. Asimismo, la ideología para Gramsci no representaría una visión puramente clasista y cerrada del mundo, sino que estaría constituida sobre la base de elementos que no tienen una pertenencia de clase necesaria (Laclau y Mouffe, 1987).

Las conclusiones que los dos pensadores sacan de esta lectura son varias. En primer lugar, la noción de contingencia aparece ampliada en la concepción gramsciana, puesto que los elementos ideológicos pierden la conexión con el paradigma etapista y con las clases fundamentales, y su sentido depende de las articulaciones hegemónicas. Sucesivamente, esto les da pie para considerar que la ideología es un terreno de articulación política contingente y no un epifenómeno de las relaciones de clases. A su vez, esto impacta en la forma de concebir la lucha emancipatoria radical como proceso de desnodolización y de rearticulación de significantes flotantes.

En este sentido, para Gramsci, la ideología no es un fenómeno a histórico anclado en la naturaleza humana, sino que puede ser modificado a través de la lucha política. Esta postura es polemizada, por ejemplo, por Althusser —el otro importante interlocutor de Laclau y Mouffe—. Para el filósofo francés, el problema con la concepción gramsciana es que reduce ideología a cultura, sin que se haga ninguna mención a las clases y a la infraestructura que le da sustento (Althusser, 2003). Asimismo, la consecuencia que destaca Althusser de esto es que su pensamiento arriba a una autonomía de la política; esto es, una visión de la misma como lo que engloba todo en sí y no tiene nada fuera.

Justamente, esa es la consecuencia que Laclau y Mouffe (1987) sacan de la lectura de la ideología de Gramsci: 1) que las ideologías están conformadas por un conjunto de elementos dispersos que se pueden re articular a partir de la lucha política; 2) que no tienen una pertenencia de clase necesaria. Es decir, que no se corresponden mecánicamente con la posición de los agentes en las relaciones de producción, sino que se conforman con base en las relaciones de fuerza que hegemonizan los elementos; y 3) que se constituyen en una formación discursiva específica, históricamente determinada y construida con base en las relaciones de fuerza de ese determinado momento histórico y formación social. Con esto, los autores radicalizan la propuesta de Gramsci hacia una concepción discursivista de la ideología.

Sin embargo, a pesar de los aportes reconocidos al italiano, los autores de Hegemonía y estrategia socialista señalan que su teorización encuentra un límite, pues no logra superar del todo el dualismo del marxismo clásico entre lo determinado y lo indeterminado. De acuerdo con Laclau y Mouffe, esto se debe a que Gramsci sigue sosteniendo, en última instancia, un fundamento ontológico para las clases fundamentales.

MÁS ALLÁ DEL ESENCIALISMO DE CLASE

A juicio de Laclau y Mouffe (1987), la introducción del concepto gramsciano de hegemonía como articulación contingente permite dos posibilidades. Por un lado, descartar la visión dualista sostenida por los intelectuales pertenecientes a la Segunda Internacional entre lo determinado y lo que queda por fuera de toda determinación. Por otro lado, avanzar hacia una práctica democrática de la hegemonía. Sin embargo, detectan un obstáculo en la construcción gramsciana. Según sostienen:

… incluso si los diversos elementos sociales tienen una identidad tan solo relacional, lograda a través de la acción de prácticas articulatorias, tiene que haber siempre un principio unificante en toda formación hegemónica, y éste debe ser referido a una clase fundamental (Laclau y Mouffe, 1987, p. 80).

En este sentido, los autores proponen que, en Gramsci, ni la unicidad del principio unificante, ni su carácter necesario de clase son el resultado contingente de la lucha hegemónica; más bien son su marco estructural necesario (Laclau y Mouffe, 1987). Dicho esto, la hegemonía de una clase no sería resultante de la lucha, sino que tendría siempre, en última instancia, un fundamento ontológico. Los autores denominan esta concepción clasista de Gramsci y de la teoría marxista “el último reducto esencialista”. De acuerdo con su propuesta, abocan a deconstruir esta concepción con el fin de fundar una perspectiva postmarxista. Según pretenden, dicha concepción no encontraría limitaciones para la lógica de la hegemonía y, despojaría a toda identidad social y a sus luchas de una determinación de clase.

Bajo la mirada de Laclau y Mouffe, Gramsci está sometido a una ambigüedad básica que se venía arrastrando desde el marxismo clásico. Por un lado, la centralidad política de la clase obrera depende de su capacidad para salir de sí, de transformar su propia identidad al articularla en una pluralidad de luchas y de reivindicaciones democráticas contingentes. Por el otro, pareciera que ese papel articulador le fuera designado por la infraestructura económica, con lo cual pasaría a tener un carácter necesario (Laclau y Mouffe, 1987).

Ahora bien, para ambos filósofos esta ambigüedad, que resulta del último reducto esencialista —es decir, de que la hegemonía responda siempre a una clase fundamental— implica dos concepciones de la economía. Por un lado, como determinante en última instancia; por otro, como homogénea y libre de las intervenciones de las prácticas hegemónicas. Como consecuencia, repiensan la infraestructura económica en términos políticos. Con esto, se involucran en un debate que desvela a los nuevos pensamientos críticos —como les llama Keuchayan (2013)— y donde se presentan dos interrogantes. La primera, sobre si la lucha anticapitalista se da principalmente en la infraestructura económica; en cuyo caso sería vano ofrecer una lucha ideológica pre-revolucionaria de desnodolización, como planteaba Gramsci con su guerra de posiciones. O, la segunda, si es prioridad para las clases populares ganar la hegemonía ideológica en el terreno agonístico de las luchas políticas democráticas.

Aquí puede ser interesante tomar la crítica que le hace Slavoj Žižek, tanto a Laclau como a lo que llama “la izquierda posmoderna”, sobre el olvido que operan de la economía como espacio en el que deben librarse las luchas emancipatorias. Según el esloveno, el problema es que Laclau considera a la esfera de la economía como una esfera más de lucha política de la sociedad. Para él, sin embargo, “la «economía» no es solo una de las esferas de la lucha política, sino la «causa» de la contaminación-expresión mutua de las luchas” (Žižek, 2011, p. 299).

De acuerdo con Laclau y Mouffe (1987), al contrario de esto, la economía se estructura como espacio político. En este, al igual que todos los espacios de la sociedad, operan plenamente las prácticas hegemónicas. Uno de los ejemplos que toman para sostener esta afirmación es la deconstrucción que realizan de la tesis marxista sobre la neutralidad de las fuerzas productivas. Según explican, para producir no es suficiente que el capitalista compre la fuerza de trabajo, sino que debe hacerla producir trabajo. Es decir, no solo debe ejercer el valor de uso sobre la fuerza de trabajo, sino que debe desplegar su dominación en el seno mismo del proceso de trabajo (Laclau y Mouffe, 1987). Pero siendo que el obrero es capaz de prácticas sociales, puede ingeniar formas de resistencia a los mecanismos de dominación impuestos por la clase dominante. A su vez, estas resistencias marcan la organización del proceso capitalista del trabajo y el ritmo de expansión de las fuerzas productivas. Así, para ellos, el proceso de trabajo no sería solo el lugar en el que se ejerce la dominación sino, sobre todo, el terreno de una lucha (Laclau y Mouffe, 1987).

A partir de esta argumentación, los autores afirman que la tensión entre lucha económica y lucha política implica que la clase obrera está constituida por una pluralidad de posiciones de sujeto débilmente integradas y en muchos casos contradictorias (Laclau y Mouffe, 1987). Las consecuencias teórico-políticas que sacan de esto son que, en primer lugar, el campo de la economía no es un espacio autorregulado y sometido a leyes endógenas. En segundo lugar, que no hay un principio constitutivo de los agentes sociales que pueda fijarse en un último núcleo de clase. Finalmente, que los lugares ocupados en las clases no son la sede necesaria de intereses históricos (Laclau y Mouffe, 1987). Según afirman, el pensamiento marxista ya sospechaba desde las épocas de la Segunda Internacional que no había determinación socialista espontánea de la clase obrera, sino que esta dependía de una mediación. A esto agregan que Gramsci concibió esta mediación política como articulación a través de su concepto de hegemonía. Sin embargo, para los autores, el hecho de que el sujeto hegemónico constituyera el núcleo último de su identidad en un punto exterior al espacio que articula, produjo que la lógica de la hegemonía no desplegara todos sus efectos deconstructivos.

Toda esta particular lectura de Gramsci y de lo que Laclau y Mouffe definen como los supuestos centrales de la doxa marxista, les sirve para concluir que la no-fijación es la condición de toda identidad social. De acuerdo con los autores, en la medida en que la tarea no tiene un vínculo necesario con una clase, su identidad le es dada tan solo por su articulación en el interior de una formación hegemónica. Así, para ellos, la constitución de toda identidad es relacional (en el sentido de que depende de su relación con otros en un sistema de diferencias) y la sutura final de lo social nunca llega, sino que siempre queda abierta. Como resultado, esto les permite construir una de sus tesis postmarxistas por excelencia en la cual proponen que la lógica de la hegemonía no es solo un momento transicional en la disolución del paradigma esencialista, sino que es la lógica misma de constitución de lo social.

CONCLUSIONES

Como se expresó al comienzo, el propósito de este trabajo era, analizar la particular lectura que Laclau y Mouffe realizan en el libro Hegemonía y Estrategia Socialista sobre la propuesta teórico-política de Gramsci. Asimismo, estudiar algunas de las consecuencias teóricas que sacan de esta lectura para construir una perspectiva que se pretende superadora de las limitaciones del marxismo clásico, esto es, postmarxista. En este análisis, se presentó cómo la crisis del marxismo desató una serie de cuestionamientos hacia los postulados del marxismo clásico, los cuales estallaron en cientos desarrollos teóricos críticos en disputa. Estos se concentran, por lo menos, en dos discusiones que no han dejado de estar en el centro de los debates que obsesionan a los nuevos pensamientos críticos, siempre en diálogo con los saberes marxistas. Por un lado, la cuestión de las relaciones entre política y economía, ligada a la deuda que tenía el marxismo de estudiar las especificidades de la esfera de la práctica política. Por el otro, el problema del tiempo en la historia, una vez desechada toda concepción de la misma como lineal y etapizada.

Justamente, el libro de Laclau y Mouffe interviene en este campo de batalla para construir una respuesta propia a la crisis y sus dilemas. En este camino parten, en línea con Althusser, de la evidencia de una crisis a nivel de la práctica política, pero, sobre todo, de la práctica teórica. Ante este diagnóstico, se ocupan de la categoría de hegemonía para transformarla, ya no en un concepto subsidiario de otras categorías marxistas de mayor jerarquía, sino en el mecanismo constitutivo de lo social. Para llegar a este punto, los dos teóricos elaboran una operación de lectura sobre la obra del intelectual italiano que abona a sus objetivos de transcender lo que consideran los postulados centrales del marxismo clásico (punto problemático, si se entiende que la apuesta de Marx se diferencia sustancialmente de los desarrollos posteriores de las dos Internacionales Comunistas).

Se puede concluir, en primer lugar, que la interpretación de los autores respecto de la existencia de una ampliación de la dirección política a la dirección intelectual y moral está en función de su intención de demostrar que las identidades sociales no están pre constituidas, sino que se forjan al fragor de la lucha política. En esta batalla, un grupo no predeterminado de antemano debe tomar las riendas y dirigir a un conjunto de sujetos dispersos, articulándolos a través de determinados valores o ideas que, en los términos laclausianos, son los significantes. A todo esto, Laclau y Mouffe (1987), abandonan la perspectiva leninista que postula la necesidad del proletariado de aliarse a otras clases subalternas y radicalizan la idea de Gramsci de la dirección moral e intelectual. Es decir, según los autores, ya no se trata de que el proletariado deba ser dominante y dirigente. Antes bien, cualquier grupo o identidad relacional no definida de antemano puede, a través de un proceso de equivalenciación de demandas, construir una voluntad colectiva a partir de una variedad de puntos disímiles.

Por su parte, así como la concepción de hegemonía de Gramsci tiene directa relación con su propuesta combativa —donde la estrategia de la lucha proletaria debe ser, en el caso de las sociedades avanzadas europeas: la guerra de posiciones, la batalla por la hegemonía política y por lograr el consentimiento del pueblo— de igual modo, para Laclau y Mouffe (1987), la concepción de hegemonía que proponen tiene directa relación con su propuesta normativa de transformación social. Es decir, en su libro apuestan por una radicalización de la democracia que implica, tanto la afirmación del carácter procesual de toda transformación radical como la negación del momento revolucionario de ruptura al modo jacobino. Para ellos, tal como lo mencionan, el hecho revolucionario no es más que un momento interno del proceso de radicalización democrática. Ahora bien, en este punto se alejan de Gramsci puesto que, para el italiano, la estrategia de guerra de posiciones y su apuesta por una filosofía de la praxis tenía por objetivo la destrucción revolucionaria del sistema capitalista. En cambio, Laclau y Mouffe (1987), no se detienen a teorizar las formas de organización ni de lucha revolucionaria anticapitalista, como lo hizo el pensador sardo, sino que priorizan la dimensión democrática de la lucha emancipatoria radical.

En segundo lugar, la lectura que realizan de la formulación gramsciana sobre la ideología busca demostrar que en la sociedad existen infinidad de elementos ideológicos sueltos y fragmentados que no tienen una conexión determinada con alguna de las clases fundamentales, sino que adquieren significado de manera relacional. Esta interpretación —que sofistican con la ayuda de los aportes del giro lingüístico de Wittgenstein y del psicoanálisis lacaniano— sirve a los dos pensadores para construir una mirada de la sociedad en donde prima el carácter discursivo y agonista de esta. Es decir, subrayan la importancia del lenguaje y de la disputa político-cultural e ideológica en el seno de las luchas populares. Asimismo, destacan el papel fundamental de la guerra de posiciones para lograr una transformación político-ideológica en favor de los grupos subalternos. Para Laclau y Mouffe (1987), el camino para una transformación social radical anticapitalista y anti-neoliberal es la lucha hegemónica por la transformación del sentido común inscripto en la formación social existente.

En tercer lugar, su crítica a lo que consideran el último reducto esencialista en Gramsci les vale para intentar demostrar la no centralidad de la clase obrera como sujeto privilegiado de la emancipación. Con esto encuentran, como efecto, una desestimación del lugar central que ocupa el concepto de clases sociales en las luchas emancipatorias y lo reemplazan por la idea de posiciones de sujeto no ancladas a la estructura económica, sino articuladas contingentemente. Sin embargo —a pesar de que esta puede valorarse como una buena respuesta al problema de la unidad de las luchas emancipatorias— este abandono resulta problemático al considerar que estas luchas son, en última instancia, una puja por la producción y la distribución de la riqueza producida socialmente. Siendo que en el actual estadio del capitalismo se asiste a una contraofensiva neoliberal liderada por una fracción de la clase dominante, en concreto la burguesía financiera internacional, ¿será poco productivo este abandono para pensar las actuales relaciones sociales capitalistas? ¿Son las luchas actuales contra el capital trasnacional simplemente un problema de articulación discursiva?

En cuarto lugar, al deconstruir lo que consideran una concepción homogénea y determinista de la economía, Laclau y Mouffer (1987) terminan por extender la primacía de la política al campo de la economía. Con esto, pretenden demostrar que nada en el mundo social escapa a la lógica de la hegemonía; asimismo, no existe una objetividad social por fuera de la política, sino que esta revela los límites de toda objetividad. En esta línea, se considera que, con esto, los autores desanudan las articulaciones dialécticas que ejercitaba el italiano entre política y economía, para ubicarse en un terreno post-dialéctico en donde hay una primacía de la política en la constitución de lo social. Al respecto, cabe cuestionar si esta ampliación de la política a todos los niveles sociales, llevada adelante por Laclau y Mouffe (1987), no termina por desestimar el lugar fundamental que tienen las relaciones de producción para el sostenimiento del sistema capitalista.

Por último, es de destacar que también rescatan del pensamiento gramsciano la importancia reconocida al Estado como terreno de constitución de las identidades sociales y de sus luchas. Se debe recordar que Althusser, en la alocución de 1977 que se refrendaba al principio, marcaba la inexistencia de una teoría del Estado en la doxa marxista. Justamente, la intervención de Laclau y Mouffe se mete de lleno en esta discusión y suma aportes para complejizar las definiciones sobre la naturaleza del Estado, sus formas de sujeción y la importancia de su relación con la sociedad civil y con las luchas políticas emancipatorias. En esto se distancian de otras derivas actuales, que se inclinan hacia posturas autonomistas, como la de Antonio Negri y de muchos movimientos de izquierda latinoamericanos que persiguen sus objetivos por fuera de los márgenes del Estado —como el movimiento zapatista mexicano, por ejemplo—. En contraste con posiciones autonomistas y antiestatalistas (como las de Badiou y Žižek, por ejemplo) que desdeñan el rol del Estado como instrumento idóneo para la transformación social, Laclau y Mouffe (1987) ofrecen una perspectiva de lucha por dentro del Estado. En esta, las masas, a través de una serie de articulaciones, devienen Estado. Para el caso de los países latinoamericanos que ocupan un lugar de opresión en el sistema capitalista mundial, este posicionamiento parece más estratégico que el enfoque autonomista. Además, se distancian del internacionalismo clasista que caracteriza al trotskismo y resaltan la importancia de pensar las disputas hegemónicas desde las experiencias nacionales, como lo hizo Gramsci en Italia.

Para cerrar estas líneas, se considera que no es casual que dentro de todas las vertientes y variantes de la teoría marxista, Laclau y Mouffe decidieran basarse en la teoría de la hegemonía de Gramsci. De hecho, esta teoría les permite pensar en la utilidad del Estado y de las luchas democráticas al interior de este para combatir las jerarquías sociales, luchar por la igualdad y disputar la hegemonía del neoliberalismo. Sin embargo, en esta senda abandonan la dialéctica materialista que ejercitaba Gramsci, para ubicarse en un terreno donde la primacía de la política sesga la importancia que tienen las relaciones de producción y las disputas por la redistribución económica en las luchas democráticas. Este es un punto polémico si se pretende postular una teoría de la transformación social en la que haya lugar para un cambio del modo de producción y no solo para postular luchas radicales que, sin embargo, permanezcan dentro de los límites de este.

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Fecha de ingreso: 01/04/2020

Fecha de aprobación: 22/06/2021


1 Este trabajo forma parte de una investigación llevada a cabo en el marco de la producción de la tesis doctoral de la autora denominada “Práctica política y transformación social en las apuestas teórico-políticas de Laclau, Linera y Žižek (1985-2015)”, realizada en el Doctorado de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Asimismo, esta formación está financiada por una Beca Doctoral otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet) de Argentina y es dirigida por la Dra. Graciela Inda (imesc-idehesi-conicet).

* Instituto Multidisciplinario de Estudios Sociales Contemporáneos (imesc-idehesi-conicet), Buenos Aires, Argentina y, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo (FCPyS-UNCuyo), Mendoza, Argentina.

fioremes@gmail.com

2 Quiero agradecer especialmente los comentarios de las personas evaluadoras que sumaron valiosos aportes y contribuyeron a mejorar y aclarar los planteos contenidos en este trabajo.

3 Entre los cuales se destacan las apuestas teórico-políticas de Negri, Hardt, Fraser, Harvey, Agamben, Rancière, Badiou, Žižek, García Linera, Laclau, Mouffe, Butler, entre muchas otras.

4 Como lectura recomendada se sugiere a Svampa (2013).