Rev. Ciencias Sociales 173: 15-39 / 2021 (III) ISSN Impreso: 0482-5276 ISSN ELECTRÓNICO: 2215-2601
NEOLIBERALISMO Y DERIVA AUTORITARIA NEOLIBERALISM AND AUTHORITARIAN DRIFT Roberto Ayala Saavedra *
RESUMEN
El artículo se ocupa de estudiar el fenómeno ‘neoliberal’, es decir el conjunto de polí- ticas publicas, económicas y sociales orientadas a producir no solo un cambio en el modelo de acumulación y crecimiento, sino a inducir una fuerte reestructuración social, modificar el clima cultural y las mentalidades. En ese marco, examina la deriva autori- taria correlacionada, así como la crisis civilizatoria en que se inscribe el proceso todo.
PALABRAS CLAVE: NEOLIBERALISMO * GIRO AUTORITARIO * CRISIS CIVILIZATORIA
ABSTRACT
The article deals with studying the 'neoliberal' phenomenon, that is, the set of public, economic and social policies aimed at producing not only a change in the model of accumulation and growth, but also at inducing a strong social restructuring, modifying the cultural climate and mindsets. In this framework, it examines the correlated authoritarian drift, as well as the civilizational crisis in which the entire process is inscribed.
KEYWORDS: NEOLIBERALISM * AUTHORITARIAN TURN * CIVILIZATIONAL CRISIS
*
Escuela de Sociología, Universidad de Costa Rica, San Pedro de Montes de Oca, San José, Costa Rica. raas4758a@yahoo.com
16 Roberto Ayala Saavedra
En un contexto marcado por el deterioro social, una clase media atemorizada, derrotas y un prolongado reflujo general de las luchas sociales, de despolitización y escepticismo, la pérdida de confianza en las instituciones abre camino a las opciones autoritarias.
En períodos de crisis, muy prolongados, y derrotas importantes, en los que se extiende el escepticismo, los individuos tienden a re- plegarse en su interioridad; cuando lo público- político se torna frustrante y en apariencia sin salida, cuando se pierde de vista la historicidad (‘recaída en la inmediatez’), en ausencia de proyecto, aparece el refugio en el interior, en lo privado, y la salvación individual.
El gobierno inaugurado en mayo de 2018 ha acelerado y profundizado la orienta- ción neoliberal. No se trata solo de la política económica. El proyecto neoliberal busca im- poner una reestructuración social en profun- didad. Quiere cambiar la estructura social, el marco cultural, las mentalidades. El neo- liberalismo trae aparejado un giro autorita- rio, la bonapartización de la institucionalidad, que responde a, o anticipa, un incremento del malestar y la conflictividad social. La rees- tructuración neoliberal busca erosionar la con- sideración y disminuir el peso social de lo público. Ese marco general permite precisar el análisis de los ataques a la Universidad Pú- blica. Porque lo que pasa en la Universidad, es una expresión de lo que pasa en el país.
‘El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro sur- gen los monstruos’… Una ligera modificación en la célebre máxima o fórmula de Gramsci aporta el marco general histórico-social y político-cultural en el que me parece que el tema a desarrollar puede hacerse razonable- mente comprensible. Vivimos un momento o período de crisis civilizatoria. El mundo en el que vivimos, el capitalismo, no tiene futuro, no merece tenerlo, porque no puede dar lugar a un orden social justo. En ninguna de sus va- riantes. Las perturbaciones y desequilibrios se multiplican y agravan. Desde el avance y agu- dización de los niveles de desigualdad social, que está en la base más o menos mediada del enorme malestar que recorre las más distintas
y distantes sociedades, y que preanuncia ex- plosiones de descontento, verdaderos estalli- dos sociales, en la línea del protagonizado por los chilenos desde el último tercio de 2019, hasta las recurrentes y cada vez más frecuen- tes y gravosas manifestaciones del cambio climático en curso, que pone en evidencia y desnuda la suicida miopía histórica de secto- res decisivos del poder económico y político en el mundo capitalista.
Podríamos hacer referencia a los proce- sos migratorios descontrolados (alimentados por crecientes fracturas sociales en la periferia capitalista), al cada vez mayor poder de las me- ga-corporaciones o a los conflictos militares y las centenas de miles de vidas humanas perdi- das en las maniobras geopolíticas desplegadas por las grandes potencias y sus intereses y rivalidades; al recrudecimiento de la xenofobia y el racismo, o al empobrecimiento y profun- dización de la dependencia de las sociedades del capitalismo periférico, al deterioro de los estándares sociales entre los europeos y en el mundo capitalista avanzado en general, etc. Pero el factor decisivo de lo que pode-
mos llamar crisis civilizatoria es la ausencia aparente de una salida histórica, de un proyec- to social alternativo claro. La degeneración bu- rocrática y final derrumbe de las experiencias de sociedades postcapitalistas del siglo xx ha provocado una enorme confusión político- cultural y un catastrófico retroceso en la con- ciencia social de clase de los explotados y oprimidos. El hecho de que el enorme malestar se combine con incertidumbre y escepticismo respecto del futuro, la ausencia para la gran mayoría de una opción social que aparezca como viable, la falta de salida político-social creíble, así como las insalvables limitaciones de y recurrentes frustraciones con las diversas variantes de neo-desarrollismo, ‘nacional- popular’, crea una situación extremadamente peligrosa, susceptible de ser arrastrada por cantos de sirena, monstruos que abrirán vías falsas de salida, creando condiciones para in- voluciones catastróficas o evoluciones distó- picas, la ‘barbarie’ sobre la que alertaba Rosa Luxemburg.

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Vivimos una situación en que el esca- pismo individual, el cinismo, el indiferentismo social y elementos de regresión en lo cultural, se amalgaman con importantes procesos de protesta social que buscan, a tientas, una sa- lida progresiva, más intuida que concebida, ampliadora de las posibilidades de realización humana, enriquecedora de la vida. Una situa- ción histórica con rasgos paradójicos, en que, por un lado, se van reuniendo condiciones y se suman elementos para un gran salto adelante, en los más diversos planos, en el proceso de la autoconstitución humana. Por otro lado, la crisis del proyecto emancipatorio, la incapa- cidad para encontrar una salida superadora del capitalismo, da lugar a la proliferación de eventos y dinámicas que apuntan en un sentido regresivo.
Hay que insistir en este punto, clave para abordar movimientos contradictorios y comportamientos desconcertantes que se mul- tiplican en la última década, para ir más allá de todo el impresionismo fenomenista impe- rante: la sobrevida del capitalismo provoca un aumento tendencial de las tensiones y elemen- tos de desequilibrio en el sistema social de conjunto y en sus distintos niveles, desde los planos más amplios hasta los meandros de la vida cotidiana de millones de individuos. La inseguridad del presente y la incertidumbre respecto del futuro están produciendo todo tipo de movimientos amenazantes (más allá del ‘registro pendular’), desde la prolifera- ción de sectas religiosas conservadoras y el fortalecimiento de movimientos políticos de ultraderecha, incluso filofascistas, hasta mo- vimientos de repliegue en la intimidad y de huida hacia lo privado y un feroz individualis- mo que busca gratificaciones compensatorias en la cultura de consumo como factor decisi- vo de status y de la autoestima (en realidad, las tensiones contemporáneas no hacen sino profundizar rasgos inherentes a la sociedad burguesa, que tiende a disolver los, opresivos, vínculos tradicionales entre los seres hu- manos, pero dando lugar no a una verdadera
o narcisístamente recogidos, neuróticamente refugiados en la propia intimidad).
Puesto de manera muy resumida, este es el marco histórico-social en que tenemos que abordar el tema de la situación que vive el país, si no queremos reincidir en la trampa del excepcionalismo local. El gobierno inaugurado en mayo de 2018 ha acelerado y profundizado la puesta en marcha de las llamadas políticas neoliberales. En pocas palabras, estamos ante el gobierno más ‘neoliberal’ de los últimos 30 años. No cabe dudas de que la aplicación de este tipo de políticas, contra la opinión de algunos comentaristas, viene de hace déca- das. Pero tampoco parece controvertible el señalamiento del gobierno encabezado por el sr. Carlos Alvarado como el momento de una ofensiva sin precedentes contra derechos y conquistas de los trabajadores y los sectores populares, que deteriora sus condiciones de vida, pasando por una degradación de la ciuda- danía democrática en general.
NEOLIBERALISMO
Tomando los términos de Callinicos: “el neoliberalismo intenta sujetar todos los aspectos de la vida social a la lógica del mer- cado y hacer de todo una mercancía”1. Una concepción-política que asume una forma par- ticularmente pura de la lógica del capital, y que pretende extenderla al conjunto de la or- ganización social. Se trataría de un impor- tante reforzamiento del poder de clase, que ha llevado a una redistribución masiva de los ingresos y la riqueza a favor de las élites. Tal transferencia de riqueza lleva por su parte a una mayor concentración de poder social (‘la riqueza y el poder se engendran mutuamente’, Locke), capacidad para incidir en la dinámica de la vida social, consolidar el control directo e indirecto sobre las instituciones políticas, y a partir de ahí derrama efectos sobre el conjunto de la sociedad. Incluyendo por supuesto las Universidades públicas.
superación, sino a una socialidad degradada de individuos atomizados, que viven para ocu- parse de sus intereses particulares; defensiva
1
Callinicos, A. (2006) "Las universidades en un mundo neoliberal". Pag. 1. http://www.rebelion. org/docs/91678.pdf
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Para Harvey, el neoliberalismo es una teoría de las prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las habilidades empresariales del indivi- duo2. El papel del Estado, sintetiza Harvey, es crear y preservar el marco institucional apro- piado para el desarrollo de la propiedad priva- da, mercados libres y libertad de comercio. Por supuesto, como sabemos, cualquier licencia sobre estos estrictos límites, y sobre todo la execrable intervención en los mercados, debe ser enérgicamente rechazada, por su inevita- ble efecto: cuestionar, distorsionar, violar, las ‘leyes naturales’ del orden económico. Smith concluía, en su planteamiento general, pero no sin unas cuantas llamativas inconsistencias o contradicciones, que lo mejor sería ‘dejar que las cosas sigan su curso natural’.
La elaboración y el debate sobre las po- líticas neoliberales, ha sido considerable. Pese a ello, con cierta frecuencia se pueden encon- trar en los medios, y en alguna mesa de deba- te, quien asuma la desconcertante postura de negar que el término haya alcanzado un conte- nido preciso. Los que cuestionan las políticas neoliberales, dicen, estarían usando una voz desprovista de un significado elementalmente delimitado. De esta, algo desesperada, manera, se intentaría restar todo sentido y valor a las críticas y los análisis sobre los efectos eco- nómicos y sociales generales de las políticas neoliberales.
Se ha alertado sobre el hecho de que usualmente los que cuestionan la pertinencia actual de la convencional distinción ‘derecha/ izquierda’, distinción política, ideológica y cultural, suelen ser de derechas. Algo similar parece ocurrir con el término ‘neoliberalismo’. Una nota publicada en la página electrónica del Instituto Mises, recurre en esta línea al argumento de que una forma de evidenciar la vacuidad intelectual del término, es que en realidad ‘prácticamente nadie se identifica
del ‘neoliberalismo’ carece de objeto pues ‘nadie’ se reivindica de tal denominación3. La razón del abandono obviamente es el profun- do desprestigio del marbete. Más de 40 años de políticas asociadas a la noción, y los efectos socioeconómicos producidos, han llevado a sus promotores a buscar autodenominaciones alternativas.
Pero muchos tienen una idea al menos aproximada de lo que el término connota. La crisis del keynesianismo en el contexto de los años 70, la incapacidad de las técnicas convencionales para resolver la crisis de bajo crecimiento e inflación, fracaso derivado en buena medida de la internacionalización y del libre flujo de capitales, con la consiguiente pérdida o erosión de las condiciones de apli- cación eficiente de las políticas keynesianas, sirvió de cobertura a las élites políticas para lanzar un ataque frontal contra los salarios, condiciones de vida de los trabajadores y su capacidad de organización y resistencia. Ele- var la tasa de explotación para recuperar la tasa de ganancia. La retirada del Estado de la regulación económica y la agresiva poda (cuasi desmantelamiento, en algunos casos) del llamado estado de bienestar, se combina con un retorno, ideológico o instrumental, a políticas, valores y actitudes conservadoras, incluyendo una fuerte regulación restrictiva de las condiciones legales de los movimientos de trabajadores. Desde Tatcher y Reagan, esta orientación ‘neo’ conservadora se expresa en una combinación variable de aspectos como la defensa de la familia tradicional, el ataque a derechos y libertades sociales o la escenifi- cación de un patrioterismo militarmente agre- sivo, la promoción del nacionalismo cultural (la campaña del english only, en los 80, es una ilustración) y elementos, más bien de fachada, de moral victoriana, hasta el violento ascenso de la derecha cristiana y, no casualmente, de
como neoliberal’. Es decir, el cuestionamiento
2 Harvey, D. (2007). BREVE HISTORIA DEL NEOLIBERALISMO. Ed. Akal. Madrid.
3
Al responsable del artículo se le escapa que, en 1992, M. Vargas Llosa, B. Levine, y P. Berger, publicaron un grueso tomo titulado EL DESAFIO NEOLIBERAL .

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un papado militantemente conservador, con K. Wojtyla4 .
En este desplazamiento neo-conserva- dor radicaría la especificidad de la vertiente neoliberal dominante respecto de la tradición liberal de corriente principal. Una confusión frecuente es asociar liberalismo con apoyo a la democracia como forma política. Pero el registro histórico muestra que los liberales, en su gran mayoría, han albergado fuertes aprensiones, cuando no una actitud de abier- ta oposición elitista, respecto de las formas democráticas de organización. Para no pocos liberales la democracia política es vulnerable a, y ha dado recurrentemente muestras de estar inherentemente inclinada a, lo que denominan ‘populismo’; es decir, ser proclive, particular- mente susceptible a las ‘formas demagógicas’ de actividad política, hecho posible por el re- sentimiento mediocre y el bajo nivel cultural característico de la plebe (el clásico prejuicio aristocratizante de las élites). De ahí la gran resistencia a abandonar el voto censitario, así como la inclusión desde el principio de meca- nismos como una ‘cámara alta’, inspirada en la conservadora cámara de los lores británica, o la renovación solo parcial y en distintos mo- mentos de las asambleas representativas, para
elemental control político democrático5. En pocas palabras, el liberalismo ha estado mar- cado en buena parte de sus expresiones por una notoria desconfianza hacia las instituciones de la democracia formal6 .
Para los liberales, la libertad económica ha estado siempre por encima de la libertades políticas, o la segunda subordinada a la suer- te de la primera, junto a la exclusión de los derechos sociales del concepto de derechos humanos y de los atributos de la ciudadanía; la libertad individual por encima de los dere- chos sociales (sin los segundos, los primeros se tornan retóricos y ornamentales para la gran mayoría), la libertad negativa (ausencia de restricción) por encima de la libertad positiva (las condiciones sociales de posibilidad de los individuos de ejercer efectivamente sus dere- chos y libertades individuales). En síntesis, el liberalismo, en su corriente principal, ha sido una falsa defensa de la libertad individual , subordinada al mecanismo ciego, ‘natural’, del mercado, y la defensa de una falsa libertad , la del mercado y de la propiedad privada de los medios de generación de riqueza, a la cual solo tiene acceso una pequeña minoría.
evitar que coyunturas particularmente agita- das, de polarización social o radicalización política, provocaran vuelcos importantes en el equilibrio de poder y las instituciones. Hay que contar también entre estos mecanismos de prevención de los temidos ‘desbordes’ de la democracia, pese a todas sus constitutivas restricciones formales y delegativas (represen- tación), un poder judicial, una banca central y un ente contralor, colocados más allá del más
4 “Thatcher y Reagan promovieron la misma agen- da reformista: bajos impuestos, reducciones del gasto social, todo el poder al mercado, máxima libertad para la iniciativa privada y constantes restricciones a la actividad del sector público. El estado era, para ambos, el problema, no la solu- ción… Odiaban al intelectualismo y todo lo que éste tiene de elitismo y artificialidad”. Caño, A. (8 de abril de 2013). “La alianza Thatcher-Reagan definió el final del siglo XX”. El País. Madrid.
5
6
El tema del elitismo liberal es discutido en las propias filas: “En nuestro afán por luchar contra el populismo asimilamos todo lo “popular” con aquello que detestamos lo cual genera una con- secuencia nefasta. Hemos perdido la principal batalla: la de la calle. La cultura ha sido regalada por una esencia discriminatoria del liberalis- mo elitista; asco a los pobres”. Encinas, J. (8 de diciembre de 2019) “Por un liberalismo sin elitis- mo”. https://studentsforliberty.org/eslibertad/blog/ por-un-liberalismo-sin-elitismo
En el caso de Costa Rica, el debilitamiento de las instituciones y el renovado protagonismo de las cámaras empresariales, como del grupo corpo- rativo La Nación, están en relación con la pérdi- da de presencia, de capacidad de organización y movilización, de los trabajadores y sectores populares. Los mecanismos informales y los poderes fácticos se imponen a y colonizan los formales, aprovechando una coyuntura en la que una desfavorable relación de fuerzas resta impor- tancia a su función de agregación de intereses y demandas.
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El hecho es que las luchas por las gran- des reformas sociales y políticas de fines del siglo XIX y primera mitad del XX, contaron sin dudas con la participación relevante de grupos liberales (los ‘liberales sociales’), pero fueron sobre todo impulsadas por diversas expresio- nes del socialismo y del movimiento obrero, desde la extensión del derecho de voto hasta los derechos sociales. Estas luchas sociales, que de- mandaron enormes sacrificios, que tuvieron que enfrentar despiadados embates represivos, no pocas veces de gobiernos liberales, finalmente obligaron a las élites liberales a tolerar conce- siones limitadas, que buscaban calculadamen- te contener el desarrollo de los movimientos anticapitalistas y la radicalización de amplios sectores subordinados. De esta manera rendían tributo a la prudente recomendación de Burke: ‘hay que reformar para preservar’…
La diferencia relativa de buena parte de las expresiones neoliberales es el vuelco ‘neo’ conservador. Específicamente en sus versio- nes latinoamericanas, y haciendo a un lado la brutal experiencia de las dictaduras militares, buena parte de los gobiernos surgidos de los regímenes electorales, han combinado políti- cas de retirada del estado, en lo económico- social, con un apoyo en la iglesia católica o en grupos evangélicos, junto a una creciente bonapartización de la institucionalidad, no solo el refuerzo de los mecanismos represivos y de judicialización de la protesta social, sobre todo, el mayor peso y protagonismo de órganos no controlados democráticamente, no respon- sables políticamente. Así, las políticas que han transformado a América latina en la región más desigual socialmente del mundo, se han visto combinadas, en la mayor parte de los casos, con un persistente conservadurismo en materia de valores y normas, junto a un amez- quinamiento de las reglas e instituciones de la democracia formal, tomadas por la derecha liberal/conservadora. La institucionalidad ha agudizado su carácter de trampa para los trabajadores y los sectores populares. Esta es la postura prevaleciente entre las élites (los sectores dominantes). Si en el terreno político-
y determinación de diversos movimientos so- ciales, grandes expresiones de protesta, con participación de sindicatos y movimientos de estudiantes, mujeres, campesinos, ambientalis- tas, población autóctona, lgtbi o la izquierda política, en sus diversas expresiones y pese a su debilidad general.
La multitud de expresiones de lucha so- cial y la magnitud de la resistencia social, en condiciones adversas, incluso de violencia mortal (Colombia, Honduras, Guatemala, p.e.), muestra con rotundidad, contra la peregrina pretensión de ciertos publicistas de derecha, que muchos ya identifican con suficiente clari- dad a que remite el término neoliberalismo, así como los efectos sociales que provoca. No solo en la periferia sino en el capitalismo avanzado, donde los niveles de desigualdad se ensanchan constantemente, desde hace varias décadas. Pero nunca estará de más recordar que
la noción tiene también un respaldo histórico- teórico. Un aspecto decisivo es que, como reconocen historiadores liberales del pensa- miento económico, la teoría economica en el siglo xx experimentó una deriva crecien- temente practicista. Desde Keynes hasta el presente, lo que caracteriza a los discursos teóricos y a las políticas económicas es su inclinación ecléctica y de ingeniería de mer- cado, en el marco del acervo liberal más am- plio. De modo que en la noción y prácticas del neoliberalismo se acomodan de forma poco orgánica elementos provenientes del giro neoclásico-marginalista de fines del siglo xix
(Marshall, Jevons, Menger, Walras), con ele- mentos de la Escuela de Austriaca (von Mises, von Hayek) y, final y destacadamente, con un marco general de actualización aportado por los monetaristas de la Escuela de Chicago (Friedman, Stigler y otros).
En el debate sobre las políticas neo- liberales, un recurso menos frecuente, pero más osado, es poner en cuestión, o minimi- zar, la aplicación del ideario neoliberal en el país. Es difícil imaginar un criterio igual de contrafáctico7. Si bien en la comparación con
social se puede dar cuenta de algunos avances y logros, es debido a los persistentes esfuerzos
7
Marchena, J. (2016). “Rastreando los orígenes del (neo) liberalismo costarricense. La influencia

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otras sociedades de la región, resulta claro que la agenda del Consenso de Washington, hasta hace unos años, no alcanzaba en el país el mismo ritmo y la extensión de aplicación, la afirmación referida resulta sorprendente. Sin necesidad de abundar, en el país se vie- nen aplicando políticas neoliberales en forma consistente, desde los años 80, a partir de la profunda crisis del inicio de la década. Más que medidas de coyuntura, conviene recordar cambios estructurales en el modelo de acumu- lación y crecimiento: fuerte reducción relativa del empleo público; ‘independencia’ del Banco Central (con una Ley Orgánica que impone una concepción más liberal que la de la fed
norteamericana); aumento de más de 10 puntos del índice de Gini, manifestando el enorme en- sanchamiento de la desigualdad en el ingreso y la riqueza; la ley de ‘protección’ del trabajador, orientada fundamentalmente a reforzar el mer- cado local de capitales, creando un gran fondo de recursos a disponibilidad; una política cam- biaria, sostenida por años, de sobrevaluación del Colón, como mecanismo de ajuste y purga de la economía.
Más recientemente, el proyecto de le- galización, no de introducción, de la jornada laboral, denominado por la prensa de derecha ‘4x3’, o más precisamente, 4x12, 12 horas dia- rias, 4 días a la semana, iniciativa presentada y argumentada como de interés para la atracción de inversión extranjera (uno de los dos objeti- vos centrales de la política económica procla- mados por la propaganda neoliberal; el otro sería mantener baja la inflación, la gran justifi- cación en todas partes de los ajustes contra los salarios y los derechos de los trabajadores), en la versión digamos honesta. En la versión cí- nica, se llega a decir que ‘este tipo de jornada permitiría a los empleados atender gestiones y realizar trámites necesarios o urgentes’, o incluso que les permitiría descansar más, estar con la familia o hacer turismo!8. La realidad es totalmente otra. Una jornada de 12 horas, más,
de ANFE como centro intelectual”. Rev. Estudios, 33.
al menos para la mayoría, 2 horas de ida y re- torno del trabajo, más el tiempo de preparación previa a la salida, más las 8 horas recomen- dadas de sueño, le dejarían a los trabajadores, alrededor de 1 hora para todos los efectos domésticos, aparte de un quinto día lastrado por la fatiga física y mental, y que no se puede descartar que también sea laborable, como ya ocurre en aquellos sectores donde la jornada 4x12 ya es practicada. Y esta propuesta viene de sectores que gustan presentarse como de- fensores de la familia (tradicional, claro).
En breve, las políticas económicas neo- liberales remiten a tres componentes funda- mentales: privatizaciones, mediante las cuales se transfiere al sector privado empresas y fun- ciones públicas; desregulación de la econo- mía, derivando a la lógica del mercado amplios sectores del funcionamiento económico (reco- nocidamente, la desregulación financiera, des- empeñó un importante papel en la génesis de la crisis económica del 2008); apertura al mercado internacional y promoción del ‘libre comercio’, ignorando las profundas asimetrías entre los participantes de la economía mundial y el sesgo a favor de los centros metropolitanos de las re- gulaciones comerciales y de flujo de capitales internacionales. Desde aquí se sigue todo un elenco de políticas sectoriales específicas.
Pero el neoliberalismo no se restringe al ámbito de las políticas económicas. Es un modo de gobernar y concebir la sociedad. No es solo un conjunto ya muy identificable de medidas económicas: es el intento de una rees- tructuración social en profundidad, que busca inducir, dirigir, un cambio cultural decisivo, que se vuelque sobre las mentalidades. Y al cambiar las subjetividades, acomodar el sen- tido común, el pensamiento ordinario, y las prácticas, a las necesidades del despliegue, de reproducción, en lo cotidiano, en lo micro, de las estructuras e instituciones promovidas por la concepción neoliberal. Es una operación de ingeniería político-social, un proyecto de trans- formación de la economía y de la sociedad, de neoliberalizacion cultural9. Una prolongada
8
“…el Ministro de Trabajo enfatizó que…” (elmundo.cr, 22 de febrero de 2018).
9
‘La sociedad chilena se neoliberalizo en sus cos- tumbres, valores y aspiraciones’.
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sucesión en el tiempo, el acumulativo proceso de cambios económicos, termina por provocar cambios en la estructura social como tal, reaco- modos, no solo en la relación entre los sectores privilegiados, las élites, y los sectores subor- dinados, los trabajadores y sectores populares, sino al interior mismo de las clases poseedoras. Estos cambios en la estructura social se proyec- tan sobre la esfera política, restando margen a las tradicionales corrientes nacionalistas bur- guesas, o neo-desarrollistas, por ejemplo. Este es uno de los mecanismos que ha socavado a la socialdemocracia europea. El recorte de capacidades reguladoras del Estado, a lo inter- no, y la igualmente desregulada, ‘desbocada’, internacionalización, explican en buena parte la relativa pérdida de eficacia de las políticas keynesianas (pensadas sobre todo para el nivel del Estado ‘nación).
Los cambios en el orden económico, la acumulación de contra-reformas, los efectos acumulados de las medidas de corte neolibe- ral, la neoliberalizacion del clima cultural, y cada vez más, la bonapartización de la ins- titucionalidad, crean condiciones, favorecen o directamente promueven reverberaciones en lo político y en la estructura social, en las instituciones, en la cultura política, en el sen- tido común, en las subjetividades políticas. Desde un punto de vista objetivo, las políticas reformistas, el más timorato ‘progresismo’, se enfrentan a un contexto que desfinancia, im- pone obstáculos legales, institucionales, hasta constitucionales, recorta recursos y erosiona eficacia; y, sobre todo, desde el subjetivo, se instala en el sentido común una percepción-re- presentación acerca de la falta de racionalidad técnica de las alternativas a la visión neolibe- ral, rotulándolas de ideologismos anacrónicos. Este aspecto, la saturación naturalizante del clima ideológico-cultural, es siempre un as- pecto crucial en la dinámica de la vida social, y para las opciones efectivamente disponibles, o percibidas como razonables, que en determi- nado momento se presentan al pensamiento or- dinario y las actitudes-comportamientos de los individuos. La saturación del clima ideológico busca remodelar el sentido común y da lugar a un formidable obstáculo político, dificultando
el avance de la conciencia social de clase de los explotados y oprimidos.
GIRO AUTORITARIO
En este marco social general, de en- sanchamiento de la desigualdad social, de de- terioro social, en particular de dificultades crecientes para los sectores medios e inferiores de la ‘clase media’ asalariada (elemento que en algunos casos ha incidido en forma espe- cífica en la dinámica de los acontecimientos), tendencia que, con altibajos y distintos ritmos, se viene desarrollando desde los años 80, pero que vuelve a acelerarse desde la crisis de 2008, asistimos a la irrupción y ascenso de movi- mientos y partidos políticos de ultraderecha y derecha conservadora, en distintas sociedades y regiones, desde Brasil y Filipinas hasta la mayoría de los países de Europa occidental y Rusia, incluyendo claro a Trump en eeuu . Acá hemos tenido una expresión de ello en las elecciones de 2018, y sobre todo en el despla- zamiento a la derecha de todo el espectro po- lítico. El ascenso de la derecha conservadora, en sociedades tan distintas y distantes, es por sí mismo un indicador general y un síntoma de crisis en el orden social global.
Se multiplican los elementos de crisis en el capitalismo contemporáneo. Junto a los problemas de inestabilidad recurrentes y de bajo crecimiento económico (riesgo de es- tancamiento secular), de deterioro social, los fenómenos derivados del cambio climático, las crisis sanitarias y gripes pandémicas de los úl- timos 20 años, la multiplicación de conflictos político-militares que se prolongan indefinida- mente, los impactos negativos sobre el empleo y los trastornos y reacomodos sociocultura- les derivados de o inducidos por acelerados cambios tecnológicos, los flujos migratorios descontrolados producidos por condiciones socioeconómicas extremas, conflictos o por la simple ilusión de encontrar mayores y mejores opciones en países de capitalismo avanzado o intermedio, el incremento de la rivalidad entre distintos centros de poder y sus intereses geopolíticos, los desencuentros en la coali- ción de Estados por décadas encabezada por
eeuu, los nuevos fenómenos culturales que

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se vinculan de manera no intencionada con la tendencias fundamentales de despliegue del capitalismo internacional, cambios cul- turales que recorren el mundo entero y que, en el marco más general de inseguridad e incertidumbre, producen o refuerzan tensio- nes, temor, miedo, hasta rechazos fóbicos (y movimientos irracionalistas: terraplanistas, antivacunas, ambientalismo primitivista, des- industrializador y antitecnológico, nativismo o nostalgia neorromántica por el pasado, etc.), alimentando de vuelta a los movimientos de derecha conservadora.
Estos y otros elementos de crisis en el orden social internacional, contribuyen en forma determinante a lo que algunos han lla- mado ‘la derechización rampante que vive el mundo’. En realidad, el ascenso de la ultra- derecha se da en el marco de una gran po- larización social, en el cual movimientos y luchas sociales impulsadas por diversos sec- tores sociales populares, entre ellos el siempre decisivo movimiento de los trabajadores, salen a enfrentar los viejos y nuevos desafíos. De Francia a Chile, las huelgas (en educación, au- tomotrices, fast food, etc.) y otros movimientos sociales en eeuu (black lives matter, mujeres, inmigrantes y minorías étnicas, universitarios contra la montaña de deudas, etc.), así como conflictos en muchos otros lugares, muestran que estamos ante un encrespamiento de luchas y enfrentamientos por la definición del futuro. En ese marco, se hace imprescindible entender los fenómenos que apuntan a o ame- nazan con impedir avances y provocar retro- cesos sociales que empeoran la relación de fuerzas y producen olas de escepticismo, de confusión y desmoralización/desorganización de la resistencia social. El fortalecimiento de sectores de ultraderecha o derecha religiosa, estimula o directamente produce desplaza- mientos en lo político-institucional que corres- ponden a lo que se puede caracterizar como un ‘giro autoritario’, que lleva a retrocesos en libertades y derechos democráticos, en ya muy restringidas ‘democracias formales’. De Brasil a El Salvador, de Guatemala a Chile, en EEU o Europa, Rusia o Filipinas, cada uno con sus más o menos llamativas particularidades,
asistimos ya hace algunos años a un reforza- miento de los mecanismos de control social coercitivo. La dominación se mueve siempre en una relación variable entre los recursos de construcción de consenso hacia los subordina- dos y la coerción, que va de los mecanismos normativos/institucionales de constreñimiento, hasta el directo ejercicio de la violencia, o la mera amenaza de su empleo. La base del orden social es la fuerza, pero esta necesita algún grado/forma de legitimación institucio- nal-ideológica, variando de lo trascendental- providencial hasta lo legal-racional.
En la perspectiva del análisis convencio- nal, vivimos en ‘democracias representativas’. Desde un punto de vista más crítico, lo que hay es una institucionalidad que formaliza y protege el orden social imperante (una trampa para los subordinados), consagrando intereses y privilegios, con órganos decisivos cada vez más aislados de los controles democráticos elementales y supeditados a los poderes fác- ticos, dotada de mecanismos orientados a re- producir los marcos ideológicos que producen hegemonía. Una institucionalidad que funciona como una trampa para las aspiraciones y mo- vimientos sociales que cuestionan en forma significativa el orden social, en su conjunto o en aspectos claves del mismo. Una insti- tucionalidad que opera como un formidable obstáculo para las expresiones político-sociales que expresan la aspiración a cambios de fondo en el orden social, y que se ha ido dotando de múltiples recursos a fin de neutralizar incluso la más inofensiva de las variantes ‘progresis- tas’. Obstáculos, no imposible, pero sí muy difíciles de remontar. A esta institucionalidad pertenecen los regímenes políticos electorales, controlados por élites sociales, gestionados por un personal político apoyado en una capa tecnoburocratica, en las condiciones del capi- talismo periférico, con el apoyo de los grandes medios de comunicación, sometidos al poder de grupos económicos altamente concentra- dos; es decir, formas político-institucionales con márgenes de autonomía respecto del poder económico-social más bien precarios.
Los regímenes políticos en Latinoamé- rica han tenido históricamente, en general,
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un fuerte carácter excluyente, dominados por oligarquías en las que concurren fracciones tradicionales y sectores vinculados a los dis- tintos momentos de los procesos moderni- zadores. Los reflejos represivos han estado siempre presentes, y las salidas de dominante coercitiva estaban siempre disponibles para conjurar momentos de alza de las luchas socia- les. La relativa estabilización en las últimas 3 décadas de los regímenes electorales, tras los diversos triunfos de la imponente movilización contra las dictaduras, al acompañarse de la aplicación de las políticas neoliberales, incluyó una tendencia a la paulatina incorporación de elementos restrictivos, de reforzamiento de los arreglos institucionales coactivos (normas legales e instrumentalización de un poder ju- dicial no sometido a control democrático) que permitieran implementar las contra-reformas económico-sociales, mediante el debilitamien- to institucional-legal de la capacidad de resis- tencia social.
En breve, la aplicación de políticas neoliberales lleva tarde o temprano al refor- zamiento de los dispositivos de control, en ge- neral, y también a los coercitivos, en la medida que las reformas ensanchan la brecha social y por tanto provocan malestar y crean condi- ciones para el desarrollo de la protesta social. Los avances contra el derecho de huelga, el continuo debilitamiento de los sindicatos o el desconocimiento del instrumento de la con- vención colectiva, el conjunto de medidas que activamente buscan limitar la capacidad de resistencia y organización de los trabajadores, constituyen la mejor expresión de ello10 .
Pero el embate autoritario necesita le- gitimarse, necesita construir consentimiento político para poder sostenerse. Tom Bottomore
10 A esto habría que sumar la ideología que contra- pone la noción de ‘nuevos movimientos socia- les’ a las ‘viejas’ o ‘tradicionales’ formas de organización, el movimiento de los trabajadores, por supuesto, promovida por intelectuales ‘pro- gresistas’. Discurso particularmente nefasto en tanto que contribuye a mantener y profundizar la separación y el extrañamiento entre los distintos sectores explotados y oprimidos, apoyado en un particularismo metafísico.
hacía notar, sin alcanzar a dar del todo una hipótesis interpretativa, que buena parte de los sectores que más se habían beneficiado del estado benefactor británico en los años de la postguerra, votaban con amplia mayoría las políticas de desmantelamiento de Tatcher, en los años 8011. El problema planteado hoy es cómo entender el hecho de que importantes sectores de la población, trabajadores y sectores medios asalariados, logren ser convencidos de votar a la derecha neoliberal, o a la ultradere- cha conservadora, un comportamiento que más temprano que tarde se revelará como un actuar contra los intereses que se derivan de la propia condición social y su posición de clase. En las condiciones hoy predominantes de organiza- ción de la forma política de la dominación bajo el capitalismo, periférico en particular, la apli- cación de las políticas neoliberales impone una tendencia al reforzamiento de los dispositivos autoritarios, pero también y sobre todo operan mecanismos de construcción de consenso ideo- lógico/consentimiento político hacia los subor- dinados. El giro autoritario se apoya en ambos aspectos, construcción de consenso y coerción, legal o represiva.
Las políticas neoliberales no consisten solo en ni se limitan a medidas estrictamente económicas. El proyecto neoliberal, tanto en sus formulaciones discursivas como en sus en- sayos prácticos, es bastante más que economía teórica y política pública, no es solo un elenco de políticas económicas, es todo un modo de gobernar y de concebir la sociedad12; es el in- tento de promover una reestructuración social en profundidad, que busca nada menos que provocar, inducir, un decisivo cambio cultural y en las mentalidades. Quiere cambiar la sub- jetividad, remodelar el sentido común, como condición para la construcción de un consen- timiento político duradero. La colonización de
11 Marshal, T. H. y Bottomore, T. (2004). CIUDADANIA Y CLASE SOCIAL. Ed. Losada. Buenos Aires.
12 En una entrevista en la revista Women´s Own en octubre de 1987, la señora Tatcher decía “there is no such thing as society. There are individual men and women, and there are families”.

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la subjetividad sumida en la pseudoconcreción, arrojada en la inmediatez, de gruesos sectores de la población, es un elemento decisivo del salto autoritario. En breve, la reorganización neoliberal de la economía se proyecta a la es- tructura social y al campo de la cultura, y de ahí a la educación y las universidades públicas. Pero el avance de las concepciones neo- liberales en imponer una definición de la rea- lidad, en instalarse en el sentido común de amplios sectores sociales, no puede explicarse exclusivamente, ni siquiera principalmente, en base a ingeniosas y sofisticadas campañas propagandísticas. Los enormes y variados re- cursos de los intereses dominantes requieren para alcanzar eficacia significativa apoyarse en condiciones objetivas y subjetivas previas propicias. Y esta es la cuestión decisiva. Una coleccion de circunstancias se articula para producir condiciones de conjunto que hacen a sectores anchos de la población, de la clase media asalariada y pequeña propietaria, de barrios urbanos populares, concentraciones depauperadas o zonas rurales, susceptibles a los discursos neoliberales, con o sin elementos conservadores.
En una primera aproximación, la combi- nación de deterioro social, específico en cada sector social y de clase, y pérdida de credibi- lidad de las instituciones y el sistema político- partidario, tiende a sacudir los patrones de conducta política de gruesos sectores de la po- blación. El deterioro social de importantes sec- tores de trabajadores y clase media, asalariada o pequeña-propietaria, produce un creciente malestar y descontento, que por su vez, tras una cierta acumulación de experiencias nega- tivas (gobiernos de partidos por mucho tiempo mayoritarios incapaces de revertir el deterioro y su percepción, gobiernos aplicando políticas claramente opuestas a sus posiciones y ofertas de campaña, sonados escándalos de corrup- ción, respuestas represivas a los movimientos de protesta y reclamo, notorios casos de simple incompetencia, etc.), se trueca en progresiva deslegitimación y pérdida de confianza en las instituciones. En estas circunstancias, el siste- ma político y de partidos establecido comienza a experimentar elementos de crisis, se agrietan
y pierden eficacia los dispositivos ocupados en la producción de lealtad hacia el ordenamiento socio-institucional, lo mecanismos institucio- nales e ideológicos de construcción de consen- timiento político, en las condiciones ya de por sí relativamente frágiles (instituciones débiles, en diversos grados) del capitalismo periférico. Las lealtades más o menos tradicionales co- mienzan a romperse, y se abre espacio para el surgimiento y desarrollo de nuevas opciones políticas (o que parecen serlo).
La pérdida de confianza y creciente des- legitimación del arreglo institucional, expe- rimenta una vuelta de tuerca adicional con el rotundo fracaso (de unos) y las grandes difi- cultades (de otros) de los gobiernos llamados progresistas (neo-desarrollista, nacional-popu- lares, etc.). Las grandes expectativas levanta- das por Chaves, Lula, Morales o los Kirchner, en la región, y también Syrisa y Podemos, o incluso Obama, más allá, se cambiaron en di- versos niveles de desencanto y una sensación de frustración general. En las condiciones del capitalismo contemporáneo, no solo periférico, pero con más razón en este caso, los proyectos reformistas enfrentan obstáculos formidables, desde un punto de vista fenoménico-empirista (el ‘nuevo ciclo’ progresista lo confirma). En realidad, los obstáculos son estructurales, in- salvables si se tiene como referencia los aná- lisis más sólidos de la lógica del capitalismo tardío. De Mandel a Wallerstein, resulta claro que los proyectos empeñados en encontrar una vía de desarrollo capitalista autónomo, están condenados al fracaso. Sometidos a un entorno hostil y a operaciones de aislamiento, enfren- tarán una sofocante presión de los centros de poder económico y político internacionales, aparte de la furiosa actividad de sabotaje de los grandes grupos económicos y las élites locales, con la inestimable contribución de los grandes medios de comunicación, corporativa e ideológicamente vinculados a los intereses dominantes.
Más allá de sus grandes e insuperables (auto)limitaciones, estos gobiernos y expe- riencias, expresión deformada de los avances en los procesos de lucha contra las políticas neoliberales, dieron como resultado, cada uno
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a su manera, conquistas importantes. Renacio- nalización de sectores importantes del aparato productivo, condición para fortalecer la capaci- dad de inversión del Estado y los mecanismos internos de acumulación de capital, políticas de industrialización, fortalecimiento del mer- cado interno de consumo, productivo y do- méstico, incremento del gasto social, así como una limitada y contenida modificación en la relación de fuerzas con los sectores dominan- tes, favorable a los sectores populares, que jus- tamente permitió avanzar en algunas reformas. Hubo, según los casos, gran recuperación de crisis profundas, significativa reducción de la pobreza, crecimiento económico, aprovechan- do la coyuntura en los mercados de materias primas, incluso pequeñas mejorías de la distri- bución del ingreso, etc.
Todo eso es conocido. Finalmente, por distintas vías, y con el oportuno marco de la crisis económica internacional del 2008 y sus desarrollos, los mercados financieros y las élites locales, junto a una buena cuota de desaciertos y torpezas propias, los proyectos progresistas terminaron por entrar en declinio, perdiendo buena parte de su sustento político. Poniendo entre paréntesis las importantes par- ticularidades (las políticas de Rousseff cons- tituyen un modelo de autosocavamiento), el ocaso de los gobiernos ‘progresistas’ significó una enorme frustración para sectores muy extendidos de la población que les habían pres- tado un fuerte apoyo. Las grandes expectativas y el enorme entusiasmo, sostenido por casi una década, termino en distintos grados de frustración, paulatina o abrupta. La situación es fluida, los gobiernos de derecha neoliberal no resuelven nada, no pueden, incluso profun- dizaron las crisis o crearon nuevas tensiones (Macri, Bolsonaro), lo cual permite entender el nuevo vuelco en la situación y sus propias inestabilidades. Pero las relaciones estructura- les permanecen, más allá del acaecer pendular. En breve, el fracaso y la frustración,
en distintos niveles, provocada por lo que po- dríamos llamar la década ʻprogresista’, suma un elemento decisivo para entender la ero- sión de la credibilidad en el sistema político. Todo esto por supuesto en el marco del gran
retroceso en la conciencia social, de clase, provocado por el derrumbe final de los expe- rimentos post-capitalistas, burocráticamente deformados.
Este escenario se presenta como condi- ción de posibilidad para el ascenso, con distin- tos grados de éxito, de las corrientes políticas y los discursos conservadores, laicos o de la derecha religiosa. De manera diferenciada, sectores de clase media asalariada y pequeña propietaria, trabajadores de distintos niveles de capacitación, sectores populares en general y contingentes depauperados y marginados (migrantes pobres), son empujados a situacio- nes que los tornan susceptibles de acoger los elementos básicos de las campañas conserva- doras: xenofobia, nacionalismo (el nacionalis- mo cultural se propaga rápidamente en muchas sociedades del capitalismo avanzado), conser- vadurismo moral o aversión al cosmopolitismo. Una expresión particular es el avance
de las corrientes pentecostales, muy notorias en las periferias, obreras y/o marginales, de las ciudades latinoamericanas, y que desde esta implantación intentan avanzar hacia otros es- tratos sociales (el llamativo caso de la Iglesia Universal del Reino de Dios, surgida en Brasil). No cabe duda de que la marginación social y los efectos culturales asociados, son datos clave para la implantación del pentecostalismo. La relativa desestructuración social de las zonas urbano-periféricas, el mundo de la pobreza, del desamparo social, de los (que se perciben como) despreciados por ‘la sociedad’ (todo aquello que desborda su mundo de vida cotidiana), de la vida casi del todo sumida en la inmediatez de la pseudoconcreción (Kosik), los efectos culturales y psicológicos disfuncionales (los elementos lumpen), los valores y códigos específicos que se propagan y la fragmentación de la persona- lidad en situaciones socialmente degradadas; el reino de la necesidad en su expresión más dramática, en las condiciones contemporáneas; todo ello, ofrece un campo por demás propicio para la prédica y la actividad de los grupos neo- pentecostales o carismáticos.
La atomización social, en tiempos de deterioro socioeconómico, profundiza la frag- mentación de la subjetividad, e impulsa a la

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lucha por salidas individuales o particulares, que de vuelta agravan el debilitamiento de los vínculos relacionados con la solidaridad de clase. Una vez que incluso las opciones ‘pro- gresistas’ fracasan, solo queda el retorno a lo tradicional, el repliegue en lo afectivamente constituido. En una situación percibida como de ‘malos tiempos’, la gente normalmente bus- cará refugio en aquello que parezca ofrecer algo de seguridad, y en lo más cercano emocio- nalmente (esto, siempre en el marco del retro- ceso de las luchas sociales y la despolitización). Las fracturas sociales derivadas del curso neoliberal, junto al agostamiento de las instituciones que normalmente canalizan las demandas y expectativas, procesando los conflictos, sometiéndolos a negociaciones que terminan construyendo consentimiento polí- tico, abren espacio a los discursos conserva- dores y al impulso autoritario. La inseguridad del presente y la incertidumbre del futuro, en el marco de la crisis del proyecto emancipato- rio, predisponen a gruesos contingentes de la población a considerar la transacción de los ya magros márgenes de libertad por ilusiones de seguridad.
En este marco podemos incorporar un tercer elemento: los grandes y acelerados cambios culturales, de tono cosmopolita, que acompañan, son funcionales y contribuyen a (re)producir el proceso general de mundializa- ción capitalista. Rasgos y elementos culturales, novedosos o preexistentes, que se amalgaman o semiarticulan en el proceso de la reestructu- ración dinámica del capitalismo internacional, la economía-sistema mundo. Esta dimensión cultural, relativamente autónoma, que se mueve según (dentro de ciertos límites, que pueden ser bastante amplios) su propia lógica, surge las más de las veces en el centro capita- lista y se irradia hacia las periferias. Lo cual quiere decir que en las sociedades centrales es un producto del proceso de conjunto, más allá de las tensiones que inevitablemente provoca, pero en las periferias sobreviene desde fuera, chocando con y desequilibrando las estabilida- des dinámicas prevalecientes.
En las sociedades del capitalismo peri- férico las impactantes olas del cambio cultural
producen dislocamientos más o menos rele- vantes, en tanto son recepcionados de manera diferenciada por las diversas fracciones y sec- tores de clase y demás categorías sociales13 . Las reverberaciones en la macro y microsub- jetividad producen en algunos casos notorios cambios en los comportamientos, actitudes, expectativas y modos de ser y hacer, etc. Tras- tocan estructuras mentales, usos y costumbres, códigos y pautas, tradiciones e instituciones, creencias y prejuicios, largamente estableci- dos, que además fungen de soportes tangibles e intangibles de elementos básicos y decisivos del orden social, de la dominación, y del sen- tido común correspondiente. Cambios resis- tidos porque han sido producidos por fuerzas no controladas por el propio individuo o las colectividades. En condiciones de creciente vulnerabilidad, real y percibida, el individuo y el grupo pueden enfrentar miedos primarios. Miedo a la pérdida de estructuras establecidas, de pautas prescritas, soportes incorporados de la vida cotidiana, que producen sentimientos de seguridad, y que se ven amenazados, sin que despunten opciones accesibles o conforta- doras. Cambio cultural cosmopolita que altera y trastorna redes de significantes que dan sen- tido y permiten orientarse en el mundo social, más allá del ámbito de la vida cotidiana.
Las ondas de cambio cultural acelerado producen sorpresa, asombro, desorientación, perplejidad, temor. Trastocan y empujan al ocaso instituciones y creencias socialmente constrictivas por mucho tiempo incuestiona- bles; pero en las condiciones de inseguridad e incertidumbre, y esto es lo que interesa resaltar, generan reacciones de rechazo, miedo. Las ‘miserias del presente y angustias del porvenir’,
13 Los elementos del cambio cultural contempo- ráneo se correlacionan con los hondos cambios sociales inducidos por el proceso de creciente internacionalización capitalista y las innovacio- nes tecnológicas asociadas. Una de las formas de manifestación de las contradicciones funda- mentales del capitalismo es la tensión entre la dinámica objetiva al cosmopolitismo frente a la promoción política y cultural del nacionalismo. Lo que define al capitalismo es su carácter con- tradictorio (Engels-Marx).
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son asociadas por los sectores conservadores al fantasma de sociedades abiertas, secularizadas, diversas y relativistas, promoviendo el refugio en lo familiar, en lo afectivamente constituido, en lo tradicional. La inseguridad y la incerti- dumbre producen sentimientos de impotencia, falta de control, abandono y vulnerabilidad, combinándose con resentimiento y frustración, que se traduce en temor a lo nuevo, a lo dife- rente. Así se refuerzan los elementos de triba- lismo y el prejuicio. El primero funciona como un mecanismo defensivo, de las estructuras mentales y sociales que nos aportan una sensa- ción de familiaridad y seguridad, en los hábitos comunes. El segundo permite canalizar hacia los ‘otros’, los ‘forasteros’, los ‘raros’, la fuente de la amenaza. El prejuicio estereotipa, genera- liza acríticamente, incluso contra la evidencia más cotidiana, los individuos seleccionan de manera sesgada su información sobre el grupo que hace de chivo expiatorio, lo cual permite ‘confirmar’ reiteradamente la imagen estableci- da. Buscando respuestas para la situación y las amenazas, son inducidos a asociarlas con esos ‘otros’ amenazantes, que en realidad son vícti- mas, también y sobre todo ellos (migrantes, po- bres, grupos discriminados, jóvenes de aspecto no convencional), o incluso, activistas sociales empeñados en construir salidas progresivas a la situación.
En breve, los cambios culturales acen- tuados y acelerados, en general, son recibidos con aprensión y provocan cierta resistencia. Es un mecanismo adaptativo, con valor de supervivencia. Si nos abriéramos desaprensi- vamente al cambio, nos pondríamos en una situación de peligrosa exposición. Lo nuevo, en general, tiene que ser puesto a prueba, tiene que exhibir su valor de verdad, su practici- dad/utilidad. Eso, en general. En el contexto de un incremento inusual de las sensaciones de inseguridad e incertidumbre, producto de prolongados procesos de deterioro e inesta- bilidad social (combinado con la crisis del proyecto emancipatorio), los grandes cambios culturales pueden llegar a ser percibidos como directamente amenazantes, o ser manipulados en el sentido de producir formas de rechazo fóbico, irracional, al menos en sectores de la
población. ¿Cuáles serían las condiciones ne- cesarias para que tales sensaciones y estados emocionales consigan extenderse lo suficiente como para producir efectos y reacciones so- ciales significativas?
Un elemento político-subjetivo pero con peso objetivo en la realidad, es la dinámica de las luchas sociales, de la lucha de clases. Una sucesión de derrotas de las luchas y movimien- tos sociales, en un lapso temporal de cierta prolongación, en la medida en que se traduce en desorganización, tiende a producir des- moralización y escepticismo. Es el caso entre nosotros. Desde la gran experiencia social del movimiento contra el tlc, arrancando en el 2004 y culminando con la gran movilización social del referéndum, que pese a conseguir un notable resultado electoral de 48.5%, fi- nalmente constituyó una derrota política, los trabajadores y los movimientos sociales han soportado una serie de derrotas, que han debi- litado su capacidad de resistencia. Fenómeno diferenciado, evidenciado con más fuerza allí donde las conducciones burocráticas mantie- nen un control poco amenazado, sin embargo, poco a poco, ha ido extendiéndose por los distintos sectores. Uno de particular relevancia político-simbólica, el movimiento estudiantil universitario. Resulta innecesario abundar en la historia del protagonismo de la juventud universitaria en las luchas sociales no solo en el país sino en toda Latinoamérica. Frecuen- temente punta de lanza de las más diversas expresiones de la protesta y el reclamo social, el debilitamiento del movimiento de la juven- tud estudiantil le resta empuje, determinación y radicalismo a las expresiones de protesta. No es este el lugar para explorar las causas de este reflujo, pero no cabe duda de que a las conducciones de las federaciones estudiantiles de los últimos 10 años corresponde una buena cuota de responsabilidad. Pero el fenómeno se reproduce, con igual o menor profundidad, en otros sectores.
Este retroceso relativo pero importante de la capacidad de resistencia social, junto a los fenómenos de desmoralización y escepti- cismo a que da lugar, produce despolitización, fragmentación y dispersión, en ciertos sectores.

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El estado de malestar no desaparece, pero tien- de a expresarse como resentimiento, el cual puede dar lugar a formas airadas, incluso ex- plosivas, de manifestación del descontento, pero episódicas e inconexas, que por tanto se traducen en nuevas derrotas o logros rápida- mente anulados. Se da entonces una situación paradójica, gran malestar y descontento, un estado de ánimo que en cualquier momento puede abrir el camino para una recomposición de la disposición de activación social, pero que mientras dura alimenta en extensos sectores sociales salidas individuales y particularistas. En este análisis aflora la complejidad social, dinámica, cambiante. A todo lo ante- rior se agrega otros dos factores de carácter digamos estructural. Primero, el hecho de que el movimiento histórico del capitalismo, que incorpora elementos de distintas esferas y ni- veles, de lo macro a lo microsocial, produce una creciente diferenciación social. Mucho se ha escrito sobre la forma en que el capitalis- mo crea incesantemente nuevas necesidades, revoluciona la estructura de las necesidades humanas, modificando incluso el concepto his- tórico y cultural de las mismas (por supuesto, el orden burgués está lejos de poder satisfacer, para la mayoría de la gente, las necesidades que su propio movimiento crea, como conse- cuencia colateral de la persecución competi- tiva de la mayor tasa de ganancia posible; el sistema está en función no de la satisfacción de necesidades, sino de la atención de la demandad solvente). Pero la multiplicación de las necesidades, y de los objetos y servicios que permiten atenderlas, es solo una parte de la diferenciación social. El desarrollo compe- titivo de la acumulación de capital, induce a abrir nuevos sectores y ramas de la produc- ción, curso que se da en tensión dialéctica con desarrollos tecnológicos e innovaciones organizacionales. La diferenciación del entra- mado productivo lleva a una correspondiente diferenciación y complejización social, que se hace observable en el desarrollo de distincio- nes adicionales del tejido social, sectores de clase y categorías sociales emergentes o que alcanzan una relevancia inédita. El aspecto por mucho más relevante, en las últimas décadas,
es la masiva incorporación de las mujeres al mercado de trabajo y a la actividad económi- ca extradoméstica, en general. Tendencia que por su vez repercute en distintas direcciones y niveles de lo sociocultural; es un fenómeno de repercusiones sistémicas.
El punto es que la gran diferenciación social de los últimos 40 años, por un lado, extiende la asalarización del trabajo (la prole- tarización), refutando sin apelaciones a quienes hace no tanto anunciaban ‘el adiós al traba- jo’14, el ‘fin de la centralidad del trabajo en el mundo capitalista contemporáneo’ (hoy, más de 4mil millones de personas dedican alrededor de 80% de su vida activa, la ‘vigi- lia’, a actividades relacionadas con el trabajo); por otro lado, tal extensión se ha dado con un gran aumento de su complejidad, heterogenei- dad y segmentación (Antunes), que introduce grandes diferencias en tipos de actividad, re- muneraciones, cantidad y cualidad del con- sumo, niveles y entorno cultural, segregación socioespacial, estilos de vida, autopercepción, expectativas y condiciones de vida cotidiana, entre los trabajadores. Por un lado, crea las condiciones objetivas para la extensión de la solidaridad de clase; por otro, dificulta prácti- camente su construcción.
El otro elemento de efectos estructura- les es el resultado acumulativo del prolongado período de hegemonía neoliberal. La paulatina aplicación de medidas neoliberales inevita- blemente termina por provocar cambios en la estructura de la sociedad. Por su vez, estos cambios socioestructurales favorecen, orientan, ajustes en el clima ideológico-cultural, valores y códigos normativos, que constituyen el ám- bito de socialización de los individuos. Así se van moldeando las subjetividades integradas o integrables. El creciente peso local de corpo- raciones e intereses de los países metropoli- tanos, la vinculación de los principales grupos económicos locales con el capital extranjero,
14 Gorz, Habermas, Rifkin y otros, con sus varia- ciones y puntos débiles y fuertes sobre el tema. Ver los trabajos de Ricardo Antunes, en par- ticular ¿ADIOS AL TRABAJO? Ed. Antídoto, Buenos Aires, 1999.
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pérdida de peso social y político del empre- sariado autónomo grande y mediano local, en particular del sector productivo tradicional, el hecho de que el modelo de acumulación y crecimiento se orienta hacia el exterior y las exportaciones, perdiendo cada vez más impor- tancia el mercado de consumo interno y la pro- ducción local sustitutiva de importaciones, etc., induce modificaciones en todo el tejido social y en la dinámica de lo político, con cambios co- rrelativos en la macro y microsubjetividad, en el clima cultural y las mentalidades.
Los cambios en la estructura relacional, en la dialéctica de relación y estructura, pro- voca cambios en la dinámica social. El incre- mento de la desigualdad social y su creciente visibilización en términos de posición de sta- tus, las modificaciones de la cultura de consu- mo, tendiendo a resaltar el consumo simbólico y los marcadores de posición social, todo ello asociado con la desenfadada exhibición de los signos externos de lo convencionado como ‘éxito’, contribuyen a configurar una atmos- fera cultural que promueve el individualismo ético-social. La multiplicación de las tensiones sociales, y los conflictos asociados, empujan a los individuos y a sectores sociales enteros a conductas escapistas relacionadas con el
efecto analgésico del consumismo15. (Hay una
15 Individualismo y cultura de consumo. La rees- tructuración social neoliberal alienta el repliegue en lo privado, doméstico o ‘público’ mercantil (grandes centros comerciales), y la desconfianza/ retirada de lo público. La mercantilización de los términos de la convivencia y de la cultura por el neoliberalismo apologiza lo privado contra lo público, rompiendo la dialéctica de lo social. En una primera aproximación, lo público es el lugar del ciudadano, del sentido de comunidad, del interés general; lo privado, el del consumidor, de los intereses particulares, de la competencia descarnada y del egoísmo ‘racional’. Ya alertaba Hegel sobre la escisión que la nueva sociedad abría entre la existencia privada y la pública comunitaria, la ‘moralidad’ y la ‘eticidad’, la ‘sociedad civil’ y el Estado, entre el individuo privado y la universalidad concreta de lo público. Para Hegel se trata de superar la noción indivi- dualista de libertad, la libertad ‘negativa’, para alcanzar el verdadero concepto de libertad, que solo puede realizarse en la comunidad.
diferencia decisiva entre el consumo como mo- mento de disfrute, momento de subjetivación del objeto-producto, de que habla Marx en la “Introducción” de 185716, y el consumismo como ideología y practica alienante.).
El punto es que el malestar social, y su expresión individual, íntima, en el marco de la despolitización y el escepticismo, alientan con- ductas de repliegue en la intimidad, de retirada de lo público y refugio en lo privado-domésti- co. La generalizada sensación de incertidum- bre, el debilitamiento de los lazos sociales amplios y un clima cultural que promueve activamente el individualismo y la búsqueda privada de salidas, inclina también a actitudes cínicas (en el sentido hoy común del término, desconfianza sarcásticamente expresada en la sinceridad y honradez de otros en el entorno social, como en el técnico: el Cinismo clásico, como escuela de pensamiento y forma de vida, buscaba darle respuestas individuales a la in- certidumbre). Se trata evidentemente de una actitud defensiva. Y que se diferencia según la posición social-de clase.
Entre sectores de clase media, se ma- nifiesta como una resuelta retirada a los in- tereses privados. Los sectores medios, por ingreso, estilo de vida e identidad subcultural, han experimentado una fuerte presión, y, una parte, abierto deterioro, en el marco de la época neoliberal. Percibiéndose como asedia- da, un sector significativo se decanta, en el plano político, por opciones de la derecha neo- liberal, recurriendo a lo que periodísticamente se ha denominado ‘votar con el bolsillo’. La angustia provocada por las crecientes dificul- tades para mantener la posición social, en par- ticular de los hijos, lleva, con cada vez mayor
16 Marx, K. (1978). CONTRIBUCION A LA CRÏTICA DE LA ECONOMIA POLITICA. Ed. Alberto Corazón. Madrid. “…y finalmente, en el consumo el producto desaparece del movimien- to social, se convierte directamente en objeto y servidor de la necesidad individual y la satisface con el disfrute…. En la producción el sujeto se objetiva; en el consumo el objeto se subjetiva” (p. 233). El consumo como momento del disfrute se distancia de todo ascetismo (incluyendo el de cierto ‘progresismo’).

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frecuencia, a actitudes y comportamientos que subrayan, casi obsesivamente, las preo- cupaciones con la seguridad, incluso si eso amenaza con ir en detrimento de los márgenes de libertad. En San José, en los residenciales de clase media, los costos de la seguridad tie- nen un peso no despreciable en el presupuesto doméstico: guardas, barreras, casas enrejadas, murallas, más que muros, portones, verjas, cadenas, alambre ‘navaja’, electrificado de cercas, alarmas, cámaras, privatización de lo público, cercado de los parques, traslado de la tradicional vivienda al esquema de condo- minio cerrado. Neurosis fóbica, diría Freud, y obsesión con la seguridad.
La neurotizante preocupación con la (in)seguridad, la real y la representada, lleva a considerar razonable opciones de encierro y separación respecto de ‘los de afuera’. Como efecto, el tapiado obstruye (casi) completamen- te la vista hacia fuera, produciendo una situa- ción de aislamiento, de reducto, y una ilusoria sensación de protección. Resulta inevitable que la alteración emocional y cognitiva que resulta, en diversos grados, de esta conducta, se pro- yecte, con mediaciones diversas, al campo de lo político. Para la ‘clase media’ atemorizada la solidaridad es un lujo propio de tiempos de desahogo, tiempos cuyo recuerdo es cada vez más difuso17. La prioridad son los hijos y su futuro. En cuanto a los ‘perdedores’ del neoli- beralismo, la caridad seguramente puede atem- perar los impactos que con gran probabilidad se seguirán del apoyo a los que ofrecen una re- ducción de los impuestos y el recorte del gasto público (además de aliviar las conciencias)18 .
17 La clase media endeudada: ‘un individuo endeu- dado no tiene tiempo para nada mas. No puede pensar en nada mas’.
18 En Chile, HOGAR DE CRISTO, una ‘institu- ción de beneficencia’, con un presupuesto cer- cano a los US$90 millones y más de 600 mil ‘socios benefactores’, ha llevado la caridad insti- tucionalizada a un nivel de modelo ejemplar, muy celebrado por la derecha, con la no tan discreta complicidad de los social-liberales chilenos del ‘progresismo’ PPD y PS. HOGAR DE CRISTO ha sido un ingrediente muy valorado del mun- dialmente celebrado ‘modelo chileno’. Para no
En buena parte de las sociedades de América latina se puede observar esta fuerte inclinación de sectores medios a buscar en la derecha, liberal o neoconservadora, una respuesta a las dificultades de reproducción como franja so- cial que enfrenta. La paradoja resulta evidente, si se considera que son justamente las políticas neoliberales las causantes de las congojas de la clase media.
En los barrios de clase trabajadora o urbano periféricos, el deterioro social ha pro- fundizado los efectos desagregadores de la severa limitación de oportunidades, la pobreza y la marginación. El debilitamiento de la or- ganización y la capacidad de resistencia social de los subordinados, refuerza los elementos de fragmentación social y las tendencias a buscar soluciones individuales, a partir de marcos familiares también degradados. La despoliti- zación desmoraliza y atomiza, empuja hacia los niveles y recursos más básicos de supervi- vencia. La agudización de los rasgos culturales disfuncionales, ‘lúmpenes’, contribuye a soca- var el sentido de comunidad. La vida cotidiana alienada y alienante envuelve a los individuos, en su comportamiento y actitudes, en un cir- cuito de reproducción de las condiciones de esa cotidianeidad degradada. Es la descripción de la condición de ‘clase en sí’.
El mundo de la pseudoconcreción, del vivir sumidos en la inmediatez, se reprodu- ce a sí mismo a través de su interiorización naturalizada en la interacción de los mismos individuos que constituyen el objeto de la do- minación. La mente atrapada en los marcos objetivos y subjetivos de la cotidianeidad pseu- doconcreta, opera como un cepo que funciona para mantener a los individuos sujetos a la lógica de la situación, como tendencia. Em- pantanados en condiciones sociales que se constituyen en un formidable obstáculo para el acceso a los recursos culturales que permiten
hablar de la no menos ensalzada TELETÓN, el ‘show’ de la filantropía masificada, espectáculo execrable como pocos.
En su primera campaña electoral, George W. Bush, levantó como insignia el lema: ‘conserva- durismo compasivo’.
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desarrollar autoestima y autodominio, un cier- to control sobre la propia vida, los subalternos desarrollan representaciones que resultan fun- cionales (el poder social busca ‘normalizar’ a los individuos), en el sentido de permitir un desarrollo adaptado de la convivencia (inte- gración funcionalizada)19. Vivir arrojado en la inmediatez es vivir fundamentalmente en los límites del presente, de una sucesión de presentes, sin historia ni proyecto, limitando severamente la capacidad para bosquejar ex- pectativas sobre un futuro que no puede ser pensado sino como simple extrapolación del presente, como más de lo mismo. Con escaso margen para pensar un futuro personal es- timulante, diferente, los individuos se dejan arrastrar al presentismo, y sus imperiosas exi- gencias. Encontrar alguna fuente de ingresos, legal o no, y buscar espacios y momentos gra- tificantes. Satisfacción de necesidades ‘ne- cesarias’, físicas y psíquicas, y desaparición cultural de las actividades orientadas a atender las ‘necesidades superiores’, en los términos de Agnes Heller.
Los recursos ideológicos y culturales orientados a la construcción de hegemonía hacia los explotados y oprimidos se apoyan en las condiciones socioestructurales del mundo de la vida cotidiana de los subordinados. Por supuesto, la eficacia de estos dispositivos está siempre en tensión con el malestar indivi- dual y colectivo, que en cualquier momento puede, dependiendo de una variedad de fac- tores, traducirse en activación social colectiva y movimientos reivindicativos y de protesta. El descontento puede, combinado con otros elementos, romper tal ‘normalidad’ en cual- quier momento, pero ha de enfrentar no solo la muralla defensiva de los recursos ideológico- culturales que sostienen la hegemonía, sino sobre todo las mismas condiciones de vida que producen el achatamiento del horizonte de po- sibilidades, la erosión de la conciencia de clase
19 Marx: “no se les puede pedir que abando- nen las ilusiones acerca de su condición, por- que viven en condiciones que exigen ilusio- nes”. INTRODUCCION A LA CRITICA DE LA FILOSOFIA DEL DERECHO DE HEGEL .
y que más bien estimulan la conformidad. En las condiciones de despolitización y disper- sión, lo que prevalece es el resentimiento, en tanto forma de manifestación del descontento. Sentimiento nacido de la frustración y de la sensación de impotencia, de la erosión de la autoestima y de la pérdida de autoconfianza, personal y colectiva. Actitud psíquica o estado psicológico que, en los términos de Scheller, se extiende socialmente en condiciones de gran- des y notorias disparidades de riqueza y poder (y, podríamos agregar, de acceso a bienes cul- turales altamente apreciados, marcadores de posición social), en sociedades que por otro lado proclaman la igualdad de derechos políti- cos, pese a la gran inequidad de hecho.
Pero hay que insistir en que el resenti- miento se relaciona con la sensación de impo- tencia, y esto (llevando a Nietzsche más allá de sí mismo) con el escepticismo vinculado a las derrotas sufridas por los trabajadores y los sectores populares en las luchas sociales, y el consecuente debilitamiento de su capacidad de autoafirmación como sujeto de un proceso transformador.
El deterioro social combinado con fuer- te pérdida de credibilidad de lo político, inclui- das las opciones ʻprogresistas’ o de izquierda, producen atomización social y fragmentación de la subjetividad, con derivas fuertemente individualistas, retiradas de lo público, gran escepticismo, hasta tonos cínicos. Pero estos efectos se diferencian según la posición social, de clase, articulada con distintas categorías sociales. En general, entre los sectores me- dios con alto acceso a la educación y bienes culturales, predomina el individualismo libe- ral. En los sectores populares, los discursos conservadores encuentran condiciones parti- cularmente propicias. Entre los trabajadores y barrios populares, cuando la conciencia social, de clase, retrocede, lo que ocupa el sitio es la cultura tradicional y sus típicos valores. Pseudoconcreción es también primitivismo del pensamiento ordinario. Por supuesto, estos rasgos psico-culturales se pueden encontrar en distintos segmentos y niveles de la jerarquía social. No hay exclusividad. Pero condiciones

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específicas se muestran diferencialmente pro- picias, mostrando una mayor correlación.
Un fenómeno que tiende a reforzar tal reacción estadísticamente diferenciada entre sectores sociales es el carácter del nuevo im- pulso del proceso de expansión urbana, dirigi- do en buena medida por criterios mercantiles, que ha caracterizado a las grandes ciudades latinoamericanas en los últimos 20 años, y que hace una contribución decisiva al profundizar la segregación socio-espacial, según sectores de clase y estratos. Esto es aún más notorio en una ciudad como San José, comparativamente menos segregada que otras ciudades latinoa- mericanas, hasta unos treinta años atrás. A partir de mediados de los años 90, se acelera el curso típico, con características propias. Desde los residenciales cerrados hasta la fuerte y ostensible inversión inmobiliaria en la zona de Escazú. Resulta bastante obvio el sentido y los efectos de la segregación socio-espacial: reforzar la separación física y el extrañamien- to psicosocial, incluso la aversión cultural, de sectores de clase y estratos o categorías socio-ocupacionales diferentes. Es difícil exa- gerar el efecto de disociación sociocultural que produce esta separación física. Son, en buena medida, mundos apenas conmensurables. Es la razón de que los individuos de los sectores populares se sientan cuasi-forasteros fuera de los entornos de su vida cotidiana (el barrio, el viejo centro de la ciudad, su lugar de trabajo, los centros comerciales diseñados para el co- rrespondiente nivel de ingreso).
Conjuntados con los elementos referi- dos más arriba, estos aspectos estructurales contribuyen a la atomización de la vida social y la fragmentación de la personalidad. La inseguridad del presente y la incertidumbre del futuro, en los sectores medios, y la preca- riedad normalizada en los barrios populares (tomados por los bajos salarios, el desempleo, subempleo e informalidad, la severa restric- ción de recursos culturales, la delincuenciali- dad como opción de vida, y un sentido común adecuado a tal cotidianeidad), producen un clima cultural y actitudes que en algunos gru- pos pueden aproximar, en grado variable, a lo que el equipo de investigadores liderado
por Theodor Adorno denominó ‘personalidad autoritaria’. Más allá de las limitaciones de la teoría, sometida a un riguroso escrutinio, sus aspectos más sólidos, los que han sobrevivi- do, permiten dar cuenta del hecho de que la incertidumbre y la precariedad acentuada, en un marco de derrotas y retroceso de las luchas sociales, favorecen el desarrollo de las carac- terísticas asociadas a las actitudes autoritarias, con un claro tono defensivo. La fragmentación induce comportamientos típicos de la lucha individual (lo privado-familiar) por la sub- sistencia. Las deficiencias, o inexistencia, de la política pública y el debilitamiento de los lazos de solidaridad social, erosionan la con- ciencia y autoestima de clase, predisponen a la subordinación al poder, a la validación de la autoridad, produciendo no solo obsecuencia, sino rechazo, que puede llegar a ser violento, de las conductas percibidas como cuestiona- doras. El impulso de autoconservación puede llevar a extremos de conformidad, con lo es- tablecido, deseo de orden. No es difícil ver que en estas circunstancias psicosociales, los discursos conservadores puedan encontrar terreno abonado. El conservadurismo moral y político se relaciona de manera significati- va con el autoritarismo, la normalización de la desigualdad social y el temor al cambio. Cuando la cotidianeidad se articula funda- mentalmente en torno a la subsistencia y se percibe el entorno como incuestionable y sin salida, todo comportamiento cuestionador es percibido como amenaza. Las frustraciones y humillaciones del mundo de los proletas tien- den a producir resentimiento y rechazo hacia las sofisticaciones y el cosmopolitismo clase- mediero. El mundo de los proletas no es ‘liqui- do’, es viscoso. La deshistorizacion de la vida, la precariedad de la cotidianeidad, hacen con que los valores tradicionales desempeñen una función defensiva. La estabilidad del mundo conocido es emocionalmente positiva.
Esta es la clave para entender el notorio éxito de la empresa evangélica. No bastaría con el trabajo asistencial, puesto que se trata de una campaña de proselitismo. El proposito de cons- truir comunidad, y, a su manera, reconstituir re- laciones de solidaridad, en torno a un discurso y
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propuestas de un fuerte tono conservador, moral y político, se da en el escenario ya descrito, pero además encuentra un sólido sostén en el hecho de que frente a situaciones aguda y persistente- mente adversas, los sectores más despolitizados y retrasados en la conciencia social, tienden a replegarse hacia los valores y creencias de la cultura tradicional, saturada de prejuicios. Una expresión de ello es el rápido avance del nacio- nalismo en general, y en particular del nacio- nalismo cultural, en Europa o eeuu, reforzado en este caso por la permanente promoción del nacionalismo imperial (para un norteamerica- no promedio, resulta una verdad autoevidente que su prosperidad personal depende en buena medida de que su país mantenga su posición de primera potencia internacional).
El nacionalismo cultural campea, en di- versas versiones, tanto en las sociedades del capitalismo avanzado como en la periferia, y en los diversos sectores de clase y estratos. Nor- malmente se lo asocia con las reivindicaciones de nacionalidades oprimidas. Pero en la últi- ma década las expresiones más llamativas se relacionan con el ‘populismo’ de derecha, pa- triotero y xenofóbico, muy notorio en Europa. Sostenido en una concepción esencialista, me- tafísica e idealizada de la identidad colectiva, es manipulado por sectores de derecha y con- servadores para enmascarar o justificar derivas autoritarias y/o para generar un efecto cohesio- nador interno ante las presiones de los centros de poder económico y político externos, en el contexto de la mundialización capitalista y los desequilibrios que ha profundizado.
En eeuu, la derecha religiosa, sobre todo, hace del nacionalismo cultural un escudo protector y un arma ofensiva contra lo que se le aparece como la conspiración secularizante de los sectores ‘liberal-progresistas’ de las grandes ciudades y universidades, inclinados al cosmopolitismo, partidarios de la ‘ideo- logía de género’ (‘marxista-posmoderna’!), contrarios a la ‘pureza étnica’, y defensores de la libertad de orientación sexual/de placer, aparte de cómplices de la invasión migrante no-aria. Independientemente de cuánto hay de efectivo en tales distinciones binarias, el hecho es que ha mostrado gran eficacia en el
intento de crear chivos expiatorios y muñecos de paja para distraer la atención de las verda- deras razones y responsables de las diversas crisis o elementos de crisis que atraviesan al capitalismo contemporáneo. El carácter reac- cionario y absurdamente irracionalista de la derecha religiosa es un rasgo distintivo de la sociedad norteamericana, pero da un salto en cuanto a su influencia política, a partir de co- mienzos de los años 80, bajo Reagan, en base a la alianza con un influyente sector de la cúpula liberal republicana (en un país de todos modos cargado por la pesada herencia puritana). Mo- vimiento reforzado por el tono también con- servador de Tatcher en Gran Bretaña, menos relacionado con grupos religiosos que con un enfoque patriotero y de exaltación de la fami- lia y valores tradicionales. En el caso de la ma- yoría de las sociedades latinoamericanas, un rasgo peculiar del conservadurismo religioso se relaciona con cierta distinción social. Ante el avance del evangelismo en los barrios popu- lares, los sectores medios tienden a mantener su adscripción a la iglesia católica.
La combinación de nacionalismo cul- tural, conservadurismo moral y elementos de personalidad autoritaria, al instalarse en los barrios populares, levanta una muralla o cava un foso difícil de salvar para las posiciones que buscan una transformación de la vida y los términos de la convivencia social. Las políticas de izquierda para avanzar en su audiencia y capacidad de convocatoria, necesitan enfrentar los prejuicios y lastres tradicionalistas del pen- samiento del mundo de la vida cotidiana de los subordinados, un sentido común que desempe- ña un papel sistémico en la conservación de la dominación interiorizada. El proyecto eman- cipador se enfrenta no solo a las condiciones de la explotación del trabajo en el mundo ca- pitalista, también, y, en cierto sentido, sobre todo, a las formas de opresión que crean y se apoyan en dispositivos ideológico-culturales que refuerzan la desigualdad social estructural con categorizaciones sociales que imponen y naturalizan distinciones de status y considera- ción social. La subjetividad colonizada obsta- culiza la transición de las múltiples acciones por demandas inmediatas a la comprensión de

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la necesidad de cambiar los fundamentos del mundo social. Las propuestas transformadoras se enfrentan a una cotidianeidad que embota. Los individuos son socializados para funcionar en un mundo que no tiene afuera. La confor- midad es cognitiva y emocionalmente más cómoda.
La cotidianeidad alienada consiste justa- mente en un conjunto de hábitos e instituciones cuyo funcionamiento justamente opera crean- do un marco propicio para que los individuos sean sometidos por el grupo a un proceso de socialización mediante el cual interiorizan las creencias, valores y códigos normativos que buscan garantizar la integración funcionali- zada de los individuos y el aprendizaje de los roles sociales derivados de su posición en la jerarquía, en la estratificación. Los niños de las comunidades proletas son socializados, por sus propias familias, para integrarse en el mundo del trabajo en funciones distintas de aquellas para las que son socializados los in- dividuos provenientes de las familias de clase media acomodada. La socialización diferencial responde a los requerimientos diversos del funcionamiento/reproducción social.
Mantener a los explotados y oprimidos en condiciones de indigencia espiritual ha sido decisivo para la reproducción de todo orden social fundado en la explotación del trabajo humano y la desigualdad social estructural. En la lucha contra las concepciones idealistas, Marx y Engels se esforzaron en mostrar que la emancipación para abrirse camino necesita destruir las condiciones que hacen necesarias las ilusiones. Pero no cabe duda de que tenían muy claro que en el proceso, para avanzar, hay que enfrentar las ilusiones mismas. De ahí la célebre fórmula: el arma de la crítica es tan importante como la crítica de las armas….
CAPITALISMO Y CRISIS CIVILIZATORIA
El embate neoliberal echa mano tanto de elementos del individualismo secularizante liberal clásico como de posiciones neoconser- vadoras, rasgo que introduce no poca confu- sión tanto en el análisis como en las respuestas al fenómeno. El liberalismo ‘neo’ es el libe- ralismo predominante en las condiciones del
capitalismo tardío, la variante que, desde el punto de vista de las élites o grupos dominan- tes, mejor responde a los problemas estructura- les de reproducción que enfrenta el capitalismo en la contemporaneidad.
La crisis de estancamiento y alta in- flación de los años 70 decidió el ocaso de las políticas keynesianas. La concepción interven- cionista, el ‘capitalismo regulado’, moría de éxito. Keynes (el ‘arquitecto del capitalismo viable’) se había propuesto salvar al capitalis- mo, literalmente20. Y lo había logrado, pro- duciendo la teoría de la política económica que permitió a los gobiernos y élites salvar el trance. La notoria recuperación de las poten- cias capitalistas, con eeuu a la cabeza, y de la estructura imperialista de la economía-política mundial, con un importante proceso de re- composición y reestructuración, asociado a un salto tecnológico generalizado, se tradujo en conjunto en una fuerte aceleración de la secu- lar tendencia del capitalismo a la internaciona- lización, uno de los rasgos fundamentales del sistema, identificado por el análisis de Marx y Engels ya en el manifiesto y desarrollado en
el capital .
La internacionalización (la liberaliza- ción del flujo de capitales) limitó severamente la eficacia de las herramientas keynesianas,
20 Un elemento que contribuye en forma decisiva a configurar el contexto es el hecho de que en los años 70 el capitalismo ha superado, sobre todo en los países avanzados, la extrema amenaza a su supervivencia que enfrentó en los años 30 y 40. El ‘Estado de bienestar’ de la segunda postguerra surge, no de la lógica económica del capitalis- mo, sino de la intervención política reguladora (aunque evidentemente se hace posible, actúa y adquiere eficacia sobre la base de las posibilida- des objetivas generadas por el funcionamiento del sistema y los grupos e intereses prevalecien- tes), con el propósito de moderar los desequili- brios y las expresiones más agudas y peligrosas de las crisis capitalistas, a fin de ganar margen para gestionar la ‘cuestión social’ y someter a negociación el conflicto social, en sus términos y calado. El ‘Estado de bienestar’ se convirtió en el ‘capitalismo viable’, en las condiciones político- sociales y las relaciones de fuerzas en la lucha de clases de la época.
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diseñadas para un ámbito estatal. La globali- zación desregulada, hecha posible por el key- nesianismo, articulando intereses de Estados centrales y grandes corporaciones, marca una nueva fase de despliegue internacional del capitalismo como sistema social. La mundia- lización se sigue, como posibilidad y proceso objetivo, de las tendencias sistémicas del ca- pitalismo, y, en determinado punto, se hace política consciente, que opera sobre esas ten- dencias y posibilidades reales (del sistema, que es decir la condensación estructural-relacional de la acción humana en la historia). Es la típica dialéctica de proceso objetivo y acción cons- ciente. El mundo en que vivimos es una heren- cia de generaciones pasadas, una construcción humana. Pero para nosotros es el mundo efec- tivo, una objetividad, en el marco de la cual, de las posibilidades inscriptas, la subjetividad, la acción-praxis social, construye el futuro, reproduciendo, modificando o transformando ese mundo. Los seres humanos construyen un mundo a partir del mundo, con un grado de conciencia variable pero tendencialmente cre- ciente, hasta ahora.
La acción política opera sobre las posi- bilidades objetivas heredadas (resultado por su vez de la acción de las generaciones pasadas), desarrollando unas tendencias y obstruyendo otras. Thatcher y Reagan aprovechan las cir- cunstancias ya referidas impulsando políticas de ajuste y ‘estabilización’ a costa del salario y las condiciones laborales y de vida de los trabajadores, para intentar resolver la crisis. El resultado es un considerable incremento de la tasa de explotación del trabajo (lo que por su vez redunda en el observable incremento de la desigualdad social), como vía para remontar la caída de la tasa de ganancia, recomponiendo la rentabilidad de las empresas. Un feroz re- corte de conquistas sociales, el llamado ataque al ‘Estado de bienestar’, también desata una fuerte resistencia social. Por eso resulta crucial limitar la capacidad de organización y resis- tencia social, de los trabajadores y los sectores populares. Las medidas orientadas a debilitar a los sindicatos avanzan en todas partes, y se articulan con el clima ideológico individualista e insolidario. En este contexto, Jameson puede
referirse al Postmodernismo, como ‘la lógica cultural del capitalismo tardío’.
Las políticas neoliberales corresponden por tanto al intento de los sectores dominantes de resolver las contradicciones y desequilibrios acumulados por el capitalismo contemporá- neo. El indiferentismo social y la promoción del egoísmo ‘racional’, son parte del profundo cambio en la subjetividad que buscan inducir, como aspecto fundamental de la reestructura- ción social que intentan imponer. Pero los dis- tintos sectores sociales, por las características materiales y espirituales de su vida, responden de manera diferenciada a los relatos orientados a construir consenso social, consentimiento político o integración social funcionalizada. Aunque los diversos discursos inciden en los distintos ámbitos, es más probable que los con- tenidos relativos a la persecución del éxito indi- vidual, expresado en el consumo simbólico y los marcadores de posición social (parafraseando a Marx, ‘el consumo hace tolerable la vida’), tengan mayor audiencia en los sectores medios (asociados a las expectativas y aspiraciones de su condición), mientras que los más conserva- dores se extiendan entre los grupos sometidos a una severa limitación de oportunidades (en este caso, vinculado a la desesperanza y el re- sentimiento). En condiciones sociales particu- larmente degradadas, los individuos enfrentan serios obstáculos para acceder a e incorporar los recursos culturales que les permitirían al- canzar un control razonable sobre sus impulsos (emociones, autodominio). No se puede sub- estimar los estragos que produce el deterioro social en la estructura de la personalidad y el sentimiento21. Las aspiraciones y expectativas
21 Los grupos religiosos intentan llenar el vacío, no pocas veces con éxito, que deja la marginal, pre- caria, del todo insuficiente, presencia del Estado y las políticas públicas, e incluso, en otros países, su total ausencia. No se le puede reprochar a la gente que no tiene margen. La combinación de esta precariedad y sensación de abandono-vul- nerabilidad, con los déficit de secularización y el peso de los valores tradicionales en los barrios populares y los sectores empobrecidos, los hace muy susceptibles al discurso conservador (gene- ralmente asociado a una labor asistencialista) de

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están en relación con las condiciones y posi- bilidades objetivas percibidas. Los individuos no suelen plantearse metas que consideran di- ficilmente alcanzables, a fin de disminuir el riesgo de fracasos y frustraciones. Los fracasos pueden provocar severos daños en la autoestima y las frustraciones erosionan la confianza en las propias elecciones. Todo ello es muy inespera- damente razonable. Y, en un sentido retorcido, racional.
Articulándose a la ortodoxia económica liberal, las posiciones conservadoras en polí- tica y moral funcionan como un indicador de que el sistema además de no conseguir superar sus viejas fracturas, acumula nuevas. Y eso empuja a un sector de las élites a posiciones
cada vez más conservadoras y autoritarias22 . Incluso aquellos sectores que mantienen ac- titudes liberales en temas culturales y éticos, participan del consenso en torno a ajustes autoritarios en las formas e instituciones po- lítico-jurídicas (el orden social no se puede confiar exclusivamente a la eficacia de los me- canismos de construcción de hegemonía; no puede prescindir de los recursos coercitivos, con sus gradaciones de contundencia). A veces directa y abiertamente, como en los intentos en eeuu de revertir las leyes que garantizan el derecho al aborto o que introducen restric- ciones del derecho al voto de votantes críticos y minorias etnicas. A veces actuando delegati- vamente, confiando a una variedad de organi- zaciones, operacionalmente ágiles y con sólido respaldo financiero, la tarea de vehicular las acciones y discursos.
El retroceso a posiciones conservadoras, en política y/o moral, tiene el valor de un sínto- ma, en las condiciones del capitalismo tardío.
las sectas, que alimenta todo tipo de prejuicios y actitudes de rechazo a los rasgos de cambio cultural (cambio de tendencia cosmopolita, que amenaza mores y costumbres). Es un aspecto que fomenta mentalidades rígidas y facilita el giro autoritario y el voto a la derecha conservadora. 22 Posiciones conservadoras que muchos profesan efectivamente, mientras para otros tienen un valor sobre todo instrumental, en la fabricación de ‘cohesión social’. ‘Los poderosos crean reglas que no cumplen’.
Es una de las contradicciones y fuentes de conflicto que lo atraviesan. Porque está claro que la dinámica objetiva (la lógica general subyacente y el curso histórico efectivo regis- trado) del capitalismo ha llevado, como con- secuencia no buscada conscientemente, desde sus orígenes, a una creciente secularización y racionalización de la vida social. Este justa- mente es uno de sus costados más luminosos, señalado con honestidad intelectual y política por Marx y Engels (y permite entender que el neoliberalismo se pendule entre el liberalismo clásico y las posturas neoconsevadoras). Pero si la dinámica objetiva del capitalismo produ- ce ‘la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales y el derrumbe de viejas y venerables ideas y creencias’, y hace que todo lo que se creía permanente y perenne se esfu- me y lo santo sea profanado, ‘obligando a los hombres a contemplar con mirada fría su vida
y sus relaciones con los demás’23, y así ha sido, por otro lado, la multiplicación de desequili- brios y crisis o elementos de crisis del capita- lismo, lleva a parte de los sectores dominantes a replegarse de las posiciones más convencio- nalmente liberales, a refugiarse en dispositivos conservadores y autoritarios.
Un movimiento nada novedoso. En ge- neral, expresa una correlación con frecuencia observable en la historia. Una de las expresio- nes más célebres y ejemplificadoras, pero a menudo no reconocida, es la brecha intelectual y de talante que separó a los ilustrados sofistas de los fundamentalmente conservadores y pro- oligárquicos Platón y Aristóteles, en el mo- mento del inicio de la decadencia del mundo griego clásico.
Puesto en breve, mientras el capitalismo objetivamente seculariza, destrascendentaliza (en términos de Weber, el desencantamienteo del mundo) mostrando que los seres huma- nos pueden conocer y controlar su mundo, las élites o grupos dominantes, sostienen, en la medida de lo posible, el apoyo, explícito o no, a las instituciones conservadoras y a los valores
23 Marx y Engels. MANIFIESTO COMUNISTA . https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48- manif.htm.
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y códigos normativos tradicionales, como re- cursos de influencia y control, de socialización integradora. Superficialmente puede haber estridentes disputas entre grupos y sectores de las élites, pero incluso los más liberales sope- san con cuidado las posibles consecuencias no deseadas de un exceso de apertura. El deseo de orden choca con la necesidad de ‘aggiornar’ el clima cultural de acuerdo a las necesidades de funcionamiento y evolución del capitalismo. En la medida que el capitalismo es una ‘socie- dad abierta’, en términos de Popper, tiende a socavar por la propia lógica de su movimiento los valores y códigos tradicionales. Evitar que estos cambios descompensen el orden, es la tarea de la ingeniería social.
Si el neoliberalismo es la forma político- ideológica que mejor expresa las necesidades de reproducción social amplia del capitalismo tardío, eso coloca dos deducciones: prime- ro, permite entender las dificultades para la llamada ‘economía heterodoxa’ de superar, reemplazar exitosamente, la ortodoxia neolibe- ral. Las políticas neoliberales no se sostienen principalmente sobre sus méritos teórico-me- todológicos o sus fundamentos cientificos, sino sobre el hecho de que constituyen un discurso que se emite desde el poder, y en el seno de una realidad regulada y reproducida por ese poder, y que ahí resulta funcional. Es una in- geniería social, económica, política y cultural. Es la (re)producción discursiva y práctica de lo existente. El neoliberalismo es el capitalismo tardío en busca de un relato, lo cual significa que reproduce sus limitaciones y racionaliza sus desequilibrios, y por tanto termina por agudizar desde lo subjetivo las contradicciones de la objetividad.
Una expresión decisiva de ello es la omi- nosa perspectiva, estudiada por muchos espe- cialistas, de que las sociedades del capitalismo
avanzado estén deslizándose hacia una fase de estancamiento económico secular, similar a la vivida por Japón desde comienzos de los años 90. Un elemento de ello ya visible es, aparte de la baja tasa promedio de crecimiento de la última década (poniendo entre paréntesis el episodio de la pandemia), la aún más magra generación de empleo, así como la notoria de- gradación del que se genera. El neoliberalismo no solo no es parte de la solución, es parte del problema.
En segundo lugar, dada la incapacidad de las fórmulas neoliberales para estabilizar el capitalismo, abriendo un nuevo ciclo prolonga- do de crecimiento, la ‘heterodoxia’ responde a una carencia real. Similar a la de los tiempos de Keynes, encontrar la fórmula para un capi- talismo ‘viable’, para no solo actuar de apaga- fuegos. Esta vez, no constreñida en los límites del Estado ‘nación’, sino pensada y proyectada en el plano de la economía mundial, de una globalización regulada, cosa sin dudas factible, si de evitar el aviva-fuegos del neoliberalismo se trata. Sin embargo, la historia del siglo xx
mostró con toda claridad los precisos e insu- perables límites del keynesianismo, incluso cuando tiene éxito.
Por eso parece pertinente insistir en que, primero, no se puede denunciar el neolibe- ralismo sin cuestionar el capitalismo tardío como un todo, y, segundo, que una hipotética reforma keynesiana, solo prolongaría la crisis civilizatoria, puesto que dejaría intactas todas las contradicciones fundamentales del capita- lismo, manteniendo la posición subordinada de las sociedades de la periferia capitalista y el correspondiente flujo de valor hacia los centros. Aunque, por supuesto, buena parte del instrumental keynesiano sería de utilidad en un marco de transición postcapitalista.

Rev. Ciencias Sociales Universidad de Costa Rica, 173: 15-39 / 2021 (III). (ISSN IMPR.: 0482-5276 ISSN ELEC.: 2215-2601)
Neoliberalismo y deriva autoritaria 39
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Fecha de ingreso: 04/02/2022 Fecha de aprobación: 24/02/2022
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