Rev. Ciencias Sociales 174: 245-260 / 2021 (IV) ISSN Impreso: 0482-5276 ISSN ELECTRÓNICO: 2215-2601
LA IDEA DE NACIONALISMO CATÓLICO. ALGUNAS APORÍAS CONCEPTUALES EN TEXTOS DE AUTORES ARGENTINOS
THE IDEA OF CATHOLIC NATIONALISM. SOME CONCEPTUAL APORIES IN TEXTS BY ARGENTINE AUTHORS
Ceferino Muñoz *
RESUMEN
El nacionalismo católico dice tener el sustento teórico de sus principios en la misma doctrina católica. En este sentido, Tomás de Aquino, considerado el Doctor Común de la Iglesia, suele ser uno de los autores más citados al respecto, sobre todo cuando habla de la virtud de la piedad en la “Suma de Teología”. Sin embargo, en este trabajo se intenta mostrar que por lo menos en la letra de Tomás no aparece ni explícita ni implí- citamente la idea de nacionalismo como una forma especial de la virtud de la piedad, ni tampoco la idea de patria tal como la entienden algunos exponentes del nacionalismo católico argentino.
PALABRAS CLAVE: NACIONALISMO * PATRIA * NACIÓN * ARGENTINA * PIEDAD ABSTRACT
Catholic nationalism claims to have the theoretical support of its principles in the same catholic doctrine. In this sense, Thomas Aquinas, considered the Common Doctor of the Church, is usually one of the most cited authors in this regard, especially when he speaks of the virtue of godliness in the “Suma of Theology”. However, in this work attemps to show that at least in the letter of Thomas neither explicitly nor implicitly appears the idea of nationalism as a special form of the virtue of godliness, nor the idea of homeland as understood by some exponents of Argentine Catholic nationalism.
KEYWORDS: NATIONALISM * HOMELAND * NATION * ARGENTINA * PIETY
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Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. ceferino.munoz@um.edu.ar
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PRELIMINARES 1
En un artículo de reciente publicación, el profesor argentino Juan Fernando Segovia señala que los estudios sobre el nacionalis- mo hispanoamericano se siguen sucediendo a pesar de que su objeto parecería desaparecer debido a la globalización de valores y a la posmodernidad. Además de estas habrían otras variadas causas, pero todas ellas parecen apun- tar a una misma dirección: la disolución de las identidades nacionales, las cuales, sin em- bargo, se han caracterizado por ser cerradas y fuertes (Segovia, 2018).
Una muestra de ese tipo de identidades cerradas y fuertes en Hispanoamérica se dio desde inicios y hasta mediados del siglo XX con el nacionalismo en Argentina, el cual, como señalan Whitaker y Jordan (1966), ha encabezado el desarrollo en esa región. Nume- rosos y valiosos aportes fueron los que realiza- ron muchos de sus representantes sobre todo a la historia y a la literatura, amén de que cum- plieron un papel notable en la escena cultural y política (Zuleta Álvarez, 1975)2. En este sentido, como destaca Mariano Martín, más que un movimiento político fue un movimien- to político-intelectual, y justamente por esa “impronta intelectualizante, la reconstrucción de sus elementos doctrinales estrictamente políticos no es tarea sencilla.” (Martín, 2016). Por tanto, lo que hace Martín en su artículo es intentar dilucidar y hacer un juicio crítico acerca del concepto de nación que subyace en el nacionalismo argentino, tomando como caso
testigo el de Aníbal D´Ángelo Rodríguez (Sán- chez, 2013).
El artículo de Martín es muy interesan- te, tiene reflexiones profundas y, por ello, ha servido parcialmente de disparador del pre- sente escrito. Se dice parcialmente porque por otra parte el tema del nacionalismo cató- lico tiene cierta complejidad u obscuridad que dificulta llegar a entender del todo algunos de sus postulados, v.gr. la mixtura que suele hacer entre lo político y lo religioso (Rocker y Chase, 1998). Sin embargo, era de suponer que tal tipo de nacionalismo respondía a cir- cunstancias propias de un tipo de enseñanza o imperativo epocal. De allí que Leonardo Cas- tellani –a quien los nacionalistas tienen como referente y recurren con frecuencia– decía por los años 40: “La inteligencia argentina tiene hoy una tarea y un deber sacros: pensar la Pa- tria” (Castellani, 1973, p. 158). Así, por ejem- plo, como en algún momento se hablaba de San Martín como el Santo de la espada (Hour- cade, 1998; Philp, 2009), era de suponer que de igual manera se asumiría que el nacionalismo fue más un movimiento político coyuntural, con notables y singulares aportes en determi- nado aspecto, pero no más que eso: algo que respondió a un momento histórico mundial. A saber, por un lado, a movimientos como el nazismo, fascismo y franquismo (Nascimbene y Neuman, 1993) (los cuales eclosionaron a partir de la 1º Guerra Mundial) que estaban teniendo su auge (Peláez et al., 2005) y, por otro lado, al momento histórico argentino donde los gobiernos militares empezaban a tomar el control del Estado (Fernandez y
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Agradezco al árbitro de este artículo por las valiosas sugerencias y las observaciones que ayudaron a enriquecer el escrito. Asimismo, por haber resaltado los aportes y considerar que este texto “será referente comparativo en los estudios sobre el nacionalismo católico desarrollado en otros países de América Latina”. Va mi agrade- cimiento, asimismo, a los numerosos amigos y colegas que han leído con paciencia los sucesivos borradores de este escrito y lo han mejorado con sus aportes y correcciones.
En una postura más crítica se encuentran Rock (1993), Beraza (2005), Lvovich (2006), Finchelstein (2008), Sverdloff (2017).
Ruiz, 1990). Por supuesto que el naciona- lismo argentino de derecha allí surgido fue atravesando por distintas etapas que ya han sido detalladas (Navarro, 1969) y que no se pretenden repetir aquí.
Empero, hoy y luego de encontrar aún una cierta exaltación del nacionalismo en per- sonas y grupos católicos, puede resultar de uti- lidad proponer unas ideas que, ciertamente, no tienen la intención de responder acabadamente a todas las cuestiones que se presentan, sino, en todo caso, a la de hacerlas más explícitas. En concreto, el presente texto se centrará en

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analizar la abstrusa idea de nacionalismo que suele sostenerse y en su pretendida adecuación a la doctrina tomasiana sobre las virtudes.
Si tuviera que enunciarse lo dicho ante- riormente a modo de hipótesis, se diría que: la postulación que hacen algunos autores argenti- nos del nacionalismo católico como una forma peculiar de la virtud llamada pietas (la otra forma sería el patriotismo), se debería a una fa- llida lectura de los textos y enseñanza de Tomás de Aquino y respondería, en todo caso, a otros autores antes que a la doctrina del Aquinate.
LA APORÍA DE FONDO
Es importante aclarar que el objetivo de este trabajo se enmarca en el intento de dilucidar una aporía mucho más amplia y pro- funda que podría expresarse como sigue: ¿Se puede ser un buen católico sin ser naciona- lista? Como es de suponer a medida que se avance en la lectura irán surgiendo otras pro- blemáticas anejas (o aporías derivadas) que no se expondrán detalladamente aquí pero quizás en otro momento puedan abordarse con mayor extensión y rigor.
Teniendo en cuenta lo anterior, sería de esperar que los que se consideren nacionalistas o filo-nacionalistas no vean aquí un ataque ex profeso a sus ideales, sino una invitación a pensar que la pregunta es absolutamente legí- tima y en ciertas circunstancias un imperativo intelectual para los que no se reconocen iden- tificados con el nacionalismo católico pero sí con la religión católica. Esto último adquiere relevancia sobre todo cuando uno se encuentra con expresiones de precursores o referentes de dicho movimiento, tales como:
- “Entre nosotros no podría tener otro sentido hacer distingos entre patriotismo y nacionalismo, que no sea el de consi- derar el nacionalismo como un patrio- tismo militante frente a un peligro de
disolución.” (Maeztu, 1986, p. 221)3 .
- “El nacionalismo es la más alta expre- sión del amor a la Patria en los actuales
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momentos de nuestra civilización.” (Gálvez, 2001, p. 30).
“El nacionalismo es una fase superior del patriotismo ya que transforma el puro sentimiento, mediado por la inteligencia,
en doctrina.” (Devoto, 2006, p. 213)4 . “Esta es la divisa del Nacionalismo argentino; nacionalismo de Señores, no de masas, cuyo estilo es el servicio por amor a Dios y a la Patria.” (Genta, 1972, p. 102).
“[El nacionalismo es] la simple apeten- cia de sobrevivir común a todo lo que existe. En ese sentido [...] es el equiva- lente, en el grupo, del instinto de super- vivencia en el individuo. Como tal exis- te siempre: donde hay una nación hay entre sus individuos la voluntad de que la Nación subsista. Ese nacionalismo puede llamarse también patriotismo.” (D’Ángelo Rodríguez, 2004, p. 448).
“A este intento, deseo, anhelo o ideal —como quiera llamárselo— de recons- truir la cristiandad en el suelo natal (nación) que nos quedó como heredad una vez extinta […], llamamos propia- mente Nacionalismo Católico […] a ese móvil de “abrir de par en par las puer- tas a Cristo, empezando por las puer- tas de las naciones, llamamos nosotros Nacionalismo Católico.” (Caponnetto,
2016, p. 87)5 .
“Mi amor por mi patria, mi nacionalismo de católico, es el acuciante deseo de que Argentina sea un solo coro que glorifi-
que a Dios.” (Gelonch, 2016, p. 25)6 . “Esta visión religiosa de la política es todo lo contrario del “clericalismo” [...]; ella es patriotismo, y, como sistematiza- ción racional, nacionalismo. Solo de la promoción y el triunfo del mismo puede surgir un orden social terreno compati- ble con el Fin sobrenatural de la Iglesia Católica. La moral natural y cívica que el nacionalismo supone, predispone al
Devoto está citando textualmente al naciona- lista Ernesto Palacio.
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Los resaltados me pertenecen, salvo indicación contraria.
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Las cursivas y comillas son del autor. Las negritas son del original.
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hombre a una actitud religiosa auténtica […]” (Mihura, 1967, pp. 21-22).
“Si el amor a la patria es patriotismo,
el amor a la nación es nacionalismo.” (Sáenz, 2005, p. 402)7 .
Aunque podría traer citas de muchos
adhieren plenamente a la doctrina católica, pero desconocen o no comparten o simple- mente no le resultan atractivas o relevantes las ideas nacionalistas, estarían en una inferiori- dad de condiciones (doctrinales, espirituales, morales y/o apostólicas)? Si se va más fondo: suponiendo que no se adhiere a las ideas na-
otros autores (Zuleta, 1975), se proponen estos porque son algunos de los argentinos (a excep- ción de Maeztu) que han ensayado una apro- ximación conceptual más o menos clara de nacionalismo y, en algunos casos, con un desa- rrollo más o menos aceptable como para justi- ficar un análisis teórico. Asimismo, se recalca que las citas son a modo de definición (poner dentro de ciertos límites un concepto con el fin de conocer su naturaleza, i.e., lo que es), no de descripción detallada o explicación exhaustiva. Por supuesto, se profundizará, aunque sea en alguna de ellas para ver en qué contexto fue elaborada.
Citadas tales definiciones del término “nacionalismo”, se puede formular en otras palabras, quizás más asequibles, la aporía más general: ¿El no ser nacionalista hoy en día8 le resta algo al ser católico? o ¿las personas que
cionalistas, no por ignorancia de estas sino por una firme convicción intelectual, ¿se está fallando entonces en el juicio como católico? Como se anticipó, se ensayará algunas respuestas que intenten una aproximación al tema. Se hará centrándose en algunos de los autores citados9 que recurren a la llamada vir- tud del patriotismo y que abordan el tópico del nacionalismo desde dicha virtud. En este senti- do, patriotismo y nacionalismo parecerían ser dos caras de la misma moneda. La patria sería ese elemento bifronte que tiene una faz miran- do al pasado y la otra al futuro. Otro motivo para analizar a estos autores, quizás el más llamativo, es la novedosa lectura que hacen de la virtud cristiana de la piedad para justificar su posición.
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El libro fue reeditado por la Editorial Gladius (Buenos Aires) en 2006.
Se aclara lo de hoy en día porque en los años de apogeo del nacionalismo la distinción entre este y catolicismo no era tan clara. Lo decía el mismo Castellani, a quien antes se ha citado con su leitmotiv de pensar la patria: “Para la mayoría de los nacionalistas de mi generación, «nacionalismo» era simplemente «catolicismo».” (Randle, 2003, p. 473). Randle está citando el texto “La Misa en latín. Pero de cara al pue- blo. Una entrevista con el P. Castellani”, Revista Esquiú, Buenos Aires, 29 de marzo de 1976, p. 7. Los resaltados son del original. Asimismo, en una conferencia en los 70, se recuerda su regreso a la Argentina, decía Castellani: “Hoy muchos se mantienen adheridos a las ideas nacionalistas. Cuando yo vine de Europa [mediados de los años 30´] era lo mejor que había aquí, las mejores ideas. Por eso empecé a trabajar en un diario nacionalista que era Cabildo, que luego se trans- formó en Tribuna. Las ideas era lo mejor que había acá […].” (Randle, 2003, p. 433). Randle está citando el texto “Política y Salvación”, Ed. Patria Grande, p. 3.
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Como se mencionó, los autores nacionalistas son numerosos pero me basaré sobre todo en Alfredo Sáenz S.J. (1932- ), pues ha dedicado un grueso apartado de su libro Siete virtudes olvidadas (pp. 395-471) al tema en cuestión. Es a la segunda virtud que le dedica más espacio en el libro. Este autor ha escrito más de una trein- tena de libros y más de quinientos artículos. Ha recibido, además, el doctorado honoris causa por la Universidad Autónoma de Guadalajara (México) y por la Universidad Católica de La Plata (Argentina). Alberto Caturelli, quien segu- ramente ha escrito la más completa historia de la filosofía en Argentina, le dedica un destacado lugar a Sáenz, sobre todo desde lo teológico, y menciona como una de sus obras de madurez el libro que analizaremos a continuación (Caturelli, 2001). De similar opinión es Sebastián Sánchez, para quien Sáenz es uno de los más importan- tes exponentes de la teología católica argentina (Sánchez, 2013). Incluso, entre muchos naciona- listas, la figura de Sáenz es muy valorada. (AA. VV, 2013) Asimismo, en otra línea de pensa- miento, Cersósimo menciona a Sáenz como un referente del nacionalismo católico argentino (Cersósimo, 2015).

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UNA LECTURA NOVEDOSA
Los estudios en torno al nacionalismo suelen dividirse entre dos tipos de perspec- tivas: la “primordialista” y la “modernista” (Junco, 1996). La primera explica el naciona- lismo a partir de rasgos étnicos (raza, cultura, religión, tradiciones, lengua consciencia de un pasado común, etc.), los cuales dividirían a los seres humanos desde tiempos inmemorables. En cambio, la postura modernista considera a las naciones un hallazgo mucho más reciente, con no más de dos siglos de historia, esto es, desde que la soberanía popular se estableció como principio legitimador del poder público. Claramente, los autores nacionalistas se ubican en el primer enfoque.
Un caso notable de la postura primor- dialista es el de Leonardo Castellani, autor que como ya se dijo es un emblema del na- cionalismo. Este jesuita sostiene una tesis que podría ser catalogada como absolutamente anacrónica. Dice el autor: “La justificación filosófica del Nacionalismo no se ha hecho aún entre nosotros. Está hecha hace tiempo en la Política de Aristóteles” (Castellani, 1969, p. 14). De esto concluye que la pólis así como la concibió Aristóteles es la nación que hoy se conoce, es decir, la unidad política per- fecta. Las patentes afirmaciones extemporá- neas bastan para no proseguir con el análisis del texto. Craso error el de Castellani el de traspolar y equiparar la noción de pólis a la de nación, ambos conceptos dieron y dan sentidos muy distintos a las acciones de los individuos y de los grupos humanos. Lo único que se logra con este tipo de anacronismos es confundir ambas perspectivas y arribar nece- sariamente a conclusiones fallidas y, por ende, a posteriores construcciones viciadas (Sebas- tián y Fuentes, 2004, 14-15).
Otro caso es el de Aníbal D’Ángelo Rodríguez (2004), quien también tiene una particular idea de nación. Para él, si bien dicho concepto se resiste al análisis científico, se puede decir que se relaciona con la Historia (en cuanto tradición). La nación es intemporal, es “procesión de hombres que están en la historia pero la atraviesan como si no estuvieran en ella” (p. 447). También define a la nación como
“una de las formas de retener lo eterno en el tiempo y eso es precisamente la tradición” (p. 447).
Anexa a la idea de nación se encuentra la de patria. Para D’Ángelo Rodríguez, la pa- tria tiene dos sentidos o usos, uno propio por el que se denota el territorio, la tierra donde se han sacrificado nuestros padres; esos mismos padres o antepasados que crearon, defendieron o consolidaron una Nación. Y el otro uso –en sentido lato– de Patria, designaría a la Nación. Pero quizás estos conceptos un tanto difusos en D’Ángelo Rodríguez se vean mejor trazados en otros pensadores católicos que también se ubican en este enfoque primordialista.
Dichos autores suelen hacer una dis- tinción –siguiendo, entre otros, a Jean Ousset (1972)– que a los fines didácticos resulta útil. Dicen que la palabra patria proviene del térmi- no latino patres, por ende, esta hace referencia a lo heredado, a lo que ya nos viene dado, de allí que patria sea la tierra de nuestros padres. En cambio, la palabra nación deriva de natus y, por ello, refiere más a la prole, que son los he- rederos. Dicho en breve, la patria es la heren- cia mientras que la nación es un quehacer, una misión (Sáenz, 2005). Una refiere al pasado, la otra al futuro: “La Patria se vuelve Nación cuando es mirada como designio, como algo que hay que construir, siempre sobre la base del traditum. Una Nación –decía José Anto- nio– es un quehacer en la Historia”. El texto refiere, claro está, a José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange española. Otro autor que se trae para apoyar la tesis –además de Caturelli, Juan Pablo II, Berdaiev, etc.– es Vladímir Soloviev, quien sostenía que “la idea de una nación no es lo que ella piensa de sí misma en el tiempo, sino lo que Dios piensa de ella en la eternidad.” (Soloiev, 1978 como se citó en Sáenz, 2005, p. 398). En síntesis, lo que se quiere dejar en claro es que cada patria tiene una llamada especial de Dios, esto es, una vo- cación divina. Por caso, Dios quiso desde toda la eternidad a esta nación argentina y nosotros debemos a partir de su herencia descubrir cuál es su auténtico destino nacional, aquél que la Providencia Divina quiso para ella.
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En este orden de ideas, no es extraño que para el nacionalismo la virtud del pa- triotismo se vea enriquecida por una doble coordenada o una doble faceta: la de patria y la de nación. Por ello, la primera engendrará el llamado “patriotismo” y la segunda el “nacio- nalismo”. Un adalid de esta idea fue Ramiro de Maeztu: “hay que entender el nacionalismo como un patriotismo militante frente a un peligro de disolución” (Maeztu, 1986, p. 221). Como una variante que ampliaría dicha sen- tencia se sostiene que el nacionalismo es la mi- rada hacia el futuro cuando la patria está ante una amenazada o por perecer (Sáenz, 2005). Allende a que, como se intentará mostrar
en el parágrafo siguiente, estos distingos pare- cen ajenos a la doctrina clásica de las virtudes, es de mencionar el cariz moderno (en lo histó- rico como en lo filosófico) que contienen en sí mismas las ideas de nación10 y especialmente de nacionalismo. Desde la perpectiva moder- nista que se mencionó al iniciar este apartado, autores como Ernst Gellner (2001), Eric Hobs- bawm (2002 y 2004), Alfredo Cruz Prados (1995), Benedict Anderson (2007) –entre otros estudiosos serios del tema– se han ocupado de- talladamente del asunto. Ellos muestran que el concepto de nación (en tanto estructura política) y de nacionalismo son propios de las sociedades industriales, donde el Estado cumple un rol decisivo y que lo que busca precisamente este Estado nacional es crear una cultura común para establecer un orden social unificado. Asi- mismo, los autores coinciden en ubicar los orígenes del nacionalismo en el racionalismo
10 No incursionaré en el aspecto teológico que puede connotar el término nación. En concreto, se refiere a la idea veterotestamentaria de que hay un ángel para cada una de las naciones y de que habrá un juicio para cada una de ellas. Sáenz desarrolla brevemente esta idea en un apartado que titula “Los ángeles de las naciones” (pp. 402- 407). Además del antiguo testamento, el jesuita también cita a algunos Padres de la Iglesia para apoyar su idea. Ahora bien, habría que detener- se en qué entienden esos Padres y el Antiguo Testamento por naciones y qué el Padre Sáenz. Lo cierto es que el término griego que aparece en el Antiguo Testamento es έθνος-ethnos. Y este suele traducirse por naciones, pueblos, gente.
ilustrado, al cual los nacionalistas católicos re- chazan de cuajo.
En su libro, concretamente en el capítulo titulado Las patrias construidas, Javier López Facal sostiene que la creación de las naciones ha sido obra de urbanistas más o menos cultos, tales como poetas, historiadores, periodistas, sacerdotes, maestros, etc. Para este autor, en una primigenia y minoritaria fase la nación solo era objeto de atención en cenáculos muy reducidos, para luego pasar a sectores más grandes de la población, alcanzando así el ca- rácter de movimiento de masas. Y en este pro- ceso ampliatorio y de formación del espíritu patrio, propio del s. xix en adelante, ha tenido mucho que ver la idea de tradición. Dicha idea, también construida en esos años, se trasuntó en el folklore y en todo lo anejo a este, como la vestimenta, leyendas, cuentos, música (López, 2013). En esta misma línea sentencia Gellner:
El engaño y autoengaño básicos que lleva a cabo el nacionalismo consis- ten en lo siguiente: el nacionalismo es esencialmente la imposición gene- ral de una cultura desarrollada a una sociedad en que hasta entonces la mayoría, y en algunos casos la tota- lidad, de la población se había regido por culturas primarias. Esto implica la difusión generalizada de un idioma mediatizado por la escuela y supervisa- do académicamente, codificado según las exigencias de una comunicación burocrática y tecnológica módicamente precisa. Supone el establecimiento de una sociedad anónima e imperso- nal, con individuos atomizados inter- cambiables que mantiene unidos por encima de todo una cultura común del tipo descrito, en lugar de una estruc- tura compleja de grupos locales previa sustentada por culturas populares que reproducen local e idiosincrásicamente los propios microgrupos […]. Sin embargo, esto es exactamente lo con- trario de lo que afirma el nacionalismo y de lo que creen a pies juntillas los nacionalistas [...]. (2001, p. 82).

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En suma, la idea no es desarrollar más estos últimos argumentos de los “modernis- tas”, ni hacer ahora ninguna justificación ín- tegra de este tópico pues, como se dijo, del mismo ya se han ocupado ad abundantiam muchos y buenos autores de esta corriente. En cambio, sí es de notar que ha sido necesario detenerse un poco más en los “primordialis- tas”, en concreto, en los nacionalistas católicos, ya que sus postulados son poco o nada cono- cidos y presentan relieves argumentales muy singulares.
LA VIRTUD DE LA PIEDAD
EN TOMÁS DE AQUINO
Ahora se intentará seguir el esquema tradicional tomasiano, contenido en la Suma de Teología (Aquino, 1964, II-II, q. 101, a. 3.) Allí se postula que una de las virtudes deriva- das de la justicia es la religión, la cual consiste en dar culto a Dios, y en un grado inferior se ubica la virtud de la piedad que consistiría en darlo fundamentalmente a los padres y a los consanguíneos, y luego a la patria (es decir a los conciudadanos y amigos de la patria). “Por lo tanto –asevera Tomás–, a estos, principalmente, se extiende la virtud de la piedad”11. José Seno- villa resalta este adverbio final: principalmente. En este sentido, dice que el Aquinate:
[...] no pretende enunciar taxativamente a quiénes se debe la piedad filial o ante quiénes se ha de mostrar la veneración que se debe a la patria: más bien parece que quiere dejar el ámbito de esta virtud lo más abierto posible, teniendo en cuen- ta las distintas circunstancias de lugar y de época en las que el hombre tiene que construir su vida familiar y su vida en sociedad (Senovilla, 2004, pp. 386-387).
11 Cabe aclarar que Tomás define a la piead como “cierto testimonio de la Caridad con que uno ama a sus padres y a su patria”. Siempre la Caridad es lo que ordena a las demás virtudes a su fin (Aquino, Summa Theologiae, 1964, II-II, q. 101, a. 1, c.).
Ahora bien, un punto inicial a destacar es que Tomás nunca habla de la virtud del pa- triotismo litteraliter o a secas, como tampoco agrega ningún sufijo ismo o similar al referirse al amor hacia los padres (i.e. no habla de pate- rismo) o hacia los consanguíneos (i.e. no dice consanguinismo). Sí habla de un tipo de philia (amor, amistad) hacia con ellos, pero en los tres casos es patente que se habla de la virtud de la pietas. También aclara, para que no que- den dudas al respecto, que “La comunicación entre consanguíneos y conciudadanos tiene que ver más que las otras con los principios de nuestro ser. Por eso se le da con más razón el nombre de piedad” (Aquino, 1964, II-II, q. 101, a. 1, ad. 3.)12 .
En suma, si lo anterior está bien plan- teado, es posible arribar a una primera con- clusión parcial: el Aquinate nunca nombra cuando habla de amor a la patria esta doble faz que propone el nacionalismo católico. A saber: el patriotismo como amor a la tradi- ción y el nacionalismo como misión, o que- hacer, o como actitud frente a un peligro de disolución. Esto es un claro agregado de la propia cosecha de los nacionalistas y de los autores en que ellos se basan, pero no cier- tamente de Tomás ni de la tradición de la Iglesia, por lo menos hasta donde he podido rastrear. Es claro que el medieval no habla de nacionalismo, pues el término no fue acuñado sino hasta finales del siglo xviii
(Peláez y Fernández, 2005) y además por- que las naciones como estructuras políticas son típicamente modernas. Sin embargo, tampoco se deduce ni remotamente de la littera tomasiana tal división del amor a la patria que ofrece el nacionalismo. En todo caso, lo que sí hace el Aquinate es explici- tar un poco cómo debe vivirse la virtud en
12 El resaltado es propio. La cita completa: “Praeterea, multae sunt aliae in humanis rebus communicatio- nes praeter consanguinitatem et concivium commu- nicationem, ut patet per philosophum, in viii Ethic ., et super quamlibet earum aliqua amicitia fundatur, quae videtur esse pietatis virtus, ut dicit Glossa, ii
ad Tim. iii, super illud. Habentes quidem speciem pietatis. Ergo non solum ad consanguineos et conci- ves pietas se extendit”.
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cada caso concreto. Por ejemplo, en el amor a la patria, que es el que más se ocupa en te texto, sostiene:
Es necesario distinguir estas virtudes entre sí bajando escalonadamente de una a otra [...]. Así como en lo huma- no nuestro padre participa con limita- ciones de la razón de principio que se encuentra sólo en Dios de manera uni- versal, así también la persona que cuida de algún modo de nosotros participa limitadamente de lo propio de la pater- nidad. Pues el padre es el principio de la generación, educación, enseñanza y de todo lo relativo a la perfección de nues- tra vida humana; en cambio, la persona constituida en dignidad es, por así decir- lo, principio de gobierno sólo en algunas cosas, como el príncipe en los asuntos civiles, el jefe del ejército en los milita- res, el maestro en la enseñanza, y así en lo demás. De ahí que a tales personas se les llame también “padres” por la seme- janza del cargo que desempeñan [...]. Por tanto, así como en la religión, por la que damos culto a Dios, va implícita en cier- to grado la piedad por la que se honra a los padres, así se incluye también en la piedad la observancia, por la cual se res- peta y honra a las personas constituidas en dignidad (Aquino, 1964, II-II, q. 102, a. 1, c.).
Es reveladora la explicación de Tomás porque especifica a quiénes considera conciu- dadanos o compatriotas: al que gobierna en la ciudad, a los jefes, a los maestros y a todos los que por denominación extrínseca se les puede también considerar como padres por el cargo que desempeñan y en cuanto son, se- cundum quid, principio de generación. Conti- núa el de Aquino:
A las personas constituidas en dignidad se les puede dar algo [...] en orden al bien común; por ejemplo, cuando se les presta [en el sentido de dar] un servicio en la administración de la república [...]. Esto corresponde a la piedad, que da culto no sólo a los padres, sino también
a la patria (Aquino, 1964, ii-ii, q. 101, a. 3, c.)13 .
Hay que insistir en que cuando el do- minico medieval dice “patria” está hablando de los “conciudadanos”. Así que el amor a la patria –clara Rafael Gambra (1958)– sería una forma en la que se realiza el amor al pró- jimo, a los semejantes que nos rodean y con los que nos sentimos en comunión y con los que estamos en deuda. Esta aclaración no es ociosa puesto que la piedad –como parte po- tencial de la justicia– es una virtud especial que marca una deuda hacia una persona o personas, no hacia una “protorealidad” lla- mada patria o nación. Pero mejor escuchar de nuevo a Tomás:
Una virtud es especial por el hecho de considerar un objeto según una razón especial. Y como a la razón de justicia pertenece el dar a otro lo que le es debi- do, donde aparece una razón especial de deuda hacia una persona, allí hay una virtud especial (Aquino, 1964, II-II, q. 101, a. 3, c.).
En una cita extensa, pero que vale la pena traer a colación, José Miguel Gambra aclara que:
El objeto directo de una virtud puede ser, como en este caso, los hombres y la sociedad formada por ellos, pero no los usos, la historia o los símbolos. Si hay que respetar y rendir culto a tales cosas es sólo secundariamente: bien por consideración hacia los hombres de la sociedad en que vivimos, y por reverencia a sus padres y antepasados; bien porque las costumbres y tradiciones facilitan la unidad necesaria para que la sociedad alcance sus fines; bien, en fin, porque sus símbolos representan a la
13 “De otro modo se da algo a las personas consti- tuidas en dignidad intentando especialmente su utilidad personal o su honra. Y esto es lo propio de la observancia en cuanto virtud distinta de la piedad” (Aquino, 1964, ii-ii, q. 101, a. 3, c.).

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sociedad misma. Todo ello es digno de respeto, pero sólo de manera delegada, o participada, y ese respeto está someti- do al criterio de orden respecto del fin, exactamente igual que el que merece la sociedad misma. Es decir, que no debe respetarse toda la historia, ni todo símbolo, ni toda costumbre, porque sea de nuestra patria, sino sólo aquéllos que son buenos (Gambra, 2010, p. 94).
Ahora bien –y, como se adelantó, aquí se comienza a abrir una aporía derivada–, algu- nos textos de los autores nacionalistas católi- cos parecerían dar una idea bien diferente a la tomasiana. Aquí uno de esos textos:
La Patria es mucho más que un territorio, tiene algo de persona viviente. El patrio- tismo sólo es amor cuando se considera la Patria cual persona viviente, no de la misma manera, por cierto, como lo es un ser humano individual, pero sí a su modo, al modo colectivo, social e histórico. La Patria posee una personalidad propia y, por ende, está capacitada para ser objeto de amor (Sáenz, 2005, p. 439).
En otro de los pasajes, esta idea de la patria sustancializada es aún más clara:
[...] se debe amar a la Patria casi como si fuera una persona humana, y por tanto dicho amor habrá de asumir todas las formas que puede asumir el amor a una persona humana. Estas formas son tres: el amor filial, el amor conyugal y el amor paternal […]. La Patria, pues, conclu- ye García Morente, que se nos muestra como madre, esposa e hija, es objeto de las tres formas de amor que cabe sentir hacia las personas: el amor de gratitud, el amor de fidelidad y el amor de sacri- ficio. Allí debe confluir la educación del patriotismo, en esas tres formas de amor en que se cifra el conjunto de obligacio- nes que nos impone dicha virtud (Sáenz, 2005, pp. 447 y 449).
Lo que parecería darse aquí es una “hi- póstasis” de la patria14 y así se le atribuyen características y relaciones antropomórficas de tal modo que ahora ella se acerca a una sustan- cia con determinadas características propias15 . Si se continúa este argumento hasta el final, se colige que dichas características serían de- signios de Dios al igual que nuestra existencia personal en este tiempo y lugar. Así, de estas cuasi-hipóstasis llamadas patrias o naciones, según el caso, se puede hacer una biografía al modo como se hace de una persona que ha sido creada por Dios y pensada en Su plan pro- vidente. Incluso más, así como no elegimos a nuestros padres:
… tampoco elegimos a nuestra Patria […]. Y sin embargo nacimos en ella, y en esta Patria recibimos, junto con la vida, la lengua que hablamos, la religión que profesamos, una serie de costum- bres, de tradiciones, nuestra educación, nuestra manera de ser y nuestra manera de razonar (Sáenz, 2005, p. 437).
Y continúa el texto unas páginas más adelante:
Nuestra Patria es, asimismo, como ya lo hemos señalado, un patrimonio tangible,
14 Esta idea de la patria como la substantivación la tomamos de Rafael Gambra y de José Miguel Gambra. Estos autores identifican tal idea en José Antonio Primo de Rivera, quien podría haber influido en Sáenz: “España es Irrevocable. Los españoles podrán decidir acerca de cosas secundarias; pero acerca de la esencia misma de España no tienen nada que decidir [...] Las naciones [...] son fundaciones, con substantividad propia” (Primo de Rivera, 1966, p. 286).
15 Para López Baroni es en 1937 cuando García Morente toma de Max Scheller esta noción de per- sona como sujeto individual y la de nación como un cuasi sujeto. De allí que aquél postule “la existencia de entes naturales como la nación española que han de estar fusionadas con la Iglesia católica. El estudio de estas personas constituye la “biografía”. El estudio de la nación española que emprende, una “cuasi-persona”, será un estudio biográfico con el objetivo de hallar su sentido último, su filosofía de la historia” (López, 2010, p. 82).
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porque el espíritu del hombre se encarna en la materia, y ahí están para atesti- guarlo nuestras obras de arte: iglesias, monumentos, caminos, pueblos y ciu- dades. Todo ello en el paisaje que Dios nos dio: inmensas llanuras, majestuosas montañas, imponentes cataratas. Todo eso es la Patria. La Patria que debemos amar (Sáenz, 2005, pp. 437-438).
Ya se observó, además, que la exégesis del texto del doctor de Aquino que propone José Miguel Gambra es bien distinta. Se deja en claro, con notable hincapié, que el único objeto de la patria son los hombres, y el ob- jeto de la virtud de la piedad también son esos hombres en cuanto padres, parientes y conciudadanos. Con ellos tenemos una deuda contraída que se debe saldar. Todo lo demás puede considerarse accesorio. Con todo, algu- nos escritores católicos creyendo seguir una línea tradicional ubican como el objeto inme- diato y directo de la virtud del amor a la patria al suelo natal, a las tradiciones, a los usos o a la historia (Gambra, 2010). Sin embargo, el Aquinate no hace alusión a nada de ello, sino que habla solo de los hombres, de la sociedad y del gobierno (Gambra, 2010).
De acuerdo a lo anterior, como segunda conclusión parcial, es dable considerar que esta idea de patria que sostiene el nacionalismo católico no aparece en la letra de Tomás. Este nunca le atribuye a la patria características y relaciones al modo como lo tienen las perso- nas16. En todo caso, lo que dice es que la patria son las personas. Nunca dice que la patria posee una personalidad propia o que el amor a la patria habrá de tomar todas las formas que puede asumir el amor a una mujer (como
16 Tomás, como buen discípulo de Aristóteles, sabe que la Pólis (lo que era la patria para los griegos) no es una substancia ni un ente con vida propia. Incluso, Kullman (1991) ha estudiado todos los lugares donde Aristóteles compara a la Pólis con un organismo y concluye que en todos esos luga- res no es más que una comparación lo que hace el Estagirita. Se llegó a estos textos por Ossandon Widow (2001).
esposa, madre e hija) y tampoco que la virtud del patriotismo impone amarla de ese modo. Es esencial a los propósitos del presente escrito aclarar que no es la idea sugerir o dar a entender que si esos elementos o características que suele erigir el nacionalismo católico no aparecen en la letra del Aquinate, luego nece- sariamente no pueden ser válidos, verdaderos u objeto de estudio. Simplemente se quiere dejar en claro que el Aquinate no solamente no los tematiza, sino que ni siquiera los nombra. En la edición crítica de la Suma de Teología (Cayeta- no, 1883), su comentador más conocido, Tomás de Vio Cayetano, tampoco menciona nada de lo que habla el nacionalismo católico. Es más, Cayetano ni siquiera comenta la quaestio 101, a. 3, c. de la Secunda Secundae .
En suma, volviendo al quicio de este artículo, los nacionalistas estarían proponiendo una singular y novedosa clasificación, amplia- ción o, quizás para ser más modestos en el jui- cio, un ajuste del esquema aquiniano clásico de la virtud de la piedad, y en concreto del amor a la patria. Con todo, esto contrasta con lo que ellos mismos suelen anunciar al decir que se regirán en sus estudios por “esa especie de catedral de la ética que elaborara Santo Tomás, virtudes relacionadas con aquellas fundamen- tales, que giran en su torno como los satélites alrededor del sol” (Sáenz, 2005, p. 25). Probablemente, a algunos exponentes
del nacionalismo católico argentino le sucede lo que Gambra advierte de ciertos pensadores que intentan ser fieles a un pensamiento tradi- cional pero que muchas veces “se han dejado influir por terminologías, doctrinas y hechos de la historia reciente, que han emborronado la doctrina clásica” (Gambra, 2010, p. 88).
CONSIDERACIONES CRÍTICAS FINALES
Quizás la metáfora que el historiador Luis Alberto Romero utiliza en uno de sus re- cientes artículos para referirse al nacionalismo argentino en general sirva para el nacionalismo católico argentino en particular. Romero dice que el nacionalismo es como el río Paraná, tiene muchos brazos y los mismos siguen dis- tintos rumbos (Romero, 2016). Sobre la base de esta metáfora, no se podría asegurar que la

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postura de los nacionalistas que se ha traído en el presente artículo represente a todo el nacio- nalismo católico argentino; de hacer tal aseve- ración probablemente se caería en la falacia de composición o del todo por la parte. Empero lo anterior no impide reconocer la gravitación de dichos pensadores y que las posiciones consignadas anteriormente muy probablemente tengan carácter de principios rectores en el na- cionalismo católico.
Lo que se ha intentado mostrar casi en esbozo es que por lo menos cierta parte del nacionalismo católico argentino induce a por lo menos dos confusiones:
1) La primera es que lleva a exacerbar la vir- tud del amor a la patria, y lo hace en un doble modo:
a) El primero es llamándola “patriotismo”, cuando por lo menos el Aquinate nunca la denomina así. Es verdad que el término es anterior al siglo XX, y que decir que no figura en los textos tomasianos pareciera solo una cuestión nominal a la cual no habría que darle mayores vueltas: “No es de sabios preocuparse por los nombres” (Aquino, 2005, lib. II, d. 3, 1, 1, Resp.). Aunque tomada la advertencia, es preferible tener aún recaudos y escuchar otras voces, como la de John Senior, quien en La restauración de la cultura cristiana advier- te que “ismo, en sentido estricto, significa la adhesión excluyente y excesiva a una persona, causa o cosa. Los ismos son el resultado de mentes que tienen ideas fijas que pueden con-
ducir a fanatismos” (Senior, 2019, p. 184)17 . Ciertamente que el sufijo ismo significa doc- trina o sistema, por lo que podría pensarse que el nacionalismo es la doctrina o sistema sobre
17 Una ampliación de esta mirada, pero enfocada concretamente en las ideas filosóficas y en la his- toria de la filosofía es la que plantea, en un muy reciente escrito, el profesor italiano Gregorio Piaia (2019). La misma objeción de Senior podría hacerse al término cristianismo, sin embargo, el inglés no tiene ese problema, pues christia- nity quiere decir solamente la fe o la religión, mientras que christendom es la fe, la cultura y la sociedad juntas. Asimismo, como resalta Hubeñak, no es lo mismo el cristianismo que la cristiandad (Hubeñak, 2009).
la patria, lo cual parecería bastante razonable y acertado. Incluso, ya se veía que Ernesto Palacio entendía el nacionalismo como una etapa superior del patriotismo en donde el sentimiento se transforma en doctrina. En una línea parecida, Mihura Seeber decía que el nacionalismo era la sistematización racional del patriotismo. Sin embargo, esto tampo- co sería asimilable con el pensamiento de Tomás, que hasta donde se entiende y se cree haber mostrado no propone un “sistema doc- trinal” de la virtud del amor a la patria18 .
Además, un dato no menor es que cuan- do el fraile dominico habla de patria lo hace casi exclusivamente para referirse a la patria definitiva. Es clarísima la distinción entre in via e in Patria en la obra tomasiana, como también en la de los autores escolásticos. En un caso se habla de la condición de peregri- nos y en la otra la de la vida eterna. Un rápi- do repaso por el Index Thomisticum19 podría corroborar este dato. Por ejemplo, en la Con- tra Gentiles nunca menciona la palabra, en la Suma de Teología en poquísimas ocasiones tematiza acerca de la patria en sentido terreno, en el Comentario a la Política de Aristóte- les no lo hace nunca y en el Comentario a la Ética tampoco, sino que allí cuenta casi a modo de anécdota que muchos de los contem- poráneos a Anaxágoras le reprochaban el ha- berse ocupado del estudio de la naturaleza en lugar de los asuntos políticos y, por ende, de su patria; a lo cual el griego respondió, señalando el cielo, que de su patria tenía gran cuidado. 20
18 Miguel Ayuso recalca precisamente este carác- ter teórico del nacionalismo en contraste con el patriotismo: “Las características que lo diferen- cian del viejo patriotismo son dos: su carácter teórico, con simbología y dogmática propias, frente a la naturaleza afectivo-existencial del patriotismo; y su exclusivismo y absolutividad, sobre la base de la inapelable razón de Estado, y al contrario del sentimiento condicionado, jerarquizado, gradual y abierto del patriotismo” (Ayuso, 2018, p. 152).
19 Ver: https://www.corpusthomisticum.org/it/ index.age
20 “Anaxagoras etiam, cum nobilis et dives esset,
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b) La segunda forma de exacerbación que se cree notar, y donde más se ha detenido el pre- sente análisis, es aquella que divide a la virtud del amor a la patria en “patriotismo” y “nacio- nalismo”. Novedosa ramificación cargada, ade- más, de contenido político y de modernidad en términos históricos y filosóficos. De moder- nidad porque, como ya se señaló, la idea de nación como organización política y de nacio- nalismo son creaciones del siglo xviii. La divi- sión también está cargada de contenido político porque en el fondo se quiere hacer pasar como religioso aquello que es primeramente y prima-
riamente una posición política21 que sostiene ciertas ideas y principios que no tienen por qué ser tomados necesariamente como verdaderos y son cuestionables por muchos y buenos motivos. El problema es cuando nos encontramos con sentencias como aquella que se citaba al ini- ciar la lectura: “El nacionalismo es la más alta
expresión del amor a la Patria”22 .
paterna bona suis dereliquit, et speculationi natu- ralium se dedit, non curans de politicis, unde ut negligens reprehendebatur. Et dicenti sibi: non est tibi curae patria?, respondit: mihi patria valde curae est, ostenso caelo” (Aquino, 2001, lib. 6 l. 6 n. 9.).
21 A diferencia de otros nacionalistas, Ezcurra Medrano, es bien claro sobre la naturaleza polí- tica del nacionalismo: “El nacionalismo, deci- mos, es un movimiento esencialmente político. Su campo de batalla es la política y su fin la supresión del Estado liberal y la instauración del Estado nacionalista” (Ezcurra, 1991, pp. 37-38).
El mismo Castellani también parecía sostener esta idea: “Yo no soy nacionalista porque no he querido meterme en política nunca. Ni la he entendido tampoco. De manera que no se puede decir que sea nacionalista porque «nacionalista» o es un partido, o es un movimiento político. Ahora me dicen «camarada». Los que forman agrupaciones me llaman «camarada». Pero yo no fui «camarada» nunca” (Hernández, 1976, p. 103 como se citó en Randle, 2003, p. 465). Una idea similar: “No se puede decir que yo haya sido nacionalista, propiamente, porque no me interesaba la política, ni sabía” (Hernández, 1976, p. 65. Como se citó en Randle, 2003, p. 465). Las comillas son del autor.
22 Gálvez, M. (1910). El origen del nacionalismo en Argentina (fragmento de El diario de Gabriel Quiroga ).
En conclusión, la virtud en su grado sumo o heroico de amor a la patria sería el na- cionalismo. Así, ahora sin ambages, lo expresa el autor que se ha tomado como referencia principal:
Ante el espectáculo de una Patria que agoniza, será preciso amarla más que nunca. Se ama más a la madre cuando está enferma que cuando se encuentra rozagante […] Tal tipo de amor es el que se incluye en el llamado nacionalismo. [...] Patriotismo es el amor a la Patria, esté sana o enferma. Cuando está enfer- ma, hay que agregarle un nuevo matiz: el nacionalismo, que es una forma pecu- liar de la pietas (Sáenz, 2005, p. 463).
Ahora es necesario preguntarse: ¿Cómo hacen aquellos católicos que no se consideran nacionalistas pero creen amar a su patria? ¿No la aman como debería hacerlo ¿O acaso son nacionalistas sin saberlo?
Ya se ha mostrado que no es en la letra de Santo Tomás de donde el nacionalismo ca- tólico recoge el binomio patriotismo-naciona- lismo ¿Pero entonces cuáles son sus fuentes, además de las que cita explícitamente? Una cercana es la del sacerdote argentino Julio Me- invielle (1905-1973), quien se ocupa de describir el nacionalismo y su vínculo con lo religioso (Meinvielle, 2011)23. Y otra influencia de fuste, aunque más lejana, es la de Charles Maurras (1868-1952), notable pensador y político francés creador del llamado nacionalismo integral24 . Dice el francés:
El Nacionalismo se aplica en efecto, más que a la Tierra de los Padres, a los
23 La versión original es en castellano: “Bases del nacionalismo”, en: Tiempo Político, Año 1, n. 4 (28/10/1970). Del mismo autor Meinvielle, Julio. Un juicio católico sobre los problemas nue- vos de la política. Gladium, 1937.
24 Otros antecedentes más lejanos podrían estar en Joseph de Maistre (1753-1821) y en Jaime Balmes (1810-1848) (Díaz, 1991). Para Romero, la influencia se remontaría al español Menéndez y Pelayo (1856-1912) (Romero, 2016).

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Padres mismos, a su sangre y sus obras, a su herencia moral y espiritual más que material. El Nacionalismo es la sal- vaguardia debida a todos esos tesoros, que pueden ser amenazados sin que un ejército extranjero haya pasado la fron- tera, sin que el territorio sea físicamente
invadido (Maurras, 1932, p. 162)25 .
2) La segunda confusión es la que consiste en concebir a la nación como un designio divino, como aquello que Dios pensó desde toda la eternidad. Es evidente que la situación actual de que seamos nación y no imperio, reino, etc. es transeúnte. Cuando el Aquinate hablaba de amor a la patria no estaba hablando de la nación. Nada dice el monje dominico sobre el sistema en que la comunidad política debe organizarse para que se considere a una cosa o a otra como patria stricto sensu. Esta idea de misión providencial para la nación cla-
ramente es ajena a la pluma del Aquinate26 .
25 La traducción es de Zuleta (1975). El mismo Zuleta Álvarez explica al francés: “Maurras rechazaba la filosofía del Nacionalismo, tal como la formuló el Romanticismo en los comienzos del siglo XIX, y sólo la aceptaba como una actitud de defensa, necesaria y urgente, cuando los intereses espirituales y materiales de la nación eran ame- nazados. Si el patriotismo, era un sentimiento, más bien pasivo, de amor al territorio nacional y a la herencia de los antepasados, el Nacionalismo era una reacción dinámica y activa para defender la patria de sus enemigos. En las naciones dismi- nuidas o menoscabadas por la acción del extran- jero, el Nacionalismo era un imperativo lícito e irrenunciable”. (Zuleta, 1975, p. 12).
26 Esta concepción de que la nación solo cumplirá su misión siempre y cuando sea fiel a unos determinados rasgos específicos es teoriza- da por Weber (1983, específicamente en pp. 324-327, 480-482, 679). También en el espa- ñol García Morente, uno de los precurso- res del nacional-catolicismo, se encuentra esta filosofía de la historia providencialista. (López, 2010). Provindencialista quiere decir que para García Morente una nación es igual a un esti- lo “Cualquier intento de soslayar la división de la humanidad en naciones atacaría el plan mismo de Dios de crear varias “humanidades”. La nación española tendría un “estilo” impuesto por la Providencia divina, de forma que cues-
No así en Maeztu, Primo de Rivera o García Morente, autores españoles que tienen un eminente peso en el nacionalismo católico de
Argentina27 .
Vuelve a surgir la pregunta, ahora sobre la base de este supuesto designio divino sobre la nación: ¿El nacionalismo dejaría de llamarse nacionalismo si la Argentina hipotéticamente dejase de denominarse nación? No es fácil dar una respuesta acabada a esto, incluso, creo que podrían darse varias. Se ensayarán algunas posibles.
En principio habría que suponer que se- guiría llamándose nacionalismo. Los defensores de esta tesis se apoyarían fundamentalmente en la idea de que la nación no es un producto de la Modernidad sino una realidad atemporal, tal como aseveraba uno de los autores citados. Es más, la idea de nación es equiparada a la de tra- dición por algunos nacionalistas. Así las cosas, la nación trascendería los límites del tiempo y del espacio, y por ello, el nombre nacionalismo seguiría vigente, aunque la Argentina pierda su denominación de nación.
Asimismo, si el nacionalismo es el equi- valente en el grupo al instinto de supervivencia en la persona, entonces el nacionalismo iría más allá del rótulo de nación de la Argentina. El nacionalismo sería esa apetencia de sobre- vivir, esa fuerza inconsciente de querer que la nación (esa realidad también llamada tradi- ción) perdure y subsista en el tiempo. Y si el instinto de supervivencia en cuestión es algo intrínseco al hombre y no puede escindirse
tionarlo conllevaría un doble atentado, contra la división genérica de la humanidad en naciones, y contra las características específicas del pueblo español”. (López, 2010). Las comillas son del original.
27 Maeztu había definido la nación como una misión, José Antonio definiría la Patria como una unidad de destino, Ortega, como un proyecto de vida. Todas esas definiciones habían sido for- muladas ya en 1938, cuando Morente se decide a concebirla como “el estilo común a una infinidad de momentos en el tiempo, a una infinidad de cosas materiales, cuyo conjunto constituye la his- toria, la cultura, la producción de todo un pueblo” (Garate, 1983, p. 422).
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de él, lo mismo sucederá con el nacionalis- mo. Este es algo intrínseco a cualquier grupo, y con más razón a una comunidad política. Dicho de otro modo, toda comunidad política sería nacionalista por esencia y no podría dejar de serlo; ergo el nacionalismo seguirá llamán- dose así, aunque la nación desaparezca como denominación.
Es de considerar, además, que si la nación es unidad de destino en lo universal, como planteaba Primo de Rivera acerca de la patria y como extienden muchos naciona- listas a la idea de nación, parecería haber un destino histórico ineluctable: el de esas indi- vidualidades históricas llamadas naciones, las cuales realizan los valores universales de la ci- vilización, al decir del argentino Jordán Bruno Genta (1976). Así las cosas, el nacionalismo seguiría teniendo su denominación.
En suma, más allá del régimen político que le toque transitar a una comunidad políti- ca dada, el nacionalismo seguirá llamándose nacionalismo porque la nación que concibe no es una categoría política. Al parecer es una su- pracategoría o es una categoría de otro orden, distinto al político (quizás poético o religioso, o ambos a la vez). Pero lo cierto es que la na- ción nacionalista estaría más allá de las taxo- nomías científicas, sería algo que trasciende, sería una tradición primigenia que concretiza objetivamente las esencias y los valores de la civilización.
Es verdad que solo se ha tomado un pu- ñado de autores y que quizás en otros que han teorizado más sobre el tema, como Marcelo Sán- chez Sorondo (padre) o el sacerdote Julio Me- invielle, estas confusiones que se detectaron no estén presentes. Sin embargo, dos o tres gene- raciones de cierta franja del catolicismo se ha formado y sigue haciéndolo con textos de los autores que aquí se han citado; y además han asumido no solo como enseñanza tomasiana sino, incluso, en muchos casos, como doctrina de la Iglesia lo que allí se dice.
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Fecha de ingreso: 25/02/2021 Fecha de aprobación: 10/05/2022

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