Rev. Ciencias Sociales 178: 77-88 / 2022 (IV)
ISSN Impreso: 0482-5276 ISSN ELECTRÓNICO: 2215-2601

Sentimientos y necesidades de la persona adulta mayor durante la pandemia COVID-19. Un análisis desde la teoría de Agnes Heller1

Feelings and needs of elderly person during the pandemic COVID-19. An analysis from Agnes Heller’s theory

Lorena Martínez Zavala*
Raúl Jiménez Guillén**

Tipo de documento: artículo académico

Resumen

El artículo explora los sentimientos y las necesidades de una persona adulta mayor durante el confinamiento por la pandemia de Covid-19 en México. El estudio de caso se reflexionó a partir de la propuesta de Agnes Heller sobre la vida cotidiana, las necesidades y los sentimientos. La investigación es cualitativa y fundamentada en el método fenomenológico-hermenéutico. Como resultado es posible observar un cambio en las necesidades de la persona adulta mayor durante la pandemia; pasaron de necesidades alienadas al surgimiento efímero de necesidades radicales.

Palabras clave: ANCIANO * Necesidades BÁSICAS * Sentimiento * Pandemia * Vida cotidiana

Abstract

This article explores feelings and needs of an elderly person during the confinement due to the Covid-19 pandemic in Mexico. The case study was reflected from Agnes Heller’s proposal on daily life, needs and feelings. The research is qualitative and based on the phenomenological-hermeneutical method. As a result, it is possible to observe a change in the needs of elderly person during pandemic; they went from alienated needs to the ephemeral emergence of radical needs.

Keywords: ELDERLY * BASIC Needs * EMOTIONS * pandemic * EVERYDAY life

Introducción

El 23 de marzo de 2020, el gobierno federal anunció el inicio de la Jornada Nacional de Sana Distancia, como una estrategia para reducir el impacto de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) en la sociedad mexicana. Se debe recordar que esta pandemia brotó en Wuhan, China en diciembre de 2019, convirtiéndose en un fenómeno mundial, de largo aliento y con un fuerte impacto en los sistemas económicos, políticos y sociales. Esta Jornada Nacional implicó la suspensión de clases en todos los niveles educativos, la población debía evitar aglomeraciones, mantenerse alejados físicamente de las otras personas y aislarse en sus casas; señalando que era imprescindible en la población vulnerable. El sector considerado de alto riesgo estaba constituido por personas de 60 años y más, aquellos con enfermedades crónicas, mujeres embarazadas y personas con obesidad mórbida (Enciso, 23 de marzo de 2020; Secretaria de Salud, 2020).

Este acontecimiento modificó radicalmente la vida cotidiana de los mexicanos. Se entenderá vida cotidiana como “el conjunto de actividades que caracterizan la reproducción de los hombres particulares, los cuales, a su vez, crean la posibilidad de la reproducción social” (Heller, 1975, p. 25). En todas las sociedades hay una vida cotidiana, pues a través de las rutinas y rituales la estructura social se reproduce. De igual manera, todos los hombres y todas las mujeres tienen una vida cotidiana sin importar la posición que tengan en la división social del trabajo. A través de la cotidianidad, los individuos construyen su subjetividad, su identidad y se reproducen como seres particulares (Heller, 1975).

La vida cotidiana está conformada por cuatro elementos: espacio, tiempo, pluralidad y simbolismo (Uribe, 2014). El espacio es un territorio que genera procesos dialécticos, pues el individuo confiere sentido a ese espacio, pero igualmente, adquiere de este, múltiples significados. Uribe (2014) señala que en la vida cotidiana el espacio vital tiene límites, pues el individuo convive en culturas y sociedades determinadas. Sin duda, el confinamiento no representó un cambio de convivencia cultural radical, pero sí implicó una reducción del campo vital de relación entre los individuos.

De igual manera, el tiempo tuvo ciertas alteraciones. Es cierto que durante el confinamiento se continuó con un tiempo estructurado acorde con las necesidades de la reproducción del capital; sin embargo, la organización del tiempo se replanteó al interior de las casas como resultado del cambio de las actividades diarias. La pluralidad —dice Uribe (2014)— “corresponde a la diversidad de los tejidos sociales, producto de la dinámica histórica y el sentido que tiene para las poblaciones el quehacer cotidiano” (p. 103). Y el simbolismo es un elemento cultural que permite la reproducción de la subjetividad de los individuos y que ofrece un marco común de referencia que le da significado a las experiencias.

La vida cotidiana ofrece orientación y guía para actuar, pues “se construye mediante las relaciones sociales compartidas” (Uribe, 2014, p.100). Antes de la pandemia, el saber y el deber se construían en sociedad, en el exterior, en la interacción del yo con los otros. Durante la pandemia, el saber y el deber se generaban en el micro espacio, en la casa, en la búsqueda de salvaguardar el yo, a pesar del desligue con lo social. La vida cotidiana cambió durante la pandemia de Covid-19; la subjetividad de los individuos se reproducía en la convivencia del núcleo familiar o en la soledad y a través de medios electrónicos que permitían tener contacto y conocimiento del ámbito exterior, viviendo con miedo ante este fenómeno desconocido y buscando estrategias para solventar las necesidades esenciales de alimentación, salud y socialización. La certeza de lo apropiado y lo incorrecto se modificó, salir y convivir con otras personas o familiares que no vivían en el mismo espacio, era algo impropio, riesgoso y censurable. ¿Cómo sería la vida cotidiana en el confinamiento? ¿Qué impacto tendría en las emociones de los individuos?

Felipe Vázquez (2020) ofrece un acercamiento a estas preguntas, señalando que el confinamiento “obligó a pensar cómo vivir juntos y cómo resistir el repliegue a lo privado” (p. 147). Agregando que dicho proceso afectó emocionalmente de manera distinta a los jóvenes y a las personas adultas mayores. Vázquez puntualiza que “mientras a los jóvenes los estresan sus actividades laborales, lúdicas o escolares, a las personas mayores las aqueja el no poder ver a sus nietos, el contraer la enfermedad y morir solos o intubados sin poder despedirse de sus familiares” (Vázquez, ٢٠٢٠, p. 149).

El envejecimiento es un proceso natural que se genera en todos los seres vivos, se caracteriza por ser universal, irreversible, progresivo, heterogéneo, deletéreo y multifactorial (Ocampo y Londoño, 2007). De acuerdo con Erik Erikson (como se citó en Ocampo y Londoño, 2007), la vejez es “un estadio de la vida en el cual se intenta equilibrar la búsqueda de la integridad del yo con la desesperación. La resolución positiva de la crisis madurativa permite una experiencia de integridad” (p.1076). Agregando que en dicha etapa se alcanza la tarea de “lograr una integridad yoica con un mínimo de desesperanza [y la virtud] de la sabiduría” (Santrock, 2006, p. 677).

Pasaron varios lustros para que el Estado posrevolucionario mexicano concibiera a los adultos mayores como sujetos susceptibles de protección y asistencia social. Estableciendo que esto inició “en 1979 con la creación del organismo descentralizado del sector salud, denominado Instituto Nacional de la Senectud (INSEN), […] [nombre que se modificó en 2002] a Instituto Nacional para las Personas Mayores (INAPAM)” (Jiménez-Guillén, 2020, p. 17).

A pesar de la creación de instituciones y leyes específicas para este sector; porcentajes significativos de la población adulta mayor vive en condición de vulnerabilidad. Esto se debe, principalmente, a la falta de una pensión o jubilación; sujetando su ingreso económico a programas estatales, al apoyo familiar o a la reinserción al ámbito laboral. Estas problemáticas han generado que tanto el Estado mexicano como las instituciones educativas, organizaciones no gubernamentales y demás, estén impulsando proyectos que permitan consolidar un envejecimiento activo; el cual, consiste en promover un envejecimiento apegado a los derechos humanos fundamentales que garanticen a los adultos mayores: “independencia, participación, dignidad, cuidado y autorrealización” (Ramos y Miranda, 2016, p. 330).

Partiendo de aquí, surge la pregunta ¿cuáles fueron las necesidades y los sentimientos de la persona adulta mayor durante el confinamiento por la pandemia de COVID-19? Tratando de ofrecer un acercamiento a través de la mirada teórica de Agnes Heller.

1) Metodología

El presente trabajo se basó en una metodología cualitativa, sustentada en el método fenomenológico-hermenéutico; el cual permitió comprender la experiencia subjetiva, la cotidianidad del actor y su particularidad (Rodríguez y Pelcastre, 2020). El objetivo de este trabajo consistió en analizar las necesidades y los sentimientos de una persona adulta mayor durante el confinamiento por el COVID-19. Para consolidar este propósito se llevó a cabo una investigación narrativa, cuya “recogida de información a través de los relatos que cuentan las personas sobre sus vidas y las vidas de otros” (Sparkes y Devís, 2018, p. 5) permitió conocer aspectos relacionados con las necesidades y los sentimientos experimentados por la persona adulta mayor durante el confinamiento por la pandemia de COVID-19 en Tlaxcala, México. Se utilizó la técnica de entrevista a profundidad, la cual se complementó con una revisión de documentos teóricos (propuesta de Agnes Heller), notas de periódico e informes.

2) Resultados

2.1) Un poco de contexto

De acuerdo con datos emitidos por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2021), en México hay una población de 126 014 024 habitantes; de los cuales, 15 142 976 son mayores de 60 años. En el Censo de 2020, dicha institución contabilizó que 37 891 261 personas de 12 años y más, que no son económicamente activas; el “43.9% se dedica a los quehaceres domésticos, 34.7% son estudiantes, 9.0% son personas jubiladas o pensionadas y 3.6% presentan una limitación física o mental que les impide trabajar” (INEGI, 2021, p. 7). Concretamente, en el Estado de Tlaxcala residen 145 886 adultos mayores (Jiménez-Guillén, 15 de febrero de 2021).

La Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica realizada en 2018 detectó que en “el país residen 15.4 millones de personas de 60 años o más, de las cuales 1.7 millones viven solas” (p. 1). Agregando que “cuatro de cada diez personas de 60 años o más que viven solas (41.4%) son económicamente activas [y] siete de cada diez (69.4%) personas de edad que viven solas presentan algún tipo de discapacidad o limitación” (INEGI, 2019, p. 1).

De manera más amplía, dicha encuesta encontró que el mayor porcentaje de personas adultas mayores (47,9%) viven en hogares nucleares; en menor porcentaje (39,8%), habitan en hogares ampliados y el “11, 4% conforman hogares unipersonales”. De este último grupo, el 60% son mujeres y el 40% son hombre; con un rango de edad establecido de la siguiente manera: “el 43.1% tiene entre 60 y 69 años, el 36.4% entre 70 y 79 años, el 17.4% cuenta con 80 a 89 años [y el] 3.1% tiene 90 años o más” (INEGI, 2019, p. 2).

Sobre la situación conyugal, las personas adultas mayores que viven solas son primordialmente viudas/os, otro porcentaje menor son separadas/os o divorciadas/os. De acuerdo con las estimaciones hechas por la Encuesta Nacional de Dinámica Demográfica, el 41,4% de las personas adultas mayores que viven solas son económicamente activas, de las cuales, el 54,1% son hombres y 45,9% son mujeres. Las principales fuentes de ingreso de las personas adultas mayores que viven solas son la jubilación o pensión (36,7%), los programas de gobierno (36,6%) y el ingreso generado por su trabajo (34,4%) (INEGI, 2019). De manera complementaría, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo indicó que “el 21.7% de los adultos mayores que viven solos y están ocupados, no reciben prestaciones, 15.7% reciben aguinaldo y solo 13.4% tienen vacaciones con goce de sueldo” (INEGI, 2019). Cabe agregar que el “43% trabaja en sectores catalogados como de riesgo medio-alto y alto [ante la pandemia de COVID-19]” (Pérez y Macías, 2021).

De acuerdo con datos difundidos en medios electrónicos, en febrero de 2021 se reportaban 195 908 muertes por coronavirus en el país. De ese total, el 63% eran personas mayores de 60 años, de los cuales, el 60,8% eran hombres y el 39,2% eran mujeres (Ortega, 18 de marzo de 2021). Al escribir estas líneas la pandemia continúa y ante la llegada de una variante de la enfermedad se está contemplando la aplicación de un refuerzo de la vacuna a las personas adultas mayores (El Economista, 30 de noviembre de 2021). Autores como Pinazo-Hernandis (2020) han señalado que “las personas mayores son un grupo especialmente vulnerable ante la enfermedad producida por el SARS-CoV-2 que presenta un peor pronóstico, por su comorbilidad, los síndromes geriátricos y la fragilidad asociada al envejecimiento” (p. 249). De manera concordante, la Organización Mundial de la Salud (OMS), señaló que “las personas mayores de 60 años han sido las más afectadas por la COVID-19 en las Américas” (30 de septiembre de 2020, s.p.). Sin embargo, como señala Jiménez-Ambriz (2011), la vejez es una etapa de la vida que se determina por la resiliencia, proceso en el cual, las estrategias de afrontamiento son clave para resolver los problemas de la vida diaria.

2.2) Las necesidades

Agnes Heller —desde su perspectiva marxista crítica— lleva a cabo una profunda reflexión sobre los aportes que hizo Carlos Marx a la conceptualización de las necesidades humanas. Dicha reflexión trasciende los aportes de Marx, generando un planteamiento propio sobre el tema. La autora señala que, minimizar el concepto de necesidades a una necesidad económica es —para Marx— “una expresión de la alienación capitalista de las necesidades” (Heller, 1986, p.22); pues establece el surgimiento y la satisfacción de las necesidades en el mercado. Se debe recordar, que desde la perspectiva marxista, el sistema capitalista gira en torno a la mercancía, la cual encubre las relaciones sociales de producción.

Heller plantea la existencia de dos necesidades en el sistema capitalista: las necesidades alienadas y las necesidades radicales. Las primeras son necesidades cuantitativas, están basadas en la búsqueda de poseer y de poder. En cambio, las necesidades radicales son cualitativas y “están dirigidas a la transformación de la estructura de las necesidades” (p.10); es decir, son necesidades humanas no fetichizadas. Ambas coexisten en un sistema capitalista discordante (Heller, 1986). Desde esta perspectiva, se sostiene que la pandemia de COVID-19, de manera momentánea, incrustada en la vida cotidiana de la población y en la subjetividad de los individuos, generó un cambio en la estructura de necesidades, desplazando la priorización de las necesidades alienadas y dando paso de manera germinal y efímera al afloramiento de las necesidades radicales.

Doña Jose tiene 68 años, es viuda y tiene ocho hijos. Vive sola, pero sus hijos viven en el mismo terreno, ya que a cada uno les dio una parte para que construyeran sus casas. Antes de la pandemia trabajaba en mercados vendiendo ropa; durante el confinamiento dejó de trabajar y los hijos e hijas se encargan de solventar sus gastos. Al platicar sobre los problemas económicos que tuvo durante la pandemia, doña Jose comentó:

No, en eso no tenía problemas. Nosotros comprábamos las cosas, bueno yo soy una persona que compro las cosas y aunque sea sopita, frijolitos, tenemos, hacia yo torillitas, y pues tenemos ya de ahí, pero no, no había tanta necesidad de salir a la calle (J. Vázquez, comunicación personal, octubre de 2021).

Marx establece la categoría de necesidades naturales, las cuales se refieren “a la alimentación, el vestido, la calefacción, la vivienda, etc.” (Heller, 1986, p. 30). Heller agrega que dichas necesidades “solo son idénticas en un plano muy abstracto. Todos necesitan dormir, pero ninguno duerme en las mismas circunstancias y por un mismo período de tiempo; todos tienen necesidad de alimentarse, pero no en la misma cantidad y del mismo modo” (Heller, 1975, p.24). La manera en que se satisfacen estas necesidades está determinada por el lugar, los procesos históricos y la cultura. Durante el confinamiento, la alimentación se estableció como una necesidad esencial, sin pensar en algún lujo, entendiendo este último término como aquel artículo “cuya posesión o consumo queda fuera de la capacidad adquisitiva de la clase obrera” (Heller, 1986, p.38). Desde la perspectiva de Marx, el lujo es algo inaccesible debido a la condición de clase de los individuos y sin duda, eso no cambió durante la pandemia; sin embargo, el deseo de obtener lujos es un aspecto que se difunde ideológicamente en el sistema capitalista y durante la pandemia fue superfluo.

Heller (1986) plantea que en “condiciones <<normales>>, esto es, <<humanas>>, el fin máximo del hombre es el otro hombre” (p.54). Pero la alienación generada por el sistema capitalista, rompe con esta primicia y convierte al “hombre en un simple medio para el otro hombre; un medio para la satisfacción de sus fines privados, de su avidez” (Heller, 1986, p.54). Dicho fenómeno cambió durante el confinamiento. El hombre se estableció como el fin en sí mismo, se generó una necesidad de convivencia y de estar con el otro. Doña Jose comenta:

[Durante el confinamiento] estuve acá y nada más los veía desde su ventana, lejos. Me ponía yo a llorar. Le pedía mucho a la Virgen que me los dejara porque había yo perdido a mi yerno. Entonces, si, la hemos pasado mal.

Los extrañaba yo, nos extrañábamos. Yo me salía al patio, me ponía a ver si los veía yo, pero no, no los veía yo. Les llevaba, aunque sea un juguito, una frutita. Nada más se los dejaba yo colgados y ya ellos salían a traerlo.

Ahora en diciembre, nos empezamos a medio juntar, pero de lejitos, para rezarle al niño Jesús, para hacer nuestra acostada nomás. Le rezábamos y cada quien venía a acostar su imagen.

[El fin de año] no se hizo nada, porque teníamos que estar aquí guardados. Nomás acostamos al niño Dios y cada quien a su casita y de lejitos nos tomábamos un cafecito, un ponchecito.

Cada quien tenía su vaso y nos pasaba a dejar en el vaso con el cubreboca, sin hablar, ya después nos lo tomábamos, nos quitábamos el cubrebocas (J. Vázquez, comunicación personal, octubre de 2021).

A través de este testimonio, se puede observar “una inversión de la relación fin-medio. […] El encontrarse juntos y el goce común son respectivamente algunas de las formas máximas de necesidad y de satisfacción de la necesidad: <<…la actividad ‘comunitaria’ y el goce ‘comunitario’” (Heller, 1986, p.55).

2.3) LOS sentimientos

Agnes Heller (2004) se pregunta ¿qué es sentir? Y desde su perspectiva teórica el sentir “significa estar implicado en algo”. “El sentimiento es esencialmente la relación de mi yo con algo” (p.15). Estar implicado en algo es tener un vínculo con los otros, sean personas, animales u objetos. Los individuos pueden sentirse implicados de manera positiva, de manera directa y de manera activa; aspectos que existen en su oposición; es decir, el individuo puede sentirse implicado negativamente, indirectamente y reactivamente (Heller, 2004).

Como se señaló anteriormente, la pandemia de COVID-19 y la Jornada Nacional de Sana Distancia generaron cambios importantes en la vida cotidiana de los individuos, aspecto que influyó en las emociones y sentimientos. Doña Jose se sintió muy triste durante el confinamiento porque cuatro de sus ocho hijos se enfermaron de coronavirus, no podía convivir con ellos. Doña Jose comentó:

La pasé muy triste por el motivo de que pue si perdí un familiar, entonces, mis hijos se enfermaron y yo estaba sola. Les hablaba [por teléfono] para ver cómo seguían. Me decían que no fuera yo para allá, que me estuviera yo acá, pues sólo Dios sabe cómo lo pasamos, pero lo pasamos, pidiéndole mucho a la Santísima Virgen. Les llevaba, aunque sea un juguito, una frutita. Nada más se los dejaba yo colgados y ya ellos salían a traerlo. Me decían: “vete, vete mamá. No te vengas pa’ acá. Ahí déjamelo en el tronquito”. Mi Tomasito me decía: “Ahí mamacita, déjame lo que me regalas, ahí déjamelo”. Y ya me venía yo. Sí, así la fuimos pasando, tristemente, muy triste (J. Vázquez, comunicación personal, octubre de 2021).

Al retomar la perspectiva de Heller (2004), Doña Jose se sentía implicada directamente, ya que los enfermos de coronavirus eran sus hijos, se sentía implicada negativamente, pues la sensación de pérdida le generaba dolor; y finalmente, estaba implicada activamente, ya que las acciones que realizaba como hablarles por teléfono, verlos por la ventana y llevarles cosas de comer que dejaba afuera de sus casas eran acciones que evidencian una voluntad consciente.

Heller (2004) plantea que los sentimientos tienen una función homeostática que regula la tensión. Doña Jose se sentía muy triste, en la entrevista señaló: “comía yo menos por la aflicción, me afligía yo demasiado de mis muchachos. […] Me preocupé demasiado que pues, me ponía yo a llorar en las noches solita, pero no les decía yo nada” (J. Vázquez, comunicación personal, octubre de 2021). Heller (2004) agrega que “no se puede vivir en un estado de tensión constante. La tensión dirigida a una actividad, relación o pensamiento tiene que disolver, suprimir o relegar al trasfondo la tensión dirigida a otra acción” (p.53). Doña Jose disminuía la tensión que sentía llevándoles comida para que se recuperaran pronto y practicando la religión católica. Doña Jose comentó: “me ponía a rezar, me ponía a escuchar misa por celular y hasta la fecha sigo rezando el rosario porque tiene poco que un hermano se enfermó y también rezo porque Diosito le de salud” (J. Vázquez, comunicación personal, octubre de 2021).

2.4) Posdata: ser resiliente

Jiménez-Ambriz (2011) considera que la vejez es una etapa de la vida que se determina por la resiliencia, proceso en el cual, las estrategias de afrontamiento son clave para resolver los problemas de la vida diaria. La resiliencia es un elemento fundamental en el proceso de envejecimiento activo, ya que los seres humanos siguen desarrollándose y viviendo a pesar de las adversidades que se presentan.

De acuerdo con Gómez-Esquivel et al. (2019), el concepto de resiliencia hace referencia a una capacidad desarrollada por las personas que les permite sobreponerse a las adversidades y a los problemas que se presentan a lo largo de la vida. Al hablar de capacidad se puede entender que es una cualidad latente que permite a las personas resolver de manera más efectiva las crisis existentes. Cabe señalar que el concepto de resiliencia ha sido de gran interés en los estudios etnográficos de poblaciones vulnerables; ya que, “personas procedentes de ambientes de una profunda necesidad (pobreza) […] son capaces de volver a reconstruirse pese a las dificultades y todo esto a favor de su desarrollo personal” (Gómez-Esquivel et al., 2019, p. 17).

La conceptualización del término resiliencia se ha ido desarrollado a lo largo de los años. En este apartado se lleva a cabo una síntesis para determinar el punto de partida. Rutter analizó dicho concepto en el comportamiento de los niños y en 1990 estableció que la resiliencia se refiere a “un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos” (Gómez-Esquivel et al., 2019, p.17), los cuales no deben considerarse un atributo, no debe pensarse como algo heredado ni como una cualidad que se adquiere durante el desarrollo humano. Para Rutter, la resiliencia es el resultado de un proceso de interacción de la persona con el ambiente y con las condiciones existentes en este.

Por su parte, Osborn en 1993, concibió la resiliencia como una competencia que permite al niño hacer bien las cosas, señalando que es el resultado de la unión de tres elementos: los factores ambientales, el temperamento y algún “tipo de habilidad cognitiva que tienen los niños cuando son pequeños” (Gómez-Esquivel et al., 2019, p. 17). Posteriormente, en 1994, Vanistendael agregó que dicho concepto se refiere a la “capacidad de proteger la propia integridad bajo presión” y la aptitud de tener un comportamiento positivo (Gómez-Esquivel et al.,2019, p.17).

Grotberg en 1995, conceptualizó la resiliencia como una “capacidad humana universal”, que permite afrontar, superar e incluso cambiar frente a las adversidades. Señaló que es parte del “proceso evolutivo” y que debe potenciarse desde la niñez. Suárez en 1995, la concibió como una serie de factores que posibilitan al niño y al ser humano a enfrentar y vencer las dificultades que se les presenta a lo largo de su vida. Y Anzola señaló en 2003 que la resiliencia “implica el desarrollo de personas sanas en circunstancias ambientales insanas” (Gómez-Esquivel et al., 2019, p. 17).

Es decir, Rutter, Vanistendael y Anzola (citados por Gómez-Esquivel et al., 2019) sitúan la resiliencia en un momento excepcional, es decir, no lo plantean como una habilidad para afrontar los problemas que trae consigo la vida diaria o los retos del ciclo de la vida (como sí lo hace Grorberg y Suárez), sino como situaciones adversas que sobrepasan a esas crisis esperadas del ciclo de vida y que son afrontadas de manera óptima. Flores en 2013 (citado por Gómez-Esquivel et al., 2019) establece que “la resiliencia cuenta con ocho pilares los cuales son: Afrontamiento, Autonomía, Autoestima, Tolerancia, Conciencia, Responsabilidad, Esperanza y Sociabilidad” (p. 19).

Existen diversos estudios clínicos que exploran la resiliencia en niños que pasaron por situaciones adversas como la pérdida de los padres, guerras, hambre, abandono, etc. y lograron un desarrollo sano; es decir, no presentaron “problemas de salud mental, abuso de drogas o conductas criminales de adultos” (Becoña, 2006, p. 125). La resiliencia “procede de la interacción de diversos elementos en la vida del niño”: 1) “el temperamento biológico, características internas, especialmente la inteligencia”; 2) “el temperamento del niño y el locus de control interno o dominio”; 3) “la familia y el ambiente de la comunidad en la que vive el niño (cualidades de apoyo)” y 4) “el número, intensidad y duración de circunstancias estresantes o adversas por las que ha pasado el niño, especialmente a temprana edad” (Becoña, 2006, p.126).

Aún existe un debate sobre si la resiliencia es un “rasgo de personalidad o un patrón conductual”. De igual manera, no existe consenso sobre pensar la resiliencia como “un rasgo personal o un proceso dinámico” (Becoña, 2006, p. 139). Pero, los teóricos coinciden en que la resiliencia es un proceso que requiere de la “interacción del individuo con su ambiente más inmediato” (Becoña, 2006, p. 139). Existen tres modelos de resiliencia: compensatorio, protector y desafiante. El primero, el compensatorio, se refiere al momento en que un “factor de protección actúa en dirección opuesta a un factor de riesgo” (p. 140). El modelo protector “es aquel en el que una cualidad o recurso moderan los efectos de un riesgo” (p. 140). Finalmente, el modelo desafiante se refiere a exponer a un riesgo a las personas para que a través de esta exposición aprendan a afrontarlos (Becoña, 2006).

Ha sido difícil establecer una definición uniforme sobre la resiliencia, e incluso, hay que diferenciarla de otros conceptos como competencia, vulnerabilidad, locus de control, dureza, recuperación y demás. La resiliencia se debe considerar “como un rasgo relativamente global de la personalidad que le permite a la persona una mejor adaptación a la vida. […] suele haber una situación estresante intensa, así como una competencia manifiesta en relación con el problema” (Becoña, 2006, p. 127). Es decir, existe una habilidad que permite al individuo afrontar de manera óptima esa circunstancia de estrés, colocando al individuo en un “sobreviviente” (Becoña, 2006, p. 127). Este último concepto se ha utilizado como sinónimo del concepto resiliencia, al igual que dureza, competencia, resistencia del ego y fuerza del ego. A pesar de la variedad de definiciones, todas coinciden en que la resiliencia “implica competencia o un positivo y efectivo afrontamiento en respuesta al riesgo o a la adversidad” (Becoña, 2006, p.127).

Masten y Powell (citado por Becoña, 2006), señalan que la resiliencia no pude concebirse como un rasgo característico de un individuo, pues esto pude variar a lo largo del tiempo y en las diferentes etapas de la vida. Olsson (citado por Becoña, 2006), realizó estudios sobre niños resilientes y encontró tres factores importantes en este proceso: 1. “Los atributos de los propios niños, 2. Aspectos familiares y 3. Características de su amplio ambiente social” (p. 127). Polk (citado por Becoña, 2006) planteó seis características importantes en la resiliencia: “1. Atributos psicosociales, 2. atributos físicos, 3. roles, 4. relaciones, 5. características de solución de problemas y 6. Creencias filosóficas” (p. 129). Posteriormente, reagrupo dichos atributos consolidando cuatro: “1. el patrón disposicional, 2. el patrón relacional, 3. el patrón situacional y 4. el patrón filosófico” (p. 129). El primer patrón (disposicional) se refiere a los atributos físicos y psicológicos; el segundo (relacional), a la capacidad de relacionarse con modelos positivos y la capacidad de confiar en los demás teniendo una red de apoyo. El tercer patrón (situacional), aborda la “habilidad de hacer una evaluación realista de la propia capacidad para actuar y de las expectativas o consecuencias de esa acción” (p. 129). Y el cuarto patrón (filosófico) se refiere “a la convicción de que posteriormente vendrán buenos tiempos y la creencia en hallar un significado positivo en las experiencias. (…) La creencia en que la vida vale la pena (…) y que cada persona tiene un camino en la vida que es único” (p. 130).

Autores como Jiménez-Ambriz (2011) y Uriarte (2014) consideran que la resiliencia es una capacidad que caracteriza a las personas adultas mayores. La resiliencia es “la manera de compensar y modificar las habilidades físicas, sensoriales y cognitivas que manifiestan algún declive” (Uriarte, 2014, p.69). “Es la capacidad de las personas mayores para adaptarse a las constantes exigencias en las diferentes áreas de sus vidas, logrando mantener el equilibrio y un adecuado nivel de bienestar” (Jiménez-Ambriz, 2011, p.59).

Si lugar a duda, la pandemia de COVID-19 fue una situación que sobrepasó las crisis esperadas en el ciclo de la vida. Tal acontecimiento, impactó en la vida de la población mexicana, generando la muerte de familiares, pérdida de trabajo, reducción del ingreso económico, por nombrar algunos inconvenientes. Sin embargo, gente ha salido airosa de dichos problemas, como Doña José que afrontó de manera resiliente esta crisis sanitaria. Doña José comenta:

Yo iba y venía a México. Porque un señor se vino aquí a refugiar con nosotros y yo lo acompañaba a México a ver lo de la vista. Entonces, fue cuando empezaron con lo de la enfermedad. La última vez que yo me fui a México, pues francamente, México estaba sólo. Me entró mucho miedo. Entonces, los hospitales los cerraron y dijeron que ya no debería uno de moverse de donde uno estaba. Entonces, ya no fui y ya me encerré.

Yo me encerré, aquí estuve, pero de momento supe que mis hijos se enfermaron.

Se enfermaron dos matrimonios con sus hijos. Mi hija Lupita, la mamá de Vane también se enfermó. Entonces, me decían que ya se habían enfermado. Y luego se enferma mi hija Mari, también se enfermó.

Se guardaron en su casa y el doctor me hizo el favor, y mi hija es enfermera de Covid. Entonces, ella atendió a sus hermanos. Y un doctor, pues les recetaba sus medicinas.

Ya me siento más contenta, porque ya vamos saliendo pa’adelante (J. Vázquez, comunicación personal, octubre de 2021).

Es posible señalar que Doña Jose afrontó la crisis sanitaria por el Coronavirus de manera resiliente. Al retomar los cuatro patrones desarrollados por Polk (citado por Becoña, 2006) se puede establecer sobre el patrón disposicional; es decir, la confianza en los atributos propios tanto físicos como psicológicos, Doña José señaló que todavía confía en que tiene la capacidad para resolver los problemas que se le presenten. El patrón relacional; es decir, la capacidad de confiar en los demás fue un aspecto clave en el bienestar emocional de Doña Jose durante la pandemia, ya que ella confiaba su tristeza y preocupación a su hermano, el cual le daba aliento. De igual manera, depositaba su confianza en el médico para que atendiera a su hermano. Doña Jose comentó:

“Doctor, le pido un favor grande, consulte usted a mi hermano porque está enfermo”. Yo le pedí de favor al doctor, yo le dije: - “Doc., no se preocupe, yo le pago la consulta, pero consúlteme usted a mi hermano”. Entonces me dijo el Doc.: - “No se preocupe Doña Jose”. - “Doctor, ¿cuánto es? Yo le pago”. - “No doña Jose, ya sabe usted que no, es su hermanito de usted”. Yo le pago, pero luego dijo el Doctor que no, que para nosotros no porque éramos como de la familia (J. Vázquez, comunicación personal, octubre de 2021).

Además, Doña Jose mostraba confianza en que vendrán tiempos mejores (patrón filosófico), aspecto cuya fe deposita en la creencia en que Dios la va ayudar. Sin lugar a duda, la voluntad de vivir es un impulso muy fuerte que permite salir de las adversidades y que sobrepasa aspectos de edad, clase social, raza o género.

3. Conclusiones

La crisis sanitaria generada por el COVID-19 fue un fenómeno de gran impacto a nivel mundial; los sistemas económicos, políticos, sociales y culturales sufrieron cambios palpables. Al inicio de la pandemia, el teórico social marxista David Harvey (20 de marzo de 2020) se preguntaba si una frágil sociedad capitalista resistiría un año de encierro poblacional y una paralización económica, señalando que dicho momento podría ser el parteaguas para construir los lazos a otro tipo de organización social.

A más de un año de la pandemia se puede observar que el planteamiento de Harvey (20 de marzo de 2020) quedó en lo quimérico a nivel macro; sin embargo, como señala Agnes Heller (1975) “las catástrofes han creado siempre la posibilidad de un cambio radical en la vida cotidiana” (p.29). A nivel micro, es decir, en la vida cotidiana del individuo, y de manera muy efímera, se generó un cambio en la estructura de necesidades de los individuos; así como, un resquebrajamiento en la sensación de seguridad que ofrece el conocimiento de la vida cotidiana, el cual da pauta del comportamiento aceptable.

A través del caso analizado, es posible observar que las necesidades alienadas se movieron, dando paso a las necesidades radicales. La necesidad primordial de la persona adulta mayor se basó en la búsqueda de convivencia, de cercanía y acompañamiento de sus seres queridos; generando así, un cambio en ver al hombre como el fin en sí mismo y no como un medio para alcanzar otros objetivos o cumplir distintas necesidades.

Durante el confinamiento se expresó la genericidad sobre la particularidad. Dichos conceptos son utilizados por Heller (1975) para explicar la existencia de dos dimensiones del hombre: la dimensión particular y la dimensión genérica; entendiendo la primera como la incapacidad del individuo para integrarse con la totalidad, conformándose, únicamente, con su estrato, capa o clase social. En cambio, la dimensión genérica visualiza que el individuo es un ser social y solo puede existir en sociedad. Por tal razón, Doña Jose llevaba a cabo diversas estrategias para convivir, sentirse acompañada y estar en comunidad durante el confinamiento.

Referencias

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Fecha de ingreso: 19/01/2022
Fecha de aprobación: 20/11/2022


1 El artículo es producto del proyecto de investigación “Resiliencia en adultos mayores. Viviendo en tiempos de pandemia”, respaldado por la Universidad Autónoma de Tlaxcala, México.

* Facultad de Ciencias para el Desarrollo Humano de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, Tlaxcala, México.

lorena.martinez.zavala@gmail.com

** Facultad de Ciencias para el Desarrollo Humano de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, Tlaxcala, México.

raul.jimenez@uatx.mx