Wimblu, Rev. Estud. de Psicología UCR, 16(2) 2021 (Julio-Diciembre): 67-92 /ISSN: 1659-2107
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Asimismo, fue necesario considerar el concepto de interseccionalidad, el cual refiere
al “sistema complejo de estructuras de opresión que son múltiples y simultáneas” (Crenshaw
1995; citada en Muñoz 2011, 10), por lo que categorías como clase social, condición
migratoria, etnia, edad, orientación sexual, entre otras, se cruzan con la opresión de género,
creando formas particulares de desigualdad y de vulnerabilidad para las mujeres (Sagot
2017). Este análisis fue esencial en la atención de las usuarias, debido a que el riesgo no era
igual para todas, ya que la peligrosidad y severidad de la violencia y las opciones para
salvaguardar sus vidas y sobrevivir variaba dependiendo de la configuración de estas
opresiones (Sagot 2017).
Por otra parte, fue posible identificar cómo las usuarias postergaban sus propias
necesidades, lo que se explica debido a que parte de la identidad femenina hegemónica es
estar al servicio de las otras personas que les rodean; lo que además impacta la capacidad de
decisión de las mujeres (Mesa 2014). Además, las usuarias aprendieron de relaciones de
pareja a partir de sus padres y madres (y familiares en general), relatando conductas
manipuladoras y violentas, de obediencia al padre, sin cuestionar o discutir, entre otras. Al
respecto, las relaciones familiares tradicionalmente se fundamentan en valores patriarcales,
lo que construye “(…) una familia de estructura vertical, donde el poder se concentra en el
llamado «jefe de familia», que se encuentra jerárquicamente por encima de la esposa y las
hijas e hijos” (Mesa 2014, 24). De esta forma, se establece una noción de obediencia dentro
de la familia, en la que se hace la voluntad del hombre, instaurando relaciones de dominio-
sumisión, especialmente en relaciones de pareja entre hombres y mujeres (Álvarez et al.
2016).
Sobre el impacto de la violencia en la salud mental de las mujeres, se identificaron
mujeres con trastornos de ansiedad, depresión, bipolaridad, esquizofrenia, internamientos
psiquiátricos, ideación e intentos de suicidio; y algunas eran medicadas con psicotrópicos,
como fluoxetina, amitriptilina, imipramina, diazepam, entre otros. Con respecto a lo anterior,
la cuestión está en que habitualmente las personas profesionales en salud mental entienden
que es una supuesta psicopatología subyacente la causa de la vivencia de violencia, en vez
de entender la sintomatología como una respuesta a la situación de abuso (Lorente 1999,
Villavicencio y Sebastián 1999, Corsi 2003; citados en Deza 2016). Asimismo, la
prescripción de psicofármacos refuerza la noción de que las mujeres son las culpables de su