Wimblu, Rev. Estud. de Psicología UCR, 17(2) 2022 (Julio-Diciembre): 123-133 /ISSN: 1659-2107
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Introducción
La violencia ejercida contra la mujer en la relación de pareja es un problema a escala mundial,
que afecta la salud física y emocional de las víctimas. La violencia es desplegada mediante
agresiones físicas, coerción sexual y maltrato psicológico. En sí, son conductas que limitan la
autonomía y métodos del control del dinero, mismas que afectan la salud física y emocional de
las víctimas. El 30% de las mujeres que ha tenido una relación de pareja ha sufrido algún tipo
de violencia de pareja o violencia sexual. Además, tienen el doble de probabilidades de sufrir
depresión y abusar del alcohol (Lara, Aranda, Zapata, Bretones & Alarcon, 2019).
Autores como Álvarez, Laméiras-Fernández, Holliday, Sabri, y Campbell (2018), como se citó
en Lara y otros (2019), señalan que la violencia contra la mujer surge del poder y control que
otorga al hombre la cultura patriarcal, que fortalece la desigualdad entre hombres y mujeres.
Con la finalidad de lograr y mantener la sumisión-inferioridad y obediencia femenina, para
limitar su autonomía como persona, además se ha descrito que cuando las mujeres se comportan
de manera diferentes a los roles y estereotipos de género determinados por la sociedad, aumenta
la probabilidad de que sean violentadas.
Las familias con una estructura asentada en el patriarcado normalizan la violencia hacia las
mujeres, promueven la subordinación de estas y las infantilizan. Factores socioculturales
arraigados e impuestos por sus propios progenitores del género femenino como por ejemplo la
no permisión de un divorcio ya que es considerado como un fracaso, no solo para la mujer sino
también para toda familia, factores como los económicos en donde la mujer no trabaja o aporta
al hogar económicamente han forzado a mantenerse en hogares con violencia, no solo sufriendo
la mujer los efectos de esta problemática sino también los hijos (Tonsing & Kong, 2019).
Por otro lado, es relevante hacer referencia a la victimización que genera efectos negativos en
la estabilidad emocional y coadyuvante a la violencia sufrida, las mujeres muestran lesiones
físicas, depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, ideaciones suicidas,
somatizaciones, baja autoestima, invalidez y muerte (Echeburúa y Corral, 2015).
También, se ha evidenciado que la agresión física severa puede acarrear serias consecuencias
psicológicas ligadas al estrés postraumático, como alteraciones cognitivas. Dicha afectación se
puede producir a través de tres vías: daño directo como consecuencia de golpes en la cabeza;
daño indirecto a través de las alteraciones cerebrales; y daño indirecto a través del efecto que
el cortisol segregado en situaciones de estrés crónico produce en el cerebro (Hidalgo, 2012).
Además, Lescano y Salasar (2020) señalan que, dentro de ese marco, la depresión que está
presente en las víctimas se describe por una sensación persistente de tristeza, que muestra la
experiencia de pérdida de control y gran dificultad, o incluso, imposibilidad para motivarse por
otros asuntos que no sean el centro de su tristeza.
Paralelamente, dentro del análisis de Beck como se citó en Lescano y Salasar (2020) manifiesta
que, la depresión tendrá origen en esquemas disfuncionales mantenidos, no explícitos y
abstractos que normalizan la información sobre sí mismo; los cuales se encuentran en la
memoria a largo plazo como paradigmas superpuestos y distorsionados que no se sujetan a
análisis racionales procesos volitivos meditados. Se vinculará con pensamientos negativos
sobre sí, el mundo y el futuro; lo cual podría generar desesperanza.
De igual manera tratando la siguiente variable trastorno de estrés postraumático (TEPT) es una
reacción psicológica y emocional que puede llegar a ser intensa, provocada por un suceso
traumático. Esta patología puede ocasionar varias alteraciones en las funciones mentales
superiores, concretamente en la conciencia, memoria, atención y, por ende, en la conducta de
la persona; así también, puede alterar el completo estado de bienestar del individuo (Guerrero,
García, Peñafiel, Villavicencio,& Flores, 2021).