INGENIERÍA,
MATEMÁTICAS Y COMPETENCIAS
ENGINEERING, MATHEMATICS
AND
COMPETENCES
José
Ángel
García Retana1
1.
Profesor en
Secundaria y en la
Universidad de Costa Rica, Sede Guanacaste. Licenciado en la
Enseñanza de la Matemática, Universidad de Costa Rica.
Reside desde 1996 en Liberia, Guanacaste donde ha desarrollado su labor
docente. Dirección electrónica:
jose.garcia@ucr.ac.cr
Dirección para correspondencia
Resumen
La ingeniería es
una disciplina académica cuya finalidad es generar profesionales
capaces de enfrentar los cada vez más complejos problemas que
vive la humanidad con respuestas y soluciones creativas y materialmente
rentables. En el mundo globalizado actual con frecuencia los problemas
son más complejos y demandan una visión holística
y heurística para establecer posibles soluciones, lo cual hace
que la ingeniería tenga que considerarse desde estas
perspectivas. En tal caso y para un desempeño laboral
óptimo, los ingenieros deben desarrollar una serie de
competencias profesionales particulares, aprovechando el papel que
juegan las matemáticas y, particularmente, los cursos de
Cálculo. En el presente ensayo se valora el papel de los cursos
de Cálculo impartidos en la Universidad de Costa Rica para tal
fin y cómo su estructura curricular podría no estar
aportando en la formación de competencias requeridas por los
ingenieros al no considerar la diferencia entre los estilos de
aprendizaje que, de una u otra manera, les son inherentes y que son
propios de la ingeniería.
Palabras clave: Ingeniería,
matemáticas, competencias, estilos de aprendizaje, Costa Rica.
Abstract
The engineering is an
academic discipline which aims to produce professional able to deal
with the increasingly complex problems that humanity lives with answers
and creative solutions and materially profitable. In today's globalized
world, problems are increasingly more complex and require both holistic
and heuristic visions to determine possible solutions which makes
necessary that engineering be considered from these perspectives. For
optimum job performance, engineers must develop a series of specific
professional competences by leveraging the role of mathematics courses,
particularly calculus. In the present essay is valued the role of
calculus courses at the University of Costa Rica to aims at assessing
the contribution of these courses in the development of competences
required in engineering. It also analyzes whether the current
curricular structure may be not contributes to the improvement of these
competences because no consider the difference between learning styles
which, in one way or another, are inherent to them and that are unique
to engineering.
Key words: Engineering,
mathematics, competences, learning styles, Costa Rica.
Introducción
Ante la complejidad
e
interrelación de los distintos factores causantes de los
actuales problemas que vive la humanidad, el desarrollar una
visión que considere tanto lo transdiciplinar, como
multidisciplinar se ha convertido en una necesidad. En razón de
lo anterior, en las últimas dos décadas se ha venido
desarrollando e implementando el concepto de competencias, vistas como
una combinación de distintos factores sociales, emocionales,
cognitivos y de desempeño ligados a estos dos componentes, de
forma tal que las personas puedan contar con mecanismos que faciliten
el enfrentar las diferentes problemáticas de manera eficiente y
eficaz, por cuanto las competencias contribuyan a considerar los
problemas desde una perspectiva holística.
El desarrollo de las
competencias
requiere de un modelo educativo que centre sus esfuerzos en la
formación integral del educando partiendo de la realidad que
ofrecen los contextos social y natural en que vive, de manera tal que
las distintas disciplinas propicien la generación del
conocimiento a partir de actividades de aprendizaje que tomen en cuenta
la cotidianeidad a través de la búsqueda de soluciones a
los problemas que se enfrentan. Lo anterior demanda la
implementación de un modelo educativo en el que se pueda
recurrir a procesos heurísticos que posibiliten el abordaje de
los problemas desde distintos ángulos y con el aporte de
distintas disciplinas. De esta manera, al combinar una visión
holística de los problemas y una heurística para su
abordaje se hace posible proponer soluciones creativas y novedosas.
Este marco
holístico-heurístico debe potenciar el desarrollo de las
competencias y, en el caso de la Ingeniería, el aprovechamiento
de los distintos conocimientos aportados por las ciencias naturales
(con su carácter práctico, pragmático y empirista)
y las matemáticas (con su potencialidad para abstraer,
determinar regularidades, y generalizar) para el desarrollo de
propuestas que contribuyan a obtener soluciones eficientes y
económicas a los problemas, tomando en cuenta además que
estas podrían cambiar, tanto el entorno natural, como el social.
Para lograr lo
anterior, es
imprescindible tener una idea sobre lo que ha de entenderse por
ingeniería, matemáticas y competencias, y cómo
estos aspectos se articulan, tanto desde una perspectiva
académica, como profesional. Con base en lo anterior, el
presente ensayo parte de considerar qué se entenderá por
Ingeniería, cuál es su impacto en el entorno
natural-social y cómo su modificación afecta las
relaciones humanas, lo que hace que deba ser considerada, tanto en el
ámbito académico, como en el laboral.
Se toma en cuenta
que la
Ingeniería es una disciplina de carácter
reflexivo-pragmático que tiende a dejar la fundamentación
teórica de los recursos de conocimiento que utiliza a ser
desarrollada por otras disciplinas, como es el caso de las
matemáticas. De ahí que, al reflexionar sobre el papel
que cumplen las matemáticas en la formación de los
futuros ingenieros y, de manera específica, los cursos de
Cálculo a nivel universitario, estos se consideren en
razón de su potencial para contribuir, o no, en el desarrollo de
las competencias pertinentes para la labor profesional de los
ingenieros. Se valora que el desarrollo de las competencias requeridas
por los ingenieros, potenciado desde el aprendizaje de las
matemáticas, no se limita a la asimilación de contenidos
curriculares, dado que tal aprendizaje está ligado a las
metodologías empleadas por los docentes que imparten la
disciplina.
Así mismo, se
considera el
papel de los cursos de Cálculo que los estudiantes de
Ingeniería de la Universidad de Costa Rica (UCR) cursan y si su
implementación, tanto curricular, como metodológica,
resulta pertinente para la formación de las competencias,
académicas y profesionales que requieren los ingenieros, o si
por el contrario, su aporte es limitado. Para este efecto, tales cursos
se analizan desde la perspectiva de Pedro Martínez Geijo (2008)
y la teoría de los estilos de aprendizaje diseñada por
Alonso y Gallego (2010).
Sobre la Ingeniería
El contexto actual
está
caracterizado por una economía globalizada que ha venido a
replantear el papel de todas las áreas de formación
universitaria, incluyendo la Ingeniería. En tal contexto se
consideran como exitosos aquellos estudiantes que desarrollan
habilidades y destrezas relativas a la capacidad de
comunicación, el trabajo en equipo, el aprendizaje continuo, el
manejo de diferentes idiomas, el uso de tecnologías digitales y
el poseer un espíritu flexible, creativo e innovador que permita
el liderazgo (Marzo, Pedraja y Rivera, 2006).
Es en este marco que
debe
considerarse a la Ingeniería en su doble papel de disciplina
académica y profesional, la cual, a manera de
aproximación, se puede entender como el conjunto de
conocimientos teóricos y empíricos que llevan a una
práctica que hace uso de las fuerzas y los recursos naturales,
así como de los objetos, materiales y sistemas construidos por
el hombre con la finalidad de diseñar, construir, operar
equipos, desarrollar instalaciones, y generar bienes y servicios con
fines económicos en un contexto específico (Poveda, 1993,
citado por Valencia, 2004). Por lo tanto:
el ingeniero fundamenta su campo
ocupacional en la aplicación del conocimiento de las ciencias
naturales mediadas por la utilización de las herramientas
matemáticas; para aprovechar adecuadamente los recursos
energéticos; transformar la materia y los materiales; proteger y
preservar el ambiente; producir, reproducir y manejar
información; gestionar, planear y organizar los talentos humanos
y los recursos financieros para el beneficio de la humanidad mediante
el diseño de soluciones creativas y la utilización de las
herramientas disponibles. (Facultad de Minas, Universidad Nacional de
Colombia, Sede Medellín, 2000, citado por Valencia 2004, p.6)
Aquí se pone
en evidencia
que la Ingeniería abarca un espectro de variadas acciones y
actividades, donde las matemáticas, y particularmente el
cálculo, constituyen parte de la base sobre la cual se edifica.
De hecho, la Ingeniería es vista como:
la profesión en la que los
conocimientos de matemáticas y ciencias naturales, obtenidos a
través del estudio, la experimentación y la
práctica, se aplican con juicio, para desarrollar diversas
formas de utilizar, de una manera económica, las fuerzas y
materiales de la naturaleza en beneficio de la humanidad. (Melo, 2003,
p. 54)
Estas opiniones
convergen al
considerar que la disciplina parte del uso y aplicación de las
ciencias naturales y las matemáticas con la finalidad de
convertir los recursos naturales en estructuras, máquinas,
productos, sistemas y procesos (Osorio, 2004) para mejorar las
condiciones de la vida humana por medio del uso deliberado de las leyes
de la naturaleza, y explotar los recursos naturales de forma
óptima, por lo que su interés está más en
lograr aplicaciones prácticas, es decir, en resolver problemas
(Chatterjee, 2005), que en teorizar sobre los fenómenos que
aborda, sean naturales o sociales. Es decir, el ingeniero debe ser
capaz de reflexionar sobre los problemas de su entorno, pero, sobre
todo, actuar sobre él para generar soluciones prácticas,
por lo que la Ingeniería es mucho más que una simple
actividad tecnológica que comienza y termina en una
máquina u objeto (Osorio, 2004), sino que inevitablemente tiene
un impacto en los entornos naturales-sociales y, por ende, en las
relaciones sociales.
De esta manera, la
Ingeniería juega un papel relevante para lograr elevar la
calidad de vida de las personas y el bien común, pero no debe
ser vista como una panacea que, por su sola aplicación,
resolverá los problemas sociales ligados a los recursos
materiales y humanos, ya que los conocimientos acumulados por ella
pueden ser utilizados con distintos fines, a veces no tan beneficiosos
para muchas personas.
Así, en
términos
generales, el objetivo de la Ingeniería está en la
optimización del uso de los recursos naturales mediante la
aplicación de las matemáticas, y particularmente el
cálculo, las cuales deben constituirse en un instrumento de
trabajo para lograr que su carácter práctico y reflexivo
prevalezca sobre divagaciones teóricas y abstractas. Por ello,
su aprendizaje y enseñanza deberían estar principalmente
en potenciar el desarrollo de habilidades relacionadas a pensar
cómo hacer las cosas, cómo resolver problemas y
cómo optimizar recursos, sin que se niegue a aquellos que
quieran determinar el por qué de las cosas, a hacer
teoría.
Cabe plantearse
entonces que el
ingeniero, en el ejercicio profesional de su disciplina, requiere de
competencias específicas ligadas a la capacidad de utilizar la
imaginación en procura de soluciones creativas, prácticas
e “ingeniosas” a los problemas que debe resolver.
Estas deben tomar en
cuenta mucho
más que la aplicación de los recursos con que cuenta la
disciplina, por la capacidad que tiene para modificar y transformar el
entorno. Tales competencias deberían ser potenciadas por el
aprendizaje de las matemáticas, de ahí la importancia de
caracterizar el papel que estas deben jugar en su formación.
Sobre las competencias
La necesidad de
responder a los
problemas, cada vez más complejos, que actualmente enfrenta la
humanidad, hace necesario adquirir conocimientos que contribuyan a
dominar instrumentos socio-culturales para interactuar en grupos
heterogéneos, potenciar el actuar de un modo autónomo y
comprender el contexto (Dirección General de Educación y
Cultura de la Comisión Europea, 2004), lo que conlleva una
movilización de conocimientos de una manera integrada y
holística a partir del criterio de que la gente aprende mejor si
tiene una visión global del problema que requiere enfrentar
(Feito, 2008). Esto permitiría la generación de
propuestas creativas que se salgan de lo común o que hayan sido
puestas en marcha en épocas anteriores en contextos más
simples. Para el logro de lo anterior es que se ha planteado el
desarrollo de las competencias.
El concepto
“competencias”
surgió a finales del siglo XX. Fue originalmente orientado hacia
el campo laboral (Urrego-Giraldo y Giraldo, 2009) y constituyó
una respuesta a la necesidad de optimizar los recursos en un marco que
procurara la convergencia entre los campos social, afectivo,
cognoscitivo, psicológico, sensorial y motor del individuo
(Delors, 1997), al posibilitar la integración de distintas
disciplinas del conocimiento, habilidades genéricas, y la
comunicación de ideas como un todo (Argudín, 2001). Estos
aspectos se deben considerar desde la teoría de los sistemas,
para la cual la vida y la naturaleza solo son explicables si ambas se
miran como un sistema complejo sujeto a interacciones dinámicas
y que supera las limitaciones que conlleva el tratar de explicar los
fenómenos observables reduciéndolos a un conjunto de
unidades elementales independientes unas de otras, tal y como se
propone desde la perspectiva positivista o cartesiana.
La visión
cartesiana de los
problemas es muy limitada por cuanto en la ciencia contemporánea
estos tienen que ver con la totalidad resultante de la
interacción de distintos fenómenos. Es decir, tienen un
carácter holístico, por lo que no deben ser analizados
descomponiéndolos en factores aislados ya que se corre el riesgo
de perder de vista sus interacciones dinámicas, al considerar
las partes separadas del todo. Los comportamientos de estos pueden
manifestarse de manera totalmente diferente a su comportamiento como
parte de un todo.
La necesidad de
considerar los
fenómenos y problemas de manera integrada y como resultado de
distintas perspectivas, visiones e interacciones, llevó a la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE, 2006) a plantear la importancia de construir un
modelo educativo capaz de integrar las demandas sociales como parte del
desarrollo personal integral del educando, y propuso el organizar la
enseñanza alrededor de lograr el surgimiento de la capacidad
para dar respuestas o soluciones a los problemas y demandas del entorno
natural y social, de manera tal que el educando logre manejar sus
saberes (conocimientos), tener bajo su control sus interacciones
sociales, emociones y sentimientos, y sea capaz de reconocer,
interpretar y aceptar las emociones y sentimientos de los otros.
(Ortega, 2008). Este modelo educativo se conoce como Enfoque Basado en
Competencias o EBC.
Las competencias
surgen con la
finalidad de potenciar destrezas, conocimientos, aptitudes y actitudes
que estimulen la disposición para aprender y generar un capital
cultural, social (participación ciudadana) y humano (ser
productivo) (Dirección General de Educación y Cultura de
la Comisión Europea 2004), en la medida que el educando
interactúe con el conocimiento, sea capaz de trabajar en equipo
y en grupos heterogéneos, pueda actuar de manera autónoma
y comprender el contexto como resultado de la movilización de
sus conocimientos.
Las competencias son
de
carácter personal, individual e intransferibles, por lo que,
para su impulso, se requiere conocer y respetar las capacidades
metacognitivas de los educandos (Coll, 2007, Alonso y Gallego, 2010).
Esto plantea el lograr determinar los estilos de aprendizaje de cada
educando para potenciar las áreas más significativas de
su inteligencia y abordar los procesos cognitivos e intelectivos que
los caracterizan (Salas, 2005) a través de actividades que
propicien un acto educativo, consciente, creativo y transformador, como
reto al modelo educativo.
Además, las
competencias no
se adquieren (o desarrollan) en abstracto, sino a partir de situaciones
concretas, en espacios concretos, por personas concretas y a
través de actividades concretas que forman parte del quehacer
del educando, por lo que tienen un carácter pragmático y
reflexivo y están indisolublemente asociadas a la
adquisición de una serie de saberes (conocimientos, habilidades,
valores, actitudes, emociones, y otros) por parte del sujeto (Coll,
2007). También, demandan desempeños voluntarios,
conscientes y racionales, reflejados en actitudes que demuestran
valores éticos (Frade, 2009) con el objetivo de estimular la
creatividad, la innovación y la potencialidad para ir más
allá de la realidad inmediata.
Ingeniería y competencias
El proceso de
globalización
generalizado a partir de finales del siglo XX, ha insertado a la
humanidad en un contexto que plantea y demanda considerar: a) los
procesos cognitivo-conductuales en calidad de comportamientos socio
afectivos que posibiliten el aprender a aprender, aprender a ser y
aprender a convivir; b) el desarrollo de habilidades cognoscitivas y
socio afectivas que lleven a aprender a conocer; c) el desarrollo de
destrezas psicológicas, sensoriales y motoras que permitan el
aprender a hacer, es decir, que permitan llevar a cabo adecuadamente un
papel, función, actividad o tarea (Delors, 1997), donde el
conocimiento sea el producto de contenidos multidisciplinarios y
multidimensionales (Frade, 2009).
Esto sugiere que
sería
erróneo considerar que la formación de ingenieros es el
resultado de un proceso educativo lineal-secuencial producto de una
acumulación cuantitativa de conocimientos específicos y
experiencias académicas. Por el contrario debe ser el producto
de la reflexión y la praxis resultantes de una formación,
preferiblemente holística, debido al carácter
transdiciplinar e interdisciplinar propios del mundo actual, pero a su
vez, será conveniente que dicha formación considere
diferentes heurísticas para su construcción de manera tal
que permitan superar la idea de que los conocimientos se constituyen
como parcelas del saber por área específica.
La
globalización ha generado
un mundo complejo, volátil, pasajero, ambiguo y cada vez
más articulado como un todo. Esto hace que la búsqueda de
solución a los problemas, seccionándolos en sus “partes
elementales”, podría ser improcedente, inútil o hasta
imposible (Osorio, 2004). Es por lo anterior que la formación de
profesionales a nivel universitario, incluidos los ingenieros,
convendría darse desde una perspectiva holística apoyada
en distintas heurísticas por cuanto la solución de
problemas puede y debe considerar distintas alternativas, así
como un manejo creativo, imaginativo, pero sobre todo ingenioso, lo que
implica no aferrarse dogmáticamente a determinados recursos y
métodos (en particular el denominado método
científico), debido a que las distintas disciplinas del
conocimiento están entrecruzados y no existen conocimientos
puros “per se”. Una muestra de lo anterior es que las
matemáticas y las ciencias naturales que constituyen la base de
sustentación de la Ingeniería, no existen de manera
exclusiva para ella, o son diferentes a las requeridas por otras
disciplinas, como la economía.
La Ingeniería
es mucho
más que tecnología, máquinas y procesos.
Inevitablemente tiene un impacto concreto en el entorno natural-social
y, por ende, en las relaciones humanas, esto por cuanto las soluciones
que procura a los problemas que le atañen, están en
razón de elevar la calidad de vida de las personas. Este impacto
conlleva cambios adaptativos en la medida en que modifica el entorno, y
de esta manera contribuye a que surjan transformaciones culturales y
modificaciones en las relaciones humanas. Es decir, el efecto de la
Ingeniería va más allá de lo estrictamente
técnico, tiene implicaciones de carácter humano y, de
manera singular, su quehacer y resultado entrelazan las esferas natural
y social, donde la transformación de una irremediablemente
implica la transformación de la otra.
En razón de
lo anterior, la
Ingeniería, vista como conocimiento y actividad humana debe
tomar en cuenta el impacto que los resultados de su aplicación
tiene en las personas, lo que demanda que el ingeniero desarrolle la
capacidad de comprender la relación hombre-naturaleza-sociedad,
puesto que:
el conocimiento humanístico
es ahora más importante que nunca… en ingeniería, como en
otros estudios, se necesita entender otras lenguas, otras culturas,
tener formación en Historia y Ciencias Sociales, porque los
cambios tecnológicos que estamos viviendo no funcionarán
si no hay un profundo conocimiento cultural detrás. Para que
funcione la tecnología también se tiene que entender el
contexto histórico y social (Padilla, 2004, párr. 7)
Entonces, la
formación de
los ingenieros no debe estar únicamente en el aprendizaje de una
serie de conocimientos relativos a una disciplina basada en las
matemáticas y las ciencias naturales para el desarrollo de
competencias que favorezcan exclusivamente la producción de
bienes o el aprovechamiento de los recursos naturales allende el
contexto natural-social y las interacciones humanas que este implica.
Como parte de la
globalización, y en calidad de reflejo de la importancia que
para el mundo capitalista tiene la producción de bienes
materiales de vida, la Unión Europea ha planteado, según
Marta Marzo, Mercedes Pedraja y Pilar Rivera (2006), la necesidad de
adaptar las titulaciones universitarias al mercado laboral, aspecto que
incide particularmente en la Ingeniería por haber estado
históricamente relacionada con la producción. Por esto la
formación de ingenieros ha venido a ser considerada, desde la
óptica del desarrollo de competencias, como el mecanismo que
permite optimizar al máximo el modelo de producción
imperante. Sin embargo, esto plantea una visión parcial,
limitada y operacional del quehacer de la Ingeniería y deja de
lado el impacto que tiene en el hacer cultura, de ahí la
importancia que en la formación del ingeniero se incorpore una
formación humanística, ética y socialmente
comprometida.
Desde la
aparición de las
competencias en el entorno educativo merced al Informe Delors (Delors,
1997), se han hecho muchos esfuerzos para identificar las competencias
específicas que se espera posean los egresados de las
universidades según el área profesional a
desempeñar, con la finalidad de que estos puedan insertarse en
el modelo económico de manera exitosa, tanto a nivel local, como
global. En el caso de los ingenieros, se genera una paradoja, puesto
que se corre el riesgo de que su currículo vaya más
allá de la realidad nacional, lo que potenciaría la
formación de profesionales con un alto nivel de
especialización que muchas veces no pueden ser absorbidos por el
mercado local, pero sí por el global. Es decir, su
contribución social no se reflejaría en el entorno local
como sería lo esperado.
El compromiso de la universidad en
la formación de ingenieros
Es claro que la
universidad debe
estar en función de la construcción de conocimientos
producto de investigaciones, la docencia y la acción social que
sean útiles en razón del desarrollo social y
económico como parte del bien común, de ahí la
importancia y necesidad de que los educandos desarrollen competencias
tanto académicas como laborales (Cañón, 2006)
para, de esta manera, evitar el peligro de caer en una
instrumentación del ser humano, producto de una
homogenización curricular (Coll, 2007). Esta constituye una
aspiración implícita de la economía capitalista al
pretender reducir las competencias exclusivamente a la esfera laboral,
es decir, a las necesidades de la producción y
reproducción de bienes materiales de vida de la manera
más eficaz posible. Por el contrario, las universidades
están en la obligación de procurar que las competencias a
ser desarrolladas por los ingenieros surjan como producto de la matriz
curricular de los programas de estudio y de la interacción con
el entorno con sentido y responsabilidad social.
Sin embargo, en el
modelo
económico imperante a nivel mundial se considera que las
competencias laborales son las que hacen que la persona sea capaz de
realizar un trabajo o una actividad y consiga el éxito gracias a
la conjunción de conocimientos, habilidades, disposiciones y
conductas específicas (Marzo, Pedraja y Rivera, 2005) lo que
lleva a las universidades a enfrentar el reto de su vigencia, porque
tales competencias podrían no ser producto de los estudios
superiores. Un título universitario se constituiría en un
certificado que asegura que el educando participó de un programa
de estudios en un área de conocimiento específico (para
nuestro caso en Ingeniería), pero en realidad no garantiza que
el egresado pueda desarrollar de manera competente las labores que se
esperan de él, así como el no poseerlo no implica la
ausencia de las competencias requeridas para el desarrollo profesional
de la Ingeniería.
Esto hace que, en el
caso de los
estudiantes universitarios, se deban considerar de manera separada dos
tipos de competencias: las académicas, que permiten el paso
exitoso por la universidad, y las laborales, que se manifestarán
en el ejercicio profesional. El desarrollo de las competencias
laborales constituye un requisito imprescindible para la
incorporación al mercado de trabajo y muchas veces se espera que
surjan en el transcurso de la vida universitaria. Sin embargo, esto no
se puede asegurar, por lo que se hace necesario que las universidades
establezcan una relación con la sociedad que permita a los
estudiantes participar en la búsqueda de soluciones a
determinados problemas ligados al entorno durante su formación,
para que, de esta manera, puedan potenciar tales competencias.
Las competencias
vistas al interior
de la academia implicarían la creatividad, la apertura mental y
el desarrollo de una ética rigurosa para convertir los
conocimientos en potenciales soluciones a los problemas que enfrenta la
sociedad con un sentido crítico, basándose en el dominio
de la disciplina. Se centran en aprender qué es y el por
qué de la Ingeniería de manera abstracta y general. Por
su parte, las competencias laborales se direccionan en lograr la
optimización del uso de los recursos materiales y
económicos de las empresas para lograr el mejoramiento de la
calidad de vida de las personas, por lo que se centran en cómo
se aplica y cuál es su impacto en el entorno social-natural.
Es decir, mientras
las competencias
académicas giran principalmente alrededor de la teoría y
la reflexión sobre el papel de la Ingeniería, las
competencias laborales trabajan desde una perspectiva pragmática
que demanda un desempeño eficaz. De esta manera, las
académicas no necesariamente coinciden con las laborales, sino
que, por el contrario, muestran una significativa distancia con ellas.
De hecho, sería conveniente lograr establecer puntos de
encuentro, lo cual sería posible en la medida que la Universidad
mantenga un contacto con la realidad y desarrolle programas de estudio
en los que los educandos participen en la búsqueda de soluciones
a los problemas que procuren el bien común.
Entre las evidencias
de esta
distancia, podría considerarse la existencia de una sobre
educación o una infra educación (Marzo, Pedraja y Rivera,
2005). En el primer caso se ubicarían los educandos cuyos
programas educativos están orientados sobre la disciplina “per
se” ajena a la realidad cotidiana o desde una perspectiva tan general
que la realidad concreta no es más que un caso particular, lo
que facilita a los graduados el incorporarse a mercados laborales
allende el mercado local, lo cual implicaría un despilfarro de
recursos.
En el segundo caso,
se
encontrarían los educandos cuya formación estaría
tan focalizada que se les dificultaría incluso el contribuir a
resolver los problemas sociales-naturales en el entorno local, lo que
también conlleva un desperdicio de recursos.
El reto de las
universidades con
respecto a estas diferencias está en lograr que los educandos
desarrollen competencias académicas ligadas a las competencias
laborales, alcanzable en la medida en que los estudiantes integren sus
saberes teóricos con acciones prácticas como parte de una
interacción social basada en la búsqueda de la verdad y
el bien común, que esté por encima de la venta del
conocimiento beneficioso tan solo para aquellos que puedan pagarlo, de
ahí que las carreras de Ingeniería no deban ser vistas
como fábricas de máquinas, estructuras, sistemas,
procesos y conocimientos que permiten el aprovechamiento de los
recursos por unos pocos en detrimento de las mayorías. Esto
significa que la acción transformadora para la cual deben
prepararse los ingenieros debe ir más allá de la
acción laboral que pretende la versión operacional de la
competencia (Cañón, 2006) desde la perspectiva de la OCDE.
Así las
cosas, el papel a
desarrollar por las Facultades de Ingeniería, y la Universidad
de Costa Rica no es una excepción a esta regla. Es
contradictorio y paradójico por cuanto deben enfrentar el
problema de generar ingenieros capaces de dar respuestas a los
problemas planteados localmente en un mundo que es cada vez más
global y, a su vez, la formación de los ingenieros, aún
cuando se da de manera local para contribuir al desarrollo y beneficio
específico de la comunidad local-nacional, debe basarse en una
formación lo suficientemente amplia y rica como para poder
insertarlos en el mundo globalizado, por lo que no se puede asegurar
que los graduados se queden en sus localidades. Por el contrario, sus
estudios universitarios podrían contribuir a la
generación de competencias que propicien su traslado a otros
lugares donde puedan aportar sus habilidades y destrezas.
Esto hace aún
más
necesario que los programas universitarios de formación de
ingenieros tomen en cuenta que están formando elementos
críticos de la sociedad en que viven, con conocimientos de
cultura general que le dan sentido de identidad, que identifica el
compromiso social que conlleva su ejercicio profesional
(Cañón, 2006), y no técnicos especializados ajenos
a la cotidianeidad como resultado de mirar únicamente hacia la
propia disciplina. Esto podría llevar a obviar la realidad
circundante para centrarse en la solución de problemas globales
o ajenos a la realidad cotidiana, lo que derivaría en una “fuga
de cerebros”.
El papel de las matemáticas
en la Ingeniería
En la sociedad
contemporánea
nadie duda en considerar a las matemáticas como una de las
disciplinas de conocimiento más importantes para el desarrollo
cognitivo e intelectual porque a través de ellas se pueden
potenciar las capacidades de exploración, justificación,
representación, discusión, descripción,
investigación y predicción (Idris, 2009), aspectos que
deberían contribuir a que los educandos desarrollen
competencias. Las matemáticas deberían entonces
posibilitar la organización y estructuración de la
información que se percibe o recibe en una situación
cotidiana o creada intelectualmente, identificar sus aspectos
más relevantes, y descubrir regularidades, relaciones y
estructuras para plantear conjeturas e inferencias a partir de
proposiciones elementales, y así potenciar la capacidad para
generalizar resultados a partir de comportamientos constantes, e
incluso lograr demostraciones (Guevara, 1991).
Particularmente, el
conocimiento de
las matemáticas no se da por su belleza, sino por constituir un
instrumento de trabajo que contribuya a manipular la realidad que debe
ser transformada como expresión del mejor ejercicio posible de
una profesión.
De ahí que
las
matemáticas a ser aprendidas por los ingenieros deberían
ser capaces de potenciar el surgimiento de las competencias que estos
requieren para su labor profesional, por lo que tendrían que ser
desarrolladas considerando los binomios
holística-heurística, global-particular y
teoría-praxis, como parte de un conjunto de conocimientos que,
al articularse con los provenientes de otras áreas del
pensamiento posibiliten comprender la realidad y así contribuyan
a su transformación mediante la resolución de problemas
que, cada sociedad “local” plantea, sin que esto se contraponga a la
posibilidad de enfrentar problemas globales.
Estos aspectos
sugieren que las
matemáticas deberían ser desarrolladas desde una
perspectiva pragmática y reflexiva, sin excluir la posibilidad
de teorizar, particularmente en la formación de los ingenieros.
Sin embargo, cuando esto se ignora y el aprendizaje de las
matemáticas se constituye en una adquisición de
conocimientos desde una perspectiva fundamentalmente formal y
teórica, se tiende a producir un aprendizaje abstracto y
desvinculado de la vida cotidiana, lo que evidencia un desconocimiento
del qué es hacer matemática, por qué y para
qué se deben abordar determinados contenidos y no otros y
qué papel juegan en la formación de los ingenieros y en
el ejercicio de su profesión. Esto hace que muchos estudiantes
no lleguen a tener claro por qué estudiar matemáticas, lo
que demerita su motivación hacia estas (Camarena, 2010).
Para comprender el
papel que las
matemáticas juegan en la formación de los ingenieros, es
importante considerar mínimamente aquellos aspectos cognitivos
que tienen que ver con las actividades que realiza el aprendiz de
Ingeniería al conocer y recoger información, y utilizar
el conocimiento, como lo son la percepción, la memoria y el
pensamiento (Malva, Rogiano, Roldán y Banchik, 2008). En el caso
de las matemáticas, las habilidades cognitivas tienen que ver
con todas aquellas operaciones y procesamientos de la
información que permitan adquirir, retener y recuperar
diferentes tipos de conocimientos, lo que supone el poder definir,
demostrar, identificar, interpretar, codificar, recodificar, graficar,
algoritmizar, calcular, modelar, comparar, resolver, aproximar y
optimizar, para potenciar las operaciones intelectuales de comparar,
sintetizar y analizar, las cuales posibilitan la codificación e
incorporación de nuevos conocimientos a las estructuras mentales
del individuo en calidad de representaciones mentales
(Zúñiga, 2007).
Las representaciones
mentales son
elementos clave para el desarrollo de la imaginación en
Ingeniería. Desde la perspectiva de las matemáticas,
pueden ser de dos tipos, visual y semiótica (Duval, 2006), lo
que conlleva una extraordinaria complejidad cognitiva ya que estas dos
formas de representación son muy diferentes e implican a su vez
transformaciones distintas. Por lo anterior, el diseño de
experiencias didácticas en matemáticas para la
formación de ingenieros debería posibilitarle a los
educandos establecer una relación entre sus representaciones
mentales, conocimientos y estructuras cognitivas, a través de
estrategias para almacenar y recuperar la información cuando se
requiera (Zúñiga, 2007). Así, se podría
lograr un aprendizaje eficiente y eficaz basado en la significatividad,
donde los conocimientos matemáticos estén vinculados con
la cotidianeidad y puedan representarla, a fin de contribuir a que el
ingeniero sea capaz de reflexionar sobre los problemas, poner en
práctica propuestas de solución visualizadas previamente
y comunicar con claridad sus consideraciones y conclusiones.
Enseñanza-Aprendizaje de las
matemáticas para Ingeniería
Los aprendizajes de
los educandos
no son siempre iguales. Incluso la forma de aprender distintos
conocimientos por parte de un mismo individuo no siempre es
homogénea. De hecho, muchos investigadores han planteado que las
personas presentan tendencias o preferencias dependiendo del contexto y
sus necesidades, de manera tal que pueden utilizar determinados estilos
en circunstancias específicas aunque a tales estilos no se le
reconozca como sus preferidos (Mainemelis, Charalampos, Richard,
Boyatzis y Kolb, 2002, citado por Aouni y Surlemont, 2007).
Así, el
aprendizaje
está íntimamente vinculado con los estilos de aprendizaje
que cada sujeto posee, por lo que juegan un rol muy importante dentro
de este. Tales estilos tienen que ver con las características
personales que se ponen en marcha a la hora de aprender (Popescu,
2008), e incluyen las estrategias de aprendizaje, aspectos cognitivos y
afectivos, factores psicológicos y ambientales, así como
las preferencias sobre cómo organizar y presentar la
información, lo que ha generado distintas teorías basadas
en el número y tipo de descriptores. Los estilos de aprendizaje
se han clasificado en diversas categorías ya sea que se enfoquen
en la personalidad, en los modos de procesamiento de la
información, en la interacción social, en el modo de
instrucción que se recibe, etc.
David Kolb (1976,
citado por
Gallego y Alonso, 2008), clasificó los estilos de aprendizaje en
cuatro tipos: experimentación concreta, observación
reflexiva, conceptualización abstracta y experimentación
activa. Este modelo fue modificado varias veces hasta llegar a la
propuesta de Alonso, Gallego y Honey (2004), quienes definieron los
estilos reflexivo, teórico, activo y pragmático,
según se muestra en la tabla 1, de la siguiente
manera:
Por otro lado, a
mediados de los
años 50 del siglo pasado, producto de una reforma internacional,
se planteó un modelo de educación matemática
caracterizado por ser esencialmente formal y teórico, el cual se
centró más el manejo de definiciones, teoremas, lemas y
postulados y su fundamentación teórica y lógica
que en la resolución de problemas. Llevó a una
formalización y axiomatización (Ruiz y Chavarría,
2003), que favoreció un trato homogenizado con respecto a los
contenidos curriculares y un manejo masificado de estudiantes, e
ignoró las características particulares de los educandos
al privilegiar implícitamente los estilos de aprendizaje
teórico y abstracto.
Además, el
aprendizaje de
las matemáticas, según Amado, Brito y Pérez (2007,
citados por García, 2013a), depende de la influencia del
profesor, del dominio de su disciplina, del ámbito de sus
competencias, del modo didáctico que implemente y
particularmente, de su estilo de enseñanza, por lo que, si el
profesor logra hacer compatible su estilo de enseñanza con el
estilo de aprendizaje de los estudiantes, el rendimiento
académico de estos probablemente será mayor (Dunn y
Dunn,1984, citado por Gallego y Nevot, 2008). Por el contrario, las
diferencias entre los correspondientes estilos se constituyen a menudo
en fuentes de conflicto, tensión y malos entendidos (Grasha,
2002), lo que justifica que debe ser el profesor quien deba informarse
sobre los estilos de aprendizaje de sus estudiantes y aprovechar que
estos son relativamente modificables para poder convertir su trabajo en
un esfuerzo efectivo.
El que los docentes
en
matemáticas ignoren los estilos de aprendizaje de los
estudiantes resulta tan perjudicial como no dominar la disciplina o no
contar con las técnicas y estrategias didácticas que
motiven a los estudiantes. Es posible que estas fallas produzcan
apatía y desinterés, que reduzcan la efectividad del
planeamiento didáctico y que las estrategias
metodológicas se vuelvan intuitivas y/o accidentales (Bonilla,
1998), por lo que los índices de éxito y/o fracaso de los
estudiantes en el aprendizaje de las matemáticas, así
como en el desarrollo de competencias, podrían estar asociados,
entre otros aspectos, a la concordancia-discrepancia entre los estilos
de aprender/enseñar que se da entre los estudiantes y los
docentes.
Para superar lo
anterior, el
docente debe reconocer las diferencias con sus estudiantes y entre
ellos. Probablemente, la mayoría de los educandos no poseen el
estilo de aprendizaje que le es preferido, por lo que debería
diseñar e implementar actividades y experiencias de aprendizaje
que se correspondan a los estilos de aprendizaje de ellos (Thomson y
Mazcasine, 2000), si es que pretende un aprendizaje significativo,
capaz de potenciar el desarrollo de competencias, tanto
académicas, como profesionales. El implementar variantes
metodológicas al estilo tradicional de enseñar
matemáticas para Ingeniería es lento y gradual (Vrancken,
Gregorini, Engler, Muller, Hecklein, 2006), pero hace posible darle
sentido al aprendizaje de estas (Pulido, De la Torre, Luque, Palomo,
2009; Salinas y Alanís, 2009 y Camarena, 2010) para que,
así, puedan aportar al desarrollo de las competencias requeridas
por los estudiantes de Ingeniería.
El caso de los cursos de
Cálculo para Ingeniería en la Sede Guanacaste de la
Universidad de Costa Rica
En el 2011, en la
Sede Guanacaste
de la UCR, García (2011) desarrolló una
investigación sobre el aprendizaje del cálculo y los
estilos de aprendizaje de los estudiantes de Ingeniería
Eléctrica en el curso MA 1001. Los resultados obtenidos sirven
de base para realizar una extensión de lo encontrado en dicho
curso hacia los cursos MA 1002 y MA 1003 que se imparten en la misma
unidad académica.
Los cursos indicados
son
implementados por la sección de Matemática Aplicada de la
Escuela de
Matemática de la
UCR y se consideran como cursos de “servicio”. Son de carácter
genérico, diseñados y supervisados por matemáticos
profesionales en razón de las supuestas necesidades de los
estudiantes de Ingeniería y no existe intervención
directa de la Facultad de Ingeniería.
Tales cursos
están
delimitados por un contrato académico entre las cátedras,
los docentes y los estudiantes denominado “Carta al Estudiante”, en el
que se indican las características fundamentales como
metodología, contenidos, objetivos, evaluación y el
cronograma a desarrollar. Para el presente ensayo se consideraron las
cartas del I y II ciclos de los años 2011 al 2013, colocadas
sucesivamente en la página web de la Escuela de
Matemática de la UCR.
Todas las Cartas al
Estudiante
indicadas establecen lo que se espera que el estudiante aprenda de las
matemáticas. En ellas se afirma que los cursos son de
carácter teórico-práctico, aunque no se detalla el
porqué de esta consideración ni se indica el alcance de
tales conceptos. Todas consideran la exposición de contenidos
como eje central del acto pedagógico e instan a los estudiantes
a realizar la mayor cantidad posible de ejercicios propuestos en los
textos, aportados por el docente o colocados en plataformas virtuales.
Sin embargo, desde la perspectiva de los estilos de aprendizaje de
Honey-Alonso, los aspectos planteados en dichas cartas resultan
ambiguos e imprecisos y permiten distintas interpretaciones.
Aunado a lo
anterior, dichas cartas
reflejan discrepancias entre la formación que se persigue
(teórica) y las necesidades de los estudiantes de
ingeniería (pragmática y reflexiva). Esto se evidencia si
se toman en cuenta las consideraciones de la Escuela de
Ingeniería Eléctrica de la UCR que indica en su
página web:
La Ingeniería
Eléctrica es una ciencia aplicada basada en las
matemáticas y la física y por tanto requiere una
sólida formación en estas áreas. En la Universidad
nos interesa desarrollar y participar en actividades para fomentar la
aplicación de nuestros conocimientos combinados con la
diversión, el arte o el descubrimiento. Además, nuestra
carrera participa en proyectos interdisciplinarios en áreas como
robótica, la biomedicina, las comunicaciones y los sistemas de
control. Se prepara a los estudiantes tanto para ejercer la
profesión como para continuar sus estudios (Ingeniería
Eléctrica, UCR, 2013).
Así mismo, la
Escuela de
Ingeniería Agrícola considera que: “El Ingeniero
Agrícola es un profesional universitario, con capacidad
creativa, constructiva y crítica, con conocimientos
sólidos en las ciencias matemáticas, físicas,
naturales y humanas, para aplicarlas a los procesos de
producción y desarrollo agroindustrial sostenible”
(Ingeniería Agrícola, UCR, 2013).
Los cursos indicados
llevan
implícito, como base del conocimiento a ser aprendido, el
dominio del Álgebra y demandan el manejo de funciones reales de
variable real, aspectos que no son diagnosticados (García,
2013b), por lo que se dejan de lado los problemas expuestos por
investigadores como Artigue, Cantoral, Camarena y Lozano, entre otros;
a su vez no cuentan con un texto de uso obligatorio, aunque existen
materiales sugeridos de tipo físico (textos) y
electrónico. Los contenidos se presentan de una manera sucinta,
ligados a los textos, sin referentes a la cotidianeidad o el entorno
del educando, seguidos de ejemplos ilustrativos y baterías de
ejercicios. El número de contenidos es muy alto y conlleva una
cantidad de objetivos muy grande.
Posiblemente, el
punto más
controversial de estos cursos está en el aspecto
metodológico, tal y como García (2011) lo observó
en el curso MA 1001. Ninguno de los cursos mencionados considera el
aprendizaje basado en problemas, ni el enfoque basado en competencias,
desarrollo de proyectos, estudio de casos u otras modalidades y
heurísticas que rompan con la tradicional exposición por
parte del docente. El aprendizaje queda supeditado a la
enseñanza, en la cual imperan los contenidos presentados y
desarrollados siguiendo un manejo secuencial-lineal de manera
cronometrada y desde una perspectiva teórico/reflexiva
supeditada al discurso del docente, por lo que el acto
pedagógico se puede caracterizar como transmisivo, basado en
tres fases: la enseñanza, el afianzamiento o anclaje de los
contenidos y la evaluación (Martínez, 2008).
Al partir de las
Cartas a los
Estudiantes, con el trabajo de García (2011), y si se considera
la propuesta de Alonso, Gallego y Honey (2004) junto con el
análisis propuesto por Martínez (2008) las fases de
enseñanza y anclaje se resumen en las tablas 2 y 3 que aparecen
a continuación. La fase 3 llamada Evaluación por ser
derivada de las anteriores, se basa en pruebas escritas de
comprobación de la capacidad de resolver ejercicios semejantes a
los propuestos en clase, por lo que las dos fases indicadas son las que
realmente determinan el acto pedagógico; de ahí, la
importancia de comprender la trascendencia de estas, pues es a partir
de su modificación que la evaluación podría ser
cambiada.
Estas tablas
sugieren que los
cursos indicados presentan una fuerte tendencia a lo teórico y
abstracto frente al carácter pragmático-reflexivo que se
le atribuye a la ingeniería y que se espera caracterice los
estilos de aprendizaje de los estudiantes de esta disciplina.
Evidencian además la existencia de discrepancias entre lo que
los cursos proponen y es sustentado por muchos docentes, y lo que los
estudiantes de ingeniería requieren, a tal punto que
podrían constituirse en limitadoras del aprendizaje,
estimuladoras de la reprobación y una de las causas de
deserción. Por lo anterior, tales cursos podrían no estar
contribuyendo con la adquisición o desarrollo de las
competencias laborales que los educandos en ingeniería
requieren. A lo sumo, contribuirían con el desarrollo de
competencias académicas, aquellas que les permiten a los
estudiantes transitar hacia los cursos específicos de su carrera.
Las tablas
evidencian además
que en dichos cursos no se estimula el trabajo en equipo. El uso de las
tecnologías digitales es marginal, no se abordan problemas del
entorno y los conocimientos adquiridos están ligados a los
textos propuestos y la realidad que proponen, es decir, no toman en
cuenta el entorno y el impacto que la ingeniería tiene en el
mismo, ya sea desde su perspectiva natural o social.
Frente a lo
anterior, proyectos
como los descritos por Zúñiga (2007) y Camarena (2010)
evidencian que es posible, conveniente y necesario desarrollar este
tipo de cursos desde una perspectiva que tome en cuenta los estilos de
aprendizaje reflexivo y pragmático propios de los estudiantes de
Ingeniería, para favorecer el trabajo en grupos y equipos,
posibilitar la construcción de zonas de desarrollo
próximo, y desarrollar la solidaridad y el apoyo mutuo. Estos
aspectos potenciarían el surgimiento de las competencias que
requerirán en su labor profesional, sin que ello implique
desligarse de las competencias académicas propias de su
condición de estudiante.
Las tablas dejan
claro que es el
estilo teórico donde se encuentran la mayor cantidad de aspectos
a ser desarrollados en los cursos, lo cual refuerza que la actividad
más significativa del acto pedagógico recae en la
enseñanza, lo que privilegia los estilos de aprendizaje
teórico y reflexivo y deja en un tercer plano el estilo
pragmático. Tales cursos dependen en gran medida del estilo de
enseñanza de los docentes, los cuales generalmente son
especialistas en matemáticas o enseñanza de las
matemáticas, y tienden a enseñar como les habría
gustado aprender (Gallego y Nevot, 2008). Frecuentemente, su estilo se
caracteriza por ser teórico y reflexivo. Esto aleja a los
educandos de considerar las potenciales aplicaciones de la
Ingeniería desde una perspectiva holística, y al
centrarse el acto educativo en el seguimiento de un programa
verticalizado y discursivo, se reduce así la posibilidad de
desarrollar distintas heurísticas.
Se puede considerar
entonces que
los cursos indicados están centrados en contenidos presentados
mediante un traslado vertical profesor-alumno, propio de la
educación bancaria, y que, en el mejor de los casos
estarían estimulando competencias académicas, desligadas
de las competencias profesionales, lo que hace que se pierda o
dificulte el ligamen del estudiante con la realidad. Por ello su aporte
al desarrollo de competencias laborales es limitado o nulo.
De esta manera,
consciente o
inconscientemente, los cursos indicados favorecen a aquellos
estudiantes que responden positivamente a un desarrollo
lineal-secuencial de su intelectualidad y cuyo estilo de aprendizaje es
fundamentalmente teórico o teórico-reflexivo. Centran el
esfuerzo de aprendizaje en el desarrollo de competencias
académicas, lo que implica un alejamiento de la realidad
profesional y conlleva una discrepancia entre el quehacer universitario
y el carácter holístico-heurístico que se vive
fuera de la universidad.
Conclusiones
Si la humanidad ha
desarrollado las
ciencias naturales y las matemáticas para tratar de comprender y
explicar la naturaleza, la ingeniería tiene por misión
transformarla con sentido y responsabilidad social, por lo que se hace
necesario que los ingenieros dominen tales áreas del
conocimiento de manera clara y distinta, pero además tengan
conciencia del impacto social de su labor profesional.
La Ingeniería
es una forma
de dar respuesta a determinados problemas naturales y sociales,
particularmente aquellos que afectan las condiciones materiales de vida
de las personas, por lo que se requiere que los ingenieros desarrollen
la capacidad de reflexión para establecer los mecanismos
más pragmáticos posibles de cómo resolverlos,
tomando en cuenta que los problemas anteceden al desarrollo de la
Ingeniería. Su quehacer debe ser visto más como un efecto
que como una causa, sin que esto niegue que, debido al resultado de su
acción, la transformación de los entornos haga de la
Ingeniería una causa y no solo un efecto. Esto hace que la
naturaleza, el entorno social y la Ingeniería constituyan partes
de una relación dialéctica en la que mutuamente se
afectan, crecen y desarrollan.
La Ingeniería
como
área del quehacer humano es un bien social, por lo que se
requiere que el ingeniero sea capaz de apreciar el impacto de su
acción en la sociedad en que se encuentra inserto, y tomar en
cuenta que sus decisiones tendrán un efecto concreto. Esto hace
necesario que su formación sea parte de un proceso que considere
las implicaciones sociales que podrían generar las soluciones
que proponga o implemente. Por ello debe prevalecer el bien
común por encima del individual, lo cual solo es posible cuando
el ingeniero logra comprender el papel que, en conjunto con los saberes
humanos, tiene su disciplina.
La formación
de los
ingenieros a nivel universitario debe incluir el desarrollo de
competencias académicas y laborales. Las primeras, para su
desempeño como aprendices y las segundas, para su
desempeño profesional. Estos dos tipos de competencias pueden y
deben ser potenciadas desde el quehacer universitario, en la medida en
que la universidad mantenga un estrecho vínculo con la realidad
fuera de sus aulas. Así, el proceso de aprendizaje de la
Ingeniería se podría enmarcar dentro de un modelo
educativo que considere a la disciplina en sus múltiples
interacciones con otras lo que contribuiría al desarrollo de una
visión holística por parte de los educandos, modelo en el
cual sería posible incluir distintas heurísticas en los
cursos que requiere.
El modelo educativo
transmisivo,
lineal-secuencial, basado en el discurso del docente, que se aprecia
usualmente en los cursos de matemáticas, basados en la
solución de ejercicios “tipo” presentados por los profesores y
que están contenidos en los textos o son colocados en
plataformas virtuales, que llevan a los estudiantes hacia la
mecanización, la acción acrítica y la
enajenación debe ser sustituido por otro donde los educandos
sean los constructores de sus conocimientos y con ello desarrollen sus
competencias. Este nuevo modelo debe tomar en consideración las
características inherentes a la Ingeniería vistas desde
las perspectivas transdiciplinar-multidisciplinar,
reflexivo-pragmática y holística-heurística que
consideren el impacto de la disciplina sobre el entorno natural-social
y las modificaciones en las interacciones sociales que tal impacto
conlleva. Así se podrán insertar en la dimensión
de Humanidad, en una relación pacífica y respetuosa,
promoviendo interacciones sociales basadas en el respeto hacia los
demás, donde los conocimientos constituyan instrumentos de
trabajo y no parcelas de sabiduría.
Por su parte, las
universidades
enfrentan el reto de formar ingenieros capaces de desarrollar
competencias que les permitan responder a los problemas locales sin que
eso signifique sacrificar su posible inserción en el mundo. De
esta manera el educando podrá verse como parte de la sociedad en
la cual participa, valorará la importancia de su trabajo para el
beneficio de su comunidad, y a la vez se verá como ciudadano
global.
En el caso del
aprendizaje de las
matemáticas, es necesario que los docentes de esta disciplina
tengan una idea clara de qué es y cómo se piensa desde la
Ingeniería para comprender cómo piensan los ingenieros y
por qué para ellos son tan importantes las heurísticas.
De ahí la importancia de que sean capacitados, actualizados y
“alfabetizados” en términos de la relación
ingeniería, matemáticas y competencias, de manera que su
labor docente pueda contribuir a la formación de las
competencias requeridas por los futuros ingenieros.
La
Ingeniería, las
matemáticas y las competencias constituyen tres factores que
deben conjugarse en un todo capaz de contribuir a la búsqueda de
la verdad, el bien común y la solución de problemas
naturales y sociales que permitan un reparto lo más equitativo
posible de los beneficios de su acción, ya que: “A través
de las soluciones de ingeniería se intenta superar la
vulnerabilidad de los humanos frente a los elementos”
(Cañón, 2006, pág. 56)
En el caso
particular de los cursos
de cálculo MA-1001, MA-1002 y MA-1003 de la UCR, es
válido considerar que muestran evidencias de que su
contribución al desarrollo de las competencias, tanto
académicas, como laborales, requeridas por los estudiantes de
Ingeniería, es limitado o nulo debido a que poseen un fuerte
componente transmisivo, son fundamentalmente de carácter
teórico, están ligados al estilo de enseñanza de
los profesores, se enfocan en un aprendizaje mnemotécnico y no
significativo, no contribuyen a generar instrumentos de trabajo para la
solución de problemas reales y no toman en cuenta los Estilos de
Aprendizaje preferentes de los estudiantes de Ingeniería.
Lo anterior obliga
al graduado en
Ingeniería a confrontar los diferentes conocimientos adquiridos
académicamente con los retos y problemas que debe asumir como
profesional y enfrentarlos por cuenta propia, como si estas fueran dos
realidades distintas que él debe integrar y homogenizar
posterior a su titulación. Sin embargo, los trabajos realizados
por Zúñiga (2007) y Camarena (2010) sugieren que esto
puede cambiar, para mejorar.
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Correspondencia: José Ángel
García Retana: Profesor en Secundaria y en la
Universidad de Costa Rica, Sede Guanacaste. Licenciado en la
Enseñanza de la Matemática, Universidad de Costa Rica.
Reside desde 1996 en Liberia, Guanacaste donde ha desarrollado su labor
docente. Dirección electrónica:
jose.garcia@ucr.ac.cr
Ensayo recibido: 30 de
mayo, 2013
Devuelto para corrección: 16 de agosto, 2013 Aprobado: 12 de
diciembre, 2013