Nuevas miradas del deporte en Cuba: la emergencia del fútbol en el siglo XXI

 

Miguel Lisbona1* y Enrique Rodríguez2

 

1Universidad Nacional Autónoma de México, C/ Ma. Adelina Flores #34-A, Barrio de Guadalupe, C.P. 29230, San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México

2Universidad Nacional Autónoma de México, Ex Sanatorio Rendón Peniche, C/ 43 s/n entre 44 y 46, Col. Industrial, C.P. 97150, Mérida, Yucatán, México

*Autor para contacto: mlisbonag@hotmail.com

 

 

Resumen: En poco menos de dos décadas, el fútbol en Cuba ha tomado un protagonismo sin precedentes. No obstante, la relevancia que ha tenido este deporte no ha sido a nivel competitivo, ni mucho menos de infraestructura para su práctica profesional. Ha funcionado como medio de expresión cultural, en particular de las nuevas generaciones que, motivadas por cambios en las telecomunicaciones e internet, así como una mayor apertura hacia el turismo, han optado por mirar al fútbol como espectáculo para el consumo, no como práctica deportiva profesional, hasta el momento. En ese sentido, nuestro artículo propone mirar el fútbol, a diferencia de lo que ocurre en el resto del mundo, como muestra del cambio en las prácticas culturales de Cuba, tomando como referente el contexto de un país cuya sociedad parecía inmutable a las transformaciones y ofertas de consumo provenientes del exterior.

Palabras clave: cubanía; fútbol; nuevas tecnologías; turismo; consumo.

 

New views of sport in Cuba: the emergence of football in the 21st century

Summary: In less than two decades, soccer in Cuba has taken unprecedented prominence. However, the relevance that this sport has had has not been at a competitive level, much less infrastructure for its professional practice. It has functioned as a means of cultural expression, particularly of the new generations that, motivated by changes in telecommunications and the internet, and the openness towards tourism, have opted to look at football as a spectacle for consumption, instead of a professional sports practice. In this sense, our article proposes to see football, unlike what happens in the rest of the world, as an example of change in Cuba’s cultural practices, taking as a reference the context of a country whose society seemed immutable to the transformations and offers of consumption, coming from the outside of the Island.

Keywords: cubanity; football soccer; new technologies; tourism; consumption.

 

 

Introducción

 

El deporte en Cuba ha sido, junto con la educación y los avances médicos, un pilar para cimentar la sociedad antillana surgida tras la revolución de 1959. La práctica deportiva se convirtió en un derecho y se inició la construcción de infraestructura en todo el país junto con el auge de las competiciones nacionales, hasta llegar al destacado papel de los deportistas cubanos en justas internacionales. Sin embargo, la ordenación del deporte relacionada con la educación física inició con una ley en 1918, la cual creó el Instituto Nacional de Educación Física en La Habana, y en 1935 cuando se estableció la Comisión Nacional de Educación Física. Esa institucionalización y regulación deportiva fue muy significativa tras el triunfo revolucionario con la creación de la Dirección General de Deportes (Pachot, 2007). Más tarde, se conformó, en 1961, el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder), dedicado a dotar de posibilidades para la práctica deportiva a todos los sectores de la población (Labrada, Góngora y Columbié, 2007).

 

Esta situación vivida en Cuba remite al estudio del papel del deporte, hecho que ha suscitado posturas encontradas al oponerse su condición de valor para comprender la sociedad analizada, por surgir de ella, a la que lo muestra como un sostén del poder para amagar los problemas reales de la ciudadanía. Algo que puede prolongarse con el rechazo intelectual debido al conocido antagonismo cabeza-músculo, que muy bien nos recordó Vázquez Moltalbán (2005). Es común escuchar el clamor que observa los deportes como prácticas que levantan pasiones y crean identidades; contraria referencia a la que sostiene que los deportes están vinculados, hoy, a los países “capitalistas” para enajenar a los espectadores. De estas, y otras múltiples lecturas del fenómeno deportivo, surge también la idea de los nexos establecidos entre el deporte espectáculo y distintas formas de reconocimiento e identificación nacional en América Latina, como se ejemplifica en los casos de Brasil (Da Matta, 1982), Argentina (Archeti, 2001; Alabarces, 2010), Uruguay (Bayce, 2003), México (Fábregas, 2001), Costa Rica (Villena, 2010; Sandoval, 2013) y Colombia (Vélez, 2010). Es decir, lo que se aprecia con respecto al fenómeno futbolístico expandido al mundo, como lo ha señalado Bromberger (1998); es un proceso de indigenización que propicia modalidades singulares de recepción y construcción del fútbol a nivel local.

El presente texto se acerca al fútbol para comprender las transformaciones culturales que ocurren en un país denominado socialista, y que se ha mostrado al mundo como ajeno a la globalización y el mercantilismo de los espectáculos destinados al consumo de masas. Detrás de dichos cambios se entretejen prácticas culturales destinadas a entender el vivir cotidiano y, sobre todo, a construir identidades. Vaya tan solo como ejemplo el hecho que hoy el béisbol, considerado deporte nacional, es visto con desdén por parte de las generaciones más jóvenes, quienes aprecian en el fútbol no solo un deporte acorde con sus nuevas demandas generacionales, sino como símbolo de cambio, prosperidad y apertura hacia fuera de su contexto insular.

 

Se parte de un presupuesto básico, pero no por ello desdeñable; las sociedades se modifican y ello se expresa a través de la puesta en práctica de la cultura. No se trata de referirse al fútbol en Cuba como una moda o un aspecto sin relevancia, sino como un elemento que muestra cambios culturales que se proyectan en el imaginario popular como ejemplo y promesa de cambio. En ese sentido, se sostiene que la entrada paulatina de medios de comunicación, la incipiente profesionalización del deporte en la isla, así como el impulso abrumador de la televisión e internet ha logrado colocar al fútbol como deporte espectáculo y muestra de una pretendida modernidad dentro de un contexto que no parece tener cabida. El fútbol de las ligas europeas es transmitido constantemente en el canal deportivo de la televisión cubana, a tal grado que el béisbol ha quedado rezagado y sin espacios, incluso, dentro de la mencionada televisión. Al menos, no aparece con la periodicidad necesaria para hacer “competencia” a la exposición mediática de difusión que sí se le da al balompié1.

 

 

El turista como actor social para la etnografía en Cuba y sus repercusiones metodológicas

 

El texto se sitúa en la ciudad capital, La Habana, en concreto en el barrio El Vedado, aunque existen fenómenos similares en las provincias del país, e incluso dentro de otros barrios o sectores de la misma capital. Pese a ello, la decisión de elegir El Vedado se sustenta en la cantidad de ofertas culturales y educativas de ese barrio. Prueba inequívoca es la ubicación de la Universidad de La Habana, escuelas de arte y estaciones de televisión y radio, así como hoteles que ofrecen servicio de televisión por cable donde se incluyen transmisiones deportivas internacionales. También en ese territorio, colindante con centro Habana y Habana vieja, existe presencia de turistas, aunque no como en otros lugares de la ciudad. Por tal motivo, se consideró que para una aproximación etnográfica era apropiado tomar distancia de lugares dedicados de manera casi exclusiva a la atención de turistas, hecho que podía distorsionar la visión de la cotidianidad cubana.

 

Quizás una de las peculiaridades de esta zona sea el hecho que, con el paso del tiempo, han podido convivir personas de distintos orígenes. Uno puede encontrarse, también, lugares de música donde escuchar conciertos de jazz de altísimo nivel en espacios como el mítico “La Zorra y el Cuervo”, en plena calle 23, donde igual se conglomeran salseros, soneros, jazzistas o reguetoneros. Además de ello, cuenta con numerosos parques y espacios abiertos donde los jóvenes aprovechan para pasar el rato, convivir y, en muchos casos, jugar al fútbol. Tal como ocurre con el icónico parque John Lenon en el que, y como dato particular, suele practicarse fútbol callejero. Al preguntar sobre sitios donde se juegue fútbol, no es raro que personas indiquen que “ese parque es precisamente uno de los más buscados para reunirse y jugar fútbol” (Maikel, 28 años, La Habana, comunicación personal, 1 de noviembre de 2017). De aquí se parte para rastrear la emergencia del fútbol en Cuba.

 

Junto a la observación participante y las entrevistas efectuadas, es pertinente mencionar las dificultades para obtener información oficial, por ello las fuentes secundarias y el trabajo de campo también se ampliaron con información procedente de internet, no para aplicar las metodologías de la “etnografía virtual” propuesta por Hine (2004), o la “etnografía digital” propugnada por Mason y Dicks (1999), sino para complementar informaciones multisituadas en el sentido que Marcus (1995) expuso para referir la movilidad de los seres humanos y las informaciones en el mundo global. Así, el “estar ahí” se completó con conocimientos y opiniones que se conectan con intereses de investigación en busca de ser encontrados en la red (Marcus, 2008). En tal sentido, se efectuaron búsquedas en blogs, páginas de deporte sobre Cuba, redes sociales y, particularmente, grupos de Facebook creados para promover peñas de equipos de futbol, principalmente del F.C. Barcelona y el Real Madrid.

 

Por su parte, el turismo se ha convertido en el sector que más divisas genera para el país y, en consecuencia, para quienes habitan la ciudad capital. Así, desde la década de los noventa, el gobierno cubano permitió a los dueños de casas ofrecer sus propiedades en renta a turistas que desearan experimentar cómo vive un cubano. ¿En qué medida tal condición cobra relevancia para una aproximación etnográfica? Hospedarse en “casa particular” fomentó que el turismo no dependiese exclusivamente de la oferta hotelera y se interesara por la cotidianidad cubana. Bajo un argumento etnográfico, debemos tener en cuenta que al mismo tiempo que se construye la idea del otro, la cual se tiende a legitimar como verdadera solo porque el observador es quien la valida; del mismo modo, el otro (el cubano) también construye o mantiene otras ya existentes sobre el observador (etnógrafo extranjero). De tal suerte que la relación con el otro se basa en un constante juego de intercambios posicionales que, al mismo tiempo que construyen al otro, también posibilitan la construcción del observador.

 

Sobre ello, un mexicano que se dedica a la venta de ropa y artículos que por el bloqueo no se podían conseguir en Cuba comenta lo siguiente:

 

“Llevo 20 años viviendo en Cuba. Voy y vengo de Cancún a la Habana, pero aún después de todos estos años, la gente me sigue viendo como Yuma (extranjero). Me conocen, saben a lo que me dedico, es gente que me compra cosas desde hace años, algunos han sido socios míos para la distribución de mi mercancía, pero siempre se guardan algo, no dicen todo y son tan herméticos que siempre alguien termina por estafarme (Armando, La Habana, comunicación personal, 24 de marzo de 2017).

 

La relación establecida con el extranjero parte de un principio que cuesta trabajo entender a la hora de cruzar información y datos: la gente dice lo que cree que uno quiere escuchar, en parte porque la extranjería, frente a la secrecía sobre la vida local, no permite dar cuenta cabal de la realidad cubana. Aspectos como la economía doméstica, el ingreso-egreso de los hogares, el intercambio de productos, las relaciones de parentesco y la organización social de la sociedad cubana son espacios y mundos de difícil acceso. La gente no revela con facilidad los entresijos de su vida cotidiana y, en ese sentido, la etnografía realizada fue más allá del trabajo encubierto o la entrevista casual, para basarse en la constante observación participante. No importa la objetividad con la que uno entre al tema, o el trato que se haya hecho por ser investigador; para el cubano de a pie, el yuma debe entender que no todo se le puede decir. Incluso algunos informantes comentaron que otros antropólogos han ido, en particular a estudiar la religiosidad afrocaribeña, que “de todo preguntan y todo quieren saber, pero no todo se puede contar” (Maikel, 28 años, La Habana, comunicación personal, 1 de noviembre de 2017), pues es una forma de mantener guardadas condiciones de vida y los mecanismos de sobrevivencia. En una ocasión, un taxista se expresaba de la siguiente forma:

 

Este mexicano que ves, viene a pedir rebajas por todo, quiere precio de cubano porque ya sabe que un precio es para los cubanos y otro para los extranjeros. Así es todo aquí en cuba, una vida se da a los extranjeros que son los que tienen dinero y otra la vida que vive el cubano. Me diga lo que me diga, sé que quiere vivir como cubano, y eso no es posible, chico, está bien que sepa cuánto cuesta un viaje en carro para los cubanos, pero él es extranjero coño, no le puedo cobrar en moneda nacional, sólo en CUC pero no entiende que ¡No es cubano, ni lo será! (Ernesto, La Habana, comunicación personal, 25 de enero de 2016).

 

El problema metodológico para resolver se ubica en aquello más fundamental de la Antropología: lo que dicen, lo que hacen y la información documental con la que se cuenta; procedimiento etnográfico que se complejiza cuando la transmisión de conocimiento no es completa y nítida. En ese sentido, cobra relevancia lo dicho por una mujer al ser preguntada sobre la economía de un hombre que, con solo una antena, podía obtener conexión gratuita a internet:

 

Mijo, el cubano inventa. No me preguntes cómo el flaco le hace para bajar internet, eso se sabe pero no se dice […] el cubano sabe ver tus intenciones, sabe reconocer si estás nervioso, incómodo o molesto […]; sabe si mientes, sabe antes que tú lo veas, qué quieres saber y él decide si te dice o no te dice lo que quieres saber. Eso no lo puedes evitar (Mariadenis, La Habana, comunicación personal, 28 de enero de 2016).

 

Sirva lo dicho hasta aquí como parte del contexto metodológico porque permite tener un fondo sobre el cual construir la relación del fútbol, la interacción social y los cambios culturales por los que ha pasado Cuba.

 

 

De la cubanía

 

El balompié está presente en Cuba al menos desde principios del siglo XX, aunque es hasta hace pocos lustros que reaparece con un sobresaliente interés. El deporte más famoso del mundo, y el que más dinero genera, retorna a tener una popularidad insospechada en un país donde el béisbol o “la pelota”, como se denomina en Cuba, y el boxeo, han sido reconocidos como deportes nacionales y estandartes de la cubanía. En el caso particular de este texto, se entiende la cubanía dentro del esquema de aquello que los mismos cubanos señalan como tal, por supuesto basado también en nuestra interpretación. Así, tal cubanía es una forma de expresar pertenencia e identidad en Cuba que surge tras la marcha de los españoles y ante la amenaza estadounidense. De carácter sincrético, integra diversos elementos del mestizaje (Vázquez, 1998), aunque resulte una “identidad aplazada y no del todo dibujada” (Suárez, 2015, p. 352). La construcción de una identidad nacional no es tema menor en América Latina, y el caso cubano lo ejemplifica. Desde los debates decimonónicos entre Ramón de la Sagra y José Antonio Saca, ejemplos de la visión peninsular colonial y de los criollos en busca de “la formación de una identidad paralela a la que se trataba de implantar desde la metrópoli” (Aguilera, 2005, p. 28), hasta los escritos políticos de José Martí, de constante alusión en la isla (Martí, 2013), las referencias sobre el ser y la identidad del cubano han sido, y lo siguen siendo, recurrentes tras la independencia, como lo refleja la obra de José Antonio Ramos publicada en 1916 (1995), o aquellas que dedicó el antropólogo Fernando Ortiz con respecto a pensar el ser cubano:

 

La cubanidad para el individuo no está en la sangre, ni en el papel ni en la habitación. La cubanidad es principalmente la peculiar calidad de una cultura, la de Cuba. Dicho en términos corrientes, la cubanidad es condición del alma, es complejo de sentimientos, ideas y actitudes. […]. Pienso que para nosotros los cubanos nos habría de convenir la distinción de la cubanidad, condición genérica de cubano, y la cubanía, cubanidad plena, sentida, consciente y deseada; cubanidad responsable, cubanidad con las tres virtudes, dichas teologales, de fe, esperanza y amor (Ortiz, 1949, p. 2).

 

Búsqueda de una singular identidad cubana nacida antes del proceso revolucionario, la cual, con la caída del régimen de Fulgencio Batista, adquiere incluso forma de debate en sus contenidos tras el exilio hacia Estados Unidos (Cardoso y Gives, 2007) o las formas identitarias creadas tras el triunfo del ejército revolucionario. Un debate irresuelto (Ramblado, 2006). Es así que la cubanía de hoy no necesariamente se alinea políticamente y muestra un nacionalismo no exclusivo, y que retoma prácticas culturales alejadas de la prisión identitaria para combinar símbolos del pasado, del presente y también del exterior, incluso de las formas en que los cubanos son concebidos fuera de la isla.

 

El futbol no ha llegado, todavía, a ser parte de dicha construcción identitaria como lo son elementos de la música, la comida o la estética propia y ajena. A pesar de ello, ese deporte vive un auge inusitado y ha llamado la atención de periodistas extranjeros que señalan que la “afición al deporte rey crece en Cuba, sobre todo entre las nuevas generaciones, gracias a las transmisiones realizadas en la tele cubana” (Piñol, 2016), y a los nexos con el exterior a través de los familiares que residen fuera o mediante la presencia de turistas.

 

 

La historia también juega al balón

 

La pérdida de Cuba, como parte de las últimas colonias hispanas, es vista como uno más de los desencadenantes para que el fútbol, o la práctica deportiva en general, se leyera como un elemento para la regeneración “de corte racial” en España (Domínguez, 2011). Forma de pensar que atravesará el siglo XX hasta bien entrada la década de los años cuarenta (Bahamonde, 2011) y que en la Cuba independiente también se refleja en el pensamiento eugenésico con destacados representantes locales y visibles en las reuniones internacionales sobre dichas temáticas (García y Álvarez, 1999). Lo anterior se complementa con la aparición de actividades deportivas que han marcado la historia cubana, como es el caso del béisbol llegado a Cuba gracias a la relación con los Estados Unidos (Arbena, 1999); considerado incluso “antídoto contra el primitivismo peninsular” en la época de los conflictos en busca de la independencia de la isla (González Echevarría, 1998a: 36), y forma de dominar el código del enemigo desde la perspectiva de la cubanía (Suárez, 2015).

 

Salas (2009) ubica el origen del deporte en Cuba, y en concreto su introducción en la educación, como hecho inseparable de su situación geopolítica y de los procesos culturales de la modernidad, donde el crecimiento de las actividades físicas estaba ligado a los discursos higienistas, a las modificaciones dentro de los ejércitos, así como al surgimiento del tiempo libre y el ocio. Presencia de esas prácticas físicas que prolongaba en la isla lo que estaba ocurriendo en la metrópoli peninsular (Reig, 2007), aunque seguramente el arribo a Cuba del béisbol en la segunda mitad del siglo XIX alejaba a sus practicantes de lo que podía ser español: “Jugar beisbol era una expresión anticolonial” (Reig, 2007, p. 30), y se convertirá en un símbolo cubano (González, 1999). El deporte será cada más visible en la sociedad y los medios de comunicación, aspecto ratificado en la literatura contemporánea que también se hace eco de la relevancia del deporte, como lo afirma Almeida (2014).

 

Es notable la presencia del balompié antes de la revolución cubana porque fue elemento estructurador de las nacientes instituciones deportivas (Prado, 2007), y no hay que olvidar que ese deporte fue impulsado por los ingleses, pero también por los españoles, como ocurrió en otros países de América Latina (Angelotti, 2010; Frydenberg, 2011). Presencia que propició, en la segunda década del siglo XX, la aparición de la primera publicación sobre fútbol en la isla, La Guía Oficial de Football Asociation (Terry, 2008). Igualmente, la celebración de los II Juegos Centroamericanos en La Habana, durante 1930, excitó los ánimos nacionalistas deseoso de crear un ”equipo netamente cubano” (Prado, 2007, p. 52).

 

Como señala Terry (2008), es en la década de los años treinta del siglo pasado que inicia la conocida década de oro del fútbol cubano, con presencia en justas deportivas regionales e internacionales, como la intervención en el III Campeonato del Mundo de Francia 1938. Dicho ello, hay que reconocer que el balompié no fue significativo en el periodo castrista, caso antagónico a los deportes considerados nacionales, el béisbol y el boxeo, junto a otras especialidades que han otorgado éxitos deportivos y el ensalzamiento político y simbólico de figuras consideradas leyendas nacionales. Ello coincide, a la perfección, con la utilización de las victorias por regímenes políticos debido a la facilidad con la que la actividad física de competición logra identificaciones populares (Moragas, 1992; Suárez, 2015), algo que en Cuba ha sido explotado como lo expresó el líder de la revolución, Fidel Castro: ”Necesitamos campeones porque son un símbolo para nuestros jóvenes y niños. Representan el desarrollo social, educativo y cultural de nuestra revolución y se convierten en un ejemplo del carácter, voluntad y dignidad de nuestro pueblo” (Suárez, 2015, p. 340). Es por ello que el béisbol y el boxeo siguieron caminos de consolidación y representación nacional. Así, el deporte de la pelota se convirtió en símbolo de la cubanía, elemento de identificación nacional, y sus jugadores en ejemplo de ”tipo ideal” cubano, ”guajiro”, y que personificaban ”la inocencia, la candidez y el vigor de la nación” (González, 1998b, p. 87-88). Si ello ocurría en el país, lo mismo puede decirse hacia el exterior al trocarse en símbolo del nacionalismo e identidad de los cubanos.

 

 

El fútbol se hace presente hoy

 

El fútbol nos gusta porque como lo juega el Barça se juega en comunidad. El béisbol también, pero mucho más el fútbol. Por mi parte, yo soy cubano pero ¡barcelonista hasta la muerte! Adiel (12 años, La Habana, comunicación personal, 22 de abril de 2017).

Frente al béisbol y las infraestructuras para jugarlo, el fútbol ha tenido poca presencia y atención. Durante años, un paisaje común de La Habana fue ver niños con camisetas y gorras de béisbol jugando en parques, canchas y calles. En el presente todavía son visibles, pero los cambios recientes y la expansión del mercado globalizado, enmarcado por las telecomunicaciones, la emigración y el creciente turismo, han propiciado el consumo del futbol como práctica y como espectáculo. Para los jóvenes se ha convertido en un símbolo de distinción, apertura hacia el exterior y estatus hacia el interior de la isla.

 

No resulta hoy extraño que los parques, incluso los más emblemáticos por su simbolismo cultural, se conviertan en el espacio para la práctica del fútbol como esparcimiento o de otras actividades físicas efectuadas en el tiempo libre y que ya han tenido seguimiento académico (Ruiz, García y Díaz, 2008). Parques de La Habana donde suelen reunirse niños y jóvenes, como el John Lenon, ejemplifican esas situaciones. Así, en casi todo El Vedado, los parques suelen llenarse de jóvenes que portan camisetas de equipos de fútbol europeos o latinoamericanos. Una forma de apropiación de los espacios urbanos, aunque todavía esa práctica del deporte informal no se haya potenciado desde las instituciones públicas como ocurre en ciudades europeas (Sánchez y Capell, 2008). En una ocasión, se presenció en un parque un partido de fútbol improvisado donde participaba un niño argentino recién llegado a vivir en Cuba. Cuando sus habilidades con el balón superaban a los otros niños, estos le increparon recurriendo a jerga beisbolera para incomodarle. Algunos le gritaban “¡hey tú, asere, te mando una picha de strike y no vas a poder cogerla porque no sabe coger ni majagua (jerga local para referirse al bate), ni pelota, ni sabe qué es un catcher ni un pelotero!.” (El Vedado, La Habana, 23 de marzo de 2017).

 

Con respecto al fútbol callejero, David Madrigal (2009) remite, utilizando a Ulrich Beck y Natan Sznaider, para conceptualizar el trabajo empírico de las ciencias sociales y entender los fenómenos transnacionales, al concepto de acción colectiva como acción social. A partir de ahí, sitúa la construcción de iniciativas ciudadanas como resultado de las interacciones grupales y la definición de necesidades, donde se incluyen las lúdicas. Es por ello que:

 

El espacio lúdico es el ámbito de la expresión, de la confrontación y de la producción cultural. […] La participación de los habitantes de la ciudad en un tipo de construcción lúdico-espacial como es la práctica callejera del fútbol, implica confrontación, iniciativa, aporte de pensamientos, interacción, propuestas y discusiones, que constituyen la esencia de lo que el pensamiento político contemporáneo ha venido a consagrar como el ejercicio de la ciudadanía; más esto ha sido poco estudiado en nuestro continente (Madrigal, 2009, p. 4).

Esa reflexión permite entender el fútbol más allá del fenómeno de la globalización de los mercados, o de la mundialización de la cultura, para entenderlo “tanto en la formalidad (…), como en la informalidad y la espontaneidad de algunas formas de acción y de comportamiento colectivos.” (Madrigal, 2009, p. 5):

 

si nos referimos únicamente a la práctica callejera del fútbol como hecho social espontáneo, el fútbol empalma muy bien con la noción de Alberto Melucci de “redes de movimiento o áreas de movimiento”, […], una red de grupos compartiendo una cultura de movimiento y una identidad colectiva, en donde esta última es entendida como un proceso mediante el cual los actores producen las estructuras cognoscitivas comunes que les permiten valorar el ambiente y calcular los costos y beneficios de su acción […]. El aficionado al fútbol es por una parte ciudadano que hace uso de su derecho a la ciudad, se la apropia, la reinventa cuando improvisa una cancha para protagonizar un partido a mitad de la calle, pero es también consumidor que está expuesto, quizá de forma inevitable, al impacto de los medios masivos en cuanto a ciertas versiones de la realidad construidas y difundidas por ellos para favorecerse (Madrigal, 2009, p. 5).

La comercialización del fútbol y la transnacionalización se han considerado, desde hace varias décadas, un peligro para el fútbol porque eliminaría sus funciones de cohesión social y el gusto por el juego (Villena, 2003; Dimitrijevic, 2010), las cuales son preocupación para organizaciones internacionales como la Unicef o la Unesco, tal cual se demuestra en la Carta Internacional de la Educación Física, la Actividad Física y el Deporte:

 

La educación física, la actividad física y el deporte pueden acrecentar el bienestar y las capacidades sociales al establecer y estrechar los vínculos con la comunidad y las relaciones con la familia, los amigos y los pares, generar una conciencia de pertenencia y aceptación, desarrollar actitudes y conductas sociales positivas… (Unesco, 2015, p. 3).

De hecho, la Unesco en 1976 estimó, en la Primera Conferencia Internacional de Ministros y Oficiales Mayores, que tal reunión debía responsabilizarse de la educación física y el deporte en el mundo, por lo que muchos países decidieron crear ministerios encargados del tema (Palma, 1997). Siguiendo esa lógica, se están apoyando actividades deportivas en el orbe por su capacidad para inculcar valores (Cruz, Boizadós, Torregrosa y Mimbrero, 1996; Molina, 2013; Acuña y Acuña, 2016), además de procurar la integración social (Palma, 1997; Sánchez, 2003; Pinasco y Casareto, 2008) o, en definitiva, crear desarrollo como lo asevera la Unicef (Unicef, s. f.). Ejemplos son muchos, sin embargo en Cuba ha destacado la ONG “Camaquito” al dedicarse, en Camagüey (EcuRed, s. f.), y en coordinación con el Inder, a extender la práctica del fútbol en los barrios, dotando a los niños también de los enseres necesarios a través del proyecto “Fútbol en los barrios” desde el 2014. De esta forma, llevan a cabo iniciativas dedicadas a la organización de torneos, o la creación de infraestructura deportiva, donde aparecen empresas patrocinadoras como Adidas, Puma o Edelweiss, o clubs de fútbol como el Bayern München (Keller, 2014).

 

Esas iniciativas tienen diversas lecturas, aunque en el discurso siempre se relacionan con la formación integral de los niños cubanos, así como la transmisión de valores -respeto, compañerismo, autocontrol, esfuerzo, y liderazgo- mediante el fútbol; una especie de educación “a través del fútbol” (Fernández, 2014, p. 115). Así han aparecido equipos europeos dispuestos a efectuar clínicas a la isla, como son el Milan, Real Madrid y el Feyenoord. El equipo madrileño envío a uno de sus embajadores más conocidos, Emilio Butragueño, quien encabeza el proyecto de la fundación de su equipo y el ”Campus Transmitiendo Valores” llevado a cabo en Cuba como en otros países. Un centenar de niños de diez escuelas y profesores participaron en el campus efectuado en La Habana en colaboración con el Inder. El mismo órgano de difusión periódica del régimen cubano, Granma, dio su visto bueno a esa actividad (Martínez, 2016). La definición de un narrador local es significativa al referir que ”Vestidos de blanco merengue y con la emoción contenida, un centenar de niños y niñas cubanos patearon balones y conversaron con el exfutbolista Emilio Butragueño” (Martínez, 2016, p. 1). Estos acercamientos han puesto sobre la mesa de debate, incluso dentro de la isla, el papel que este deporte juega en el presente en comparación con otros juegos de equipo. Así lo demostró un profesor cubano quien interrogado sobre el fútbol ejecutado por los niños señalaba que ”Al fútbol hay que ponerle dinero, aquí no se le pone recurso, a nadie le importa nada, […]. Este deporte lo merece, hay mucho interés en los jóvenes, seguro llegaríamos tan lejos o más que el béisbol, pero a nadie le interesa” (García, 2014, párr. 14).

 

El auge del fútbol espectáculo

 

El fútbol se ha convertido, en particular para las nuevas generaciones, en un deporte que se práctica –en franco aumento- y se contempla como espectáculo. Para muchos jóvenes, es preferible utilizar ropa de fútbol, ser seguidor de un equipo internacional o reunirse en hoteles a ver partidos de ligas extranjeras porque les otorga un estatus social. Una diferenciación o creciente desigualdad también en el consumo deportivo, una mercantilización que conduce a vender, incluso, autógrafos (Sandel, 2014). Transferencia mutua de lo social y lo deportivo si se hiciera caso de las propuestas referidas al deporte por parte de Pierre Bourdieu (1993). En otras palabras, el fútbol para un sector de la población joven es un deporte que se practica o que se consume a través de la televisión por ser un símbolo de prestigio y representa una identidad juvenil contrapuesta a la adulta (Feixa, 2003).

 

No es extraño que niños y jóvenes pregunten con frecuencia sobre costos de camisetas, o soliciten a los turistas que se les lleven mochilas con la cara de Cristiano Ronaldo o Messi. Incluso son frecuentes las disputas verbales para argumentar qué equipo internacional es mejor o se direccionan para demostrar quien siente más los colores de su club. Así, además de portar playeras alusivas también se cuelguen medallas, pulseras e incluso se hacen tatuajes. Maikel se apresura a enseñar su tatuaje en el antebrazo con el escudo del Real Madrid con la leyenda ”Hala Madrid”, mientras el resto de compañeros desde la cocina le increpan: ”Aquí a todos les gusta el fútbol. En La Habana por lo menos está dividido. Aunque hay muchos del Real Madrid pero muchos son del Barça. Una encuesta de una página demostró que la juventud en su mayoría le van al Barça (...) el resto, al Real Madrid” (Maikel, 23 años, La Habana, comunicación personal, 24 de marzo de 2017).

 

Si bien el futbol es considerado el deporte más popular del mundo, no lo es en todos los contextos socioculturales. Cuba cuenta con una selección de futbol que ha participado en competencias oficiales como los torneos de la Concacaf, pero ello no significa que la práctica del balompié –como sucede en otros países caribeños- pueda considerarse profesional. Hasta recientes fechas no ha sido de interés para los medios de comunicación, aunque en la actualidad muchos cubanos son conscientes de la popularidad que va adquiriendo éste deporte. Sobre ello nos comenta Yoyó:

 

Hay una pila de equipos que se juntan en las provincias: Matanzas, Cienfuegos, (…) pero no se juega de manera profesional. Son campos de tierra y no de pasto. Aquí en Cuba es difícil todo (…). ¿Cómo va a haber futbol profesional si está gente que juega no tienen para pagarles: son trabajadores del campo, plomeros, que a veces ni han almorzado, ni comida [...] con qué ánimos van a entrenar? Si esto del fútbol es nuevo, de seis años para acá, y más le gusta a los jóvenes, el beisbol se asocia más con generaciones anteriores (…). Los jóvenes son los que juegan, usted va al parque de John Lenon y allí ve una pila de gente jugando (Yoyó, 35 años, La Habana, comunicación personal, ,22 de marzo de 2017).

Lo anterior debe entenderse desde varios referentes culturales, pero también desde aquellos que remiten a la construcción de un estado posrevolucionario. Después del triunfo o instauración de la revolución cubana, la llamada ”profesionalización del deporte” dejó de existir, de tal suerte que quienes practicaban actividades deportivas no podían obtener ganancias para ellos mismos, pero tampoco la estructura deportiva cubana recibía financiamiento de patrocinadores externos puesto que ello significaba un ”pecado capitalista” (Palma, 1997, p. 34). En la actualidad, a partir de que Raúl Castro tomó la dirigencia del país, se abrió el camino para la profesionalización del deporte en 2013, de tal modo que un deportista puede recibir ganancias y viajar sin restricciones para participar en competencias internacionales. Ello no impide señalar que en la isla los futbolistas, hasta el momento, no cuentan con un estatus económico especial, ya que su salario es equiparable al de un obrero, y existen dificultades para las ”transiciones deportivas” del juego amateur al profesional (Chamorro, Torregrosa, Sánchez-Miguel, Sánchez-Oliva y Amado, 2015).

 

El campeonato local de fútbol está compuesto por 16 equipos divididos en tres grupos, y donde los dos mejores de cada uno de ellos disputan un torneo donde se enfrentan entre ellos y consigue, el que logre más puntos, alzarse con el título cubano. Esta competición está organizada y se efectúa bajo el amparo de la Asociación de Fútbol de Cuba, afiliada a la FIFA desde 1929. El equipo Villa Clara es, en la actualidad, el que cuenta con más campeonatos (13), mientras que la selección cubana tiene el ya mencionado hito histórico de su clasificación para el Mundial de 1938, hecho que no se ha repetido, aunque han tenido participaciones en juegos olímpicos (1976 y 1980) y juegos centroamericanos y panamericanos, así como en otros torneos de categorías inferiores como lo fue la obtención del pase al mundial 2013 en la categoría sub-20.

 

Cubanet, diario digital editado desde Florida (Estados Unidos), también se ha hecho eco del creciente papel del fútbol en la sociedad cubana, y así lo reflejó uno de sus habituales colaboradores, Ernesto García Díaz, cuando afirma que tanto el béisbol como el fútbol acaparan las pasiones de los jóvenes cubanos, aunque últimamente más el último (García, 2014). En el mismo sentido, Aitor Lagunas (2012) mencionó, para sus reflexiones, la encuesta efectuada por la habanera Radio Coco entre sus oyentes. De los 2000 participantes, el 43,5 % indicó que había seguido el partido entre el F.C. Barcelona vs. Real Madrid que le permitió ganar la única liga a José Mourinho al frente del equipo blanco. Solo el 18 % prestó atención al Cuba vs. Estado Unidos de la Copa Mundial de Béisbol.

 

En Cuba la discusión se ha hecho presente en los medios de comunicación, o en blogs dedicados al deporte, como plantea Arzola (2016), al señalar que sigue existiendo una gran brecha entre béisbol y fútbol en la isla, y proclama la perennidad del primer deporte de conjunto a pesar de que existe ”una percepción generalizada de que el fútbol, como fenómeno socio-cultural, gana enteros” (Arzola, 2016, párr. 7). Además, justifica tal posición situando al béisbol como ”patrimonio cultural en nuestro país” y critica que el canal Tele Rebelde o el Instituto Cubano de Radio y Televisión programen justas futbolísticas y ”ni rastro de emisiones beisboleras”. Inquietud extendida en opiniones como la del comentarista de fútbol televisivo, Renier González, quien decía que ”los jóvenes cubanos están viendo en la televisión el mejor fútbol del mundo, pero no el mejor béisbol del mundo”. Un poema satírico, abreviado en estas páginas, muestra con claridad esta incipiente ascendencia del fútbol en la sociedad cubana en detrimento del béisbol, el deporte nacional:

 

Todo el mundo se pregunta

qué pasa en nuestra nación.

La futbolera pasión

a la del béisbol se junta,

se han empatado, “son yunta”,

[…]

Qué gusta más actualmente:

¿el fútbol o la pelota?

[…]

Fallas en la trasmisión,

algún percance analógico,

algún virus tecnológico,

capitalista, de élite,

metiéndonos por satélite,

“deportivismo ideológico”.

[…]

¿Ya han olvidado cuál es

el deporte nacional?

En patios, parques, potreros,

entre impresionantes vistas,

ahora crecen futbolistas

[…]

Messi va a meter “gol-ron”

[…]

El béisbol: “Deporte Rey”.

El fútbol: negocio, asombro.

El béisbol: fracaso, escombro.

El fútbol: hobby cubano

[…]

El beisfut se va imponiendo.

La pelota va cediendo

como pasión nacional.

[…]

Cuba hierve bajo el sol.

Son, tabaco y madridismo.

Sol, playa y barcelonismo.

Música, fútbol y alcohol.

Cuba entera grita: ¡Goooooool!

(Díaz-Pimienta, 2017)

 

Tal referencia, en clave de humor, así como los ejemplos anteriores remiten a la idea de unos aficionados que observan el deporte espectáculo en clave de ”consumidores polígamos”, alejados de identificaciones estáticas como pueden ser las relacionadas con los equipos nacionales de cualquier disciplina deportiva (Kuper y Szymanski, 2010), hecho que respondería a esa capacidad incluyente de la cubanía.

 

A modo de conclusión

 

El concepto de ”hecho social total” de Marcel Mauss (1991) ha sido aplicado en diversos estudios relacionados con el deporte y, por supuesto, con el fútbol. Situación utilizada para señalar cómo el balompié permite ser interpretado como creador o condensador de identidades culturales y nacionales, incluso conformando especificidades propias, como lo señaló Eduardo Archetti (2003) al hablar de la ”argentinidad”, por solo citar un ejemplo. En definitiva, el deporte como construcción social, y emanado inicialmente en la modernidad industrial, se reconstruye después de dos siglos de su aparición con ”una polisemia de actores múltiples, en escenarios variopintos y con modos diversos de práctica social” (Rodríguez, 2008, p. XV).

 

En el caso de la isla caribeña, la cubanía no responde a los comunes relatos sobre la identidad construidos por los Estados nacionales en Latinoamérica, es por ello que el fútbol, emergiendo de nuevo en Cuba, puede aparecer como un paulatino referente actual; y se afirma que emerge, puesto que si se observa un estudio que comparaba el estrés entre jugadores brasileños, pertenecientes a clubs profesionales, y cubanos de la selección sub 21, hace unos años se percibe la diferencia, establecida a partir de la relevancia otorgada al fútbol como parte del relato nacional. Tal estudio indicaba que los cariocas sufrían más estrés y la explicación se situaba en la “diversidad sociocultural entre los dos países”; y ello se sustentaba en el significado que el fútbol tenía para ambos territorios dado que en el Brasil ese deporte forma parte de su construcción identitaria, por lo que los deportistas sienten mucha mayor presión que los isleños (Ferreira, Valdés y Arroyo, 2002). Esta situación se está modificando por el aumento de practicantes del balompié, pero, sobre todo, y como ocurre en otros continentes, por la aparición de aficionados en el mundo global. Ello ha permitido contemplar los partidos europeos mediante la televisión, incluso con ”salas de exhibición” o ”simples cobertizos” donde los asistentes pagan una entrada para seguir a sus equipos, como también sucede en países africanos (Kuper, 2014).

 

En una sociedad simuladamente igualitaria, como lo es la cubana, el fútbol germina, a través de los jóvenes, no como un elemento para la ”horizontalización del poder” como ha sido estudiado en otros ámbitos (Medina, 2009); por el contrario, el fútbol espectáculo permite posicionarse, evaluar y criticar gracias a la identificación con competencias y equipos alejados de la isla, además de hacer del consumo deportivo una posibilidad de múltiples lecturas para las ciencias sociales. Y lo anterior tomando en cuenta que el mercado clandestino instalado en Cuba desde hace décadas (Otero, 1993), y sus lógicas de consumo, transforma normas y que el dinero en el deporte puede desplazar el comunitarismo, tal como expresa Sandel (2014). Ello es posible, no cabe duda; sin embargo, en el caso cubano, la eclosión del fútbol espectáculo crea nuevas comunidades entre los jóvenes que incorporan, a esa especie de communitas excéntrica que es la cubanía, nexos que trascienden al país para identificarlos con redes trasnacionales como las representadas en la actualidad por los equipos del Real Madrid y el F.C. Barcelona.

 

Hoy, al menos en los países latinoamericanos, las nuevas generaciones observan y viven los cambios tecnológicos que influyen en sus prácticas sociales. En ese sentido, los jóvenes de Cuba están inmersos en un juego de posiciones identitarias en el que muchos de los referentes de las generaciones pasadas no les son del todo propios, o al menos no lo expresan así. Tal encrucijada de transformaciones posibilita que los jóvenes recurran a discursos y referentes de la aldea global para representar su identidad cubana, en una especie de etnocentrismo con múltiples anclajes para su edificación. En la mayor de las Antillas no es raro que sean esos jóvenes quienes esbocen con frecuencia su rechazo a hablar de política, pues como dice uno de ellos: “a nosotros nadie nos quitó nada, entendemos a esa generación que perdió cosas, pero nosotros hemos aprendido a vivir en esta Cuba que amamos […]. No necesitamos salir pa´ fuera, puedo vivir en Cuba toda mi vida” (Carlos, 24 años, La Habana, comunicación personal, 14 de enero de 2016). Es ahí donde reaparece la cubanía para ofrecer una visión sobre la vida, un modo de ser cubano. Una forma de manifestar y aglutinar la construcción identitaria que propicia la asimilación de aspectos culturales, a pesar de que procedan del exterior.

 

Lo que se desea resaltar, no como un debate de las disciplinas antropológica o psicológica, es la asunción que los cubanos tienen de dichos procesos y su manifestación para identificarlos. Es por ello que la cubanía dista de ser un puñado de referentes nacionalistas posrevolucionarios, plagado de símbolos patrios, como los que pueblan los Estados nación modernos, aquellos sobre los cuales se han establecido las raíces de la identidad de muchos países latinoamericanos. Tal concepción de la cubanía permite, también, entender que el deporte más popular del mundo, el fútbol, expresado bajo el actual consumo globalizado, sea un nuevo elemento de identificación o para librar ”guerras”simbólicas de las jóvenes generaciones cubanas (Capistegui y Walton, 2001), las cuales se atribuyen características de competitividad, lucha, creatividad y dinamismo, tan propias de la adjetivación que rodea la práctica futbolística (Domínguez, 2003). Una incipiente expresión de la cubanía que podrá manifestarse bajo la marca propia de los cubanos; una oportunidad de hacer del fútbol un deporte a la cubana o parte de esa cubanía denominada “ensayo de la esperanza y realidad de lo incompleto” por el historiador cubano Eduardo Torres Cuevas (2010, p. 43); o como dice Marisleylis: “todo se hace al estilo cubano, aunque no sea nuestro. La pizza y el espagueti son italianos, pero los hemos hecho nuestros, a la cubana” (Marisleylis, 29 años, La Habana, comunicación personal, 12 de febrero de 2016).

 

 

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Cuadernos de Antropología

Enero-Junio 2018, 28(1)

DOI: 10.15517/cat.v28i1.32391

Recibido: 14-09-2017/ Aceptado: 15-11-2017

 

Revista del Laboratorio de Etnología María Eugenia Bozzoli Vargas

Centro de Investigaciones Antropológicas, Escuela de Antropología, Universidad de Costa Rica

http://revistas.ucr.ac.cr/index.php/antropologia

ISSN 2215-356X

 

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1 Comunicación personal de Félix Alfonso López, profesor titular y coordinador asistente del Colegio Universitario de San Gerónimo, La Habana (02 de noviembre de 2017).