Abstract
Me cabe el privilegio de dar la bienvenida al colega don Jézer González Picado. Su discurrir de hoy revela, en primer término, dos prendas que adornan su espíritu: el agradecimiento y la humildad. Lo primero, cuando emocionadamente recuerda haber sido discípulo de Carlos Luis Sáenz, la segunda, al atribuir los juicios que emite en el presente trabajo, al afecto, más que a la habilidad. Así es don Jézer. Por supuesto que no menosprecia del todo su obra, pero tampoco la sobrevalora. Quienes hemos tenido la suerte de trabajar con él, ya como compañeros, ya al cobijo de su jerarquía, sabemos qué de intuiciones brillantes le brotan en el trato crítico-literario con la obra y cómo las sistematiza luego en sus muchos y variados estudios. Testimonios de ello son sus libros, sus artículos, sus conferencias, los prólogos de muchos libros que andan por allí en la República de las Letras, las incontables tesis de grado que han dirigido, tanto de licenciatura como de posgrado.