Resumen
Estamos Viviendo lo que se suele llamar “una ofensiva de la delincuencia”: el asalto y el crimen están presentes en la noticia cotidiana, en la anécdota personal; la estadística de asaltos y agresiones personales por número de habitantes ha crecido a tal punto que resulta alarmante tan siquiera revelarla al público: una sola banda se atribuye los últimos golpes sufridos por grandes y medianas empresas, que en total sobrepasan los quinientos millones de colones. Nos estamos acercando aceleradamente a los niveles críticos de países con largas tradiciones de inseguridad, como Colombia y Guatemala. Junto al homicidio pasional y al no deliberado, que ocurre con ocasión del asalto, empieza a ser frecuente el crimen innecesario, gratuito, y es de temer que en la cultura de la pobreza empiecen a ganar prestigio la audacia y el rigor justiciero del bandido, como contrapartida frente a lo que las clases marginadas se representan como iniquidad de la Justicia y terrorismo estatal. ¿Qué hacer? Abundan las lamentaciones acerca de la pérdida de los valores tradicionales del tico y se constituyen asociaciones para rescatarlos; llueven las propuestas de “mano dura”, que van desde el aumento de los poderes del gobierno, el aumento del número y la eñcacia de los miembros de la fuerza pública y la conversión de cada casa en una fortaleza y de cada ciudadano en un pistolero, hasta la agravación de la pena de prisión, el endurecimiento del régimen carcelario, la pena de muerte y la purga clandestina de maleantes y chapulines por obra de grupos de ‘mano blanca’, escuadrones de la muerte, etc. La policía, la inteligencia y la seguridad se sienten rebasadas por la ola de lincuencial, hasta el punto de que altos funcionarios han recomendado que cada ciudadano busque la seguridad personal y familiar por los medios que pueda procurarse, tal como ocurría en la Edad Media, o en el legendario Oeste.Comentarios
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